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EL PRIMER DIOS. EL TERCER DIOS. EL SEGUNDO DIOS



EL PRIMER DIOS

¿Abrazará el Alba a su pecho

El corazón de la noche?

¿Se sentirá preocupado el Océano por los

Cuerpos de los que han muerto en él?

Mi espíritu, como el Alba, se despierta

En mis honduras, serena y desnuda.

Y, al igual que el mar, que no reposa

De esa forma mi espíritu aleja de sí

Toda la hez del hombre

Y de la tierra.

No me encariñaré a todo lo que se encariña

A mí;

Pero yo quiero elevarme hasta llegar

A esa sublime Elevación, de cualquier

Manera que pueda.

 

EL TERCER DIOS

¡Oh Hermanos míos, ved!

Dos almas parten rumbo a las estrellas.

Se encontraron en el Cosmos para examinarse.

Se observan, calladamente, el uno al otro.

 

El cantante interrumpió su melopea

Pero su garganta calcinada por el sol,

Se emociona todavía por la canción.

Su compañera, la danzarina,

Detuvo el ritmo en su cuerpo,

Mas no ha sido presa del sueño.

 

¡Oh hermanos míos!

¡Oh hermanos extraños!

La noche se vuelve más y más oscura,

Y la luna más brillante.

Entre el océano y la selva,

Nos invoca el amor en voz alta,

A reunirnos en su alma.

 

EL SEGUNDO DIOS

¡Qué fútil es el Vivir!

¡Qué inútil es el despertar

Y el broncearse al rostro del sol!

¡Qué trivial es existir y ser el guardián

De las noches de los que están vivos,

De la misma manera que es el vigilante el Ojo de Orión!

 

 ¡Qué vano es enfrentarse

Con los vientos de los cuatro puntos del mundo,

Con la altiva frente ceñida de laureles!

¡Qué banal es curar la maldad De los hombres

Con hálitos, cuyo océano no tiene mareas!

 

El tejedor de oficio

Ante su telar está sentado,

Tejiendo sin cesar;

El alfarero hace girar su torno

Sin ganas ni preocupación,

Pero nosotros, que nunca dormimos

Y que ningún saber se nos escapa,

Nos hemos librado de la tenebrosidad

De la inseguridad y la duda.

Nosotros nunca dudamos,

Ni ahondamos en el observar

Y en el meditar,

Pues nos hemos alzado

Por encima de los cuestionamientos inquietos.

 

Vivamos alegres y en paz;

Saquemos de su jaula y libertemos a las aves

De nuestras reflexiones.

Vayamos hacia la mar,

Sin que nos rodeen

Peñascos y acantilados:

 

Y al llegar a las aguas

Y al confundirnos con el oleaje,

En el fondo del mar,

Cesaremos de meditar y de discutir,

En el destino del futuro,

Eternamente.

 



  

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