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EL PRIMER DIOS. EL SEGUNDO DIOSEL PRIMER DIOS ¡Espíritu mío! ¡Espíritu mío! ¡Oh, esfera flamígera que me envuelve Con su ardor! ¿De qué manera podré encaminar sus pasos Y hacia qué Cosmos dirigir tus ansias?
¡Espíritu mío, que no hallas compañera! En tu hambre, te cazas a tí mismo Con lágrimas tuyas pretendes aplacar tu sed; Pues la noche no guarda su rocío En las copas tuyas, Y el día no te ofrece sus frutas.
¡Espíritu mío! ¡Espíritu mío! Tú que quieres llevar tu nave a puerto, Henchida de ansias, ¿De dónde proceden los Vientos para hinchar Tu velamen? ¿Qué abundante marea llegará a liberar Tu proa?
Tu ancla lista se encuentra Y prontas están tus alas Para levantar vuelo; Pero el cielo que está sobre tí Está callado, y el calmo océano, Se mofa de ti. Entonces... ¿que esperanza podemos guardar Los dos: tú y yo?
¿Qué fluctuaciones en los mundos, Que cambios en los deseos, Y designios y propósitos De lo alto te habrán de exigir? ¿Traerá el vientre de la virgen infinita La simiente de tu Redentor Ese que es más fuerte aún que tus propios sueños Y cuya mano será tu salvación Del cautiverio y la esclavitud?
EL SEGUNDO DIOS ¡Acalla tus inoportunos aullidos Y los susurros de tu apasionado corazón! Pues el oído de lo infinito está sordo, Y sin prestar atención la mirada del cielo.
Somos todo lo que hay atrás Y sobre este mundo. Entre nosotros y la infinita Eternidad No existe nada. Sólo existen las pasiones nuestras, Que todavía no han terminado de formarse; Y nuestros designios que no se han Completado todavía.
Tú llamas a lo desconocido; Pero lo desconocido envuelto en la niebla movediza. Mora en lo más profundo de tu espíritu. Si, en lo hondo de tu alma, Reposa por siempre tu Salvador, Y en su dormir, observa lo que no sabrán observar Tus ojos abiertos.
Este es el misterio de nuestra vida. ¿Dejarás de recoger tu cosecha, Para arrojar apuradamente las simientes En los surcos de tu soñar? ¿Por qué disipas tus nubes En los áridos campos, Cuando el rebaño necesita de tu presencia?
Ve lentamente y observa este mundo: Fíjate en los hijos del amor tuyo aún no destetados. Tu hogar es la tierra y a la vez tu trono Y encima de las más elevadas esperanzas Del hombre, tu mano apresa su destino. No es tu deseo el soltarlo;
El que pelea por llegar a tu lado Con su dolor y con su felicidad, En tanto que tu no desvías la mirada De la necesidad que ves en sus ojos.
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