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17 de marzo. 18 de marzo. 19 de marzo. 22 de marzo



17 de marzo

 

Me lavé y afeité y fui al centro en busca de Iva. Caminé desde Van Buré n a la calle Randolph, en el lado del Michigan Boulevard paralelo al parque, má s allá de los leones del Instituto del Arte y los tipos que fumaban bajo la deslavazada luz del sol, envueltos por los gases de los tubos de escape, tras un largo invierno en el interior. En algunos lugares, la hierba blancuzca está empezando a adquirir un color amarillo claro, y asoman los brotes verdes de algunos lirios, que casi me han hecho decir: «Volved atrá s, no sabé is en qué os está is metiendo».

 

18 de marzo

 

No hay correo en el buzó n. Salvo por el perió dico, sus hojas diseminadas sobre la cama, y de vez en cuando el paso de un soldado o un camió n militar por la calle, aquí estamos aislados de la guerra. Si quisié ramos, podrí amos bajar las persianas y tirar el perió dico al pasillo, para que Marie lo recoja y lo haga desaparecer del todo.

 

19 de marzo

 

Sin embargo, la primavera comienza el domingo. Siempre me embarga la emoció n el veintiuno de marzo. «¡ Gracias, cielos, lo he conseguido una vez má s! »

 

22 de marzo

 

Llevé a cabo mi amenaza, fui a pasear por el parque con ropa primaveral y pagué por ello. Era un dí a ventoso, el cielo gris pizarra, con motas de nieve deslizá ndose entre los á rboles.

Durante el camino de regreso hice un alto en una taberna y me tomé un vaso de whisky de centeno.

Debido a la señ ora Kiefer, por la tarde no podemos escuchar a la Filarmó nica, por lo que, tras haraganear en la cama, comiendo naranjas y leyendo las revistas y el diario del domingo, a las cuatro de la tarde fuimos al cine. Mientras nos abrochá bamos las chaquetas entró Vanaker con su sombrero hongo y su bufanda a topos, sujetando una bolsa en la que tintineaban unas botellas.

—Sacre du Vin Temps —dije sonriente.

Cenamos tarde y volvimos a casa a las once. Vanaker dio la matraca durante toda la noche con su tos de borracho y, cerca del amanecer, me despertó con sus portazos y el habitual sonido de lí quido contra la loza higié nica.

 



  

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