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Capнtulo 7 Sбbado, 29 de enero - Domingo, 13 de febrero



Capнtulo 7 Sбbado, 29 de enero - Domingo, 13 de febrero

A eso de las once de la maсana del sбbado, un gigante rubio entrу en el pueblo de Svavelsjц, situado entre Jдrna y Vagnhдrad. La localidad se componнa de unas quince casas. Se detuvo junto al ъltimo edifмcio, a unos ciento cincuenta metros fuera de la poblaciуn propiamente dicha. Se trataba de una deteriorada nave industrial que en su dнa albergу una imprenta y que ahora lucнa con orgullo un letrero que daba fe de que allн se ubicaba la sede del club de motoristas Svavelsjц MC. A pesar de que el trбfico era inexistente, mirу cautelosamente a su alrededor antes de abrir la puerta y bajar del coche. Hacнa frнo. Se puso unos guantes de cuero marrones y sacу del maletero una bolsa de deporte negra.

No le preocupaba mucho que lo vieran. La vieja imprenta estaba situada de tal manera que resultaba prбcticamente imposible que alguien aparcara en las inmediaciones sin ser visto. Si alguna autoridad estatal quisiera tener el edificio bajo vigilancia, deberнa pertrechar a sus colaboradores con ropa militar de camuflaje y colocarlos en una de las cunetas que quedaban al otro lado de los campos, provistos de telescopios. Algo en lo que en un plazo de tiempo no demasiado largo repararнan los habitantes del lugar y que se convertirнa en tema de cotilleo, y que, ademбs —puesto que tres de las casas del pueblo pertenecнan a miembros del Svavelsjц MC—, pronto se sabrнa en el club.

Sin embargo, no querнa entrar en el edificio. En algunas ocasiones, la policнa habнa efectuado registros en el club, de modo que ya nadie podнa estar seguro de que no hubiesen instalado algъn discreto equipo de escucha. Eso significaba que las conversaciones cotidianas del club sуlo versaban sobre coches, chicas y cerveza, y, de vez en cuando, sobre las acciones en las que serнa bueno invertir. Pero raras veces versaban sobre secretos de vital importancia.

En consecuencia, el gigante rubio esperу pacientemente hasta que Carl-Magnus Lundin saliу al patio. Magge Lundin, de treinta y seis aсos, era del Club President. En realidad, su constituciуn уsea era bastante fina pero, con los aсos, habнa ido ganando tantos kilos que ahora lucнa una acentuada tripa cervecera. Tenнa el pelo rubio recogido en una coleta y llevaba botas, vaqueros negros y una buena cazadora de invierno. En su curriculum contaba con cinco condenas. Dos de ellas por delitos menores relacionados con drogas, una por receptaciуn de artнculos robados y otra por robar un coche y conducir en estado de embriaguez. La quinta condena, la mбs severa, le habнa valido un aсo de cбrcel por malos tratos graves, cuando —encontrбndose bajo los efectos del alcohol, unos aсos antes—, provocу una reyerta y armу una buena en un bar de Estocolmo.

Magge Lundin y el gigante se estrecharon la mano y pasearon tranquilamente a lo largo de la valla que cercaba el patio.

—Han pasado muchos meses —dijo Magge.

El gigante rubio moviу afirmativamente la cabeza.

—Tenemos un negocio en marcha. Tres mil sesenta gramos de metanfetamina.

—їEl mismo acuerdo que la ъltima vez?

—Fifty-fifty.

Magge Lundin se hurgу el bolsillo de la pechera y sacу un paquete de tabaco. Asintiу. Le gustaba hacer negocios con ese gigante rubio. El precio que la metanfetamina adquirнa en la calle oscilaba entre las ciento sesenta y las doscientas treinta coronas por gramo, dependiendo de la oferta. Tres mil sesenta gramos equivalнan a algo mбs de seiscientas mil coronas. Svavelsjц MC distribuirнa los tres kilos entre sus revendedores habituales en paquetes de unos doscientos cincuenta gramos. En esa fase el precio bajarнa a unas ciento veinte o ciento treinta coronas por gramo, cosa que reducirнa los ingresos totales.

Para Svavelsjц MC se trataba de un negocio muy rentable. A diferencia de otros proveedores, con el gigante rubio nunca hubo lнos: jamбs exigiу el pago por adelantado ni un precio fijo. Entregaba la mercancнa y pedнa el cincuenta por ciento, lo que era sumamente razonable. Sabнan, mбs o menos, lo que un kilo de metanfetamina les reportaba; la cantidad exacta dependнa de los beneficios que Magge Lundin fuera capaz de obtener en la venta. La cantidad estimada podнa oscilar unos cuantos miles de coronas arriba o abajo, pero, una vez efectuada la venta, el gigante rubio aparecerнa para cobrar unas ciento noventa mil coronas. Svavelsjц MC se quedarнa con una suma igual.

A lo largo de los aсos habнan realizado muchos negocios, siempre con el mismo sistema. Magge Lundin sabнa que el gigante rubio podrнa doblar sus ingresos encargбndose йl mismo de la distribuciуn. Tambiйn sabнa por quй aceptaba un beneficio mбs bajo: asн podrнa permanecer oculto mientras Svavelsjц MC asumнa todos los riesgos. El gigante rubio obtenнa unos ingresos mбs modestos pero relativamente seguros. Y a diferencia de todos los demбs proveedores de los que habнa oнdo hablar a lo largo de su vida, se trataba de una relaciуn basada en los principios de los negocios: el crйdito y la buena voluntad. Ni una palabra mбs alta que otra, ni una chulerнa, ni una amenaza.

Incluso una vez en la que una entrega de armas se fue al garete, el gigante rubio llegу a tragarse unas pйrdidas de casi cien mil coronas. Magge Lundin no conocнa a nadie mбs en ese mundo que asumiera unas pйrdidas tan grandes. Habнa sentido verdadero terror cuando fue a rendirle cuentas de lo ocurrido. Le explicу con detalle las causas por las que el negocio habнa fracasado y cуmo habнa sido posible que un policнa del Centro Nacional para la Prevenciуn de la Delincuencia hubiera efectuado una redada en casa de un miembro de la Hermandad Aria de la provincia de Vдrmland. Pero el gigante ni siquiera arqueу las cejas. Mбs bien se mostrу comprensivo; eran cosas que podнan pasar. Magge Lundin tampoco obtuvo beneficio alguno. El cincuenta por ciento de cero era cero. Asunto concluido.

Magge Lundin no era tonto. Entendнa que obtener un beneficio menor pero relativamente exento de riesgos constituнa un buen negocio.

Nunca jamбs se le habнa ocurrido engaсar al gigante rubio. No estarнa bien. El gigante rubio y sus socios aceptaban un beneficio mбs bajo siempre y cuando las cuentas cuadraran y fueran honestas. Si engaсara al gigante, йste le harнa una visita, y Magge Lundin sabнa perfectamente que no sobrevivirнa a ella. Por lo tanto, la cosa estaba clarнsima.

—їCuбndo puedes hacer la entrega?

El gigante rubio dejу la bolsa de deporte en el suelo.

—Ya estб hecha.

Magge Lundin no se molestу en abrir la bolsa para comprobar su contenido. En su lugar extendiу la mano como seсal de que tenнan un acuerdo que йl iba a cumplir sin rechistar.

—Otra cosa —dijo el gigante.

—їQuй?

—Nos gustarнa contratarte para un trabajo especial.

—Tъ dirбs.

El gigante rubio extrajo un sobre del bolsillo interior de su cazadora. Magge Lundin lo abriу y sacу una foto de pasaporte y una hoja con algunos datos personales. Arqueу las cejas de forma inquisitiva.

—Se llama Lisbeth Salander y vive en Lundagatan, en Sцdermalm, Estocolmo.

—Muy bien.

—Lo mбs seguro es que se encuentre en el extranjero pero tarde o temprano aparecerб.

—Vale.

—Mi cliente quiere una conversaciуn privada con ella sin que nadie los moleste. Asн que hay que entregarla viva. Por ejemplo, en el almacйn de Yngern. Luego necesitamos que alguien lo limpie todo despuйs de la entrevista. Ella debe desaparecer sin dejar rastro.

—No te preocupes. їCуmo nos enteraremos de que ha vuelto a casa?

—Ya te avisarй cuando llegue la hora.

—їY la pasta?

—їQuй te parecen diez de los grandes? Es un trabajo bastante sencillo. Te vas a Estocolmo, la recoges y me la entregas.

Se volvieron a estrechar la mano.

 

 

En su segunda visita a Lundagatan, Lisbeth se sentу en el viejo y raнdo sofб, y se puso a pensar. Tenнa que tomar una serie de decisiones estratйgicas y una de ellas consistнa en determinar si quedarse con el apartamento o no.

Encendiу un cigarrillo, expulsу el humo hacia el techo y echу la ceniza en una lata vacнa de Coca-Cola.

No habнa razуn alguna para tenerle cariсo al piso. Se habнa ido a vivir allн con su madre y su hermana a la edad de cuatro aсos. Su madre dormнa en el salуn, mientras que ella y Camilla compartнan el pequeсo dormitorio. Con doce aсos, una vez ocurrido Todo Lo Malo, la metieron, en primer lugar, en una clнnica infantil y luego, cuando cumpliу quince, pasу por distintas familias deacogida. La casa fue alquilada por su tutor, Holger Palmgren, quien tambiйn se asegurу de que la vivienda volviera a manos de Lisbeth en cuanto cumpliera los dieciocho aсos y necesitara un techo.

Durante la mayor parte de su vida, el piso habнa constituido un punto fijo en la existencia de Lisbeth. Aunque ya no lo necesitara, simplemente no le apetecнa la idea de abandonarlo. Eso significarнa que personas desconocidas pisarнan su suelo.

El problema logistico consistнa en que todo su correo oficial —en el caso de que recibiera algo— llegaba a su domicilio de Lundagatan. Si dejaba el piso, se verнa obligada a comunicar otra direcciуn. Lisbeth Salander no querнa figurar oficialmente en ningъn lugar. Su registro emocional era el de un paranoico y no tenнa grandes motivos para confiar en las autoridades, ni tampoco, a decir verdad, en nadie mбs.

Mirу por la ventana y se topу con la pared medianera que habнa visto toda su vida. De pronto se sintiу aliviada por la decisiуn de abandonar la casa. Nunca se habнa sentido segura allн. Cada vez que enfilaba Lundagatan y se acercaba al portal —no importaba lo sobria o borracha que estuviera— se fijaba en los alrededores, en los coches aparcados o en los transeъntes. Estaba convencida, con razуn, de que allн fuera habнa gente que querнa hacerle daсo, y lo mбs probable era que esas personas la atacaran al entrar a su casa o salir de ella.

Sin embargo, esos ataques habнan brillado por su ausencia. Lo cual no querнa decir que se relajara. La direcciуn de Lundagatan figuraba en todos los registros pъblicos y durante esos aсos nunca contу con los medios necesarios para incrementar la seguridad mбs allб de su propia y constante vigilancia. Ahora la situaciуn era otra. En absoluto deseaba que alguien conociera su nueva direcciуn de Mosebacke. Su instinto la obligaba a permanecer lo mбs anуnima posible.

Pero seguнa sin resolver el problema de quй hacer con la casa. Reflexionу un rato y, acto seguido, cogiу el mуvil y llamу a Mimmi.

—Hola, soy yo.

—Hola, Lisbeth. No me puedo creer que esta vez me llames al cabo de tan sуlo una semana.

—Estoy en Lundagatan.

—Muy bien.

—Me preguntaba si te gustarнa quedarte con el piso.

—їQuedarme con el piso?

—Estбs viviendo en una caja de zapatos.

—Pero me encuentro a gusto. їTe vas a mudar?

—Ya me he mudado. El piso estб vacнo.

Mimmi dudу al otro lado del telйfono.

—Y te preguntas si me gustarнa quedarme con el piso. Lisbeth, no me lo puedo permitir.

—Es un piso de propiedad completamente pagado. Los gastos comunes ascienden a mil cuatrocientas ochenta coronas al mes, lo cual probablemente sea menos de lo que te cobran por esa caja de zapatos. Ademбs, todo este aсo ya estб pagado.

—Pero їlo vas a vender? Quiero decir, debe de valer mбs de un millуn.

—Mбs de un millуn y medio si te fнas de los anuncios inmobiliarios.

—No puedo permitнrmelo.

—No te lo estoy vendiendo. Puedes venirte esta misma noche y quedarte el tiempo que quieras; y no tendrнas que pagar nada en un aсo. No me permiten alquilarlo pero sн hacer que figures en el contrato como mi pareja de hecho. Asн te librarбs de tener lнos con los vecinos.

—Lisbeth: їme estбs proponiendo matrimonio? —preguntу Mimmi, riйndose.

Lisbeth se puso mбs seria que un ministro.

—Yo no lo quiero para nada. Y no, no tengo intenciуn de venderlo.

—O sea, їque puedo vivir allн gratis? їEn serio?

—Sн.

—їPor cuбnto tiempo?

—El que quieras. їTe interesa?

—Claro que me interesa. No recibo ofertas de un piso gratis en pleno Sцdermalm todos los dнas.

—Hay una pega.

—Lo suponнa.

—Puedes quedarte el tiempo que quieras pero yo seguirй domiciliada aquн, de modo que las cartas te llegarбn a ti. Todo lo que tienes que hacer es encargarte de mi correo y llamarme si hay algo de interйs.

—Lisbeth, eres la tнa mбs chiflada que conozco. їA quй te dedicas en realidad? їDуnde vas a vivir?

—Ya lo hablaremos —contestу Lisbeth evasivamente.

 

 

Acordaron verse esa misma tarde para que Mimmi pudiera echarle un vistazo a la casa. En cuanto colgу el telйfono, Lisbeth se sintiу de mucho mejor humor. Consultу su reloj y constatу que todavнa le sobraba tiempo antes de que llegara Mimmi. Dejу el piso y bajу al Handelsbanken de Hornsgatan, donde cogiу un nъmero y esperу pacientemente su turno.

Se identificу y explicу que habнa pasado una temporada en el extranjero y que deseaba consultar el saldo de su cuenta corriente. Oficialmente, disponнa de 82.670 coronas. La cuenta llevaba mбs de un aсo sin movimientos, a excepciуn de un ingreso de 9.312 coronas realizado durante el otoсo: la herencia de su madre.

Lisbeth Salander sacу esa cantidad en metбlico. Reflexionу un rato. Querнa emplear el dinero en algo que hubiera hecho feliz a su madre. Algo apropiado. Se acercу hasta la oficina de correos de Rosenlundsgatan y, anуnimamente, ingresу el importe en la cuenta de uno de los centros de acogida de mujeres maltratadas de Estocolmo. No supo muy bien por quй lo hizo.

 

 

Eran las ocho de la tarde del viernes cuando Erika apagу el ordenador y se estirу. Habнa pasado las ъltimas nueve horas ultimando el nъmero de marzo de Millennium. Como Malin Eriksson trabajaba a tiempo completo con el nъmero temбtico de Dag Svensson, se habнa visto obligada a ocuparse personalmente de gran parte de la ediciуn. Henry Cortez y Lottie Karim la habнan ayudado, pero ellos eran principalmente escritores e investigadores y no tenнan mucha experiencia como editores.

Asн que Erika Berger se sentнa cansada y le dolнa el culo, pero se encontraba satisfecha tanto con el dнa como con la vida en general. La economнa de la revista era estable, los grбficos eran ascendentes, los textos entraban antes del deadline o, por lo menos, no se retrasaban demasiado, el personal estaba contento y, mбs de un aсo despuйs, todavнa seguнan con el subidуn de adrenalina que el caso Wennerstrцm les produjo.

Tras haber dedicado un rato a masajearse el cuello, constatу que necesitaba una ducha y pensу en usar el cuchitril que habнa detrбs de la pequeсa cocina. Pero le dio demasiada pereza y, en su lugar, puso los pies sobre la mesa. Dentro de tres meses cumplirнa cuarenta y cinco aсos, y toda esa vida por delante, de la que todo el mundo hablaba, ya empezaba, cada dнa mбs, a formar parte de su pasado. En el contorno de los ojos y de la boca presentaba una fina red de pequeсas arrugas y lнneas, pero sabнa que todavнa seguнa siendo guapa. Dos veces por semana se sometнa a unas infernales sesiones de gimnasio, pero habнa notado que, cuando navegaba con su marido, le resultaba cada vez mбs difнcil trepar por el mбstil del barco. Siempre le tocaba a ella. Greger tenнa un vйrtigo terrible.

Erika constatу tambiйn que sus primeros cuarenta y cinco aсos, a pesar de unos cuantos ups and downs, habнan sido, en general, felices. Tenнa dinero, estatus, una casa estupenda y un trabajo que le gustaba. Tenнa un hombre cariсoso que la querнa y del que, despuйs de quince aсos de matrimonio, seguнa enamorada. Y ademбs, un agradable y, por lo visto, incansable amante, que si bien era cierto que no satisfacнa su espнritu, sн lo hacнa con su cuerpo cuando lo necesitaba.

Sonriу al pensar en Mikael Blomkvist. Se preguntу cuбndo reunirнa el coraje de confiarle el secreto de que se habнa enrollado con Harriet Vanger. Ninguno de los dos habнa dicho ni palabra sobre su relaciуn, pero Erika no tenнa ni un pelo de tonta. Fue en agosto, en la junta directiva, al reparar en una mirada que Mikael y Harriet se intercambiaron, cuando se dio cuenta de que habнa algo entre ellos. Por pura maldad, algo mбs tarde, esa misma noche, llamу tanto al mуvil de Mikael como al de Harriet y se encontrу, sin sorpresa alguna por su parte, con que los dos estaban apagados. Era cierto que eso no constituнa ninguna prueba determinante, pero en las juntas directivas siguientes constatу que, por las noches, el telйfono de Mikael tampoco se encontraba disponible. El otro dнa, despuйs de la junta anual, casi le entrу la risa al ver la rapidez con la que Harriet se levantу de la cena, con la tonta excusa de que querнa ir al hotel para descansar. Erika ni pretendнa husmear ni estaba celosa. Sin embargo, tenнa en mente aprovechar alguna ocasiуn propicia para pincharlos con el tema.

No se metнa en los asuntos de faldas de Mikael, pero esperaba que su relaciуn con Harriet no derivara en futuros problemas para la junta. Aunque tampoco le quitaba el sueсo. Mikael contaba con una larga serie de relaciones a sus espaldas, tras las cuales seguнa manteniendo una amistad con la mujer en cuestiуn. Sуlo en muy contadas ocasiones tuvo algъn que otro quebradero de cabeza.

Erika Berger estaba enormemente contenta de ser amiga y confidente de Mikael. En ciertos aspectos, era tonto de remate, pero en otros se mostraba tan perspicaz que mбs bien parecнa un orбculo. En cambio, Mikael no entendнa el amor que Erika sentнa por su marido. Simplemente nunca habнa comprendido por quй ella consideraba a Greger como un ser fascinante, cariсoso, interesante, generoso y, sobre todo, desprovisto de los tнpicos defectos masculinos que ella tanto odiaba. Greger era el hombre con el que deseaba envejecer. Le habrнa gustado tener niсos con йl, pero no habнa sido posible y ya resultaba demasiado tarde. Sin embargo, como compaсero de vida no podнa imaginar una alternativa mejor y mбs estable: una persona en quien confiar completa e incondicionalmente que siempre estaba cuando ella lo necesitaba.

Mikael era diferente. Se trataba de un hombre con tantas y tan variopintas facetas que a veces parecнa presentar mъltiples personalidades. En su trabajo era cabezota y siempre estaba centrado en su tarea, casi patolуgicamente. Cogнa una historia y no la dejaba hasta que rozaba la perfecciуn y ataba todos los cabos sueltos. En sus mejores momentos resultaba brillante, y en los peores era mucho mejor que la media. Parecнa poseer un talento prбcticamente intuitivo para olfatear en quй historia habнa gato encerrado y en cuбl un simple artнculo sin ningъn tipo de interйs. Erika Berger jamбs se arrepintiу de empezar a colaborar con Mikael.

Tampoco de haberse convertido en su amante.

La ъnica persona que entendнa la pasiуn sexual que Erika Berger sentнa por Mikael Blomkvist era su marido, y la entendнa porque ella se habнa atrevido a hablarle de sus necesidades. No se trataba de infidelidad sino de deseo. El sexo con Mikael Blomkvist le daba un subidуn que ningъn otro hombre era capaz de darle, incluido Greger.

Para Erika Berger el sexo era importante. Perdiу su virginidad cuando tenнa catorce aсos y dedicу gran parte de su adolescencia a buscar satisfacciуn, sin conseguirla. Lo probу todo, desde magreos con compaсeros de clase y una relaciуn complicada con un profesor mayor, hasta sexo por telйfono y sexo suave, de terciopelo, con un neurуtico. Del mundo del erotismo experimentу casi todo lo que le interesaba. Coqueteу con el bondage y fue miembro del Club Extreme, que organizaba fiestas no del todo aceptadas socialmente. En varias ocasiones tuvo experiencias sexuales con otras mujeres, constatando, decepcionada, que no era lo suyo y que йstas no eran capaces de excitarla ni una mнnima parte de lo que lo hacнa un hombre. O dos. Junto con Greger habнa explorado el sexo con dos hombres —uno de ellos un destacado galerista— y descubriу no sуlo que su marido presentaba marcadas inclinaciones bisexuales y que ella misma casi se paralizу de placer al sentir cуmo dos hombres la acariciaban y satisfacнan simultбneamente, sino tambiйn que experimentaba una sensaciуn placentera difнcil de interpretar al ver cуmo su marido era acariciado por otro hombre. Repitieron el trнo con el mismo йxito con un par de personas a las que empezaron a recurrir con regularidad.

Su vida sexual con Greger, por tanto, no resultaba ni aburrida ni insatisfactoria; lo que sucedнa era que con Mikael Blomkvist la experiencia se le antojaba completamente diferente.

Йl tenнa talento. Aquello, simplemente, era SJB. Sexo Jodidamente Bueno.

Tan bueno que ella lo vivнa como si hubiese alcanzado el equilibrio уptimo entre Greger como marido y Mikael como amante, segъn sus necesidades. No podнa vivir sin ninguno de los dos y no pensaba elegir.

Y su marido lo entendнa. Por muy ingeniosos que fueran los acrobбticos ejercicios que йl realizara en el jacuzzi, ella tenнa una necesidad que iba mбs allб de lo que йl podнa ofrecerle.

Lo que mбs le gustaba a Erika de su relaciуn con Mikael era el prбcticamente inexistente control que Mikael ejercнa sobre ella. No era en absoluto celoso y —aunque a ella le entraran varios ataques de celos cuando empezaron a salir, hacнa ya veinte aсos— Erika habнa descubierto que con йl no tenнa por quй mostrarse celosa. Lo suyo se basaba en la amistad, y la lealtad de Mikael como amigo carecнa de lнmites. Se trataba de una relaciуn que podнa superar las pruebas mбs difнciles.

Erika Berger era consciente de que pertenecнa a un grupo de personas cuyo modo de vida no tendrнa mucho йxito entre los miembros de la asociaciуn cristiana de amas de casa de Skцvde. No le preocupaba. Ya en su adolescencia, decidiу que lo que ella hiciera en la cama y cуmo viviera su vida no concernнa a nadie mбs que a ella. Pero, aun asн, la irritaba que muchos de sus conocidos siempre cuchichearan y cotillearan a sus espaldas sobre su relaciуn con Mikael Blomkvist.

Mikael era un hombre; podнa ir de cama en cama sin que nadie arqueara una ceja. Ella era una mujer y el hecho de que tuviera un amante —contando, incluso, con la bendiciуn de su marido y considerando, ademбs, que llevaba veinte aсos siйndole fiel a su amante— daba lugar a unas interesantнsimas conversaciones de sobremesa.

Fuck you all. Reflexionу un rato y luego descolgу el telйfono para llamar a su marido.

—Hola, cariсo. їQuй haces?

—Estoy escribiendo.

Greger Backman no era sуlo un artista; sobre todo era profesor universitario de historia del arte y autor de varios libros sobre el tema. A menudo participaba en debates pъblicos y era contratado por grandes empresas de arquitectura. El ъltimo aсo lo habнa dedicado a trabajar en un libro que versaba sobre la importancia de la decoraciуn artнstica de los edificios y de por quй la gente se encontraba a gusto en unos sн y en otros no. La obra se estaba convirtiendo en una diatriba contra el funcionalismo, algo que —sospechaba Erika— iba a crear cierta inquietud en el panorama de debates sobre estйtica.

—їCуmo va?

—Bien. Va. їY tъ?

—Acabo de terminar el ъltimo nъmero. El jueves irб a imprenta.

—Enhorabuena.

—Me siento completamente vacнa.

—Suena como si tuvieras algo en mente.

—їTenнas algo planeado para esta noche? їTe cabrearнas mucho si no voy a dormir?

—Dile a Blomkvist que estб tentando al destino —respondiу Greger.

—No creo que le importe mucho.

—De acuerdo. Dile que eres una bruja imposible de satisfacer y que va a envejecer prematuramente.

—Eso ya lo sabe.

—Entonces, sуlo me queda suicidarme. Estarй escribiendo hasta que me duerma. Que lo pases bien.

Se despidieron y, acto seguido, Erika llamу a Mikael. Estaba en Enskede, en casa de Dag Svensson y Mia Bergman, ultimando unos intrincados detalles del libro de Dag. Ella le preguntу si estaba ocupado esa noche y si le importarнa darle un masaje a una dolorida espalda.

—Tienes las llaves —dijo Mikael—. Siйntete en tu casa.

—De acuerdo —contestу ella—. Te veo dentro de una hora.

Tardу diez minutos en ir andando hasta Bellmansgatan. Se desnudу, se duchу y se preparу un espresso en su magnнfica cafetera. Luego se metiу entre las sбbanas de la cama de Mikael y lo esperу desnuda y ansiosa.

Para ella, la satisfacciуn уptima serнa probablemente un triбngulo con su marido y Mikael Blomkvist, algo que, casi con toda seguridad, nunca ocurrirнa. El problema era que Mikael era muy straight, pero ella solнa pincharle tachбndolo de homуfobo. Su interйs por los hombres era cero. En fin, no se podнa tener todo en la vida.

 

 

Irritado, el gigante rubio frunciу el ceсo mientras —con sumo cuidado y a poco mбs de quince kilуmetros por hora— conducнa el coche por una pista forestal que se hallaba en tan mal estado que por un momento pensу que no se habнa enterado bien de las instrucciones para llegar. Empezaba a oscurecer cuando el camino se ensanchу y pudo, por fin, vislumbrar la casa de campo. Aparcу, apagу el motor y echу un vistazo a su alrededor. Le quedaban unos cincuenta metros.

Se encontraba en las inmediaciones de Stallarholmen, no muy lejos de Mariefred. Se trataba de una sencilla casa de madera de los aсos cincuenta, situada en medio del bosque. Entre los бrboles pudo divisar, en el lago Melaren, una franja de hielo algo mбs clara.

Le resultaba imposible entender que alguien deseara pasar allн —totalmente aislado— su tiempo libre. Al cerrar la puerta del coche le asaltу una inmediata incomodidad. El bosque le pareciу inquietante y amenazador. Se sintiу observado. Empezу a caminar hacia la casa pero, de repente, oyу un crujido que le hizo detenerse en seco.

Mirу fijamente hacia el bosque. En la tarde reinaban el silencio y la calma. Permaneciу quieto dos minutos, con los nervios a flor de piel, antes de percibir, con el rabillo del ojo, una silueta que se movнa sigilosamente entre los бrboles. Cuando enfocу la mirada, la figura se hallaba completamente inmуvil, a unos treinta metros de йl, observбndolo fijamente desde el bosque.

El gigante rubio sintiу una vaga sensaciуn de pбnico. Intentу discernir los detalles. Vio un rostro oscuro y huesudo. Parecнa un enano: apenas un metro y vestido con una especie de traje de camuflaje hecho con ramitas deabedul y musgo. їUn gnomo del bosque bбvaro? їUn leprechaun irlandйs? їHasta quй punto eran peligrosos?

El gigante rubio contuvo la respiraciуn. Sintiу que el vello se le ponнa de punta.

Luego parpadeу intensamente y sacudiу la cabeza. Cuando volviу a mirar, el ser se habнa desplazado unos diez metros a la derecha. «Allн no habнa nada.» Sabнa que se lo estaba imaginando. Aun asн, pudo ver con toda nitidez a esa criatura del bosque. De repente, se moviу y se aproximу. Parecнa querer alcanzar una posiciуn de ataque, desplazбndose con pequeсos pero rбpidos movimientos en semicнrculo.

El gigante rubio se acercу apresuradamente a la casa. Llamу a la puerta con mбs fuerza y ansias de las que hubiera querido. En cuanto oyу el sonido de voces humanas en el interior, el pбnico se disipу. Mirу de reojo detrбs de sн. «Allн no habнa nada.»

Pero hasta que no se abriу la puerta no se sintiу aliviado. El abogado Nils Bjurman lo saludу educadamente y le pidiу que entrara.

 

 

Al llegar arriba, tras haber bajado hasta el sуtano una ъltima bolsa con cosas de Lisbeth Salander, Miriam Wu soltу un suspiro de alivio. El piso estaba asйpticamente limpio y olнa a jabуn, pintura y cafй reciйn hecho. Esto ъltimo era obra de Lisbeth. Se encontraba sentada en un taburete mientras contemplaba pensativa el piso vacнo del que, como por arte de magia, habнan desaparecido cortinas, alfombras, los vales de descuento que tenнa sobre la nevera y los eternos trastos de la entrada. Se maravillу de lo grande que le parecнa el piso.

Miriam Wu y Lisbeth Salander no compartнan el mismo gusto ni en cuanto a ropa y decoraciуn de interiores ni en cuanto a las cosas que las estimulaban intelectualmente. Mejor dicho: Miriam Wu tenнa un gusto y unas ideas determinadas sobre cуmo querнa que fuera su vivienda, los muebles y la ropa que llevaba. Segъn Mimmi, Lisbeth Salander carecнa por completo de gusto.

Tras haberse pasado por Lundagatan para inspeccionar el piso de Lisbeth con los ojos de una presunta compradora, tuvieron una conversaciуn en la que Mimmi constatу que la mayorнa de los trastos debнa ir fuera. Especialmente el miserable y mugriento sofб marrуn del salуn. їLisbeth querнa quedarse con algo? No. Durante dos semanas Mimmi pasу dнas enteros y unas cuantas horas cada tarde tirando viejos muebles recogidos de contenedores, limpiando armarios, fregando suelos, limpiando la baсera, pintando las paredes de la cocina, el salуn y el recibidor, asн como barnizando el parquй del salуn.

Lisbeth no tenнa ningъn interйs en ese tipo de trabajos, pero, en alguna que otra ocasiуn, se dejу caer para observar fascinada a Mimmi. Cuando terminaron, el piso estaba vacнo, a excepciуn de una pequeсa y desvencijada mesa de cocina de madera maciza que Mimmi querнa acuchillar y barnizar, dos buenos taburetes con los que Lisbeth se habнa hecho cuando limpiaron la buhardilla del edificio, y una sуlida estanterнa del salуn que Mimmi considerу que, tal vez, podrнa ser ъtil.

—Me vendrй este fin de semana. їSeguro que no te arrepientes?

—No necesito el piso.

—Pero es un piso cojonudo. Quiero decir que los hay mбs grandes y mejores, pero йste estб en pleno Sцdermalm y los gastos de comunidad no son nada. Lisbeth, vas a perder una fortuna si no lo vendes.

—Tengo dinero de sobra.

Mimmi se callу, insegura de cуmo interpretar las parcas respuestas de Lisbeth.

—їY dуnde vas a vivir?

Lisbeth no contestу.

—їSe te puede visitar?

—Por ahora, no.

Lisbeth abriу su bandolera y sacу unos papeles que le acercу a Mimmi.

—He arreglado el tema del contrato con la comunidad de vecinos. Figuras como mi pareja y te vendo la mitad del piso; es lo mбs sencillo. El precio de venta es una corona. Tienes que firmarlo.

Lisbeth le dio un bolнgrafo y Mimmi estampу su firma y su fecha de nacimiento.

—їEso es todo?

—Eso es todo.

—Lisbeth, siempre te he considerado un poco chiflada, pero їte das cuenta de que acabas de regalarme la mitad de esta casa? Me encanta el piso y me apetece mucho vivir aquн, pero no me gustarнa que, de pronto, un dнa te arrepintieras. No quiero que eso cree problemas entre nosotras.

—No habrб ningъn problema. Quiero que tъ vivas aquн. Me gusta.

—Pero їgratis? їSin pagarte nada? Estбs loca.

—Te encargarбs de mi correo. Йsa es la condiciуn.

—Me llevarб unos cuatro segundos por semana. їPasarбs a verme de vez en cuando para que nos acostemos?

Lisbeth le clavу la mirada. Permaneciу callada un instante.

—Me gustarнa mucho, pero no forma parte del contrato. Puedes decir que no cuando quieras. Mimmi suspirу.

—Quй pena, justo cuando acababa de empezar a hacerme ilusiones de ser una kept woman. Ya sabes, una persona me pone un apartamento, me paga el alquiler y aparece sigilosamente de vez en cuando para darse conmigo un revolcуn en la cama.

Permanecieron en silencio un rato. Luego Mimmi se levantу, entrу en el salуn y apagу la desnuda bombilla del techo.

—Ven aquн.

Lisbeth la siguiу.

—Nunca lo he hecho en el suelo de una casa reciйn pintada donde no hay ni un mueble. Una vez vi una pelнcula con Marlon Brando que iba de una pareja que lo hacнa. Estaban en Parнs.

Lisbeth mirу al suelo de reojo.

—Quiero jugar. їTe apetece?

—Casi siempre me apetece.

—Esta noche pienso ser una bitch dominante. Yo decido. Desnъdate.

Lisbeth sonriу de torcido. Se desnudу. Le llevу por lo menos diez segundos.

—Tъmbate en el suelo. Boca abajo.

Lisbeth hizo lo que Mimmi le habнa ordenado. El parquй estaba frнo y en seguida se le puso la piel de gallina. Mimmi usу la camiseta de Lisbeth que decнa You have the right to remain silent para atarle las manos a la espalda.

A Lisbeth le vino a la mente que era parecido a cуmo la inmovilizу, hacнa ya mбs de dos aсos, el Jodido Cerdo y Asqueroso abogado Nils Bjurman

Ahн cesaron las similitudes.

Estando con Mimmi, Lisbeth sуlo sentнa una curiosidad llena de deseo. Sumisa, se dejу hacer en cuanto Mimmi la tumbу boca arriba y le separу las piernas. Lisbeth la contemplу en la penumbra cuando Mimmi se quitу la camiseta; se quedу fascinada con la suavidad de las lнneas de sus pechos. Luego Mimmi le vendу los ojos con la prenda. Lisbeth oyу la fricciуn de la ropa. Unos segundos mбs tarde sintiу la lengua de Mimmi en su vientre y sus dedos por la cara interna de los muslos. Se encontraba mбs excitada de lo que habнa estado en mucho tiempo. Bajo la venda, cerrу los ojos fuertemente y dejу que Mimmi impusiera el ritmo.



  

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