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Libros Tauro 25 страница



—No he cambiado de opinió n —dice é l—. No voy a cambiar de opinió n. É sta es la decisió n má s difí cil de mi vida y no quiero equivocarme. La he pensado bien. Vengo de la tumba de papá.

—Dime, mi amor —se arriesga ella, pero le sale del alma decirle eso.

No me digas nada, só lo abrá zame y bé same, piensa, pero no se atreve a pedí rselo, porque siente vergü enza de haberle dicho «mi amor», y recuerda que é l le prometió que la ayudarí a, pero só lo como amigo, y se estremece al pensar que ese hombre, al que ya no siente suyo, es sin duda el que má s limpiamente la ha querido y es tambié n el hombre al que ella traicionó. Merezco que me desprecies, Ignacio, piensa, pero escucha estas palabras que é l dice lentamente, como si le costaran un esfuerzo muy grande:

—Te perdono, Zoe.

Ella enmudece, no sabe qué decir. É l la mira, los ojos hú medos, y dice:

—Te perdono porque te quiero. Te quiero má s que nunca.

Ella lo abraza, deja caer su cabeza, abatida, sobre el pecho de Ignacio, que, vié ndola llorar, la consuela, acariciá ndola con ternura.

—Este bebé que tienes acá va a nacer —le dice al oí do, abrazá ndola con fuerza—. Voy a pelear para que puedas ser mamá, para que tu bebé pueda nacer felizmente.

—Ignacio —suspira ella, la cabeza recostada sobre su pecho—. Eres tan bueno. Có mo pude hacerte esto. Perdó name.

—Te perdono. Te quiero. Será s mamá, la mejor mamá del mundo —dice é l, llorando—. Y si quieres que yo sea el padre, nada me harí a má s feliz.

Ella lo mira a los ojos, avergonzada por el dolor que ha provocado en ese hombre al que ahora admira má s que nunca, pero al mismo tiempo ilusionada al pensar que podrí a ser el padre de su bebé.

—¿ Lo dices en serio? ¿ Está s dispuesto a ser el papá?

—Absolutamente —responde é l, sin dudar—. No necesito ninguna prueba mé dica. Si tú quieres que yo sea el padre, será la alegrí a má s grande de mi vida.

Zoe besa a Ignacio, llorando los dos, abrazados en la terraza, bajo el sol radiante de la tarde, y siente que, increí blemente, los mejores momentos de su vida está n por venir.

—Te quiero, Ignacio —susurra.

—Yo tambié n te quiero, Zoe. Tendremos un hijo, despué s de todo, y seremos muy felices, ya verá s.

 

En la camioneta, de regreso a casa, Zoe, abrumada por esa seguidilla de dí as tan intensos, recuesta su cabeza sobre las piernas de Ignacio, que conduce con la parsimonia habitual, y entonces é l le acaricia el pelo con una mano mientras guí a con la otra el timó n, como hací a añ os atrá s, cuando empezaron a salir juntos y se enamoraron. Luego enciende el equipo de mú sica y elige una canció n que sabe que a ella le encanta. Zoe la canta en voz muy bajita. La canto para ti, mi bebé, piensa. Para que sepas que nacerá s gracias al amor. Esa canció n me recuerda el amor. Algú n dí a, te prometo, la cantaremos juntos. Ignacio baja un poco la ventana, respira una bocanada de aire fresco, decide que tomará un par de semanas de vacaciones para descansar con ella y quizá s llevarla de viaje y, permitié ndose una sonrisa leví sima, piensa: nada me hace má s feliz que cuidar a esta mujer. ¿ Quié n habrí a dicho que Gonzalo, por querer vengarse de mí, me darí a la felicidad má s grande, la de ser padre?

Cuando llegan a la casa, Zoe se emociona. No dice nada, só lo camina y observa, se deja invadir por la quietud del lugar, se eriza recordando los momentos felices e imaginando los que vendrá n, y puede ver con nitidez a su bebé riendo en esa casa, gateando, dejá ndose querer por ellos, que eligieron ser sus padres.

—No me iré má s de acá —dice—. Puedo sentir toda la felicidad que mi bebé traerá a esta casa.

—Nuestro bebé —la corrige é l.

Luego se desnudan, se meten en la cama y, abrazados, se miran intensamente a los ojos y lloran en silencio y sienten que é sa es tambié n una manera de hacer el amor.

 

Nueve meses má s tarde, Ignacio registra en una cá mara de ví deo el momento exacto en que su hijo, el hijo que rechazó su hermano y é l hizo suyo, es retirado con dificultad del vientre de Zoe y, tras ser golpeado con una leve palmadita en la espalda, rompe en llanto por primera vez, anunciando su esperada llegada al mundo.

—¡ Es hombre! —anuncia el ginecó logo.

Sin dejar de grabar, Ignacio se estremece detrá s de la cá mara al ver que Zoe besa a su bebé, lo acomoda en su pecho y le da leche. Luego deja la cá mara y besa en la frente al bebé.

—Es un á ngel —dice, mirá ndolo con ternura.

—Es igualito a ti —le dice Zoe, conmovida, mientras da de lactar a su hijo.

Ojalá no se parezca mucho a Gonzalo, piensa é l, con una sonrisa. Ojalá se parezca má s a ti, papá. Porque se llamará como tú, Juan Ignacio.

 

Unos dí as despué s, Ignacio le enví a un correo electró nico a Gonzalo. No se han visto ni hablado en largo tiempo. La ú ltima vez que lo vio fue aquella mañ ana en el hotel, cuando su hermano se dirigí a presuroso a ver a Zoe. Desde entonces, no ha vuelto a verlo y tampoco ha tenido ganas de propiciar un encuentro con é l, ni siquiera de llamarlo por telé fono. Pero ahora quiere compartir la alegrí a de sentirse padre y por eso le escribe:

 

Querido Gonzalo:

Zoe y yo queremos contarte que finalmente hemos sido bendecidos con la alegrí a de ser padres. Hace unos dí as nació nuestro hijo Juan Ignacio, que, como podrá s imaginar, se llama así en recuerdo de papá. Aquí te enviamos una foto de nuestro hijo: ¿ no está precioso? Zoe y yo estamos felices y orgullosos de ser padres de Juan Ignacio y queremos compartir contigo esa alegrí a. Como siempre, te recordamos con cariñ o y te deseamos todo lo mejor.

 

Cuando Gonzalo lee ese correo electró nico en la ciudad lejana a la que se ha mudado, suelta una risotada y dice para sí mismo:

—El tonto de Ignacio creyó que es su hijo.

Luego oprime una tecla y borra el mensaje sin contestarlo.

 

 

FIN

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