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Capнtulo 9 Domingo, 6 de marzo - Viernes, 11 de marzo



Capнtulo 9 Domingo, 6 de marzo - Viernes, 11 de marzo

De camino al comedor, el doctor A. Sivarnandan detuvo sus pasos al descubrir a Holger Palmgren y Lisbeth Salander. Estaban inclinados sobre el tablero de ajedrez. Ella habнa adquirido la costumbre de visitarlo una vez por semana, generalmente los domingos. Siempre llegaba a eso de las tres y pasaba unas cuantas horas jugando al ajedrez con йl. Se iba sobre las ocho de la noche, cuando йl debнa irse a la cama. El doctor Sivarnandan habнa notado que ella ni mostraba veneraciуn alguna por Palmgren ni lo trataba como si estuviera enfermo. Todo lo contrario: siempre parecнan estar pinchбndose y ella dejaba que fuera йl quien fuese a buscar el cafй.

El doctor A. Sivarnandan frunciу el ceсo. No sabнa cуmo entender a esa curiosa chica que se consideraba la hijastra de Holger Palmgren. Tenнa un particular aspecto y daba la impresiуn de observar todo su entorno con recelo. Resultaba imposible bromear con ella.

Tambiйn parecнa prбcticamente imposible entablar una conversaciуn normal con esa chica; en una ocasiуn йl le preguntу a quй se dedicaba y ella contestу con evasivas.

Unos dнas despuйs de su primera visita, Lisbeth se presentу con un montуn de papeles que daban fe de que se habнa creado una fundaciуn sin бnimo de lucro con el explнcito objetivo de colaborar en la rehabilitaciуn de Holger Palmgren. El presidente de la fundaciуn era un abogado residente en Gibraltar. La direcciуn estaba compuesta por un solo miembro, tambiйn abogado y domiciliado en Gibraltar, asн como por un auditor llamado Hugo Svensson que vivнa en Estocolmo. La fundaciуn administraba dos millones y medio de coronas de las que el doctor A. Sivarnandan podrнa disponer como quisiera, siempre y cuando el dinero se empleara en ofrecer todo tipo de atenciones a Holger Palmgren. Para usar los fondos, Sivarnandan tenнa que dirigir una peticiуn al auditor, quien mбs tarde se encargarнa de realizar los pagos. Se trataba de un acuerdo poco habitual, por no decir insуlito.

Durante varios dнas, Sivarnandan estuvo pensando si habнa algo que no fuera йtico en esa manera de hacer las cosas. No se le ocurriу ninguna objeciуn, de modo que contratу a Johanna Karohna Oskarsson, de treinta y nueve aсos, como la entrenadora y asistenta personal de Holger Palmgren. Era fisioterapeuta titulada y contaba en su haber con varios cursos complementarios de psicologнa y una amplia experiencia como rehabilitadora. Formalmente estaba contratada por la fundaciуn y, para asombro de Sivarnandan, el primer sueldo se le pagу por adelantado en cuanto firmу el contrato. Hasta ese momento habнa albergado la ligera duda de que todo eso tal vez se tratara de algъn tipo de absurdo engaсo.

Y, ademбs, pareciу dar resultado. Durante el ъltimo mes, la capacidad de coordinaciуn y el estado general de Holger Palmgren habнan mejorado considerablemente, cosa que podнa comprobarse en las pruebas que realizaba todas las semanas. Sivarnandan se preguntaba cuбnto de esa mejora se debнa al entrenamiento y cuбnto a Lisbeth Salander. No cabнa duda de que Holger Palmgren se esforzaba al mбximo y de que esperaba sus visitas con la ilusiуn de un niсo. Parecнa divertirle que ella le ganara siempre al ajedrez.

Una vez el doctor Sivarnandan los acompaсу. Fue una partida curiosa. Holger Palmgren jugaba con las blancas y abriу con la defensa siciliana. Y lo hizo todo bien.

Meditaba cada movimiento durante mucho tiempo. Poco importaban los impedimentos fнsicos que la apoplejнa le hubiera provocado: su agudeza mental permanecнa intacta.

Mientras, Lisbeth Salander leнa un libro sobre un tema tan peculiar como «la calibraciуn de frecuencia de radiotelescopios en estado de ingravidez». Se encontraba sentada sobre un cojнn para estar mбs alta frente a la mesa. Cuando Palmgren hizo su movimiento, ella levantу la vista y moviу una pieza sin apenas pensбrselo aparentemente. Acto seguido volviу al libro. Tras la jugada veintisiete, Palmgren se rindiу. Salander levantу la mirada y, con el ceсo fruncido, examinу el tablero durante un par de segundos.

—No —dijo—. Todavнa puedes conseguir tablas.

Palmgren suspirу y dedicу cinco minutos a estudiar el tablero. Al final la mirу fijamente.

—Demuйstramelo.

Ella le dio la vuelta al tablero y se hizo cargo de sus piezas. Llegу a tablas en la jugada treinta y nueve.

—ЎDios mнo! —exclamу Sivarnandan.

—Lisbeth es asн. Nunca apuestes dinero con ella —dijo Palmgren.

Sivarnandan llevaba jugando al ajedrez desde pequeсo; siendo adolescente se presentу al campeonato escolar de Abo, donde quedу segundo. Se consideraba un aficionado competente. Se dio cuenta de que Lisbeth Salander era una extraordinaria jugadora. Por lo visto, nunca habнa pertenecido a ningъn club, de modo que cuando йl mencionу que la partida le recordaba a una variante de una clбsica partida de Lasker, ella puso cara de no entender nada. No parecнa haber oнdo hablar de Emanuel Lasker. El doctor no pudo resistir la tentaciуn de preguntarse si su talento serнa innato y, en tal caso, si tendrнa otros talentos que pudieran interesar a un psicуlogo.

Pero no le dijo nada. Constatу, simplemente, que Holger Palmgren daba muestras de encontrarse mejor que nunca desde que ella habнa llegado a Ersta.

 

 

El abogado Nils Bjurman llegу a casa tarde. Habнa pasado cuatro semanas seguidas en la casa de campo que tenнa en las afueras de Stallarholmen. Estaba desanimado. No habнa ocurrido nada que cambiara en lo fundamental su miserable situaciуn. Tan sуlo que el gigante rubio le habнa comunicado que les interesaba la propuesta; le iba a costar cien mil coronas.

En el suelo, bajo la trampilla del buzуn, se habнa acumulado una montaсa de correspondencia. La recogiу y la puso sobre la mesa de la cocina. Habнa perdido el interйs por todo lo que tuviera que ver con el trabajo y el mundo exterior. Hasta bien entrada la noche no detuvo la mirada en el montуn de cartas. Las revisу distraнdamente.

Una de ellas procedнa de Handelsbanken. La abriу y casi sufriу un shock cuando descubriу que era el extracto de un reintegro de 9.312 coronas de la cuenta de Lisbeth Salander.

«Ha vuelto.»

Entrу en su despacho y dejу el documento en su mesa de trabajo. Lo contemplу con odio durante mбs de un minuto mientras ordenaba sus ideas. Tenнa que buscar el nъmero de telйfono ya. Acto seguido, levantу el auricular y marcу el nъmero de un mуvil con tarjeta prepago. El gigante rubio contestу con un ligero acento.

—їSн?

—Soy Nils Bjurman.

—їQuй quiere?

—Ha vuelto a Suecia.

Al otro lado del hilo se hizo un breve silencio.

—Estб bien. No vuelva a llamar a este nъmero.

—Pero...

—Le avisarй dentro de poco.

Para su gran irritaciуn, la llamada se cortу. Bjurman lo maldijo por dentro. Se acercу al mueble bar y se sirviу un buen chorro de Kentucky Bourbon. Apurу la copa en dos tragos. «Tengo que beber menos», pensу. Luego se sirviу un poquito mбs y se llevу la copa a su mesa, donde volviу a mirar el extracto.

 

 

Miriam Wu masajeу la espalda y el cuello de Lisbeth. Llevaba veinte minutos amasando intensamente mientras Lisbeth se limitaba a emitir algъn que otro gemido de satisfacciуn. Que Mimmi le diera un masaje resultaba enormemente placentero: se sentнa como una gatita que sуlo querнa ronronear y mover las patitas.

Ahogу un suspiro de decepciуn cuando Mimmi le pegу una palmadita en el culo diciendo que ya estaba bien. Permaneciу quieta un momento, alimentando la vana esperanza de que Mimmi continuara; pero cuando la oyу alargar la mano para coger una copa de vino, se volviу boca arriba.

—Gracias —dijo.

—Creo que pasas demasiado tiempo sentada ante el ordenador. Por eso te duele la espalda.

—Sуlo me ha dado un tirуn en un mъsculo.

Las dos yacнan desnudas en la cama de Mimmi, en Lundagatan. Estaban bebiendo vino tinto y ya habнan llegado al punto de la risa tonta y la flojera. Desde que Lisbeth habнa recuperado el contacto con Mimmi era como si nunca se cansara de ella. Se habнa convertido en una mala costumbre llamarla un dнa sн y otro tambiйn, cosa a todas luces exagerada. Mientras contemplaba a Mimmi se recordу a sн misma que no debнa volver a sentir demasiado apego por otra persona. Podrнa acabar resultando doloroso para alguien.

De repente, Miriam Wu estirу la espalda y, sacando medio cuerpo de la cama, abriу un cajуn de la mesilla de noche. Extrajo un pequeсo paquete plano envuelto en un papel de regalo con flores y con una roseta hecha con cinta dorada, y se lo tirу a las manos.

—їQuй es esto?

—Tu regalo de cumpleaсos.

—Falta mбs de un mes.

—El del aсo pasado. Cuando resultaba imposible contactar contigo. Lo he encontrado al hacer la mudanza.

Lisbeth permaneciу callada un instante.

—їLo abro ahora?

—Bueno, si te apetece.

Dejу la copa de vino, sacudiу el paquete y lo abriу con cuidado. Sacу una preciosa pitillera con una tapa esmaltada en azul y negro, y decorada con unos signos chinos.

—Deberнas dejar de fumar —dijo Miriam Wu—. Pero ya que te empeсas en seguir, por lo menos podrбs guardar los cigarrillos en algo con cierto gusto.

—Gracias —dijo Lisbeth—. Eres la ъnica persona que me hace regalos de cumpleaсos. їQuй significan los signos?

—їY yo quй diablos sй? No entiendo el chino. Es sуlo una cosa que encontrй en un rastro.

—Es un estuche muy bonito.

—Es una de esas chorradas baratas. Pero parecнa haber sido hecha para ti. Oye, se nos ha acabado el vino. їSalimos a tomar una cerveza?

—їEso significa que tenemos que levantarnos de la cama y vestirnos?

—Me temo que sн. Pero їquй sentido tiene vivir en Sцdermalm si una no puede ir de bares de vez en cuando?

Lisbeth suspirу.

—Venga —dijo Miriam Wu, clavбndole suavemente el dedo en el brillante del ombligo—. Podemos volver despuйs.

Lisbeth volviу a suspirar, puso un pie en el suelo y se estirу para coger las bragas.

 

 

Dag Svensson estaba sentado en un rincуn de la redacciуn de Millennium, en la mesa que le habнan dejado, cuando, de repente, oyу el ruido de la cerradura de la puerta principal. Le echу un vistazo al reloj y vio que ya eran las nueve de la noche. Mikael Blomkvist tambiйn pareciу sorprendido de que todavнa hubiera alguien allн.

—Sн, aquн me tienes, al pie del caсуn... Hola, Micke. He estado retocando unas cositas del libro y no me he dado cuenta de lo tarde que es. їQuй haces aquн?

—Sуlo venнa a por un libro que se me ha olvidado. їVa todo bien?

—Sн... Bueno, no... Llevo tres semanas intentando localizar a ese maldito Bjцrck de la Sдpo. Es como si hubiera sido secuestrado por algъn servicio de inteligencia extranjero; como si se lo hubiese tragado la tierra.

Dan le contу sus penas. Mikael acercу una silla, se sentу y se puso a reflexionar.

—їHas probado con el truco del premio?

—їQuй?

—Te inventas un nombre, redactas una carta en la que le comunicas que ha ganado un telйfono mуvil con GPS o lo que sea. La imprimes de manera que tenga un bonito aspecto y se la mandas a casa, en este caso a la direcciуn del apartado de correos. Ya ha ganado el mуvil. Pero es que, ademбs, йl es una de las veinte personas que puede continuar participando y ganar cien mil coronas. Todo lo que tiene que hacer es participar en un estudio de mercado para distintos productos. La encuesta le llevara una hora y la realizarб un entrevistador profesional. Y luego... bueno.

Dag Svensson miraba a Mikael Blomkvist con la boca abierta.

—їLo dices en serio?

—їPor quй no? Ya lo has intentado todo y, ademбs, hasta un secreta de la Sдpo deberнa ser capaz de calcular que las posibilidades de ganar cien mil coronas no estбn nada mal siendo йl uno de los veinte elegidos.

Dag Svensson soltу una carcajada.

—Estбs loco. їEso es legal?

—No creo que sea ilegal regalar un mуvil.

—Joder, tнo, estбs loco.

Dag Svensson siguiу riйndose. Mikael dudу un segundo. En realidad, se iba ya para casa y no frecuentaba mucho los bares, pero Dag Svensson le caнa bien y se sentнa a gusto con йl.

—їVamos a tomar una cerveza? —preguntу espontбneamente.

Dag Svensson consultу su reloj.

—Claro —dijo—. Venga, una rбpida. Dйjame darle un toque a Mia. Ha salido con unas amigas y va a venir a buscarme.

 

 

Fueron al Kvarnen, mбs que nada porque les pillaba cerca. Dag Svensson se reнa entre dientes mientras iba redactando mentalmente la carta que le dirigirнa a Bjцrck a la Sдpo. De reojo, Mikael le echу una mirada algo escйptica a su colaborador, que resultaba tan fбcil de entretener. Tuvieron la suerte de conseguir una mesa justo al lado de la entrada y pidieron dos pintas. Se sentaron e, inclinados sobre la mesa y mientras bebнan, trataron el tema que ahora ocupaba el tiempo de Dag Svensson.

Mikael no vio que Lisbeth Salander estaba en la barra con Miriam Wu. Lisbeth dio un paso atrбs, de modo que Mimmi quedу entre ella y Mikael Blomkvist. Lo observу oculta tras el hombro de Mimmi.

Era la primera vez que salнa desde que volviу a Suecia y va y se tropieza con йl. El Kalle Blomkvist de los Cojones.

Era la primera vez que lo veнa en mбs de un aсo.

—їQuй te pasa? —preguntу Mimmi.

—Nada —respondiу Lisbeth Salander.

Siguieron hablando. O mejor dicho: Mimmi continuу contando una historia sobre una bollera que conociу, hacнa ya unos aсos, en un viaje a Londres. Iba de una visita a una galerнa de arte y de una situaciуn que se tornу cada vez mбs absurda a medida que Mimmi intentу ligar con ella. De vez en cuando, Lisbeth movнa la cabeza y, como de costumbre, no se enterу muy bien de la historia y no le vio ninguna gracia.

Mikael Blomkvist no habнa cambiado mucho, constatу Lisbeth. Tenнa un aspecto insultantemente bueno; estaba tranquilo y relajado pero mostraba una expresiуn seria. Escuchaba a su compaсero de mesa y asentнa con la cabeza a intervalos regulares. Parecнa tratarse de una conversaciуn importante.

Lisbeth dirigiу la mirada al amigo de Mikael. Un chico rubio con el pelo rapado, unos aсos mбs joven que йl, que hablaba con un gesto concentrado y daba la impresiуn de intentar explicar algo. No lo habнa visto en su vida y no tenнa ni idea de quiйn era.

De repente, un grupo de gente se acercу hasta la mesa de Mikael y le estrechу la mano. Una mujer le acariciу la mejilla, dijo algo y todos se rieron. Mikael parecнa incуmodo pero tambiйn se riу.

Lisbeth Salander arqueу una ceja.

—No me estбs escuchando —dijo Mimmi.

—Sн que te escucho.

—Eres una pйsima compaсera de juerga. Me rindo. їVolvemos a casa a follar?

—Dentro de un rato —contestу Lisbeth.

Se acercу un poco a Mimmi y le puso una mano en la cadera. Mimmi la mirу.

—Tengo ganas de besarte en la boca.

—No lo hagas.

—їTienes miedo de que la gente piense que eres una bollera?

—Ahora mismo no me apetece llamar la atenciуn.

—Venga, entonces vбmonos.

—Todavнa no. Espera un poco.

 

 

No fue necesario esperar mucho. A los veinte minutos de su llegada, el hombre que acompaсaba a Mikael recibiу una llamada en el mуvil. Apuraron las cervezas y se levantaron a la vez.

—Mira —dijo Mimmi —. Ese es Mikael Blomkvist. Tras el caso Wennerstrцm se ha hecho mбs famoso que una estrella de rock.

—їSн? —dijo Lisbeth.

—їTe lo perdiste? Pasу mбs o menos cuando te fuiste del paнs.

—Algo he oнdo.

Lisbeth esperу cinco minutos antes de mirar a Mimmi.

—Querнas besarme en la boca.

Mimmi la contemplу perpleja.

—Sуlo te estaba tomando el pelo.

Lisbeth se puso de puntillas, bajу la cabeza de Mimmi a su altura y le dio un largo beso con lengua. Cuando terminaron, la gente las aplaudiу.

—Estбs chalada —dijo Mimmi.

 

 

Lisbeth Salander no volviу a casa hasta las siete de la maсana. Se acercу el cuello de la camiseta a la nariz y lo olisqueу. Pensу en darse una ducha pero pasу y, en su lugar, dejу la ropa amontonada en el suelo y se metiу en la cama. Durmiу hasta las cuatro de la tarde. Se levantу y bajу a Sцderhallarna a desayunar.

Pensу en Mikael Blomkvist y en su reacciуn al encontrarse repentinamente en el mismo local que йl. Su presencia la habнa irritado, pero tambiйn pudo constatar que ya no le dolнa verlo. Йl se habнa convertido en un pequeсo punto en el horizonte, una pequeсa interferencia en su vida.

Las habнa peores.

Pero de pronto deseу haber tenido el coraje de acercarse y saludarlo.

O tal vez de romperle las piernas. No estaba segura.

Fuera como fuese, se apoderу de ella una repentina curiosidad por saber en quй andaba metido.

Durante la tarde hizo unas gestiones y regresу a casa sobre las siete. Encendiу su PowerBook e iniciу el Asphyxia 1.3. El icono de MikBlom/laptop seguнa en el servidor de Holanda. Hizo doble clic y abriу una copia exacta del disco duro de Mikael Blomkvist. Desde que se habнa ido de Suecia, hacнa ya mбs de un aсo, era la primera vez que se metнa en su ordenador. Para su satisfacciуn, advirtiу que йl todavнa no habнa actualizado la ъltima versiуn de MacOS, cosa que habrнa supuesto la eliminaciуn de Asphyxia y la interrupciуn del pirateo. Tambiйn constatу que debнa rediseсar el programa para que una actualizaciуn no lo inutilizara.

El volumen del disco duro se habнa incrementado en casi 6,9 gigabytes desde su ъltima visita. Gran parte del aumento consistнa en archivos pdf y documentos en Quark. Estos ъltimos no ocupaban mucho espacio; las carpetas de fotografнas, en cambio, a pesar de estar comprimidas, sн. Al parecer, desde que habнa vuelto como editor responsable, habнa empezado a archivar una copia de cada nъmero de Millennium.

Ordenу el disco duro en orden cronolуgico, con los documentos mбs viejos en primer lugar, y reparу en que, durante los ъltimos meses, Mikael se habнa centrado principalmente en una carpeta titulada «Dag Svensson» que, al parecer, se trataba de un proyecto de libro. Luego abriу el correo de Mikael y repasу detenidamente la lista de direcciones de su correspondencia.

Una direcciуn la sobresaltу. El 26 de enero Mikael habнa recibido un correo de esa Harriet Vanger de los Cojones. Lo abriу y leyу unas breves lнneas referentes a una futura junta anual de Millennium. El mensaje terminaba comunicбndole a Mikael que Harriet habнa reservado la misma habitaciуn de hotel que la ъltima vez.

Lisbeth asimilу la informaciуn. Luego se encogiу de hombros y descargу el correo de Mikael Blomkvist, el manuscrito del libro de Dag Svensson, cuyo tнtulo provisional era Las sanguijuelas y su subtнtulo Los pilares sociales de la industria de las putas. Tambiйn encontrу una copia de una tesis doctoral titulada From Russia with Love, escrita por una mujer llamada Mia Bergman.

Se desconectу, se dirigiу a la cocina y conectу la cafetera elйctrica. Luego se sentу en el nuevo sofб del salуn con su PowerBook. Abriу la pitillera que le habнa regalado Mimmi y encendiу un Marlboro Light. El resto de la noche lo pasу leyendo.

A las nueve ya habнa terminado de leer la tesis de Mia Bergman. Pensativa, se mordiу el labio.

A las diez y media ya habнa leнdo el libro de Dag Svensson. Se dio cuenta de que, dentro de poco, Millennium volverнa a contar con buenos titulares.

 

 

A eso de las once y media estaba llegando al final de los correos de Mikael Blomkvist cuando, de repente, se incorporу y abriу los ojos de par en par.

Un escalofrнo le recorriу la espalda.

Se trataba de un correo de Dag Svensson a Mikael Blomkvist.

Svensson mencionaba que estaba dбndole vueltas a la posibilidad de que un tal Zala, un gбnster de un paнs del Este, constituyera un capнtulo propio, pero era consciente de que faltaba poco tiempo para la fecha de entrega. Mikael no habнa contestado.

«Zala.»

Petrificada, Lisbeth se quedу pensando hasta que apareciу el salvapantallas.

 

 

Dag Svensson dejу de lado su cuaderno y se rascу la cabeza. Meditabundo, contemplу la ъnica palabra escrita en la parte superior de la pбgina. Cuatro letras. «Zala.»

Desconcertado, se pasу tres minutos dibujando una serie de cнrculos concйntricos alrededor del nombre. Luego se levantу y fue a la pequeсa cocina a por una taza de cafй. Mirу de reojo su reloj y constatу que ya era hora de irse a casa a descansar, pero habнa descubierto que se encontraba a gusto en la redacciуn de Millennium, trabajando hasta altas horas de la noche en medio de aquel silencio y aquella quietud. La fecha lнmite se iba acercando implacablemente. Controlaba el manuscrito, pero por primera vez desde que habнa empezado el proyecto le asaltу una leve duda. Se preguntaba si no se le habrнa pasado un importante detalle.

Zala.

Hasta ese momento, se habнa mostrado impaciente por terminar el manuscrito y publicar el libro. Ahora, de repente, deseaba tener mбs tiempo.

Reflexionу sobre el informe de la autopsia que el inspector Gulbrandsen le habнa dejado leer. Irina P. fue encontrada en el canal de Sцdertдlje. Habнa sido objeto de una extrema violencia y presentaba contusiones en la cara y el tуrax. La muerte se produjo por rotura del cuello pero, como mнnimo, dos de sus otras lesiones tambiйn eran letales. Tenнa seis costillas rotas y el pulmуn izquierdo perforado. El bazo estaba destrozado como consecuencia de una grave contusiуn. Los daсos eran difнciles de interpretar. El mйdico forense habнa lanzado la teorнa de que habнan usado una maza de madera envuelta en tela. No se podнa explicar quй motivos tendrнa el asesino para envolver una maza de madera en una tela, pero las contusiones no coincidнan con ninguna de las caracterнsticas de las armas habituales.

El crimen seguнa sin resolverse y, a Guldbrandsen, las posibilidades de hacerlo no se le antojaban muy elevadas.

En el material reunido por Mia Bergman a lo largo de los ъltimos aсos, el nombre de Zala aparecнa en cuatro ocasiones, pero siempre manteniйndose al margen, como un escurridizo fantasma. Nadie sabнa quiйn era, ni siquiera si existнa. Algunas de las chicas habнan hablado de йl como una amenaza no definida que constituнa un peligro para las desobedientes. Habнa dedicado una semana a averiguar mбs sobre Zala preguntando a policнas, periodistas y otras fuentes relacionadas con el comercio sexual.

Habнa vuelto a contactar con el periodista Per-Еke Sandstrцm, al que pensaba denunciar despiadadamente en el libro. A esas alturas, Sandstrцm ya habнa empezado a darse cuenta de la gravedad de la situaciуn. Le suplicу a Dag Svensson que tuviera compasiуn. Le ofreciу dinero. Dag Svensson no tenнa intenciуn alguna de renunciar a ponerlo en evidencia. En cambio, usу su poder para presionar a Sandstrцm y obtener informaciуn sobre Zala.

El resultado fue decepcionante. Sandstrцm era un cabrуn corrupto que habнa hecho de chico de los recados para la mafia del sexo. No conocнa a Zala, pero habнa hablado con йl por telйfono y sabнa que existнa. Quizб. No, no tenнa un nъmero de telйfono. No, no podнa revelar quiйn estableciу el contacto.Sъbitamente, Dag Svensson comprendiу que Per-Еke Sandstrцm tenнa miedo. Un miedo que iba mбs allб de la amenaza de ser expuesto al escarnio pъblico. Temнa por su vida. їPor quй?



  

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