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William Shakespeare

HAMLET

 

DRAMATIS PERSONAE

 

El ESPECTRO

HAMLET,           Prí ncipe de Dinamarca

El REY                Claudio, hermano del difunto Rey Hamlet

La PEINA                  Gertrudis, viuda del difunto Rey Hamlet y esposa del Rey Claudio

POLONIO,         dignatario de la corte danesa

OFELIA,             hija de Polonio

LAERTES,          hijo de Polonio

REINALDO,      criado de Polonio

HORACIO                 amigos de Hamlet

ROSENCRANTZ amigos de Hamlet

GUILDENSTERN amigos de Hamlet

VOLTEMAND          cortesanos

CORNELIO       cortesanos

OSRIC                cortesanos

FRANCISCO     soldados

BERNARDO      soldados

MARCELO        soldados

FORTINBRÁ S, Prí ncipe de Noruega

Un CAPITÁ N     del ejé rcito noruego

El ENTERRADOR

SU COMPAÑ ERO

Un SACERDOTE

ACTORES

MARINEROS

SECUACES de Laertes

EMBAJADORES de Inglaterra

Cortesanos, mensajeros, criados, guardias, soldados, acompa­ñ amiento.

 

 

LA TRAGEDIA DE HAMLET,

PRÍ NCIPE DE DINAMARCA

 

I. i Entran BERNARDO y FRANCISCO, dos centinelas.

 

BERNARDO

¿ Quié n va?

FRANCISCO

¡ Contestad vos! ¡ Alto, daos a conocer!

BERNARDO

¡ Viva el rey!

FRANCISCO

¿ Bernardo?

BERNARDO

El mismo.

FRANCISCO

Llegas con gran puntualidad.

BERNARDO

Ya han dado las doce: acué state, Francisco.

FRANCISCO

Gracias por el relevo. Hace un frí o ingrato, y estoy abatido[L1].

BERNARDO

¿ Todo en calma?

FRANCISCO

No se ha oí do un rató n.

BERNARDO

Muy bien, buenas noches.

Si ves a Horacio y a Marcelo,

mis compañ eros de guardia, dales prisa.

 

Entran HORACIO y MARCELO.

 

FRANCISCO

Creo que los oigo. ¡ Alto! ¿ Quié n va?

HORACIO

Amigos de esta tierra.

MARCELO

Y vasallos del rey dané s.

FRANCISCO

Adió s, buenas noches.

MARCELO

Adió s, buen soldado. ¿ Quié n te releva?

FRANCISCO

Bernardo. Quedad con Dios.

 

Sale.

 

MARCELO

¡ Eh, Bernardo!

BERNARDO

¡ Eh! Oye, ¿ está ahí Horacio?

HORACIO

Parte de é l.

BERNARDO

Bienvenido, Horacio. Bienvenido, Marcelo.

MARCELO

¿ Se ha vuelto a aparecer eso esta noche?

BERNARDO

Yo no he visto nada.

MARCELO

Dice Horacio que es una fantasí a,

y se resiste a creer en la espantosa

figura que hemos visto ya dos veces.

Por eso le he rogado que vigile

con nosotros el paso de la noche,

para que, si vuelve ese aparecido,

confirme que lo vimos y le hable.

HORACIO

¡ Bah! No vendrá.

BERNARDO

Sié ntate un rato

y deja que asediemos tus oí dos,

tan escudados contra nuestra historia,

dicié ndote lo que hemos visto estas dos noches

HORACIO

Muy bien, senté monos

y oigamos lo que cuenta Bernardo.

BERNARDO

Anoche mismo, cuando esa estrella

que hay al oeste de la polar se moví a

iluminando la parte del cielo

en que ahora brilla, Marcelo y yo,

con el reloj dando la una...

 

Entra el ESPECTRO.

 

MARCELO

¡ Chsss! No sigas: mira, ahí viene.

BERNARDO

La misma figura; igual que el rey muerto.

MARCELO

Tú tienes estudios: há blale, Horacio.

BERNARDO

¿ No se parece al rey? Fí jate, Horacio.

HORACIO

Muchí simo. Me sobrecoge y angustia.

BERNARDO

Quiere que le hablen.

MARCELO

Pregú ntale, Horacio.

HORACIO

¿ Quié n eres, que usurpas esta hora de la noche

y la forma intré pida y marcial

del que en vida fue rey de Dinamarca?

Por el cielo, te conjuro que hables.

MARCELO

Se ha ofendido.

BERNARDO

Mira, se aleja solemne.

HORACIO

Espera, habla, habla. Te conjuro que hables.

 

Sale el ESPECTRO.

 

MARCELO

Se fue sin contestar.

BERNARDO

Bueno, Horacio. Está s temblando y palideces.

¿ No es esto algo má s que una ilusió n?

¿ Qué opinas?

HORACIO

Por Dios, que no lo habrí a creí do

sin la prueba real y terminante

de mis ojos.

MARCELO

¿ Verdad que se parece al rey?

HORACIO

Como tú a ti mismo.

Tal era la armadura que llevaba

cuando combatió al ambicioso rey noruego.

Tal su ceñ o cuando, tras fiera discusió n,

a los polacos aplastó en sus trineos

sobre el hielo. Es asombroso.

MARCELO

Con paso tan marcial ha cruzado ya dos veces

nuestro puesto a esta hora cerrada de la noche.

HORACIO

No puedo interpretarlo exactamente,

pero, en lo que se me alcanza, creo que esto

presagia conmoció n en nuestro estado.

MARCELO

Bueno, sentaos, y dí game quien lo sepa

por qué se exige cada noche al ciudadano

tan estricta y rigurosa vigilancia;

por qué tanto fundir cañ ones dí a tras dí a

y comprar armamento al extranjero;

por qué se reclutan calafates, cuyo esfuerzo

no distingue el domingo en la semana.

¿ Qué ejé rcito amenaza para que prisa y sudor

hagan compañ eros de trabajo al dí a y a la noche?

¿ Quié n puede informarme?

HORACIO

Yo puedo. Al menos, el rumor

que corre es este: nuestro difunto rey,

cuya imagen se nos ha aparecido ahora,

sabé is que fue retado por Fortinbrá s

de Noruega, que se crecí a en su afá n

de emulació n. Nuestro valiente Hamlet[L2],

pues tal era su fama en el mundo conocido,

mató a Fortinbrá s, quien, segú n pacto sellado,

con refrendo de las leyes de la caballerí a,

con su vida entregó a su vencedor

todas las tierras de que era propietario:

nuestro rey habí a puesto en juego

una parte equivalente, que habrí a recaí do

en Fortinbrá s, de haber triunfado é ste;

de igual modo que la suya, segú n

lo previsto y pactado en el acuerdo,

pasó a Hamlet. Pues bien, Fortinbrá s el joven,

rebosante de í mpetu y ardor,

por los confines de Noruega ha reclutado

una partida de aventureros sin tierras,

carne de cañ ó n para un empeñ o

de coraje, que no es má s,

como han visto muy bien en el gobierno,

que arrebatarnos por la fuerza

y el peso de las armas esas tierras

perdidas por su padre. Creo que esta es

la causa principal de los aprestos,

la razó n de nuestra guardia, la fuente

del trá fago y actividad en nuestro reino.

 

Vuelve a entrar el ESPECTRO.

 

Pero, ¡ alto, mirad! ¡ Ahí vuelve! Le saldré

al paso, aunque me fulmine. ¡ Detente, ilusió n!

 

El ESPECTRO abre los brazos[L3] .

 

Si hay en ti voz o sonido, há blame.

Si hay que hacer alguna buena obra

que te depare alivio y a mí, gracia, há blame.

Si sabes de peligros que amenacen

a tu patria y puedan evitarse, há blame.

O, si escondes en el vientre de la tierra

tesoros en vida mal ganados, lo cual,

segú n se cree, os hace a los espí ritus

vagar en vuestra muerte, há blame. ¡ Detente y habla!

 

Canta el gallo.

 

¡ Detenlo tú, Marcelo!

MARCELO

¿ Le doy con mi alabarda?

HORACIO

Si no se para, dale.

BERNARDO

¡ Está aquí!

HORACIO

¡ Aquí!

 

Sale el ESPECRRO.

 

MARCELO

Se ha ido.

Hicimos mal en usar la violencia

con un ser de tanta majestad,

pues es invulnerable como el aire

y pretender agredirle es una burla.

BERNARDO

Iba a hablar cuando cantó el gallo.

HORACIO

Y se sobresaltó como un culpable

citado por el juez. He oí do decir

que el gallo, clarí n de la mañ ana,

despierta con su voz altiva y penetrante

al dios del dí a y que, alertados,

en tierra o aire, mar o fuego,

los espí ritus errantes en seguida

se recluyen: de que es verdad

ha dado prueba este aparecido.

MARCELO

Se esfumó al cantar el gallo.

Dicen que en los dí as anteriores

al del nacimiento de nuestro Salvador

el ave de la aurora canta toda la noche;

entonces, dicen, no vagan los espí ritus,

las noches son puras, los astros no dañ an,

las hadas no embrujan, las brujas no hechizan:

tan santo y tan bendito es este tiempo.

 

HORACIO

Eso he oí do, y lo creo en parte. Mas mirad:

con manto cobrizo, el alba camina

sobre el rocí o de esa cumbre del oriente.

Dejemos la guardia y, si os parece,

vamos a contar al joven Hamlet

lo que hemos visto esta noche, pues, por mi vida,

que el espectro, mudo con nosotros, le hablará.

¿ Está is de acuerdo en que debemos informarle,

como exigen la amistad y nuestro deber?

MARCELO

Sí, vamos, que sé dó nde podemos

hallarle fá cilmente esta mañ ana.

 

Salen.

 

I. ii  Entran Claudio, REY de Dinamarca, la REINA Gertru­dis, HAMLET, POLONIO, LAERTES y su hermana OFE­LIA, señ ores y acompañ amiento.

 

REY

Aunque la muerte de mi amado hermano Hamlet

sigue viva en el recuerdo, y procedí a

sumirse en el dolor y fundirse todo el reino

en un solo semblante de tristeza,

no obstante, tanto han combatido la cordura

y el afecto, que ahora le lloro con buen juicio

sin haber olvidado mi persona.

Por eso, a quien fuera mi cuñ ada, hoy mi reina,

viuda corregente de nuestra guerrera nació n,

con, por así decir, la dicha ensombrecida,

con un ojo radiante y el otro desolado,

con gozo en las exequias y duelo en nuestra boda,

equilibrando el jú bilo y el luto,

la he tomado por esposa. Y no he desestimado

vuestro buen criterio, que siempre prodigasteis

en el curso de este asunto. Por todo ello, gracias.

Ahora sabed que Fortinbrá s el joven,

juzgando mal nuestra valí a o creyendo

que, tras la muerte de mi amado hermano,

la nació n está descoyuntada y en desorden,

y movido por sueñ os de ventaja,

no ha dejado de asediarme con mensajes

que reclaman la entrega de las tierras

perdidas por su padre y en buena ley ganadas

por mi valiente hermano. Esto, en cuanto a é l.

 

Entran VOLTEMAND y CORNELIO.

 

Respecto a mí y a la presente reunió n,

el caso es como sigue: he escrito esta carta

al rey noruego, tí o de Fortinbrá s el joven,

quien, sin fuerzas y postrado, apenas sabe

la intenció n de su sobrino, pidié ndole

que detenga su avance, ya que toda

la tropa reclutada se compone

de sú bditos suyos. Y así os enví o,

queridos Cornelio y Voltemand,

como portadores de mi saludo al viejo rey,

sin daros má s poder personal

para negociar con el noruego que el fijado

ampliamente en estas clá usulas. Adió s,

y que vuestra rapidez sea prueba de lealtad.

VOLTEMAND

En esto como en todo veré is nuestra lealtad.

REY

No puedo dudarlo. Cordialmente, adió s.

 

Salen VOLTEMAND y CORNELIO.

 

Bien, Laertes, ¿ qué hay de nuevo?

Me hablaste de una sú plica. ¿ Cuá l es, Laertes?

Al rey dané s nada que sea de razó n

le pedirá s en vano. ¿ Qué solicitas, Laertes,

que no pueda ser mi ofrecimiento, y no tu ruego?

La cabeza no será tan afí n al corazó n,

ni la mano diligente con la boca

como el trono de Dinamarca con tu padre.

¿ Qué deseas, Laertes?

LAERTES

Augusto señ or, la merced

de vuestra venia para regresar a Francia,

pues, aunque vine a Dinamarca de buen grado

a mostraros mi lealtad en vuestra coronació n,

ahora confieso que, cumplido mi deber,

mis pensamientos y deseos miran a Francia

y se inclinan en demanda de permiso.

REY

¿ Tienes la venia de tu padre? ¿ Qué dice Polonio?

POLONIO

Sí, mi señ or.

Os suplico que le deis vuestra licencia.

REY

Disfruta de tus añ os, Laertes; tuyo sea el tiempo

y emplea tus buenas prendas a tu gusto. –

Y ahora, sobrino Hamlet e hijo mí o...

HAMLET

Má s en familia y menos familiar[L4].

REY

¿ Có mo es que está s siempre tan sombrí o?

HAMLET

No, mi señ or: es que me da mucho el sol[L5].

REINA

Querido Hamlet, sal de tu penumbra

y mira a Dinamarca con ojos de afecto.

No quieras estar siempre, con pá rpado abatido,

buscando en el polvo a tu noble padre.

Sabes que es ley comú n: lo que vive, morirá,

pasando por la vida hacia la eternidad.

HAMLET

Sí, señ ora, es ley comú n.

REINA

Si lo es, ¿ por qué parece para ti tan singular?

HAMLET

¿ Parece, señ ora? No: es. En mí no hay «parecer».

No es mi capa negra, buena madre,

ni mi constante luto riguroso,

ni suspiros de un aliento entrecortado,

no, ni rios que manan de los ojos,

ni expresió n decaí da de la cara,

con todos los modos, formas y muestras de dolor,

lo que puede retratarme; todo eso es «parecer»,

pues son gestos que se pueden simular.

Lo que yo llevo dentro no se expresa;

lo demá s es ropaje de la pena.

REY

Es bueno y digno de alabanza, Hamlet,

que llores a tu padre tan fielmente,

pero sabes que tu padre perdió un padre,

y ese padre perdió al suyo; y que el deber filial

obligaba al hijo por un tiempo

a guardar luto. Pero aferrarse

a un duelo pertinaz es conducta

impí a y obstinada, dolor poco viril,

y muestra voluntad contraria al cielo,

á nimo dé bil, alma impaciente,

entendimiento ignorante e inmaduro.

Pues, sabiendo que hay algo inevitable

y tan comú n como la cosa má s normal,

¿ por qué hemos de tomarlo tan a pecho

en necia oposició n? ¡ Vamos! Es una ofensa al cielo,

ofensa al muerto, ofensa a la realidad

y hostil a la razó n, cuya plá tica perpetua

es la muerte de los padres, y que siempre,

desde el primer cadá ver [L6] hasta el ú ltimo,

ha proclamado: «Así ha de ser. » Te ruego

que entierres esa pena infructuosa y que veas

en mí a un padre, pues sepa el mundo

que tú eres el má s pró ximo a mi trono,

y que pienso prodigarte un gé nero de afecto

en nada inferior al que el má s tierno padre

profese a su hijo. Respecto a tu propó sito

de volver a la universidad de Wittenberg [L7],

no podrí a ser má s contrario a mi deseo,

y te suplico que accedas a quedarte,

ante el gozo y alegrí a de mis ojos,

cual cortesano principal, sobrino e hijo mí o.

REINA

Que tu madre no te ruegue en vano, Hamlet:

qué date con nosotros, no vayas a Wittenberg.

HAMLET

Haré cuanto pueda por obedeceros, señ ora.

REY

Una respuesta grata y cariñ osa.

Sé como yo mismo en Dinamarca. ‑ Venid, señ ora.

El libre y gentil asentimiento de Hamlet

sonrí e a mi corazó n; en gratitud

el rey no brindará en este dí a

sin que el cañ ó n a las nubes lo proclame

y mi brindis retumbe por el cielo,

repitiendo el trueno de la tierra. Vamos.

 

Salen todos menos HAMLET.

 

HAMLET

¡ Ojalá que esta carne tan firme, tan só lida,

se fundiera y derritiera hecha rocí o,

o el Eterno no hubiera promulgado

una ley contra el suicidio! ¡ Ah, Dios, Dios,

que enojosos, rancios, inú tiles e inertes

me parecen los há bitos del mundo!

¡ Me repugna! Es un jardí n sin cuidar,

echado a perder: invadido hasta los bordes

por hierbas infectas. ¡ Haber llegado a esto!

Muerto hace dos meses... No, ni dos; no tanto.

Un rey tan admirable, un Hiperió n

al lado de este sá tiro[L8], tan tierno con mi madre

que nunca permití a que los vientos del cielo

le hiriesen la cara. ¡ Cielo y tierra!

¿ He de recordarlo? Y ella se le abrazaba

como si el alimento le excitase

el apetito; pero luego, al mes escaso...

¡ Que no lo piense! Flaqueza, te llamas mujer.

Al mes apenas, antes que gastase los zapatos

con los que acompañ ó el cadá ver de mi padre

como Ní obe[L9], toda llanto, ella, ella

(¡ Dios mí o, una bestia sin uso de razó n

le habrí a llorado má s! ) se casa con mi tí o,

hermano de mi padre, y a é l tan semejante

como yo a Hé rcules; al mes escaso,

antes que la sal de sus lá grimas bastardas

dejara de irritarle los ojos,

vuelve a casarse. ¡ Ah, malvada prontitud,

saltar con tal viveza al lecho incestuoso[L10]!

Ni está bien, ni puede traer nada bueno.

Pero estalla, corazó n, porque yo debo callar.

 

Entran HORACIO, BERNARDO y MARCELO.

 

HORACIO

Salud a Vuestra Alteza.

HAMLET

Me alegro de veros...

¡ Horacio, o no sé quié n soy!

HORACIO

El mismo, señ or, y vuestro humilde servidor.

HAMLET

Mi buen amigo, y yo servidor tuyo.

¿ Qué te trae de Wittenberg, Horacio? ‑

¡ Marcelo!

MARCELO [saludando]

Mi señ or...

HAMLET

Me alegro de verte. [A BERNARDO] Buenas tardes.

Pero, ¿ qué te trae de Wittenberg, Horacio?

HORACIO

Mi afició n a la vagancia, señ or.

HAMLET

Que no me lo diga tu enemigo,

ni tú ofendas mis oí dos confiá ndoles

una imagen tan adversa de ti mismo.

Sé que no eres ningú n vago.

Dime, ¿ qué está s haciendo en Elsenor[L11]?

Te enseñ aremos a beber a gusto antes de irte.

HORACIO

Señ or, he venido al funeral de vuestro padre.

HAMLET

Compañ ero, no te burles, te lo ruego:

di má s bien a la boda de mi madre.

HORACIO

La verdad es que vinieron muy seguidos.

HAMLET

Ahorro, Horacio, ahorro: los pasteles funerarios

han sido el plato frí o de la boda.

Antes encontrar en el cielo a mi peor enemigo

que haber visto ese dí a, Horacio.

Mi padre... Creo que veo a mi padre.

HORACIO

¿ Dó nde, señ or?

HAMLET

En mi pensamiento, Horacio.

HORACIO

Yo le vi una vez: era un rey admirable.

HAMLET

Era un hombre, perfecto en todo y por todo;

ya nunca veré su igual.

HORACIO

Señ or, creo que le vi anoche.

HAMLET

¿ Viste? ¿ A quié n?

HORACIO

Señ or, a vuestro padre el rey.

HAMLET

¡ A mi padre el rey!

HORACIO

Templad por un instante vuestro asombro

y escuchad con atenció n la maravilla

que voy a relataros, con estos dos

señ ores por testigos.

HAMLET

¡ Por Dios santo, cué ntame!

HORACIO

Dos noches seguidas, a estos dos señ ores,

Marcelo y Bernardo, haciendo guardia

en el vací o sepulcral de media noche,

se les ha aparecido una figura

igual que vuestro padre, armada de pies a cabeza,

que ante ellos camina solemne,

con paso lento y grave. Tres veces anduvo

ante sus ojos aterrados y suspensos,

a la distancia de su bastó n de mando,

mientras ellos, encogidos de pavor,

se quedaban mudos sin hablarle. A mí

me lo contaron con miedo y sigilo,

y la tercera noche yo velé con ellos;

y allí, tal como dijeron, la hora,

la figura, hasta la ú ltima sí laba,

llegó el aparecido. Era vuestro padre,

como iguales son mis manos.

HAMLET

Pero, ¿ dó nde fue eso?

MARCELO

Señ or, en la explanada donde hací amos la guardia.

HAMLET

¿ Y no le hablaste?

HORACIO

Le hablé, señ or, pero é l no contestó;

aunque una vez, alzando la cabeza,

se movió como si fuese a hablar,

pero entonces cantó fuerte el gallo mañ anero

y, al oí rlo, el espectro se esfumó

y desapareció de nuestra vista.

HAMLET

Asombroso.

HORACIO

Alteza, por mi vida que es verdad;

pensamos que era nuestra obligació n

hacé roslo saber.

HAMLET

Sí, sí, claro; pero me inquieta. –

¿ Hacé is guardia esta noche?

BERNARDO y MARCELO

Sí, señ or.

HAMLET

¿ Decí s que armado?

BERNARDO y MARCELO

Armado, señ or.

HAMLET

¿ De pies a cabeza?

BERNARDO Y MARCELO

Señ or, de la cabeza a los pies.

HAMLET

Entonces no le visteis la cara.

HORACIO

Sí, señ or: la visera estaba en alto.

HAMLET

¿ Tení a mirada fiera?

HORACIO

Un semblante de pesar má s que de ira.

HAMLET

¿ Pá lido o encendido?

HORACIO

No, muy pá lido.

HAMLET

¿ Y te miraba de frente?

HORACIO

Con la vista clavada.

HAMLET

¡ Quié n hubiera estado allí!

HORACIO

Os habrí a aterrado.

HAMLET

Sí, seguramente. ¿ Se quedó mucho tiempo?

HORACIO

Lo que se tarda en contar cien sin mucha prisa.

BERNARDO y MARCELO

Má s tiempo, má s.

HORACIO

Cuando yo le vi, no.

HAMLET

Tení a la barba cana, ¿ o no?

HORACIO

La tení a igual que en vida:

de un negro plateado.

HAMLET

Esta noche velaré.

Quizá vuelva a aparecerse.

HORACIO

Seguro que vuelve.

HAMLET

Si adopta la figura de mi noble padre

le hablaré, aunque se abra la boca del infierno

y me mande callar. Os lo suplico,

si no habé is revelado aú n la aparició n,

seguid mantenié ndola en secreto,

y a lo que vaya a suceder en esta noche

podé is darle sentido, mas no lengua.

Premiaré vuestra amistad. Y ahora, adió s:

en la explanada, entre las once y las doce,

me reuniré con vosotros.

LOS TRES

Nuestra lealtad a Vuestra Alteza.

HAMLET

Decid afecto y recibid el mí o. Adió s.

 

Salen [todos menos HAMLET].

 

¿ El espectro de mi padre en armas? Algo pasa.

Sospecho una traició n. ¡ Ojalá fuese de noche!

Mientras, alma mí a, aguarda: la ruindad,

por má s que la entierren, se descubrirá.

 

Sale.

 

I. iii Entran LAERTES y OFELIA.

 

LAERTES

Mi equipaje está embarcado. Adió s.

Hermana, siempre que el viento sea pró vido

y zarpe algú n barco, no descanses

hasta haberme escrito.

OFELIA

¿ Lo dudas?

LAERTES

Respecto a Hamlet y su vano galanteo,

tenlo por capricho e impulsiva liviandad,

por violeta de su joven primavera:

precoz, mas transitoria; grata, mas huidiza;

perfume y pasatiempo de un minuto, nada má s.

OFELIA

¿ Nada má s?

LAERTES

Seguro que nada má s.

No crecemos solamente en tamañ o

y en vigor, sino que con nuestro cuerpo

aumenta la eficacia de la mente

y el espí ritu. Tal vez te quiera ahora

y no haya mancha ni doblez que empañ e

sus nobles intenciones. Mas desconfí a:

su grandeza le impide su deseo

y su regia cuna le somete.

É l no puede hacer su voluntad

como la gente sin rango, pues de su elecció n

depende el bienestar de todo el reino,

y por eso su elecció n se supedita

al voto y aquiescencia de ese cuerpo

del cual é l es cabeza[L12]. Si te dice que te quiere,

podrá creerlo tu prudencia en la medida

en que é l, por su altura y posició n,

pueda cumplirlo, es decir, no má s allá

del sentir general de Dinamarca.

Así que considera tu deshonra

si, cré dula, escuchas su cantar,

le das tu corazó n o le abres

tu casto tesoro a su empeñ o inmoderado.

Cuidado, Ofelia, ten cuidado, hermana mí a;

mantente en retaguardia del cariñ o,

no te expongas al peligro del deseo.

La má s recatada se prodiga

si a la luna revela su belleza.

Ni la virtud escapa a la calumnia.

El gusano estraga los renuevos

antes que florezcan, y en la aurora

y el fresco rocí o de nuestros añ os

es cuando las plagas má s corrompen.

Guá rdate; el temor es la mejor defensa:

la sangre joven, sin tentarla, se subleva.

OFELIA

El sentido de tu buena lecció n

será el guardiá n de mi pecho. Mas, hermano,

no me enseñ es, como el mal sacerdote,

la espinosa pendiente del cielo

mientras tú, cual fatuo libertino,

sigues la senda florida del placer

y no tus propios consejos.

LAERTES

No temas por mí.

 

Entra POLONIO.

 

Me estoy demorando. Aquí está nuestro padre.

Doble bendició n es doble fortuna:

feliz ocasió n para otra despedida.

POLONIO



  

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