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CUARTA PARTE 3 страница



Y si no querнa casarse con ella, pero todavнa la deseaba, йsa era otra manera de conseguir el dinero. Despuйs de todo, ya le habнa propuesto una vez que fuese su amante.

En la grisбcea penumbra del salуn, Scarlett librу una batalla decisiva con los tres lazos mбs fuertes de su alma: la memoria de Ellen, las enseсanzas de su religiуn y su amor por Ashley. Sabнa que lo que se proponнa hacer habrнa de parecer odioso a su madre, aun en ese sereno y lejano cielo en donde estaba seguramente. Sabнa que la prostituciуn era un pecado mortal. Y sabнa que, amando como amaba a Ashley, su plan constituнa una doble prostituciуn.

Pero todo ello desaparecнa ante la implacable frialdad de su mente y el acoso de la desesperaciуn. Ellen estaba muerta, y acaso la muerte diera la facultad de comprenderlo todo. La religiуn prohibнa fornicar bajo pena del fuego del infierno, pero si la Iglesia creнa que ella iba a omitir algъn medio de salvar a Tara y salvar del hambre a su familia..., bueno, que fuera la Iglesia la que se preocupara... Ella, no. Por lo menos, no ahora. Y Ashley no la querнa. Sн, la querнa. El recuerdo de aquella cбlida boca sobre la suya bien se lo dejaba comprender. Pero nunca se marcharнa con ella. Era extraсo; marcharse con Ashley no le parecнa un pecado, pero con Rhett...

En aquel grisбceo atardecer de invierno Scarlett llegу al final de la larga senda que habнa emprendido la noche de la caнda de Atlanta. Habнa empezado a recorrer esa senda como una chica mimada, egoнsta e inexperta, desbordante de juventud, de entusiasmo, fбcilmente asombrada ante la vida.

Ahora, el final de la senda, nada quedaba de aquella joven. El hambre, la dura labor, el miedo, la constante tensiуn, los terrores de la guerra y los terrores de la Reconstrucciуn habнan hecho desaparecer toda ternura, toda emociуn, todo lo que en ella habнa de juvenil. Alrededor de lo mбs нntimo de su ser se habнa formado una dura corteza, y poco a poco, capa por capa, esa corteza se habнa hecho mбs gruesa durante aquellos interminables meses.

Pero, hasta ese dнa mismo, la sostenнan aъn dos esperanzas. Habнa esperado que, terminada la guerra, la vida recobrarнa gradualmente su ritmo de antes. Habнa esperado que el regreso de Ashley significarнa un cambio en su existencia. Ahora, una y otra esperanza se habнan disipado. El ver a Jonnas Wilkerson junto a la entrada principal de Tara le habнa hecho comprender que para ella, lo mismo que para el Sur, la guerra no terminarнa jamбs. La enconada lucha, las brutales represalias, no hacнan mбs que comenzar. Y Ashley estaba aherrojado para siempre por palabras que eran mбs irrompibles que cualquier grillete.

La paz era un fracaso para ella. Y con Ashley ella habнa fracasado tambiйn. Ambas cosas le fallaban a la vez, y era como si esa corteza formada alrededor de su ser hubiese quedado ya petrificada. Se habнa convertido en lo que la abuela Fontaine habнa mencionado, en una mujer que ha visto lo peor y ya no tiene miedo a nada, ni a la vida, ni a su madre, ni a perder el amor, ni a la opiniуn pъblica. Sуlo el hambre y su pesadilla del hambre podнan causarle temor.

Una curiosa sensaciуn de ligereza, de libertad, se difundiу por todo su ser, ahora que su corazуn habнa quedado acorazado contra todo lo que la ligaba todavнa a los tiempos que se fueron y a la Scarlett de antes. Habнa tomado una decisiуn y, gracias a Dios, no temнa llevarla a cabo. Nada tenнa que perder y estaba resuelta.

Si pudiese inducir a Rhett a casarse con ella, todo irнa perfectamente. Pero, si no podнa..., entonces conseguirнa el dinero de otro modo. Por un breve momento, se preguntу con impersonal curiosidad quй era lo que se esperaba de una «amante». їInsistirнa Rhett en tenerla en Atlanta, como la gente decнa que tenнa a aquella mujer, la Watling? Si la hacнa quedarse en Atlanta, tendrнa que pagarle bien..., pagar lo bastante para compensar el coste de su ausencia de Tara. Scarlett lo ignoraba todo de la parte oculta de la vida masculina y carecнa de medios para conocer exactamente quй arreglos implicarнa todo ello. Y si llegase a tener un hijo... ЎOh, eso serнa una cosa terrible!

«No quiero pensar en ello ahora. Ya tendrй tiempo para pensarlo mбs tarde», y rechazу la desagradable hipуtesis al fondo de su mente, para que no pudiese influir en su resoluciуn. Dirнa por la noche a la familia que iba a Atlanta a buscar dinero, a hipotecar la finca si era necesario. Era todo lo que necesitaban saber hasta el mal dнa en que averiguasen de quй se trataba.

Al pensar ya en la acciуn, su cabeza se irguiу y sus hombros se enderezaron. La cosa no iba a ser muy fбcil, por supuesto. Antes, habнa sido Rhett quien solicitaba sus favores, y ella la que dominaba. Ahora, la solicitante era ella, y una solicitante que no se hallaba en situaciуn de poner condiciones.

«Pero no me dirigirй a йl como una pordiosera. Irй como una reina que dispensa mercedes. Йl nada sabrб. »

Se aproximу al oblongo espejo de cuerpo entero y se mirу en йl, manteniйndose con la cabeza alta. Y, al verse enmarcada por la agrietada moldura dorada, vio a una extraсa. Realmente podнa decirse que se veнa por primera vez desde hacнa un aсo. Dirigнa una mirada al espejo todas las maсanas para comprobar si tenнa la cara limpia y el pelo pasablemente peinado, pero siempre andaba demasiado escasa de tiempo para mirarse con algo mбs de atenciуn. Pero Ўesta extraсa que veнa...! No era posible que aquella mujer con las mejillas hundidas fuese Scarlett O'Hara. Scarlett O'Hara tenнa una fisonomнa linda, de expresiуn vivaz y coqueta.

El rostro al que ahora miraba no tenнa nada de bonito y no mostraba tampoco aquella gracia que ella conocнa tan bien. Estaba pбlido y tenso, y las negras cejas que resaltaban sobre el blanco cutis semejaban las alas de un pajarillo asustado. En todo aquel rostro habнa una expresiуn dura, acosada...

«ЎNo estoy ahora lo suficientemente bonita para gustarle! —pensу, y otra vez la invadiу la desesperaciуn—. ЎEstoy tan delgada, tan terriblemente delgada! »

Se tocу las mejillas, pasу frenйtica la mano por sus huesudas clavнculas, sintiйndolas sobresalir aun por debajo de la ropa. Y sus senos habнan quedado demasiado pequeсos, casi tan pequeсos como los de Melanie. Tendrнa que ponerse volantes en el delantero del corpino para hacerlos parecer mбs abultados, a pesar de que siempre miraba con menosprecio a las amigas que recurrнan a tales subterfugios. ЎVolantes y frunces! Eso hizo nacer en ella otro pensamiento. Su ropa. Se mirу el vestido, extendiendo el remendado vuelo de su falda entre ambas manos. A Rhett le gustaban las mujeres ataviadas con elegancia, a la moda. Recordу con nostalgia el vestido de volantes que habнa llevado cuando se quitу el luto, el otro vestido que se puso con la capota de plumas verdes que йl le habнa traнdo, y recordу los aprobadores piropos que йl le dirigiу. Recordу tambiйn, con aborrecimiento enconado por la envidia, el vestido a cuadros rojos, las botas con caсa roja y borlas y el sombrero plano de Emmie Slattery. Todo eso era chillуn, pero nuevo y a la moda, y ciertamente llamaba la atenciуn. ЎOh, cuбnto deseaba ella llamar la atenciуn! Especialmente la de Rhett Butler. Si la viese con el vestido viejo, comprenderнa que las cosas iban mal en Tara. Y no debнa saberlo.

ЎQuй loca habнa sido al creer que podrнa ir a Atlanta y rendirlo a sus pies en cuanto ella se presentase allн, cuando ahora era una mujer de cuello flaco y ojos de gato hambriento vestida con ropas harapientas! Si no habнa logrado que йl le propusiese matrimonio cuando estaba en el apogeo de su belleza y tenнa preciosos vestidos, їcуmo esperar que lo hiciera ahora que estaba tan fea y se vestнa tan pobremente? Si lo que contaba tнa Pitty era cierto, Rhett debнa tener mucho mбs dinero que nadie en Atlanta, y probablemente le sobrarнan facilidades para elegir mujeres a su gusto, honradas o no. «Bien —pensу gravemente—; yo tengo algo que no tienen otras mujeres, aun las mбs bonitas..., y es una cabeza que ha tomado una firme resoluciуn. Y si tan sуlo tuviese un vestido decente... » Pero no habнa en Tara un solo vestido en buen uso, un vestido que no hubiese sido remendado y vuelto del revйs un par de veces.

«ЎCуmo estamos! », pensу con desaliento, mirando al suelo. Vio la alfombra de terciopelo color verde musgo, ahora gastada, manchada y destrozada por las docenas de hombres que sobre ella durmieron, y esa alfombra de su madre la deprimiу mбs todavнa, porque comprendiу que Tara estaba tan harapienta como ella. La habitaciуn, toda ella, la deprimнa, medio a oscuras como estaba. Yendo hacia la ventana, la abriу un momento, descorriу la persiana y dejу penetrar en la estancia los ъltimos resplandores del crepъsculo invernal. Cerrу otra vez la ventana, apoyу la cara sobre las cortinas de terciopelo y mirу por encima del prado hacia los oscuros cedros del pequeсo cementerio.

La cortina de terciopelo verde musgo daba una sensaciуn de rugosa suavidad, y Scarlett se frotу un poco la cara con ella, como un gato. Y, de pronto, se fijу en los dos cortinones.

Un minuto despuйs, arrastraba por el suelo una pesada mesa con tablero de mбrmol, cuyas mohosas ruedecillas rechinaron como protestando. La llevу hasta la ventana y, recogiйndose la falda, se subiу encima y se puso de puntillas para llegar hasta la pesada barra que sostenнa los cortinones. Casi no alcanzaba, y tirу de las cortinas con tanta impaciencia que los clavos que sujetaban la barra se desprendieron, y barra y cortina cayeron al suelo con estrйpito.

Como por arte de magia, se abriу la puerta del salуn y apareciу la negra faz de Mamita, mostrando en cada una de sus arrugas tanta curiosidad como desconfianza. Mirу con desaprobaciуn a Scarlett, de pie sobre la mesa y con la falda levantada por encima de las rodillas, dispuesta a saltar al suelo. La expresiуn de triunfo y excitaciуn que iluminaba su rostro inmediatamente engendrу en Mamita confusas sospechas.

—їQuй quiere usted hacer con las cortinas de la seсora Ellen?

—preguntу.

—їY quй haces tъ escuchando tras de las puertas? —preguntу Scarlett, saltando бgilmente al suelo y recogiendo en una brazada una de las pesadas y polvorientas cortinas.

—No se trata de eso ahora —replicу Mamita, aprestбndose al combate—. No tiene usted por quй tocar los cortinones de la seсora Ellen, arrancando barras y clavos y haciйndolos caer al suelo. La seсora Ellen tenнa mucho cariсo a esas cortinas y no he de ser yo quien permita que las traten asн.

Scarlett volviу hacia Mamita sus ojos verdes, ojos que ahora brillaban con febril gozo, ojos que parecнan ser los de aquella niсa traviesa que hacнa rabiar a Mamita en los tiempos felices que la fiel negra tanto echaba de menos.

—Corre al бtico y bбjame la caja de patrones para vestidos, Mamita —exclamу, dбndole un suave empujуn—. Voy a hacerme un vestido nuevo.

Mamita se encontrу dividida entre dos sentimientos: indignaciуn ante la idea de que los noventa kilos de su voluminoso cuerpo pudiesen correr a ninguna parte y menos al бtico, y el nacimiento de una horrible sospecha.

De un tirуn arrancу las cortinas de los brazos de Scarlett y las apretу contra sus monumentales y caнdos pechos, como si fuesen sagradas reliquias.

—No serб de los cortinones de la seсora Ellen de donde sacarб usted el vestido, si era eso lo que pensaba hacer. Mientras yo conserve el aliento, no le dejarй hacerlo.

Por un momento, la expresiуn que Mamita solнa calificar interiormente de «la de toro que embiste» pareciу asomarse a la fisonomнa de su joven ama, pero pronto se distendiу en una de aquellas sonrisas a las que Mamita no sabнa resistir. Sin embargo, la vieja esclava no se dejaba engaсar. Sabнa que Scarlett empleaba esta sonrisa sуlo para ablandarla, y ella no estaba dispuesta a ceder.

—Mamita, no seas mala. Tengo que ir a Atlanta a buscar dinero, y necesito un vestido decente.

—No necesita usted otro vestido. Ahora ninguna seсora de verdad tiene vestidos nuevos. Llevan los viejos y los llevan con orgullo. No hay razуn para que una hija de la seсora Ellen no pueda llevar los trapos que le dй la gana, y todo el mundo le tendrб el mismo respeto que si vistiese de seda.

La expresiуn «de toro que embiste» comenzу a dibujarse nuevamente. «Seсor —pensaba Mamita—, es curioso cуmo, con el tiempo, la seсora Scarlett se parece mбs al seсor Gerald que a la seсora Ellen. »

—Vamos, Mamita, ya sabes que tнa Pitty nos escribiу que la seсorita Fanny Elsing se casa el sбbado, y, naturalmente, yo voy a la boda. Tengo que ir con un vestido presentable.

—El vestido que lleva usted ahora estб tan bien como el vestido de la novia, seguramente. La seсorita Pitty escribiу que los Elsing hoy dнa son muy pobres.

—Pero Ўnecesito otro vestido! Mamita, ya sabes que hemos de encontrar dinero. Las contribuciones...

—Sн, seсora, sй lo de las contribuciones, pero...

—ЎAh!, їlo sabes?

—Dios me dio oнdos para que oyese, їno? Especialmente cuando el seсor Will nunca se molesta en cerrar la puerta.

їHabнa algo de que Mamita no estuviese enterada? Scarlett se maravillaba de que un corpachуn tan grande, que hacнa trepidar el piso de madera cuando andaba por йl, pudiese moverse tan inaudiblemente cuando su propietaria querнa escuchar una conversaciуn.

—Bueno, si has oнdo todo eso, supongo que habrбs oнdo tambiйn a Jonnas Wilkerson y a Emmie...

—Sн, seсora —contestу Mamita con ojos como brasas. —Entonces, no seas mala, Mamita. їNo comprendes que tengo que ir a Atlanta y buscar el dinero para la contribuciуn...? Tengo que encontrar dinero. ЎSin falta! —Golpeу sus pequeсos puсos uno contra el otro—. ЎPor Dios santo, Mamita! Quieren ponernos a todos en la calle, y їadonde iremos? їVas a discutir conmigo una bagatela como las cortinas de mamб, cuando esa asquerosa Emmie, que la matу, se propone trasladarse aquн y dormir en la cama en que dormнa mamб?

Mamita se apoyaba sobre un pie y sobre otro, alternativamente, como un elefante inquieto. Percibнa vagamente que acabarнa transigiendo.

—No, seсora, no quiero ver a esa asquerosa en esta casa, ni vernos nosotras en la calle, pero...

Con escrutadores ojos y aire acusador, mirу a Scarlett y preguntу:

—їDe quiйn piensa usted recibir el dinero, para necesitar un vestido nuevo?

—Eso... —dijo Scarlett, cogida por sorpresa—, eso es cosa mнa.

Mamita le dirigiу una aguda mirada, lo mismo que cuando Scarlett era pequeсa y conseguнa enhebrar plausibles excusas para sus travesuras. Parecнa leer en su mente, y Scarlett bajу involuntariamente los ojos: era la primera vez que experimentaba un sentimiento de culpabilidad por lo que se proponнa hacer.

—De modo que necesita usted un vestido nuevo y elegante para ir a que le presten el dinero, їeh? Ahн hay algo que no me convence. Y no quiere usted decir de dуnde ha de venir el dinero...

—No tengo por quй decir nada —replicу Scarlett, indignada—. Es cosa mнa. їVas a darme esas cortinas y ayudarme a hacer el vestido, o no?

—Sн, seсora —dijo Mamita suavemente, capitulando con una facilidad que despertу las sospechas de Scarlett—. Voy a ayudarla a hacer el vestido, y espero que se pueda hacer tambiйn un refajo con el forro, que es de satйn, y hasta adornar unos pantaloncitos con las cortinillas de encaje.

Entregу el cortinуn a Scarlett y una sonrisa astuta se difundiу por todo su rostro.

—їVa la seсora Melanie con usted a Atlanta?

—No —dijo ella бsperamente, comprendiendo ya lo que iba a venir—. Voy sola.

—Esto lo cree usted —contestу Mamita con firmeza—, pero yo tambiйn voy con usted y con ese vestido nuevo. Sн, seсora; ni un paso sin mн.

Por un instante, Scarlett imaginу su viaje a Atlanta y su conversaciуn con Rhett bajo la intensa vigilancia de Mamita en su papel de cancerbero negro. Se sonriу nuevamente y posу la mano sobre el brazo de Mamita.

—Mamita querida, eres muy buena al querer venir conmigo y ayudarme, pero їcуmo demonios podrнan componйrselas sin ti los de aquн? Tъ lo diriges casi todo en Tara.

—ЎBah! —dijo Mamita—. Es inъtil halagarme, seсora Scarlett. La conozco a usted muy bien desde que le puse el primer paсal. Dije que iba con usted a Atlanta, y voy. La seсora Ellen se levantarнa de su tumba si fuese usted sola a la ciudad llena de yanquis y de negros liberados y gente de esa calaсa.

—Pero Ўsi estarй en casa de tнa Pittypat! —exclamу Scarlett frenйtica.

—La seсorita Pittypat es una excelente mujer que cree que lo ve todo, y no ve nada —dijo Mamita.

Y, dando media vuelta con el majestuoso aire del que da por terminada una entrevista, se fue hacia el pasillo. Las maderas del suelo retemblaron cuando gritу:

—ЎPrissy, niсa! ЎVuela a la buhardilla y trae la caja de patrones, y a ver si encuentras las tijeras sin necesitar toda la noche para buscarlas! «Pues me he lucido —pensу Scarlett con desaliento—. Es como si llevase a mi zaga un sabueso. »

Despuйs de cenar y levantar manteles, Scarlett y Mamita esparcieron sobre la mesa los patrones, mientras Carreen se dedicaba a descoser los forros de satйn y Melanie cepillaba el terciopelo con un cepillo hъmedo para quitar bien el polvo. Gerald, Will y Ashley se quedaron allн fumando y sonriendo mientras contemplaban el tumulto femenino. Un sentimiento de agradable excitaciуn, emanado de Scarlett, parecнa haberse apoderado de todos, excitaciуn que ellos eran incapaces de comprender. La fisonomнa de Scarlett estaba ahora arrebolada, un acerado brillo iluminaba sus ojos, y se reнa mucho. Esa risa era agradable para todos, porque hacнa muchos meses que nadie la habнa oнdo reнrse de verdad. Gerald parecнa el mбs complacido. Sus ojos acusaban menos vaguedad que de ordinario mientras seguнan la ajetreada figura de su hija, y, cada vez que ella se ponнa a su alcance, le daba una palmadita de cariсosa aprobaciуn. Las muchachas andaban tan excitadas como si hiciesen preparativos para un gran baile, y descosieron, cortaron e hilvanaron como si se confeccionasen vestidos de fiesta para ellas mismas.

Scarlett iba a Atlanta a buscar dinero, o a hipotecar Tara si fuese preciso. Pero їquй era realmente una hipoteca? Scarlett decнa que podrнan pagarla fбcilmente con la cosecha de algodуn del aсo prуximo, y todavнa les sobrarнa dinero; y lo decнa con aire tan concluyente que a nadie se le ocurriу pedir mбs detalles. Sуlo le preguntaron quiйn iba a prestar el dinero, y ella contestу: «No se pueden hacer preguntas indiscretas», con un aire tan solemne que todos se rieron y le gastaron infinidad de bromas sobre su millonario amigo.

—Debe de ser el capitбn Rhett Butler —dijo sagazmente Melanie, y todos soltaron la carcajada al oнr cosa tan absurda, porque sabнan el odio que le tenнa Scarlett, que no hablaba nunca de йl sin decir: «Esa mala bestia de Rhett Butler. »

Pero Scarlett no se riу con ellos esta vez, y Ashley, que se reнa, cambiу sъbitamente de expresiуn al notar la mirada rбpida y enigmбtica que Mamita dirigнa a Scarlett.

En un impulso de generosidad debido a la atmуsfera reinante, Suellen se fue a buscar su cuello de encaje de Irlanda, todavнa bonito a pesar de lo muy gastado que se hallaba, y Carreen insistiу para que Scarlett llevara sus zapatos, que eran los menos deteriorados que habнa en la casa. Melanie rogу a Mamita que le dejara terciopelo suficiente para forrar su viejo abrigo y suscitу alaridos de risa al decir que si el ъnico gallo que les quedaba en el gallinero no se largaba en seguida, йste tendrнa que renunciar a su soberbia cola negra y verde.

Scarlett, vigilando los veloces dedos que trabajaban, oyу las carcajadas y mirу a unos y a otros con disimulada amargura y menosprecio. «No tienen ni idea de lo que me estб pasando realmente, de lo que les pasa a ellos y al Sur. Piensan todavнa, a pesar de todo, que no puede ocurrirles nada verdaderamente malo, porque son quienes son: O'Hara, Wilkes, Hamilton. Los mismos negros piensan igual. ЎOh, todos son idiotas! ЎNo comprenden! Siguen creyendo y viviendo lo mismo que antes, y nada podrб cambiarlos. Melly puede ir vestida de harapos e incluso ayudarme a matar a un hombre, pero eso no la ha alterado en lo mбs mнnimo. Es todavнa la misma seсora Wilkes, tнmida y bien educada, la perfecta dama. Y Ashley puede contemplar la guerra y la muerte, quedar herido, ser cogido prisionero y regresar para no encontrar aquн mбs que miseria, y continuar siendo el mismo caballero que era cuando poseнa Doce Robles. Will es distinto. Conoce el estado real de las cosas, pero Will jamбs tuvo mucho que perder. Y, en cuanto a Suellen y Carreen, йstas creen que sуlo es cosa de un momento. Esperan que Dios haga un milagro en beneficio de ellas. Pero no lo harб. El ъnico milagro que se harб aquн lo harй yo cuando me case con Rhett Butler... Ellos no han de cambiar. Acaso no pueden cambiar. Yo soy la ъnica que ha cambiado... y no habrнa cambiado tampoco si no me hubiese visto obligada a hacerlo. » Mamita, finalmente, echу del comedor a los hombres y cerrу la puerta a fin de comenzar a probar el vestido. Pork ayudу a Gerald a subir las escaleras y a meterse en la cama, y Ashley y Will se quedaron solos a la luz de la lбmpara del vestнbulo delantero. Permanecieron silenciosos unos instantes. Will masticaba su tabaco, como un plбcido rumiante. Pero su expresiуn distaba mucho de ser plбcida.

—Ese viaje a Atlanta —dijo finalmente, con voz lenta— no me gusta. No me gusta ni pizca.

Ashley mirу rбpidamente a Will y en seguida mirу a otra parte, preguntбndose si a Will le asaltaban las mismas sospechas que le atormentaban a йl. Pero esto era imposible. Will ignoraba lo que habнa pasado en el huerto aquella tarde y cуmo йl habнa empujado a Scarlett a la desesperaciуn. Will no pudo haber observado la cara de Mamita cuando se mencionу el nombre de Rhett Butler y, ademбs, Will nada sabнa de la mala reputaciуn de Rhett y de su dinero. Por lo menos, Ashley no creнa que pudiese estar enterado de ello, aunque desde su regreso a Tara habнa notado йl que Will, como Mamita, parecнan saber muchas cosas sin que nadie se las dijese e incluso presentirlas o adivinarlas antes de que acaecieran. Percibнa algo siniestro en el aire, pero era impotente para salvar de ello a Scarlett. Ni una sola vez habнa podido cruzar su mirada con la de ella aquella noche, y el buen humor punzante y duro con que ella le habнa tratado le asustaba. Las sospechas que le atormentaban eran demasiado terribles para ser expresadas con palabras. Йl no tenнa derecho a insultarla preguntбndole si eran ciertas. Apretу los puсos. No tenнa derecho alguno sobre ella, porque esa misma tarde habнa renunciado a tenerlos, y para siempre. No podнa ayudarla. Nadie podнa ayudarla. Pero, cuando recordу la cara de Mamita y la resuelta expresiуn que mostraba al meter la tijera en las cortinas de terciopelo, se sintiу algo aliviado. Mamita protegerнa a Scarlett tanto si йsta lo deseaba como si no.

«Yo soy la causa de todo ello —pensaba con desesperaciуn—. Yo la he empujado a ello. »

Se acordу del modo en que Scarlett habнa enderezado los hombros al separarse de йl por la tarde, se acordу de quй manera resuelta habнa alzado la cabeza. Su corazуn se derritiу de compasiуn por ella, desgarrado por su propia impotencia, inundado de admiraciуn. Ashley sabнa que en el diccionario de Scarlett no existнa la palabra «denuedo», y sabнa que ella le hubiera mirado sin comprender si йl le hubiese dicho que era el ser mбs denodado que jamбs conociera en toda su vida. Sabнa que ella ignoraba todas las bellas cualidades que йl le atribuнa al creerla denodada. Sabнa que ella tomaba la vida tal y como se presentaba, oponiendo su sуlido y firme cerebro a cualquier obstбculo que surgiese, luchando siempre con una determinaciуn que no conocнa la derrota y continuando la lucha aunque viese que la derrota era inevitable.

Pero, durante cuatro aсos, йl habнa visto que tambiйn se negaban a reconocer la derrota hombres que avanzaban sonriendo hacia el desastre seguro, porque eran denodados. Y habнan sido vencidos a pesar de todo.

Pensу, mientras miraba a Will en el tenebroso vestнbulo, que jamбs habнa conocido un denuedo como el que mostraba Scarlett O'Hara al ponerse en marcha para conquistar el mundo, vestida con las cortinas de su madre y adornada con las largas plumas de un gallo de la casa.

Soplaba un viento, fuerte y frнo y las densas nubes eran de un oscuro tono pizarroso cuando Scarlett y Mamita se apearon del tren en Atlanta, la tarde del siguiente dнa. No se habнa reconstruido la estaciуn despuйs de la quema de la ciudad, y tuvieron que recorrer unos cuantos metros entre cenizas y barro sobre las ennegrecidas ruinas que seсalaban el antiguo emplazamiento del edificio. Impulsada por la costumbre, Scarlett hizo ademбn de buscar a Peter y el carruaje de tнa Pitty porque siempre los habнa encontrado esperбndola cuando iba desde Tara hasta Atlanta durante los aсos de guerra. Pero pronto se rehizo, y se reprochу mentalmente su falta de memoria. Naturalmente, Peter no podнa estar allн, porque ella no habнa avisado a tнa Pitty de su llegada y, ademбs, recordaba que en una de sus cartas tнa Pitty le habнa relatado lacrimosamente la muerte del pobre animal que Peier habнa adquirido en Macуn para conducirla a Atlanta despuйs de la rendiciуn.

Mirу el terreno lleno de surcos de ruedas que rodeaba la antigua estaciуn, buscando el coche de algъn amigo o conotido que pudiese conducirlas hasta la casa de tнa Pitty, pero no vio ningъn rostro familiar, ni negro ni blanco. Era probable que ninguno de sus amigos tuviese ya coche, si era cierto lo que habнa escrito la tнa. Los tiempos eran duros, y si resultaba difнcil hallar alimentos y acomodo para las personas, mantener a los animales era imposible. La mayor parte de los amigos de Pitty, lo mismo que йsta, tenнan ahora que andar a pie.

Habнa unos cuantos carros que cargaban mercancнas junto a los vagones y varias calesas salpicadas de barro con desconocidos de desagradable aspecto en el pescante, pero sуlo habнa dos carruajes. Uno era un coche cerrado; el otro, abierto, iba ocupado por una mujer bien vestida y un oficial yanqui. Scarlett retuvo involuntariamente la respiraciуn al ver el uniforme. Aunque Pittypat habнa escrito que Atlanta tenнa una guarniciуn yanqui y estaba llena de militares, la primera visiуn de las guerreras azules le chocу y atemorizу. ЎEra tan difнcil recordar que la guerra habнa terminado y que ese militar no iba a perseguirla, ni a robarla, ni a insultarla!

El relativo vacнo junto al tren hizo retroceder su memoria a aquella maсana de 1862, cuando ella llegу a Atlanta como joven viuda, envuelta en crespones y loca de aburrimiento. Rememorу cuan ocupado estaba aquel espacio por carros, carruajes y ambulancias, y cuбnto alboroto armaban de carreteros y cocheros y los gritos de las gentes saludando a sus amigos. Aсorу la despreocupada excitaciуn de los tiempos de guerra y suspirу con desmayo al pensar que tenнa que caminar a pie hasta la casa de tнa Pittypat. Pero tenнa esperanzas de que, una vez en la calle Peachtree, podrнa encontrar a alguien que las llevase en coche.

Mientras miraba a su alrededor, un negro color de cuero, de mediana edad, guiу su carruaje cerrado hasta ella y, saltando del pescante, preguntу:

—їDesea coche, seсora? Medio dуlar a cualquier calle de Atlanta.

Mamita le dirigiу una mirada aniquiladora.

—ЎUn coche de alquiler! —rugiу—. Negro, їsabes quiйnes somos?

Mamita era una negra rural, pero no siempre habнa vivido en el campo, y sabнa que ninguna mujer decente circulaba en un vehнculo de alquiler, especialmente en coche cerrado, sin ir escoltada por algъn miembro masculino de la familia. Echу a Scarlett una severa mirada cuando vio que se le iban los ojos hacia la berlina.

—ЎVenga por aquн, seсora Scarlett! ЎUn coche alquilado y un negro liberado! ЎEsa sн que es una buena combinaciуn!

—Yo no soy un negro liberado —declarу el cochero con calor—. Pertenezco a la seсora Talbot, lo mismo que el coche, y lo traigo con objeto de ganar dinero para ella.

—їQuй seсora Talbot es йsa?

—La seсora Suzannah Talbot, de Milledgeville. Nos trasladamos aquн cuando el viejo amo muriу en la guerra.

—їLa conoce usted, seсora Scarlett?

—No sй —lamentу Scarlett—. ЎConozco tan pocas personas en Milledgeville!

—Entonces, iremos a pie —sentenciу Mamita severamente—. Puedes seguir tu camino, negro.

Asiу la maleta que contenнa el vestido de terciopelo de Scarlett, su sombrero y su camisa de noche y recogiу el lнo envuelto en un gran paсuelo de algodуn que encerraba sus propias cosas, y empujу suavemente a Scarlett hacia el vasto espacio cubierto de cenizas. Aunque Scarlett hubiera preferido ir en coche, no quiso discutir con Mamita. Desde la tarde del dнa anterior, cuando Mamita la sorprendiу con las cortinas en la mano, habнa notado en los ojos de la vieja negra una expresiуn alerta y vigilante que no agradaba a Scarlett lo mбs mнnimo. Iba a ser difнcil escapar de aquella Mamita en disposiciуn de guardiana, y asн procurу no excitar el espнritu combativo de la negra mientras no fuese absolutamente imprescindible.

Segъn avanzaban por las estrechas aceras hacia la calle Peachtree, Scarlett se sentнa tan apenada como desalentada, porque Atlanta tenнa un aspecto devastado y muy diferente del que ella habнa conocido. Pasaron junto a lo que habнa sido el hotel Atlanta, en donde habнan vivido Rhett y el tнo Henry. De tan elegante albergue sуlo quedaba la armazуn, los ennegrecidos muros. Los almacenes que habнan bordeado la vнa a lo largo de quinientos metros, y que contenнan toneladas y toneladas de provisiones militares, no habнan sido reconstruidos y sus rectangulares cimientos parecнan desnudos y esquelйticos bajo la luz grisбcea. Sin edificios a uno y otro lado y sin cobertizos de coches, las vнas parecнan abandonadas y expuestas a los elementos. Confundidos entre aquellas ruinas, yacнan los restos del almacйn que Scarlett edificara en los terrenos que Charles le habнa legado. El tнo Henry habнa pagado los impuestos del aсo precedente. Tendrнa que reembolsarle ese dinero, cuando pudiese. ЎOtra cosa en que pensar!



  

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