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EL PRIMER DIOSEL PRIMER DIOS ¡Ah! ¡De que manera nos causan un dolor inacabable, Esas profecías que parecen no tener fin! ¡De qué forma aburre esa vigilia Que encamina el día, Hasta el atardecer, Y la noche, encaminándose hacia el Alba!
¡Ah! de esta corriente que nos lleva A la perenne memoria y al permanente olvido ¡Ah! de esta continua siembra De las simientes del Destino, Y de las que únicamente cosechamos Esperanza.
¡Ah! de esta inmutable elevación del yo, Desde la polvareda de la tierra Hasta la niebla, para que, al ansiar La tierra, vuelva a aposentarse en la tierra, Y al crecer nuevamente su ansia, Se eleve buscando la niebla.
¡Ah! de esa medida que jamás varía, Fuera de la fluctuación de su propio tiempo. ¿Ansiará mi espíritu ser un océano Cuyas mareas y marejadas se entrecruzan Inacabables, o u Cosmos en el cual Las brisas se transformen en tormentas?
Si yo fuese un hombre; Si yo fuese un ciego aroma, Hubiese logrado soportar todo esto; O si fuese yo el Dios Altísimo, Que llena el vacío del hombre Y de los dioses Me hubiera bastado con ser yo mismo.
Mas tú y yo no somos hombres Ni tampoco somos el Altísimo Supremo que está Por encima de nosotros. Somos atardeceres que nunca cesan De nacer y morir De aparecer y desaparecer De un horizonte a otro.
Somos dioses aferrados a los humanos, Y éstos a nosotros. Es nuestro destino a soplar en los cuernos; Pero el alma que sopla, y la melodía Arrancada de nuestros instrumentos, No son nuestros; Provienen del cielo.
Por ese motivo es que deseo la rebeldía, Quiero sacar todo lo que en mí existe, Hasta quedarme vacío.
Es mi deseo esconderme del recuerdo De este silencioso joven, Que nuestro hermano menor es, Y que sentado está cerca nuestro, Mirando hacia aquel valle. A pesar de desplegar sus labios, No pronuncia una sola palabra.
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