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William Golding 16 страница



El cá ntico vaciló y por fin se apagó del todo.

El oficial miró a Ralph dudosamente por unos instantes. Luego retiró la mano de la culata del revó lver.

—Hola.

Acobardado y consciente de su descuidado aspecto, Ralph contestó tí midamente:

—Hola.

El oficial hizo un gesto con la cabeza, como si hubiese recibido una respuesta.

—¿ Hay algú n adulto..., hay gente mayor entre vosotros?

Ralph sacudió la cabeza en silencio y se volvió. Un semicí rculo de niñ os con cuerpos pintarrajeados de barro y palos en las manos se habí a detenido en la playa sin hacer el menor ruido.

—Conque jugando, ¿ eh? —dijo el oficial.

El fuego alcanzó las palmeras junto a la playa y las devoró estrepitosamente. Una llama solitaria giró como un acró bata y roció las copas de las palmeras de la plataforma. El cielo estaba ennegrecido. El oficial sonrió alegremente a Ralph.

—Vimos vuestro fuego. ¿ Qué habé is estado haciendo? ¿ Librando una batalla o algo por el estilo?

Ralph asintió con la cabeza.

El oficial contempló al pequeñ o espantapá jaros que tení a delante, AI muchacho le hací a falta un buen bañ o, un corte de pelo, un pañ uelo para la nariz y pomada.

—No habrá muerto nadie, espero. No habrá cadá veres.

—Só lo dos. Pero han desaparecido.

El oficial se agachó y miró detenidamente a Ralph.

—¿ Dos? ¿ Muertos?

Ralph volvió a asentir. Tras é l, la isla entera llameaba. El oficial sabí a distinguir por experiencia la verdad de la mentira. Silbó suavemente.

Otros niñ os iban apareciendo, algunos de ellos de muy corta edad, con la dilatada barriga de pequeñ os salvajes. Uno de ellos se acercó al oficial y alzó los ojos hacia é l.

—Soy, soy...

Pero no supo continuar. Percival Wemys Madison s« esforzó por recordar aquella fó rmula encantada que se habí a desvanecido por completo.

El oficial se volvió de nuevo a Ralph.

—Os llevaremos con nosotros. ¿ Cuá ntos sois? Ralph sacudió la cabeza. El oficial recorrió con la mirada el grupo de muchachos pintados,

—¿ Quié n de vosotros es el jefe?

—Yo —dijo Ralph con voz firme.

Un niñ o que vestí a los restos de una gorra negra sobre su pelo rojo y de cuya cintura pendí an unas gafas rotas se adelantó unos pasos, pero cambió de parecer y permaneció donde estaba.

—Vimos vuestro fuego. ¿ Así que no sabé is cuá ntos sois?

—No, señ or.

—Me parece —dijo el oficial, pensando en el trabajo que le esperaba para contar a todos—. Me parece a mí que para ser ingleses..., sois todos ingleses, ¿ no es así?..., no ofrecé is un espectá culo demasiado brillante que digamos.

—Lo hicimos bien al principio —dijo Ralph—, antes de que las cosas... Se detuvo.

—Está bamos todos juntos entonces... El oficial asintió amablemente.

—Ya sé. Como buenos ingleses. Como en la Isla de Coral.

Ralph le miró sin decir nada. Por un momento volvió a sentir el extrañ o encanto de las playas. Pero ahora la isla estaba chamuscada como leñ os apagados. Simó n habí a muerto y Jack habí a... Las lá grimas corrieron de sus ojos y los sollozos sacudieron su cuerpo. Por vez primera en la isla se abandonó a ellos; eran espasmos violentos de pena que se apoderaban de todo su cuerpo. Su voz se alzó bajo el negro humo, ante las ruinas de la isla, y los otros muchachos, contagiados por los mismos sentimientos, comenzaron a sollozar tambié n. Y en medio de ellos, con el cuerpo sucio, el pelo enmarañ ado y la nariz goteando, Ralph lloró por la pé rdida de la inocencia, las tinieblas del corazó n del hombre y la caí da al vací o de aquel verdadero y sabio amigo llamado Piggy.

El oficial, rodeado de tal expresió n de dolor, se conmovió algo incó modo. Se dio la vuelta para darles tiempo de recobrarse y esperó, dirigiendo la mirada hacia el esplé ndido crucero, a lo lejos.

 


 

 

1.       El toque de caracola

2.       Fuego en la montañ a

3.       Cabañ as en la playa

4.       Rostros pintados y melenas largas

5.       El monstruo del mar

6.       El monstruo del aire

7.       Sombras y á rboles altos

8.       Ofrenda a las tinieblas

9.       Una muerte se anuncia

10.     La caracola y las gafas

11.         El Peñ ó n del Castillo

12.     El grito de los cazadores



  

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