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ACTOR 1. 0

Sí, mi señ or.

HAMLET

Muy bien. Sigue al caballero y no te burles de é l.

 

[Sale el ACTOR I. 0]

 

Mis buenos amigos, hasta la noche. Sed bienvenidos a Elsenor.

ROSENCRANTZ [despidié ndose]

Mi señ or...

 

Salen ROSENCRANTZ y GUILDENSTERN.

 

HAMLET

Quedad con Dios. ‑ Ahora ya estoy solo.

¡ Ah, qué innoble soy, qué mí sero canalla!

¿ No afea mi conducta el que este actor,

en su fá bula, fingiendo sentimiento,

acomode su alma a una imagen

al punto que su rostro palidezca,

le broten lá grimas, el semblante se le mude,

la voz se le entrecorte, y que aplique todo el cuerpo

a la expresió n de su imagen? Y todo por nada.

¿ Por Hé cuba?

¿ Quié n es Hé cuba para é l, o é l para Hé cuba,

que le hace llorar? ¿ Qué harí a si tuviese

el motivo y la llamada al sentimiento

que yo tengo? Ahogar el teatro con sus lagrimas,

atronar con su clamor los oí dos del pú blico,

enloquecer al culpable y aterrar al inocente,

pasmar al ignorante y suspender

los sentidos de la vista y el oí do. Mas yo,

vil desganado, me arrastro en la apatí a

como un soñ ador, impasible ante mi causa

y sin decir palabra; no, ni por un rey

cuya vida, su bien má s preciado,

fue ruinmente aniquilada. ¿ Soy un cobarde?

¿ Quié n me llama infame, me da en la cabeza,

me arranca la barba y me la sopla a la cara,

me tira de la nariz, me acusa de embustero

en cuerpo y alma? ¿ Quié n?

¡ Voto a... ! Lo sufrirí a. Pues seguro

que soy dulce cual paloma y no tengo la hiel

que encona los agravios, que, si no,

ya habrí a cebado a los milanos del cielo

con la asadura de este ruin. ¡ Canalla inhumano

rijoso, sensual, desleal, desnaturalizado!

¡ Oh, venganza!

¡ Ah, qué torpe soy! Sí. ¡ Buen lucimiento!

Yo, hijo de un padre querido al que asesinan,

movido a la venganza por cielo e infierno,

como una puta me desfogo con palabras

y me pongo a maldecir como una golfa

o vil fregona. ¡ Ah, qué vergü enza!

Actú a, cerebro. He oí do decir

que unos culpables que asistí an al teatro

se han impresionado a tal extremo

con el arte de la escena que al instante

han confesado sus delitos; pues el crimen,

aunque es mudo, al final habla

con lengua milagrosa. Haré que estos actores

reciten algo como el crimen de mi padre

en presencia de mi tí o. Observaré sus gestos,

le hurgaré la herida. Al menor sobresalto

ya sé qué hacer. El espí ritu que he visto

quizá sea el demonio, cuyo poder le permite

adoptar una forma atrayente; sí, y tal vez

por mi debilidad y melancolí a,

pues es poderoso con tales estados,

me engañ a para condenarme. Quiero pruebas

concluyentes: el teatro es la red

que atrapará la conciencia de este rey.

 

Sale.

 

III. I Entran el REY, la REINA, POLONIO, OFELIA, ROSENCRANTZ y

GUILDENSTERN.

 

REY

¿ Y a travé s de circunloquios no podé is

averiguar por qué afecta ese trastorno

y se crispa el sosiego a tal extremo

con su demencia destemplada y peligrosa?

ROSENCRANTZ

Reconoce que se siente perturbado,

mas no hay modo de que diga por qué causa.

GUILDENSTERN

Ni parece que se deje sondear:

cuando queremos llevarle a que revele

su estado verdadero, rehú ye la ocasió n

con su locura fingida.

REINA

¿ Os acogió bien?

ROSENCRANTZ

Como todo un caballero.

GUILDENSTERN

Y, sin embargo, muy forzado.

ROSENCRANTZ

Se resistí a a conversar, mas respondió a nuestras preguntas sin reservas.

REINA

¿ Le animasteis con alguna distracció n?

ROSENCRANTZ

Señ ora, sucedió que, de camino,

dejamos atrá s a unos actores. Le hablamos de ellos

y, por lo visto, se alegró con la noticia.

Ahora ya se encuentran en la corte

y creo que tienen el encargo

de actuar esta noche en su presencia.

POLONIO

Muy cierto, y me ha rogado

que suplique a Vuestras Majestades

que asistá is a la funció n.

REY

Con toda el alma, y me complace sumamente

que esté con ese á nimo. ‑ Caballeros,

alentadle un poco má s y seguid

llevá ndole hacia estas diversiones.

ROSENCRANTZ

Sí, Majestad.

 

Salen ROSENCRANTZ y GUILDENSTERN.

 

REY

Querida Gertrudis, dé janos tú tambié n,

pues hemos planeado que venga aquí Hamlet

para que pueda encontrarse con Ofelia

como por azar.

Su padre y yo mismo, legí timos espí as,

haremos de tal modo que, viendo sin ser vistos,

podamos juzgar el encuentro con certeza

y deducir de su conducta

si lo que tanto le aqueja es realmente

una afecció n amorosa.

REINA

Te obedezco.

‑ En cuanto a ti, Ofelia, me alegrarí a

que la causa de la insania de Hamlet

fueran tus encantos, como espero

que, por el bien de los dos, tus virtudes

le devuelvan al camino acostumbrado.

OFELIA

Así lo espero, señ ora.

 

[Sale la REINA. ]

 

POLONIO

Ofelia, pasea por aquí. ‑ Majestad, si os place,

vamos a ocultarnos. ‑ Tú lee este libro:

tal muestra de recogimiento explicará

tu soledad[L40]. ‑ En esto no obramos bien:

como prueba la experiencia, con el rostro devoto

y el acto piadoso hacemos atrayente

al propio diablo.

REY [aparte]

¡ Gran verdad!

¡ Qué duro latigazo a mi conciencia!

La cara de una golfa, repintada de color,

no es má s fea con el afeite que se aplica

que mis actos con mis falsas palabras.

¡ Ah, qué pesada carga!

POLONIO

Ya viene; retiré monos, señ or.

 

Salen [el REY y POLONIO].

Entra HAMLET.

 

HAMLET

Ser o no ser, esa es la cuestió n:

si es má s noble para el alma soportar

las flechas y pedradas de la á spera Fortuna

o armarse contra un mar de adversidades

y darles fin en el encuentro. Morir: dormir,

nada má s. Y si durmiendo terminaran

las angustias y los mil ataques naturales

herencia de la carne, serí a una conclusió n

seriamente deseable. Morir, dormir:

dormir, tal vez soñ ar. Sí, ese es el estorbo;

pues qué podrí amos soñ ar en nuestro sueñ o eterno

ya libres del agobio terrenal,

es una consideració n que frena el juicio

y da tan larga vida a la desgracia. Pues, ¿ quié n

soportarí a los azotes e injurias de este mundo,

el desmá n del tirano, la afrenta del soberbio,

las penas del amor menospreciado,

la tardanza de la ley, la arrogancia del cargo,

los insultos que sufre la paciencia,

pudiendo cerrar cuentas uno mismo

con un simple puñ al? ¿ Quié n lleva esas cargas,

gimiendo y sudando bajo el peso de esta vida,

si no es porque el temor al má s allá,

la tierra inexplorada de cuyas fronteras

ningú n viajero vuelve, detiene los sentidos

y nos hace soportar los males que tenemos

antes que huir hacia otros que ignoramos?

La conciencia nos vuelve unos cobardes,

el color natural de nuestro á nimo

se mustia con el pá lido matiz del pensamiento,

y empresas de gran peso y entidad

por tal motivo se desví an de su curso

y ya no son acció n. ‑ Pero, alto:

la bella Ofelia. Hermosa, en tus plegarias

recuerda mis pecados.

OFELIA

Mi señ or, ¿ có mo ha estado Vuestra Alteza

todos estos dí as?

HAMLET

Con humildad os lo agradezco: bien, bien, bien.

OFELIA

Señ or, aquí tengo recuerdos que me disteis

y que hace tiempo pensaba devolveros.

Os lo suplico, tomadlos.

HAMLET

No, no. Yo nunca os di nada.

OFELIA

Mi señ or, sabé is muy bien que sí,

y con ellos palabras de aliento tan dulce

que les daban má s valor. Perdida su fragancia,

tomad vuestros presentes: para el á nimo noble,

cuando olvida el donante se empobrecen sus dones.

Tomad, señ or.

HAMLET

¡ Ajá! ¿ Eres honesta?

OFELIA

¡ Señ or!

HAMLET

¿ Eres bella?

OFELIA

¿ Qué queré is decir?

HAMLET

Que si eres honesta y bella, tu honestidad no debe permitir el trato con tu belleza. OFELIA

¿ Puede haber mejor comercio, señ or, que el de hones­tidad y belleza?

HAMLET

Pues sí, porque la belleza puede transformar la hones­tidad en alcahueta antes que la honestidad vuelva ho­nesta a la belleza. Antiguamente esto era un absurdo, pero ahora los tiempos lo confirman. Antes te amaba.

OFELIA

Señ or, me lo hicisteis creer.

HAMLET

No debí as haberme creí do, pues la virtud no se puede injertar en nuestro viejo tronco sin que quede algú n resabio. Así que no te amaba.

OFELIA

Má s me engañ é.

HAMLET

¡ Vete a un convento! ¿ Es que quieres criar pecadores? Yo soy bastante decente, pero puedo acusarme de cosas tales que má s valdrí a que mi madre no me hubiese engendrado. Soy muy orgulloso, vengador, ambicioso, con má s disposició n para hacer dañ o que ideas para concebirlo, imaginació n para plasmarlo o tiempo para cumplirlo. ¿ Por qué gente como yo ha de arrastrarse entre la tierra y el cielo? Todos somos unos miserables: no nos creas a ninguno. Venga, vete a un convento. ¿ Dó nde está tu padre[L41]?.

OFELIA

En casa, señ or.

HAMLET

Cerrad bien las puertas, que só lo haga el bobo allí dentro. Adió s.

OFELIA

¡ El cielo le asista!

HAMLET

Si te casas, sea mi dote esta maldició n: será s má s casta que el hielo y má s pura que la nieve, y no podrá s evitar la calumnia. Vete a un convento, anda, adió s. O si es que has de casarte, cá sate con un tonto, pues el listo sabe bien los cuernos que poné is, A un convento, va­mos, deprisa. Adió s.

OFELIA

¡ Santos del cielo, curadle!

HAMLET

Sé muy bien lo de vuestros afeites. Dios os da una cara y vosotras os hacé is otra. Andá is a saltitos o pausado, gangueando bautizá is todo lo creado, y hacé is pasar por inocencia vuestros dengues. Muy bien, se acabó; me ha vuelto loco. Ya no habrá má s matrimonios. De los que ya está n casados vivirá n todos menos uno. Los demá s, que sigan como está n. ¡ A un convento, vamos!

 

Sale.

 

OFELIA

¡ Ah, qué noble inteligencia destruida!

Del cortesano, é l sabio y el soldado,

el ojo, la lengua, la espada. Esperanza y flor

de nuestro reino, espejo de elegancia

y modelo de conducta, blanco de observantes,

y ahora destrozado. Y yo, la mujer má s abatida,

que gozó de la miel de sus promesas,

veo ese noble y soberano entendimiento

destemplado cual campanas que disuenan,

esa estampa sin par de perfecta juventud

perdida en el delirio. ¡ Pobre de mí!

Tener que ver esto, y no lo que vi.

 

Entran el REY y POLONIO.

 

REY

¿ Amor? No, por ahí no se encamina

y, aunque fuera algo confuso, lo que ha dicho

no es indicio de locura. Algo lleva en el alma

que su melancolí a está incubando

y temo que al romperse el cascaró n

habrá peligro. Para evitarlo,

como medida inmediata he decidido

que parta sin demora hacia Inglaterra

a reclamar el tributo que nos debe.

Quizá la travesí a, el cambio de paí s

y de escenario consigan arrancarle

de su pecho la inquietud tan arraigada,

que no deja reposo a su cerebro

y le saca de sí mismo. ¿ Qué os parece?

 

POLONIO

Le hará bien. Aunque yo sigo creyendo

que la causa y fundamento de su mal

es amor desestimado. ‑ ¿ Qué hay, Ofelia?

No nos cuentes lo del Prí ncipe Hamlet:

lo hemos oí do todo. ‑ Señ or, obrad como gusté is,

mas, si os parece, despué s de la funció n,

permitid que su madre la reina le inste a solas

a que revele sus penas. Que sea clara con é l.

Yo, con vuestra venia, pondré mi oí do

al alcance de su plá tica. Si nada descubre,

mandadle a Inglaterra o recluidle

donde juzgué is conveniente.

REY

Vigiladle.

La locura de un grande no debe descuidarse.

 

Salen.

 

III. ii Entran HAMLET y dos o tres ACTORES.

 

HAMLET

Te lo ruego, di el fragmento como te lo he recitado, con soltura de lengua. Mas si voceas, como hacen tantos có micos, me dará igual que mis versos los diga el prego­nero. Y no cortes mucho el aire con la mano, así; hazlo todo con mesura, pues en un torrente, tempestad y, por así decir, torbellino de emoció n has de adquirir la sobrie­dad que le pueda dar fluidez. Me exaspera ver có mo un escandaloso con peluca desgarra y hace trizas la emoció n de un recitado atronando los oí dos del vulgo, que, en su mayor parte, só lo aprecia el ruido y las pantomimas mas absurdas. Harí a azotar a é se por inflar a Termagante[L42]: eso es má s herodista que Herodes. Te lo ruego, eví talo.

ACTOR 1. 0

Esté segura Vuestra Alteza.

HAMLET

Tampoco seas muy tibio: tú deja que te guí e la pruden­cia. Amolda el gesto a la palabra y la palabra al gesto, cuidando sobre todo de no exceder la naturalidad, pues lo que se exagera se opone al fin de la actuació n, cuyo objeto ha sido y sigue siendo poner un espejo ante la vida: mostrar la faz de la virtud, el semblante del vicio y la forma y cará cter de toda é poca y momento. Si esto se agiganta o no se alcanza, aunque haga reí r al profa­no, disgustará al juicioso, cuya sola opinió n debé is va­lorar mucho má s que un teatro lleno de ignorantes. No quiero ser irreverente[L43], pero he visto actores (elogia­dos por otros en extremo) que, no teniendo acento de cristiano, ni andares de cristiano, pagano u hombre alguno, se contonean y braman; de tal modo que parece que los hombres fuesen obra de aprendices de la Natu­raleza, viendo lo vilmente que imitan a la humanidad.

ACTOR 1. 0

Señ or, espero que eso lo tengamos bastante dominado.

HAMLET

Dominadlo del todo. Y que el gracioso no se salga de su texto, pues los hay que se rí en para hacer reí r a un grupo de pasmados, aunque sea en algú n momento crí tico del drama. Eso es infame, y demuestra una am­bició n muy lamentable en el gracioso. Anda, preparaos.

 

Salen los ACTORES.

Entran POLONIO, ROSENCRANTZ y GUIL­DENSTERN.

 

¿ Qué hay, señ or? ¿ Va a asistir el rey a la funció n?

POLONIO

Con la reina, y en seguida.

HAMLET

Apremiad a los actores.

 

Sale POLONIO.

 

¿ Queré is ayudarle a darles prisa?

ROSENCRANTZ y GUILDENSTERN

Sí, Alteza.

 

Salen.

Entra HORACIO.

 

HAMLET

¡ Eh, Horacio!

HORACIO

Aquí estoy, mi señ or, a vuestras ó rdenes.

HAMLET

Horacio, eres el má s ponderado de cuantos hombres haya conocido.

HORACIO

Querido señ or...

HAMLET

No, no pienses que te adulo.

¿ Qué ventaja podrí a yo esperar de ti,

que no tienes má s renta para comer y vestirte

que tus propias cualidades? ¿ A qué adular al pobre?

No, que la lengua melosa endulce vanidades

y se doblen las solí citas rodillas

si el halago rinde beneficio. Escucha.

Desde que mi persona aprendió a escoger

y supo distinguir, su elecció n

recayó en ti. Tú has sido como aquel

que, sufrié ndolo todo, nada sufre;

un hombre que, sereno, recibe por igual

reveses y favores de Fortuna. Dichoso

el que armoniza pasió n y buen sentido

y no es flauta al servicio de Fortuna

por sonar como le plazca. Dame un hombre

que no sea esclavo de emociones, y le llevaré

en mi corazó n; sí, en el corazó n del corazó n,

como yo a ti. Pero ya basta.

Esta noche actú an ante el rey.

Las circunstancias de una escena se aproximan

a las que ya te dije de la muerte de mi padre.

Te lo ruego, cuando presenten el hecho

observa a mi tí o con la má xima atenció n

que te dé el alma. Si durante un fragmento

no sale a la luz su escondida culpa,

el espectro que hemos visto está maldito

y mis figuraciones son inmundas

cual la fragua de Vulcano. Fí jate en é l;

yo pienso clavarle mis ojos en su cara.

Despué s uniremos pareceres

cuando juzguemos su reacció n.

HORACIO

Sí, Alteza. Si durante la comedia

hurta algo a mi atenció n y se me escapa,

yo pagaré el robo.

HAMLET

Ya vienen a la funció n. Me haré el loco.

Bú scate un sitio.

 

Marcha danesa. Toque de clarines. Entran el REY, la REINA, POLONIO, OFELIA, ROSENCRANTZ, GUILDENSTERN y NOBLES del sé quito, con la Guardia Real llevando antorchas.

 

REY

¿ Có mo lo pasa mi sobrino Hamlet?

HAMLET

Pues muy bien; con el yantar camaleó nico: vivo del aire, relleno de promesas. Ni el capó n se ceba así.

REY

¡ No entiendo tus palabras, Hamlet. A mí no me responden.

HAMLET

Ni a mí tampoco. [A POLONIO] Señ or, actuasteis una vez en la universidad, ¿ no es así?

POLONIO

Sí, Alteza, y me tení an por buen actor.

HAMLET

¿ Y qué papel representasteis?

POLONIO

El de Julio Cé sar. Me mataron en el Capitolio. Me mató Bruto.

HAMLET

Bruto capital tení a que ser para matar a ese cabestro.

‑ ¿ Está n listos los có micos?

ROSENCRANTZ

Sí, Alteza. Esperan vuestra orden.

REINA

Mi buen Hamlet, ven; sié ntate a mi lado.

HAMLET

No, buena madre; aquí hay un imá n má s atrayente.

POLONIO [al REY]

¡ Vaya! ¿ Habé is oí do?

HAMLET

Señ ora, ¿ puedo echarme en vuestra falda?

OFELIA

No, mi señ or.

HAMLET

Quiero decir apoyando la cabeza.

OFELIA

Sí, mi señ or.

HAMLET

¿ Creé is que pensaba en el asunto?

OFELIA

No creo nada, señ or.

HAMLET

No está mal lo de echarse entre las piernas de una dama.

OFELIA

¿ Có mo, señ or?

HAMLET

Nada.

OFELIA

Está is alegre, señ or.

HAMLET

¿ Quié n, yo?

OFELIA

Sí, Alteza.

HAMLET

¡ Vaya por Dios! ¡ Vuestro autor de mojigangas! Pero, ¿ qué puede hacer uno sino estar alegre? Mirad lo con­tenta que está mi madre, y mi padre murió hace menos de dos horas.

OFELIA

No, hace dos veces dos meses.

HAMLET

¿ Tanto? Entonces al diablo estas ropas, que mi luto será fastuoso. ¡ Por Dios! ¡ Muerto hace dos meses y aú n no olvidado! Entonces hay esperanza de que el recuerdo de un gran hombre le sobreviva seis meses. ¡ Por la Virgen! Tendrá que construir iglesias o soportar el olvido, igual que el caballito[L44], cuyo epitafio reza: «¡ Qué pecado! Al caballito olvidaron. »

 

Suenan oboes. Se inicia la pantomima.

Entran un rey y una reina, abrazá ndose con gran ternura. La reina se arrodilla y con gestos le asegura su amor. El rey la levanta, le pone la cabeza sobre el hombro y se tien­de sobre un lecho de flores. Ella, al verle dormido, se aleja. Pronto entra un hombre, que le quita la corona, la besa, vierte veneno en los oí dos del rey y sale. Vuelve la reina, le ve muerto y hace gestos de dolor. El envene­nador, con dos o tres comparsas, vuelve a en­trar y da muestras de condolencia. Se llevan el cadá ver. El envenenador corteja a la reina con regalos. Al principio, ella parece reacia y opuesta, pero alfinal acepta su amor.

 

Salen.

 

OFELIA

¿ Qué significa eso, señ or?

HAMLET

Es un malhecho al acecho, que quiere decir desastre.

OFELIA

Tal vez la pantomima exprese el argumento de la obra.

 

Entra el FARAUTE.

 

HAMLET

É ste nos lo dirá. Los có micos no saben guardar secre­tos; lo cuentan todo.

OFELIA

¿ Explicará lo que hemos visto?

HAMLET

Eso o lo que querá is enseñ arle. Si no os da reparo que mire, a é l tampoco le dará deciros qué significa.

OFELIA

¡ Qué malo, qué malo sois! Voy a seguir la obra.

FARAUTE

Al presentar la tragedia

rogamos vuestra clemencia

y vuestra atenta paciencia.

 

[Sale. ]

 

HAMLET

¿ Qué es esto, un pró logo o un lema de sortija?

OFELIA

Ha sido breve, señ or.

HAMLET

Como amor de mujer.

 

Entran [dos ACTORES[L45] ], REY y REINA.

 

ACTOR REY

El carro de Febo ya dio treinta vueltas

al mar de Neptuno y al orbe de Gea[L46],

y al mundo han bañ ado treinta veces doce

lunas rutilantes otras tantas noches

desde que Himeneo y Amor nos juntaron

las manos y almas en ví nculo santo.

ACTOR REINA

Haya tantos giros de luna y de sol

antes que se pierda nuestro inmenso amor.

Mas, ¡ pobre de mí! Te veo tan doliente

y sin la alegrí a que has gozado siempre,

que estoy alarmada. Mas, aunque esté inquieta,

señ or, tú no debes sentir impaciencia,

pues ansia y amor de mujer cambian juntos:

ambos en exceso o nada ninguno.

Ya te he demostrado cuá n grande es mi amor,

y de esa medida ahora es mi temor.

ACTOR REY

Muy pronto, mi amor, habré de dejarte,

pues ya no soy dueñ o de mis facultades.

Honrada y amada, sola quedará s

en el bello mundo; y esposo, quizá,

con igual carifio...

ACTOR REINA

¡ No sigas, no sigas!

Traició n a mi alma tal amor serí a.

Si tomo otro esposo, é l sea mi infierno,

pues quiere un segundo quien mató al primero.

HAMLET

¡ Ajenjo, ajenjo!

ACTOR REINA

A otro matrimonio nunca dan lugar

razones de amor, mas de utilidad.

A mi esposo muerto matarí a otra vez

si en el lecho a otro yo fuese a ceder.

ACTOR REY

No dudo que sientas lo que ahora me dices,

mas muchos designios no suelen cumplirse;

pues son los esclavos de nuestra memoria:

fuertes cuando nacen, mas su fuerza es corta.

Como el fruto verde, se aferran al á rbol;

cuando está n maduros, caen sin tocarlos.

Todos olvidamos, y por conveniencia,

pagarnos nosotros nuestras propias deudas.

Si nos proponemos algo con pasió n,

veremos que muere pasado el ardor;

pues, cuando es violenta, la pena o la dicha

en sus propios actos se mata a sí misma.

Donde hay grande dicha, la pena má s dañ a:

la dicha y la pena oscilan por nada.

El mundo es fugaz, y extrañ ar no debe

que nuestro amor mismo cambie con la suerte,

pues al juicio nuestro queda la cuestió n:

si amor guí a a fortuna o fortuna a amor.

Cuando el grande cae, sus í ntimos huyen;

no tendrá enemigos el pobre que sube.

El amor, por tanto, sirve a la fortuna,

y para el pudiente amigos abundan;

pruebe a un falso amigo quien sufra escasez

y un gran enemigo pronto ha de tener.

Mas, para acabar donde he comenzado,

deseo y destino corren tan contrarios

que nuestros designios siempre se deshacen:

la intenció n es nuestra, mas no el desenlace.

Dices que no piensas casarte con otro;

morirá tu idea tras morir tu esposo.

ACTOR REINA

Ni frutos la tierra, ni luz me dé el cielo,

ni solaz el dí a, ni la noche el sueñ o.

¡ Que todo contrario que enturbie la dicha

destruya los grandes deseos de mi vida!

¡ Que aquí y má s allá me acose la angustia

si vuelvo a casarme cuando yo sea viuda!

HAMLET

¡ Como no lo cumpla...!

ACTOR REY

Solemne promesa. Y ahora dé jame:

el sueñ o me vence y deseo distraer

el tiempo durmiendo.

 

Se duerme.

 

ACTOR REINA

Tu mente descanse,

y que la desgracia jamá s nos separe.

 

Sale.

 

HAMLET

Señ ora, ¿ qué os parece la obra?

REINA

Creo que la dama promete demasiado.

HAMLET

Mas cumplirá su palabra.

REY

¿ Conoces el argumento? ¿ No hay nada que ofenda?

HAMLET

No, no. Todo es simulado, incluso el veneno. No hay nada que ofenda.

REY

¿ Có mo se llama la obra?

HAMLET

«La ratonera. » ¿ Que por qué? Es metafó rico. La pieza representa un crimen cometido en Viena. El duque se llama Gonzago; su esposa, Baptista. Ya veré is. Una canallada, pero, ¿ qué má s da? A Vuestra Majestad y a los libres de culpa no nos toca. El jamelgo, que respin­gue, que nuestros lomos no pican.

 

Entra LUCIANO.

 

Este es un tal Luciano, sobrino del rey.

OFELIA

Hacé is muy bien de coro, Alteza.

HAMLET

Podrí a decir el diá logo entre vos y vuestro amado si viera a los tí teres en danza[L47]. OFELIA

Está is muy mordaz, señ or.

HAMLET



  

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