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LIBROdot.com 2 страница¿ Aú n aquí, Laertes? ¡ Por Dios, a bordo, a bordo! El viento ya ha hinchado tus velas, y está n esperá ndote. Llé vate mi bendició n y graba en tu memoria estos principios: no le prestes lengua al pensamiento, ni lo pongas por obra si es impropio. Sé sociable, pero no con todos. Al amigo que te pruebe su amistad sujé talo al alma con aros de acero, pero no embotes tu mano agasajando al primer conocido que te llegue. Guá rdate de riñ as, pero, si peleas, haz que tu adversario se guarde de ti. A todos presta oí dos; tu voz, a pocos. Escucha el juicio de todos, y guá rdate el tuyo. Viste cuan fino permita tu bolsa, mas no estrafalario; elegante, no chilló n, pues el traje suele revelar al hombre, y los franceses de rango y calidad son de suma distinció n a este respecto. Ni tomes ni des prestado, pues dando se suele perder pré stamo y amigo, y tomando se vicia la buena economí a. Y, sobre todo, sé fiel a ti mismo, pues de ello se sigue, como el dí a a la noche, que no podrá s ser falso con nadie. Adió s. Mi bendició n madure esto en ti. LAERTES Humildemente de vos me despido. POLONIO El tiempo te llama. Corre, los criados esperan. LAERTES Adió s, Ofelia, y recuerda bien lo que te he dicho. OFELIA Lo he encerrado en la memoria, y tú guardará s la llave. LAERTES Adió s.
Sale.
POLONIO ¿ Qué es lo que te ha dicho, Ofelia? OFELIA Con permiso, una cosa del Prí ncipe Hamlet POLONIO Vaya, ha hecho bien. Me han dicho que ú ltimamente te dedica mucho tiempo y que tú le dispensas tu atenció n con gran esplendidez. Si es así, como me han insinuado a modo de aviso, debo decirte que no pareces comprender con claridad tu lugar como hija mí a ni tu honra. ¿ Qué hay entre vosotros? Dime la verdad. OFELIA Señ or, ú ltimamente me ha dado muchas muestras de su afecto. POLONIO ¿ Afecto? ¡ Bah! Veo que está s verde e inexperta en cuestió n tan peligrosa. ¿ Crees en sus muestras, como tú las llamas? OFELIA Señ or, no sé qué pensar. POLONIO Pues yo te enseñ aré. Considé rate una niñ a al haber dado por valiosas unas muestras que no son de ley. Mué strate má s cauta o, por no agotar el té rmino acosá ndolo, hará s que yo sea muestra de idiotez. OFELIA Señ or, me ha galanteado de un modo decoroso. POLONIO Ya, a modo de capricho. ¡ Vamos, vamos! OFELIA Y me ha corroborado sus palabras con todos los divinos juramentos. POLONIO Sí, cepos para pá jaros. Sé bien que, cuando arde la sangre, el alma se prodiga en juramentos. Hija, esas llamaradas, que dan má s luz que calor y se extinguen cuando parece que prometen, no las tomes por fuego. Desde ahora, hija, escatima un poco má s tu virginal presencia, haz que tus encuentros exijan algo má s que la orden de acudir. Respecto a Hamlet, cré ele en la medida en que es joven, y piensa que el ronzal con que se mueve es mucho má s largo que el tuyo. En suma, Ofelia, no creas sus juramentos, pues son intermediarios de distinto color del que los viste, abogados de causas impí as, que se expresan como santos y piadosos alcahuetes para seducirte mejor. No lo repetiré: hablando claro, no quiero que en adelante deshonres ni un momento de tu ocio conversando con el Prí ncipe Hamlet. Haz lo que te digo. Vamos, ven. OFELIA Os obedeceré, señ or.
Salen.
I. iv Entran HAMLET, HORACIO y MARCELO.
HAMLET El viento corta implacable. Hace mucho frí o. HORACIO Este viento hiela y te traspasa. HAMLET ¿ Qué hora es? HORACIO Creo que casi las doce. MARCELO No, ya las han dado. HORACIO ¿ Ah, sí? No he oí do nada. Entonces se acerca la hora en que el espectro acostumbra a vagar.
Toque de trompetas y dos salvas.
¿ Qué significa esto, señ or? HAMLET El rey trasnocha y alza el codo, está de borrachera, baila como un remolino y, cada vez que se atiza su vino del Rin, rebuznan las trompetas y timbales celebrando su brindis. HORACIO ¿ Es la costumbre? HAMLET Vaya que sí. Pero, a mi juicio y aunque vine al mundo aquí y estoy hecho a ella, es una costumbre que má s honra perder que conservar.
Entra el ESPECTRO.
HORACIO ¡ Mirad, señ or, ahí viene! HAMLET ¡ Los á ngeles del cielo nos protejan! Seas espí ritu del bien o genio maldito, traigas auras celestiales o rachas del infierno, sean tus propó sitos malvados o benignos, tu aspecto tanto mueve a preguntar que voy a hablarte. Te llamaré Hamlet, rey, padre, excelso dané s. ¡ Ah, contesta! No me dejes que estalle en la ignorancia, sino dime por qué tus restos consagrados han roto su mortaja, por qué el sepulcro al que en calma descendiste abre ahora sus pesadas mandí bulas de má rmol para arrojarte de sí. ¿ Qué puede suceder para que tú, estando muerto, bajo la tenue luna aparezcas otra vez revestido de acero, llenando la noche de espanto, y a nosotros, juguetes de la vida, nos perturbes con pensamientos que rebasan nuestra mente? ¿ Por qué? Di. ¿ Por qué razó n? ¿ Qué hemos de hacer?
El ESPECTRO le hace señ as.
HORACIO Os llama para que le sigá is, como si quisiera haceros una confidencia. MARCELO Mirad, con un gesto corté s os llama a un lugar má s apartado. ¡ No vayá is! HORACIO No, de ningú n modo. HAMLET Se niega a hablar. Tengo que seguirle. HORACIO ¡ Señ or, no! HAMLET Pero, ¿ a qué viene el miedo? Mi vida no vale para mí ni un alfiler y, en cuanto a mi alma, ¿ qué puede é l hacerle si es tan inmortal como é l mismo? Me vuelve a llamar. Voy a seguirle. HORACIO Señ or, ¿ y si os condujese hacia las aguas o a la espantosa cima de la roca que se descuelga amenazante sobre el mar y adoptase alguna forma aterradora que os privara del poder de la razó n y os llevase a la locura? Pensadlo bien. HAMLET Me sigue llamando. ‑ Ya voy, te sigo. MARCELO No debé is ir, señ or. HAMLET ¡ Quí tame las manos! HORACIO Hacednos caso, no vayá is. HAMLET Me llama el destino, y la má s fina arteria de este cuerpo es tan potente cual las fibras del leó n de Nemea[L13]. Aú n me hace señ as. ¡ Soltadme, señ ores! Por Dios, que a quien me pare volveré un espectro. ¡ Fuera ya! ‑ Vamos, te sigo.
Salen el ESPECTRO y HAMLET.
HORACIO Sus fantasí as le trastornan. MARCELO Sigá mosle. No conviene obedecerle. HORACIO Vamos tras é l. ¿ Adó nde puede llevar esto? MARCELO Algo podrido hay en Dinamarca. HORACIO El cielo dispondrá. MARCELO Nosotros sigá mosle.
Salen.
I. v Entran el ESPECTRO y HAMLET.
HAMLET ¿ Adó nde me llevas? No pienso seguir. ESPECTRO Escú chame. HAMLET Habla. ESPECTRO Se acerca la hora en que he de entregarme al tormento de las llamas sulfú reas. HAMLET ¡ Ah, pobre á nima! ESPECRRO No me compadezcas, sino presta oí do atento a lo que voy a revelarte. HAMLET Habla, he de oí rte. ESPECTRO Y habrá s de vengarme cuando oigas. HAMLET ¿ Qué? ESPECTRO Soyel alma de tu padre, condenada por un tiempo a vagar en la noche y a ayunar en el fuego por el dí a mientras no se consuman y purguen los graves pecados que en vida cometí. Si no me hubieran prohibido revelar los secretos de mi cá rcel, oirí as una historia cuya má s leve palabra desgarrarí a tu alma, te helarí a la sangre, como estrellas te harí a saltar los ojos de sus ó rbitas, y erizarí a tu liso cabello, poniendo de punta cada pelo, como pú as de aterrado puercoespí n. Pero esta proclamació n del má s allá no es para oí dos de mortales. ¡ Ah, Hamlet, escucha! Si alguna vez quisiste a tu padre... HAMLET ¡ Santo Dios! ESPECTRO ... venga su inmundo y monstruoso asesinato. HAMLET ¡ Asesinato! ESPECTRO Inmundo asesinato como todos, pero é ste harto inmundo, inusitado y monstruoso. HAMLET Vamos, cué ntamelo ya y, con alas tan veloces como el meditar o el amoroso pensamiento, correré a la venganza. ESPECTRO Te veo dispuesto; si no reaccionases, serí as má s insensible que la planta que lá nguida se pudre en la inacció n a orillas del Leteo[L14]. ó yeme, Hamlet. Propagaron que, durmiendo en el jardí n, me mordió una serpiente: con una historia falsa de mi muerte burdamente han engañ ado a toda Dinamarca. Mas atiende, noble hijo: la serpiente que arrancó la vida de tu padre lleva ahora su corona. HAMLET ¡ Ah, mi alma profé tica! ¿ Mi tí o? ESPECTRO Sí, esa bestia incestuosa, ese adú ltero, con su astuta brujerí a y sus pé rfidas prendas (¡ ah, astucia que dañ a, prendas que seducen! ) se atrajo a su lascivia ignominiosa el deseo de una reina honesta en apariencia. ¡ Oh, Hamlet, qué deslealtad! Conmigo, cuyo amor fue siempre tan perfecto que iba en armoní a con las promesas que le hice al desposarla, para hundirse con un mí sero cuyas dotes naturales eran pobres al lado de las mí as. Pero si la virtud no se deja seducir aunque el vicio la tiente bajo forma divina, la lujuria, aunque unida a un á ngel radiante, se sacia en un lecho celestial y se ceba en la inmundicia. Espera. Creo que siento el olor de la mañ ana. He de ser breve. Durmiendo en el jardí n, como era mi costumbre por la tarde, tu tí o, a esa hora insospechada, se acercó sigiloso con un frasco de esencia ponzoñ osa y vertió en los portales de mi oí do el tó sigo ulcerante, cuyo efecto a la sangre del hombre es tan hostil que al punto recorre como azogue las venas y conductos corporales y con sú bito poder cuaja y coagula, como gotas de á cido en la leche, la sangre má s fluida y saludable. Lo hizo con la mí a y al instante me vi como un leproso, mi piel lisa arrugada en una costra infecta y repugnante. Así, mientras dormí a, el acto de un hermano de un golpe me arrancó vida, corona, esposa, me segó en la flor de mis pecados, sin viá tico, asistencia, extremaunció n y, mis cuentas sin rendir, me envió a juicio con todas mis imperfecciones sobre mí. ¡ Fue horrendo, horrendo, harto horrendo! Si tienes sentimientos, no lo sufras; no consientas que el tá lamo real de Dinamarca sea lecho de lujuria y vil incesto. Mas, cualquiera que sea tu proceder, no ensucies tu alma, ni acometas ninguna acció n contra tu madre. Dé jala al cielo y a las espinas que, clavadas, le hieren su propio corazó n. Adió s ya. La lucié rnaga anuncia la mañ ana: su llama mortecina palidece. Adió s, adió s, Hamlet. Acué rdate de mí.
Sale.
HAMLET ¡ Ah, legiones celestiales! ¡ Ah, tierra! ‑ ¿ Qué má s? ¿ Afiado el infierno? ¡ No! ‑ Resiste, corazó n, y vosotras, mis fibras, no envejezcá is y mantenedme firme. ¿ Acordarme de ti? Sí, pobre á nima, mientras resida memoria en mi turbada cabeza. ¿ Acordarme de ti? Sí, de la tabla del recuerdo borraré toda anotació n ligera y trivial, má ximas de libros, impresiones, imá genes que en ella escribieron juventud y observació n, y só lo tus mandatos viviran en mi libro del cerebro, sin mezcla de asuntos menos dignos. ¡ Sí, sí, por el cielo! ¡ Ah, perversa mujer! ¡ Ah, infame, infame, maldito infame sonriente! Mi cuaderno, mi cuaderno; he de anotarlo: uno puede sonreí r y sonreí r, siendo un infame. Al menos, seguro que es posible en Dinamarca. Bueno, tí o, ahí tienes. Y ahora, mi consigna: «Adió s, adió s, acué rdate de mí. » Lo he jurado. HORACIO y MARCELO [dentro] ¡ Señ or, señ or!
Entran HORACIO y MARCELO.
MARCELO ¡ Prí ncipe Hamlet! HORACIO Que Dios le proteja. HAMLET Así sea. HORACIO ¡ Eh‑ oh! ¡ Eh‑ oh, señ or! HAMLET ¡ Hucho, hucho‑ hó! ¡ Vuelve, pá jaro[L15]!. MARCELO ¿ Có mo está is, noble señ or? HORACIO ¿ Qué ha ocurrido, señ or? HAMLET ¡ Ah, qué prodigio! HORACIO Mi buen señ or, contadlo. HAMLET No, que lo divulgaré is. HORACIO Yo no, señ or, por el cielo. MARCELO Ni yo, señ or. HAMLET ¿ Qué me decí s? ¿ Quié n pensarí a que ... ? ¿ Guardaré is el secreto? HORACIO y MARCELO Sí, por el cielo. HAMLET No hay un solo canalla en Dinamarca que no sea un pillo redomado. HORACIO Señ or, para oí r eso no hace falta que salga de la tumba espectro alguno. HAMLET Sí, claro, desde luego. Entonces, sin má s ceremonia, es mejor que nos demos la mano y nos vayamos: vosotros, adonde os lleven vuestros asuntos y deseos, pues cada cual tiene sus asuntos y deseos, los que sean; en cuanto a mí, ¿ sabé is?, me voy a rezar. HORACIO Señ or, hablá is sin orden ni medida. HAMLET Siento haberte ofendido, de veras, lo siento de veras. HORACIO No hay ofensa, señ or. HAMLET Por San Patricio, sí que hay ofensa, Horacio, y mucha. En cuanto a esta aparició n, es un espectro de verdad, os lo aseguro. Por lo que hace a vuestro deseo de saber lo que me ha dicho, dominadlo. Y ahora, pues sois amigos y hombres de armas y letras, concededme un humilde favor. HORACIO Sí, señ or. ¿ Cuá l? HAMLET No revelar lo que habé is visto esta noche. HORACIO y MARCELO No lo haremos, señ or. HAMLET Pues juradlo. HORACIO Juro que no, señ or. MARCELO Juro que no, señ or. HAMLET Sobre mi espada[L16]. MARCELO Señ or, ya hemos jurado. HAMLET Vamos, sobre mi espada. Vamos.
Grita el ESPECTRO bajo el escenario.
ESPECTRO ¡ Jurad! HAMLET ¡ Ajá, muchacho! ¿ Tú tambié n? ¿ Está s ahí, buen hombre? ‑ Vamos, ya oí s al del só tano Prestaos a jurar. HORACIO Proponed el juramento, señ or. HAMLET No decir jamá s lo que habé is visto. Jurad sobre mi espada. ESPECTRO ¡ Jurad!
[Juran. ]
HAMLET Hic et ubique [L17] ?. Pues cambiemos de sitio. Venid, señ ores y volved a poner vuestras manos en mi espada: no decir jamá s lo que habé is oí do. Jurad sobre mi espada. ESPECTRO ¡ Jurad!
[Juran. ]
HAMLET Muy bien, viejo topo. ¡ Qué rá pido escarbas! ¡ Vaya zapador! ‑ Cambiemos de nuevo, amigos. HORACIO ¡ Dí a y noche, esto es harto extrañ o! HAMLET Pues igual que al extrañ o, acó gelo bien. Hay má s cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que sueñ a nuestra filosofí a. Vamos, como antes: jurad que nunca, Dios mediante, por rara o extrañ a que sea mi conducta (pues tal vez desde ahora crea conveniente adoptar un talante estrafalario), si me veis en tal tesitura, jamá s, doblando así los brazos, meneando la cabeza o diciendo expresiones equí vocas, como «Nosotros lo sabemos», o «Queriendo, podrí amos», o «Si fué semos a hablar» o «Los hay que si pudieran», mostrando con frases tan ambiguas que sabé is algo de mí... Jurad que, Dios mediante y toda la gracia divina, no haré is nada de eso. ESPECTRO ¡ Jurad!
[Juran. ]
HAMLET ¡ Descansa, á nima inquieta! ‑ Señ ores, de corazó n a vosotros me encomiendo; y todo lo que un ser tan humilde como Hamlet pueda hacer por demostraros su estima, si Dios quiere, nunca faltará. Entremos todos. Y, os lo ruego, el dedo siempre en el labio. Los tiempos se han dislocado. ¡ Cruel conflicto, venir yo a este mundo para corregirlos! Venid. Vamos todos.
Salen.
II. i Entran POLONIO y REINALDO.
POLONIO Dale este dinero y estas notas, Reinaldo. REINALDO Sí, señ or. POLONIO Obrará s con prudencia, buen Reinaldo, si, antes de visitarle, te informas de su gé nero de vida. REINALDO Señ or, es lo que iba a hacer. POLONIO Estupendo, estupendo. Atiende: primero averigua cuá ntos daneses hay en Parí s, y có mo, quié n, qué medios, dó nde viven, sus compañ í as, sus gastos; y así, con estos rodeos y preá mbulos, cuando veas que conocen a mi hijo, má s cerca estará s que si preguntas por é l directamente. Finge, es un decir, que le conoces a lo vago, diciendo: «Conozco a su padre y a los suyos, y un poco a é l. » ¿ Te fijas, Reinaldo? REINALDO Perfectamente, señ or. POLONIO «Y un poco a é l, pero», y añ ades, «no mucho, aunque si es el que pienso, es un juerguista, muy dado a esto y aquello». Entonces le imputas los cuentos que te plazcan. Bueno, no tan graves que puedan deshonrarle, de eso guá rdate; só lo los deslices bulliciosos y alocados que notoria y comú nmente se asocian con la libre juventud. REINALDO ¿ Como el juego, sefí or? POLONIO Sí, o la bebida, la esgrima[L18], la blasfemia, las peleas, las rameras... Hasta ahí. REINALDO Señ or, eso le deshonrarí a. POLONIO Pues no, mientras moderes los cargos. No le hagas imputaciones de otro modo, diciendo que es muy dado al desenfreno, eso no: tú habla de sus faltas con tal arte que parezcan las lacras de su libertad, el estallido de un á nimo fogoso, la braveza de una sangre indó mita que a todos les asalta. REINALDO Pero, señ or... POLONIO ¿ Por qué todo esto? REINALDO Sí, señ or. Desearí a saberlo. POLONIO Pues, mira, te explico mi intenció n, y entiendo que la mañ a es legí tima. Achacá ndole a mi hijo esas leves faltas como si fueran polvo del camino, fí jate, si aquel a quien pretendes sondear ha visto que el joven de quien hablas es culpable de las lacras antedichas, seguro que concuerda contigo como sigue: «Señ or» o algo así, «amigo», o «caballero», con arreglo a la expresió n y el tí tulo de la persona y el paí s. REINALDO Entendido, sefí or. POLONIO Y entonces é l va y... é l va y... ¿ Qué iba yo a decirte? Por la misa, que iba a decir algo. ¿ Dó nde me he quedado? REINALDO En «concuerda como sigue», en «amigo o algo así », en «caballero». POLONIO En «concuerda como sigue». ¡ Eso es! É l concuerda dicié ndote: «Conozco al caballero, le vi ayer, o el otro dí a, el otro o el otro, con é ste y aqué l, y, como decí s, estaba jugando, o inundado de bebida, o discutiendo en el tenis[L19] »; o te dice: «Le vi entrar en tal casa de trato», es decir, un burdel, y así. ¿ Te das cuenta? Con un cebo de mentiras pescas el pez de la verdad. Así es como los hombres prudentes y capaces, con rodeos y requilorios, desviá ndonos damos con la ví a. Y tú, siguiendo mi enseñ anza y mi consejo, lo logrará s con mi hijo. ¿ Entendido? REINALDO Perfectamente, señ or. POLONIO Entonces, ve con Dios. REINALDO [despidié ndose] Mi señ or... POLONIO Observa tú mismo su conducta. REINALDO Sí, señ or. POLONIO Y que siga con su mú sica. REINALDO Muy bien, señ or.
Sale. Entra OFELIA.
POLONIO Adió s. ‑ ¿ Qué hay, Ofelia? ¿ Qué pasa? OFELIA ¡ Ah, seiior, me he asustado tanto! POLONIO Por Dios, ¿ có mo ha sido? OFELIA Señ or, mientras cosí a en mi aposento, aparece ante mí el Prí ncipe Hamlet con el jubó n desabrochado, sin sombrero[L20] con las calzas sucias y caí das, como argollas al tobillo, má s pá lido que el lino, temblando las rodillas, y el semblante tan triste en su expresió n que parecí a huido del infierno para hablar de espantos. POLONIO ¿ Está loco por ti? OFELIA Señ or, no lo sé, pero lo temo. POLONIO ¿ Qué te dijo? OFELIA Me agarró de la muñ eca y me apretó. Entonces extendió todo su brazo y con la otra mano haciendo de visera se puso a escudriñ arme la cara, cual si fuera a dibujarla. Así, un buen rato. Al final, sacudié ndome el brazo levemente y alzando y bajando así tres veces la cabeza, lanzó un suspiro tan profundo y lastimero que pareció destrozarle todo el cuerpo y acabar con su existencia. Entonces me soltó y, vuelta la cabeza sobre el hombro, parece que encontró el camino sin mirar, pues salió sin ayuda de los ojos y los tuvo en mí clavados hasta el fin. POLONIO Anda, ven conmigo. Voy a ver al rey. Eso es el delirio del amor, que por su propia violencia se aniquila y lleva a las acciones má s desesperadas, como sucede cada vez con las pasiones que tanto nos afligen. Siento... ¿ Le has hablado con dureza ú ltimamente? OFELIA No, señ or. Só lo cumplí vuestras ó rdenes: le devolví sus cartas y rechacé su presencia. POLONIO Eso le ha enloquecido. Siento no haber acertado al observarle. Pensé que jugaba contigo y que serí a tu perdició n. ¡ Malditos mis recelos! Parece natural en la vejez excedernos en la desconfianza, igual que es propio de los jó venes andar escasos de juicio. Ven, vamos con el rey. Esto ha de saberse, que obrar con sigilo traerá má s desgracia que enojo el decirlo.
Salen.
II. ii Entran el REY, la REINA, ROSENCRANTZ, GUILDENSTERN y otros.
REY Bienvenidos, Rosencrantz y Guildenstern. Ademá s de lo mucho que ansiá bamos veros, os mandamos llamar a toda prisa porque os necesitá bamos. Habé is oí do hablar de la transformació n de Hamlet: la llamo así puesto que no parece el mismo, ni por fuera ni por dentro. Qué pueda ser, si no es la muerte de su padre, lo que le tiene tan fuera de sí, no acierto a imaginarlo. Os ruego a los dos que, habié ndoos criado con é l desde la infancia y conociendo tan de cerca su cará cter, accedá is a quedaros en la corte por un tiempo, de modo que vuestra compañ í a le aporte distracció n y permita averiguar, mediando ocasiones favorables, si algo ignorado le perturba que, descubierto, podamos remediar. REINA Caballeros, é l ha hablado mticho de vosotros y me consta que no hay dos en todo el mundo a quien tenga má s afecto. Si os complace mostrar la cortesí a y gentileza de pasar algú n tiempo con nosotros en ayuda y cumplimiento de nuestra esperanza, vuestra visita recibirá la gratitud que a la real largueza corresponde. ROSENCRANTZ El poder soberano de Vuestras Majestades puede hacernos cumplir vuestros augustos deseos sin tener que suplicarnos.
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