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Capнtulo 24 Martes, 5 de abril



Capнtulo 24 Martes, 5 de abril

Per-Еke Sandstrцm, periodista freelance, de cuarenta y siete aсos de edad, llegу a su apartamento de Solna poco despuйs de la medianoche. Estaba ligeramente bebido y sentнa un nudo de pбnico atenazaba en su estуmago. Habнa pasado el dнa desesperado, impotente. Per-Еke Sandstrцm tenнa miedo.

Apenas habнan transcurrido dos semanas desde que mataron a Dag Svensson en Enskede. Sandstrцm se quedу estupefacto cuando se enterу de la noticia por la tele la misma noche de los sucesos. Le invadiу una ola de alivio y esperanza; Svensson estaba muerto y, quizб, de esa manera, tambiйn habнa acabado el problema que representaba el libro sobre trajficking en el que pensaba denunciarlo como un delincuente sexual. «Joder, por una sola puta de mбs se pringу bien.»

Odiaba a Dag Svensson. Le habнa rogado y suplicado, se habнa arrastrado ante ese puto cerdo.

El dнa del asesinato estaba demasiado eufуrico para pensar con lucidez. Hasta el dнa siguiente no empezу a reflexionar. Si Dag Svensson estaba trabajando en un libro donde lo denunciarнa como violador con tendencias pedуfilas, no serнa nada improbable que la policнa comenzara a hurgar en su pequeсo desliz. Dios mнo, podrнa convertirse en sospechoso de los asesinatos.

Ese sentimiento de pбnico se calmу parcialmente cuando la cara de Lisbeth Salander apareciу en las portadas de todos los periуdicos del paнs. їQuiйn diablos era Lisbeth Salander? Nunca habнa oнdo hablar de ella. Pero, al parecer, la policнa la consideraba la principal sospechosa y, segъn el fiscal, los crнmenes podнan estar a punto de resolverse. Era posible que йl no despertara ni el mбs mнnimo interйs. Pero por experiencia, sabнa que los periodistas siempre guardaban sus documentos y sus notas.

«Millennium, una revista de mierda con una reputaciуn inmerecida.» Ellos eran como todos los demбs. Hurgaban, protestaban y hacнan daсo a la gente.

Desconocнa cuan avanzado estaba el libro. Ignoraba cuбnto sabнan ellos. No tenнa a nadie a quien preguntar. Se sentнa como flotando en un inmenso vacнo.

Durante la semana siguiente, oscilу entre el pбnico y la embriaguez. La policнa no habнa llamado a su puerta. Tal vez —con una suerte de locos— saliera de йsta. De lo contrario, su vida habrнa acabado.

Metiу la llave en la cerradura y la girу. De repente, al abrir la puerta, oyу un crujido al que le siguiу un paralizante dolor en la parte baja de la espalda.

 

 

Gunnar Bjцrck seguнa tratando de conciliar el sueсo cuando sonу el telйfono. Estaba sentado a oscuras en la cocina, en pijama y bata, dбndole vueltas a su situaciуn. Nunca jamбs, en toda su carrera profesional, se habнa encontrado, ni de lejos, en una encrucijada tan complicada.

Al principio, pensу en no cogerlo. Consultу la hora y constatу que eran mбs de las doce. Pero el telйfono siguiу sonando y, tras el dйcimo timbrazo, fue incapaz de resistirse; tal vez era importante.

—Soy Mikael Blomkvist —dijo la voz al otro lado de la lнnea.

«Mierda»

—Es mбs de medianoche. Estaba durmiendo.

—Lo siento. Pensй que le interesarнa lo que le voy a decir.

—їQuй quiere?

—Maсana convocarй una rueda de prensa a las diez en relaciуn a los asesinatos de Dag Svensson y Mia Bergman. Gunnar Bjцrck tragу saliva.

—Desvelarй los detalles del libro sobre el comercio sexual que Dag Svensson estaba a punto de terminar. El ъnico putero al que voy a mencionar es a usted.

—Prometiу darme tiempo...

Bjцrck percibiу el pбnico en su propia voz e interrumpiу la frase.

—Ya han pasado varios dнas. Prometiу llamarme despuйs del fin de semana. Maсana es martes. O me lo cuenta o convoco la rueda de prensa.

—Si lo hace, nunca sabrб nada de Zala.

—Puede. Pero entonces ya no serб asunto mнo, se las tendrб que ver con los policнas de la investigaciуn oficial. Y con el resto de los medios de comunicaciуn del paнs, por supuesto.

No habнa lugar para la negociaciуn.

Gunnar Bjцrck accediу a ver a Mikael Blomkvist, aunque consiguiу aplazar la reuniуn hasta el miйrcoles. Otro respiro. Sin embargo, йl ya estaba preparado.

Iba a por todas. Pasara lo que pasase.

 

 

Sandstrцm no sabнa cuбnto tiempo llevaba inconsciente, pero cuando recobrу el conocimiento estaba tendido en el suelo del salуn. Le dolнa todo el cuerpo y no se podнa mover. Tardу un rato en darse cuenta de que tenнa las manos a la espalda, inmovilizadas con algo que le pareciу cinta aislante, y los pies atados. Un trozo de cinta le tapaba la boca. Las luces del salуn estaban encendidas y las persianas bajadas. Era incapaz de entender lo que le habнa pasado.

Percibiу unos ruidos que procedнan de su cuarto de trabajo. Se quedу quieto, escuchando, y oyу abrirse y cerrarse un cajуn. «їUn robo?» Reconociу un ruido de papeles; alguien estaba hurgando en sus cajones.

Una eternidad mбs tarde, sintiу unos pasos a su espalda. Intentу girar la cabeza, pero no alcanzу a ver a nadie. Procurу mantener la calma.

De repente, alguien le pasу por la cabeza la lazada de una fuerte cuerda de algodуn. La soga se fue estrechando alrededor de su cuello. El pбnico casi le hizo vaciar sus intestinos. Alzу la mirada y vio que la cuerda subнa hasta una polea que estaba colgada en el gancho de la lбmpara del salуn. Luego su enemigo lo rodeу y entrу en su campo de visiуn. Primero descubriу un par de pequeсas botas negras.

Ignoraba con quй se iba a encontrar pero, al levantar la vista, el shock no pudo ser mayor. Al principio, no reconociу a la loca psicуpata cuya fotografнa habнa ocupado las portadas de los periуdicos desde las fiestas de Pascua. Tenнa el pelo negro y corto; no se parecнa en absoluto a las fotos. Iba vestida completamente de negro: vaqueros, una abierta chaqueta de algodуn que le llegaba hasta la cintura, camiseta y guantes.

Lo que mбs miedo le produjo fue su rostro. Iba pintada. Con pintalabios negro, eyeliner y una vulgar y llamativa sombra de ojos de tono verdinegro. El resto estaba cubierto de blanco. Recorriendo la cara en diagonal, desde la parte izquierda de la frente hasta la parte derecha de la mandнbula, cruzбndole la nariz, tenнa pintada una ancha banda roja.

Era una mбscara grotesca. Parecнa estar completamente perturbada.

Su cerebro opuso resistencia. La situaciуn le resultaba irreal.

Lisbeth Salander agarrу el cabo de la cuerda y tirу. Йl sintiу cуmo la soga se le hundiу en el cuello y fue incapaz de respirar durante unos cuantos segundos. Luego, se revolviу buscando un sitio en el que apoyar los pies. Con la ayuda de la polea, a ella le costу muy poco levantarlo. Cuando ya estaba completamente erguido, dejу de subirlo, le dio unas cuantas vueltas a la cuerda y haciendo un nudo marinero la atу a la tuberнa de agua de un radiador.

Despuйs, lo dejу, desapareciу de su campo de visiуn. Estuvo fuera quince minutos. Al volver, acercу una silla y se sentу frente a йl. Sandstrцm intentу desviar la mirada de su cara pintada, pero no pudo. Lisbeth dejу una pistola sobre la mesa del salуn. «Mi propia pistola. La habrб encontrado en la caja de zapatos del armario.» Una Colt 1911 Government. Una pequeсa arma ilegal que tenнa desde hacнa ya varios aсos. Se la comprу, por puro capricho, a un amigo suyo que querнa venderla, aunque ni siquiera la habнa probado. Ante sus ojos, ella abriу el cargador y lo llenу de municiуn. Lo introdujo en la pistola y alimentу el caсуn con una bala. Per-Еke Sandstrцm creyу desmayarse. Se forzу a sostener la mirada de ella.

—No entiendo por quй los hombres siempre documentбis vuestras perversiones —dijo Lisbeth en voz baja.

Tenнa una voz suave, pero frнa como el hielo. Cogiу una foto, impresa directamente del ordenador de Sandstrцm, y la sujetу en alto.

—Supongo que йsta es la chica estoniana, Ines Hammujдrvi, de diecisiete aсos, originaria del pueblo de Rieplau, a las afueras de Narva. їTe lo pasaste bien con ella?

La pregunta era retуrica. Per-Еke Sandstrцm no podнa contestar. Su boca seguнa tapada con la cinta y su cerebro no era capaz de emitir respuesta alguna. En la foto se veнa... «Dios mнo, їpor quй guardarнa las fotos?»

—їSabes quiйn soy? Dimelo con la cabeza.

Per-Еke Sandstrцm asintiу.

—Eres un sбdico cerdo, un hijo de puta y un violador.

Йl no se moviу.

—Admнtelo.

Volviу a asentir. De repente, las lбgrimas afloraron a sus ojos.

—Dejemos las cosas claras —dijo Lisbeth Salander—. Mi opiniуn es que deberнas ser ejecutado inmediatamente. Me trae sin cuidado si sobrevives a esta noche o no. їEntiendes?

Йl asintiу.

—A estas alturas no creo que hayas pasado por alto que soy una loca a la que le encanta matar gente. Especialmente hombres.

Seсalу los periуdicos vespertinos de los ъltimos dнas que йl habнa acumulado sobre la mesa del salуn.

—Voy a quitarte la cinta de la boca. Si gritas o subes la voz, te darй con йsta.

Levantу la pistola elйctrica.

—Este trasto es muy daсino; y dispara descargas de setenta y cinco mil voltios. En esta ocasiуn serбn unos sesenta mil, porque ya la he usado una vez y no la he cargado. їLo entiendes?

Йl pareciу dudar.

—Eso significa que tus mъsculos dejarбn de responder. Fue lo que te pasу en la puerta cuando llegaste a casa. —Ella le sonriу—. Y eso, a su vez, significa que las piernas no te sostendrбn y que te ahorcarбs tъ solito. Despuйs de disparar, me levantarй y abandonarй la casa.

Йl asintiу con la cabeza. «Dios mнo, es una maldita asesina loca.» No pudo remediar que las lбgrimas corrieran sin control por sus mejillas. Se sorbiу los mocos.

Ella se levantу y le quitу la cinta. Su grotesco rostro quedу tan sуlo a escasos centнmetros del suyo.

—Calla —dijo ella—. No digas ni una palabra. Si hablas sin mi permiso, usarй la pistola.

Ella esperу a que йl terminara de sorberse los mocos y lo mirу fijamente.

—Tienes una sola oportunidad de sobrevivir a esta noche —dijo—. Una, no dos. Te voy a hacer una serie de preguntas. Si las contestas, te dejarй vivir. Mueve la cabeza si lo has comprendido.

Йl moviу afirmativamente la cabeza.

—Si te niegas a contestar a alguna de las preguntas, te dispararй. їEntiendes?

Йl asintiу.

—Si me mientes o tus respuestas son evasivas, te darй.

Volviу a asentir.

—No voy a negociar contigo. No tendrбs otra oportunidad. O respondes a mis preguntas de inmediato o mueres. Si tus contestaciones me resultan satisfactorias, vivirбs. Asн de fбcil.

Asintiу de nuevo con la cabeza. La creyу. No tenнa elecciуn.

—Por favor —dijo—. No quiero morir.

Ella lo mirу seriamente.

—Vivir o morir tan sуlo depende de ti. Pero acabas de romper mi primera regla. No puedes hablar sin mi permiso.

Apretу la boca. «Dios mнo, estб loca de atar.»

 

 

Mikael Blomkvist estaba tan frustrado e intranquilo que no sabнa quй hacer. Al final, se puso la cazadora y la bufanda y se fue paseando sin rumbo fijo en direcciуn a Sцdra Station. Pasу el arco de Bofill y, al final, acabу en la redacciуn de Gцtgatan, que estaba a oscuras y en silencio. No encendiу ninguna luz, pero sн la cafetera elйctrica. Se acercу a la ventana y contemplу Gцtgatan mientras esperaba que el agua pasara por el filtro. Intentу aclararse las ideas. Tenнa la sensaciуn de que toda la investigaciуn sobre los asesinatos de Dag Svensson y Mia Bergman era un mosaico desmembrado en el que ciertas piezas resultaban discernibles mientras que otras habнan desaparecido por completo. El mosaico formaba un dibujo. Podнa imaginar su forma, pero no alcanzaba a verlo. Faltaban demasiadas piezas.

Le asaltaron las dudas. «Lisbeth no es una loca asesina», se recordу a sн mismo. Ella le habнa comunicado que no matу a Dag y Mia. La creнa. No obstante, de alguna manera que no alcanzaba a comprender, estaba estrechamente ligada al misterio.

Empezу a reconsiderar con calma la teorнa que habнa defendido desde que entrara en el apartamento de Enskede. Sin vacilaciуn alguna, habнa partido de la premisa de que el reportaje sobre trafficking de Dag Svensson constituнa el ъnico motivo lуgico que existнa para matar a Dag y a Mia. Ahora, comenzaba a aceptar lo que decнa Bublanski; eso no explicaba el asesinato de Bjurman.

Salander le habнa escrito que podнa pasar de los puteros y centrarse en Zala. «їCуmo? їQuй querнa decir Lisbeth? ЎJoder, quй tнa mбs complicada! їPor quй no podнa expresarse de forma comprensible?»

Mikael volviу a la cocina y se sirviу cafй en una taza que llevaba el logotipo de la Joven Izquierda. Se sentу en el sofб de la redacciуn, puso los pies sobre la mesa y encendiу un cigarrillo clandestino.

Gunnar Bjцrck tenнa que ver con la lista de los puteros; Bjurman con Salander. No podнa ser una casualidad que tanto Bjurman como Bjцrck hubieran trabajado en la Sдpo. El informe policial sobre Lisbeth Salander habнa desaparecido.

«їY si hay mбs de un mуvil?»

Se quedу quieto un instante, valorando esa posibilidad.

«Mнralo desde otra perspectiva.»

«їPuede Lisbeth Salander ser el mуvil?»

Mikael se quedу sentado pensando en una idea que no conseguнa formular con palabras. Allн se escondнa algo, pero no era capaz de explicar exactamente lo que significaba que la propia Lisbeth Salander en persona pudiera ser el mуvil de un asesinato. Experimentу la fugaz sensaciуn de tener la soluciуn al alcance de la mano.

Luego, se dio cuenta de que estaba demasiado cansado, tirу el cafй, se fue a casa y se metiу en la cama. A oscuras, retomу el hilo de sus razonamientos y permaneciу despierto dos horas intentando comprender quй querнa decir.

 

 

Lisbeth Salander encendiу un cigarrillo y se acomodу, frente a йl, en la silla. Cruzу una pierna sobre la otra y le clavу una mirada penetrante. Per-Еke Sandstrцm nunca habнa visto una mirada tan intensa. Continuу hablбndole en voz baja.

—En enero de 2003 visitaste por primera vez a Ines Hammujдrvi en su apartamento de Norsborg. Acababa de cumplir diecisйis aсos. їPor quй fuiste a verla?

Per-Еke Sandstrцm no supo quй contestar. Ni siquiera podнa explicar cуmo empezу todo y por quй йl... Lisbeth levantу la pistola elйctrica.

—Yo... no lo sй. Querнa poseerla. Era tan guapa.

—їGuapa?

—Sн. Era guapa.

—Y por eso consideraste que tenнas derecho a atarla a la cama y a follбrtela.

—Ella estaba de acuerdo. Lo juro. Era con su consentimiento.

—їLe pagaste?

Per-Дke Sandstrцm se mordiу la lengua.

—No.

—їPor quй no? Era una puta. A las putas se les suele pagar.

—Ella era un... un regalo.

—їUn regalo? —habнa sorpresa en la voz de Lisbeth Salander.

Su voz habнa adquirido un tono peligroso.

—Me la ofrecieron como pago a un favor que yo le habнa hecho a otra persona.

—Per-Еke —dijo Lisbeth Salander como para hacerle entrar en razуn—. їNo estarбs evitando responder a mi pregunta?

—No, te lo juro. Voy a contestar a todas tus preguntas. Y no voy a mentir.

—Bien. їQuй favor y quй persona?

—Introduje esteroides anabolizantes en Suecia. Desde Estonia. Viajй hasta allн con unos cuantos conocidos para hacer un reportaje. Una de las personas con las que fui se llamaba Harry Ranta. Traje las pastillas en mi coche, pero йl no regresу conmigo.

—їCуmo conociste a Harry Ranta?

—Lo conozco desde hace muchos aсos. Desde los aсos ochenta. Sуlo es un amigo. Solнamos salir juntos.

—їY fue Harry Ranta quien te ofreciу a Ines Hammujдrvi como «regalo»?

—Sн... no, perdуn, eso sucediу mбs tarde, aquн, en Estocolmo. Fue su hermano, Atho Ranta.

—їQuieres decir que Atho Ranta llamу de buenas a primeras a tu puerta y te preguntу sin mбs si querнas ir a Norsborg a follarte a Ines?

—No... Estuve... Celebramos una fiesta... Joder, no me acuerdo de dуnde estбbamos...

De repente se puso a temblar descontroladamente y sintiу cуmo se le empezaban a doblar las rodillas. Tuvo que hacer fuerza con los pies para no caerse.

—Tуmate el tiempo que quieras —dijo Lisbeth Salander—. No te voy a colgar porque tardes en aclararte. Pero en cuanto vea que te me escaqueas... ЎPum!

Lisbeth arqueу las cejas y de pronto adquiriу un aspecto angelical. Todo lo angelical que una persona con una grotesca mбscara podнa resultar.

Per-Дke Sandstrцm asintiу con la cabeza. Tragу saliva. Tenнa sed y la boca seca como la estopa, sintiу cуme la soga le apretaba el cuello.

—El lugar donde te emborrachaste me trae sin cuidado. їPor quй Atho Ranta te ofreciу a Ines?

—Estuvimos hablando de... yo... yo le contй que querнa...

Se echу a llorar.

—Que querнas una de sus putas. Asintiу con la cabeza.

—Estaba borracho. Йl dijo que ella necesitaba... necesitaba...

—їQuй necesitaba ella?

—Atho dijo que necesitaba un castigo. Le daba mucha guerra. No hacнa lo que йl querнa.

—їY quй querнa Atho que hiciera ella?

—Que fuera su puta. Йl me ofreciу... Yo estaba borracho y no sabнa lo que hacнa. Yo no querнa... Perdуname.

Se sorbiу los mocos.

—No es a mн a quien debes pedir perdуn. Asн que te ofreciste a ayudar a Atho para castigar a Ines y os fuisteis a su casa.

—No, no fue asн.

—Entonces, cuйntamelo tъ. їPor quй acompaсaste a Atho a casa de Ines?

Lisbeth jugueteaba con la pistola elйctrica manteniйndola en equilibrio sobre su rodilla. Йl comenzу a temblar otra vez.

—Fui a casa de Ines porque querнa poseerla. Estaba allн y estaba a la venta. Ines vivнa con una amiga de Harry Ranta. No me acuerdo cуmo se llamaba. Atho cogiу una cuerda y atу a Ines a la cama y yo... yo me acostй con ella. Atho miraba.

—No, no te acostaste con ella. La violaste.

No contestу.

—їA que sн?

Asintiу con la cabeza.

—їQuй dijo Ines?

—No dijo nada.

—їNo protestу?

Negу con la cabeza.

—O sea, que a ella le gustaba que un guarro de cincuenta aсos la atara a la cama y la violara.

—Estaba borracha. Le daba igual.

Lisbeth Salander suspirу resignadamente.

—Vale. Luego seguiste yendo a verla.

—Estaba tan... me querнa.

—ЎY una mierda!

Desesperado, observу a Lisbeth Salander. Luego asintiу.

—Yo la... la violй. Harry y Atho habнan dado su permiso. Querнan que ella fuese... que fuese adiestrada.

—їLes pagaste?

Asintiу.

—їCuбnto?

—Era un precio de amigo. Yo les ayudй con el contrabando.

—їCuбnto?

—En total, unos cuantos miles de coronas.

—En una de las fotos Ines aparece aquн, en tu piso.

—La trajo Harry.

Volviу a sorberse los mocos.

—Asн que por unos pocos billetes de mil tenнas a una chica con la que podнas hacer lo que te daba la gana. їCuбntas veces la violaste?

—No lo sй... algunas.

—Vale. їQuiйn es el jefe de esa banda?

—Me matarбn si me chivo.

—Eso no es asunto mнo. Ahora mismo yo represento un problema bastante mбs gordo para ti que los hermanos Ranta.

Levantу la pistola elйctrica.

—Atho. Es el mayor. Harry es el que se encarga de la parte prбctica.

—їQuiйn mбs estб en la banda?

—Yo sуlo conozco a Harry y a Atho. La chica de Atho tambiйn estб metida. Y un chico que se llama... No sй, Pelle algo. Es sueco. No sй quiйn es. Es un drogata y le mandan hacer recados.

—їLa chica de Atho?

—Silvia. Es puta.

Lisbeth se quedу callada reflexionando un instante. Luego levantу la vista.

—їQuiйn es Zala?

Per-Еke Sandstrцm palideciу. La misma pregunta con la que le habнa dado la lata Dag Svensson. Permaneciу callado largo rato hasta que advirtiу que la chiflada esa se estaba cabreando.

—No lo sй —contestу—. No sй quiйn es.

El rostro de Lisbeth Salander se ensombreciу.

—Hasta ahora te has portado muy bien. No lo eches todo por la borda —dijo.

—Te lo juro por mi honor y mi conciencia. No sй quiйn es. El periodista al que mataste...

Se callу de repente, consciente de que tal vez no fuera una buena idea ponerse a hablar de su orgнa asesina de Enskede.

—їSн?

—... me preguntу lo mismo. No lo sй. Si lo supiera, te lo dirнa. Te lo juro. Es alguien que Atho conoce.

—їHas hablado con йl?

—Tan sуlo un minuto. Por telйfono. Hablй con alguien que decнa llamarse Zala. Mejor dicho, йl hablу conmigo.

—їPara quй?

Per-Еke Sandstrцm parpadeу. Unas gotas de sudor resbalaron hasta sus ojos, al tiempo que sintiу cуmo los mocos le recorrнan la barbilla.

—Yo... ellos necesitaban que les volviese a hacer un favor.

—Me estoy aburriendo —dijo Lisbeth Salander.

—Me pidieron que hiciera otro viaje a Tallin y que les trajera un coche que ya estaba preparado. Anfetaminas. Yo no querнa.

—їPor quй?

—Era demasiado. Ellos eran gбnsteres profesionales. Yo tenнa un trabajo y querнa apartarme de todo eso.

—їIntentas decirme que para ti ser gбnster es un hobby?

—Yo no soy asн —contestу, apenado.

—Ah, vale.

Su voz desprendнa tal desprecio que Per-Еke Sandstrцm cerrу los ojos.

—Sigue. їCуmo entrу Zala en escena?

—Aquello fue una pesadilla.

Se callу y de repente las lбgrimas volvieron a aflorar. Se mordiу el labio con tanta fuerza que se lo partiу y empezу a sangrar.

—Venga, sigue —dijo Lisbeth Salander frнamente.

—Atho me empezу a dar la tabarra. Harry me advirtiу que Atho se estaba cabreando conmigo y que no sabнa lo que iba a ocurrir. Al final accedн a quedar con йl. Fue en agosto, el aсo pasado. Fui con Harry hasta Norsborg...

Su boca siguiу moviйndose pero las palabras desaparecieron. Lisbeth Salander entornу los ojos. Йl recuperу la voz.

—Atho estaba como poseнdo. Es un bruto, no te lo puedes ni imaginar... Me dijo que era demasiado tarde para abandonar y que si no hacнa lo que me ordenaban, no vivirнa para contarlo. Y que me harнan una demostraciуn.

—їY?

—Me obligaron a acompaсarlos. Fuimos hacia Sцdertдlje. Atho me ordenу que me pusiera una capucha. En realidad, era una bolsa que sujetу con una cuerda sobre los ojos. Yo estaba aterrorizado.

—Asн que te fuiste con ellos con una bolsa en la cabeza. їQuй ocurriу despuйs?

—El coche se detuvo. No sabнa dуnde nos encontrбbamos.

—їCuбndo te pusieron la bolsa?

—Poco antes de Sцdertдlje.

—їY cuбnto tiempo tardasteis en llegar?

—Tal vez... unos treinta minutos. Me sacaron del coche. Era una especie de almacйn.

—їY luego quй sucediу?

—Harry y Atho me obligaron a entrar. Dentro habнa mucha luz. Lo primero que vi fue a un pobre tipo tumbado sobre el suelo de cemento. Estaba atado. Le habнan dado una paliza.

—їQuiйn era?

—Kenneth Gustafsson, pero de eso me enterй mбs tarde. Nunca me dijeron cуmo se llamaba.

—їY quй pasу?

—Allн habнa un hombre. El hombre mбs grande que he visto en mi vida. Era enorme. Todo mъsculos.

—їQuй aspecto tenнa?

—Era rubio. Parecнa el mismнsimo diablo.

—їY su nombre?

—Nunca me lo dijo.

—De acuerdo. Un gigante rubio. їQuiйn mбs habнa allн?

—Otro hombre. Tenнa cara de haber llevado muy mala vida. Rubio. Con coleta.

«Magge Lundin.»

—їAlguien mбs?

—No, sуlo Harry, Atho y yo.

—Continъa.

—El rubio, o sea, el gigante, me acercу una silla. No me dijo ni una palabra. El que hablaba allн era Atho. Me explicу que el tнo del suelo era un chivato. Querнa que yo supiera lo que les pasaba a los tipos que daban problemas.

Per-Еke Sandstrцm empezу a llorar desenfrenadamente.

—Venga, sigue —insistiу Salander.

—El rubio levantу al tipo del suelo y lo sentу en otra silla, frente a mн. Estбbamos a un metro el uno del otro. Lo mirй a los ojos. El gigante se colocу detrбs de йl, le puso las manos alrededor del cuello y lo... lo...

—їLo estrangulу? —preguntу Lisbeth, completando su frase.

—Sн... no... lo matу «estrujбndolo». Creo que le rompiу el cuello con las manos. Oн cуmo crujiу. Muriу ante mis ojos.

Per-Еke Sandstrцm se balanceу en la cuerda. Las lбgrimas brotaban sin cesar. Nunca se lo habнa contado a nadie. Lisbeth le concediу un minuto para que se calmara.

—їY luego?

—El otro hombre, el de la coleta, arrancу una moto-sierra y le cortу la cabeza y las manos. Cuando terminу, el gigante se me acercу y me puso las manos en el cuello. Intentй soltarme. Usй todas mis fuerzas, pero no conseguн moverlas ni un milнmetro. No apretу, sуlo las mantuvo allн un rato, que se me hizo eterno. Y mientras tanto, Atho cogiу su mуvil e hizo una llamada. Hablу en ruso. Despuйs, de pronto, dijo que Zala querнa hablar conmigo, y me colocу el telйfono en la oreja.

—їY quй te dijo Zala?

—Tan sуlo que esperaba de mн que hiciera el favor que Atho me habнa pedido. Me preguntу si todavнa querнa abandonar. Le prometн que irнa a Tallin y que traerнa el coche con las anfetaminas. їQuй otra cosa podнa hacer?

Lisbeth guardу silencio durante un buen rato. Pensativa, contemplу al periodista que ahora se hallaba ante ella colgado de una cuerda y sorbiйndose los mocos.

—Describe su voz.

—No... no sй. Sonaba completamente normal.

—їVoz grave, voz aguda?

—Grave. Normal. Бspera.

—їEn quй lengua hablasteis?

—En sueco.

—їTenнa acento?

—Sн... un poco. Pero hablaba sueco muy bien. Atho y йl hablaron en ruso.

—їTъ sabes ruso?

—Algo. Lo justo. No muy fluido.

—їQuй le dijo Atho?

—Tan sуlo que la demostraciуn habнa acabado. Nada mбs.

—їLe has contado esto a alguien?

—No.

—їNi a Dag Svensson?

—No... No.

—Dag Svensson fue a verte.

Sandstrцm asintiу con la cabeza.

—No he oнdo nada.

—Sн.

—їPor quй?

—Sabнa que yo tenнa... a las putas.

—їQuй te preguntу?

—Querнa saber...

—їSн?

—Zala. Preguntу sobre Zala. En su segunda visita.

—їSu segunda visita?

—Vino a verme dos semanas antes de morir. Esa fue la primera vez. Luego volviу dos dнas antes de que tъ... de que йl...

—їDe que yo le pegara un tiro?

—Eso es.

—їY te preguntу sobre Zala?

—Sн.

—їQuй le dijiste?

—Nada. No pude. Admitн que habнa hablado con йl por telйfono. Eso fue todo. No le contй lo del tipo rubio ni lo que hicieron con Gustafsson.

—De acuerdo. їY quй te preguntу exactamente Dag Svensson?

—Yo... йl sуlo querнa saber cosas sobre Zala. Nada mбs.

—їY no le contaste nada?

—Nada de valor. Es que yo no sй nada.

Lisbeth permaneciу callada un instante. Hay algo que estб evitando contar. Se mordiу el labio inferior pensativa. Ya lo tengo.

—їA quiйn le contaste lo de la visita de Dag Svensson?

Sandstrцm palideciу.

Lisbeth movнa la pistola elйctrica.

—Llamй a Harry Ranta.

—їCuбndo?

Sandstrцm tragу saliva.

—La misma noche que Dag Svensson me visitу por primera vez.

Lisbeth siguiу interrogбndole media hora mбs, pero, poco a poco, se fue dando cuenta de que ya sуlo repetнa lo mismo que le habнa contado y con algъn que otro detalle suelto. Al final, se levantу y puso la mano en la cuerda.

—Eres sin duda uno de los cerdos mбs miserables que he conocido en mi vida —le espetу Lisbeth Salander—. Lo que hiciste con Ines merece la pena capital. Pero te he prometido que vivirнas si contestabas a mis preguntas. Y yo siempre mantengo mis promesas.

Se agachу y deshizo el nudo. Per-Еke Sandstrцm se desplomу contra el suelo. Sintiу un alivio casi eufуrico. Desde abajo, la vio colocar un taburete sobre la mesa que habнa junto al sofб y, a continuaciуn, bajar la polea. Recogiу la cuerda e introdujo todo en una mochila. Se metiу en el cuarto de baсo, donde permaneciу diez minutos. Йl oyу el agua correr. Al regresar, ya se habнa quitado el maquillaje.

Su rostro estaba desnudo y limpio.

—Tendrбs que soltarte tъ mismo.

Dejу caer un cuchillo de cocina al suelo.

Durante un buen rato, la oyу hacer ruido en la entrada. Le dio la impresiуn de que se estaba cambiando de ropa. Luego, oyу abrirse y cerrarse la puerta. Hasta media hora mбs tarde no consiguiу cortar la cinta aislante. Cuando se sentу en el sofб del salуn, descubriу que ella se habнa llevado su Colt 1911 Government.

 

 

Lisbeth Salander no llegу a su casa de Mosebacke hasta las cinco de la maсana. Se quitу la peluca de Irene Nesser y se fue directamente a la cama sin encender su ordenador ni comprobar si Mikael Blomkvist habнa resuelto el enigma del informe policial desaparecido.

Se despertу a las nueve de la maсana y dedicу ese martes a recabar informaciуn sobre los hermanos Atho y Harry Ranta.

Atho Ranta contaba con un sуrdido palmares en el registro criminal. Era ciudadano finlandйs, de familia de origen estonio, y habнa llegado a Suecia en 1971. De 1972 a 1978 trabajу como carpintero de obra para Skеnska Cementgjuteriet. Fue despedido y condenado a siete meses de prisiуn, tras ser sorprendido in fraganti robando en una obra. Entre 1980 y 1982 trabajу en una empresa constructora considerablemente mбs pequeсa. Lo echaron por presentarse borracho en repetidas ocasiones. Durante el resto de los aсos ochenta, se ganу la vida como portero de discoteca, tйcnico de una empresa de mantenimiento de calderas, friegaplatos y conserje de un colegio. De todos esos empleos tambiйn lo despidieron por llegar borracho o por meterse en peleas. Excepto del puesto de conserje, que se vio obligado a abandonar al cabo de unos pocos meses, porque una profesora lo denunciу por acoso sexual y amenazas.

En 1987 fue condenado a pagar una multa y a un mes de cбrcel por robar un coche, conducir en estado de embriaguez y por receptaciуn. Al aсo siguiente, lo multaron por tenencia ilнcita de armas. En 1990 se le condenу por atentar contra la moral pъblica; sin embargo, en el registro criminal no se especificaba la naturaleza del delito. En 1991 lo procesaron por amenazas, pero resultу absuelto. Tambiйn en ese mismo aсo se le impuso una multa y una pena de prisiуn condicional por contrabando de alcohol. En 1992 estuvo encarcelado tres meses por maltratar a su novia, asн como por amenazas contra la hermana de йsta. Luego, se portу bien hasta 1997, aсo en el que fue condenado por receptaciуn y malos tratos graves. Eso le costу diez meses de cбrcel.

Su hermano menor, Harry Ranta, siguiу sus pasos y llegу a Suecia en 1982. Consiguiу un empleo en un almacйn en el que trabajу durante la dйcada de los ochenta. Los datos que existнan de йl en el registro criminal daban fe de tres condenas. La primera, de 1990, fue motivada por un fraude a una compaснa de seguros. A йsta le siguiу, en 1992, otra por malos tratos graves, receptaciуn, robo, robo grave y violaciуn. Dos aсos de prisiуn. Fue extraditado a Finlandia, pero regresу a Suecia en 1996, aсo en que lo condenaron de nuevo, pero esta vez tan sуlo a diez meses de cбrcel por malos tratos graves y violaciуn. Recurriу la sentencia y el Tribunal de Segunda Instancia se dejу convencer por los argumentos de la defensa y lo absolviу del cargo de violaciуn. Sн se mantuvo, no obstante, la sentencia por malos tratos, de modo que cumpliу seis meses de prisiуn. En 2000, Harry Ranta tue nuevamente denunciado por amenazas y violaciуn. Sin embargo, la denuncia se retirу y el caso quedу archivado.

Lisbeth rastreу sus direcciones y se enterу de que Atho Ranta vivнa en Norsborg, mientras que Harry Ranta tenнa su domicilio en Alby.

 

 

Paolo Roberto estaba de lo mбs frustrado cuando, por enйsima vez, marcу el nъmero de Miriam Wu y sуlo obtuvo el consabido mensaje de que el abonado no se encontraba disponible. Desde que Mikael le encomendara la tarea de encontrarla, habнa pasado por Lundagatan varias veces al dнa. La puerta de su casa permanecнa cerrada.

De reojo, mirу el reloj. Eran poco mбs de las ocho de la tarde del martes. «Joder, alguna vez tendrб que volver a casa.» Comprendнa por quй Miriam Wu se mantenнa oculta, pero lo peor de la avalancha mediбtica ya habнa pasado. Decidiу que —en vez de pasarse el dнa yendo y viniendo— lo mejor serнa instalarse delante de su puerta, por si aparecнa, aunque sуlo fuese para recoger ropa o por cualquier otro motivo. Llenу un termo con cafй y se preparу unos sбndwiches. Antes de abandonar su casa, se santiguу ante el crucifijo y la Virgen.

Aparcу el coche a unos treinta metros del portal de Lundagatan y echу el asiento hacia atrбs a fin de contar con mбs espacio para las piernas. Puso la radio a bajo volumen y pegу con celo una foto de Miriam Wu que habнa recortado de un periуdico. Estaba buenнsima. Contemplу pacientemente a las pocas personas que pasaron por allн. Miriam Wu no era ninguna de ellas.

La llamу cada diez minutos. Desistiу a eso de las nueve, cuando su mуvil empezу a emitir un pitido indicбndole que estaba a punto de quedarse sin baterнa.

 

 

Ese martes, Per-Еke Sandstrцm permaneciу en un estado que podrнa describirse como de apatнa. Habнa pasado la noche en el sofб del salуn, incapaz de irse a la cama e incapaz de controlar los sъbitos ataques de llanto que le asaltaron a intervalos regulares. Por la maсana bajу al Systembolaget de Solna Centrum, comprу una botella mediana de aguardiente Skеne, y luego regresу a su sofб, donde consumiу mбs o menos la mitad del contenido.

Hasta la noche no llegу a tomar conciencia de su estado. Fue entonces cuando se puso a pensar quй hacer. Ojalб no hubiese oнdo hablar nunca de los hermanos Atho y Harry Ranta ni de sus putas. No le entraba en la cabeza cуmo podнa haber sido tan idiota para dejarse engaсar e ir al piso de Norsborg, donde Atho amarrу a Ines Hammujдrvi —de diecisiete aсos y bajo los efectos de las drogas— con las piernas separadas y lo desafiу a ver quiйn tenнa mбs cojones. Se turnaron y йl ganу la apuesta. A lo largo de la noche, consiguiу llevar a cabo hazaсas sexuales de todo tipo.

En un momento dado, Ines Hammujдrvi volviу en sн y empezу a protestar. Entonces, Atho se pasу media hora dбndole una paliza y obligбndola a beber hasta que la apaciguу a su gusto. Despuйs, Atho invitу a Per-Еke a continuar con su actividad.

«Maldita puta.»

Joder, quй idiota fue.

No podнa esperar clemencia por parte de Millennium. Vivнan de ese tipo de escбndalos.

Esa loca de Salander le daba un miedo atroz. Por no hablar del monstruo rubio. No podнa acudir a la policнa.

No podнa arreglбrselas solo. Creer que los problemas iban a desaparecer por sн mismos era una ilusiуn.

Sуlo le quedaba una alternativa de la que poder esperar una pizca de simpatнa y, posiblemente, algъn tipo de soluciуn. Se dio cuenta de que suponнa agarrarse a un clavo ardiendo.

Pero era su ъnica alternativa.

Por la tarde, se armу de valor y llamу al mуvil de Harry Ranta. No obtuvo respuesta. Siguiу intentбndolo hasta que, a las diez de la noche, se rindiу. Despuйs de haber reflexionado un buen rato sobre el tema —y haberse envalentonado con el resto del aguardiente—, llamу a Atho Ranta. Se puso Silvia, su novia. Le dijo que los hermanos Ranta estaban en Tallin de vacaciones. No, Silvia no sabнa cуmo contactar con ellos. No, tampoco tenнa idea de cuбndo pensaban regresar. Se quedarнan en Estonia un tiempo indefinido.

Silvia dio la impresiуn de alegrarse.

Per-Еke Sandstrцm se dejу caer en el sofб del salуn. No sabнa muy bien si se sentнa abatido o aliviado por el hecho de que Atho Ranta no se hallara en casa y de que, por consiguiente, no tuviera que explicбrselo todo. Sin embargo, el mensaje que se leнa entre lнneas habнa quedado clarнsimo; los hermanos Ranta, por las razones que fueran, habнan llamado la atenciуn y habнan decidido tomarse unas vacaciones indefinidas. Algo que no contribuyу a calmar a Per-Еke Sandstrцm.



  

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