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Jaime Bayly 7 страницаAlcides Tudela habí a convocado a Gustavo Parker y a Juan Balaguer a su oficina privada de emergencia. Parker lo habí a alertado de que Malena Delgado pensaba grabar una entrevista al dí a siguiente con Lourdes Osorio y su hija Soraya. Estaban los tres sentados alrededor de una mesa circular, tomando whisky, aunque Balaguer apenas remojaba sus labios y procuraba no beberlo, le caí a mal, pero sí disfrutaba de ver có mo Tudela se emborrachaba y así acentuaba sus aptitudes histrió nicas, su talante embustero. Parker veí a con temor a su competidor Pepe Idiá quez, dueñ o de Canal 2: Si saca la primicia de Soraya en su canal, jode al cholo Tudela y de paso me jode a mí, pensaba. Balaguer estaba aterrado de que su competidora Malena Delgado, a la que despreciaba y consideraba una oportunista, una vil trepadora, una mujercita sin talento, saliera el domingo entrevistando a Lourdes y Soraya: Conociendo como conozco a Malena, hará todo lo posible por joderme, y es un hecho que Soraya no se morderá la lengua y dirá que traté de coimearla. Será el fin de mi carrera. Desvergonzado, cí nico, acostumbrado a mantener la calma en medio de las tormentas má s feroces, hombre con piel de elefante, Tudela confiaba en que Idiá quez le habí a dado su palabra de que no harí a nada en su canal sobre el caso Soraya, pero tení a miedo cuando pensaba en que su esposa, Elsa Kohl, podí a enterarse del chisme, que ya recorrí a las redacciones periodí sticas y se instalaba en los salones de Lima: Si la gringa se entera de que hay una cholita piurana que dice tener una hija conmigo, me corta los huevos; me jodí, no me va a creer a mí, le va a creer a la piurana. Parker no podí a tolerar que destruyeran el triunfo inminente de su protegido Tudela; Balaguer sabí a que su carrera como periodista estrella no sobrevivirí a a la denuncia de que intentó coimear a Lourdes Osorio y a su hija Soraya; Alcides Tudela querí a y respetaba a Elsa Kohl, lo que ciertamente no le impedí a estar con otras mujeres a escondidas, y tení a que hacer cuanto estuviera a su alcance para impedir que ella se enterase de la existencia de Soraya Tudela. —Gustavo, llama a Idiá quez —dijo Tudela, en tono imperioso, no sugirié ndolo sino dando una orden—. Pregú ntale si tiene controlada a Malena Delgado. Aví sale que la piurana de mierda le ha dicho a Juan que va a grabar con ella mañ ana. —Mi temor es que Malena no le haya dicho nada a Idiá quez y saque sorpresivamente la entrevista el domingo —comentó Balaguer. —Eso es imposible —dijo Parker, con sonrisa confiada—·. Malena es amante de Idiá quez; el viejo Idiá quez se la monta. —¡ No jodas! —se alegró Tudela—. ¿ Có mo mierda sabes eso, Gustavo? ¡ No seas mentiroso! —No estoy inventando —aseguró Parker—. Me lo ha contado el general Frejolito Bardales, el jefe de la policí a. —¿ Y có mo chucha lo sabe Bardales? —preguntó Tudela—. ¿ O hace un trí o con ellos? Parker y Balaguer se rieron. Tudela se rio con má s estré pito; le gustaba comprobar que sus bromas tení an é xito, se sentí a muy listo, un ganador, el primero de la clase, el má s vivaracho. —Una noche, la policí a intervino Las Suites de Barranco en busca de un narcotraficante mexicano, y lo que encontró en una habitació n fue a Idiá quez tirando con Malena —dijo Parker—. Así me lo contó Bardales. —¿ Hay video? —se impacientó Tudela, y apuró un trago de whisky. —No, lamentablemente no hay video —respondió Parker—. Hablé con Alan Wilson, el dueñ o de Las Suites de Barranco; parece que, para mala suerte, en el cuarto donde tiraban Idiá quez y Malena, la cá mara se habí a malogrado y no grabó. —¡ La concha de su madre, qué mala suerte! —lamentó Tudela. —No estarí a de má s llamar al señ or Idiá quez —recordó Balaguer. —Ahora mismo llamo a ese tacañ o de Idiá quez —anunció Parker. Sacó su celular, apretó una sola tecla y esperó. Habló con voz seca, desprovista de afecto: —Pepe, soy Gustavo. Luego pasaron unos segundos, en los que Balaguer y Tudela escucharon la voz ronca, agitada, de Idiá quez. Parker continuó: —Estoy acá con el cholo Tudela y con mi periodista estrella, Juan Balaguer —hizo una pausa, y siguió —: Estamos muy preocupados, porque tu amiguita Malena Delgado está diciendo que va a salir este domingo entrevistando a una tal Lourdes Osorio y a su hija Soraya para joder al cholo Tudela —se detuvo para tomar whisky—: Eso es lo que le ha dicho Malena a Juan Balaguer. Balaguer hizo una señ al nerviosa, para corregirlo, y en voz baja, para que Idiá quez no lo escuchara, precisó: —No ha sido Malena; me lo ha dicho Lourdes. Parker hizo un gesto, como diciendo no importa, da igual, lo que debemos hacer ahora es asustar al gordo Idiá quez para que mande a callar a su amiguita Malena. —Gordo, no seas huevó n, habla de una vez con Malena y apaga ese incendio —dijo Parker. Tudela pidió el telé fono. —Acá te paso con el cholo —anunció Parker. —Gordito lindo, mi hermano del alma, ¿ qué ha sido de tu vida? —empezó Tudela, luego sonrió, como diciendo lo tengo todo bajo control, estos millonarios de la televisió n me la maman todos en fila india, soy el rey del mambo y no se me escapa una—. Oye, gordo, ¿ me juras que no va a salir nada de esa mierda de mi hija falsa en tu canal, no? —preguntó, con voz compungida, como si fuera la ví ctima de una conspiració n. Balaguer le guiñ ó el ojo a Tudela como dicié ndole eso, cholo, asegú rate bien, no dejes cabos sueltos, no podemos confiar en la perra de Malena, que hará lo que pueda para destruirme, esa arribista me odia porque casi siempre le gano en el rating y me pagan el doble que a ella, maldita Malena de los cojones, solo está allí porque se la mama al gordo Idiá quez. —¿ Qué dices, gordo? —se sorprendió Tudela, luego atacó —: ¡ Pendejadas, hombre! ¡ Pendejadas! ¿ Có mo vas a permitir que Malena haga lo que le da la gana en tu canal? ¡ Es tu canal, gordo, no jodas! Parker y Balaguer escucharon a Idiá quez bramando: —¡ Yo tengo que respetar a mis periodistas, carajo! Parker dijo en voz baja: —Está enamorado de Malena. Está enchuchado. Por eso la que manda es Malena. Tudela rugió: —¡ Mira, gordo concha de tu madre, escú chame bien! ¡ Si sale una palabra del caso Soraya en tu canal, una sola palabra, voy a soltar unos videos que tengo en los que sales culeando con Malena Delgado en Las Suites de Barranco! ¿ Me escuchas bien, gordo pingaloca? Tú me jodes con la niñ a que no es mi hija, y yo hago que Gustavo Parker, que está acá a mi lado, pase tu video con Malena, ¿ qué te parece? Luego Tudela le pasó el telé fono a Parker y le indicó con la mirada que corroborase su amenaza. Parker entendió enseguida y se dirigió a Idiá quez con voz afable y cordial, como conversar distendido con un amigo: —Gordito mañ oso, qué bien te culeas a Malena, pendejo, hemos visto tu video acá con Alcides, qué suerte la tuya, huevó n, está bien rica Malena. Provecho, gordito —escuchó con una sonrisa có mo Idiá quez se deshací a en disculpas, promesas y explicaciones, y siguió —. Tranquilo, gordo, no te pongas sulfuroso, que te va a dar un infarto. Habla nomá s con Malena y dile que se meta su entrevista con las piuranas en el culo. Tú apaga rapidito ese incendio y nosotros guardamos tu videí to, y todos tranquilos, gordito —dijo, disfrutando de la vulnerabilidad de su competidor, prolongá ndole ese momento de agoní a—. ¿ O por quedar bien con tu amiguita Malena vas a pelearte con el pró ximo presidente del Perú y encima vas a permitir que todo el paí s vea en mi canal có mo te montas a Malena en Las Suites de Barranco? Tudela se puso de pie y habló eufó rico: —¡ Lo tenemos cogido de las pelotas! ¡ Lo tenemos! Parker escuchó y dijo: —Habla con Malena, controla la cosa ya mismo, y nos llamas para confirmar que tienes todo bajo control. Un abrazo, gordo. Espero tu aviso. Y cuando quieras te mando copia de tu video, gordo —sentenció sarcá stico y colgó; luego le dijo con admiració n a Tudela—: Eres un gran jugador de pó quer, cholo. —El gordo huevó n mordió el anzuelo —comentó Tudela, jactá ndose, inflando el pecho, pavoneá ndose de su astucia—. Se creyó el cuento del video. Cuando gane, voy a ascender a Bardales. —Qué alivio —comentó Balaguer—. No creo que Malena se salga con la suya. —Ni cagando —dijo Parker—. Idiá quez tiene los huevos de corbata, le va a prohibir que grabe la entrevista. —Puede que Malena renuncie —aventuró Balaguer. —¡ Qué va a renunciar esa mamona, con lo que le gusta la plata! —dijo Parker. —Tenemos todo bajo control —comentó Tudela, y tomó whisky, caminando con las piernas chuecas de veterano futbolista lesionado. Elsa Kohl irrumpió en ese momento, abriendo bruscamente la puerta, dejando atrá s a una secretaria que intentó interponerse y que quedó afuera con un portazo. Elsa Kohl tení a fama de mujer malgeniada, malhumorada, y con enorme influencia sobre Alcides Tudela, y se sabí a que a menudo gritaba, se enojaba, decí a palabras obscenas y se peleaba con medio mundo. Lucí a tensa, los ojos desorbitados, el pelo rubio y despeinado, el rostro sin maquillaje, como si hubiera saltado de la cama y salido sin mirarse en el espejo. Era flaca, huesuda, pero tení a buen cuerpo a pesar de que ya pasaba los cincuenta añ os; se habí a operado la cara, los pechos y la barriga, y presumí a de ponerse bikini los veranos. —Elsita, mi amor, qué sorpresa —dijo Tudela, y se acercó a ella con los brazos abiertos, anunciando un beso teatral. Ella caminó hacia é l con el rostro desfigurado. —¡ Cholo de mierda, tienes una hija no reconocida! —gritó, y luego zarandeó el rostro de Tudela con una sonora bofetada. Parker y Balaguer contemplaron la escena con estupor, paralizados, Parker pensando Ahora sí nos jodimos, Balaguer preguntá ndose ¿ Y có mo mierda se enteró la gringa Kohl? —¡ Pero qué dices, Elsita! —se hizo el sorprendido Tudela, con voz dulzona. —¡ Hay una chola que anda diciendo por todo Lima que tiene una cachorrita contigo, cholo cachero, borracho, pingaloca! —gritó Elsa Kohl, y estampó otra cachetada en los mofletes ahora enrojecidos de Alcides Tudela. —¡ Esa es una patrañ a, Elsita! —se defendió Tudela, gimoteando, abriendo los brazos como si fuera un má rtir, un soldado herido a punto de desfallecer en el campo de batalla—. ¡ Esa es una mentira que anda diciendo la chucha seca de Lola Figari para ganarme la elecció n! —¡ No me mientas, Alcides! —chilló Elsa Kohl, y luego dirigió una mirada flamí gera a Gustavo Parker y Juan Balaguer—. ¡ No soy ninguna estú pida! ¡ Estoy al tanto de todo lo del caso Soraya! Parker y Balaguer comprendieron que debí an quedarse callados, Elsa Kohl en un ataque de rabia era una criatura altamente peligrosa, no habí a quien pudiera domarla, y su marido no parecí a dar la talla para sosegarla. —¿ Quié n te ha contado esa calumnia pestilente? —bramó Tudela—. ¿ Quié n te ha envenenado con ese chisme, mi amor? —preguntó, mirando al techo, como pidiendo compasió n, clemencia, respeto a su condició n de hombre incomprendido, vilmente difamado por la tropa de envidiosos al servicio de Lola Figari. Parecí a preguntarse ¿ Por qué a mí, Dios mí o, por qué tanta sañ a conmigo? Elsa Kohl cogió la botella de whisky, tomó un trago directamente de ella, eructó sin disimulo y dijo, mirá ndolo a los ojos: —¡ Malena Delgado me lo ha contado todo, cholo apestoso! ¡ Malena me ha dicho que mañ ana va a grabar la entrevista con esa chola que te cachabas y a la que le hiciste una hija! Alcides Tudela farfulló, como hablando consigo mismo: —Ya te jodiste por traidora, Malena Delgado. No voy a parar hasta que te despidan. Gustavo Parker se puso de pie y trató de controlar la situació n: —Cá lmate, Elsa, por favor. —¡ No me calmo, carajo! —gritó la señ ora Kohl—. ¡ No me calmo, Gustavo! ¿ Có mo quieres que me calme si todo el paí s se va a enterar de que mi marido me saca la vuelta y eso nos va a costar la elecció n? ¿ Eres estú pido o qué, Gustavo Parker? Alcides Tudela se habí a alejado de su esposa, tal vez para ahorrarse otra bofetada. Juan Balaguer observaba con pavor, pensaba que Malena Delgado no desmayarí a hasta liquidarlo, arruinarlo, hundirlo en el fango del escá ndalo. —¡ Todo es mentira! —se disculpó Tudela— ¡ Malena Delgado está mintiendo! Elsa Kohl se acercó a é l y trató de darle una nueva bofetada, pero como Tudela le sujetó fuertemente el brazo, impidiendo el golpe, ella atinó a darle una patada en la bolsa testicular con su zapato de taco. Tudela se agachó, adolorido. —¡ En los huevos no, Elsita! —exclamó. —¡ El que miente eres tú, cholo cachero! Parker hizo un esfuerzo por conciliar: —Ya hablamos con Idiá quez, Elsa. Nos ha prometido que no va a salir nada en su canal. Elsa Kohl miró con desprecio a Parker, y sin embargo, lo escuchó: —Idiá quez es amante de Malena, así que tranquila, no va a salir nada en Canal 2 ni en mi canal, ni en Canal 4, que ya hablamos con Alejo Miramar. Tranquila, Elsita, esto queda entre nosotros, nadie má s se va a enterar. —¡ Y esa niñ a no es mi hija! —rugió Tudela, sobreponié ndose, haciendo su mejor esfuerzo persuasivo—. ¡ No conozco a esa señ ora piurana! ¡ No sé quié n es, Elsita! ¡ Nunca he tenido relaciones sexuales con esa puta mentirosa, te lo juro por mi santa madre que está en el cielo! Luego se sobó la entrepierna para aliviarse el dolor que le habí a provocado el puntapié de su esposa. —¡ No te creo nada, cholo de mierda! —gritó Elsa Kohl, y camino hacia la puerta, antes de salir, rugió —: ¡ Quiero el divorcio, carajo! Enseguida tiró la puerta. Parker improvisó una mirada de aplomo, de aquí no pasa nada, una mirada de viejo zorro que no se asusta con nadie, y dijo: —Eso te pasa por pingaloca, mi querido Alcides. —¡ Les juro que esa niñ a no es mi hija! —dijo Tudela, arrodillá ndose, suplicando que le creyeran. Balaguer sonrió a medias y pensó No te creo nada, cholo timador, teatrero, este escá ndalo va a terminar mal, tú vas a perder la elecció n y yo mi programa, y la gringa Kohl se va a largar a Francia. Esto huele demasiado mal para que termine bien. Parker le habló a Tudela, como si se dirigiese a un empleado: —Ya, levá ntate, no seas pesado. Pero Tudela siguió arrodillado, los ojos saltones de pescado, la nariz de gancho, el rostro ajado, el pelo muy negro peinado hacia atrá s, una cara de boxeador retirado, o de secuestrador, de hombre sin escrú pulos, una cara de bribó n a todas luces, de pilludo entrenado y sin culpa. Parker le preguntó, mirá ndolo así, de rodillas: —¿ No habrá s ido a culear a Las Suites de Barranco, cholo? ¿ No tendrá s un video tú tambié n? —¡ Nunca! —exclamó Tudela, ofendido—. ¡ Nunca he pisado ese burdel de pitucos, carajo! El romance con Elsa Kohl le trajo muchas cosas buenas a Alcides Tudela: mejoró rá pidamente su dominio del inglé s, ganó confianza en sí mismo, impresionó a sus familiares y amigos en Chimbote enviá ndoles fotos de ella y dicié ndoles que habí a sido Miss Francia, lo que no era verdad, y se hizo má s popular entre sus compañ eros del fú tbol, ahora que Elsa asistí a a los partidos y aplaudí a desde la tribuna. Los Miller, Clifton y Penelope, aceptaron de buen grado la presencia de Elsa Kohl en su casa. Sin embargo, el enamoramiento de esa mujer guapa e inteligente tambié n le trajo problemas de í ndole religiosa. Elsa Kohl era judí a y no veí a con buenos ojos que Tudela fuese cató lico. Elsa no era judí a practicante, no asistí a a la sinagoga, pero los sá bados descansaba y fumaba marihuana con Tudela. Uno de esos sá bados, relajados por los efectos de la marihuana de los Miller, Elsa le dijo a Alcides «¿ No te da vergü enza ser cató lico? ». Sorprendido, Tudela respondió «No, Elsita, es la fe de mis padres y de mis abuelos, soy cató lico a mucha honra». «Pero nunca vas a misa, nunca te veo rezar», dijo Elsa Kohl, los cabellos rubios ensortijados, el cuerpo delineado por ropa ajustada, los ojos saltones, desorbitados, enrojecidos por la hierba. «Es porque estudio mucho», se disculpó Tudela, «no me queda tiempo para la religió n». Elsa Kohl no se anduvo con rodeos: «Es bueno que sepas que si quieres seguir de novio conmigo, tenemos que practicar la misma religió n». Tudela lo tomó a la broma: «Mi religió n es el sexo, Elsita. En esa religió n por suerte estamos de acuerdo». Kohl se encolerizó: «No digas sandeces, bruto. Tu religió n está equivocada. Mi religió n es la correcta». Tudela miró con gesto risueñ o a Elsa y preguntó «¿ Por qué estamos equivocados los cató licos? ». «Porque te lo digo yo: tu religió n cató lica es una mierda», dijo, crispada, Elsa Kohl. Tudela se quedó en silencio y ella prosiguió, enardecida: «Ustedes, los cató licos, creen en el Espí ritu Santo y eso es una estupidez, Alcides, una reverenda estupidez. ¿ Có mo carajo Dios va a ser el Padre, el Hijo y el Espí ritu Santo? ». Tudela hizo un gesto de pasmo o de confusió n: «Sí, pues, suena a ensalada eso». «Un sancochado, una idiotez», se enfureció Elsa Kohl. «Y ustedes, los cató licos, creen que Jesucristo es Hijo de Dios. ¡ Pendejadas! ¡ Tonterí as, Alcides! Jesucristo no fue Hijo de Dios. ¡ Dios no tiene hijos, es ú nico e indivisible! » Tudela se sintió tocado en sus convicciones religiosas: «No te metas con mi Jesusito, Elsa, no te lo permito, carajo». «Jesú s fue judí o, un judí o má s, no fue el Mesí as, el Mesí as aú n no ha llegado», siguió Elsa, y Tudela la escuchó con atenció n: «Ustedes, los cató licos, creen en el Papa. Pues te diré algo, Alcides: el Papa es un viejo pervertido. El Papa siempre ha sido enemigo del pueblo judí o. Durante el holocausto, el Papa era simpatizante de los nazis y no dijo una puta palabra para condenar el genocidio del pueblo judí o. ¡ El Papa es un inmoral, un concha de su madre! ». Tudela dijo «Yo no conozco al Papa, pero he leí do del tiempo de los Borgia y esos papas eran unos tremendos hijos de la gran puta, andaban culeando con la familia y hací an tremendas orgí as». Elsa Kohl se puso de pie y gritó «¡ Muera el Papa, muera el Espí ritu Santo, muera tu Jesusito de los cojones! ». Tudela tambié n se puso de pie y le dijo «Ya, Elsa, no te sulfures, fuma má s hierba, carajo». Pero Elsa Kohl no pareció escucharlo y siguió predicando: «Ustedes, los cató licos, creen en Sataná s, en el Diablo, en el Infierno, y todo eso es mentira; no existen Sataná s ni el Infierno». «Sí existe el Infierno: es Chimbote en verano», la interrumpió Tudela. Elsa Kohl dijo, muy seria, «Si quieres casarte conmigo algú n dí a, tienes que convertirte al judaismo, Alcides». «No puedo», dijo Tudela, con voz compungida. «No hay cholo judí o, es un imposible», se lamentó. «Pendejadas, carajo», contestó Elsa Kohl. «Yo te voy a convertir en judí o, yo te voy a hacer el bañ o de inmersió n. » Tudela sonrió: «Inmersió n quiero hacerte, pero a ti, mamita». Elsa Kohl se hizo la ofendida: «¿ Está s dispuesto a ser judí o, Alcides? ». Tudela respondió «Por ti, me hago ateo, Elsita, lo que tú digas». Kohl lo miró con picardí a y dijo «Entonces vas a tener que hacerte la circuncisió n». Juan Balaguer despertó sobresaltado y miró el reloj. Era pasado el mediodí a, cogió su celular, lo encendió y escuchó sus mensajes. —Llá mame, es urgente —decí a secamente Gustavo Parker. —Juanito, soy Lourdes, Lourdes Osorio, si puedes dame una llamadita, son las ocho de la mañ ana, seguro está s descansando, tienes fama de dormiló n. Bueno, llá mame, quiero contarte las novedades. Esta chola pendeja ya se quedó con la plata, ni la menciona, es una ladronzuela, debe creer que soy tonto; si le da la entrevista a Malena, tiene que devolverme la plata o Gustavo me romperá la cara y me botará de su canal, pensó Balaguer. —Juan, hermano mí o, la cosa está bastante jodida, tenemos que hacer algo, llá mame cuando escuches este mensaje —decí a Alcides Tudela, con voz afligida, pedregosa, como si hablase desde un tú nel subterrá neo o desde una caverna. Debe tener problemas con la loca de Elsa, seguro que no ha dormido con ella y se ha ido de putas, pensó Balaguer. De inmediato llamó a Gustavo Parker. —¿ Dó nde estabas? —preguntó con brusquedad Parker, nada má s contestar—. Te he estado llamando toda la mañ ana. —Perdó n, Gustavo, estaba durmiendo. —¡ Todo el dí a duermes, carajo! ¿ Ya sabes lo de Malena? —No, no sé nada. ¿ Qué pasó? Parker resopló: —La hija de puta de Malena no le quiere hacer caso al gordo Idiá quez y ha dicho que esta tarde, a las cinco, va a grabar la entrevista con la puta piurana esa, ¿ có mo es que se llama? —Lourdes. Lourdes Osorio. —Con esa. Malena está empecinada. —¿ Pero Idiá quez no puede ordenarle que no la haga? —preguntó Balaguer, sorprendido pero no tanto, porque sabí a que Malena Delgado era testaruda y obstinada, y que Idiá quez estaba enamorado de ella, y ademá s pensaba que Idiá quez era un pusilá nime, un tontorró n. —Ya hablé con el gordo, ya lo puteé, ya le dije vela verde —se lamentó Parker—. El gordo huevó n dice que Malena decide lo que sale en su programa, que é l no puede prohibirle nada. —¡ Claro que puede prohibirle! —se irritó Balaguer—. ¡ Es su canal! ¡ Que no se haga el tonto el gordo pendejo, Gustavo! ¡ Lo que quiere es robarnos la primicia! —¡ Ya sé, ya sé, no me grites! —dijo, enfurecié ndose, Parker—. ¡ Ya le dije a Idiá quez que no le creo nada, que si Malena graba estamos jodidos! —¿ Y é l qué dice? —¡ Ya te dije! Que Malena es libre, que ella decide, que é l no puede censurarla, que é l es muy respetuoso de la libertad de expresió n, la puta que lo parió al gordo, está enchuchado nomá s, es un pisado, un sacolargo, hace lo que su Malenita le ordena. Balaguer pensó Estoy frito, estoy quemado, si sale esa entrevista en el programa de Malena voy a quedar como un apocado, como un aduló n de Tudela y, lo que es má s grave, como un coimero que trató de amordazar a Lourdes Osorio y su hija. —No podemos permitir que Malena grabe con Lourdes —dijo. —¡ Para eso te di los cien mil dó lares! —gritó Parker—. ¡ Se suponí a que les dabas esa plata y se quedaban calladas! ¿ Qué carajo hiciste con la plata? Balaguer se sintió herido al notar que su jefe insinuaba que no habí a hecho bien su trabajo. Hice todo lo que pude, pensó, tampoco era tan fá cil coimear a la estirada de Lourdes, a ver, inté ntalo tú, Gustavo, en vez de ladrarme por telé fono, carajo. —¡ Le di la plata a Lourdes! —protestó. —¿ Y entonces por qué mierda dice que va a grabar a las cinco de la tarde con Malena? —chilló Parker. —No sé, no entiendo un carajo —se defendió Balaguer, y no quiso decirle a su jefe que Lourdes se habí a quedado con la plata y le habí a dicho que lo pensarí a. ¿ Es capaz, la muy pendeja, de haberme estafado, de haberse hecho la estrecha para quedarse con los cien mil y luego clavarme la puñ alada artera grabando con Malena?, pensó. —¡ Haz algo, huevó n! —dijo Parker—. ¡ Habla ahora mismo con Lourdes y haz lo que sea para impedir que grabe con Malena! —La llamo ya mismo —prometió Balaguer. —Si es necesario, jú rale que mañ ana saldrá en vivo contigo, gana tiempo, ya despué s mañ ana vemos có mo apagamos el incendio —insistió Parker. —Eso haré —dijo Balaguer. —Y si la puta esa quiere quedarse con mi dinero, ¡ tiene que quedarse callada! —bramó Parker. —Tranquilo, Gustavo, ya mismo arreglo esto —aseguró Balaguer. Apenas cortó, marcó con desesperació n el nú mero de Lourdes Osorio. —Lourdes, hola, soy Juan Balaguer —dijo, y pensó Ten cuidado, puede estar grabá ndote, la marimacha de Lola Figari tiene gente grabando los telé fonos de Alcides Tudela y los de nosotros, sus amigos. —¡ Juanito, qué linda sorpresa me das! —exclamó Lourdes, con voz suave, afable. Esta asaltante de caminos cree que se va a quedar con la plata y para colmo nos va a traicionar con Malena Delgado, ¿ quié n chucha te crees, piurana pé rfida, enana codiciosa? ¿ Crees que Gustavo Parker y yo somos un par de huevones a los que vas a estafar tan alegremente? —Lourdes, ¿ se puede saber que está pasando? —preguntó enojado. —Todo está tranquilo, Juanito —respondió ella, con voz desentendida. —No es lo que me cuenta el señ or Parker —dijo Balaguer—. Me dice el señ or Parker que vas a grabar esta tarde con Malena. ¿ Es así? —instó, sin hacer un esfuerzo para evitar un tono á spero, contrariado. —Sí, Juanito, tú siempre tan informado —dijo Lourdes, con una vocecita de yo no mato ni a una mosca, como si estuviera rezando el rosario—. A las cinco viene la señ ora Malena a mi casa y vamos a grabar. —¿ Con Soraya? —se asustó Balaguer. —Sí, claro, con mi Soraya, con mi tesorito —contestó Lourdes. Balaguer se quedó callado, meditando sus opciones, calculando có mo mover sus fichas, có mo neutralizar a Malena Delgado, có mo salir del jaque en que se hallaba. —¿ Y la plata que te di? —preguntó. Lourdes se rio con aire distraí do, como si cien mil dó lares fuesen un asunto sin importancia. —Ay, la plata, qué volada —dijo—. Mañ ana te la devuelvo, Juanito, pierde cuidado, soy una mujer honrada y muy é tica, muy moral. —Sí, claro, ya veo —comentó Balaguer, cí nicamente.
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