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28 de enero



 

No lo pasamos mal en casa de mi padre. Mi madrastra se mostró cordial, mi padre no fue indiscreto. Nos marchamos a las diez en punto. Iva no me ha dicho hasta hoy que, cuando se preparaba para marcharse, mi madrastra le dio un sobre que contení a una tarjeta de felicitació n por nuestro aniversario y un cheque.

—Vamos, Joseph, no te enfades —me dijo Iva—. El dinero nos viene bien. Los dos necesitamos cosas.

—No me enfado.

—Querí an darnos un regalo. Ha sido un detalle simpá tico por su parte. Necesitas una camisa y varios calzoncillos.

No puedo seguir zurcié ndolos. —Se echó a reí r—. No hay sitio para otro parche.

—Como te parezca —le dije, ponié ndole un mechó n de cabello detrá s de la oreja.

Estaba muy contento porque me habí a librado de la habitual entrevista de mi padre, quien, por regla general, hace un aparte conmigo para decirme: «¿ Te he hablado del chico de Gartner, el menor, el que estudiaba quí mica? Lo han sacado de la escuela. Tiene un trabajo excelente en una fá brica de armamento. Te acuerdas de é l, ¿ no? ».

Claro que me acuerdo.

Esto significa que tambié n yo deberí a haber sido quí mico o fí sico o ingeniero. Una educació n no profesional es algo que las clases medias difí cilmente pueden permitirse. Es una inversió n destinada al fracaso. Y, en el sentido má s estricto, no es necesaria, pues cualquier hombre inteligente puede adquirir todo lo que necesita saber. Mi padre, por ejemplo, nunca fue a la universidad y, sin embargo, puede mantener una conversació n con una cita de Shakespeare: «Aguarda, pues, y sopesa tus valores con mano imparcial». «Con frecuencia un pré stamo hace que se pierdan é l mismo y el amigo», el pasaje que empieza con «Sí, muchacho», del Rey Juan.

Reconoce que mis logros son má s amplios que los suyos, que mis oportunidades son mayores. Pero el pan de cada dí a es lo primero. Ademá s, a veces los profesionales tambié n son cultos. Ahí está George Sachs, por ejemplo (nuestro mé dico de cabecera en Montreal), que era un erudito e incluso escribió un libro en su tiempo libre (un folleto para la Sociedad Musical de Quebec: Los hechos mé dicos acerca de la sordera de Beethoven). Sin embargo, la justificació n de mi padre es que me he preparado para la clase de vida que nunca podré llevar. Y si mi constante obsesió n en el pasado era realizar mis planes, ahora sé que tendré que conformarme con muy poco. Es decir, tendré que aceptar muy poco, pues no se trata de conformarse o no. La elecció n personal no cuenta gran cosa en estos tiempos.

 



  

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