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Jaime Bayly 15 страница



Tudela se rio, burló n, y replicó:

—Voy a ser presidente del Perú con tu apoyo o sin tu apoyo, Gustavo.

Parker procuró ser amable:

—Mira, Alcides, en primer lugar quiero pedirte disculpas. Yo le prohibí expresamente a Juan Balaguer que tocara el tema de tu hija Soraya.

—¡ No es mi hija, carajo! ¡ No es mi hija!

—Bueno, de tu supuesta hija Soraya.

—¡ Ni supuesta ni nada! ¡ Te repito: no es mi hija!

Y si fuera mi hija, será por un accidente estadí stico, ¡ porque no conozco a su madre, nunca la he tocado con estas manos de lustrabotas! ¡ Yo he lustrado zapatos de niñ o, Gustavo! ¡ Yo no he nacido en cuna de oro, como tú!

—Balaguer no me hizo caso —prosiguió Parker, que ya estaba acostumbrado a los gritos de los polí ticos, a la histeria calculada de los candidatos—. Balaguer incumplió mis ó rdenes y te atacó sin mi permiso. Ya he tomado medidas correctivas.

—¿ Qué has hecho con ese maricó n? —preguntó Tudela, en tono má s amigable—. ¿ Me va a pedir disculpas?

—Lo he despedido —dijo frí amente Parker—. Le he dado una patada en el culo por meterse contigo. ¿ Qué má s quieres que haga, Alcides?

Tudela tosió, dá ndose importancia, ganando tiempo para articular una respuesta:

—Quiero que saques un comunicado diciendo que has despedido al maricó n de Balaguer y que me apoyes explí citamente y que le eches la culpa de todo a la marimacha de Lola Figari, que digas que ella le pagó a Balaguer para atacarme anoche en tu canal.

—No me pidas tanto, Alcides, no te pases de pendejo —protestó Parker—. Si quieres ven por la noche al noticiero 24 horas y allí te hacemos una entrevista suave, con mucho cariñ o, y aclaras todo.

—¿ Dó nde está Balaguer? —preguntó Tudela—. Tiene que disculparse conmigo. Lo que me ha hecho no tiene nombre, es una canallada, un golpe bajo. ¡ Es un payaso al servicio de la mafia!

—Ya te dije que lo he despedido —respondió, crispado, Parker.

—No te creo, Gustavo. Me está s tomando el pelo. Soy cholo pero no tonto.

—Lo despedí anoche al terminar al programa. Y ya se fue del Perú.

—¿ Y adonde se ha ido?

—No lo sé. Me dicen que tomó un vuelo a las seis de la mañ ana hacia Buenos Aires, pero estoy por confirmarlo.

Tudela se quedó en silencio. Parker aprovechó para preguntarle lo que má s le preocupaba:

—¿ Ya soltaste el video?

Tudela se tomó su tiempo antes de responder:

—No sé de qué me está s hablando, Gustavo.

—No te hagas el huevó n, Alcides. Tú me mandaste el video de Balaguer culeando con un negro. Ya lo vi anoche. Por eso lo he despedido, para curarme en salud antes del escá ndalo.

—No he visto ese video, no sé de qué me está s hablando —dijo con tono glacial Tudela, entrenado en el oficio de escamotear la verdad y decir lo que le convení a, nunca algo que le resultara incó modo o indeseable.

—Ya, ya —dijo Parker, impacientá ndose—. ¿ A qué hora crees que soltará n el video los que lo tienen? —preguntó, y miró su reloj, eran las diez y cuarto de la mañ ana, nunca llegaba a su despacho antes de las diez; era raro que Tudela lo hubiese llamado tan temprano esa mañ ana, pues tení a fama de despertar a mediodí a, y casi siempre con resaca.

—Mis fuentes de inteligencia me dicen que hay un video de Balaguer muy feo, muy chocante, que va a circular a media tarde, a eso de las cuatro o cinco —respondió, misterioso, Tudela—. Mis informantes me aseguran que a las seis de la tarde el video ya estará en internet.

—La concha de la lora —dijo Parker.

—Está s jodido, Gustavo. Tienes que hacer algo. Va a ser un escá ndalo que comprometerá seriamente la credibilidad de tu canal. No he visto el video, pero me cuentan que es una inmundicia, una inmoralidad, Dios me libre de ver esas cochinadas.

Parker apretó el botó n del intercomunicador y dijo:

—Señ orita, convoque a una conferencia de prensa en mi despacho a mediodí a, es urgente.

—Inmediatamente, señ or Parker —respondió la secretaria—. ¿ Tema?

—¿ Tema? —meditó Parker—. Tema: la coyuntura polí tica. Tema: el caso Soraya. Tema: Balaguer se ha fugado al extranjero. Tema: la concha de tu hermana.

—Comprendo, señ or.

—No, no comprendes. Convoca a la conferencia y no digas nada, el tema tiene que ser sorpresa.

—Ya.

—¿ Alcides? —preguntó Parker, volviendo al telé fono, pero Tudela habí a cortado—. Te voy a hacer mierda en la conferencia de prensa —farfulló Parker, contrariado.

Nueve añ os vivió en Buenos Aires, deportado, Gustavo Parker. Se instaló en una casa en el barrio de Martí nez, al norte de la ciudad, matriculó a sus cuatro hijos en un colegio inglé s de San Isidro y se propuso entrar en el negocio de la televisió n. No le fue bien, sin embargo. En Buenos Aires habí a solo dos canales, el 7 y el 13, y ambos se negaron a incorporar como accionista, o siquiera como gerente o como productor, a Parker, el 7 porque era del Estado, el 13 porque sus dueñ os no veí an con buenos ojos que fuese peruano. Discretamente, procurando no llamar la atenció n, confundié ndose entre el pú blico, Parker empezó a asistir a las peleas de catch-as-can que organizaban los fines de semana en el Luna Park sus hermanos Hugo y Manolo. Má s que mirar las peleas, o la simulació n saltimbanqui de las peleas, calculaba cuá nta gente habí a entrado y cuá nto habí a pagado, cuá nta plata podí an estar ganando los peleadores y cuá nta sus hermanos. Salí a furioso, pensando que Hugo y Manolo ganaban mucho dinero y é l, en cambio, tení a que recurrir a sus ahorros. No estaba contento con esa vida de exiliado, todos los dí as discutí a con su mujer, a la que exigí a que gastase menos dinero, que recortara los gastos de su familia. No podí a acostumbrarse a esa vida sin dar ó rdenes, sin poder, siendo uno má s, viendo que sus cuentas bancarias adelgazaban. En una de las visitas al Luna Park para ver las peleas que organizaban sus hermanos, o má s exactamente para sacar cuentas de cuá nto dinero se metí an ellos al bolsillo solo esa noche, con casi tres mil espectadores rugiendo enardecidos, Parker se sorprendió de que uno de los fornidos combatientes, un sujeto tatuado, algo subido de peso, con el pelo recogido en una cola, de aspecto patibulario y mirada esquinada, fuese anunciado por el locutor, de un modo escandaloso, al momento de entrar, como Gustavo, la Tará ntula del Perú, y tambié n como Gustavo, la Rata Blanca del Perú. Parker no tuvo dudas de que el nombre de ese peleador estaba inspirado en é l. Ya sabí a que sus hermanos se mofaban de é l en sus peleas, ya se lo habí a contado alguien cuando aú n estaba en Lima, pero comprobarlo aquella noche, escuchar que su nombre era asociado con una arañ a y un roedor, le pareció una falta de respeto que no podí a tolerar. Al terminar la funció n, siguió desde un taxi al sujeto fornido con el pelo amarrado en colita, que iba vestido con pantaló n y chaqueta de cuero negro, y que lo habí a escarnecido, probablemente sin saberlo, azuzado por Hugo y Manolo Parker, que seguro lo conminaron a llamarse de ese modo, y que, para beneplá cito del pú blico, habí a sufrido una paliza a manos de su adversario. Parker se bajó del vehí culo, se acercó y saludó con modales cordiales al sujeto, lo felicitó, le preguntó có mo se llamaba. «Pichuqui», respondió é l, «Pichuqui Medina Bello». Parker le dijo que querí a hacerle una propuesta de negocios, lo llevó a comer a un restaurante italiano, le contó entre vinos y canelones que era hermano mayor de quienes lo contrataban y le pagaban, averiguó cuá nto ganaba por pelea Medina Bello y cuá nto ganaban los demá s peleadores, todos amigos de Medina Bello, y le propuso que a partir de entonces peleasen para é l y ya no para sus hermanos menores, le prometió que les pagarí a má s: «A todos el doble y a ti el triple, Pichuqui, si los convences de que renuncien a las peleas patrocinadas por mis hermanos y vengan a pelear conmigo». Grande fue la sorpresa que se llevaron Hugo y Manolo Parker el siguiente fin de semana. Subieron al ring quienes debí an enfrentarse a golpes, patadas, cabezazos y llaves voladoras: el Matador de Rí o Negro, un hombre alto y corpulento de tez morena, con una má scara que apenas dejaba ver su mirada inquieta, y la Rata Blanca del Perú, para una pelea que debí a ganar, así estaba acordado, el primero de ellos, pues el pú blico repudiaba al personaje malé volo, al patá n sin remedio, que actuaba en el escenario Pichuqui Medina Bello. Y apenas comenzó el encuentro, siguiendo las precisas instrucciones de Gustavo Parker, que se habí a reunido con ellos la noche anterior y les habí a dado dinero en efectivo (el triple de lo que ganarí an el sá bado por la noche en el Luna Park), el Matador de Rí o Negro y la Rata Blanca del Perú bajaron del ring sujetá ndose de las cuerdas, y se abalanzaron sin decir palabra sobre Hugo y Manolo Parker, sentados en la primera fila, y empezaron a darles golpes que no parecí an simulados, golpes en la cara y en el abdomen, lo que el pú blico, engañ ado, desavisado, supuso que era parte del espectá culo, un embuste, una idea ingeniosa de los productores, pero que Gustavo Parker, que habí a pagado por esa emboscada a sus hermanos, sabí a que no era una simulació n, que eran golpes reales, que estaban partié ndoles la cara a Hugo y Manolo y, de ese modo, sacá ndolos del negocio del catch-as-can. Fue una paliza brutal, despiadada, que dejó a los hermanos Parker con varios huesos rotos y los rostros hinchados, amoratados. Al terminar de golpearlos, Pichuqui Medina Bello les dijo «Esto es de parte de Gustavo». Luego el Matador de Rí o Negro, llamado Marcos Aguinaga, añ adió «Nunca má s pelearemos para ustedes, ahora tenemos contratos con el señ or Gustavo Parker», y lanzó un salivazo que manchó el rostro de Manolo. Los espectadores ovacionaron ese momento insó lito, el de la golpiza a dos caballeros bien vestidos, y luego rechiflaron y protestaron porque los peleadores Medina Bello y Aguinaga se retiraron bruscamente hacia los camarines. No hubo má s pelea esa noche. El siguiente fin de semana, los hermanos Hugo y Manolo todaví a recuperá ndose en el hospital, Gustavo Parker, tras sobornar al gerente del Luna Park, montó un espectá culo de catch-as-can con todos los peleadores que antes trabajaban para sus hermanos y que ahora, por má s dinero, habí an pasado a trabajar para é l. Fue un gran é xito, no solo porque los peleadores parecí an enzarzarse en los combates con má s ferocidad, sino porque los pleitos parecí an má s reales, y en efecto lo eran: para acicatear la brutalidad de los reyes del catch- as-can, Parker les dijo que a partir de entonces las reglas cambiaban y no habrí a peleas arregladas o ceñ idas a un libreto, que no habrí a malos ni buenos, que ganarí a el que de veras fuese má s bestial. La ferocidad de las peleas atrajo a má s pú blico, encantado con esos desbordes de violencia y crueldad y ensañ amiento de unos contra otros. Así volvió Gustavo Parker a ganar dinero, y no poco, aunque para eso tuvo que partir los huesos de sus hermanos menores, quienes, cuando todaví a convalecí an de sus lesiones en el hospital, fueron informados por la policí a de que debí an irse de Argentina, pues estaban en calidad de ilegales, no tení an permiso para montar espectá culos y ademá s habí an evadido el pago de impuestos, todo lo cual habí a sido comunicado discretamente a los jefes policiales, luego de sobornarlos, por Gustavo Parker. Aú n cojos y maltrechos, Hugo y Manolo consideraron que era prudente tomar un avió n hacia Montevideo y afincarse en esa ciudad.

—Señ ores de la prensa nacional e internacional, bienvenidos —anunció Gustavo Parker, nada má s entrar al saló n de directorio de su canal, dirigiendo una venia a las decenas de reporteros y fotó grafos y camaró grafos y espontá neos y aficionados del periodismo que se habí an reunido a mediodí a, convocados por la secretaria de Parker, quien, experta en esos menesteres, habí a puesto é nfasis en que se servirí an tragos y bocaditos del restaurante de Gastó n, «Habrá yucas fritas y tamales y harto pisco sour», les habí a dicho, lo que habí a multiplicado la curiosidad de los periodistas citados: la comida lucí a tentadora en una mesa lateral a la que no podí an acercarse porque dos guardias de seguridad les vedaban el acceso dicié ndoles «Primero la conferencia, despué s tragan y chupan; son ó rdenes del jefe».

Los periodistas, o algunos de ellos, aplaudieron a Parker, quien los miró y pensó Se ve que está n con hambre estos pejesapos, mejor hablo rá pido porque si no me comen vivo. Luego dijo:

—En un momento les vamos a ofrecer viandas y refrescos recié n traí dos del restaurante de Gastó n, todo gratis por supuesto y todo sin lí mites o, como dicen los gringos, «All you can eat».

Hubo risas y aplausos y miradas de simpatí a y de admiració n, la prensa recibí a con beneplá cito la noticia de que pronto le darí an de comer.

—Quiero decir tres cosas muy puntuales, muy concretas, en la conferencia de prensa de hoy —continuó Parker, sentá ndose, bebiendo un sorbo de una gaseosa amarilla, eructando discretamente—. En primer lugar, quiero anunciar que el señ or Juan Balaguer, que por quince añ os se ha desempeñ ado como periodista de este canal, ha presentado su renuncia irrevocable y ha viajado al extranjero.

Un murmullo de sorpresa y conmoció n recorrió al auditorio, al tiempo que uno de los guardias de seguridad se permití a engullir una yuca frita sin que Parker pudiese advertirlo y provocando las miradas de indignació n de algunos periodistas, que parecí an decirle no te comas lo que es mí o.

—¿ Por qué ha renunciado? —preguntó una columnista de espectá culos, ponié ndose de pie, sonriente, pues detestaba a Balaguer y cada tres meses le pedí a a Parker que le diera un programa de chismes y entretenimiento, pero Parker le decí a «No te pases, Patricia, si sales en televisió n haces quebrar mi canal, con esa cara de sapo no puedes salir en televisió n, eres demasiado fea, serí a una falta de respeto al pú blico, cuá nta gente se matarí a con veneno para ratas».

—El señ or Balaguer ha renunciado por razones de salud —improvisó Parker—. Se encuentra muy delicado, tiene cá ncer en grado cuatro —mintió, y se sintió astuto, embustero.

—¿ Cá ncer en dó nde? —insistió la columnista con í nfulas de animadora de televisió n.

—Cá ncer en la pró stata —afirmó Parker—. Y tambié n cá ncer anal, ya muy extendido, incurable, en metá stasis.

Los periodistas se miraron consternados. Parker continuó:

—En segundo lugar, quiero decirles que me solidarizo plena y totalmente con la niñ a Soraya Tudela. Su causa es justa, es noble, es humana. Soraya, estoy contigo.

Si gana Tudela, estoy frito, pensó Parker.

—¿ Cree que es hija del candidato Alcides Tudela? —gritó un periodista en primera fila.

—Sí —respondió sin vacilaciones Parker—. No me cabe la menor duda. Es idé ntica a su papá.

No pocos periodistas asintieron.

—Y quiero pedirle a mi amigo Alcides Tudela que se haga de una vez la prueba de ADN y que no nos tome por tontos y reconozca a su hija, por respeto a los ciudadanos del Perú.

Parker se calló y miró a los periodistas como dicié ndoles aplaudan, carajo, aplaudan o no les doy de comer y de chupar, y ellos fueron perspicaces en descifrar su mirada conminatoria y aplaudieron sin reservas, con entusiasmo.

Deberí a lanzarme a la presidencia, a mí no me gana nadie, pensó Parker, y luego dijo:

—Por ú ltimo, quiero avisarles que en unas horas van a recibir un video en el que se aprecia al periodista Juan Balaguer, que ya no forma parte de las filas de este canal, teniendo relaciones sexuales con un moreno en una habitació n del hotel Los Delfines.

Gestos de pasmo, de incredulidad y de impaciencia por ver el video tensaron los rostros de los periodistas, que posaban su mirada en Parker y má s asiduamente en la mesa de bebidas y comidas.

—Yo he visto ese video —prosiguió Parker—. Y mis peritos lo han analizado y me aseguran que no es trucado ni falso como ha afirmado anoche en mi canal el señ or Balaguer. Lamento que el señ or Balaguer, que, insisto, ya no forma parte de este canal, haya mentido a la opinió n pú blica. No puedo permitir esa desfachatez. La prensa se debe a su pú blico y a la verdad. Y la verdad, aunque me duela y me dé pena, porque lo quiero como a un hijo (y yo reconozco a todos mis hijos sin prueba de ADN), es que el video es real y allí se aprecia al señ or Balaguer en poses realmente indecorosas, vergonzosas, con un moreno conocido en el mundo del hampa como Aceituna o Aceituna Fresca.

—¿ A qué hora sale el video? —reclamó un periodista.

—¡ Queremos visualizarlo! —chilló otro, frené tico, levantá ndose en gesto de protesta.

—No sé a qué hora sale el video, creo que en unas horas será puesto a disposició n de ustedes —aseguró Parker, muy serio—. Pregú ntenle a Alcides Tudela, é l ha conseguido el video para joder a Balaguer, y é l me lo ha hecho llegar.

La cagada, pensó Parker, esto es la guerra, esto no me lo va a perdonar el cholo, pero ahora es cuando tengo que demostrarle quié n manda, quié n tiene el poder, quié n tiene la ú ltima palabra.

—Ahora, por favor, pasen a comer. ¡ Buen provecho! ¡ Que viva el Perú! ¡ Que vivan la democracia y la libertad de prensa!

—¡ Que vivan! —gritaron los periodistas, y enseguida se abalanzaron sobre la comida, dá ndose empellones y codazos, jaloneá ndose y empujá ndose, dicié ndose groserí as, mientras Parker los miraba con una sonrisa picara, pensando Estos renacuajos matan a su madre por una empanada.

Lourdes Osorio cayó en una profunda depresió n cierta noche en que despertó sobresaltada, creyó escuchar unos ruidos extrañ os, fue a la cocina y encontró a sus padres copulando, doñ a Lucrecia tendida sobre la mesa de la cocina, don Lucas montado sobre ella. Lourdes se encerró en su habitació n y lloró tres dí as con sus noches, negá ndose a comer. Sentí a que querí a morirse, no podí a recuperarse de esa impresió n, todo el tiempo veí a a sus padres fornicando, era una pesadilla, una imagen que le quitaba el sueñ o y la llenaba de asco, de rechazo hacia sus padres y hacia la especie humana, a la vida y a sí misma. No podí a olvidar la cara de su padre, congestionada por el deseo, ni el rostro de su madre, que le pareció vulgar, horrendo, los semblantes del pecado y la indecencia, ni las palabras que oyó y nunca hubiera querido escuchar, don Lucas diciendo «¿ Quié n es tu macho?, ¿ quié n es tu jinete?, ¿ quié n es tu monta oficial?, ¿ te gusta tu pinga? », y doñ a Lucrecia, gimiendo, retorcié ndose de placer bajo la luz fluorescente, Ni siquiera tuvieron la delicadeza de apagar la luz o de hacer menos ruido, pensaba Lourdes, que recordaba una y otra vez, como un eco sucio, cochino, que le afeaba la conciencia, la voz de su madre diciendo «Dame má s fuerte, animal; má s fuerte, bestia; dá mela toda como si fuera una puta».

A pesar de que Lucas y Lucrecia se disculparon con su hija, todo fue en vano: ella no querí a hablarles, no querí a salir de su habitació n, no querí a saber nada del mundo, querí a desaparecer, morir. La visitaron un sicó logo, un cura y su mejor amiga, pero Lourdes se negó a contar los detalles, solo les dijo que habí a sufrido un trauma espantoso, inenarrable, y que necesitaba estar sola. Cada dí a estaba má s delgada, se puso cadavé rica, parecí a el espectro de lo que habí a sido, y no habí a manera de hacerla comer, a duras penas bebí a agua o café sin azú car, o masticaba unas galletas de soda, nada má s. Tampoco se bañ aba ni se lavaba el pelo, pasaba el dí a echada en la cama, lloriqueando, hablando consigo misma, rezando con palabras afiebradas, dando golpes en las paredes, parecí a una loca. Doñ a Lucrecia intentaba hablarle, pero Lourdes la echaba de su cuarto a gritos: «¡ Puta, puta, puta! ». Doñ a Lucrecia no perdí a la paciencia, le sonreí a, la miraba con amor, le decí a «No soy puta, hijita, amo a tu padre, me gusta hacer el amor con é l, pero eso no me hace una puta, gracias a ese amor que siento por tu viejito tú está s acá en este mundo». Pero en lugar de consolarla con esas explicaciones, la hundí a má s profundamente en la desesperació n y el abatimiento y la vergü enza de ser quien era, la hija de dos personas que, pensaba, no tení an pudor ni moral, carecí an de principios y se abandonaban, frené ticas, vulgares, animales, a aparearse sobre una mesa. «¡ Qué asco, qué humillació n! », se decí a, sollozando. Una noche, harto porque los ruidos que hací a su hija no lo dejaban dormir, don Lucas entró en su habitació n, la vio pintando cosas obscenas en las paredes con la sangre de su menstruació n (habí a dibujado una verga gigante con una cola satá nica, habí a escrito «Esta Casa es un Burdel», «Mi Madre es una Meretriz», «Mi Viejo es el Diablo») y le dijo a gritos «¡ Tu problema es que está s aguantada! ¡ Tanto lloriqueo, carajo! ¡ Ya basta, hijita! Tú lo que necesitas es que te metan una buena verga. ¡ Con un buen polvo se te cura todita la depresió n! ». Humillada, Lourdes le gritó «¡ Fuera, cochino, alé jate de mí! ¡ Y tienes el piyama abierto, se te ve todo! ».

Como la depresió n de su hija no parecí a tener cura y no habí a manera de obligarla a comer y a reanudar sus actividades, temiendo que pudiera morirse, los esposos Osorio Ormeñ o llamaron a una ambulancia y ordenaron que Lourdes fuese trasladada de urgencia a la clí nica Belé n, en la calle San Ramó n.

Gustavo Parker fue informado por su secretaria de que tení a una llamada de Alcides Tudela. Parker pidió permiso a los periodistas, engulló un trozo de tamal, caminó a su despacho, cerró la puerta y se puso al telé fono:

—Habla, cholo. ¿ Qué hay de nuevo?

Tudela gritó, desaforado:

—¡ Ya te jodiste, Gustavo! ¡ Ya me contaron lo que has dicho en la conferencia de prensa!

—¿ Me está s amenazando? —respondió Parker, con tono altanero.

—Sí, te estoy amenazando —bajó la voz Tudela, habló con resentimiento, las palabras revueltas por el rencor—. Voy a ganar las elecciones y te voy a quitar el canal, acué rdate de mí.

—No me hagas reí r —dijo Parker, sarcá stico—. No vas a ganar las elecciones, ya perdiste, ya te jodiste con el caso Soraya, te voy a dar en el suelo y vas a perder; Lola Figari te va a ganar. Y no me vas a quitar ningú n canal, no puedes quitarme nada, este canal no es mí o, es de todos los peruanos, es un sentimiento, un patrimonio nacional.

—¡ Sentimiento los cojones! —bramó Tudela—. Sentimiento es el que yo tengo, Gustavo, has destrozado mi corazó n, me has traicionado de nuevo, y pagará s cara tu traició n: apenas asuma la presidencia te voy a declarar insolvente por los millones que debes en impuestos y luego te quitaré el canal y lo sacaré a subasta pú blica, lo pondré en licitació n.

—¡ A ti no te debo impuestos ni nada, huevó n! —protestó Parker—·. ¡ Le debo al Estado peruano, y tú no eres parte del Estado peruano!

—Todaví a no —dijo Tudela—. Todaví a no. Pero falta poco. Y voy a ganar las elecciones, le pese a quien le pese, y ahí te quiero ver, Gustavo, ahí vas a lloriquear para que te condone la deuda, y no te voy a condonar un centavo, ¡ me voy a cobrar la deuda con tu canal!

—Mira, huevó n, yo no sé qué tanto te quejas —contestó Parker, y miró el cielo plomizo, encapotado de Lima, y a lo lejos distinguió la silueta difuminada por la niebla de los rascacielos del barrio financiero—. Ya boté al maricó n de Balaguer. Ya te pedí disculpas en privado. Ya lo anuncié en la conferencia de prensa. ¿ Qué má s quieres que haga? ¿ Quieres que diga que Soraya no es tu hija? Imposible, cholo, imposible. Yo soy tu amigo, no tu aduló n. Yo no se la mamo a nadie. Esa niñ a es tu hija y tienes que hacerte la prueba de AND y reconocerla y listo, le das la vuelta a la pá gina, asunto acabado.

—No vengas a darme consejos sobre mi vida privada o mi vida familiar, por favor —se molestó Tudela.

—No son consejos sobre tu vida familiar —dijo Parker—. Son consejos sobre tu vida sexual o sobre có mo tu vida sexual está jodiendo tu vida polí tica. Pero es tu problema, Alcides: si quieres perder las elecciones, sigue negando a tu hija y jó dete por bruto.

Tudela guardó silencio, Parker interpretó ese silencio como una señ al de que en efecto reconocí a que Soraya era su hija, pero que aú n no estaba preparado para decirlo en pú blico, tal vez porque su esposa, Elsa, se lo impedí a con amenazas. Por fin, Tudela habló:

—No tení as que decir que yo te mandé el video de Balaguer con el negro.

Parker se quedó callado, pensó Sí, pude habé rmelo ahorrado, pero si el cholo hace cochinadas y le destruye la vida a la gente, que se haga cargo de sus cochinadas, que no venga a hacerse el moralista cuando es má s degenerado que Balaguer.

—No tení as que acusarme, Gustavo —continuó Tudela—. Eres un desleal. ¿ Qué te costaba quedarte callado, decir que habí as recibido el video de una fuente anó nima?

—Jó dete, Alcides —replicó con firmeza Parker—. Tú no tení as que cagarle la vida a Balaguer, lo que hiciste es una bajeza. Pobre tipo, es maricó n, ¿ qué le queda? Al menos tiene el buen gusto de hacer sus cosas en privado. Pero tú lo chancaste y le jodiste la vida solo porque é l defendió a tu hija Soraya. Lo que hiciste es una canallada, te pinta de cuerpo entero como el rufiá n que eres, por eso te denuncié, porque ya rodó la cabeza de Balaguer y ahora quiero ver rodar la tuya, quiero verte perder las elecciones.

—¡ No voy a perder! —rugió Tudela, con arrogancia—. ¡ Yo soy un ganador! ¡ Mi destino es ganar la presidencia y ser el primer cholo presidente del Perú, carajo! ¡ Es un mandato milenario de la historia, es la voz telú rica que viene de los Andes, son los antiguos incas que me ordenan recoger su posta y cumplir el legado de reivindicació n histó rica, racial y cultural de este pueblo oprimido por los blancos hijos de mala madre como tú, Gustavo Parker, explotador, oligarca, chupasangre! ¡ Voy a hacer una revolució n india y te vamos a quitar tu canal!



  

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