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Jaime Bayly 5 страница



Juan Balaguer estaba manejando su automó vil cuando sonó su celular. No reconoció el nú mero. Contestó.

—Hola, soy Soraya Tudela —escuchó la voz de la adolescente levemente risueñ a, como si estuviera disfrutando de la crisis que habí a provocado con su determinació n de salir en el programa de Balaguer para contarle al paí s que estaba segura de ser la hija de Alcides Tudela—. ¿ Ya tomaste una decisió n?

Balaguer pensó ¿ Quié n se cree esta niñ a revejida para venir a presionarme de esta manera, cuá l es el apuro, por qué jode tanto?

—No, Soraya, todaví a no hemos decidido nada —respondió.

—Ya —dijo ella, secamente—. Pero no creas que voy a esperarte toda la vida, Juanito.

A Balaguer le molestó que una chica de catorce añ os lo llamase así, usando un diminutivo, como si ella fuese mayor que é l, o má s madura que é l.

—¿ Me está s poniendo un ultimá tum, Soraya? —dijo, irritado.

—No, no —contestó ella, rié ndose con aire de superioridad—. Solo te aviso, Juanito. Hoy es jueves. Si mañ ana viernes no me has confirmado nada y sigues hacié ndote el loco, todo bien, no me molesto ni nada, simplemente llamaré a Malena Delgado y a Raú l Haza y te aseguro que le daré la entrevista a uno de ellos.

Balaguer odió a la niñ a por presumida.

—Esos programas son malí simos, Soraya. No te conviene salir allí. Pero haz lo que quieras.

—No son tan buenos como el tuyo, pero a veces te ganan en el rating —comentó ella, y é l tuvo que quedarse callado porque era verdad: no siempre Panorama obtení a el primer lugar en los í ndices de audiencia de los domingos, a veces ganaba la señ ora Delgado con su estilo blando y complaciente, y a veces se imponí a el señ or Haza con sus preguntas retorcidas, malé volas, de inquisidor con oficio y mala entrañ a.

—Tampoco puedes estar tan segura de que Malena o Raú l te invitará n —dijo Balaguer—. Ellos son empleados, lo mismo que yo, y tendrá n que pedir permiso a sus jefes; no te hagas ilusiones, Soraya.

—Ya sé, ya sé, todos se mueren de miedo —dijo ella, y resopló en el telé fono.

Balaguer se habí a detenido para hablar con má s calma. Nadie podí a reconocerlo porque usaba un auto con vidrios polarizados.

—Yo no me muero de miedo —interpuso—. Simplemente tengo que ser responsable, no puedo hacer lo que me dé la gana, no es mi canal, es de Gustavo Parker, y é l toma las decisiones importantes.

Se sintió una criatura minú scula, un hombrecillo sin coraje, muy menor, prescindible, y detestó que Soraya le recordase su destino chato, mediocre, gris, una vida que parecí a refulgir cuando salí a en la televisió n con su sonrisa profesional, pero que, a sus ojos y a los de esa niñ a implacable, estaba lastrada por el miedo, el miedo a lo que dijera o no dijera su jefe, Gustavo Parker, el miedo a quedarse sin trabajo, sin un buen sueldo, sin las gollerí as y prebendas de la televisió n, ese auto nuevo con lunas negras por ejemplo, o los centenares de corbatas de seda que colgaban en su cló set.

—¿ Y qué te ha dicho Parker? —preguntó a quemarropa Soraya.

—Que lo está pensando —respondió secamente Balaguer.

—Seguro que ya fue a contarle todo a mi papá —señ aló la niñ a, y de nuevo Balaguer se sorprendió de que llamase «papá » con tanta naturalidad al hombre que casi seguramente serí a el pró ximo presidente del paí s.

—No lo sé —dudó Balaguer—. Con suerte, mañ ana viernes me dice algo y de inmediato te llamo y te cuento, ¿ te parece bien?

Soraya se quedó un momento en silencio. Luego dijo:

—Tú ya conoces mi plan, Juanito. Si me fallas, me voy al programa de Malena o al de Raú l, pero el domingo salgo de todas maneras en televisió n, contigo o con alguno de ellos. Y tú sabes que no me voy a tirar para atrá s; yo estoy curtida en estas peleas y no me asusta enfrentar a los poderosos.

Niñ a rebuscada, niñ a vieja, niñ a envalentonada, qué ganas de romperme los cojones, pensó Balaguer, y luego se dijo, con cinismo, sin duda es la hija de Alcides Tudela, porque es tan arrogante e insoportable como é l.

—Y si Gustavo Parker no me da permiso y te vas a un programa de la competencia, ¿ contará s que me buscaste y que no quise entrevistarte? —preguntó Balaguer, asustado de que su reputació n como periodista valiente, insobornable, aguerrido, se fuera al traste y la gente se enterase de que antes que dar caza a una primicia de alto vuelo, habí a preferido asegurarse su pequeñ o programa, su sueldo opulento, el afecto mandó n de su jefe, Gustavo Parker.

Soraya se permitió una risa impregnada de superioridad moral e intelectual, una risa que delataba cierta lá stima por Balaguer.

—No te preocupes, Juanito, no soy rencorosa —dijo, disfrutando de la fragilidad de su interlocutor—. Pero tampoco te voy a mentir: si me preguntan, diré la verdad; si alguien me pregunta a quié n busqué primero para que defendiera mis derechos, diré que te busqué a ti.

—Obviamente te lo van a preguntar, y si no te lo preguntan, tú lo dirá s igual, Soraya —se resignó Balaguer.

—No, Juanito, no te asustes —lo calmó Soraya—. Si no me lo preguntan, me quedaré callada nomá s, ¿ para qué te voy a quemar el quiosco?

—Gracias —dijo Balaguer, frí amente.

—Pero si me lo preguntan, piñ a, Juanito, no voy a mentir, yo no miento, no soy como mi papá —precisó Soraya.

—Me queda claro que no eres como Alcides —comentó Balaguer, y luego añ adió solo para fastidiarla—: Pero fí sicamente eres idé ntica a é l.

Soraya no pareció sentir el golpe, se rio, y dijo con voz juguetona:

—Yo sé, Juanito, yo sé que me parezco mucho a mi papá, pero solo en lo fí sico; de cará cter somos como agua y aceite.

—Ya, claro.

—Ese es el castigo de mi papá: por negarme, he salido idé ntica a é l.

—Idé ntica, en efecto —dijo Balaguer, pensando ¿ A qué hora se calla esta niñ a lora, no tiene tareas que hacer para el colegio?

—Entonces, espero tu llamada mañ ana viernes —dijo Soraya.

—Tranquila, mañ ana te llamaré sin falta.

Antes de que ella se despidiera y colgara, Balaguer interpuso:

—Soraya, ¿ puedo hacerte una pregunta?

—Sí, claro, dime —respondió ella, siempre con aplomo, con pleno dominio de las circunstancias, o fingié ndolo, lo que, siendo tan joven, no carecí a de mé rito, consideró Balaguer.

—¿ Tienes ganas de ver a tu papá?

Soraya se quedó un momento en silencio, como pensando.

—Tengo ganas de verlo perder la presidencia —contestó, y se rio de su ocurrencia—. No tengo ganas de verlo personalmente.

—¿ No? —se sorprendió Balaguer—. ¿ No te gustarí a reunirte con é l y con tu mamá y hacer las paces en privado, sin escá ndalos pú blicos ni grandes denuncias en la televisió n?

Balaguer pensaba que la bomba de tiempo todaví a podí a desactivarse si Alcides Tudela llamaba a Lourdes Osorio, le pedí a disculpas, le daba un dinero y prometí a cumplir sus obligaciones como padre y trataba con cariñ o, real o histrió nico pero cariñ o al fin, a la niñ a Soraya, fuese o no su hija, eso ya daba igual, lo importante era evitar el escá ndalo y ahorrarse el dañ o polí tico, y apagar el incendio ahora que todaví a tení an un par de dí as para no salir todos chamuscados.

—Yo no tengo nada que hablar con mi papá —dijo Soraya, con una frialdad que sorprendió a Balaguer—. Ese señ or es muy malo. Nos ha humillado a mi mamá y a mí toda la vida y no lo voy a perdonar nunca.

Balaguer pensó El cholo Tudela está jodido, está niñ a lo va a destruir.

—Mi deber es que el Perú entero conozca quié n es Alcides Tudela, y eso lo haré en tu programa o en otro programa —sentenció Soraya.

—Espero que sea en mi programa.

—Yo tambié n.

Luego se despidieron y colgaron. Balaguer marcó el telé fono de Tudela, pidió hablar urgente con é l y anunció:

—Alcides, estamos jodidos.

—Habla, Juanito —saludó Tudela, bajando la voz.

—Acabo de hablar con Soraya. Te lo dije, Alcides, esa niñ a no va a parar hasta destruirte.

—¿ Por qué crees eso? —preguntó Tudela, con voz engolada.

—Porque si no la entrevisto este domingo, saldrá en el programa de Malena Delgado o en el de Raú l Haza, pero te va a tirar la bomba igual.

Tudela se quedó callado, la respiració n agitada, como jadeando, como si hubiera llegado de correr un tramo largo, pero eran los nervios y la mala noche y la abrumadora sensació n de que, a toda costa, tení a que ganar las elecciones y coronar el sueñ o de toda su vida.

—Tranquilo, Juan, no desesperes, hermano. Ya hablé con Gustavo, todo está bajo control, me ha dado su palabra de honor de que la niñ a esa no saldrá en su canal.

—Entonces saldrá en otro canal y será peor —dijo Balaguer.

—No, no —lo interrumpió Tudela—. Ahora voy saliendo a reunirme con el amigo Idiá quez de Canal 2 y con Alejo Miramar de Canal 4 y les voy a romper la mano a ambos, voy a darles lo que me pidan para que no me jodan con ese tema, ya verá s que yo lo arreglo.

Balaguer pensó Por algo este cholo taimado e inescrupuloso va a ser presidente, sabe có mo se mueven las cosas en el Perú, sabe que con plata uno consigue lo que quiere y que en el mundo de la televisió n todo es má s fá cil repartiendo coimas, aceitando, lubricando, suavizando las tensiones y disipando las dudas con un maletí n de dinero en efectivo.

—Alcides, quiero darte un consejo —dijo.

—Dime, hermano, soy todo oí dos. Yo a ti te considero como el hijo que nunca tuve.

¿ Que no tuviste o que tuviste en algú n caserí o y no has querido reconocer, cholo colibrí, cholo picaflor?, pensó Balaguer.

—Llama a la mamá de Soraya, llama a Lourdes Osorio…

—¡ Ni cagando! —lo interrumpió Tudela—. ¡ Ni cagando hablo con la mafia, carajo!

—Llá mala, Alcides, reú nete con ella y dale plata para que se quede callada.

—¡ No! —rugió Tudela—. Yo soy un hombre é tico, un hombre moral, ¡ no voy a pactar con el andamiaje de la corrupció n!

—No seas intransigente, Alcides —se impacientó Balaguer—. Esa mujer solo quiere que reconozcas a la niñ a y que les des dinero y dejes de humillarlas. Sé razonable. Con una llamada y una reunió n y con un milló n de dó lares en la mano de Lourdes, te aseguro que apagas el incendio y ganas la presidencia, hombre.

—¡ Esa niñ a no es mi hija! —insistió Tudela, sin replegarse—. ¡ No voy a prestarme a un circo montado por mis enemigos!

—Bueno, Alcides, haz lo que quieras —se resignó Balaguer—. Yo, en tus zapatos, llamarí a a Lourdes y negociarí a con ella, solo te digo eso.

—¡ Pero no está s en mis zapatos! —se enfureció Tudela—. ¡ No está s en mis zapatos y por eso eres un empleado de Parker y yo soy el pró ximo presidente del Perú! ¡ Acá el que manda soy yo! ¡ Yo hablo con los dueñ os del circo, no con los monos!

—Como quieras, Alcides, es tu campañ a, es tu candidatura —dijo Balaguer, y pensó Este cholo necio va a perder por terco, por huevó n, por hacerse la damisela impoluta cuando es un mañ oso de campeonato.

—Dile a esa mujercita Lourdes No Sé Cuá ntos que yo no la conozco, que no la he visto en mi puta vida, que no me voy a reunir con ella ni ahora ni nunca y que no se haga ilusiones: ¡ jamá s le daré un centavo! —tronó Tudela, como si é l fuera la ví ctima.

—No le voy a decir nada de eso, Alcides —se plantó con firmeza Balaguer—. Porque si te va mal con Idiá quez y con Miramar, estamos jodidos igual y vas a tener que reunir te con Lourdes aunque no quieras.

Tudela se quedó callado, soltando algunas palabras en quechua, una lengua que hablaba desde niñ o y que Balaguer no era capaz de descifrar. Balaguer supuso, por el tono avinagrado, amargo, que estaba maldiciendo.

—¿ Tú crees que si le doy un milló n a la puta de Lourdes, deje de joderme? —preguntó.

—No creo, estoy seguro —dijo Balaguer.

—Te llamo por la noche y nos juntamos —prometió Tudela, y colgó.

Cuando Hugo y Manolo Parker terminaron el colegio, no dudaron en seguir los pasos de su hermano Gustavo. Se negaron a estudiar en la universidad, alegando que era una pé rdida de tiempo, y entraron a trabajar en Canal 5. Hugo fue nombrado gerente de ventas; Manolo, gerente de producció n. Gustavo Parker les prometió un sueldo que sobrepasaba sus expectativas y un porcentaje de las ganancias a fin de añ o, el diez por ciento para cada uno. Hugo era má s alto, refinado y seductor que Gustavo, tení a el don de la palabra, era un soñ ador, un visionario, un formidable vendedor que embrujaba a sus clientes con sus modales suaves y su verbo encendido, apasionado, y por eso triplicó las ventas del canal, principalmente gracias a la atracció n que ejercí a sobre las mujeres empresarias o publicistas o esposas de los hombres de negocios de la ciudad, quienes lo encontraban irresistible, muy parecido a un famoso cantante españ ol. Manolo era muy trabajador, disciplinado, metó dico, entraba a trabajar a las ocho de la mañ ana y se marchaba a las nueve de la noche, no era mujeriego como Gustavo o Hugo, era fiel a su novia, Cayetana, y no se atreví a a contrariar las ó rdenes generalmente dictadas a gritos por su hermano mayor. Manolo Parker producí a los programas que Canal 5 emití a de cuatro de la tarde a once de la noche; el resto del dí a, la señ al se convertí a en unas barras de colores, interrumpida la programació n. Toda la televisió n de entonces, a finales de los añ os cincuenta, era en directo, en blanco y negro, transmitida desde los dos estudios que poseí a Canal 5, colindantes con el edificio de Radio Amé rica, en la esquina de la avenida Arequipa y la calle Mariano Carranza, en Santa Beatriz. Los principales animadores de la televisió n eran tres conocidas personalidades de Radio Amé rica: Alberto Sensini, Palomo Ibarguren y Johnny Legario. Los tres habí an tenido miedo de dar el salto de la radio a la televisió n, pensaban que el pú blico podí a desencantarse al ver sus rostros, que los oyentes de la radio podí an imaginar que ellos tení an tales o cuales caras y la televisió n los obligarí a a aceptar una sola cara, que acaso no era como la habí an imaginado, pero el dinero que Manolo Parker les ofreció era mucho má s de lo que les pagaban en Radio Amé rica. Sensini fue el primero en aceptar, y fue conocido como «El Caballero de la Televisió n Peruana» por su capacidad de hablar educadamente durante diez minutos sin decir nada importante y sin que nadie le entendiese gran cosa. Ibarguren, que tení a problemas con la bebida, que solí a leer los teleteatros de Radio Amé rica en estado de embriaguez, fue contratado para decir las publicidades en directo, mostrando los productos (los principales eran la bebida Inca Kola, los chocolates Sublime, el champú Johnson’s para bebé s, el detergente Na Pancha y el fijador Glostora, ademá s de la cerveza Cristal, que era el comercial favorito de Ibarguren, pues le exigí a tomar un trago y otro y otro má s de la cerveza, y con dos comerciales por hora, ya Ibarguren se sentí a entonado, chispeante, y todo le resultaba má s fluido y ameno, y decí a los anuncios de la cerveza Cristal incluso cuando no correspondí an, solo para tomar má s y estirar la juerga). Legario tení a fama de loco, de extravagante, de usar tres relojes y medias de diferentes colores, tení a quince hijos con la misma mujer, era un comediante muy celebrado de la radio, por eso se convenció de que podí a tener un futuro en la televisió n y no se equivocó, pues lo suyo era pararse frente a un micró fono y hablar durante una hora, solo interrumpido cada diez minutos por los comerciales de un ya alcoholizado Ibarguren, una hora en la que Legario improvisaba, contaba bromas, hací a chistes familiares, se abandonaba a imitaciones muy jocosas de los personajes del momento, poní a caras desquiciadas y hací a reí r como nadie al pú blico de Canal 5. Las cosas no podí an ir mejor en el floreciente negocio de la televisió n privada en el Perú y por eso, a fines del primer añ o trabajando juntos, los hermanos Hugo y Manolo Parker le pidieron a Gustavo el porcentaje de las ganancias que les habí a prometido. «No hay ganancias», respondió secamente Parker. «No hay un carajo de ganancias, hemos perdido. » «Eso no es posible, Gustavo, yo te he aumentado las ventas casi cuatro veces», replicó Hugo. «Sí, pero todo ese dinero se ha ido a pagarle a la CBS, a la Philips y a don Ismael Linares», mintió Parker. Como vio apesadumbrados a sus hermanos, se compadeció y les dijo que a partir de entonces eran dueñ os, cada uno, del diez por ciento del canal, y sacó una servilleta del restaurante en el que estaban comiendo y escribió brevemente el traspaso de las acciones a sus hermanos menores y firmó el papel arrugado. Cuando, medio añ o despué s, Hugo y Manolo le pidieron un adelanto de sus dividendos anuales, Gustavo Parker puso cara de sorpresa y les dijo «No sé de qué carajo me está n hablando, ustedes ganan sus sueldos de gerentes y no me jodan má s». Hugo y Manolo le mostraron la servilleta firmada, y Gustavo Parker la cogió, escupió sobre ella, la rompió en pedazos y dijo «Ese dí a estaba borracho, esto no tiene valor legal, no sean huevones y vayan a trabajar». Humillados, Hugo y Manolo Parker decidieron que fundarí an otro canal de televisió n, Canal 4 de Lima, para competir con el de su hermano, a quien acusaban de ladró n y dé spota y de traicionar los ideales familiares. Fue así como comenzó la guerra entre los hermanos Parker.

—Tres millones —dijo Gustavo Parker, tocando con delicadeza los fajos de dinero en efectivo—. Qué rico huele la plata nueva.

Alcides Tudela habí a cumplido lo pactado: le habí a hecho llegar un maletí n con tres millones de dó lares, el dinero que Parker le habí a dado para financiar su campañ a. Parker habí a llamado a su oficina a Juan Balaguer para celebrar la recuperació n de su dinero a cambio de prometerle silencio a Tudela en el caso Soraya.

—Huele, Juan, huele —dijo, alcanzá ndole a Balaguer un fajo de billetes de cien dó lares que parecí an recié n salidos de la imprenta.

Balaguer olió los billetes, los tocó como acariciá ndolos, los miró con codicia y dijo:

—¿ De dó nde habrá sacado el cholo esta plata?

Parker se rio, arrellanado en un sofá de cuero reclinable, alisá ndose el cabello canoso, peinado hacia atrá s, fijado con gomina.

—Segú n mis fuentes, esta plata viene del Banco de Fomento —dijo—. El cholo estuvo temprano por la mañ ana con Fernando Benavides y le pidió estos tres palos para su campañ a, y el huevas de Benavides se los dio sin saber que el cholo mañ oso le estaba metiendo la mano y que la plata vendrí a derechito a mí.

—Esperemos que Benavides no se entere de que el cholo le mintió para pagarte —dijo Balaguer.

—Nadie sabe para quié n trabaja —sentenció Parker, y tomó un poco de whisky sin agua ni hielo, y Balaguer pensó Gustavo toma whisky desde la mañ ana, todo el dí a, sin parar, fá cil se baja una botella o botella y media, y sin embargo nunca pierde la lucidez, siempre está atento a la jugada, nunca lo he visto borracho, baboseando, haciendo el ridí culo, debe de tener la mejor cabeza que he visto en mi vida, el hombre sin duda sabe tomar.

—¿ Y ahora qué hacemos? —preguntó.

Parker eructó sin disimulo y respondió:

—Nada, ni un carajo. Nos sentamos con los brazos cruzados y esperamos a que el cholo gane las elecciones.

—¿ Y que se joda la niñ a Soraya?

—Que se joda nomá s —se burló Parker, con sonrisa despiadada—. Que busque a su papá en otro lado, que haga una teletó n para encontrar a su papito, pero que no cuente con nosotros.

—No sé si estamos haciendo lo correcto, Gustavo —dijo Balaguer, y de inmediato se arrepintió de haber expuesto ante su jefe sus dudas, sus temores, su debilidad.

—¿ Lo correcto?, ¿ qué chucha es lo correcto? —preguntó retó ricamente Parker, y se puso de pie, al parecer fastidiado—. ¿ Lo correcto?, ¿ quieres que te diga qué es lo correcto? —caminaba con las manos en los bolsillos, mirando hacia su terraza, decorada con muebles confortables, cuadros de pintores renombrados y plantas bien cuidadas—. Lo correcto es llevarme bien con el pró ximo presidente para que no me cobre toda la plata que le debo en impuestos. Lo correcto es estar siempre bien con el gobierno de turno, no vaya a ser que, si nos peleamos, nos quiten la licencia o nos quiten la publicidad oficial, que son cien millones al añ o, y nos joden. Lo correcto, mi estimado Juan Balaguer, es ganar plata, o recuperar la plata que le di para su campañ a al ladró n de Tudela. Eso es lo correcto.

Balaguer comprendió que no debí a volver a mencionar la palabra correcto, pues su jefe parecí a irritarse, ponerse a la defensiva, y no convení a contrariarlo.

—Lo correcto —prosiguió Parker— es que este canal sea rentable, me deje una buena ganancia anual, siga siendo lí der en el rating y en las ventas, que sea el nú mero uno. Eso es lo correcto —observaba a Balaguer con una mirada fulminante, que no toleraba la menor crí tica—. Lo que haga el cholo de mierda con su vida privada no es asunto que nos concierna ni a ti ni a mí, Juan —sentenció —. Si el cholo Tudela reconoce a sus hijos o los niega es su problema, es su vida privada, su intimidad familiar. Yo no lo voy a juzgar, que lo juzguen Dios o el cardenal.

Balaguer asintió, sumiso:

—Claro, Gustavo, tienes toda la razó n. No debemos meternos en la vida privada de nadie.

Pero enseguida pensó ¿ Es realmente un asunto de vida privada? No, no lo es. Es una historia que está en los tribunales, es una antigua querella aú n en pie, no del todo zanjada, un litigio que está esperando el fallo de otro juez, que seguramente será sobornado por Alcides Tudela y su gentuza, y en la medida en que es un caso judicial, que está en los tribunales de Piura, es una noticia, y dado que el juicio afecta al candidato favorito para ganar la presidencia del Perú, es una noticia que afecta al interé s pú blico y que es legí timo propalar, de modo que los ciudadanos, antes de votar, al menos sepan que el candidato Alcides Tudela está siendo acusado de negar a una niñ a que bien podrí a ser su hija, y que esa acusació n no se originó vengativamente durante esta campañ a electoral, sino que fue planteada poco despué s de que la niñ a naciera, hace catorce añ os ya, cuando Tudela no era un candidato ni un polí tico conocido. Por consiguiente, no es ni a cojones un caso confinado al á mbito de la vida privada de los Tudela o los Osorio, es una noticia de primera plana, y si Parker no quiere sacarla en mi programa ni en ningú n programa de su canal, no es por respeto a la intimidad familiar de nadie, sino porque para é l primero está el dinero, luego la é tica periodí stica o el respeto hacia la audiencia y su derecho a saber la verdad sobre los candidatos presidenciales.

—De todos modos, no podemos estar seguros de que Soraya y su mamá no saldrá n en otro canal —dijo Balaguer.

Parker lo miró, disgustado, y replicó:

—No saldrá n en ningú n canal, no seas miedoso. He hablado con Pepe Idiá quez y con Alejo Miramar y me han asegurado que ya arreglaron con Tudela y que no van a sacar nada sobre el caso Soraya.

Balaguer pensó que quizá Idiá quez y Miramar le habí an mentido a Parker. ¿ Có mo podí a estar Parker tan seguro de que sus competidores, que por otra parte lo detestaban, le dirí an siempre la verdad, y má s en un caso tan espinoso como el de Soraya?

—¿ Y si sale en algú n perió dico? —preguntó.

—Los perió dicos no los lee nadie —se burló Parker, y se sentó, levantó varios perió dicos del dí a y los exhibió ante la mirada asustadiza de Balaguer—. Estos perió dicos, todos juntos, venden cien mil ejemplares, no má s. Es una mierda, no es nada. ¿ Qué son cien mil votos? Mi canal lo ven millones de personas, es el canal nú mero uno en el rating, las elecciones se ganan o se pierden en la televisió n, no en los perió dicos.

—Igual serí a un escá ndalo si sale en El Comercio o en La Prensa o en Correo, y no podemos estar seguros de que no saldrá —dijo Balaguer.

—Si sale algo, me cago de risa, me chupa un huevo partido por la mitad —dijo Parker, displicente—. Me limpio el culo con esos perió dicos.

Balaguer se quedó en silencio.

—Y si sale algo, lo ignoramos, y lo mismo hará n los canales de Idiá quez y Miramar, y si nuestros tres canales no dicen que esa niñ a ladilla existe, entonces la niñ a ladilla no existe, ¿ comprendes? —emplazó Parker a su periodista estrella.

—Comprendo, claro —meditó Balaguer; luego se arriesgó —: Sigo pensando que el cholo deberí a llamar a Lourdes, bajarle una plata y quedarse tranquilo.

Parker lo miró, pensativo. Balaguer continuó:

—No hay nada má s peligroso que una mujer despechada.

Parker asintió en silencio, luego dijo:

—Es cierto. El cholo debe reunirse con esa mujer. ¿ Qué carajo espera? ¿ Se lo has dicho?

—Por supuesto —afirmó Balaguer, y se alegró de que su jefe le diera un poco de razó n—. Pero el cholo es terco como una mula y no quiere ver a Lourdes, dice que a Lourdes le está n pagando sus enemigos, que Lourdes representa a la mafia, a la corrupció n.

—Cojudeces —dijo Parker—. Ese cholo es una bestia. Tiene que juntarse con Lourdes y apagar el incendio de una vez.

—Obviamente —comentó Balaguer—. Pero no lo hará, ya sabes có mo es el cholo.

—Entonces hazlo tú —dijo Parker, con una sonrisa maliciosa.

—No entiendo —murmuró Balaguer, simulando confusió n, pero en realidad entendí a perfectamente lo que estaba a punto de decirle su jefe, el hombre que le habí a cambiado la vida, el mí tico millonario al que sentí a que debí a lealtad absoluta.

—Es bien simple —dijo Parker, y sacó un par de fajos de billetes del maletí n—. Le llevas estos cien mil dó lares a tu amiga Lourdes, le dices que Tudela te ha enviado a darle la plata, le haces firmar un papel diciendo que la niñ a no es hija de Tudela y que ella afirma bajo juramento que nunca en su vida ha conocido a Tudela y sanseacabó, incendio apagado.



  

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