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Jaime Bayly 13 страница



Un añ o despué s del terremoto que costó la vida de alrededor de cien mil personas, el gobierno militar del general Juan Velá squez ordenó la confiscació n de Canal 5 de Gustavo Parker. No fue un plan largamente tramado o una decisió n meditada por el dictador, fue un exabrupto, porque una tarde vio a un comediante imitá ndolo en Canal 5, haciendo escarnio de é l, presentá ndolo como a un borracho y un bruto, burlá ndose de su cojera, y entonces el Chino Velá squez, que ya estaba furioso con Gustavo Parker porque le parecí a que en las noticias de Canal 5 pasaban muchas crí ticas contra la junta militar, encuestas en la calle de gente que expresaba airadamente su descontento con el gobierno, llamó a sus asesores y les dijo a gritos «¡ Me cierran Canal 5! ¡ Y al concha de su madre que me ha imitado dejá ndome como un borracho, me lo deportan hoy mismo! ». «Sí, mi general», respondió, asustado, el asesor de prensa Artemio Zimmer. Luego preguntó «¿ Quié n es el maldito que lo ha imitado? ». Velá squez, que estaba ebrio, respondió «Es Ibarguren, Palomo Ibarguren». El dictador se habí a equivocado, no era Ibarguren quien lo habí a imitado, Ibarguren se encontraba en ese momento tomando un whisky en la barra del hotel Bolí var. Quien lo habí a imitado era un comediante hasta entonces desconocido, llamado Carlos Saldivar, apodado el Cojo porque era rengo, lo era desde niñ o, habí a enfermado de polio, a diferencia del Chino Velá squez, que era cojo porque le habí an amputado la pierna izquierda a consecuencia de un accidente sufrido en la instrucció n militar, cuando un cartucho de dinamita casi le costó la vida y sumó al agravio de ser corto de estatura el de vivir con una pierna falsa, una pierna de plá stico, soportando las risas de sus detractores y el apelativo humillante de Otra Cumbia. Los esbirros de la dictadura detuvieron a Palomo Ibarguren en el bar del Bolí var, le dieron una paliza y le comunicaron que serí a deportado de inmediato por dedicarse a la contrarrevolució n. «Esto es un error, yo soy un revolucionario», gimoteó Ibarguren, pero ya era tarde, ya luego en el avió n se enteró de que lo acusaban por una parodia injuriante que é l no habí a perpetrado. «¿ Adó nde me van a deportar? », preguntó, esposado, antes de subir a la nave. «No sabemos, Palomo», le contestó el piloto, con voz afligida. «Nos han dicho que te aventemos del avió n, pero yo me niego, mi mamá es faná tica de tu programa», añ adió. Entretanto, cuando el asesor Artemio Zimmer fue informado de que no era Ibarguren sino Saldivar quien se habí a mofado del alcoholismo y la cojera del dictador, ordenó que Saldivar fuese arrestado y deportado a Salta, Argentina. «¿ Por qué a Salta? », le preguntaron. «Porque es como irte a Bolivia pero peor, porque hay un montó n de bolivianos hablá ndote como argentinos: es el infierno», contestó Zimmer. Palomo Ibarguren terminó en Buenos Aires y Carlos Saldivar, en Salta.

Indignado por esos atropellos contra dos celebridades de su canal, Gustavo Parker llamó al dictador Velá squez y le exigió explicaciones a gritos. Velá squez, de un humor sombrí o, avinagrado por tantos tragos y tantas malas noches y tantos sujetos adulones y apocados rodeá ndolo y dicié ndole zalamerí as, lo citó en el Palacio de Gobierno. Cuando Parker llegó, Velá squez le sirvió un trago y le preguntó «¿ Cuá nta plata cuesta tu canal? ». Parker repuso, sorprendido, «No lo sé, Chino, ¿ por qué me lo preguntas? ». Velá squez se molestó, no le gustaba que un hijo de la oligarquí a, como é l veí a a Parker, lo tratase de Chino, de tú, le parecí a una falta de respeto. «Me tratas de mi general, nada de Chino, no seas confianzudo», le dijo, y Parker soltó una carcajada y le replicó: «No seas huevó n, Chino, a mí no me impresionas, yo tengo má s poder que tú; tú está s arriba porque es tu momento, pero luego vendrá otro y te dará una patada en el culo; a mí, en cambio, no me saca nadie». Velá squez lo interrumpió, furioso, embutido en su uniforme militar, una ropa verde, tiesa, llena de medallas y condecoraciones: «¿ Cuá nto cuesta tu canal, Parker? ». «No está a la venta», respondió, desafiante, el dueñ o de Canal 5. «Vé ndemelo», insistió Velá squez. «Ni cagando. Ni por toda la plata del mundo», dijo Parker. «Entonces te lo quito», amenazó el dictador. «No puedes, Chino, no seas huevó n, serí a un robo, irí as preso», le explicó Parker, rié ndose, condescendiente. «¿ No puedo? ¿ Me dices que no puedo? », levantó la voz Velá squez. «Vas a ver que mañ ana tu canal es mí o, Parker», sentenció.

Al dí a siguiente, la dictadura militar publicó un decreto en el diario oficial El Peruano anunciando la expropiació n de Canal 5 y la creació n de Telecentro, que, bajo el mando de Artemio Zimmer, regularí a los contenidos «revolucionarios y patrió ticos» de esa televisora, que ahora pasaba «al servicio de la revolució n». Todos los locutores, humoristas, té cnicos y gerentes del canal saludaron la medida, participaron de una marcha a travé s de la avenida Arequipa en solidaridad con la confiscació n del canal y firmaron un comunicado en el que dejaban constancia de que aplaudí an el despojo sufrido por Gustavo Parker. Impedido por la soldadesca de ingresar a su canal, Parker fue arrestado, aporreado y llevado a la fuerza en un vehí culo militar hasta el aeropuerto Jorge Chá vez, en el Callao, donde se le comunicó que serí a deportado a Argentina por dedicarse a la contrarrevolució n. Antes de que lo subieran a empellones a un avió n, Parker dio patadas y puñ etes a sus captores, los cubrió de salivazos y cantó gallardamente el himno del Perú. Y al llegar a Buenos Aires, tomó un avió n rumbo a Salta, buscó al comediante Carlos Saldivar, que ya planeaba ganarse la vida repartiendo empanadas en una moto, y cuando lo encontró, le dijo «Por tu culpa me ha quitado mi canal Otra Cumbia». Luego le dio una paliza que obligó a Saldivar a pasar el resto de su vida en una silla de ruedas.

Bienvenidos de vuelta, soy Juan Balaguer y este es Panorama, su programa favorito de los domingos. (Aplausos del pú blico, azuzado por la señ orita instigadora, un pú blico todaví a en conmoció n por las denuncias que ha escuchado, las virulentas acusaciones que han hecho palidecer al usualmente sonriente periodista Balaguer. ) Siento que debo decir unas palabras antes de terminar el programa. El señ or Alcides Tudela, molesto porque hemos cumplido con nuestro deber como periodistas insobornables, irritado porque ha sido acusado de negar a una niñ a que a todas luces parece su hija (y perdó nenme la franqueza, amables televidentes, pero yo elijo creerle a la señ ora Lourdes Osorio, yo creo que Soraya Tudela es hija de Alcides Tudela, yo no creo ni por un segundo que Lourdes y Soraya han venido esta noche a decir mentiras, pagadas por mi buena amiga, la candidata Lola Figari), el señ or Tudela, decí a, ha protagonizado un espectá culo bochornoso, negá ndose a hacerse una prueba de ADN, una prueba que todo hombre mí nimamente decente se harí a sin pé rdida de tiempo para aclarar la verdad, y peor aú n, me ha acusado de asuntos falsos, injuriosos, agraviantes, que rechazo con indignació n y absoluta entereza moral. El señ or Tudela, a quien consideraba mi amigo, me ha traicionado esta noche solo para salvar su pellejo, para escapar del escá ndalo del caso Soraya y para desviar la atenció n sobre su paternidad al parecer negada. El señ or Tudela (qué pena me das, Alcides, qué bajo has caí do, nunca pensé que llegarí as a estos niveles solo para ganar una elecció n) me ha acusado de mercenario, de corrupto, de hipó crita, de sodomita y de proxeneta, de dirigir una red de prostitució n en el hotel Los Delfines de Lima. ¡ Sodomita, mercenario, proxeneta: caramba, qué vida tan divertida y novelesca la que me atribuye el señ or Tudela! (Risas espontá neas del pú blico, risas de Julia, la productora, que mira con cariñ o a Balaguer, como dicié ndole dale, dale duro, no te calles nada, hazlo papilla a ese cholo miserable, anuncia de una vez que vas a votar por mi candidata Lola Figari, por el amor de Dios. ) Pues debo decirles a ustedes, amigos televidentes, que todo eso es mentira. No soy mercenario, nadie me paga para defender intereses subalternos, yo digo lo que pienso, y si bien este canal me paga, jamá s su dueñ o, mi querido y admirado Gustavo Parker, me ha indicado lo que debo decir o no; el señ or Parker es respetuoso de la libertad de expresió n y seguramente ni siquiera está sintonizando este programa; é l es un demó crata probado y un amante de la libertad de prensa, y por eso yo trabajo en este canal y dirijo este programa, siempre al servicio de la verdad. Tampoco soy corrupto, corruptos son los que niegan a sus hijos, los que coimean jueces para negar a sus hijos, los que acusan falsamente de prostitutas a las madres de sus hijos negados; esos son los verdaderos corruptos. Tampoco soy hipó crita, qué ocurrencia; el pú blico peruano me conoce desde hace añ os, llevo quince añ os ejerciendo limpia y apasionadamente el periodismo y siempre digo lo que pienso y me meto en lí os por no callarme nada, y no es mi costumbre decir una cosa cuando hipó critamente pienso otra muy distinta: no, señ ores, ustedes saben que yo me debo a mi pú blico, y mi pú blico merece la verdad y solo la verdad. (Aplausos atronadores de la gente en el estudio, gritos espontá neos de «¡ Juan presidente, Juan presidente! », gritos azuzados por Julia y la señ orita instigadora de los aplausos, coreando ellas y luego el pú blico «¡ Tudela a la cá rcel, Tudela a la cá rcel! ». ) He sido acusado esta noche por mi ex amigo Alcides Tudela de ser un sodomita, un proxeneta. Primero que nada, aclaremos, para evitar confusiones y malentendidos, que, como ustedes saben, sodomita es el que practica la sodomí a, el que comete sodomí a, y la sodomí a es el sexo entre varones. He sido acusado esta noche, y pido disculpas por tan penoso incidente, por la conducta realmente ignominiosa del señ or Alcides Tudela, de tener sexo con varones y, lo que es peor, de pagar a varones menores de edad, o en cualquier caso jó venes, jó venes y estudiosos al decir de Alcides Tudela, para que me presten servicios sexuales, para que se avengan a tener sexo conmigo. Nunca en mi vida le he pagado a nadie para tener sexo conmigo. Y aclaro que nunca me han pagado a mí para tener sexo tampoco. (Risas del pú blico, risas exageradas de Julia, que rí e de un modo altisonante precisamente para que sus risas se escuchen en la televisió n, en los hogares que está n sintonizando Panorama). No soy sodomita porque nunca en mi vida he tenido relaciones sexuales con varones. Mí renme a los ojos, les digo la verdad: nunca he tenido sexo homosexual, soy un hombre heterosexual. Claro que no tengo novia por el momento porque no he encontrado a la mujer de mi vida, a lo mejor es una de estas guapas señ oritas presentes hoy en el estudio (risas y aplausos del pú blico), y no tengo novia ni me he casado todaví a porque estoy casado con el periodismo libre e independiente, estoy casado con la verdad. Y no soy proxeneta, desde luego. Proxeneta, como ustedes saben, queridos televidentes, es quien obtiene ganancias ilí citas por comercios sexuales de otros. Yo no pago por favores sexuales, ni mucho menos obtengo ningú n beneficio ilí cito por actividades sexuales de nadie. Así que rechazo con firmeza y con indignació n las graves calumnias que ha vertido contra mí el señ or Alcides Tudela. ¡ No soy sodomita, no soy proxeneta, no soy corruptor de la juventud estudiosa del Perú! ¡ Soy un hombre digno! ¡ Y anuncio que llevaré a los tribunales al señ or Alcides Tudela y lo enjuiciaré por difamació n, por manchar mi honra y poner en tela de juicio, sin prueba alguna, mi buen nombre y mi virilidad! Por ú ltimo, y aquí termino, quiero advertirles que es muy probable que mañ ana, o ahora mismo, al filo ya de la medianoche, el señ or Tudela y sus sicarios y esbirros distribuyan un video clandestino, acusá ndome de tener relaciones sexuales con un señ or en un cuarto del hotel Los Delfines, y acusá ndome de haberle pagado a ese señ or por tener sexo conmigo. Sepan ustedes, amigos televidentes, que ese video es un fraude, está trucado, se han usado té cnicas digitales muy avanzadas para insertar mi imagen, y lo digo porque he podido verlo y es un asco lo que han hecho, van a tratar de sorprender la buena fe de los incautos, dando a entender que un señ or a quien no conozco, a quien desconozco, a quien desconozco mayormente, se ha reunido conmigo en el hotel Los Delfines y ha practicado sexo sodomita conmigo. Señ ores, cré anme, ese video es un burdo montaje, ¡ un montaje financiado y perpetrado por el señ or Alcides Tudela, que ha tratando de chantajearme esta noche para que no salga defendiendo a su hija Soraya y para que me calle la boca! Pues no, señ or Tudela, los peruanos no nos chupamos el dedo y la gente sabrá reconocer quié n miente y quié n dice la verdad, y yo afirmo esta noche que no soy mercenario ni sodomita ni proxeneta, que el video sexual que tiene en su poder Alcides Tudela ha sido fabricado con ayuda de computadoras para enlodarme y silenciarme, y afirmo que el señ or Alcides Tudela está negando a su hija Soraya, y por tanto no merece ir al Palacio de Gobierno elegido por los peruanos, ¡ lo que merece es ir a la cá rcel! (El pú blico en el estudio, de pie, crispado, contagiado por la retó rica vibrante de Balaguer, por su tono sereno y al mismo tiempo persuasivo, grita «¡ Tudela a la cá rcel, Tudela a la cá rcel! ». Alguien grita a solas, con indignació n, «¡ Tudela proxeneta! ». ) Eso fue todo por hoy, amigos televidentes. Les reitero mi sú plica má s encarecida: si Tudela saca un video sexual incriminá ndome, cré anme, es un truco, un montaje, un fraude ciberné tico; en estos tiempos con ayuda de las computadoras todo es posible, y ese video ha sido hecho por Tudela y sus operarios solo para distraer la atenció n del caso Soraya y para amordazarme, para silenciarme, para extorsionarme vilmente. Buenas noches y buena suerte, y si Dios quiere, hasta el pró ximo domingo. (Balaguer hace el clá sico saludo militar. Piensa Mañ ana nadie me va a creer, pero esta noche he cortado oreja y rabo, ha sido una faena magistral. Julia espera a que terminen de correr los cré ditos, se acerca presurosa y le alcanza un celular con ojos aterrados. Balaguer escucha, es la voz filuda, cortante de Gustavo Parker: «Estoy viendo tu video. A mí no me mientes. Esto no es ningú n montaje. O mejor dicha, el montaje es que ese negro te está montando. Puta madre, Balaguer, nunca habí a visto algo tan asqueroso. Entiendo que seas marica, ya me habí an contado mis amigos, eso lo entiendo y lo puedo perdonar. Lo que no entiendo es que te gusten los negros, ¡ qué tal estó mago tienes! Y no se te ocurra decirme que es un montaje, a mí no me tomes por imbé cil. Ven inmediatamente a mi oficina. Esto es muy grave, Balaguer, le has mentido al pú blico esta noche, me has desobedecido, has hecho lo que te ha dado la gana y has dejado una gran cagada. Y mañ ana todo el Perú va a saber que eres un maricó n que le paga a un cocodrilo para que le entierre la rata. Ven a mi oficina, Balaguer, tenemos que hablar». Parker cortó. Balaguer pensó Estoy jodido, me va a despedir, cuando me trata de «Balaguer» es que me desprecia profundamente. Luego sonrió y se acercó al pú blico y firmó autó grafos, como si todo estuviera bien. )

Sin trabajo, con poco dinero, sin ganas de regresar al convento carmelita del que habí a escapado y desilusionada de la vida en Lima, que le parecí a desalmada y cruel, Lourdes Osorio subió a un autobú s con destino a Piura, recorrió sin comer nada y casi siempre durmiendo los má s de mil kiló metros que separaban a Lima de esa ciudad y se presentó llorando en la casa de sus padres, quienes la acogieron con cariñ o. No les contó el asalto sexual que habí a sufrido en el diario La Prensa, no encontró valor para relatar las humillaciones que le habí an infligido la madre superiora carmelita, sor Lupe de la Cruz, y el jefe de la pá gina editorial de La Prensa, Enrico Botto Ugarteche, solo les dijo «No quiero irme nunca má s de Piura, este es mi lugar en el mundo». Sus padres, Lucas y Lucrecia, la recibieron con alegrí a, aunque con los dí as se tornaron menos amables con ella. La señ ora Lucrecia no le perdonaba que hubiese interrumpido la vocació n religiosa («Dios debe de estar llorando porque lo has abandonado, tú has nacido para ser monja»). Don Lucas pensaba que su hija debí a haberse quedado en La Prensa y hacer carrera como periodista («Ese Botto Ugarteche es una lumbrera, un sabio, un erudito, tendrí as que haberte quedado con é l, tremendo maestro te habí a tocado»). Lourdes no podí a contarles la verdad: que tanto sor Lupe como Botto Ugarteche la habí an manoseado, y tampoco querí a decirles que ya le habí a venido la regla, tení a que esconder sus menstruaciones ante su propia madre, le mentí a, le decí a que todaví a no le vení a la regla, lo que la señ ora Lucrecia entendí a como una señ al de que Dios la querí a de vuelta en el convento. Lourdes pensó con amargura que sus padres eran tontos, que no la entendí an, que la juzgaban desde la ignorancia y los prejuicios, que Botto podí a ser muy culto pero era un sá tiro, un depravado, y que sor Lupe era una sá dica y una mañ osa que no la dejaba dormir en paz. Lourdes no querí a trabajar, no querí a estudiar, no salí a nunca, se habí a vuelto hurañ a, retraí da, desconfiada, y solo cuando su padre se negó a seguir dá ndole propinas y su madre descubrió que compraba toallas higié nicas Mimosa, se resignó a trabajar, aceptó a regañ adientes un empleo en una de las bodegas de su padre, de ocho de la mañ ana a ocho de la noche. Fue allí donde comenzó a engordar: comí a a escondidas chocolates, galletas de soda, turrones, helados, todo lo que podí a, y nadie se daba cuenta, nadie la pillaba, y era má s lo que comí a que lo que vendí a; por suerte su padre era un comerciante pró spero y no le pedí a cuentas, solo su madre advertí a que Lourdes estaba cada vez má s gorda. En casa, Lourdes casi no comí a, rechazaba el arroz con huevo frito, el bistec apañ ado, é l ají de gallina, ya no le quedaba apetito despué s de todos los dulces que habí a tragado furtivamente en la bodega, los Sublimes, las Doñ a Pepas, los helados D’Onofrio, las Goronitas, todas esas golosinas que eran su perdició n, su vicio, algo a lo que no podí a resistirse. Pero Lourdes comí a de ese modo desesperado y culposo porque, muy a su pesar, echaba de menos a Enrico Botto, pensaba de é l, recordaba su voluminosa silueta, su boca pastosa, su afilada inteligencia, sus editoriales rabiosos, despedidos con furia, tecleando frené ticamente la má quina de escribir Olivetti. No podí a dejar de recordarlo cuando leí a el diario La Prensa o cuando hojeaba la revista ¡ Hola! y veí a, tan guapa, a la princesa Carolina de Mó naco. No puede ser, estoy enamorada de ese hombre tan feo y mañ oso, pensaba, confundida, detrá s del mostrador de la bodega La Poderosa, comiendo un chocolate tras otro. Para agravar las cosas, Botto se enteró, gracias a las pesquisas del corresponsal de La Prensa en Piura, que Lourdes Osorio trabajaba ahora como dependienta de la bodega La Poderosa, en la calle Huancavelica, al lado del parque Corté s, y, todaví a afiebrado por ella, empezó a mandarle largas cartas manuscritas en las que le decí a cuá nto la echaba de menos, cuá nto la extrañ aba, cuá n abrasadora era la pasió n que lo consumí a. Botto solí a terminar esas cartas con unos poemas de su autorí a, dedicados todos a «mi musa esquiva». Lourdes leí a las cartas, no entendí a ninguno de esos poemas llenos de palabras rebuscadas y metá foras grandilocuentes, y lloraba, no sabí a si de amor por Botto o de rabia por las cosas sucias, mañ osas, que é l le habí a hecho. De paso, aprendí a palabras, palabras como ó sculo, nefelibata, feé rico, palabras como silabear, farfullar, musitar, palabras como seí smo, pretoriana, ní vea, con las que Botto adornaba sus versos y le declaraba su amor. Lourdes Osorio, de todos los poemas que le llegaban por correo, no podí a olvidar uno en particular: «Mi musa esquiva, / ausente doncella, / ó sculo imposible, feé rica criatura, / mi guardia pretoriana: / soy un hombre roto, roí do, / por el amor poseí do, / no hago sino buscar en el lavabo / el olor a frutas de tu pescuezo, / no hago sino pensar desolado / que algú n dí a te empujaré la sin hueso».

—Me dice el cholo Tudela que mañ ana van a repartir tu video en todos lados —dijo Gustavo Parker, sentado en un silló n de su oficina, las piernas cruzadas, la corbata anudada nerviosamente por sus dedos inquietos, un vaso de whisky apoyado en la mesa baja—. Está s jodido.

Juan Balaguer escuchaba con vergü enza, como si lo hubieran acusado de un crimen abyecto y no tuviera defensa. Parker habí a dejado la televisió n encendida, la imagen del video sexual congelada, Mamanchura recibiendo sexo oral de Balaguer. Cada tanto, Parker observaba la pantalla y hací a un gesto de estupor y repugnancia, y Balaguer desviaba la mirada, no podí a verse en esa postura indecorosa, se arrepentí a profundamente de haber sucumbido al deseo que le inspiraba su amigo Mamanchura, y tampoco podí a mirar a los ojos a Parker.

—Yo voy a seguir diciendo que es un video falso, que el cholo lo ha trucado para joderme en venganza por defender a su hija Soraya —comentó Balaguer, armá ndose de valor.

—Nadie te va a creer —replicó Parker—. La gente no es estú pida. Ya todo el mundo sabí a que eres maricó n, nadie se va a sorprender de eso. Lo que te va a destruir es que te vean así, como una loca brava, mamá ndosela a un negro. Vas a perder toda tu credibilidad.

Balaguer pensó que debí a mantenerse firme y no hacer concesiones:

—Pues, precisamente, si tengo credibilidad, quizá la gente me crea cuando diga que no es mi video, que ese no soy yo, que es un truco.

Parker lo miró irritado, bebió un poco de whisky, echó una mirada a su reloj, era la medianoche, el lunes prometí a ser un dí a agitado, y luego habló:

—Puedes decir lo que quieras, pero tú y yo sabemos que el cholo miente cuando niega a su hija y qué tú mientes cuando niegas a tu amante negro. Y yo no voy a consentir que uses mi canal para tus guerras personales, para decir mentiras y engañ ar a la opinion pú blica. Yo tengo mucho respeto por el pú blico televidente, Balaguer, y no puedo permitir que tú salgas a timarlo.

—¿ Y si tanto respetas al televidente, por qué me pediste que no entrevistara a Soraya? —se impacientó Balaguer, que intuí a que la batalla estaba perdida, que nada podí a hacer para recuperar la lealtad y la confianza de su jefe, pero estaba dispuesto a dar la pelea hasta el final, aunque el final le parecí a inminente, el final era probablemente esa reunió n, en ese lunes nefasto que ya comenzaba.

—Porque ese es un caso de vida privada, de vida familiar —dijo Parker, muy serio, todaví a disgustado con Balaguer, quien habí a contrariado sus expresas indicaciones de no tocar el caso Soraya en la emisió n de Panorama de esa noche—. ¿ Porque en qué nos afecta que el cholo Tudela reconozca o no a esa hija, en qué afecta su capacidad de ser un buen presidente? En nada, en nada. Es un caso de vida privada y la prensa no deberí a meterse en la vida privada de los polí ticos, y lo que has hecho esta noche es una vergü enza, una bajeza.

—¡ Y mi video tambié n pertenece a la vida privada! —se puso de pie Balaguer, levantando la voz—. ¡ Y nadie tiene derecho a meterse en mi vida privada, en mi vida sexual o sentimental! —gritó, y le salió una voz que le pareció un poco aguda o afeminada, pero estaba fuera de sus cabales, no podí a fingir quien no era, y ademá s ya Parker lo habí a visto todo, no habí a nada que ocultar o disimular—. ¡ Y es una bajeza que el cholo miserable saque un video de mi vida privada solo para destruir mi credibilidad y vengarse de mi posició n en el caso Soraya!

—¡ No me vengas con huevadas, hombre! —se levantó, tambié n exaltado, Parker—. ¡ Una cosa es tener una hija y otra muy distinta es culear con un negro y pagarle para que te haga anticucho! ¡ El caso Soraya es la vida privada del cholo, tu video es un caso no de vida privada, sino de perversió n privada, de una vida privada degenerada!

—Dices eso porque tienes un prejuicio contra los homosexuales y los negros —se lamentó Balaguer, bajando la voz.

—Pendejadas —sonrió con malicia Parker—. Lo digo porque conozco a la opinió n pú blica. Cuando los espectadores ven a Soraya, ¿ qué sienten? Sienten ternura, simpatí a por esa niñ a. Cuando vean tu video sexual, ¿ qué van a sentir? Van a sentir asco, les va a dar vergü enza y ganas de vomitar.

—¡ Pues entonces no pases el video en tu canal! —gritó Balaguer, y caminó hacia el televisor y lo apagó, no soportaba má s esa imagen que le resultaba una afrenta, una ignominia, un atropello a su pudor.

—¡ Claro que no lo voy a pasar! —dijo Parker—. ¿ Crees que soy un imbé cil? ¡ Por supuesto que no lo voy a pasar! Pero el cholo lo va a repartir por todo Lima, alguien lo va a subir a YouTube y lo van a pasar en otros canales, todo el mundo va a verlo, ¿ no te das cuenta? ¿ Y tú qué piensas decir? ¿ Piensas repetir la idiotez que dijiste esta noche? ¿ Piensas seguir mintiendo con la cara muy dura, como si fueras un polí tico má s? Pues te equivocas, huevó n, ¡ te equivocas! Lo que debes hacer es reconocer que eres maricó n, aceptar que ese video es real, pedir disculpas y luego renunciar y largarte del Perú, a ver si el pú blico olvida ese video asqueroso y te perdona.

Balaguer se quedó en silencio, mirando a Parker con el cariñ o de siempre, que aun en esta circunstancia aciaga sentí a que no debí a quebrarse, y, a la vez, con cierto dolor, como si Parker lo hubiera traicionado. Pensé que eras mi padre, que me querí as como si fuera tu hijo, y ahora que sabes que soy maricó n, me das la espalda, me humillas, me pides que renuncie y me vaya del paí s como un apestado. Esperaba que tuvieras má s agallas, Gustavo, pero al final de cuentas eres solo un empresario má s, no tienes principios, no tienes lealtades, te interesa el dinero y nada má s que el dinero, no tienes compasió n y me cortas la cabeza para quedar bien con tus auspiciadores, pensó.

—Muy bien: renuncio —aceptó Balaguer, abatido—. Renuncio. Y me voy en unas horas fuera del Perú. Y no diré nada má s, me quedaré callado. Pero si la prensa me encuentra, mantendré mi versió n: que ese video es un montaje y que no tuve sexo con ese señ or.



  

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