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Quitarme el hambre os costará un buen suspiro.

OFELIA

Cuanto mejor, peor.

HAMLET

Así confundí s a los maridos. ‑ Empieza, criminal. ¡ Ven­ga! Dé jate de muecas y empieza. Vamos, que el cuervo ha graznado en son de venganza.

LUCIANO

Negros pensamientos, poció n, manos prestas,

sazó n favorable, nadie que lo vea;

ponzoñ a de hierbas en sombras cogidas,

tres veces por Hé cate infecta y maldita,

tu natural magia e influjo malé fico,

la salud y vida ró benle al momento.

 

Le vierte el veneno en el oí do.

 

HAMLET

Le envenena en el jardí n para quitarle el reino. Se llama Gonzago[L48]. La historia se conserva y está escrita en esplé ndido italiano. Ahora veré is có mo el asesino se gana el amor de la esposa de Gonzago.

OFELIA

El rey se levanta.

HAMLET

¡ Có mo! ¿ Le asusta el fogueo[L49]?.

REINA

Mi señ or, ¿ qué os pasa?

POLONIO

¡ Cese la funció n!

REY

Traedme luz. Vá monos.

NOBLES

¡ Luces, luces, luces!

 

Salen todos menos HAMLET y HORACIO.

 

HAMLET

 

Dejad que, herido, llore el corzo

y brinque el gamo ileso,

pues, si unos duermen, velan otros

y el mundo sigue entero.

Amigo, si la suerte fuese a abandonarme, con esto, un penacho de plumas y dos rosetas de Provenza en mis zapatos calados[L50], ¿ verdad que entrarí a de socio en una tropa de actores?

HORACIO

Con media participació n[L51].

HAMLET

No, una entera.

Mi buen Damó n[L52], ya te he contado

que el reino fue muy pronto

de nuestro Jove despojado

y ahora reina un... mico.

HoRACIO

Así no hay rima.

HAMLET

¡ Ah, Horacio! Mil libras a que el espectro no mintió.

¿ Te has fijado?

HORACIO

Perfectamente, Alteza.

HAMLET

¿ Al mencionarse el veneno?

HORACIO

Le observé muy bien.

 

Entran ROSENCRANTZ y GUILDENSTERN.

 

HAMLET

¡ Ajá! ¡ Vamos, mú sica! ¡ Venga, las flautas!

Pues si al rey no le gusta la funció n,

será que no le gusta, y se acabó.

¡ Vamos, mú sica!

GUILDENSTERN

Señ or, concededme un momento.

HAMLET

Todo un siglo.

GUILDENSTERN

El rey...

HAMLET

Ah, sí, ¿ qué le pasa?

GUILDENSTERN

Está en sus aposentos y alterado.

HAMLET

¿ Por el vino?

GUILDENSTERN

No, Alteza, de có lera.

HAMLET

Tení as que haber sido má s sensato y decí rselo a su mé dico, pues, si de mí depende el que se purgue, quizá se agrave su có lera.

GUILDENSTERN

Mi señ or, poned en orden las palabras y no os aparté is tan bruscamente de mi asunto.

HAMLET

Estoy suave. Declama.

GUILDENSTERN

Vuestra madre la reina, con el á nimo angustiado, me enví a a vos.

HAMLET

Sé bienvenido.

GUILDENSTERN

No, Alteza; esta clase de cumplido no es de buena ley. Si tené is a bien darme una respuesta sana, cumpliré el encargo de vuestra madre. Si no, vuestro permiso y mi vuelta pondrá n fin a este asunto.

HAMLET

No puedo.

GUILDENSTERN

¿ No podé is qué, señ or?

HAMLET

Darte una respuesta sana: mi cabeza está enferma. Pero, en fin, cuantas respuestas pueda darte será n tuyas o, como dices, má s bien de mi madre. Conque basta y al grano. Mi madre, dices...

ROSENCRANTZ

Dice que vuestra conducta la ha sumido en el pasmo y desconcierto.

HAMLET

¡ Qué maravilla de hijo, que tanto asombra a su madre! Pero, ¿ qué cola trae la materna admiració n?

ROSENCRANTZ

Antes que os acosté is desea hablar con vos en su apo­sento.

HAMLET

Será obedecida, así fuera diez veces mi madre. ¿ Alguna otra cosa?

ROSENCRANTZ

Señ or, antes me apreciabais.

HAMLET

Y ahora tambié n, por mis manos pecadoras.

ROSENCRANTZ

Señ or, ¿ a qué se debe vuestro mal? Os empeñ á is en negaros vuestra propia libertad al no confiar vuestras penas a un amigo.

HAMLET

Señ or, no puedo medrar.

ROSENCRANTZ

¿ Có mo es posible, si tené is el voto del rey para suceder­le en Dinamarca?

HAMLET

Sí, pero, entre tanto, «el que espera... ». El refrá n ya está pasado.

 

Entra uno con una flauta.

 

¡ Ah, la flauta! A ver. ‑ En confianza, ¿ por qué dais tantas vueltas y me ahuyentá is como si me empujarais a una trampa?

 

GUILDENSTERN

Mi señ or, si mi lealtad es tan osada, mi afecto es des­corté s.

HAMLET

No entiendo bien eso. ¿ Quieres tocar esta flauta?

GUILDENSTERN

Señ or, no sé.

HAMLET

Te lo ruego.

GUILDENSTERN

Creedme, no sé.

HAMLET

Te lo suplico.

GUILDENSTERN

Señ or, no sé tocarla.

HAMLET

Tan fá cil es como mentir. Tapa estos agujeros con los dedos y el pulgar, dale aliento con la boca y emitirá una mú sica muy elocuente. Mira, estos son los agujeros.

GUILDENSTERN

Pero no sabré sacarles ninguna melodí a. Me falta el arte.

HAMLET

Vaya, mira en qué poco me tienes. Quieres hacerme sonar, parece que conoces mis registros, quieres arran­carme el corazó n de mi secreto, quieres tantearme en toda la extensió n de mi voz; y, habiendo tanta mú sica y tan buen sonido en este corto instrumento, no sabes hacerle hablar. ¡ Voto a... ! ¿ Crees que yo soy má s fá cil de tocar que esta flauta? Ponedme el nombre de cual­quier instrumento; aunque me destemplé is, no soltaré nota.

 

Entra POLONIO.

 

Dios os guarde, señ or.

POLONIO

Señ or, la reina quiere hablar con vos en seguida.

HAMLET

¿ Veis esa nube que tanto se parece a un camello?

POLONIO

Por Dios que es igual que un camello.

HAMLET

Parece una comadreja.

POLONIO

El lomo es de comadreja.

HAMLET

¿ No parece una ballena?

POLONIO

Igual que una ballena.

HAMLET

Entonces iré pronto con mi madre. ‑ [Aparte] Me agotan el histrionismo. ‑ Iré pronto.

POLONIO

Se lo diré.

 

Sale.

 

HAMLET

«Pronto» se dice pronto. ‑ Y ahora, dejadme, amigos.

 

[Salen todos menos HAMLET. 1

 

Ya es la hora embrujada de la noche

en que se abren los sepulcros y el infierno

exhala al mundo su infecció n. Ahora beberí a

sangre caliente y cometerí a atrocidades

que, al verlas, el dí a se estremeciera.

Ya basta. Ahora, con mi madre. No te corrompas,

corazó n. Que el alma de Neró n no invada mi á nimo [L53]

Pierda yo bondad, mas no sentimiento.

Le diré venablos, pero sin herirla.

Haya hipocresí a entre mi alma y mi lengua.

Aunque la repruebe con duras palabras,

ponerlas por obra no quiera mi alma.

 

Sale.

 

III. iii Entran el REY, ROSENCRANTZ y GUILDENSTERN.

 

REY

No me gusta su actitud, ni conviene

a mi seguridad dejar tan libre su locura.

Así que preparaos: os expido el nombramiento

y é l parte a Inglaterra con vosotros.

Mi condició n no puede tolerar

un peligro tan cercano como el que engendra

de hora en hora su delirio.

GUILDENSTERN

Estaremos aprestados.

Es un desvelo sagrado y piadoso

proteger al sinnú mero de sú bditos

que viven y se nutren de Vuestra Majestad.

ROSENCRANTZ

La vida personal está obligada

a preservarse de los dañ os con la fuerza

y las armas de la mente; con má s razó n

un espí ritu de cuyo bienestar

dependen tantas vidas. Cuando muere un rey

no muere solo, sino que, cual remolino,

arrastra cuanto le rodea. Es una rueda ingente,

colocada en la cima del monte má s alto,

en cuyos radios enormes se entallan diez mil

piezas menudas, de modo tal que, cuando cae,

todo aditamento, todo apé ndice acompañ a

a su ruina estrepitosa. Pues jamá s

gimio un rey sin lamento general.

REY

Preparaos para la inminente travesí a.

Le pondremos cadenas al peligro

que se mueve con tanta libertad.

ROSENCRANTZ y GUILDENSTERN

Nos apresuraremos.

 

Salen. Entra POLONIO.

 

POLONIO

Señ or, se dirige al aposento de su madre.

Yo me esconderé tras los tapices

para oí rlo. Seguro que le riñ e a fondo.

Y, como dijisteis, y dijisteis sabiamente[L54],

conviene que alguien má s que una madre,

pues ellas son parciales por naturaleza,

escuche la plá tica a escondidas. Adió s, Majestad.

Antes que os acosté is, pasaré a veros

y contaros lo que sepa.

REY

Gracias, señ or.

 

Sale POLONIO.

 

¡ Ah, inmundo es mi delito, su hedor llega hasta el cielo!

Lleva la primera y primitiva maldició n [L55]

el fratricidio. Rezar no puedo.

Fuertes son inclinació n y voluntad,

pero má s fuerte es la culpa, y las derrota.

Como un hombre enfrentado a un doble objeto,

dudo por cuá l he de empezar

y no emprendo ninguno. ¿ Y si esta mano maldita

se agrandara con la sangre de un hermano,

no habrí a lluvia en los cielos piadosos

para dejarla má s blanca que la nieve?

¿ Para qué sirve la gracia si no es para mirar

al pecado cara a cara? ¿ Y qué hay en la oració n

sino el doble poder de impedirnos obrar mal

o perdonarnos si caemos[L56]?. Tendré á nimo.

El dañ o está hecho, mas, ¿ qué suerte de oració n

me servirí a? ¿ «Perdona mi inmundo asesinato»?

Imposible, pues aú n gozo de los frutos

por los que cometí el asesinato:

la corona, la reina, mi ambició n.

¿ Nos pueden perdonar sin quitarnos el provecho?

En la usanza corrupta de este mundo

la mano dadivosa del culpable

desplaza a la justicia; y es sabido

que el propio botí n compra a la ley. Mas no en el cielo:

allí no hay fraude, allí el acto muestra

su color verdadero, y nos obligan,

habiendo de hacer frente a nuestras faltas,

a declarar contra nosotros. Entonces, ¿ qué me resta?

Ver qué puede el arrepentimiento. ¿ Qué no podrá?

Mas, ¿ qué puede cuando uno ya no puede arrepentirse?

¡ Mí sero estado! ¡ Corazó n má s negro que la muerte!

¡ Oh, alma atrapada, que luchando por librarse

má s se enreda! ¡ Amparadme, á ngeles, queredlo!

Doblaos, rí gidas rodillas, y tú, pecho de acero,

sé tierno como un recié n nacido.

Tal vez sea posible.

 

Se arrodilla

Entra HAMLET.

 

HAMLET

Ahora es buen momento, está rezando; voy a hacerlo ya.

 

[Desenvaina. ]

 

Entonces sube al cielo

y esa es mi venganza. Esto hay que razonarlo.

Un ruin mata a mi padre, y yo,

su ú nico hijo, por ello mando al cielo

a ese ruin.

Ah, esto es paga y recompensa, no venganza.

Mató a mi padre en la impureza, saciado,

en la flor de sus culpas, en plena lozaní a.

¿ Quié n sabe có mo está n sus cuentas, salvo el cielo?

Mas, segú n nuestro saber y modo de pensar,

su caso es grave. ¿ Me habré vengado

matá ndole mientras é l purga su alma,

cuando está preparado para el trá nsito? No.

Adentro, espada, y conoce sazó n má s horrorosa.

Cuando duerma borracho o esté ardiente,

o en el lecho del placer incestuoso,

blasfemando en el juego o en un acto

que no tenga señ al de salvació n,

entonces le derribas; que dé coces al cielo

y su alma sea má s negra y má s maldita

que el infierno adonde va. Mi madre aguarda.

Tu rezo los dí as enfermos te alarga.

 

Sale.

 

REY

Vuelan mis palabras, queda el pensamiento.

Palabras vací as no suben al cielo.

 

III. iv Entran la REINA y POLONIO.

 

POLONIO

Viene en seguida. Censuradle a fondo.

Decid que sus excesos ya son insufribles

y que Vuestra Majestad le ha protegido

de las iras. No voy a hablar má s.

Os lo ruego, sed clara con é l.

HAMLET [dentro]

¡ Madre, madre, madre!

REINA

Así lo haré. Perded cuidado. Escondeos, que ya viene.

 

Entra HAMLET.

 

HAMLET

Y bien, madre, ¿ qué ocurre?

REINA

Hamlet, has ofendido mucho a tu padre.

HAMLET

Madre, tú has ofendido mucho a mi padre.

REINA

Vamos, vamos, replicas con lengua muy suelta.

HAMLET

Venga, venga, preguntas con lengua perversa.

REINA

¿ Qué es esto, Hamlet?

HAMLET

¿ Qué ocurre ahora?

REINA

¿ Olvidas quié n soy?

HAMLET

Por la cruz, nada de eso. Eres la reina,

esposa del hermano de tu esposo

y, ojalá no lo fueras, pero eres mi madre.

REINA

Muy bien. Te mandaré a quien sepa hablarte.

HAMLET

Vamos, vamos, sié ntate. Tú no te mueves

ni te vas hasta que ponga frente a ti

un espejo que te enseñ e tus adentros.

REINA

¿ Qué vas a hacer? ¿ No irá s a matarme?

¡ Ah, socorro, socorro!

POLONIO [detrá s del tapiz]

¡ Ah, socorro, socorro, socorro!

HAMLET

¡ Có mo! ¿ Una rata? ¡ Por un ducado la mato!

 

Mata a POLONIO [atravesando el tapiz].

 

POLONIO

¡ Ah, me han matado!

REINA

¡ Ay de mí! ¿ Qué has hecho?

HAMLET

Pues no sé. ¿ Es el rey?

REINA

¡ Ah, qué locura criminal es esta!

HAMLET

¿ Criminal? Casi tanto, buena madre,

como matar a un rey y casarse con su hermano.

REINA ‑

¿ Matar a un rey?

HAMLET

Sí, señ ora, eso he dicho. ‑

Y tú, bobo, imprudente, entrometido, adió s.

Te creí tu superior. Acepta tu suerte.

Pasarse de curioso trae peligro. ‑

No te retuerzas má s las manos. Calma, sié ntate;

yo seré quien te retuerza el corazó n

si está hecho de materia permeable

y la ruin costumbre no lo ha vuelto tan duro

que no pueda expugnarlo el sentimiento.

REINA

¿ Qué he hecho yo para que me hables así

con lengua tan ruidosa y ofensiva?

HAMLET

Una acció n tal que empañ a

el cá ndido rubor de la decencia,

llama hipocresí a a la virtud, quita

la rosa de la frente al amor puro

dejá ndole un estigma, vuelve los esponsales

tan falsos como juramentos de tahú r.

Ah, tal acció n que del sagrado contrato

arranca el alma, cambiando en palabrerí a

la santa religió n. El cielo enrojece

sobre esta só lida esfera y, con triste semblante,

como si aguardara el Dí a del Juicio,

está angustiado por tu acció n.

REINA

¡ Ay de mí! ¿ Qué acció n,

que se anuncia tronando y rugiendo?

HAMLET

Mira este retrato, y ahora é ste;

imá genes son de dos hermanos[L57].

Ve la gallardí a de este rostro,

los rizos de Hiperió n, la frente de Jú piter,

los ojos de Marte, que ordenan o amenazan;

el porte de Mercurio el mensajero

posá ndose en una montañ a sublime.

En verdad, una alianza y una forma

en que los dioses dejaron su sello

para ratificar lo que es un hombre.

É l fue tu marido. Mira lo que sigue.

Este es tu marido, espiga podrida

que infecta a su hermano. ¿ Tienes ojos?

¿ Dejaste de pastar en tan hermoso monte

para cebarte en este pá ramo? ¿ Eh? ¿ Tienes ojos?

No lo llames amor, pues a tu edad

el ardor de la sangre está amansado

y se somete al juicio. ¿ Y qué juicio

llevarí a de é ste a é ste? ¿ Qué demonio

te ha engañ ado a la gallina ciega?

¡ Ah, vergü enza! ¿ Y tu rubor? Ardiente infierno,

si te inflamas en cuerpo de matrona,

en la fogosa juventud la castidad

sea como cera y en su fuego se derrita.

No hables de impudicia si se enciende

la indó mita pasió n cuando el hielo tambié n arde

y la razó n sirve al deseo.

REINA

¡ Ah, Hamlet, no sigas! Me vuelves

los ojoshacia el fondo de mi alma,

y en ella veo manchas negras y profundas

que no pueden borrarse.

HAMLET

No, vivirá n

en la ná usea y el sudor de una cama pringosa,

cocié ndose en el vicio y la inmundicia

entre arrullos y ternezas.

REINA.

¡ No sigas hablando! Cual puñ ales

tus palabras me traspasan los oí dos.

¡ Basta, buen Hamlet!

HAMLET

Un asesino, un infame;

un canalla que no llega a los talones

del que fue tu marido; un payaso de rey,

el ratero del reino y el poder,

que robó la corona del estante

para echá rsela al bolsillo...

REINA

¡ Basta!

HAMLET

Un rey de parches y pingajos...

 

Entra el ESPECTRO en ropa de noche[L58]

 

¡ Salvadme y envolvedme en vuestras alas,

á ngeles del cielo! ¿ Qué deseas, noble figura?

REINA

¡ Ay, está loco!

HAMLET

¿ Vienes a reñ irle a tu hijo indolente

que, dejando pasar tiempo y fervor,

no pone por obra tu fiero mandato? ¡ Habla!

ESPECTRO

No lo olvides. Esta aparició n

só lo quiere aguzar tu embotado propó sito.

Pero mira el desconcierto de tu madre.

Interponte entre ella y su alma en lucha.

La imaginació n de los má s dé biles

opera con má s fuerza. Há blale, Hamlet.

HAMLET

¿ Có mo está s, madre?

REINA

¡ Ah! ¿ Có mo está s tú,

que clavas la mirada en el vací o

y conversas con el aire incorpó reo?

Por tus ojos asoma tu á nimo agitado

y, como guerreros despertados por la alarma,

tu liso cabello se levanta cual si fuera

una excrecencia viviente. ¡ Ah, hijo mí o!

Rocí a el fuego y ardor de tu mal

con la frí a quietud. ¿ Qué es lo que miras?

HAMLET

¡ A é l, a é l! ¡ Mira qué semblante demacrado!

Si predicase a las piedras, su causa

y su figura las ablandarí a. ‑ No me mires,

no sea que tu acto compasivo [L59]

cambie mi duro propó sito. Mi objeto

perderí a su color: llanto en vez de sangre.

REINA

¿ A quié n le dices eso?

HAMLET

¿ No ves nada ahí?

REINA

No, nada; aunque veo todo lo que hay.

HAMLET

¿ Ni has oí do nada?

REINA

No, só lo nuestras voces.

HAMLET

¡ Ah, mira! ¡ Ve có mo se aleja!

¡ Mi padre, vestido como en vida!

¡ Mira có mo sale por la puerta!

 

Sale el ESPECTRO.

 

REINA

No es má s que un ensueñ o de tu mente.

El delirio es muy há bil

en crear apariciones.

HAMLET

¿ Delirio?

Mi pulso late acompasado como el tuyo

y da una mú sica tan sana. No es locura

lo que he dicho. Ponme a prueba y yo

repetiré mis palabras, de lo cual

huirí a la locura. Madre, por el cielo,

no pongas un bá lsamo a tu alma

que muestre mi demencia y no tu culpa.

Será una fina piel sobre la llaga,

mientras, invisible, la inmunda podredumbre

por dentro todo infecta. Confié sate al cielo,

llora el pasado, evita tentaciones;

no quieras abonar la mala hierba

y hacerla má s frondosa. Perdona mi virtud,

pero en estos tiempos de molicie y saciedad

la virtud ha de excusarse con el vicio

e implorar que le deje socorrerle.

REINA

¡ Ah, Hamlet! Me has partido en dos el corazó n.

HAMLET

Pues tira la peor parte

y con la otra mitad vive má s pura.

Buenas noches. No vayas al lecho de mi tí o.

Aparenta virtud, aunque no tengas.

Esta noche abstente;

eso dará mayor facilidad

a la pró xima abstinencia. Buenas noches otra vez.

Cuando ruegues la divina bendició n,

yo te pediré la tuya. ‑ En cuanto a este caballero,

lo siento de veras. Pero el cielo ha querido,

hacié ndome su azote y su verdugo,

castigarme a mí con é l y a é l conmigo.

Le sacaré de aquí y responderé

de su muerte. Una vez má s, buenas noches.

Tengo que ser cruel só lo por afecto.

Lo peor vendrá; esto es el comienzo.

REINA

¿ Qué puedo hacer?

HAMLET

De ningú n modo lo que yo te diga:

dejar que el flá ccido rey te atraiga a su lecho,

te pellizque la cara, te llame paloma

y que, por un par de besos inmundos,

o sobá ndote el cuello con sus dedos malditos,

consiga que le aclares el enigma:

que, en realidad, toda mi locura

es fingimiento. Estarí a bien decí rselo.

¿ Podrí a una reina gentil, modosa, prudente,

ocultarle cuestiones de tal entidad

a un sapo, un murcié lago, un morrongo?

¿ Podrí a? No: a despecho de juicio y reserva,

abre la jaula en el tejado, deja volar

a los pá jaros y, como el cé lebre mono,

haz la prueba metié ndote en la jaula

y estré llate al caer[L60].

REINA

Si el habla es aliento, y el aliento, vida,

te aseguro que vida no tendré

para contar lo que has dicho.

HAMLET

He de ir a Inglaterra. ¿ Lo sabí as?

REINA

¡ Ah, lo habí a olvidado! Está decidido.

HAMLET

É ste va a adelantarme el viaje.

Le arrastraré el pellejo a la otra estancia.

Madre, buenas noches ya. Este dignatario,

que en vida fue un torpe y servil palabrero,

ahora es un sepulcro callado y secreto. –

Vamos, señ or, acabemos el asunto. –

Buenas noches, madre.

 

Sale arrastrando a POLONIO.

 

 

IV. i Entra el REY.

 

REY

Algo hay en tus suspiros y sollozos.

Tienes que explicá rmelo. Es propio que lo sepa.

¿ Dó nde está tu hijo?

REINA

¡ Ay, esposo, lo que he visto esta noche!

REY

¡ Pobre Gertrudis! ¿ Có mo está Hamlet?

REINA

Má s loco que el viento y el mar cuando ambos

luchan a porfí a. En su paroxismo,

al ver que algo se moví a tras el tapiz,

desenvaina gritando «¡ Una rata, una rata! »

y en su frené tica ilusió n ha matado

al pobre anciano allí escondido.

REY

¡ Ah, grave acció n!

De haber estado allí, habrí a sido mi muerte.

Su libertad es una amenaza:

para ti, para mí, para todos.

¿ Y có mo defender tal acto de violencia?

Yo seré el responsable: por previsió n

tení a que haber atado corto y recluido

al joven demente. Mas tanto era mi afecto

que no quise entender lo inexcusable

y, como el que padece una inmunda dolencia,

por no divulgarlo, he dejado

que corrompa hasta el tué tano. ¿ Adó nde ha ido?

REINA

A llevarse el cadá ver de su ví ctima,

con quien su demencia, como veta de oro

en una mina de viles metales,

se muestra pura y llora lo ocurrido.

 

REY

Ven, Getrudis,

Antes de que el sol toque la montañ a

ya le habré embarcado. A este acto vil

habré de hacerle frente y excusarlo

con toda majestad y diplomacia. ‑ ¡ Guildenstern!

 

Entran ROSENCRANTZ y GUILDENSTERN.

 

Amigos, procuraos má s ayuda.

En su demencia, Hamlet ha matado a Polonio

y le ha sacado a rastras del cuarto de su madre.

Buscadle, habladle corté smente y llevad

el cuerpo a la capilla. Os lo ruego, daos prisa.

 

Salen ROSENCRANTZ y GUILDENSTERN.

 

Ven, Gertrudis; reunamos a los sabios amigos

e informé mosles de esta desgracia

y de nuestras decisiones. ¡ Ven ya, vamos!

Mi alma está llena de angustia y desá nimo.

 

Salen.

 

IV. ii Entra HAMLET.

 

HAMLET

A buen recaudo[L61].

ROSENCRANTZ y GUILDENSTERN [dentro]

¡ Hamlet! ¡ Prí ncipe Hamlet!

HAMLET

¿ Qué ruido es ese? ¿ Quié n llama a Hamlet? ¡ Ah, aquí está n!

 

Entran ROSENCRANTZ y GUILDENSTERN.

 

ROSENCRANTZ

Señ or, ¿ qué habé is hecho con el cadá ver?

HAMLET

Mezclarlo con el polvo, su pariente.

ROSENCRANTZ

Decidnos dó nde está, para sacarlo

y llevarlo a la capilla.

HAMLET

Ni lo creá is.

ROSENCRANTZ

¿ Creer qué?

HAMLET

Que puedo guardar vuestro secreto [L62] y no el mí o. Ade­má s, si me interroga una esponja, ¿ qué respuesta puede dar el hijo de un rey?

ROSENCRANTZ

¿ Me tomá is por una esponja, señ or?

HAMLET

Sí, que chupa el favor del rey, sus recompensas, sus poderes. Al final, quien mejor sirve al rey sois vosotros; como un mono, é l os guarda en un rincó n de su man­dibula: primero os saborea y luego os traga. Cuando necesite lo que hayas indagado, te exprime y la esponja vuelve a quedar seca.



  

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