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Jaime Bayly 17 страница



De los nueve añ os que permaneció exiliado en Buenos Aires, no pasó un solo dí a sin que Gustavo Parker pensara en el Perú, en Canal 5, del que lo habí an despojado, en volver a ser el mandamá s que solí a ser en Lima. Si bien en Buenos Aires viví a con todas las comodidades y su esposa y sus hijos se habí an adaptado sin mayores problemas a la vida argentina, Parker se sentí a fuera de lugar, se negaba a hablar como argentino, recordaba todos los dí as, sin falta, que su misió n era recuperar el canal que habí a fundado en el Perú, y se decí a que no desmayarí a en ese firme propó sito. Cuando el general Remigio Mora Besada dio un golpe de estado en la ciudad sureñ a de Tacna, derrocando al general Velá squez y capturando el poder, Parker se alegró y le envió un telegrama de felicitació n: «Mi general, ahora y siempre estamos con usted y con la revolució n, ¡ ni un paso atrá s! ». No obtuvo respuesta. Contrariado, mandó a sus abogados en Lima a preguntar si pesaban sobre é l ó rdenes de captura o de impedimento de entrada al Perú. Hechas las pesquisas, supo que si llegaba a Lima serí a detenido y nuevamente deportado. Sus abogados tuvieron que pagar cuantiosos sobornos para que esas ó rdenes quedaran sin efecto de un modo discreto, lo que le permitió a Parker viajar hacia Lima, sin decirles nada a su esposa y sus hijos, entrar al Perú con sombrero y anteojos oscuros a pesar de que era de noche, pasar unos dí as recluido en su casa de Las Casuarinas recibiendo la visita de las actrices y bailarinas que solí an ser sus amantes en sus é pocas de esplendor como dueñ o de Canal 5 y, dispuesto a quedarse, seguro de que ese era su lugar en el mundo, llamar por telé fono al secretario de prensa del general Mora Besada para pedirle una reunió n privada con é l. Tardaron dos semanas en darle una respuesta. Parker se sintió humillado, recordó que cuando era dueñ o de Canal 5 sus llamadas a los presidentes eran atendidas de inmediato. Finalmente, el general Mora Besada accedió a recibirlo en su despacho, bajo la condició n de que la cita fuese secreta y Parker se comprometiese a no divulgar nada sobre ella. Mora Besada era un militar conservador, anticomunista, con fama de alcohó lico, que se habí a propuesto desmontar la mayor parte de las reformas emprendidas por su antecesor, el general Velá squez, a quien habí a hecho internar en el Hospital Militar, prohibido de salir y de recibir visitas, acusado de «vender la patria al imperialismo sovié tico». Conociendo la fama de buen bebedor de la que gozaba el nuevo dictador del Perú, Parker le llevó una botella de whisky. Se saludaron con abrazos, aunque no se habí an visto nunca antes, Mora Besada ordenó que abriesen la botella de inmediato y les sirviesen unos tragos. Estaba vestido con su uniforme color verde y llevaba una gorra tiesa cubrié ndole la cabeza, a pesar de que estaban bajo techo, en su despacho. Ya má s relajados, Parker se animó a preguntarle «¿ Cuá les son sus planes, mi general? ». Mora Besada, con fuerte aliento alcohó lico y la mirada un poco aletargada, como si estuviera cansado, distraí do o harto de mandar, respondió «Quiero que el Perú vuelva a ser una democracia». Parker se entusiasmó: «Magní fico. ¿ Cuá ndo? ¿ Este añ o o el pró ximo? », Mora Besada se rio con aire mandó n: «No, no, qué ocurrencia, amigo Parker, tampoco tan rá pido, todo toma su tiempo, eso será en unos cinco añ os má s o menos, no quiero que la cosa sea traumá tica». Dos militares jó venes escoltaban de pie, en posició n hierá tica, al general Mora Besada, y miraban hacia ninguna parte, hacia el horizonte, y parecí an dispuestos a quedarse allí petrificados toda la noche. «¿ Y cuá ndo me devuelve mi canal? », preguntó Parker. Mora Besada lo miró con desconfianza: «¿ Quiere que le devuelva Canal 5? ». Parker respondió «Sí, mi general». Mora Besada apuró un trago, soltó una flatulencia sin pedir disculpas ni dar explicaciones, como si fuera algo que no le provocase pudor, y preguntó «¿ Para qué? ». Parker respondió «Para ponerlo al servicio de usted y su gloriosa revolució n». Mora Besada sonrió, incré dulo, desconfiado: «Ya, ya. Gracias, amigo. Pero no se va a poder, lo lamento en el alma». Parker se encabritó, le dirigió una mirada altanera: «¿ Por qué no se va a poder, si ese canal es mí o y el Chino Velá squez me lo robó? », preguntó, levantando la voz. «Porque ya no es suyo, amigo. Ahora es del pueblo, del pueblo peruano. Y lo que es del pueblo no se toca», sentenció Mora Besada. «Entonces nó mbreme gerente general de Canal 5, del canal del pueblo», se ofreció Parker, procurando rebajar su indignació n y hablar en tono má s cordial. «Nadie sabe de televisió n en este paí s como yo», insistió. «Permí tame volver a Canal 5 pero solo como gerente, para ponerle la casa en orden, mi general, le pido esto con gran respeto revolucionario», siguió Parker. Mora Besada lo escrutó desconfiado y dijo «Dé jeme pensarlo. Yo lo llamaré en unos dí as». Parker le dio un abrazo y pensó que el asunto estaba resuelto, que regresarí a como gerente a su antiguo canal y luego encontrarí a la manera de reconquistarlo, de volver a ser el dueñ o, pero Mora Besada no lo llamó, nunca lo llamó. Pasaron los dí as, las semanas, y Parker se aburrió de permanecer en su mansió n del cerro, acostá ndose con mujeres que le cobraban por sus servicios sexuales. Una noche, con algunas copas, llamó a Mora Besada y le gritó: «Oye, mono borracho, ¿ cuá ndo carajo me vas a devolver mi canal? ». Mora Besada, que estaba con má s copas que Parker, respondió, furioso, sin recordar que le habí a prometido que lo llamarí a: «Mire, señ or, le acepto que me llame “borracho”, porque me gusta la bebida como a todo hombre que se respete, pero no le permito que me llame “mono”, soy el presidente del Perú y si usted me insulta, insulta así mismo a todos mis compatriotas. Mono, la concha de su madre, señ or Parker», dijo, y le colgó, y siguió tomando el trago de su preferencia, vodka con jugo de naranja. Vié ndose burlado, Parker hizo venir a su mansió n del cerro Casuarinas al general Artemio Tola, jefe de la regió n militar de Lima, a quien conocí a porque habí an jugado juntos tenis y frontó n en un club de playa de Lima, el Club Villa, y sin má s rodeos, le dijo «Tolita, tenemos que dar un golpe cí vico militar y darle una patada en el culo al borracho de Mora Besada». El general Tola fue ví ctima de un ataque de asma, que pudo controlar aplicá ndose un inhalador y ordenando a su asistenta personal, Eugenia Zegarra, que le frotase ungü ento de menta en el pecho. Cuando recuperó el aire, preguntó «¿ Me está s proponiendo que le dé un golpe a mi general Mora Besada? ». Parker lo miró con aprecio, despué s de todo habí an sido compañ eros muchos añ os en el Club Villa, se habí an duchado juntos, habí an coqueteado con las mismas mujeres casadas, y le dijo «Claro, Tolita, eso mismo». El general Tola carraspeó con tos nerviosa. Era un hombre calvo, regordete, con cachetes rosados, y miraba con expresió n cá ndida, alunada, como si fuera un niñ o grande embutido en un uniforme militar. «¿ Y quié n serí a el presidente si sacamos a Mora Besada? », preguntó. «Tú, pues, huevó n», respondió Parker. «Me cachen», dijo, como hablando consigo mismo, el general Tola. «No creo que tu idea sea viable», contestó, con gesto de pavor. «El general Mora Besada es muy popular en este momento, tiene mucho mando en la tropa, no podemos sacarlo», explicó, mientras su asistenta seguí a frotá ndole el ungü ento en su pecho descamisado, velludo, flá cido. «Ademá s, un golpe cuesta mucha plata, hay que aceitar a muchos compañ eros de armas», dijo el general Tola. Parker se puso de pie, envalentonado: «¿ Cuá nto necesitas, Tolita? ». El general miró a su asistenta, Eugenia Zegarra, como dicié ndole guá rdame el secreto, algo te va a tocar a ti tambié n, y se animó: «Por lo menos, un milló n para comenzar». Parker prometió: «Mañ ana mismo tienes el milló n en tu despacho». Cumplió. Pero el general Artemio Tola no hizo lo mismo con su parte del acuerdo: se quedó con el dinero y le contó todo al general Mora Besada, quien, indignado, ordenó que sus esbirros capturasen a Parker, le diesen una golpiza, lo tuviesen un mes dá ndole golpes en una mazmorra de la Comandancia del Ejé rcito y lo deportasen, pero no a Argentina, sino a Bolivia. El general Tola nunca contó que habí a recibido dinero de Parker, solo le dio mil dó lares a Eugenia Zegarra, su asistenta, y le dijo «Feliz Navidad, hijita». Sorprendida, la asistenta le dijo «Pero todaví a no es Navidad, mi general». Tola respondió con mirada serena: «Para mí, todos los dí as son Navidad».

Todaví a sedado por las pastillas que habí a tomado para dormir, Juan Balaguer salió del hotel Alvear y caminó hacia los café s situados frente al cementerio de la Recoleta para tomar un jugo de naranja. Se habí a pasado la noche leyendo las notas tremebundas aparecidas en la prensa peruana sobre su video sexual, los comentarios de los analistas polí ticos, las groserí as escritas anó nimamente por miles de lectores que parecí an celebrar su caí da y que, en su enorme mayorí a, revelaban fobia o desprecio al sexo entre hombres, las declaraciones de sus colegas, por ejemplo las de Malena Delgado o Raú l Haza, que decí an lamentar el incidente y que deseaban suerte a Balaguer en su nueva vida en el extranjero, pero que, con seguridad, pensaba é l, no lamentaban nada, estaban felices de verlo hundido en el fango del descré dito, la vergü enza y el repudio, festejaban haber sacado de carrera a un competidor. No habí a podido dormir má s de tres horas, por eso caminaba lentamente, fatigado, aturdido por la luminosidad del sol. De pronto sintió que alguien le tocaba el hombro, le hablaba con una voz familiar:

—Habla, Juanito.

Era Mamanchura, sonriente, como si nada hubiera pasado, quizá ignorando el escá ndalo en Lima, quizá disfrutá ndolo, despué s de todo ahora era famoso y é l siempre habí a querido ser famoso, salir en la primera pá gina de los perió dicos.

—¿ Qué haces acá? —se sorprendió Balaguer, que siguió caminando como si no lo conociera—. Te dije que no querí a verte.

—No me niegues, Juanito —dijo, sonriendo, caminando con brí os, Mamanchura, que vestí a todo de negro, muy apretado, y se habí a puesto un sombrero blanco y zapatos tambié n blancos, y por eso llamaba la atenció n entre los transeú ntes en Recoleta, por eso y porque el pantaló n era tan ajustado que poní a é nfasis en el bulto de su entrepierna, que Mamanchura se sobaba cada tanto, orgulloso, como si tuviera que cuidarlo porque de eso viví a.

—¿ Ya viste la prensa peruana? —preguntó Balaguer, y le echó una mirada de soslayo y pensó ¿ De qué se rí e tanto? No se da cuenta de nada, es un subnormal, no sabe que si volvemos a Lima nos meten presos porque la prostitució n es un delito, ejercerla o contratarla.

—¡ Sí! ¡ Estamos en todas las primeras planas, qué tal é xito! —se alegró Mamanchura.

Balaguer se detuvo y lo miró con desdé n:

—¿ Y eso te parece bueno? —preguntó.

—¡ Buení simo! —respondió Mamanchura—. Por fin ya todos saben que somos pareja, ya salimos del closet, ya no tenemos que esconder nuestro amor —agregó, y pasó un brazo fornido por el cuello de Balaguer, que hizo un gesto incó modo y se retiró, ofuscado.

—No hagas escenas cursis —le reprochó —. Y no hables tonterí as: yo no te amo.

Mamanchura lo miró, afligido, y no dijo nada, se quedó allí parado, tocá ndose la entrepierna, moviendo los zapatos blancos de charol como si fuese a bailar, ponié ndose de puntillas.

—No te amo, nunca te he amado —afirmó secamente Balaguer.

—No niegues nuestro amor, Juanito —insistió Mamanchura, en tono cá lido—. Está s asustado porque te han sacado del cló set, yo te entiendo, pero no seas mariquita, ahora ya podemos estar juntos y ser felices, y que se jodan los demá s.

Balaguer se irritó, y no hizo nada por disimularlo:

—Yo no quiero estar contigo. No quiero verte má s.

—Dame un beso, papito —le dijo Mamanchura, sonriendo.

—No hables tonterí as, estamos en la calle —se fastidió má s Balaguer.

Avanzaron un poco má s allá y llegaron a un parque. A Balaguer le pareció advertir que habí a un fotó grafo que los seguí a:

—Ten cuidado, parece que hay un tipo siguié ndonos.

Mamanchura cogió a Balaguer de la cintura y lo besó en los labios, largamente. Balaguer cerró los ojos, se dejó besar, cuando los abrió pudo ver que el fotó grafo, a cierta distancia, capturaba las imá genes del beso callejero.

—Nos han fotografiado besá ndonos, huevó n —le dijo a Mamanchura, apartá ndose de é l.

—Por eso te besé —respondió Mamanchura, sonriente.

—¿ Te han pagado por estas fotos? —preguntó Balaguer.

—Un sencillo nomá s —dijo Mamanchura, y escupió sobre la acera, y volvió a sonreí r, como si nada fuese tan importante—. De algo hay que vivir, Juanito.

El fotó grafo seguí a disparando su cá mara, Balaguer supo que no le convení a enojarse y salir retratado dando de gritos a Mamanchura en el barrio de Recoleta, un dí a tan apacible como aquel, que era preferible simular aplomo, fingir que todo estaba bien, ya las fotos del beso estaban tomadas, era ya muy tarde, y ademá s esas fotos serí an poca cosa, un cuento infantil, comparadas con la crudeza del video sexual que todos habí an visto en el Perú.

—Prefiero no verte má s —dijo, forzando una sonrisa que sintió vací a, impostada.

Mamanchura no pareció sorprendido.

—Como quieras, Juanito —respondió, y luego añ adió —: Si cambias de opinió n, me escribes un mail. Por la noche me voy a Lima, pero regreso en una semana.

—¿ Para qué vas a Lima? —se alarmó Balaguer—. No conviene: vas a echar gasolina al fuego.

—Voy a salir mañ ana en el programa de Amarilis —anunció con tono risueñ o Mamanchura, y se sacó el sombrero blanco porque estaba sudando.

—¿ Con Amarilis? ¿ Está s loco? ¡ Te va a ver todo el Perú!

—Por eso mismo, Juanito, quiero ser famoso, esta es mi oportunidad. Ya despué s aprovecho y lanzo mi disco de baladas.

—¿ Te va a pagar Amarilis?

—Claro, pues, Juanito, seré negro pero no imbé cil. Me paga el pasaje, el alojamiento, me entrega cien dó lares diarios por viá ticos y me da un bolo.

—¿ Un bolo? ¿ De cuá nto?

—Cinco mil dó lares. ¿ Qué tal, Juanito?

—Bien, supongo. Yo no lo harí a, pero es tu vida, haz lo que te dé la gana —Balaguer se quedó callado un rato, luego preguntó, mientras el fotó grafo seguí a disparando su cá mara—: ¿ Y qué vas a decir?

Mamanchura se acomodó el pantaló n, metió las manos en los bolsillos y contestó:

—Que soy tu marido, Juanito. Que te amo aunque ahora me niegues.

Balaguer decidió volver al hotel. Antes de irse, abrazó a Mamanchura, ya no le importaba que las fotos salieran en la prensa de Lima, y dijo:

—Buena suerte. Te aconsejo que te quedes en Lima. La vida en el exilio es muy jodida. Allá vas a ser famoso y te irá bien como cantante o como lo que sea, ya verá s. Pero acá mejor no vuelvas, y si vuelves, no vengas a joderme, por favor. Yo no te quiero ver, no quiero ver a nadie, quiero olvidar todo lo que tenga que ver con el Perú.

Balaguer se alejó a paso rá pido.

—Vas a extrañ ar a tu moreno —oyó que le decí a con voz juguetona Mamanchura—. Hazte el difí cil ahora, ya verá s que en una semana me vas a llamar.

Mamanchura se acercó entonces al fotó grafo y se pusieron a conversar, animados.

Desesperado por los quebrantos de salud de su hija, Lucas Osorio llamó por telé fono a Enrico Botto Ugarteche y le pidió ayuda. «Mi hija no quiere comer», le dijo, abatido. «¿ Có mo puedo servirle, mi querido amigo? », preguntó Botto. «No le pido dinero, solo le suplico que le devuelva a mi hija las ganas de vivir», contestó Osorio, que habí a hecho la llamada sin consultarle a su esposa Lucrecia y no pensaba contarle nada, ya sabí a que ella se molestarí a y le reprocharí a que hubiese tenido ese momento de debilidad con Botto, a quien ella no querí a. Al dí a siguiente, La Prensa publicó una noticia en sus pá ginas de provincias dando cuenta de que Lourdes Osorio habí a sido nombrada corresponsal de ese perió dico en Piura y Tumbes, «teniendo en cuenta sus altas cualidades intelectuales y morales y la buena reputació n de la que goza en esas tierras cá lidas», decí a la noticia, que habí a sido escrita por el propio Botto y que aparecí a acompañ ada de una fotografí a de Lourdes Osorio. Emocionado, Lucas Osorio llamó a Botto y le agradeció el gesto generoso. «El problema es que no creo que mi hija sepa escribir noticias», se disculpó. «Eso no importa, mi estimado», lo tranquilizó Botto. «No tiene que escribir nada. Nadie se va a dar cuenta. En Piura no hay noticias, no pasa nada importante, es un cargo meramente simbó lico el que le he asignado a su hija con el mayor de los gustos», dijo. «¿ Pero le van a pagar? », se inquietó Lucas. «Por supuesto, todos los meses, puntualmente, yo mismo le voy a depositar el cheque en la cuenta que usted tenga a bien darme», respondió Botto. «No sé có mo agradecerle, señ or congresista, es usted una reserva moral de la patria», dijo Lucas Osorio. «Ya iré pronto por allá y compartiremos una francachela, un auté ntico sarao, una cuchipanda del carajo», le dijo Botto. Terminada la conversació n, Lucas Osorio corrió al diccionario para ver qué significaban francachela, sarao y cuchipanda.

Dos semanas despué s, cuando ya Lourdes Osorio habí a salido del hospital y comí a solo gelatina, caldo de pollo y galletas de soda en casa de sus padres, Botto se presentó en la austera casa de los Osorio, en la calle Pró ceres, del barrio Los Algarrobos, no muy lejos del Club de Tiro. Tras saludar a Lucas y a Lucrecia con sentidos abrazos y palabras de afecto, pasó al dormitorio de Lourdes y, al verla tan flaca y demacrada, se puso de rodillas al pie de su cama, le besó la mano, rompió en un llanto incontenible y comenzó a recitarle poemas en francé s. Ya recuperado del ataque de tristeza, le prometió que irí a a visitarla todos los meses, que nunca la abandonarí a, que la adoptarí a como su protegida o como su hermana menor. Cumplió. Cada dos semanas, Botto hací a que el diario La Prensa lo mandase a Piura para dar un ciclo de conferencias en la universidad administrada por el Opus Dei, titulado «El Estado tiene la culpa de nuestra pobreza, es un cá ncer que debemos extirpar», con charlas en las que defendí a con vigor, ante quince o veinte personas que bostezaban a menudo y no entendí an gran cosa, la idea segú n la cual los paí ses eran má s pró speros y civilizados cuanto má s pequeñ os e irrelevantes eran sus Estados. Botto alegaba con pasió n que era la hora de la desobediencia civil, de no pagar impuestos, de no financiar al Estado «elefantiá sico, paquidé rmico, hipertrofiado». Pero é l cobraba un sueldo del Estado como parlamentario, cargo que ostentaba desde hací a varias dé cadas, y se rehusaba a dejar de cobrarlo como un gesto de la desobediencia civil que pregonaba en Piura con tanta vehemencia, pues, sostení a, «La plata nunca huele mal, venga de donde venga siempre tiene un aroma que me resulta grato». Con dinero del perió dico —que arrojaba pé rdidas añ o tras añ o y cuyo dueñ o viví a en Houston, en los Estados Unidos, dedicado a sus negocios petroleros, que le permití an subsidiar las pé rdidas de La Prensa de Lima—, Botto alquiló un departamento con vista al campo de polo, donde solí a pasar tres o cuatro dí as cada vez que visitaba Piura.

Gracias a las constantes atenciones que Botto le dispensaba y a los pagos mensuales que recibí a de La Prensa por ejercer la corresponsalí a fantasma, Lourdes Osorio volvió a sentirse animada, contenta, con buena salud, y ya nadie tení a que pedirle que comiese, pues parecí a tener un apetito insaciable y no hací a sino comer todo el dí a, un vicio que se acentuaba cuando estaba con Botto, quien tambié n era famoso por su buen diente. Lourdes Osorio engordó, subió veinte kilos en pocos meses, tanto que algunas de sus amigas pensaron que estaba embarazada y llegaron a felicitarla. Pero no podí a estar embarazada, era virgen, estaba orgullosa de seguir siendo virgen, y le sorprendí a gratamente que Botto no mostrase ningú n interé s por llevarla a los territorios del sexo, que ella veí a con espanto. Cuando Botto estaba en Piura, Lourdes lo acompañ aba siempre, lo llevaba a sus clases, a comer, a dictar cursos de poesí a en la Alianza Francesa, a dar largos paseos por el cementerio de San Clemente («Es en la paz de un camposanto donde puedo reanudar mi diá logo fecundo con el Altí simo», decí a Botto, y luego rezaba en latí n, mientras leí a las inscripciones de las lá pidas y caminaba con paso errabundo), incluso se quedaba a dormir en el departamento frente al campo de polo. Dormí an en habitaciones separadas y Botto era muy respetuoso, no se permití a sucumbir a la tentació n de hacerle requerimientos amatorios o sexuales, decí a que era un caballero, que no podí a imponerse a una dama: «A priori, soy un donjuá n, in pectore soy un romá ntico perdido, a posteriori soy un hombre roto por la soledad, la duda y el misterio de la poesí a», afirmaba, cenando con Lourdes. Pero una noche ambos se embriagaron, tomaron ocho jarras de sangrí a, y llegaron tambaleantes al departamento, y entonces Botto se hincó de rodillas y le declaró su amor con palabras inflamadas. Lourdes estaba tan alcoholizada que le dio un ataque de risa. Botto pensó que ella se reí a de é l y se fue a su habitació n dando un portazo, rumiando su despecho. Lourdes se compadeció y le llevó una sopa de pollo. Animado por la sopa caliente y la mirada cá lida de Lourdes, Botto encontró valor para decirle «No creas que te pido esto porque estoy borracho, te lo pido porque te amo desesperadamente, te ruego que me permitas besar tu punto G, en testimonio de mi amor por ti y de la infinita devoció n que siento por tu cuerpo de doncella atacada por pertinaz melancolí a». Lourdes lo miró desconcertada y dijo «No entiendo, Enrico, está s hablando en chino». Botto perdió los modales y dijo «Lo que quiero es hacerte una sopa». Confundida porque é l no sabí a cocinar, Lourdes replicó «No tengo hambre, señ or Botto, no me provoca una sopa». Pero é l la sujetó de la cintura, le dijo al oí do «Vas a conocer lo que es el é xtasis, mamita», la tendió suavemente sobre la cama y encontró la manera, sorteando la resistencia que ella oponí a, de llevar su boca inquieta a la entrepierna de Lourdes Osorio, quien cerró los ojos y se abandonó a unos placeres que nunca habí a experimentado ni olvidarí a. Antes de estallar en un orgasmo, Lourdes alcanzó a decir «Perdó name, Señ or, soy una pecadora». Retirá ndose un momento de la vagina que lamí a con delicadeza, Botto le dijo «No me pidas perdó n, hijita, que acá estoy de lo má s bien, conmigo puedes pecar todo lo que quieras». Luego le propuso penetrarla por la ví a anal, pero ella se sintió ofendida y se opuso enfá ticamente: «Tampoco soy una puta, Enrico». Pero ya é l se habí a quedado dormido, tendido sobre la cama, la camisa abierta, el pantaló n desabrochado. Lourdes Osorio fue a la cocina, preparó un té y tostadas con queso cremoso y pensó, sonriendo, Tal vez me estoy enamorando, nunca pensé que podrí a enamorarme de un hombre tan feo como Enrico Botto.

Gustavo Parker miró la prensa del dí a y confirmó lo que ya habí a anunciado el noticiero matinal de su canal: luego de hacerse la prueba de ADN en el Laboratorio Caneló n, Alcides Tudela habí a subido ocho puntos en las encuestas de intenció n de voto para las elecciones presidenciales, y ahora llevaba una ventaja de quince puntos sobre Lola Figari, quien registraba veintidó s por ciento de preferencias contra treinta y siete por ciento de Tudela, el favorito para ganar las elecciones. Las encuestas de Ipso-Facto revelaban tambié n que el setenta y cuatro por ciento de los peruanos aprobaba la conducta de Tudela en el caso Soraya y que el veintiuno por ciento la desaprobaba; el resto decí a no saber qué era el caso Soraya. Ademá s, preguntados los encuestados si creí an que Soraya era hija de Tudela, cincuenta y ocho por ciento respondí a que no era su hija, que la niñ a estaba siendo usada con fines polí ticos por los enemigos de Tudela; treinta y dos por ciento respondí a que sí era su hija y que la prueba de ADN no era confiable y que seguramente habí a sido manipulada para favorecer a Tudela; y diez por ciento respondí a que no sabí a qué era el caso Soraya. A la pregunta «¿ Debe Alcides Tudela hacerse otra prueba de ADN para corroborar los resultados de la primera prueba o basta con la prueba ya realizada? », sesenta y tres por ciento decí a que estaba a favor de otra prueba, pero despué s de las elecciones; veintitré s por ciento se manifestaba a favor de otra prueba en un laboratorio distinto; y catorce por ciento respondí a que no sabí a, no opinaba. La encuesta era muy favorable a Tudela, ganaba en todas las preguntas y ampliaba considerablemente su ventaja sobre Lola Figari, quien, preguntada sobre el escá ndalo Soraya, se habí a limitado a decir «No voy a opinar sobre la vida privada de mi contrincante, no voy a recurrir a golpes bajos», una delicadeza que ciertos analistas polí ticos habí an atribuido al hecho de que la señ ora Figari tení a fama de lesbiana, no tení a hijos, novio ni esposo ni amante conocido, ni pareja formal o informal, y por eso tambié n decí an que Figari, a pesar de ser mujer, no querí a defender a Soraya ni a su madre temiendo que investigasen su vida privada o sentimental. «Lola se queda callada porque tiene rabo de paja», habí a escrito el comentarista polí tico Mario Borlini, quien habí a añ adido «y aun siendo de paja, es un buen rabo el que se maneja la señ ora». La encuesta tambié n hací a preguntas sobre el escá ndalo de Juan Balaguer y su video sexual. La gran mayorí a repudiaba la conducta de Balaguer y aplaudí a su renuncia a la televisió n, o su despido de ella: ochenta y ocho por ciento decí a que habí a visto el video y que habí a sentido asco o repugnancia por las cosas que hací a Balaguer; ochenta y cuatro por ciento decí a que era positivo para el futuro de la juventud y la niñ ez peruanas que Balaguer hubiese sido separado de la televisió n; setenta y ocho por ciento pedí a pena de cá rcel para Balaguer por financiar y estimular la prostitució n; setenta y cuatro por ciento pedí a el cierre del hotel Los Delfines por ser un antro de corrupció n y mal vivir y la fachada de un meretricio de lujo; setenta y dos por ciento decí a que Mamanchura era inocente y no debí a ser perseguido legalmente, que solo Balaguer debí a ser arrestado y encarcelado por corromper a su amigo; y el sesenta y ocho por ciento decí a que Balaguer habí a agitado con virulencia el caso Soraya en su programa solo para tender una cortina de humo sobre el escá ndalo de su video sexual y distraer la atenció n de la opinió n pú blica, es decir que el sesenta y ocho por ciento pensaba que Balaguer se habí a inventado tendenciosamente que Soraya era hija de Tudela y habí a utilizado sin escrú pulos a la adolescente en su programa de televisió n sabiendo que era inminente la difusió n de su video con Mamanchura y con la intenció n subalterna y tramposa de que los peruanos dejaran de prestar atenció n a dicho video y se vieran envueltos en una discusió n sobre la conducta de Tudela respecto de la niñ a Soraya. Por ú ltimo, el sesenta y seis por ciento pedí a que la Interpol dictase orden de captura sobre Balaguer «por hacer dañ o a la niñ ez peruana con su conducta inmoral» y que se gestionase de inmediato su extradició n a suelo peruano para ser juzgado por los tribunales competentes. Parker cerró los perió dicos y pensó Es una victoria en toda lí nea de Tudela: la gente le ha creí do, estoy jodido. Luego llamó por telé fono a Tudela. Cuando escuchó su voz ronca, pedregosa, le dijo amigablemente:



  

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