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Capнtulo 22 Martes, 29 de marzo - Domingo, 3 de abril



Capнtulo 22 Martes, 29 de marzo - Domingo, 3 de abril

El martes por la maсana, Lisbeth Salander accediу al registro de la Policнa Criminal nacional y buscу a Alexander Zalachenko. No aparecнa por ninguna parte, algo que no le sorprendiу ya que, por lo que sabнa, no tenнa antecedentes penales en Suecia y ni siquiera figuraba en el padrуn.

Para entrar en el registro se sirviу de la identidad del comisario Douglas Skiцld, de cincuenta y cinco aсos, adscrito al distrito policial de Malmц. Se sobresaltу cuando, de pronto, su ordenador hizo clin y un icono del menъ empezу a parpadear; alguien deseaba chatear a travйs del programa ICQ.

Dudу un instante. Su primer impulso fue tirar del cable y desconectarse. Luego, lo pensу mejor. Skiцld no disponнa de ICQ en su ordenador. Pocas personas mayores lo instalaban, ya que se trataba de un programa que, en general, utilizaba la gente joven y los usuarios experimentados que querнan chatear.

Lo cual significaba que alguien la estaba buscando a ella. Y por tanto no habнa muchas alternativas. Abriу el ICQ y escribiу las palabras:

—їQuй quieres, Plague?

—WASP, es difнcil dar contigo. їNunca miras tu correo?

—їCуmo lo has hecho?

—Skiцld. Tengo la misma lista. Suponнa que estarнas usando alguna de las identidades con mбs autorizaciones.

—їQuй quieres?

—їQuiйn es ese Zalachenko al que andas buscando?

—MYOB.

—ї...?

—Mind Your Own Business.

—їQuй estб pasando?

—Fuck O, Plague.

—Y yo que pensaba que el discapacitado social era yo, como tъ siempre dices. Si nos fiamos de la prensa, en comparaciуn contigo, soy la normalidad personificada.

—«I»

—Otro dedo para ti. їNecesitas ayuda?

Lisbeth dudу un momento. Primero Blomkvist y ahora Plague. No habнa quien parara el aluviуn de gente que acudнa en su auxilio. Plague era un ermitaсo de ciento sesenta kilos que se comunicaba con el mundo exterior, a travйs de Internet y que hacнa que, a su lado, Lisbeth Salander pareciera un dechado de competencia social. Como Lisbeth no contestaba, Plague escribiу una lнnea mбs.

—їTodavнa ahн? їNecesitas ayuda para salir del paнs?

—No.

—їPor quй disparaste?

—Piss off.

—їPiensas matar a mбs gente? Y en tal caso, їdebo preocuparme? Seguramente sea la ъnica persona capaz de seguirte el rastro.

—Ocъpate de tus asuntos; no tienes de quй preocuparte.

—No me preocupo. Bъscame en hotmail si necesitas algo. їArmas? їPasaporte nuevo?

—Eres un sociуpata.

—Mira quiйn habla.

Lisbeth desconectу el programa ICQ, se sentу en el sofб y se puso a pensar. Al cabo de diez minutos volviу a conectarse y le enviу un mail a su direcciуn de hotmail.

El fiscal Ekstrцm, el instructor del sumario, vive en Tдby. Estб casado, tiene dos niсos y dispone de banda ancha en su chalй. Necesitarнa el access de su portбtil o, si no es posible, de su ordenador de casa. Necesito leerle en tiempo real. Hostile takeover con un disco duro espejo.

Lisbeth sabнa que Plague raramente abandonaba su casa de Sundbyberg, asн que alimentт la esperanza de que hubiese adiestrado a algъn acneico adolescente que pudiera hacer el trabajo de campo. No firmу el mail; resultaba superfluo. Quince minutos mбs tarde, el ICQ volviу a hacer clin.

— їCuбnto pagas?

—10.000 + gastos para ti y 5.000 para tu ayudante.

—Tendrбs noticias mнas.

 

 

El jueves por la maсana, Lisbeth recibiу un correo de Plague. Era una direcciуn ftp. Lisbeth se quedу perpleja. No esperaba ningъn resultado hasta dentro de, al menos, dos semanas. Realizar un hostile takeover, incluso con el programa de Plague y su hardware diseсado a medida, era un proceso laborioso que requerнa introducir, sin ser detectado, en un ordenador, kilobyte a kilobyte, pequeсos fragmentos de informaciуn hasta crear un sencillo programa. La rapidez de la operaciуn dependнa de la frecuencia con la que Ekstrцm usara su ordenador; luego, eran necesarios unos cuantos dнas mбs para transmitir toda esa informaciуn hasta un disco duro espejo. Cuarenta y ocho horas no sуlo resultaba excepcional, sino teуricamente imposible. Lisbeth estaba impresionada. Activу su ICQ.

—їCуmo lo has hecho?

—Cuatro personas de la casa tienen ordenador. No te lo vas a creer: no tienen cortafuegos. Seguridad cero. No tuve mбs que engancharme al cable y cargar. Los gastos ascienden a seis mil coronas. їTe lo puedes permitir?

—Por supuesto. Mбs una bonificaciуn por un trabajo rбpido.

Tras vacilar un instante realizу, vнa Internet, una transferencia de treinta mil coronas a la cuenta de Plague; no querнa malacostumbrarlo con sumas exorbitantes. Luego se acomodу en su silla de Ikea modelo Verksam y accediу al portбtil del instructor del sumario, el fiscal Ekstrцm.

Una hora despuйs ya habнa leнdo todos los informes que el inspector Jan Bublanski le habнa enviado. Segъn el reglamento, ese tipo de informaciуn no debнa salir de la jefatura de policнa, pero Lisbeth sospechaba que Ekstrцm, sencillamente, pasaba de las normas, se llevaba el trabajo a casa y se conectaba a Internet sin ningъn cortafuegos.

Una vez mбs, eso demostraba su tesis de que no hay mejor grieta en un sistema de seguridad que el mбs tonto de los colaboradores. Gracias al ordenador de Ekstrцm obtuvo informaciуn esencial.

Lo primero que descubriу fue que Dragan Armanskij habнa destinado a dos colaboradores, gratis, para que se unieran al equipo de Bublanski, cosa que, en la prбctica, significaba que Milton Security financiaba la caza policial. Su misiуn consistнa en contribuir, de todas las maneras posibles, a la detenciуn de Lisbeth Salander. «Muchas gracias, Armanskij, todo un detalle. Lo tendrй en cuenta.» Su rostro se ensombreciу cuando descubriу quiйnes habнan sido los elegidos. Bohman le parecнa un tipo bastante soso pero, en general, correcto con ella. En cambio, Nicklas Eriksson era un don nadie corrupto que se habнa aprovechado de su posiciуn en Milton Security para engaсar a uno de los clientes de la empresa.

Lisbeth Salander poseнa una moral selectiva. Engaсar a los clientes de la empresa, siempre con la condiciуn de que se lo tuvieran bien merecido, no le resultaba nada ajeno, pero jamбs lo harнa tras haber aceptado un trabajo que implicara mantener el secreto profesional.

 

 

Lisbeth tambiйn descubriу que la persona que filtraba informaciуn a la prensa era el mismнsimo instructor del sumario, Ekstrцm. Quedaba al descubierto en un correo electrуnico en el que contestaba tanto a preguntas sobre el informe psiquiбtrico de Lisbeth como a las de la relaciуn de Lisbeth con Miriam Wu.

La tercera pieza de informaciуn relevante fue la constataciуn de que el equipo de Bublanski no tenнa ni la mбs mнnima pista para buscar a Lisbeth Salander. Leyу con interйs un informe que desglosaba las medidas adoptadas y los sitios que se hallaban bajo vigilancia temporal. Una lista breve. Por supuesto, Lundagatan, pero tambiйn el domicilio de Mikael Blomkvist y la antigua direcciуn de Miriam Wu en Sankt Eriksplan, asн como el Kvarnen, donde habнa sido vista en alguna ocasiуn. «Joder, їpor quй darнa aquel espectбculo con Mimmi? ЎQuй ocurrencia mбs idiota! »

El viernes, los investigadores de Ekstrцm tambiйn encontraron la pista que los llevу hasta las Evil Fingers. Supuso que eso significarнa que controlarнan unas cuantas direcciones mбs. Arrugу el entrecejo; ya podнa dar por perdidas a las chicas del grupo, si bien era verdad que no habнa tenido ningъn contacto con ellas desde que regresara a Suecia.

 

 

Cuanto mбs pensaba en el tema, mбs desconcertada estaba. El fiscal Ekstrцm habнa filtrado a la prensa todo tipo de mierda sobre ella. A Lisbeth no le costу nada entender su objetivo: darse publicidad y preparar el terreno para el dнa en el que dictara auto de procesamiento contra ella. Pero їpor quй no habнa filtrado el informe de la investigaciуn policial de 1991? El motivo de su inmediato ingreso en Sankt Stefan. їPor quй ocultaba aquella historia?

Entrу en el ordenador de Ekstrцm y se pasу una hora examinando sus documentos. Al acabar encendiу un cigarrillo. No encontrу ni una sola referencia a los acontecimientos de 1991. Eso la llevу a una extraсa conclusiуn. Йl no estaba al tanto de aquella investigaciуn.

Por un momento, Lisbeth no supo quй hacer. Acto seguido mirу, de reojo, su PowerBook. Habнa dado con algo a lo que el Kalle Blomkvist de los Cojones pudiera hincarle el diente. Reiniciу el ordenador, entrу en su disco duro y creу el documento «MB2».

El fiscal E filtra informaciуn a los medios de comunicaciуn. Pregъntale por quй no ha filtrado el viejo informe policial.

Eso deberнa bastar para ponerlo en marcha. Esperу pacientemente durante dos horas hasta que Mikael se conectу. Mikael abriу su correo electrуnico, pero tardу quince minutos en descubrir el documento de Lisbeth y cinco mбs en responder con el documento «Crнptico». No mordiу el anzuelo. En su lugar le dio la lata con que querнa saber quiйn habнa asesinado a sus amigos. Era un argumento que Lisbeth podнa entender. Se ablandу un poco y contestу con «Crнptico 2»:

їQuй harнas si fuera yo?

Lo cual, de hecho, tenнa la intenciуn de ser una pregunta personal. Respondiу con «Crнptico 3». La dejу perpleja.

Lisbeth:

Si es que te has vuelto loca de atar, probablemente sуlo Peter Teleborian pueda ayudarte. Pero no creo que tъ hayas matado a Dag y a Mia. Espero llevar razуn. Rezo por ello.

Dag y Mia pensaban denunciar el comercio sexual. Mi hipуtesis es que eso, de alguna manera, motivу los asesinatos. Pero no tengo nada en lo que apoyarme.

No sй quй saliу mal entre nosotros pero en una ocasiуn tъ y yo hablamos de la amistad. Yo te dije que la amistad se basa en dos cosas: el respeto y la confianza. Aunque ya no me quieras, puedes seguir depositando tu confianza en mн. Nunca he revelado tus secretos. Ni siquiera lo que pasу con el dinero de Wennerstrцm. Confнa en mн. No soy tu enemigo.

M.

Al principio, su referencia a Peter Teleborian la enfureciу. Luego se dio cuenta de que Mikael no pretendнa fastidiar. No tenнa ni idea de quiйn era Peter Teleborian; probablemente no lo hubiera visto mбs que por la tele, donde aparecнa como un experto respetado internacionalmente en psiquiatrнa infantil.

Pero lo que realmente la dejу perpleja fue la referencia al dinero de Wennerstrцm. Ignoraba por completo cуmo habrнa conseguido Mikael averiguar eso. Estaba convencida de que no cometiу ningъn error y de que nadie en el mundo se habнa enterado de lo que habнa hecho.

Volviу a leer la carta varias veces.

La referencia a la amistad la incomodу. No sabнa quй contestar.

Al final creу «Crнptico 4».

Me lo pensarй.

Se desconectу y se sentу en el alfйizar de la ventana.

 

 

Hasta el viernes por la noche, alrededor de las once, nueve dнas despuйs de los asesinatos, Lisbeth Salander no abandonу su piso de Mosebacke. Para entonces, sus provisiones de Billys Pan Pizza y otros productos alimenticios, al igual que la ъltima miga de pan y el ъltimo trocito de queso, hacнa tiempo que se habнan agotado. Hacнa tres dнas que se alimentaba exclusivamente de copos de avena que comprу por impulso una vez que se le ocurriу comer mбs sano. Descubriу que un decilitro de avena acompaсado de unas cuantas pasas y de dos decilitros de agua, se convertнa, tras un minuto de microondas, en unas gachas perfectamente comestibles.

No fue sуlo la falta de comida lo que la hizo salir. Tenia que encontrar a una persona. Y, por desgracia, no podнa hacer realidad esa necesidad encerrada en su casa. Se acercу al armario, sacу la peluca rubia y cogiу el pasaporte noruego de Irene Nesser.

Irene Nesser existнa en la vida real. Su aspecto fнsico era bastante similar al de Lisbeth Salander. Hacнa tres aсos que habнa perdido su pasaporte. Cayу en las manos de Lisbeth por mediaciуn de Plague, y desde hacнa aсo y medio ella alternaba su personalidad con la de Irene Nesser en funciуn de las circunstancias.

Lisbeth se quitу los pirsins de las cejas y de la nariz y se maquillу ante el espejo del cuarto de baсo. Se vistiу con unos vaqueros oscuros, un jersey marrуn y amarillo sencillo pero abrigado y unas botas con algo de tacуn. Todavнa le quedaban en una caja unos cuantos botes de gas lacrimуgeno; se llevу uno. Tambiйn sacу la pistola elйctrica que llevaba mбs de un aсo sin tocar y la puso a cargar. Metiу una muda en una bolsa de nailon. Dejу el piso bien entrada la tarde. Empezу el periplo por el McDonald's de Hornsgatan. Lo eligiу porque allн resultaba menos probable que se cruzara con alguno de sus ex compaсeros de Milton Security que en el de Slussen o en el de Medborgarplatsen. Se comiу un Big Mac y se bebiу una Coca-Cola grande.

Despuйs de cenar cogiу el 4, cruzу Vдsterbron y se bajу en Sankt Eriksplan. Caminу hasta Odenplan y poco despuйs de la medianoche, estaba en Upplandsgatan ante el portal de la casa del difunto abogado Bjurman. No esperaba que el domicilio se hallase bajo vigilancia, pero advirtiу que habнa luz en la ventana de un vecino de su misma planta y por eso, se dio un paseo subiendo hacia Vanadisplan. Cuando volviу, una hora mбs tarde, la vivienda ya estaba a oscuras.

 

 

En la penumbra de la escalera, Lisbeth subiу con pies ligeros hasta el piso de Bjurman. Con la ayuda de un cъter cortу el precinto policial. Abriу la puerta silenciosamente.

Encendiу la luz del vestнbulo, que sabнa que no se veнa desde fuera, y, acto seguido, sacу su pequeсa linterna y se dirigiу hacia el dormitorio. Las persianas estaban bajadas. Paseу el haz de luz por la cama aъn manchada de sangre. Pensу en lo cerca que habнa estado de morir allн mismo y, de pronto, le invadiу una sensaciуn de profunda satisfacciуn al saber que, por fin, Bjurman habнa desaparecido para siempre de su vida.

El objetivo de visitar la escena del crimen consistнa en averiguar dos cosas. En primer lugar, la conexiуn entre Bjurman y Zala. Estaba convencida de que tenнa que existir algъn vнnculo, pero al analizar el contenido del ordenador de Bjurman, no pudo sacar nada en claro.

Pero habнa otra cosa a la que no paraba de darle vueltas. Durante la incursiуn nocturna que realizу unas semanas antes, advirtiу que Bjurman habнa sacado unos documentos de la carpeta donde guardaba todo el material de Lisbeth Salander. Las pбginas que faltaban correspondнan a esa parte de la descripciуn del cometido de Bjurman, redactada por la comisiуn de tutelaje, donde se resumнa el estado psнquico de Lisbeth Salander en tйrminos de lo mбs sucinto. A Bjurman no le hacнan falta esos documentos, asн que era posible que hubiese limpiado la carpeta y los hubiese tirado. En contra de esa suposiciуn estaba, no obstante, el hecho de que los abogados nunca tiran documentaciуn relacionada con un caso abierto. Los papeles podнan ser todo lo superfluos que se quisiera, pero no dejaba de resultar ilуgico deshacerse de ellos. Sin embargo, no estaban en la carpeta ni tampoco en ningъn otro sitio.

Se percatу de que la policнa no sуlo se habнa llevado esas carpetas que trataban sobre Lisbeth Salander, sino tambiйn otra documentaciуn. Dedicу dos horas a peinar el piso, palmo a palmo, para averiguar si a los agentes se les habнa pasado algo. Unos momentos despuйs pudo constatar, ligeramente frustrada, que йse no parecнa ser el caso.

En la cocina hallу un cajуn que contenнa diferentes tipos de llaves. Encontrу las del coche y tambiйn un juego con la de alguna puerta y la de un candado. Se acercу en silencio hasta los trasteros de la ъltima planta e intentу abrir todos los candados del pasillo hasta que dio con el trastero de Bjurman. Habнa muebles viejos, un armario con ropa trasnochada, esquнs, la baterнa de un coche, cajas con libros y algunos trastos mбs. No encontrу nada de interйs, de modo que bajу las escaleras y se sirviу de la otra llave para entrar en el garaje. Dio con su Mercedes y en un instante advirtiу que no contenнa nada de valor.

Descartу visitar su bufete. Tan sуlo hacнa unas semanas que habнa estado allн, la misma noche en la que entrу en su casa, y sabнa que Bjurman llevaba dos aсos sin pisarlo. Allн no habнa mбs que polvo.

Lisbeth regresу al piso, se sentу en el sofб del salуn y se puso a pensar. Se levantу unos cuantos minutos despuйs y volviу al cajуn de las llaves de la cocina. Las examinу de una en una. Un juego pertenecнa a las cerraduras de una puerta y una de las llaves era antigua y estaba oxidada. Frunciу el ceсo. Luego levantу la mirada y vio, junto al fregadero, un estante en el que Bjurman habнa colocado una veintena de bolsas con simientes. Las cogiу y constatу que se trataba de semillas para plantar en el jardнn.

«Tiene una casa de campo. O una casita con jardнn en alguna colonia. їCуmo se me ha podido pasar?»

Tardу tres minutos en dar con una factura de hacнa seis aсos que revelaba que Bjurman habнa pagado a una empresa constructora por unos trabajos efectuados en el camino de acceso, y un minuto mбs en encontrar los papeles del seguro de un inmueble situado en las proximidades de Stallarholmen, fuera de Mariefred.

 

 

A las cinco de la maсana se detuvo en el 7-Eleven de lo alto de Hantverkargatan, junto a Fridhemsplan. Comprу una considerable cantidad de Billys Pan Pizza, leche, pan, queso y otros productos bбsicos. Tambiйn comprу un periуdico matutino cuyo titular la dejу maravillada.

LA MUJER BUSCADA їEN EL EXTRANJERO?

Por motivos desconocidos para Lisbeth, el periуdico habнa elegido no nombrarla. Se referнa a ella como «la mujer de veintisйis aсos». El texto indicaba que una fuente perteneciente a la policнa afirmaba que tal vez hubiera huido al extranjero y se hallara en Berlнn. No quedaban claras las razones que tendrнa ella para irse precisamente a Berlнn pero, segъn las informaciones recibidas, habнa llegado a oнdos de la policнa que habнa sido vista en un «club anarcofeminista» de Kreutzberg. El local era descrito como un refugio de jуvenes seguidores de cualquier corriente que fuera desde el terrorismo polнtico hasta el movimiento antiglobalizaciуn y el satanismo.

Regresу a Sцdermalm con el autobъs nъmero 4, se bajу en Rosenlundsgatan y paseу hasta Mosebacke. Antes de meterse en la cama preparу cafй y se comiу unos sбndwiches.

Lisbeth durmiу hasta bien entrada la tarde. Cuando se despertу olisqueу pensativamente las sбbanas y constatу que ya iba siendo hora de cambiarlas. Dedicу la tarde del sбbado a limpiar el piso. Sacу la basura y metiу los periуdicos viejos en dos grandes bolsas que guardу en un trastero del vestнbulo. Puso una lavadora de ropa interior y camisetas y luego otra con vaqueros. Recogiу los platos sucios, puso el lavavajillas y terminу pasando la aspiradora y fregando el suelo.

Eran las nueve de la noche y estaba empapada en sudor. Llenу la baсera y echу sales de baсo a discreciуn. Se acomodу dentro, cerrу los ojos y se puso a pensar. Cuando se despertу, ya era medianoche y el agua estaba helada. Irritada, se levantу, se secу y se fue a la cama. Volviу a dormirse casi en el acto.

 

 

El domingo por la maсana, cuando conectу su PowerBook y leyу todas las tonterнas que habнan escrito sobre Miriam Wu, Lisbeth enfureciу. Se sintiу miserable y le invadieron los remordimientos. No se habнa dado cuenta de hasta quй punto iban a atacar a Mimmi. Y el ъnico delito de Mimmi consistнa en ser... їconocida?, їamiga?, їamante?, de Lisbeth.

No sabнa muy bien quй palabra utilizar para describir su relaciуn con ella, pero comprendiу que, fuera la que fuese, lo mбs seguro es que ya hubiese terminado. Se iba a ver obligada a borrar el nombre de Mimmi de su, ya de por sн, corta lista de amigos. Tras el acoso mediбtico del que estaba siendo vнctima, dudaba que Mimmi quisiera volver a tener algo que ver con esa loca psicуtica llamada Lisbeth Salander.

Le daba rabia.

Memorizу el nombre de Tony Scala, el periodista que dio el pistoletazo de salida de la persecuciуn de Mimmi. Ademбs, decidiу localizar a un desagradable columnista que aparecнa retratado con una americana a rayas que se empeсaba en reiterar el epнteto «la bollera BDSM», en una crуnica supuestamente humorнstica de un periуdico vespertino.

La lista de personas a las que Lisbeth tenнa intenciуn de someter a tratamiento empezaba a ser bastante larga.

Pero primero debнa encontrar a Zala.

No sabнa con exactitud quй sucederнa cuando diera con йl.

 

 

El domingo por la maсana, a las siete y media, una llamada de telйfono despertу a Mikael. Somnoliento, estirу la mano y lo cogiу.

—Buenos dнas —dijo Erika Berger.

—Mmm —contestу Mikael.

—їEstбs solo?

—Me temo que sн.

—Entonces te sugiero que te metas en la ducha y que prepares cafй. Vas a recibir una visita dentro de cinco minutos.

—їAh, sн? їDe quiйn?

—Paolo Roberto.

—їEl boxeador? їEl rey de Kungstrдdgеrden?

—El mismo. Me ha llamado y hemos hablado media hora.

—їPor quй?

—їQue por quй me ha llamado a mн? Bueno, nos conocemos lo suficiente como para saludarnos cuando nos vemos. Le hice una larga entrevista a raнz de la pelнcula de Hildebrand en la que participу y luego hemos coincidido varias veces a lo largo de los aсos.

—No lo sabнa. Pero me referнa a por quй me va a visitar a mi.

—Porque... bah, creo que es mejor que te lo explique йl mismo.

 

 

Mikael apenas habнa salido de la ducha y se habнa puesto unos pantalones, cuando Paolo Roberto llamу a la puerta. Le abriу y lo invitу a sentarse a la mesa de la cocina mientras buscaba una camisa limpia y preparaba dos espressos dobles que sirviу con una cucharadita de leche. Impresionado, Paolo Roberto observу el cafй.

—їQuerнas hablar conmigo?

—Ha sido idea de Erika Berger.

—Muy bien. Pues adelante.

—Conozco a Lisbeth Salander.

Mikael arqueу las cejas.

—їAh, sн?

—Me quedй un poco sorprendido cuando Erika Berger me contу que tъ tambiйn la conoces.

—Creo que es mejor que empieces por el principio.

—Vale. Verбs, anteayer regresй de Nueva York despuйs de un mes y me encontrй con el careto de Lisbeth en todos los putos periуdicos. La prensa estб echбndole encima mucha mierda. Hostia, y ni uno solo de esos putos cabrones parece tener ni una maldita palabra positiva sobre ella.

—Has conseguido meter dos «putos», un «cabrones» y un «hostia» en una sola frase.

Paolo se riу.

—Perdуn. Es que estoy bastante cabreado. Llamй a Erika porque necesitaba hablar con alguien y no sabнa con quiйn. Como el periodista de Enskede trabajaba para Millennium y da la casualidad de que conozco a Erika Berger, la llamй.

—Vale.

—Aunque Salander se haya vuelto loca y hecho todo lo que dice la policнa, hay que darle, al menos, el beneficio de la duda. Vivimos en una sociedad de derecho y nadie debe ser condenado sin haber sido escuchado.

—Estoy completamente de acuerdo —dijo Mikael.

—Eso tengo entendido, por lo que Erika me ha contado. Cuando la llamй pensй que los de Millennium tambiйn ibais tras la cabeza de Lisbeth, sobre todo teniendo en cuenta que ese tal Dag Svensson trabajaba para vosotros. Pero Erika me ha dicho que tъ piensas que es inocente.

—Conozco a Lisbeth Salander. Me cuesta verla como una asesina psicуpata.

De repente Paolo se riу.

—Es una chalada de la hostia, pero va con los buenos. Me cae bien.

—їDe quй la conoces?

—He boxeado con Salander desde que ella tenнa diecisiete aсos.

 

 

Mikael Blomkvist cerrу los ojos durante diez segundos antes de volver a levantar la vista para mirar a Paolo Roberto. Como siempre, Lisbeth Salander seguнa siendo una caja de sorpresas.

—Hombre, claro, Lisbeth Salander boxeando con Paolo Roberto. Estбis en la misma categorнa de peso.

—No estoy bromeando.

—Te creo. En una ocasiуn, Lisbeth me contу que solнa hacer de sparring con los chicos de un club de boxeo.

—Dйjame contarte cуmo empezу. Hace diez aсos entrй como ayudante del entrenador de los jъnior que querнan empezar a boxear en el club de Zinkensdamm. Yo ya era un boxeador consagrado y el responsable de los jъnior pensу que yo podrнa atraer a la gente, asн que empecй a ir por las tardes y me convertн en el sparring de los chicos.

—Vale.

—Y bueno, una cosa llevу a otra, me quedй todo el verano y hasta bien entrado el otoсo. Hicieron una campaсa y pusieron pуsteres y cosas asн para intentar despertar el interйs de los jуvenes por el boxeo. Y la verdad es que se apuntaron muchos chavales de quince o diecisйis aсos hasta unos cuantos mбs. Habнa bastantes inmigrantes. El boxeo era una buena alternativa a merodear por el centro y meterse en lнos. Que me lo digan a mн. Yo sй lo que es eso.

—Vale.

—Y un dнa, en pleno verano, apareciу esa chica flacucha de la nada. Ya sabes la pinta que tiene. Entrу en el local del club y dijo que querнa aprender a boxear.

—Me puedo imaginar la escena.

—No veas la que montу. Media docena de chavales, mбs o menos con el doble de peso que ella y considerablemente mбs grandes, se partieron de risa. Yo tambiйn me reн. Nada serio, pero nos metimos un poco con ella. Tambiйn tenнamos un grupo femenino y yo le dije alguna estupidez del tipo «las niсas pequeсas sуlo pueden boxear los jueves» o algo asн.

—Imagino que ella no se riу.

—Pues no, no se riу para nada. Me clavу sus ojos negros. Luego, alargу la mano y cogiу unos guantes que alguien habнa dejado por allн. Le quedaban enormes y ni siquiera se los atу. Nos tronchamos de risa. їTe lo imaginas?

—Esto promete.

Paolo Roberto volviу a reнrse.

—Como yo era el entrenador, me acerquй y fingн lanzarle unos cuantos jabs.

—Uy, uy, uy.

—Sн, mбs o menos. De repente la cabrona me soltу una leche en todos los morros.

Volviу a reнrse.

—Allн estaba yo haciendo el payaso con ella; me cogiу completamente desprevenido. Me metiу unos dos o tres castaсazos antes de que ni siquiera se me ocurriera esquivarlos. A ver, su fuerza muscular era cero y sus golpes me hacнan mбs bien cosquillas. Pero cuando yo empecй a esquivarlos ella cambiу de tбctica. Boxeу de manera instintiva y colocу mбs golpes aъn. Asн que comencй a pararlos en serio, y descubrн que la muy cabrona era mбs rбpida que un reptil. Si hubiese sido un poco mбs alta y mбs fuerte, allн habrнa habido un combate en toda regla. їEntiendes lo que te digo?

—Perfectamente.

—Y, entonces, volviу a cambiar de tбctica y me dio en todos los huevos. Ni te cuento lo que me doliу.

Mikael asintiу con la cabeza.

—Asн que yo le devolvн unos jabs y le peguй en la cara. No fue ningъn puсetazo fuerte ni nada por el estilo, sуlo un pum. Entonces ella me dio una patada en la rodilla. Aquello era una locura. Yo era tres veces mбs grande y pesado, y ella no tenнa absolutamente nada que hacer, pero me estaba moliendo a palos como si le fuera la vida en ello.

—La habнas provocado.

—Luego caн en la cuenta. Y me dio mucha vergьenza. Quiero decir... nos habнamos anunciado con pуsteres y todo eso para atraer a los jуvenes al club, y cuando Lisbeth se presenta y dice completamente en serio que quiere aprender a boxear, se encuentra con una panda de chavales que no hacen mбs que reнrse de ella. Yo habrнa perdido la cabeza si alguien me hubiera tratado asн.

Mikael asintiу con la cabeza.

—En fin, aquella pelea durу varios minutos. Asн que ai final la cogн, la tumbй en el suelo y la sujetй hasta que dejу de patalear. Joder, la tнa tenнa incluso lбgrimas en los ojos y me miraba con tanta rabia que... bueno...

—Que empezaste a boxear con ella.

—Cuando se tranquilizу la dejй levantarse y le preguntй si eso de aprender a boxear iba en serio. Me tirу los guantes y se dirigiу a la salida. Salн corriendo tras ella y le bloqueй el paso. Le pedн perdуn y le dije que, si lo decнa en serio, yo le enseсarнa, que se presentara al dнa siguiente a las cinco en punto.

Se callу un rato y su mirada se perdiу en el vacнo.

—Al dнa siguiente por la tarde les tocaba a las chicas y ella apareciу. La metн en el cuadrilбtero con una tнa que se llamaba Jennie Karlsson, de dieciocho aсos, que llevaba mбs de un aсo entrenбndose. El problema era que no habнa nadie con el mismo peso de Lisbeth que tuviera mбs de doce aсos. De modo que le pedн a Jennie que fuera con cuidado y sуlo simulara los golpes, puesto que Salander estaba muy verde.

—їY quй sucediу?

—Diez segundos despuйs Jennie tenнa el labio partido. Durante un asalto entero, Salander colocу golpe tras golpe y esquivу todo lo que Jennie intentaba. Y estamos hablando de una tнa que jamбs habнa pisado un cuadrilбtero. En el segundo asalto, Jennie se cabreу tanto que empezу a dar golpes en serio, pero no acertу ni uno. Yo me quedй boquiabierto. Nunca he visto a ningъn boxeador profesional moverse con tanta velocidad. Si yo fuera la mitad de rбpido que Salander, serнa feliz.

Mikael asintiу con la cabeza.

—Pero la limitaciуn de Salander era que sus golpes no valнan nada. Empecй a entrenar con ella. La tuve en la secciуn femenina durante un par de semanas y perdiу varias peleas, porque tarde o temprano alguien conseguнa encajarle un buen puсetazo y entonces tenнamos que parar y llevarla al vestuario, porque se cabreaba y empezaba a dar patadas y a morder y pelear de verdad.

—Suena a Lisbeth.

—No se rendнa nunca. Pero al final fastidiу a tantas chicas que su entrenador la echу.

—ЎAnda!

—Sн, resultaba imposible boxear con ella. Sуlo tenнa una posiciуn, la que nosotros llamamos Terminator Mode; que consiste en dejar KO al adversario; y daba igual si se trataba sуlo de un calentamiento o de un entrenamiento con el sparring. A menudo las chicas volvнan a casa magulladas porque Lisbeth les habнa dado una patada. Entonces se me ocurriу una idea. Yo tenнa problemas con un chico sirio de diecisiete aсos llamado Samir. Un buen boxeador: constituciуn fuerte y con vodka en el golpe, pero no sabнa moverse. Se quedaba parado todo el rato.

—їY?

—Le pedн a Salander que pasara una tarde por el club cuando yo estuviera entrenando a Samir. Ella se cambiу y yo la metн en el cuadrilбtero con йl, con su protector de cabeza, de dentadura y toda la pesca. Al principio, Samir se negу a hacer de sparring con ella porque «no era mбs que una jodida tнa» y todas esas chorradas machistas. Asн que le dije alto y claro, de modo que todo el mundo pudiera oнrlo, que ahн nadie iba a hacer de sparring, y apostй quinientas coronas a que ella lo iba a noquear. A Salander le dije que no se trataba de ningъn entrenamiento y que Samir le iba a pegar muy en serio. Me mirу con su tнpico gesto desconfiado. Samir todavнa estaba de chбchara cuando sonу la campana. Lisbeth tomу impulso con todas sus fuerzas y le endosу un puсetazo con una energнa de tres pares de cojones en toda la cara y le hizo besar la lona. Para entonces, yo llevaba entrenбndola todo el verano y ella ya habнa empezado a echar un poco de mъsculo y a tener algo de potencia en sus golpes.

—Supongo que Samir se pondrнa muy contento.

—Bueno, imagнnate; se hablу de esa pelea durante meses. Samir recibiу una paliza. Ella ganу por puntos. Si hubiese tenido mбs fuerza, lo habrнa dejado bastante maltrecho. Al poco tiempo de empezar el combate, Samir estaba tan frustrado que fue a por ella con todas sus ganas. A mн me aterrorizaba la idea de que acertara, porque entonces habrнamos tenido que llamar a la ambulancia. Al encajar algъn que otro puсetazo con los hombros ella se hizo unos cuantos moratones y acabу contra las cuerdas, porque no podнa resistir la contundencia de los golpes de Samir. Pero el tнo estaba a aсos luz de alcanzarla de verdad.

—Joder, me gustarнa haberlo visto.

—A partir de ese dнa, los chavales del club comenzaron a respetar a Salander. Sobre todo Samir. Y yo empecй a meterla para que hiciera de sparring de chicos bastante mбs grandes y pesados. Ella era mi arma secreta y resultу ser un ejercicio cojonudo. Diseсamos sesiones de entrenamiento en las que la tarea de Lisbeth consistнa en intentar acertar cinco golpes en distintos puntos del cuerpo: mandнbula, frente, estуmago, etcйtera. Y los chicos con los que peleaba debнan defenderse y proteger esos puntos. Haber boxeado con Lisbeth Salander se convirtiу en sinуnimo de prestigio. Era como pelear con un avispуn. La verdad es que la llamamos la avispa y se convirtiу en una especie de mascota para el club. Creo que le gustaba porque un dнa se presentу en el club con el tatuaje de una avispa en el cuello.

Mikael sonriу. Se acordaba perfectamente de su avispa. Formaba parte de la descripciуn de la orden de busca y captura.

—їCuбnto tiempo durу?

—Mбs de tres aсos, pero sуlo una tarde por semana. Yo sуlo estuve allн a jornada completa durante ese verano y luego, esporбdicamente. El que llevaba las sesiones con Salander era nuestro entrenador jъnior, Putte Karlsson. Despuйs, Salander empezу a trabajar y ya no tuvo tanto tiempo, pero hasta el aсo pasado se dejу ver por allн una vez al mes para entrenar. Yo me la encontraba unas cuantas veces al aсo y hacнa sesiones de sparring con ella. Era un buen entrenamiento; me hacнa sudar la gota gorda, por decirlo de alguna manera. Ella casi nunca hablaba con nadie. Cuando no habнa sparring podнa pasarse dos horas dбndole al saco de arena intensamente, como si se enfrentara a un enemigo mortal.



  

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