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¿ Aú n aquí, Laertes? ¡ Por Dios, a bordo, a bordo!

El viento ya ha hinchado tus velas, y está n

esperá ndote. Llé vate mi bendició n

y graba en tu memoria estos principios:

no le prestes lengua al pensamiento,

ni lo pongas por obra si es impropio.

Sé sociable, pero no con todos.

Al amigo que te pruebe su amistad

sujé talo al alma con aros de acero,

pero no embotes tu mano agasajando

al primer conocido que te llegue.

Guá rdate de riñ as, pero, si peleas,

haz que tu adversario se guarde de ti.

A todos presta oí dos; tu voz, a pocos.

Escucha el juicio de todos, y guá rdate el tuyo.

Viste cuan fino permita tu bolsa,

mas no estrafalario; elegante, no chilló n,

pues el traje suele revelar al hombre,

y los franceses de rango y calidad

son de suma distinció n a este respecto.

Ni tomes ni des prestado, pues dando

se suele perder pré stamo y amigo,

y tomando se vicia la buena economí a.

Y, sobre todo, sé fiel a ti mismo,

pues de ello se sigue, como el dí a a la noche,

que no podrá s ser falso con nadie.

Adió s. Mi bendició n madure esto en ti.

LAERTES

Humildemente de vos me despido.

POLONIO

El tiempo te llama. Corre, los criados esperan.

LAERTES

Adió s, Ofelia, y recuerda bien

lo que te he dicho.

OFELIA

Lo he encerrado en la memoria,

y tú guardará s la llave.

LAERTES

Adió s.

 

Sale.

 

POLONIO

       ¿ Qué es lo que te ha dicho, Ofelia?

OFELIA

       Con permiso, una cosa del Prí ncipe Hamlet

POLONIO

Vaya, ha hecho bien.

Me han dicho que ú ltimamente te dedica

mucho tiempo y que tú le dispensas

tu atenció n con gran esplendidez.

Si es así, como me han insinuado

a modo de aviso, debo decirte

que no pareces comprender con claridad

tu lugar como hija mí a ni tu honra.

¿ Qué hay entre vosotros? Dime la verdad.

OFELIA

Señ or, ú ltimamente me ha dado

muchas muestras de su afecto.

POLONIO

¿ Afecto? ¡ Bah! Veo que está s verde

e inexperta en cuestió n tan peligrosa.

¿ Crees en sus muestras, como tú las llamas?

OFELIA

Señ or, no sé qué pensar.

POLONIO

Pues yo te enseñ aré. Considé rate una niñ a

al haber dado por valiosas unas muestras

que no son de ley. Mué strate má s cauta

o, por no agotar el té rmino acosá ndolo,

hará s que yo sea muestra de idiotez.

OFELIA

Señ or, me ha galanteado

de un modo decoroso.

POLONIO

Ya, a modo de capricho. ¡ Vamos, vamos!

OFELIA

Y me ha corroborado sus palabras

con todos los divinos juramentos.

POLONIO

Sí, cepos para pá jaros. Sé bien

que, cuando arde la sangre, el alma se prodiga

en juramentos. Hija, esas llamaradas,

que dan má s luz que calor y se extinguen

cuando parece que prometen,

no las tomes por fuego. Desde ahora, hija,

escatima un poco má s tu virginal presencia,

haz que tus encuentros exijan algo má s

que la orden de acudir. Respecto a Hamlet,

cré ele en la medida en que es joven,

y piensa que el ronzal con que se mueve

es mucho má s largo que el tuyo. En suma, Ofelia,

no creas sus juramentos, pues son intermediarios

de distinto color del que los viste,

abogados de causas impí as, que se expresan

como santos y piadosos alcahuetes

para seducirte mejor. No lo repetiré:

hablando claro, no quiero que en adelante

deshonres ni un momento de tu ocio

conversando con el Prí ncipe Hamlet.

Haz lo que te digo. Vamos, ven.

OFELIA

Os obedeceré, señ or.

 

Salen.

 

I. iv Entran HAMLET, HORACIO y MARCELO.

 

HAMLET

El viento corta implacable. Hace mucho frí o.

HORACIO

Este viento hiela y te traspasa.

HAMLET

¿ Qué hora es?

HORACIO

Creo que casi las doce.

MARCELO

No, ya las han dado.

HORACIO

¿ Ah, sí? No he oí do nada.

Entonces se acerca la hora

en que el espectro acostumbra a vagar.

 

Toque de trompetas y dos salvas.

 

¿ Qué significa esto, señ or?

HAMLET

El rey trasnocha y alza el codo,

está de borrachera, baila como un remolino

y, cada vez que se atiza su vino del Rin,

rebuznan las trompetas y timbales

celebrando su brindis.

HORACIO

¿ Es la costumbre?

HAMLET

Vaya que sí.

Pero, a mi juicio y aunque vine al mundo aquí

y estoy hecho a ella, es una costumbre

que má s honra perder que conservar.

 

Entra el ESPECTRO.

 

HORACIO

¡ Mirad, señ or, ahí viene!

HAMLET

¡ Los á ngeles del cielo nos protejan!

Seas espí ritu del bien o genio maldito,

traigas auras celestiales o rachas del infierno,

sean tus propó sitos malvados o benignos,

tu aspecto tanto mueve a preguntar

que voy a hablarte. Te llamaré Hamlet,

rey, padre, excelso dané s. ¡ Ah, contesta!

No me dejes que estalle en la ignorancia,

sino dime por qué tus restos consagrados

han roto su mortaja, por qué el sepulcro

al que en calma descendiste abre ahora

sus pesadas mandí bulas de má rmol

para arrojarte de sí. ¿ Qué puede suceder

para que tú, estando muerto, bajo la tenue luna

aparezcas otra vez revestido de acero,

llenando la noche de espanto, y a nosotros,

juguetes de la vida, nos perturbes

con pensamientos que rebasan nuestra mente?

¿ Por qué? Di. ¿ Por qué razó n? ¿ Qué hemos de hacer?

 

El ESPECTRO le hace señ as.

 

HORACIO

Os llama para que le sigá is,

como si quisiera haceros una confidencia.

MARCELO

Mirad, con un gesto corté s

os llama a un lugar má s apartado.

¡ No vayá is!

HORACIO

No, de ningú n modo.

HAMLET

Se niega a hablar. Tengo que seguirle.

HORACIO

¡ Señ or, no!

HAMLET

Pero, ¿ a qué viene el miedo?

Mi vida no vale para mí ni un alfiler

y, en cuanto a mi alma, ¿ qué puede é l hacerle

si es tan inmortal como é l mismo?

Me vuelve a llamar. Voy a seguirle.

HORACIO

Señ or, ¿ y si os condujese hacia las aguas

o a la espantosa cima de la roca

que se descuelga amenazante sobre el mar

y adoptase alguna forma aterradora

que os privara del poder de la razó n

y os llevase a la locura? Pensadlo bien.

HAMLET

Me sigue llamando. ‑ Ya voy, te sigo.

MARCELO

No debé is ir, señ or.

HAMLET

¡ Quí tame las manos!

HORACIO

Hacednos caso, no vayá is.

HAMLET

Me llama el destino, y la má s fina

arteria de este cuerpo es tan potente

cual las fibras del leó n de Nemea[L13].

Aú n me hace señ as. ¡ Soltadme, señ ores!

Por Dios, que a quien me pare volveré un espectro.

¡ Fuera ya! ‑ Vamos, te sigo.

 

Salen el ESPECTRO y HAMLET.

 

HORACIO

Sus fantasí as le trastornan.

MARCELO

Sigá mosle. No conviene obedecerle.

HORACIO

Vamos tras é l. ¿ Adó nde puede llevar esto?

MARCELO

Algo podrido hay en Dinamarca.

HORACIO

El cielo dispondrá.

MARCELO

Nosotros sigá mosle.

 

Salen.

 

I. v Entran el ESPECTRO y HAMLET.

 

HAMLET

¿ Adó nde me llevas? No pienso seguir.

ESPECTRO

Escú chame.

HAMLET

Habla.

ESPECTRO

Se acerca la hora en que he de entregarme

al tormento de las llamas sulfú reas.

HAMLET

¡ Ah, pobre á nima!

ESPECRRO

No me compadezcas, sino presta

oí do atento a lo que voy a revelarte.

HAMLET

Habla, he de oí rte.

ESPECTRO

Y habrá s de vengarme cuando oigas.

HAMLET

¿ Qué?

ESPECTRO

Soyel alma de tu padre,

condenada por un tiempo a vagar en la noche

y a ayunar en el fuego por el dí a

mientras no se consuman y purguen los graves

pecados que en vida cometí. Si no me hubieran

prohibido revelar los secretos de mi cá rcel,

oirí as una historia cuya má s leve palabra

desgarrarí a tu alma, te helarí a la sangre,

como estrellas te harí a saltar los ojos

de sus ó rbitas, y erizarí a tu liso cabello,

poniendo de punta cada pelo,

como pú as de aterrado puercoespí n.

Pero esta proclamació n del má s allá

no es para oí dos de mortales. ¡ Ah, Hamlet, escucha!

Si alguna vez quisiste a tu padre...

HAMLET

¡ Santo Dios!

ESPECTRO

 ... venga su inmundo y monstruoso asesinato.

HAMLET

¡ Asesinato!

ESPECTRO

Inmundo asesinato como todos, pero é ste

harto inmundo, inusitado y monstruoso.

HAMLET

Vamos, cué ntamelo ya y, con alas tan veloces

como el meditar o el amoroso pensamiento,

correré a la venganza.

ESPECTRO

Te veo dispuesto; si no reaccionases,

serí as má s insensible que la planta

que lá nguida se pudre en la inacció n

a orillas del Leteo[L14]. ó yeme, Hamlet.

Propagaron que, durmiendo en el jardí n,

me mordió una serpiente: con una historia falsa

de mi muerte burdamente han engañ ado

a toda Dinamarca. Mas atiende, noble hijo:

la serpiente que arrancó la vida de tu padre

lleva ahora su corona.

HAMLET

¡ Ah, mi alma profé tica! ¿ Mi tí o?

ESPECTRO

Sí, esa bestia incestuosa, ese adú ltero,

con su astuta brujerí a y sus pé rfidas prendas

(¡ ah, astucia que dañ a, prendas que seducen! )

se atrajo a su lascivia ignominiosa

el deseo de una reina honesta en apariencia.

¡ Oh, Hamlet, qué deslealtad! Conmigo,

cuyo amor fue siempre tan perfecto

que iba en armoní a con las promesas

que le hice al desposarla, para hundirse

con un mí sero cuyas dotes naturales

eran pobres al lado de las mí as.

Pero si la virtud no se deja seducir

aunque el vicio la tiente bajo forma divina,

la lujuria, aunque unida a un á ngel radiante,

se sacia en un lecho celestial

y se ceba en la inmundicia.

Espera. Creo que siento el olor de la mañ ana.

He de ser breve. Durmiendo en el jardí n,

como era mi costumbre por la tarde, tu tí o,

a esa hora insospechada, se acercó sigiloso

con un frasco de esencia ponzoñ osa

y vertió en los portales de mi oí do

el tó sigo ulcerante, cuyo efecto

a la sangre del hombre es tan hostil

que al punto recorre como azogue

las venas y conductos corporales

y con sú bito poder cuaja y coagula,

como gotas de á cido en la leche,

la sangre má s fluida y saludable. Lo hizo con la mí a

y al instante me vi como un leproso,

mi piel lisa arrugada en una costra

infecta y repugnante.

Así, mientras dormí a, el acto de un hermano

de un golpe me arrancó vida, corona, esposa,

me segó en la flor de mis pecados,

sin viá tico, asistencia, extremaunció n

y, mis cuentas sin rendir, me envió a juicio

con todas mis imperfecciones sobre mí.

¡ Fue horrendo, horrendo, harto horrendo!

Si tienes sentimientos, no lo sufras;

no consientas que el tá lamo real de Dinamarca

sea lecho de lujuria y vil incesto.

Mas, cualquiera que sea tu proceder,

no ensucies tu alma, ni acometas

ninguna acció n contra tu madre. Dé jala al cielo

y a las espinas que, clavadas, le hieren

su propio corazó n. Adió s ya.

La lucié rnaga anuncia la mañ ana:

su llama mortecina palidece.

Adió s, adió s, Hamlet. Acué rdate de mí.

 

Sale.

 

HAMLET

¡ Ah, legiones celestiales! ¡ Ah, tierra! ‑ ¿ Qué má s?

¿ Afiado el infierno? ¡ No! ‑ Resiste, corazó n,

y vosotras, mis fibras, no envejezcá is

y mantenedme firme. ¿ Acordarme de ti?

Sí, pobre á nima, mientras resida memoria

en mi turbada cabeza. ¿ Acordarme de ti?

Sí, de la tabla del recuerdo borraré

toda anotació n ligera y trivial,

má ximas de libros, impresiones, imá genes

que en ella escribieron juventud y observació n,

y só lo tus mandatos viviran

en mi libro del cerebro, sin mezcla

de asuntos menos dignos. ¡ Sí, sí, por el cielo!

¡ Ah, perversa mujer!

¡ Ah, infame, infame, maldito infame sonriente!

Mi cuaderno, mi cuaderno; he de anotarlo:

uno puede sonreí r y sonreí r, siendo un infame.

Al menos, seguro que es posible en Dinamarca.

Bueno, tí o, ahí tienes. Y ahora, mi consigna:

«Adió s, adió s, acué rdate de mí. »

Lo he jurado.

HORACIO y MARCELO [dentro]

¡ Señ or, señ or!

 

Entran HORACIO y MARCELO.

 

MARCELO

¡ Prí ncipe Hamlet!

HORACIO

Que Dios le proteja.

HAMLET

Así sea.

HORACIO

¡ Eh‑ oh! ¡ Eh‑ oh, señ or!

HAMLET

¡ Hucho, hucho‑ hó! ¡ Vuelve, pá jaro[L15]!.

MARCELO

¿ Có mo está is, noble señ or?

HORACIO

¿ Qué ha ocurrido, señ or?

HAMLET

¡ Ah, qué prodigio!

HORACIO

Mi buen señ or, contadlo.

HAMLET

No, que lo divulgaré is.

HORACIO

Yo no, señ or, por el cielo.

MARCELO

Ni yo, señ or.

HAMLET

¿ Qué me decí s? ¿ Quié n pensarí a que ... ?

¿ Guardaré is el secreto?

HORACIO y MARCELO

Sí, por el cielo.

HAMLET

No hay un solo canalla en Dinamarca

que no sea un pillo redomado.

HORACIO

Señ or, para oí r eso no hace falta

que salga de la tumba espectro alguno.

HAMLET

Sí, claro, desde luego.

Entonces, sin má s ceremonia, es mejor

que nos demos la mano y nos vayamos: vosotros,

adonde os lleven vuestros asuntos y deseos,

pues cada cual tiene sus asuntos y deseos,

los que sean; en cuanto a mí, ¿ sabé is?,

me voy a rezar.

HORACIO

Señ or, hablá is sin orden ni medida.

HAMLET

Siento haberte ofendido, de veras,

lo siento de veras.

HORACIO

No hay ofensa, señ or.

HAMLET

Por San Patricio, sí que hay ofensa, Horacio,

y mucha. En cuanto a esta aparició n,

es un espectro de verdad, os lo aseguro.

Por lo que hace a vuestro deseo de saber

lo que me ha dicho, dominadlo. Y ahora,

pues sois amigos y hombres de armas y letras,

concededme un humilde favor.

HORACIO

Sí, señ or. ¿ Cuá l?

HAMLET

No revelar lo que habé is visto esta noche.

HORACIO y MARCELO

No lo haremos, señ or.

HAMLET

Pues juradlo.

HORACIO

Juro que no, señ or.

MARCELO

Juro que no, señ or.

HAMLET

Sobre mi espada[L16].

MARCELO

Señ or, ya hemos jurado.

HAMLET

Vamos, sobre mi espada. Vamos.

 

Grita el ESPECTRO bajo el escenario.

 

ESPECTRO

¡ Jurad!

HAMLET

¡ Ajá, muchacho! ¿ Tú tambié n? ¿ Está s ahí,

buen hombre? ‑ Vamos, ya oí s al del só tano

Prestaos a jurar.

HORACIO

Proponed el juramento, señ or.

HAMLET

No decir jamá s lo que habé is visto.

Jurad sobre mi espada.

ESPECTRO

¡ Jurad!

 

[Juran. ]

 

HAMLET

Hic et ubique [L17] ?. Pues cambiemos de sitio.

Venid, señ ores y volved a poner vuestras manos en mi espada:

no decir jamá s lo que habé is oí do.

Jurad sobre mi espada.

ESPECTRO

¡ Jurad!

 

[Juran. ]

 

HAMLET

Muy bien, viejo topo. ¡ Qué rá pido escarbas!

¡ Vaya zapador! ‑ Cambiemos de nuevo, amigos.

HORACIO

¡ Dí a y noche, esto es harto extrañ o!

HAMLET

Pues igual que al extrañ o, acó gelo bien.

Hay má s cosas en el cielo y en la tierra, Horacio,

de las que sueñ a nuestra filosofí a. Vamos,

como antes: jurad que nunca, Dios mediante,

por rara o extrañ a que sea mi conducta

(pues tal vez desde ahora crea conveniente

adoptar un talante estrafalario),

si me veis en tal tesitura, jamá s,

doblando así los brazos, meneando la cabeza

o diciendo expresiones equí vocas, como

«Nosotros lo sabemos», o «Queriendo, podrí amos»,

o «Si fué semos a hablar» o «Los hay que si pudieran»,

mostrando con frases tan ambiguas

que sabé is algo de mí... Jurad

que, Dios mediante y toda la gracia divina,

no haré is nada de eso.

ESPECTRO

¡ Jurad!

 

[Juran. ]

 

HAMLET

¡ Descansa, á nima inquieta! ‑ Señ ores,

de corazó n a vosotros me encomiendo;

y todo lo que un ser tan humilde como Hamlet

pueda hacer por demostraros su estima,

si Dios quiere, nunca faltará. Entremos todos.

Y, os lo ruego, el dedo siempre en el labio.

Los tiempos se han dislocado. ¡ Cruel conflicto,

venir yo a este mundo para corregirlos!

Venid. Vamos todos.

 

Salen.

 

II. i Entran POLONIO y REINALDO.

 

POLONIO

Dale este dinero y estas notas, Reinaldo.

REINALDO

Sí, señ or.

POLONIO

Obrará s con prudencia, buen Reinaldo,

si, antes de visitarle, te informas

de su gé nero de vida.

REINALDO

Señ or, es lo que iba a hacer.

POLONIO

Estupendo, estupendo. Atiende: primero

averigua cuá ntos daneses hay en Parí s,

y có mo, quié n, qué medios, dó nde viven,

sus compañ í as, sus gastos; y así,

con estos rodeos y preá mbulos, cuando veas

que conocen a mi hijo, má s cerca estará s

que si preguntas por é l directamente.

Finge, es un decir, que le conoces a lo vago,

diciendo: «Conozco a su padre y a los suyos,

y un poco a é l. » ¿ Te fijas, Reinaldo?

REINALDO

Perfectamente, señ or.

POLONIO

«Y un poco a é l, pero», y añ ades, «no mucho,

aunque si es el que pienso, es un juerguista,

muy dado a esto y aquello». Entonces le imputas

los cuentos que te plazcan. Bueno, no tan graves

que puedan deshonrarle, de eso guá rdate;

só lo los deslices bulliciosos y alocados

que notoria y comú nmente se asocian

con la libre juventud.

REINALDO

¿ Como el juego, sefí or?

POLONIO

Sí, o la bebida, la esgrima[L18], la blasfemia,

las peleas, las rameras... Hasta ahí.

REINALDO

Señ or, eso le deshonrarí a.

POLONIO

Pues no, mientras moderes los cargos.

No le hagas imputaciones de otro modo,

diciendo que es muy dado al desenfreno,

eso no: tú habla de sus faltas con tal arte

que parezcan las lacras de su libertad,

el estallido de un á nimo fogoso,

la braveza de una sangre indó mita

que a todos les asalta.

REINALDO

Pero, señ or...

POLONIO

¿ Por qué todo esto?

REINALDO

Sí, señ or. Desearí a saberlo.

POLONIO

Pues, mira, te explico mi intenció n,

y entiendo que la mañ a es legí tima.

Achacá ndole a mi hijo esas leves faltas

como si fueran polvo del camino,

fí jate, si aquel a quien pretendes sondear

ha visto que el joven de quien hablas

es culpable de las lacras antedichas,

seguro que concuerda contigo como sigue:

«Señ or» o algo así, «amigo», o «caballero»,

con arreglo a la expresió n y el tí tulo

de la persona y el paí s.

REINALDO

Entendido, sefí or.

POLONIO

Y entonces é l va y... é l va y... ¿ Qué iba yo a decirte? Por

la misa, que iba a decir algo. ¿ Dó nde me he quedado?

REINALDO

En «concuerda como sigue», en «amigo o algo así », en «caballero».

POLONIO

En «concuerda como sigue». ¡ Eso es!

É l concuerda dicié ndote: «Conozco al caballero,

le vi ayer, o el otro dí a, el otro

o el otro, con é ste y aqué l, y, como decí s,

estaba jugando, o inundado de bebida,

o discutiendo en el tenis[L19] »; o te dice:

«Le vi entrar en tal casa de trato»,

es decir, un burdel, y así.

¿ Te das cuenta? Con un cebo

de mentiras pescas el pez de la verdad.

Así es como los hombres prudentes y capaces,

con rodeos y requilorios,

desviá ndonos damos con la ví a.

Y tú, siguiendo mi enseñ anza y mi consejo,

lo logrará s con mi hijo. ¿ Entendido?

REINALDO

Perfectamente, señ or.

POLONIO

Entonces, ve con Dios.

REINALDO [despidié ndose]

Mi señ or...

POLONIO

Observa tú mismo su conducta.

REINALDO

Sí, señ or.

POLONIO

Y que siga con su mú sica.

REINALDO

Muy bien, señ or.

 

Sale.

Entra OFELIA.

 

POLONIO

Adió s. ‑ ¿ Qué hay, Ofelia? ¿ Qué pasa?

OFELIA

¡ Ah, seiior, me he asustado tanto!

POLONIO

Por Dios, ¿ có mo ha sido?

OFELIA

Señ or, mientras cosí a en mi aposento,

aparece ante mí el Prí ncipe Hamlet

con el jubó n desabrochado, sin sombrero[L20]

con las calzas sucias y caí das, como argollas

al tobillo, má s pá lido que el lino,

temblando las rodillas, y el semblante

tan triste en su expresió n que parecí a

huido del infierno para hablar de espantos.

POLONIO

¿ Está loco por ti?

OFELIA

Señ or, no lo sé, pero lo temo.

POLONIO

¿ Qué te dijo?

OFELIA

Me agarró de la muñ eca y me apretó.

Entonces extendió todo su brazo

y con la otra mano haciendo de visera

se puso a escudriñ arme la cara,

cual si fuera a dibujarla. Así, un buen rato.

Al final, sacudié ndome el brazo levemente

y alzando y bajando así tres veces la cabeza,

lanzó un suspiro tan profundo y lastimero

que pareció destrozarle todo el cuerpo

y acabar con su existencia. Entonces me soltó

y, vuelta la cabeza sobre el hombro,

parece que encontró el camino sin mirar,

pues salió sin ayuda de los ojos

y los tuvo en mí clavados hasta el fin.

POLONIO

Anda, ven conmigo. Voy a ver al rey.

Eso es el delirio del amor,

que por su propia violencia se aniquila

y lleva a las acciones má s desesperadas,

como sucede cada vez con las pasiones

que tanto nos afligen. Siento...

¿ Le has hablado con dureza ú ltimamente?

OFELIA

No, señ or. Só lo cumplí vuestras ó rdenes:

le devolví sus cartas y rechacé su presencia.

POLONIO

Eso le ha enloquecido. Siento

no haber acertado al observarle.

Pensé que jugaba contigo y que serí a

tu perdició n. ¡ Malditos mis recelos!

Parece natural en la vejez

excedernos en la desconfianza,

igual que es propio de los jó venes

andar escasos de juicio. Ven, vamos con el rey.

Esto ha de saberse, que obrar con sigilo

traerá má s desgracia que enojo el decirlo.

 

Salen.

 

II. ii Entran el REY, la REINA, ROSENCRANTZ, GUIL­DENSTERN y otros.

 

REY

Bienvenidos, Rosencrantz y Guildenstern.

Ademá s de lo mucho que ansiá bamos veros,

os mandamos llamar a toda prisa

porque os necesitá bamos. Habé is oí do hablar

de la transformació n de Hamlet: la llamo así

puesto que no parece el mismo,

ni por fuera ni por dentro. Qué pueda ser,

si no es la muerte de su padre,

lo que le tiene tan fuera de sí,

no acierto a imaginarlo. Os ruego a los dos

que, habié ndoos criado con é l desde la infancia

y conociendo tan de cerca su cará cter,

accedá is a quedaros en la corte

por un tiempo, de modo que vuestra compañ í a

le aporte distracció n y permita averiguar,

mediando ocasiones favorables,

si algo ignorado le perturba

que, descubierto, podamos remediar.

REINA

Caballeros, é l ha hablado mticho de vosotros

y me consta que no hay dos en todo el mundo

a quien tenga má s afecto. Si os complace

mostrar la cortesí a y gentileza

de pasar algú n tiempo con nosotros

en ayuda y cumplimiento de nuestra esperanza,

vuestra visita recibirá la gratitud

que a la real largueza corresponde.

ROSENCRANTZ

El poder soberano de Vuestras Majestades

puede hacernos cumplir vuestros augustos deseos

sin tener que suplicarnos.



  

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