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ROSENCRANTZ

No os entiendo, señ or.

HAMLET

Me alegro. Palabra punzante no entra en oí do de necio.

ROSENCRANTZ

Señ or, tené is que decirnos dó nde está el cuerpo y venir con nosotros ante el rey.

HAMLET

El cuerpo está con el rey, pero el rey no está con el cuerpo. El rey es una cosa.

GUILDENSTERN

Señ or, ¿ una cosa?

HAMLET

Una cosa de nada. Llevadme a é l. ¡ Que te pillo, es­có ndete[L63]!.

 

Salen.

 

IV. iii Entra el REY.

 

REY

He mandado buscarle y hallar el cadá ver.

Es un peligro dejar que siga libre.

Mas no conviene que le caiga todo el peso

de la ley: le quiere la confusa multitud,

que no ama con el juicio, sino con los ojos,

y atiende al sufrimiento del culpable,

no a la culpa. Para evitar sobresaltos,

su marcha repentina debe parecer

decisió n bien ponderada. Dolencias extremas

exigen remedios extremos o jamas se curan.

 

Entra ROSENCRANTZ.

 

¿ Qué hay? ¿ Qué ha ocurrido?

ROSENCRANTZ

Señ or, se niega a decirnos

dó nde ha dejado el cadá ver.

REY

¿ Y é l dó nde está?

ROSENCRANTZ

Fuera, vigilado y esperando vuestra orden.

REY

Traedle a mi presencia.

ROSENCRANTZ

¡ Guildenstern! Trae al prí ncipe.

 

Entran HAMLET, GUILDENSTERN [ y acom­pañ amiento].

 

REY

Bien, Hamlet, ¿ dó nde está Polonio?

HAMLET

De cena.

REY

¿ De cena? ¿ Dó nde?

HAMLET

No donde come, sino donde es comido: tiene encima una asamblea de gusanos polí ticos. El gusano es el gran emperador de la dieta[L64]. Nosotros engordamos engor­dando animales, y así estamos gordos para los gusanos. El rey gordo y el mendigo flaco son dos viandas posi­bles: dos platos, la misma mesa. Ahí se acaba.

REY

¿ Qué quieres decir con eso?

HAMLET

Nada, só lo mostraros có mo un rey puede viajar por las tripas de un mendigo.

REY

¿ Dó nde está Polonio?

HAMLET

En el cielo. Mandad que le busquen. Si allí no le encuen­tra el mensajero, buscadle vos mismo en el otro sitio. Si no le encontrá is de aquí a un mes, os llegará el olor al

subir a la galerí a.

REY

¡ Buscadle allí!

HAMLET

Os estará esperando.

 

[Salen algunos del acompañ amiento. ]

 

REY

Hamlet, por tu propia seguridad,

que tanta inquietud me produce

como llanto lo que has hecho, tu acció n

exige tu marcha inmediata. Prepá rate,

La nave está presta, el viento acompañ a,

te aguarda la escolta y todo está a punto

para ir a Inglaterra.

HAMLET

¿ Inglaterra?

REY

Si, Hamlet.

HAMLET

Bueno.

REY

Así lo verá s cuando sepas mi intenció n.

HAMLET

Veo un querubí n que ya la ha visto[L65]. ‑ Bueno, vamos.

¡ A Inglaterra! Adió s, querida madre.

REY

Tu tierno padre, Hamlet.

HAMLET

Madre. Padre y madre son marido y mujer, marido y mujer son una carne, así que madre. ‑ Vamos. ¡ A Inglaterra!

 

Sale.

REY

Seguidle de cerca; embarcadle sin demora.

No os retrasé is: le quiero fuera esta noche.

En marcha, que, en lo que atañ e a este asunto,

todo está ultimado. Daos prisa.

 

Salen todos menos el REY.

 

Inglaterra, si mi afecto en algo tienes

(como tal vez te aconseje nuestra fuerza,

pues la cicatriz de nuestro acero dané s

aú n sigue roja, y nos pagas tributo

de buen grado), no puedes tratar con ligereza

mi real orden que, en carta especial

y por extenso, reclama encarecidamente

la muerte inmediata de Hamlet. Hazlo, Inglaterra,

pues é l, como fiebre, me quema la sangre

y tú eres mi cura. Mientras no esté hecho,

nada me traerá dicha ni contento.

 

Sale.

 

IV. iv Entra FORTINBRÁ S con su ejé rcito.

 

FORTINBRÁ S

Capitá n, al rey dané s presenta mis respetos.

Dile que, segú n nos concedió, Fortinbrá s

reclama la escolta prometida [L66]

para cruzar su reino. Sabes dó nde nos reunimos.

Si Su Majestad quiere algo de mí,

le expresaré mi lealtad en su presencia.

Há zselo saber.

CAPITÁ N

Así lo haré, señ or.

FORTINBRÁ S

Marchad seguros.

 

Salen.

 

IV. v Entran la REINA y HORACIO.

 

REINA

No quiero hablar con ella.

HORACIO

Insiste en veros, desvarí a. Su estado da pena.

REINA

¿ Qué quiere?

HORACIO

Habla mucho de su padre, de las trampas

de este mundo; balbucea y se da

golpes de pecho; se ofende por minucias;

habla sin concierto. Lo que dice es absurdo,

mas lleva a quien la oye a interpretar

su incoherencia. Se hacen conjeturas;

amoldan a su idea las palabras que juntan,

las cuales, a juzgar por los gestos y los guiñ os,

darí an pie a sospechas que, aun siendo

infundadas, serí an maliciosas.

REINA

Habrá que hablar con ella, no sea que siembre

dudas peligrosas en mentes malé volas.

Hazla pasar.

 

[HORACIO se dirige a la puerta. ]

 

[Aparte] En mi alma enferma, pues vive en pecado,

cualquier naderí a predice un gran dañ o.

La culpa no sabe fingir su recelo

y al fin se traiciona queriendo esconderlo.

 

Entra OFELIA tocando un laú d, con el pelo suelto y cantando.

 

OFELIA

¿ Dó nde está la hermosa majestad de Dinamarca?

REINA

¿ Qué ocurre, Ofelia?

OFELIA [canta]

¿ Có mo conoceré a tu amor

entre los demá s?

Con venera y con bordó n [L67]

y sandalias va.

REINA

¡ Ah, pobre Ofelia! ¿ A qué viene esa canció n?

OFELIA

¿ Decí ais? Atended, os lo ruego.

[Canta] Ya murió, señ ora, y se fue,

              ya murió y se fue:

              cé sped a su cabecera

              y piedra a sus pies[L68].

REINA

Pero, Ofelia...

OFELIA

Atended, os lo ruego.

[Canta] Su mortaja, blanquí sima...

 

Entra el REY.

 

REINA

¡ Ah, mí rala, esposo!

OFELIA [canta]

... cubierta de flor,

a la tumba fue sin llevar

lá grimas de amor.

 

REY

¿ Có mo está s, linda Ofelia?

OFELIA

Bien, Dios os lo pague. Cuentan que la lechuza era la hija de un panadero[L69]. ¡ Señ or! Sabemos lo que somos, no lo que podemos ser. ¡ Dios bendiga vuestra mesa!

REY

Fantasea sobre su padre.

OFELIA

Os lo ruego, no hablemos de esto. Cuando os pregunten qué significa, decid:

[Canta] «Mañ ana es el dí a de San Valentí n[L70],

temprano, al amanecer,

y yo estaré en tu balcó n;

tu enamorada seré. »

 

Entonces é l se levantó y vistió  

y a la doncella hizo entrar

que de su alcoba doncella

ya nunca saldrí a jamá s.

 

REY

Linda Ofelia...

OFELIA

Pues sí, y sin blasfemar le pondré fin:

[Canta] ¡ Jesú s, caridad cristiana!

Vergü enza le tiene que dar.

Si puede, un joven te goza:

¡ Su potra, eso está mal!

«Juraste antes de tumbarme

hacer de mí tu mujer. »

«¡ Y ya lo serí as si en mi cama

no te llegas a meter! »

 

REY

¿ Cuá nto hace que está así?

OFELIA

Espero que todo irá bien. Hay que tener paciencia. Pero lloro sin remedio de pensar que lo enterraron en la frí a tierra. Mi hermano ha de saberlo. Así que gracias por el buen consejo. ¡ Vamos, mi carruaje! Buenas no­ches, señ oras, buenas noches, buenas noches.

 

Sale.

 

REY

Sí guela de cerca. Vigí lala bien, te lo ruego.

 

[Sale HORACIO. ]

 

Ah, este es el veneno de la honda tristeza;

todo viene de la muerte de su padre. ¡ Ah, Gertrudis!

Las penas nunca vienen como espí as de avanzada,

sino en batallones. Primero, su padre muerto;

despué s, tu hijo ausente, el má s violento autor

de su propia partida; el pueblo, enturbiado,

revuelto con tantas sospechas y rumores

sobre la muerte de Polonio (y fue una ingenuidad

enterrarle bajo mano); la pobre Ofelia,

trastornada y privada de razó n,

sin la cual todos somos pinturas o animales;

por ú ltimo, y peor que todo lo demá s,

su hermano ha regresado de Francia en secreto,

se nutre de su asombro, vive en la penumbra

y no le faltan chismosos que le infectan

los oí dos con infundios sobre la muerte de su padre.

En tal apuro, y escaseando los hechos,

no dudará n en acusar a mi persona

en sus rumores. Querida Gertrudis,

todo esto, cual disparos de metralla,

me da muerte superflua en muchas partes.

 

Ruido dentro. Entra un MENSAJERO.

 

REINA

¡ Ah! ¿ Qué ruido es ese?

REY

¡ Mi guardia suiza! ¡ Que defiendan la puerta!

¿ Qué ocurre?

MENSAJERO

Salvaos, señ or.

El océ ano, rebasando sus orillas,

no sumerge los llanos con má s í mpetu

que Laertes, con sus amotinados, arrolla

a vuestra guardia. La chusma le llama señ or

y, cual si el mundo fuese a empezar hoy

y no hubiera costumbres ni pasado

(garantí a y sosté n de las palabras),

gritan: «¡ Elijamos nosotros[L71]!. ¡ Laertes será rey! »

Al cielo vuelan gorros, aplausos y ví tores:

«¡ Laertes será rey, Laertes rey! »

REINA

¡ Qué alegres ladran tras la pista falsa!

¡ Rastreá is al revé s, perros daneses!

 

Ruido dentro.

 

REY

¡ Han roto las puertas!

 

Entra LAERTES con sus SECUACES.

 

LAERTES

¿ Dó nde está ese rey? ‑ Quedaos todos fuera.

SECUACES

No, entremos.

LAERTES

Dejadme, os lo ruego.

SECUACES

Muy bien, señ or.

LAERTES

Gracias. Guardad la puerta.

 

[Salen loS SECUACES. ]

 

¡ Ah, vil rey! ¡ Dadme a mi padre!

REINA

Quieto, buen Laertes.

LAERTES

La gota de mi sangre que esté quieta

me acusará de bastardo, gritará «cornudo»

a mi padre y pondrá el estigma de ramera

en la frente casta y pura de mi madre.

REY

Laertes, ¿ cuá l es el motivo

de esta rebelió n tan gigantesca? –

Sué ltale, Gertrudis. No te inquiete mi persona.

Hay tal divinidad guardando a un rey

que la traició n apenas si vislumbra su objetivo

y no llega a actuar. ‑ Laertes, dime

lo que tanto te ha inflamado. ‑ Sué ltale, Gertrudis. –

Habla ya.

LAERTES

¿ Dó nde está mi padre?

REY

Muerto.

REINA

Pero no a sus manos.

REY

Que pregunte a placer.

LAERTES

¿ Có mo murió? Nada de trampas.

¡ Al infierno la lealtad! ¡ Al má s negro diablo

juramentos! ¡ Al má s profundo abismo

la gracia y la conciencia! No temo condenarme.

A tal punto he llegado que no me importa nada

esta vida, la otra, cualquier cosa:

tomaré plena venganza por mi padre.

REY

¿ Quié n te frenará?

LAERTES

Juro que ni el mundo entero.

Y mis medios voy a administrarlos

de modo que lo poco rinda mucho.

REY

Buen Laertes, si deseas conocer

la verdad de la muerte de tu padre,

¿ está escrito en tu venganza que tu juego

barra de montó n a amigo y enemigo,

al que gane y al que pierda?

LAERTES

Só lo a sus enemigos.

REY

¿ Quieres conocerlos?

LAERTES

A sus amigos les abro los brazos

y, como el pelí cano, generoso les daré

vida y alimento con mi sangre[L72].

REY

Ahora hablas

como un buen hijo y todo un caballero.

Que soy inocente de la muerte de tu padre

y la he llorado con honda tristeza

entrará tan de lleno en tu razó n

como el dí a en tus ojos.

 

Ruido dentro.

 

VOCES [dentro]

¡ Dejadla pasar!

LAERTES

¿ Eh? ¿ Qué ruido es ese?

 

Entra OFELIA como antes.

 

¡ Fiebre, sé came el cerebro! ¡ Lá grimas amargas,

quemadme el sentido y poder de mis ojos!

Juro que tu demencia será pagada en peso

hasta que la balanza se incline de mi lado.

¡ Rosa de mayo, querida doncella, hermana, Ofelia!

¡ Dios! ¿ Es posible que un juicio tan tierno

sea tan mortal como la vida de un anciano?

El amor nos perfecciona, y nos hace

enviar una valiosa parte nuestra [L73]

tras el ser al que amamos.

OFELIA [canta]

Su ataú d descubierto va,

ay, nony, nony, no, nony, no,

y en la tumba le lloran ya.

Adió s, mi paloma.

LAERTES

Si estuvieras en tu juicio y clamases venganza,

no conmoverí as tanto.

OFELIA

Vos cantad «Do‑ re‑ dó », y vos «Do‑ re‑ fá ». ¡ Ah, qué bien le va el estribillo! El pé rfido mayordomo raptó a la hija del amo[L74].

LAERTES

Ese absurdo dice mucho.

OFELIA

Esto es romero, para recordar. Acué rdate, amor. Y esto pensamientos, para pensar.

LAERTES

La lecció n de la locura: ajusta el pensamiento y el re­cuerdo.

OFELIA

Esto es hinojo, para vos, y aguileñ a. Y esto ruda, para vos; y una poca para mí. Los domingos la llamamos hierba de la gracia. ¡ Ah, vos llevad la ruda por otro motivo! Esto es una margarita. Os darí a violetas, pero todas se mustiaron al morir mi padre; dicen que tuvo buena muerte.

[Canta] Pues Robin el guapo es mi ilusió n.

LAERTES

Pesadumbre y tristeza, dolor, el infierno,

ella los convierte en dulzura y encanto.

 

OFELIA [canta]

¿ Y ya nunca volverá?

¿ Y ya nunca volverá?

No, no, no, muerto está,

y tú muere ya,

pues é l jamá s volverá.

 

La barba, ní veo blancor,

el pelo, rubio color;

Ya murió, ya murio.

¿ A qué má s dolor?

Acoja su alma Dios. Y todas las almas cristianas, si Dios quiere. Adió s.

 

Sale.

 

LAERTES

¿ Ves esto, Dios?

REY

Laertes, debo compartir tu pena;

no me niegues mi derecho. Ahora sal

y escoge a tus amigos má s juiciosos

para que oigan y arbitren entre tú y yo.

Si me creen implicado, de manera

personal o coligada, yo, en desagravio,

te daré mi reino, mi vida, mi corona

y todo lo que es mí o. Mas, si no es así,

accede a dispensarme tu paciencia

y obraré en alianza con tu alma

por dejarte satisfecho.

LAERTES

Conforme. El modo

en que murió, su oscuro entierro (sin emblema,

espada, ni blasó n sobre sus restos,

rito noble o ceremonia funeral);

todo esto clama tanto del cielo a la tierra

que exijo que se indague.

REY

Así se hará;

y donde haya crimen, el hacha caerá.

Te lo ruego, ven conmigo.

 

Salen.

 

IV. vi Entra HORACIO con un CRIADO.

 

HORACIO

¿ Quié nes son los que quieren hablarme?

CRIADOS

Marineros, señ or. Dicen que os traen una carta.

HORACIO

Que pasen.

 

[Sale el CRIADO. ]

 

No sé quié n en todo el mundo

va a escribirme, si no es el propio Hamlet.

 

Entran loS MARINEROS.

 

MARINERO 1. 0

Dios os guarde, señ or.

HORACIO

Igualmente.

MARINERO 1. 0

É l os oiga. Señ or, os traigo esta carta de parte del embajador que iba a Inglaterra[L75], si, como me han he­cho saber, vuestro nombre es Horacio.

HORACIO [lee]

«Horacio: Cuando hayas leí do esto, haz que estos hom­bres tengan acceso al rey. Traen carta para é l. No llevá ­bamos dos dí as en el mar cuando un barco pirata bien armado nos dio caza. Al ser lentas nuestras velas, hubi­mos de mostrarnos animosos, y en el choque lo abordé. Al instante se soltaron de nuestro barco, y yo quedé su solo prisionero. Me han tratado cual ladrones compasi­vos. Pero saben lo que hacen: tengo que pagarles el favor. Que el rey lea la carta que le mando, y reú nete conmigo tan deprisa como huirí as de la muerte. Te diré algo al oí do que, aunque sea muy leve para el calibre del hecho, te va a dejar sin habla. Estos buenos hombres te llevará n donde estoy. Rosencrantz y Guildenstern siguen con rumbo a Inglaterra. De ellos tengo mucho que contarte. Adió s.

 

Siempre tuyo,

                                                                                                            Hamlet. »

 

Venid, daré curso a vuestra carta

y, por cierto, a toda prisa, pues habé is

de llevarme al que os la dio.

 

Salen.

 

IV. vii Entran el REY y LAERTES.

 

REY

Tu conciencia debe ahora sancionar

mi absolució n, y tu pecho acogerme como amigo,

pues has podido oí r y comprobar

que el hombre que mató a tu noble padre

atentaba contra mí.

LAERTES

Es evidente. Mas decidme

por qué no procedisteis contra hechos

tan graves y tan ciertos de pena capital,

cuando a ello tanto os obligaban

vuestra seguridad, prudencia y má s motivos.

REY

Por dos razones especiales

que, aunque a ti te parezcan harto endebles,

tienen fuerza para mí. Su madre, la reina,

le idolatra y, en lo que a mí respecta

(sea mi suerte o mi desgracia, no sé cuá l),

tal es mi conjunció n con ella en cuerpo y alma

que, cual astro que só lo gira dentro de su esfera[L76],

yo fuera de ella no existo. La otra razó n

para no haber hecho cargos pú blicos

es el cariñ o que las gentes le profesan:

un afecto que, sumergiendo sus delitos,

cambiarí a sus culpas en virtudes

cual la fuente que transmuta en piedra la madera[L77].

Así, mis flechas, de ingrá vida vara

para viento tan fuerte, habrí an regresado

a mi arco sin hacer diana.

LAERTES

Y yo me encuentro sin mi noble padre

y a mi hermana en condiciones angustiosas,

que, si elogio lo que fue, desde una cumbre

podí a haber retado al mundo entero

a emular sus perfecciones. Mas ya me vengaré.

REY

Por eso no pierdas el sueñ o. No creas

que estoy hecho de sustancia tan inerte

que dejo que el peligro me tire de la barba

y lo tomo a simple juego. Pronto has de oí r má s.

Yo querí a a tu padre, y me quiero a mí mismo,

y esto espero que te enseñ e a imaginar...

 

Entra un MENSAJERO.

 

¿ Qué pasa? ¿ Hay noticias?

MENSAJERO

Señ or, cartas de Hamlet.

É sta para Vuestra Majestad, é sta para la reina.

REY

¿ De Hamlet? ¿ Quié n las ha traí do?

MENSAJERO

Señ or, dicen que marineros. Yo no los vi.

Me las dio Claudio; é l las recibió.

REY

Laertes, tú has de oí rlo. ‑

Dé janos.

 

Sale el MENSAJERO.

 

[Lee] «Excelsa Majestad: Sabed que, despojado, he puesto pie en vuestro reino. Mañ ana he de pediros licencia para presentarme ante vos y, con vuestra venia, exponeros las razones de mi pronto e insó lito regreso.

Hamlet. »

¿ Qué significa esto? ¿ Han vuelto los demá s?

¿ O es alguna trampa y todo es falso?

LAERTES

¿ Conocé is la letra?

REY

Es la de Hamlet. «Despojado. »

Y en posdata dice «solo». ¿ Te lo explicas?

LAERTES

Señ or, no entiendo nada. Pero que venga.

Alivia la dolencia de mi pecho

pensar que viviré para decirle a la cara:

«¡ Así mataste! »

REY

Laertes, en tal caso (y parece extrañ o, pero cierto),

¿ dejará s que yo te guí e?

LAERTES

Sí, mientras no me desvié is hacia la paz.

REY

Hacia tu paz. Si ahora ha regresado

tras cortar su travesí a y no piensa

reemprenderla, le induciré

a un encuentro cuya trama está madura

y en el cual sin remedio ha de caer.

Por su muerte no habrá un há lito de culpa:

ni su madre advertirá la mañ a

y la creerá un accidente. Hace unos dos meses

estuvo aquí un caballero normando.

Yo he visto a los franceses, he luchado contra ellos,

y son diestros a caballo, pero este valiente

tení a magia. Clavado a la silla,

conseguí a del animal tales prodigios

cual si fuese un solo cuerpo con la bestia

y de su especie por mitad. Tanto rebasaba

mi inventiva que yo, imaginando piruetas,

quedaba atrá s de las suyas.

LAERTES

¿ Normando decí ais?

REY

Normando.

LAERTES

Seguro que Lamord[L78].

REY

El mismo.

LAERTES

Le conozco bien. Es la gala y la gema de su tierra.

REY

Dio testimonio de ti

y alabó de tal modo tu destreza

en el arte y ejercicio de la esgrima,

sobre todo tu dominio del estoque,

que exclamó: «¡ Qué espectá culo serí a

si é l tuviera un rival! » Este elogio

envenenó de envidia a Hamlet, a tal punto

que no hací a sino pedir y desear

tu rá pido regreso por luchar contra ti.

De todo esto...

LAERTES

De todo esto, ¿ qué, señ or?

REY

Laertes, ¿ no querí as a tu padre?

¿ O eres como imagen del dolor,

como un rostro sin alma?

LAERTES

¿ Por qué lo preguntá is?

REY

No es que crea que no querí as a tu padre;

es que sé que el amor está sujeto al tiempo

y veo, pues lo prueba la experiencia,

que el tiempo le resta su fuego y ardor.

Hamlet regresa. ¿ A qué estarí as dispuesto

por mostrar, má s en hechos que en palabras,

que eres digno de tu padre?

LAERTES

A degollarlo en la iglesia.

REY

Ni al crimen debe darse refugio en sagrado,

ni poner freno a la venganza. Mas, buen Laertes,

si piensas actuar, permanece en tu aposento.

Hamlet sabrá que has regresado.

Haré que algunos elogien tu excelencia

y den doble barniz al gran renombre

que el francé s te dispensó, os junten finalmente

y arreglen las apuestas sobre ambos.

El, como es despreocupado, noble e incapaz

de estratagemas, no mirará las armas; así,

con sutileza de manos, te será fá cil

escoger una espada con punta[L79]

y, de una artera estocada, desquitarte.

LAERTES

Lo haré; y a ese fin

untaré mi espada de veneno.

Le compré un ungü ento a un charlatá n,

tan mortal que un cuchillo en é l mojado

donde hiere no hay emplasto milagroso

compuesto con las hierbas mas energicas

del mundo que salve de la muerte

a quien só lo haya arañ ado. Pondré el veneno

en la punta y bastará con que le roce

para que sea su muerte.

REY

Lo estudiaremos. Pondera

qué momento y qué medios favorecen

nuestro objeto. Si é ste fracasara

y nuestra mala actuació n mostrase el plan,

má s valdrí a no intentarlo. Por tanto, a tu proyecto

hay que añ adirle otro de reserva

por si fuera a malograrse. Espera, a ver.

Haré una apuesta solemne por vuestra maestrí a.

Eso es. Cuando el esfuerzo os dé calor y sed

(y habrá s de hacer má s violentos los asaltos),

y é l pida de beber, le tendré preparada

una copa a propó sito; con que la sorba,

aunque escape a tu golpe envenenado,

nuestro plan se habrá cumplido.

 

Entra la REINA.

 

¿ Qué hay, querida esposa?

 

REINA

Una pena le pisa los talones a la otra;

tan rá pido se siguen. ‑ Laertes, tu hermana se ha ahogado

LAERTES

¿ Ahogado? ¿ Dó nde?

REINA

Sobre un arroyo, inclinado crece un sauce

que muestra su pá lido verdor en el cristal.

Con sus ramas hizo ella coronas caprichosas

de ranú nculos, ortigas, margaritas, y orquí deas

a las que el llano pastor da un nombre grosero

y las jó venes castas llaman «dedos de difunto».

Estaba trepando para colgar las guirnaldas

en las ramas pendientes, cuando un pé rfido mimbre

cedió y los aros de flores cayeron con ella

al rí o lloroso. Sus ropas se extendieron,

llevá ndola a flote como una sirena;

ella, mientras tanto, cantaba fragmentos

de viejas tonadas como ajena a su trance

o cual si fuera un ser nacido y dotado

para ese elemento. Pero sus vestidos,

cargados de agua, no tardaron mucho

en arrastrar a la pobre con sus melodí as

a un fango de muerte[L80].

LAERTES

Ah, así que está ahogada.



  

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