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Jaime Bayly 10 страницаEl portero del edificio, un joven discreto y tartamudo llamado Pablo Ramí rez, tocó el timbre del departamento y esperó a que Juan Balaguer abriera para darle un sobre amarillo que alguien, a nombre del candidato Tudela, acababa de dejar. En el sobre se leí a «Urgente. Confidencial. Entregar en sus manos a D. Juan Balaguer de Canal 5». Balaguer le agradeció, le dio una propina, cerró la puerta y se apresuró en abrir el sobre. No habí a ninguna nota o mensaje para é l, o siquiera una inscripció n en el papel adherido a la cinta de video: solo encontró el video. A pasos rá pidos se dirigió hacia su cuarto, encendió el televisor, metió el video, se sentó en la cama con el control remoto y esperó. No le sorprendió lo que vio, le sorprendió lo ní tidas que eran las imá genes, la calidad de la grabació n furtiva, la claridad con la que se escuchaban las voces. Reconoció de inmediato la habitació n del hotel Los Delfines, las cortinas de tonos pastel, la alfombra marró n, la cama con sá banas finas y abundantes cojines, la penumbra regulada, apenas una luz dé bil que salí a del bañ o y otra que se filtraba desde el cló set. Era de noche, sin duda, y ese hombre que se quitaba la ropa era é l, sin duda, y ese otro hombre espigado y fornido, de tez morena, que se dejaba besar y exhibí a con jactancia sus genitales y farfullaba ó rdenes lujuriosas era Radamiel Mamanchura, sin duda. ¿ Có mo no se habí a dado cuenta de que una cá mara espí a grababa todas las refriegas eró ticas desde una esquina superior de la pared? ¿ Có mo no lo habí a sospechado, teniendo tantos enemigos? ¿ Có mo no fue prudente y revisó lo que habí a detrá s de los cuadros y los espejos? ¿ Có mo no se le ocurrió que tener citas sexuales en un hotel de San Isidro, y tenerlas una vez por semana, siempre el mismo dí a y a la misma hora y con el mismo señ or, lo hací a vulnerable al ojo fisgó n, chantajista de sus adversarios y detractores? ¿ Có mo pudo ser tan estú pido de exponerse así? La vergü enza, la culpa y el pudor abatí an a Juan Balaguer, devastado al ver aquellas imá genes donde se podí a advertir, sin asomo de duda, có mo é l, desnudo, con gestos suaves, delicados, se poní a de rodillas y le procuraba sexo oral a su fornido acompañ ante, quien lo jalaba del pelo y le decí a groserí as, y luego có mo se echaban en la cama y Radamiel Mamanchura le exigí a que se pusiera de tal manera y Balaguer obedecí a sin chistar, al parecer disfrutá ndolo, y luego aquel se montaba sobre este y durante unos minutos, que, al contemplarlos, se le hicieron largos, infinitos, espeluznantes, un recuerdo de la miseria animal que moví a sus instintos sexuales y le permití a gozar de esos secretos á speros, sucios, que su pú blico televidente ignoraba por completo, ambos se moví an sobre la cama, Balaguer bocabajo, quejá ndose del dolor y pidiendo que su acompañ ante no cesara de embestirlo por detrá s, Radamiel Mamanchura de rodillas, haciendo su trabajo con seriedad profesional, no se sabe si encontrando placer en ello o abocá ndose a la tarea como quien carga unos sacos en el puerto o limpia bañ os pú blicos: deseando que el tiempo pasara rá pido y concentrá ndose en el dinero que ganarí a por ese esfuerzo. Lo que má s humilló a Balaguer fue verse por primera vez en esas posturas sumisas, suplicantes; recordar cuá nto le gustaba someterse de ese modo a un hombre musculoso y sin remilgos higié nicos o morales, escuchar las palabras calenturientas, vací as de amor o de ternura, que le decí a; comprobar lo que ya sabí a bien pero nunca habí a visto con esa distancia, como espectador, como testigo: que, en las cosas del sexo, nada le gustaba má s que sentirse una mujer y entregarse a un hombre bien dotado como Radamiel Mamanchura. Estoy jodido, pensó, qué vergü enza que Tudela y su gente hayan visto este video, ya todos saben que soy maricó n, cuá ntas personas me habrá n visto así, mamá ndosela como una loca a Mamanchura, como una loca pasiva que pide que se la enculen, qué vergü enza, por Dios, qué pensará n de mí Tudela y Elsa Kohl y todos sus amigos, qué decepció n tan grande se habrá n llevado, yo que fui muy cuidadoso de hacer una carrera como un hombre serio y un periodista culto y bien informado y con una só lida credibilidad, ahora todo se irá al carajo; si este video sale a la luz pú blica, mi prestigio se verá destruido de un modo irreparable, quedaré como un putito en el cló set, el pú blico que antes me respetaba ahora se reirá de mí, tendré que irme del paí s, esconderme el resto de mi vida en Argentina, olvidarme del periodismo, todo se habrá acabado para mí si Tudela saca este video en algú n canal de la competencia o si lo sube a YouTube mediante un anó nimo ganapá n y me arruina la vida. Caminaba nerviosamente por su habitació n, la imagen del video sexual congelada, el reloj recordá ndole que era ya pasado el mediodí a y que esa misma noche debí a salir en televisió n entrevistando a Lourdes Osorio y a su hija Soraya Tudela: ¿ Qué pensará n ellas cuando vean este video?, ¿ qué pensará el señ or Parker? Tengo que hacer todo lo posible para que Tudela no pase este video y nadie má s lo vea, me importan tres carajos la ladilla de Soraya y sus derechos fundamentales, me importa un carajo partido por la mitad la lucha justiciera de la espesa de su madre, ahora tengo que elegir entre la é tica y mi carrera, tengo que elegir entre el sentido de la justicia y el sentido de la supervivencia. Estoy jodido, soy un hombre a punto de ser incinerado, canibalizado, devorado por sus enemigos, y tambié n por sus amigos, que van a traicionarlo. Estoy perdido, el Perú no puede enterarse de esta manera soez, obscena, de lo que me gusta hacer en la cama. Tengo que arreglarme con Tudela y detener la difusió n de este video bochornoso, tengo que hablar con Mamanchura ya mismo y asegurarme de que no me traicione. Balaguer marcó un nú mero que tení a almacenado en la memoria del celular. —Soy yo —dijo secamente, con voz grave, cuando Mamanchura contestó. —No puedo verte má s —dijo Mamanchura, asustado—·. No puedo seguir atendié ndote, Juanito —añ adió, y Balaguer agradeció que su amigo o conocido fuese delicado con las palabras y dijera «atendié ndote» en lugar de «montá ndote», «tirá ndote», «culeá ndote»: Ten cuidado con lo que digas, que seguramente los amigos de Tudela o de Lola Figari está n grabando esta conversació n, pensó, y luego preguntó: —¿ Has visto el video? —No —respondió Mamanchura—. Pero sé que Tudela lo tiene. Nos cagamos, Juanito. Quiero irme del paí s. ¿ Puedes ayudarme con el pasaje? —Tranquilo, yo te saco el pasaje ya mismo. ¿ Adó nde quieres viajar? —A Buenos Aires, si fueras tan amable. Me dicen que los argentinos pagan bien por un moreno como yo. —Y es una ciudad preciosa. —¿ Tú has visto el video? —preguntó Mamanchura, y la suya era una voz agitada, nerviosa, la voz del que sabe que su vida tal como la conocí a está a punto de llegar a su final y que lo que venga a continuació n será peor, mucho peor, vivir escondié ndose, tratando de olvidar, negando ser el del video. —Sí, acabo de verlo —admitió Balaguer—. Me lo mandó Tudela. Me está chantajeando. —¿ Có mo salgo yo? —preguntó Mamanchura, con una curiosidad envanecida que a Balaguer le pareció risible, pueril. —Sales muy guapo. Se te ve muy bien. —¿ Se me ve aventajado? —Extremadamente —quiso complacerlo Balaguer, que sentí a afecto por su amigo, pues eran ya dos o tres añ os de verse en el hotel Los Delfines—. Tu cuerpo luce espectacular, no te preocupes por eso. El que queda fatal soy yo. —¿ Por qué? —Porque se me ve bastante maricó n en el video, ¿ qué quieres que te diga? Se me ve de rodillas, chupá ndotela, y se me ve en cuatro, pidié ndote que me la metas. Luego pensó No debí decir todo esto, pueden estar grabá ndonos. Una raya má s al tigre. —Quiero ver ese video, Juanito, ya me está s poniendo calentó n —bromeó Mamanchura. Balaguer se puso serio. Preguntó: —¿ Has hablado de todo esto con Tudela? —No te pases. Con Tudela no. —Entonces, ¿ có mo sabí as del video? —Porque me llamó su esposa, la señ ora Elsita Kohl. —¿ Elsita? ¿ Elsita te llamó? —Ella misma, Juanito. —¿ Cuá ndo te llamó? —Ayer, anteayer, no recuerdo bien. Muy centrada la señ ora Elsita, muy educada, una dama la gringa. Radamiel Mamanchura hablaba con respeto de la esposa de Alcides Tudela, lo que desconcertó a Balaguer, que pensaba que Elsa Kohl era una arpí a, una bruja, una mujer frí a y calculadora, capaz de las peores bajezas y traiciones con tal de llegar al poder y cobrarse la revancha. —¿ Y qué te dijo Elsita? —indagó. —Me dijo que tienen un video en el que se nos ve cachando como conejos —respondió Mamanchura, y se permitió una risa corta, desenfadada. —¿ Así dijo? —Así mismo dijo: «Cachando como conejos» —confirmó Mamanchura, y volvió a reí rse; luego añ adió —: Me dijo que hoy a la medianoche van a sacar el video porque tú los has traicionado. Balaguer se quedó sorprendido. —¿ Te dijo dó nde, en qué canal, có mo van a sacar el video? —preguntó. —No lo precisó la señ ora Elsita —contestó Mamanchura—. Pero me ha pedido que esté disponible mañ ana para que dé algunas entrevistas si la prensa me solicita. —¿ Entrevistas? —se molestó Balaguer—. ¿ Entrevistas hablando de qué? Mamanchura se rio, como si la pregunta fuese una obviedad. —¿ De qué crees? —replicó, desafiante—. De lo nuestro, pues, Juanito. De lo que se ve en el video. De có mo te clavaba. Está feliz con esto de ser famoso y no le importa quemarme malamente, va a salir mañ ana lunes en la televisió n y é l feliz de hacerse conocido como mi macho en la sombra, como mi amante mercenario, de cien dó lares el polvo semanal, pensó Balaguer. Estoy jodido, tengo que mandarlo a Buenos Aires cuanto antes, esta misma noche. —¿ Pero en qué han quedado? —preguntó. —Dice la señ ora Elsita, tan correcta y educada, que mañ ana lunes pasará n a recogerme al amanecer, a las seis, y que voy a tener una agenda muy recargada de entrevistas, que me llevará n a los noticieros matutinos, al de Francisco Linares y al de Pepe Vé rtiz, y creo que despué s voy a estar en el programa del mediodí a, el de Eva Huamá n, y a la noche soy fijo en el de Amarilis; qué miedo me da esa Amarilis. —¡ Ni cagando puedes salir en todos esos programas! —estalló Balaguer—. ¡ Ni cagando puedes salir con Amarilis! —No te sulfures, Juanito, seré nate —interpuso Mamanchura—. Ya está s con la yuca adentro, mué vete nomá s y gó zala, flaco. El video lo van a sacar sí o sí hoy a medianoche, todo el mundo lo va a ver y voy a ser famoso, tengo que dar la cara mañ ana y contarle al mundo mi verdad. —¿ Qué verdad, huevó n? —gritó Balaguer, indignado, pensando Este traidor solo piensa en é l, en lo que le conviene, le vale madre que mi carrera se vaya al carajo—. ¿ Qué verdad? —repitió. —Bueno, que soy tu jinete oficial —dijo Mamanchura, sin malicia—. Que soy tu marido, pues, Juanito. Esa es mi verdad. Balaguer trató de recuperar la compostura, y habló con fingido aplomo: —¿ Te han ofrecido plata? —preguntó. —Claro, la señ ora Elsita es muy legal, no es racista, se ve que le gusta el morenaje —respondió Mamanchura. —¿ Ya cobraste? —se inquietó Balaguer. —La mitad nomá s —pareció abochornado Mamanchura. —¿ Cuá nto te han dado? —Mil dolaritos. Una bicoca. No alcanza para nada con eso. ¿ Qué son mil cocos, Juanito? Nada, hermano, nada. Tú me pagas cien por sesió n en Los Delfines: son diez polvos contigo, flaco. —¿ Y cuá nto te van a dar mañ ana lunes si sales a hablar sobre lo nuestro? —preguntó aterrado Balaguer, nunca habí a estado en una situació n tan angustiante como aquella y no sabí a có mo escapar, có mo evitar el escá ndalo, có mo caer parado. —Otros mil dó lares —dijo Mamanchura—. Y un pasaje a Buenos Aires en primera clase, porque mañ ana ya voy a ser famoso, no puedo viajar atrá s como ganado, ya voy a ser de la fará ndula —añ adió y se rio de su ocurrencia. Balaguer no lo acompañ ó en la risa, y en cambio le espetó: —¿ Por dos mil dó lares me traicionas? —Por dos mil dó lares y un pasaje a Buenos Aires, efectivamente. Pero no es traició n, Juanito, yo no les di el video, ellos lo tienen no sé có mo, lo van a sacar sí o sí, por eso solo me queda dar la cara como los hombres y no negar que soy tu marido. —¡ No eres mi marido! —se indignó Balaguer—. ¡ No estoy casado, nunca me voy a casar! —Bueno, no soy tu marido, pero tampoco me niegues así, Juanito —se hizo el dolido Mamanchura—. Bien que te gusta comer tu caramelo, papito —añ adió, burló n. —Yo te pago cinco mil dó lares si te vas esta misma noche a Buenos Aires —propuso Balaguer, desesperado—. Cinco mil dó lares y un pasaje en primera clase, a cambio de que te pierdas y no digas una palabra de lo nuestro, ni ahora ni nunca. Mamanchura se quedó pensativo. —¿ Tanto miedo tienes de que se sepa lo nuestro? —preguntó, afligido. —Pues sí —respondió Balaguer—. La verdad es que sí. No tengo miedo, tengo pá nico, ¿ qué quieres que te diga? —Es porque soy negro, negro de Chincha —se lamentó Mamanchura—. Te da vergü enza que se sepa que te gusta un negro. Si fuera gringuito, bien orgulloso estarí as. Balaguer guardó silencio. —Bien racista eres, Juanito —lo increpó Mamanchura. —¿ Có mo me llamas «racista» si sabes que me gustas tanto, huevó n? —se molestó Balaguer, y pensó Nadie mejor que tú conoce mis debilidades, nadie conoce mis secretos y mis gemidos y mis angustias de mujer, solo tú, solo a ti me he entregado plenamente, huevó n, y ahora vienes a decirme que soy racista, có mo podrí a ser racista si te he lamido y sabes que me desvivo por ti y pago lo que sea por estar contigo. —¿ Cinco mil dó lares y el pasaje a Buenos Aires, Juanito? —Eso mismo. —Trato hecho, palabra de negro de Chincha, Juanito, como que me llamo Radamiel Mamanchura. —Entonces te espero en mi casa. Ven ahora mismo. No te demores. —Voy para allá, flaquito. ¿ Quieres que te haga un ú ltimo servicio? Balaguer se rio. Qué descarado, pensó, siempre dispuesto a bajarse los pantalones. —No, gracias —contestó —. Estoy muy tenso. Pasa por acá, te doy tu plata y te arrancas hacia Buenos Aires. —Oye, Juanito. —Dime, negro. —¿ Me darí as una copia del video? —¿ Para qué carajo quieres una copia, si ya te vas a Buenos Aires? —Para presentarla al programa Bailando por un sueñ o, de Raú l Pirelli, por ahí se animan a contratarme como bailarí n, lo mí o siempre ha sido el baile, Juanito; quiero hacer carrera como bailarí n en Argentina; si el señ or Pirelli me da una oportunidad, te aseguro que la rompo, flaco. —No hables huevadas y no te demores. Balaguer colgó el telé fono y pensó Tengo que hablar con Tudela, tengo que hablar con Gustavo Parker, tengo que hablar con Lourdes Osorio, tengo que parar como sea este video, tengo que mandar a Mamanchura a Buenos Aires, tengo que desactivar esta bomba, la puta que me parió, tengo las horas contadas. Luego se sirvió un whisky. Cuando finalmente Canal 4 de Lima pudo salir al aire, ocurrió lo que Gustavo Parker habí a deseado con ferocidad: fue un fracaso estrepitoso. Los hermanos Hugo y Manolo Parker no lograron buenos niveles de audiencia a pesar de que solo competí an con Canal 5, pues el pú blico los culpaba de la muerte del humorista Johnny Legario. Tampoco consiguieron atraer a grandes anunciantes, quienes, intimidados por Gustavo Parker —«Si se van al 4, no regresan má s, los pongo en mi lista negra y los hago quebrar»—, decidieron mantenerse leales al canal largamente má s visto del Perú, el 5. Para agravar las cosas, uno de los dueñ os de Canal 4, Nicolá s Gutié rrez, murió en un restaurante del Centro de Lima, atragantado con un pedazo de carne, y el magnate mexicano Eudocio Azcueta, al ver que Canal 4 era un fiasco y el pú blico lo repudiaba asociá ndolo con la muerte, vendió sus acciones, la cuarta parte de la compañ í a, a Gustavo Parker, que pasó de ese modo a ser socio de sus hermanos en las operaciones de Canal 4, a pesar de que la ley prohibí a expresamente que una persona natural o jurí dica tuviese propiedad en má s de un medio de comunicació n, pero Parker habí a burlado esa ley inscribiendo las acciones compradas a Azcueta a nombre de su hijo mayor, que aú n no habí a terminado el colegio. Lo demá s, para Gustavo Parker, fue esperar. Diez meses despué s de fundar Canal 4, los hermanos Hugo y Manolo se quedaron sin dinero para pagar la planilla y financiar las operaciones de la televisora, no consiguieron un pré stamo de ningú n banco y no tuvieron má s remedio que acudir a su hermano mayor para pedirle un cré dito. Gustavo Parker los recibió con un abrazo, desconcertá ndolos, y los invitó a comer en el saló n del directorio de su canal, dá ndoles abundante licor con el propó sito de achisparlos, ablandarlos y hacerlos má s vulnerables. Aunque les guardaba rencor y querí a sacarlos del negocio, lo disimulaba bien y fingí a que, a pesar de todo, seguí an siendo grandes amigos. «¿ Có mo puedo colaborar con ustedes, caballeros? », les preguntó. «Pré stanos un milló n de dó lares y te daremos doce por ciento de interé s anual y en tres añ os te habremos pagamos todo, capital e intereses», le dijo Hugo. «No, no, yo no soy un banco», dijo Gustavo, lamentá ndose. «Pero puedo comprarles el canal», sugirió. Entonces negociaron el precio, discutieron acaloradamente, Hugo y Manolo pedí an tres millones, Gustavo ofrecí a medio milló n, al final pactaron que Gustavo les pagarí a un milló n a cada uno, pero no a la fecha de la venta, sino al cabo de un añ o, promesa que les firmó en unos papeles manuscritos por é l mismo. Esa misma noche, en una ceremonia transmitida en vivo por los canales 4 y 5, Gustavo Parker asumió el control de Canal 4, dio un vibrante discurso ante los empleados, prometió pagarles todo lo que se les adeudaba y agradeció a sus hermanos menores por cederle el control de la compañ í a. Al dí a siguiente, dio la orden de que sus té cnicos sacasen del aire Canal 4 y pusieran una plaqueta que decí a «Estamos guardando un minuto de silencio en homenaje al gran Johnny Legario». Pero el minuto se hizo horas, dí as, semanas, el minuto má s largo que nadie recordase en el Perú, y al cabo de un mes, la señ al de Canal 4 desapareció del aire y Gustavo Parker emitió unas declaraciones para el noticiero de Canal 5: «El canal que me vendieron mis hermanos estaba quebrado, no habí a manera de levantar ese muerto, y por respeto al pú blico televidente, lo hemos sacado del aire. Lo que mal comienza mal acaba». Hugo y Manolo llamaron a su hermano mayor para protestar airadamente, pero Gustavo les comunicó que no les contestarí a má s el telé fono ni los dejarí a entrar a su canal y que tení an tres meses para irse del Perú o deberí an atenerse a las consecuencias. «¿ Qué consecuencias? », preguntó Manolo. «¿ Nos está s amenazando? », se indignó Hugo. «Si no se largan de este paí s, les van a pasar cosas muy malas», pronosticó Gustavo con tono sombrí o. Furiosos con su hermano mayor, lo enjuiciaron, exigié ndole el pago inmediato por sus acciones en el desaparecido Canal 4. Antes de que el juez fallara, Hugo Parker fue atropellado por un auto que se dio a la fuga, dejá ndolo malherido, la cadera fracturada, y el hijo mayor de Manolo Parker, Miguelito, fue secuestrado a la salida del colegio Santa Marí a, estuvo una semana en cautiverio y fue liberado luego de que su padre pagase cien mil dó lares en efectivo, dinero que Gustavo Parker, que habí a ordenado ambos crí menes, usó para sobornar al juez del litigio que le habí an entablado sus hermanos, quien dictaminó que los papeles manuscritos que Parker habí a firmado por la compra de Canal 4 a sus hermanos menores eran í rritos, carecí an de validez legal y, por tanto, no les debí a un centavo. Asustados, Hugo y Manolo Parker se fueron a vivir a Argentina y se dedicaron a organizar peleas de catch-as-can, negocio que les resultó rentable y les permitió olvidar el fracaso de su emprendimiento televisivo en el Perú. Entretanto, Canal 5 se consolidó como el gran canal de la televisió n peruana, arrojando millones de dó lares en utilidades anuales. Los antiguos trabajadores del fenecido Canal 4 hací an marchas y plantones frente al local de Canal 5 en la avenida Arequipa, exigiendo al magnate Gustavo Parker que les pagase lo adeudado, pero nunca consiguieron que nadie les pagase nada y se fueron cansando, retirando, muriendo, y a veces, cuando veí an a Parker entrando o saliendo de su canal, los má s revoltosos le tiraban huevos y lo insultaban, y luego los guardaespaldas de Parker les daban una paliza para escarmentarlos. En ocasiones, el propio Gustavo Parker se liaba a golpes con ellos y recordaba sus tiempos de mató n y buscapleitos en el colegio, y se hací a respetar a base de cabezazos, escupitajos e insultos de grueso calibre. En venganza por las humillaciones que su hermano mayor les habí a infligido, Hugo y Manolo Parker bautizaron como Gustavo, la Tará ntula del Perú, o Gustavo, la Rata Blanca del Perú, e incluso el Crá pula Gustavo del Perú y el Despreciable Truhá n Gustavo del Perú al villano má s odiado de su floreciente negocio de catch-as-can. Enterado de eso, Gustavo Parker ordenó que dos personajes de su programa có mico má s popular, La peluquerí a del barrio, fuesen dos estilistas afeminados, groseros, chismosos, travestidos, llamados Hugo y Manolo. Juan Balaguer llamó por telé fono a Alcides Tudela: —He visto el video. Te pido mil disculpas. Estaba borracho y perdí el control. —No te preocupes, todos somos humanos —dijo Alcides, con tono compasivo. —No voy a salir esta noche con Soraya —adelantó Balaguer—. Ya cancelé la entrevista. —Es lo mejor para tu carrera —dijo Tudela, amigable—. Si tu pú blico ve el video, despí dete de la televisió n y del periodismo. —Lo sé, Alcides, no tienes que recordá rmelo —se enojó Balaguer—. ¿ Qué vas a hacer con el video? —preguntó, preocupado. —Nada, lo voy a guardar nomá s. Si no me jodes, yo sigo siendo tu amigo y el video se queda en mi caja fuerte, por si cambiaras de opinió n —añ adió, y se rio, acostumbrado a las intimidaciones y los forcejeos para subir en la escalera del poder. —Es peligroso que ese video dé vueltas, Alcides —interpuso Balaguer. —Má s peligroso es que esa niñ a Soraya y su mamá sigan dando vueltas por Lima, hablando con medio mundo —replicó Tudela, con tono de ví ctima—. Tienes que convencerlas de que se vuelvan a Piura y dejen de joder. Tú las inventaste, ahora ocú pate de mantenerlas a raya. —¡ No puedo hacer nada con ellas, Alcides! —se quejó Balaguer—. ¡ No soy su manager! ¡ Si ellas salen en otro canal, ya no es mi culpa, no te pases! —¡ Sí es tu culpa, carajo! —se enfureció Tudela, y Balaguer escuchó la voz de Elsa Kohl azuzá ndolo, instigá ndolo a ponerse duro, a no hacer concesiones y usar todo su fuego retó rico y su procacidad para amedrentarlo—. ¡ Si ellas salen contigo o en otro programa, te quemo igual y saco tu video, degenerado! Balaguer se replegó, sintió que no podí a ganarle el pulso, que llevaba las de perder, que era mejor dar un paso atrá s. —¿ Gustavo Parker sabe de mi video? —preguntó. —No —dijo Tudela—. Todaví a no. Solo te lo he mandado a ti. —¿ Quié n má s lo ha visto? —inquirió Balaguer, y pensó que nunca má s podrí a mirar a los ojos a Elsa Kohl y a los amigos í ntimos de Tudela. —Solo Elsa y yo —contestó Tudela, y a Balaguer le pareció que estaba mintié ndole, que de seguro todo su comité de campañ a se habí a refocilado con el video í ntimo—. Bueno, y ló gicamente nuestro buen amigo Lucas Sabella, el dueñ o del hotel Los Delfines; é l ordenó que te grabasen y é l nos pasó una copia. —¿ Está s seguro de que Gustavo no ha visto nada? —insistió Balaguer. —Yo no le he pasado tu video —se mantuvo firme Tudela—. Tendrí as que preguntarle a Lucas Sabella, pero no creo que é l lo haya hecho; es buena gente, me apoya cien por ciento y admira mucho tu talento como periodista, no veo por qué tratarí a de joderte. —Sí, claro —dijo con tono cí nico Balaguer, y pensó Esa rata de Lucas Sabella no admira mi trabajo, lo que ha hecho es violar mi intimidad y pasarte un video para que me chantajees, para que lo uses contra mí, ¿ có mo carajo podrí a confiar en é l? —¿ Entonces tenemos un trato? —tomó la iniciativa Tudela—. ¿ No sales esta noche con las piuranas? —Tenemos un trato. Ya les di de baja. —¿ Qué vas a hacer en tu programa hoy? —Todaví a no sé. Improvisaré algo. —¿ Por qué no me invitas y hablamos de mi plan de gobierno? Quiero contarte mi idea de regalarle una computadora a cada familia pobre del Perú, así las conectamos con la modernidad y la globalizació n y la puta que las parió. —Gran idea, Alcides. Pero muchas familias pobres no tienen luz elé ctrica, no sé si van a poder usar esas computadoras. —¡ A caballo regalado no se le mira el diente! —bramó Tudela—. ¡ Si no tienen luz, que la vendan! ¡ O que le pongan pilas, carajo! —No hay computadoras a pilas, Alcides. —¡ Sí hay! ¡ Ahora hay de todo! ¡ Yo soy amigo de Bill Gates y de su esposa! ¡ Bill me va a dar un milló n de computadoras que le han salido falladas y yo se las voy a regalar a todos los pobres del Perú!
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