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16 de enero. 19 de enero



16 de enero

 

Un dí a bastante tranquilo.

 

 
18 de enero

 

Esta mañ ana me quedé sentado mirando a Marie mientras cambiaba las sá banas, quitaba el polvo y limpiaba las ventanas. Verla en las ventanas me fascinó de una manera especial. Era tan solo su trabajo, pero incluso ella parecí a obtener de la tarea un sereno placer, mientras seguí a con los ojos el movimiento del trapo, tiraba de los marcos adelante y atrá s sobre sus cables resonantes y moví a la curva lí nea del agua cada vez má s arriba de uno a otro lado del cristal sucio.

Limpiar una superficie sucia: una actividad muy sencilla, muy humana. Cuando lustro zapatos soy parcialmente consciente de ella. En esos momentos en que limpiaba la ventana, ¡ qué diferente era Marie, qué puramente humana mientras restregaba el cristal! A veces me pregunto si limpiar puede ser una fuente de placer en su totalidad. Es una actividad demasiado apremiante; a veces te absorbe en cuerpo y alma. «Ah, yazgo lleno de inquietud, preguntá ndome qué emergerá mañ ana. » Pero tiene su importancia como una noció n de centro, de equilibrio, de orden. Una mujer la aprende en las cocinas de su infancia, y se ramifica desde los fregaderos, las ventanas, las superficies de las mesas, hacia las caras y las manos de los niñ os, y entonces puede convertirse, como les sucede a algunas mujeres, en una parte de la naturaleza de Dios.

 

19 de enero

 

Susie Farson vino con lá grimas en los ojos para preguntarle a Iva qué hacer con respecto a su marido. Me retiré y las dejé hablar. Susie y su marido libran una pelea interminable. É l, Walter, es un muchacho rubio de Dakota, de cutis rojizo, saludable, y de mandí bula bien marcada, la clase de tipo que suele atraer a las chicas de ciudad. Susie, que fue compañ era de escuela de Iva, tiene seis añ os má s que é l. A Walter le molesta esta diferencia de edad, le molesta verse atrapado en el matrimonio y, sobre todo, le molesta el bebé, Barbara. Hace poco Iva, indignada, me pidió que la emprendiera a mamporros con é l por haber amordazado a la niñ a con un pañ uelo porque le impedí a dormir. La semana pasada le apretó las mandí bulas por la misma razó n, y a punto estuvo de asfixiarla. Esta semana ha golpeado a Susie, dejá ndole la cara amoratada. Iva aconseja a su amiga que le abandone, y Susie le dice que se propone hacerlo.

 



  

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