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Jaime Bayly 19 страница



—Eso no es verdad —respondió con serenidad Mamanchura, y miró a la cá mara y sonrió —. En el video en ningú n momento se ve que me den dinero, solo se ve que estamos haciendo el amor Juanito y yo.

—¿ Haciendo el amor? —se burló histrió nicamente Amarilis—. ¡ No te pases! Lo que hemos visto en el video de Los Delfines no es amor, ¡ es sexo!

Mamanchura se molestó, o fingió molestarse, y respondió muy serio:

—Eso no te lo permito, Amarilis. Yo al señ or Juanito Balaguer lo amo, siempre lo he amado.

—Ya, ya —dijo la anfitriona, mirando a su productor—. Pero é l te paga para que le hagas el amor, pues, hijito. ¿ O tú crees que acá nos chupamos el dedo?

—No me paga, nunca me ha pagado —afirmó Mamanchura, que antes de ir a la televisió n habí a tomado muy en cuenta el consejo de su madre: «Te diga lo que te diga esa bruja de Amarilis, tú sonrí e nomá s, siempre sonrí e, no dejes de sonreí r, que en televisió n es muy feo salir molesto o picó n, el que se pica pierde»—. A veces me da una platita para mi movilidad o para mis viá ticos o para comprarme ropa, pero nada má s, yo no le cobro tarifa a Juanito, yo lo quiero, lo amo, no me importa su plata.

—¿ O sea que eres el marido oficial de Juan Balaguer? —preguntó Amarilis.

—No soy su marido porque no nos hemos casado todaví a —aclaró Mamanchura—. Pero soy su pareja.

—Ya, ya —comentó Amarilis, y lo miró escé ptica, desconfiada, con una mueca desdeñ osa—. ¿ Y desde hace cuá nto tiempo está n juntos?

—A fin de mes cumplimos tres añ os —precisó Mamanchura.

En la pantalla apareció una nueva leyenda: «¡ Qué asco! ».

—¿ O sea que no está s avergonzado por lo que hemos visto en el video? —insistió Amarilis.

—No, en lo má s mí nimo —dijo Mamanchura—. Estoy sumamente orgulloso. No se reniega nunca del amor.

—Pero le has destruido la carrera a Balaguer —instigó Amarilis—. Ha sido despedido, se ha tenido que ir al extranjero, todo por culpa de ese video asqueroso, ¿ no te das cuenta, papito? Bien bruto eres, ah. ¿ No te das cuenta de que acá en el Perú se te van a cerrar todas las puertas?

—No es como usted afirma, señ ora Amarilis —se puso serio Mamanchura—. Anuncio a todo el Perú y a otros paí ses que puedan estar vié ndonos que ya estoy en la fase de preproducció n de mi primer disco de baladas, titulado Có metela.

—¿ O sea que ahora eres cantante? —se rio exageradamente Amarilis.

—Cantante y bailarí n —precisó Mamanchura—. Tambié n soy actor.

—Ya, ya —comentó la anfitriona, mientras su invitado miraba embrujado a los peces multicolores—. Y dime una cosa, papito, ¿ tú siempre eres activo con tu pareja Balaguer?

Mamanchura se rio, como si la pregunta fuese tonta:

—Claro, yo soy el macho, é l es el pasivo, totalmente pasivo.

Luego miró hacia la cá mara y sonrió de un modo que desconcertó a los té cnicos y a los productores.

—¿ Quieres decirle algo a tu amiguito Balaguer, que a lo mejor está vié ndonos desde el extranjero? —preguntó en tono risueñ o Amarilis.

Mamanchura no perdió la sonrisa y respondió:

—Que lo amo. Que lo extrañ o. Y que me gustarí a grabar una canció n a dú o con é l.

Asociado con unos amigos que viví an en Nueva York, Gustavo Parker fundó en Buenos Aires un banco privado, el Banco Panamericano, y ofreció pagar unos intereses por depó sitos a plazo fijo de diez por ciento al añ o, siempre que los depó sitos excediesen el milló n de dó lares o su equivalente en la moneda local, y que no fuesen retirados ni tocados en el transcurso de un añ o. Como los bancos argentinos pagaban intereses mucho má s bajos por sus certificados de depó sitos, y como Parker contrató a un grupo de gerentes norteamericanos que llevó a Buenos Aires desde Nueva York para dar una imagen de solvencia al Banco Panamericano, en pocos meses ya habí a captado millones de dó lares en depó sitos, pagaba puntualmente los intereses con unas cartas muy minuciosas en las que rendí a cuentas a sus clientes y ofrecí a comisiones muy generosas (de hasta veinte por ciento) a los que le trajeran dinero fresco a su banco. Parker introdujo con é xito esta modalidad en el sistema financiero argentino: pagaba comisiones a los operadores que conseguí an nuevas cuentas, pero tambié n a los inversionistas que le confiaban su dinero, de manera que si una persona querí a depositar un milló n de dó lares en el Banco Panamericano, por solo abrir la cuenta y congelar esos fondos, Parker le pagaba doscientos mil dó lares de comisió n, sin descontarlos del capital ingresado. Esto pasó de boca a oí do entre los acaudalados, rentistas, banqueros y consejeros de negocios de Argentina, que, impresionados por la audacia de Parker para mover dinero y generar dividendos, fueron venciendo sus resistencias y confiando su dinero al Banco Panamericano. Al cabo de un añ o, pagando intereses y comisiones sin falta, dando conferencias, explicando que podí a pagar tan elevados dividendos porque invertí a los fondos del banco en pingü es negocios petroleros con su amigo, el presidente de Venezuela, y en exportaciones bananeras en asociació n con sus í ntimos amigos los Noboa, de Guayaquil, Gustavo Parker llegó a tener má s de cien millones de dó lares en su banco, de los cuales usó aproximadamente cuarenta para pagar comisiones e intereses y los sueldos a sus gerentes y trabajadores. Compró una torre en la avenida Alem, con vista al rí o, colocó un gran letrero luminoso en la azotea con el logotipo del Banco Panamericano, adquirió un helicó ptero y una mansió n cerca de Punta del Este, entre las chacras de José Ignacio, y sintió que habí a vuelto a llegar a la cumbre, que se habí a recuperado de los fracasos peruanos. Ahora tení a má s dinero que nunca, mucho má s del que habí a amasado en Lima con la televisió n, y sabí a que el dinero seguirí a llegando a raudales siempre que cumpliese con las dos normas de oro del Banco Panamericano: premiar con comisiones irresistibles a quienes le confiaban sus ahorros y pagarles el interé s prometido, mes a mes, muy por encima de lo que cualquier entidad financiera argentina podí a pagar. Añ o y medio despué s, llegó a tener ciento cincuenta millones de dó lares en activos lí quidos, dinero que, mes a mes, tras pagar los costos operativos del banco, transferí a discretamente a unas cuentas en Nassau, Tó rtola y Gran Caimá n, a nombre de una corporació n fantasma inscrita en Luxemburgo, de la que Parker era ú nico propietario.

Aprovechando una severa devaluació n de la moneda argentina y una crisis del sistema bancario, Parker logró recaudar cien millones má s, pues los inversionistas no querí an ahorrar en pesos sino en dó lares y la reputació n del Banco Panamericano se habí a cimentado y Parker aparecí a en las televisoras, en los perió dicos, comentando la crisis financiera, dando consejos a los ministros de Economí a, haciendo alarde de su fama de gurú del dinero. Era conocido como el Mago o el Rey Midas, se dejaba ver en los partidos de polo y las carreras hí picas de los domingos, compró acciones en Boca Juniors, se hizo amigo de los grandes magnates argentinos, no habí a quien hablase mal de é l, era considerado un genio de los negocios, un prodigioso hacedor de dinero. Cuando sus cuentas en los paraí sos fiscales del Caribe alcanzaron los doscientos millones de dó lares y el gobierno argentino, una dictadura militar, endureció la represió n y arreciaron los secuestros contra algunos prominentes empresarios, Parker contrató a un grupo de facinerosos, se hizo secuestrar, su foto amarrado y amordazado apareció en perió dicos y canales de televisió n, los captores reclamaron cien millones de dó lares y, como los hijos de Parker, siguiendo las estrictas instrucciones de su padre, se negaron a pagar la recompensa, los secuestradores hicieron llegar a la prensa un comunicado en el que afirmaban haber ejecutado a Parker y mostraban un cuerpo encapuchado. El cuerpo no era de Parker, é l ya habí a escapado de Argentina en un vuelo privado hacia Nassau.

La prensa creyó que Parker habí a muerto. Los ahorristas del Banco Panamericano exigieron la devolució n de sus millonarios depó sitos, pero los hijos de Parker y los gerentes huyeron en estampida y el gobierno, presionado por sus amigos poderosos, que reclamaban el dinero birlado, tuvo que emitir papel moneda para pagar en pesos los depó sitos del Banco Panamericano, unos fondos que, mes a mes, sigilosamente, Parker habí a escondido en el Caribe.

Gustavo Parker nunca má s regresó a Argentina, aunque desde entonces solí a decir que era argentino de corazó n.

Buenas noches, amables televidentes, soy Guido Salinas, he sido nombrado por el señ or Gustavo Parker como nuevo conductor de este, su programa amigo, Panorama. (Salinas es calvo, mofletudo, de mediada edad, los dientes amarillentos de tanto fumar, con lentes gruesos detrá s de los cuales se agazapan sus ojos asustadizos, las manos gordas, todo é l embutido en un traje oscuro, algo gastado. Ya no está Julia, la productora, que ha renunciado en solidaridad con Balaguer; sí continú a la señ orita instigadora de los aplausos del pú blico; y, sentadas como de costumbre sobre unas sillas plegables de plá stico, unas treinta personas escuchan en silencio y aplauden cuando se les ordena que lo hagan. ) Hoy me acompañ an el candidato presidencial Alcides Tudela y su señ ora esposa, la respetada dama Elsa Kohl. Un aplauso para ellos, por favor. (Salinas aplaude a Tudela y a Kohl, quienes sonrí en y saludan al pú blico, que los aplaude de modo renuente, sin entusiasmo. ) Gracias, señ or Tudela, por venir a Panorama. Gracias a usted, señ or Salinas, y felicitaciones por este nuevo é xito en su ascendente carrera como periodista de gran credibilidad. Señ or Tudela, el pueblo se pregunta, y yo tengo que recoger las preguntas del pueblo, esa es mi misió n como periodista imparcial, ¿ qué siente usted por la señ orita Soraya, ahora que ha quedado demostrado que no es su hija? Bueno, señ or Salinas, lo que siento por esa niñ a es un tremendo cariñ o, un deseo de protegerla, de darle mi asistencia moral, y econó mica si fuera necesario, siento que, a pesar de que no es mi hija, es mi obligació n como peruano y como hombre de bien decirle «Buenas noches, Soraya, aquí me tienes, este pecho es tu pecho, estas manos son tus manos, todo lo mí o es tuyo». (Aplausos entusiastas del pú blico, aplausos de Guido Salinas, la señ ora Kohl toma de la mano a su esposo y le sonrí e, como aprobando lo que ha dicho. ) Señ ora Elsa Kohl, ¿ qué piensa usted del caso Soraya, ahora que ya es de pú blico conocimiento que la niñ a no es hija del señ or Alcides Tudela? Mire, señ or Salinas, yo pienso que es muy lamentable que la mamá de esta niñ a se haya dejado sobornar y manipular groseramente por nuestros enemigos polí ticos; es muy lamentable que esa señ ora haya usado a su hija para tratar de boicotear la candidatura de Alcides; el dañ o que le han hecho a esa niñ a es irreparable, y no hay derecho, es una bajeza. Y yo acuso, señ or Salinas, no solo a la madre de esa niñ a, por degenerada y por coimera y por vender a su hija para fines polí ticos, yo acuso, con todas sus letras y mirando a la cá mara, porque yo, Elsa Kohl, hablo siempre con la verdad en la mano, yo acuso a la candidata Lola Figari de haberle pagado a la mamá de Soraya para engañ ar a la opinió n pú blica y sembrarle una hija falsa a mi esposo. ¡ Rectifí quese, señ ora Figari, pida disculpas al paí s por lo que ha hecho! Señ ora Elsa Kohl, ¿ pero qué siente usted por la niñ a Soraya? Nada, no siento nada, ¿ qué quiere que sienta si no la conozco y no es la hija de Alcides? Bueno, señ or Salinas, yo le repito, como candidato presidencial, que siento mucho cariñ o y respeto por la niñ a, y que estoy dispuesto a pagarle su colegio y su ropita, porque yo quiero a todos los niñ os y niñ as del Perú, a todos, y el futuro de ellos es mi futuro. (Aplausos del pú blico, sonrisa mezquina de Elsa Kohl. ) Señ ora Kohl, ¿ está de acuerdo con que su marido le pague el colegio a la niñ a Soraya? No, de ninguna manera, señ or Guido Salinas, que le pague el colegio la coimera de su mamá, que le pague el colegio Lola Figari, nosotros no tenemos por qué pagarle el colegio ni nada, despué s de la bajeza que esa familia ha cometido contra nosotros, solo por dinero, inventá ndose todo. Pero, señ ora Elsa Kohl, esa niñ a necesita un padre, está desesperada por encontrar a su padre. Mire, señ or Salinas, esa niñ a no es la ú nica cholita sin padre, hay miles de niñ as y niñ os en este paí s que no tienen padre, y no por eso yo les voy a pagar el colegio, usted comprenderá. Y permí tame agregar algo: este caso no queda aquí, vamos a llegar a las ú ltimas consecuencias, vamos a investigar a la mamá de esa niñ a hasta encontrar las pruebas de que ha recibido dinero de Lola Figari, y allí la quiero ver, cuando le clavemos un juicio. (Miradas de temor y desconcierto entre las personas del pú blico, que no ven con simpatí a a la señ ora Kohl, famosa por su cará cter irascible, sus exabruptos, sus desplantes y sus amenazas vitrió licas. ) Cambiando de tema, señ or Tudela, ¿ qué opinió n le merece el video sexual del periodista Balaguer con su amante de color moreno? Bueno, señ or Salinas, ¿ qué puedo decirle? Estoy realmente asqueado, espantado por esas imá genes grotescas, crudas, que demuestran que el señ or Balaguer no tiene ninguna autoridad moral para venir a predicar nada ni a exigirme nada; el video ha demostrado que ese señ or es un degenerado, un pervertido, un pé simo ejemplo para los niñ os y niñ as de este paí s, haciendo apologí a de unas prá cticas sexuales que ofenden nuestra sensibilidad y confunden a la juventud. Deploro ese video y pido que la justicia tome cartas en el asunto y castigue con severidad a estos dos señ ores por dedicarse a la prostitució n, que es una prá ctica ilegal, penalizada por la ley. ¿ En su opinió n, el señ or Balaguer debe ir a la cá rcel, señ or Tudela? Sin ninguna duda, sin la menor duda, el señ or Balaguer cae en la figura legal del proxenetismo, que se castiga con pena de cá rcel. ¿ Y el señ or Mamanchura? Bueno, no me parece, aquí el gran corruptor es el señ or periodista que usted ha mencionado y cuyo nombre no quiero volver a pronunciar para no ensuciarme la boca; el otro caballero, el moreno ese, me parece una ví ctima de las circunstancias. ¿ Qué piensa usted, señ ora Elsa Kohl? (La señ ora Kohl es delgada, huesuda, el gesto crispado, el ceñ o fruncido, la nariz aguileñ a, los labios muy maquillados de color pú rpura, la tez pá lida, el acento afrancesado, un españ ol fluido pero de sonoridad tosca, que acentú a su mal cará cter. ) Pienso que ahora todo el Perú sabe qué clase de miserable es Juan Balaguer, lo ha visto haciendo sus cochinadas, sus asquerosidades, ese señ or es un inmundo, enhorabuena que ha sido despedido de este canal y de la televisió n peruana. Cuando nosotros estemos en el gobierno vamos a perseguir a este miserable y no desmayaremos hasta que se haga justicia y se castigue a ese maldito degenerado, corruptor de los niñ os y niñ as del Perú, que cree que con su dinero puede comprar la conciencia de personas honorables. Señ or Salinas, tengo que hacerle una pregunta. Dí game, señ or Tudela, pregú nteme lo que quiera. ¿ A usted le gustan los hombres como a su colega Balaguer? (Risas del pú blico, gesto abochornado del periodista. ) No, señ or Tudela, por favor; yo soy un hombre casado y con hijos. Menos mal, Guido, menos mal. (La señ ora Kohl hace un gesto de alivio y el pú blico vuelve a reí r. )

Aunque se demoró largos meses en decidirse, Lourdes Osorio terminó entregá ndose a Enrico Botto Ugarteche, quien la desfloró con delicadeza, dicié ndole al oí do poemas en francé s, jurá ndole amor eterno, prometié ndole que dejarí a a su esposa y se casarí a con ella y fundarí an una familia prolí fica, esa fue la palabra que usó Botto y que ella, azorada por las fricciones de su amante, no alcanzó a comprender. Fue el momento má s feliz en su vida, el descubrimiento de su cuerpo, de los placeres del sexo, el abandono gozoso a los requerimientos constantes de Botto, que se jactaba de compensar con la sabidurí a de su lengua los achaques o falencias de sus ó rganos viriles, que no siempre respondí an como deseaba. No por amar a Botto y conocer pudorosamente los misterios del deseo, Lourdes Osorio dejó de ser religiosa y asistir a la misa diaria, en compañ í a de su amante cuando este se encontraba de visita en Piura, cada dos o tres semanas. Ademá s del pago como corresponsal que recibí a de La Prensa, Lourdes disponí a de una cuenta bancada con diez mil dó lares que Botto abrió en el Banco de Fomento de Piura, para su uso personal. Lucas y Lucrecia Osorio veí an con moderada simpatí a el floreciente romance de su hija; si bien Botto les parecí a un hombre muy mayor para ella, y por desgracia casado y con hijos en Lima, no podí an negar que é l la amaba, la consentí a, le pagaba todo y parecí a quererla por encima de las adversidades. Ademá s, Botto publicaba todos los domingos unos poemas de amor dedicados «A mi musa L», que tanto Lourdes como sus padres leí an con emoció n, pues pensaban que estaban dirigidos a la piurana. En realidad, Botto le decí a a su esposa, Linda, que los habí a escrito pensando en ella, lo mismo que le decí a a Lourdes cuando la llamaba por telé fono todas las tardes desde su despacho del perió dico o cuando la visitaba en Piura, siempre con libros de regalo (la mayor parte de historia y escritos por é l mismo, que Lourdes usaba para convocar al sueñ o durante las noches insomnes, «Escribes tan bonito que no entiendo nada», le decí a ella, cuando paseaba con su amante por el cementerio de Piura, el lugar favorito de Botto).

El romance duró dos añ os y Lourdes se sintió una mujer amada, deseada, orgullosa de su cuerpo, y ya no tuvo ataques de vergü enza y estupor cuando le vení a la regla, y aprendió a complacer a su amante, a dejar que é l paseara su lengua como viborilla por todos los rincones de su cuerpo. Botto se jactaba de ser un amante experto: «Yo puedo hacer que una hembra se venga tres veces seguidas solo dá ndole lengua, y luego puedo hacerla venir tres veces má s dá ndole verga, y todo eso sin que yo me venga, no conozco a un macho que dure tanto con las hembras como yo, nadie tiene mi poderí o, mi aguante, soy un potro salvaje», decí a, vanagloriá ndose, mientras lamí a el clitoris de Lourdes Osorio. Nunca ella conoció unos placeres tan desaforados, tanto que se sentí a desfallecer, colapsar, sentí a que su corazó n se paralizaba cuando é l la amaba de ese modo tranquilo, paciente, minucioso.

Una tarde, despué s de pasear por el cementerio, Botto insistió en tomar unos bañ os turcos en el sauna Como Nuevo, solo para varones, y luego, al llegar al departamento que compartí a con Lourdes, se desnudó, puso un disco de Frank Sinatra, cantó algunas canciones en inglé s («My Way», «Fly Me to the Moon», «New York»), mientras ella lo contemplaba arrobada, y a continuació n se tendió sobre el cuerpo desnudo de su amante, besá ndola sin tregua. En medio de la refriega del sexo, Botto exclamó «¡ Me muero, me muero! ». Lourdes Osorio le dijo «Yo tambié n me muero por ti, papito, sigue, sigue». De pronto tenso, congestionado, con una mueca de dolor, Botto alcanzó a decir «Me muero de verdad». Luego dejó de respirar, ví ctima de un ataque al corazó n, su cuerpo fofo, todaví a cá lido, aplastando a Lourdes Osorio, que lloraba sin saber qué hacer y le pedí a un milagro a la Virgen de las Mercedes de Paita.

—Señ or Parker, acá hay una niñ a que quiere verlo, dice que es urgente.

La voz de la secretaria de Gustavo Parker sonaba preocupada, culposa, sabí a que a su jefe no le gustaba recibir visitas imprevistas, que no estuviesen marcadas en la agenda.

—¿ Una niñ a? —respondió cí nicamente Parker—. ¿ Qué cree, que esto es un day care?

La voz de Parker se escuchó altanera por el intercomunicador. La secretaria comprendió que la niñ a no podí a pasar, por eso dijo:

—No puede recibirte, hijita, el señ or Parker está ocupado. ¿ Cuá l es el asunto que querí as tocar con é l?

—Ya le dije —se impacientó Soraya, y le lanzó una mirada impiadosa, y se arregló los aretes, dos pescados de plata—. Vengo a hablar de mi papá. Mi papá es el señ or Alcides Tudela. Tengo informació n que al señ or Parker le va a interesar.

—No se puede, hijita. Por favor, no insistas —contestó la secretaria.

—¿ Có mo se llama la niñ a? —preguntó Parker por el intercomunicador—. ¿ Qué quiere? ¿ Es otra bala perdida que dice que es mi hija?

Soraya torció el gesto, disgustada.

—No, señ or, dice que es hija del señ or Alcides Tudela —respondió la secretaria—. Es Soraya, Soraya Tudela.

—¡ La hija negada del cholo! —pareció alegrarse Parker—. ¿ Está aquí? —preguntó, sorprendido.

—Aquí mismo, señ or —contestó la secretaria.

—¿ Está con su mamá?

—No, está sola, señ or.

—Dile que pase.

Soraya sonrió, como dicié ndole a la secretaria te gané, eres una inepta, te dije que tu jefe querrí a verme, por eso eres secretaria y yo algú n dí a voy a ser ministra o congresista o, ¿ por qué no?, presidenta de este paí s.

—Adelante, hijita —anunció la secretaria, ponié ndose de pie, extendiendo un brazo para señ alar la puerta, que a continuació n abrió delicadamente.

Parker se habí a puesto de pie. Caminó sonriente y con los brazos abiertos, se puso de rodillas y le dio un abrazo a Soraya.

—¿ Có mo está la niñ a sí mbolo del Perú?

—Muy bien, señ or Parker, muchas gracias —contestó secamente Soraya, sin corresponder el abrazo, sintié ndose asfixiada.

La oficina era amplia, decorada con muebles de cuero y mesas de vidrio, tení a un bar con abundantes licores, cinco pantallas de televisió n con el volumen enmudecido y, en una de las paredes, fotos de Gustavo Parker con presidentes, reyes, dictadores, pró fugos de la justicia, ninguna con sus hijos o su familia, tení a incluso fotos con el Papa vivo y con el Papa anterior, quienes le daban sus bendiciones a pesar de que en otra foto Parker estaba acompañ ado de una mujer, una de sus muchas amantes, y en otra má s lucí a radiante al lado de cierta mujer mucho má s joven que é l, tambié n una amante ocasional, una actriz que trabajaba en Canal 5.

—Sié ntate, Soraya, ¿ qué te puedo servir? —dijo Parker, y la miró fijamente y pensó Esta cholita es cosa seria, se las trae, no va a parar hasta que Alcides pierda la elecció n, seguro que ha venido a traerme problemas.

—Coca-Cola sin hielo, por favor —respondió Soraya, y se sentó y cruzó las piernas, arreglá ndose el vestido, luciendo unos zapatos negros, sobrios, que combinaban apropiadamente, con un aire elegante y distinguido, sin apuros, tranquila, una adolescente apenas pero que, a juzgar por su mirada, no se dejaba intimidar y sabí a lo que querí a.

La secretaria sirvió Coca-Cola, se la alcanzó a Soraya y luego le pasó un whisky sin hielo a Parker, quien le agradeció guiñ ando un ojo. Era joven, llevaba el pelo recogido, un vestido apretado que marcaba su cuerpo bien trabajado en el gimnasio, piernas largas, torneadas, una mujer atractiva que le tení a miedo a su jefe y estaba dispuesta a hacer lo que é l le pidiera, en horas de oficina o fuera de la oficina.

—¿ Qué te trae por aquí, Soraya? —preguntó Parker, y luego bebió su whisky y se sentó con un gesto fatigado, rascá ndose la cabeza, alisá ndose las canas.

La secretaria salió y cerró la puerta suavemente. Soraya pensó que esa oficina era má s grande que todo el departamento en el que viví a con su madre.

—¿ Usted tiene hijas, señ or Gustavo Parker? —soltó, muy seria.

Parker quedó desconcertando, la miró circunspecto, al parecer incó modo por la frialdad con que habí a sido formulada la pregunta.

—Sí, claro —respondió, serio tambié n, mirando a Soraya fijamente a los ojos, pensando ¿ Adó nde va esta mocosa atrevida,? —. Tengo tres hijos y cuatro hijas, todos con la misma mujer —añ adió, y no quiso decir que ademá s tení a una hija en Buenos Aires y otra en Nueva York, así como un hijo en Sevilla, que esos tres eran sus hijos discretos, no oficiales, con otras mujeres de paso, a los que mantení a econó micamente y veí a una vez al añ o, pero que no eran considerados en el conteo oficial y cuya existencia ignoraba su familia formal, la familia peruana, su esposa de toda la vida y sus siete hijos avecindados en Lima.

—Usted siempre ha reconocido a sus hijas como buen caballero que es, ¿ no es cierto? —preguntó Soraya, y bebió su Coca-Cola.

Parker se sorprendió de la mirada adulta, triste, firme y combativa que encontraba en ella.

—Siempre, siempre —respondió, cavilando, meditando, recordando que habí a un par de hijas con actrices del canal a las que habí a preferido no reconocer, pero que recibí an dinero todos los meses, y no se sintió mal por mentirle a Soraya. Lo importante, pensó, es que las dos cachorras reciben su plata y no pasan hambre, ya que lleven mi apellido serí a mucho.

—Sabí a que usted es un hombre de bien —replicó Soraya—, y por eso he venido a molestarlo, porque necesito pedirle un favor bien grande.

—Dime, ¿ en qué puedo servirte? —preguntó Parker, y pensó Esta cholita es idé ntica a Tudela, ¿ có mo puede Tudela tener la concha olí mpica de decir que no es su hija cuando a leguas se ve que lo es?

Soraya tomó aire y se dispuso a decir algo que parecí a haber aprendido de memoria y Parker pensó Ahora me va a hacer el melodrama que le hizo al marica de Balaguer, me va a contar la historia entera de có mo ha sufrido desde que nació, ya me jodí. Soraya habló con voz grave, desapasionada, como si relatara unos hechos que no le concerniesen, como si estuviera dando cuenta de un parte policial:

—Alcides Tudela ha mentido sobre la prueba de ADN. Yo soy su hija. El señ or Tudela es mi papá. No le han hecho ninguna prueba de ADN. Es una gran mentira. Lo que dijo en el Laboratorio Caneló n es una mentira grosera.



  

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