|
|||
Capнtulo 26 Miйrcoles, 6 de abrilCapнtulo 26 Miйrcoles, 6 de abril El inspector Jan Bublanski estaba de un pйsimo humor cuando, poco antes de las siete de la maсana, se reuniу con Sonja Modig en el aparcamiento de Sцdersjukhuset. Mikael Blomkvist le habнa despertado con su llamada. Al instante, comprendiу que algo grave habнa ocurrido durante la noche, de modo que llamу y sacу de la cama a Sonja Modig. Se encontraron con Blomkvist en la entrada y subieron juntos hasta la planta en la que se hallaba ingresado Paolo Roberto. A Bublanski le costу hacerse una composiciуn de lugar, pero tuvo que asimilar que Miriam Wu habнa sido secuestrada y que Paolo Roberto le habнa dado una paliza al secuestrador. Bueno, observando el rostro del ex boxeador profesional, no quedaba muy claro quiйn le habнa dado una paliza a quiйn. Por lo que a Bublanski respectaba, los acontecimientos de la noche habнan elevado la investigaciуn sobre Lisbeth Salander a un nuevo nivel de complicaciуn. Nada de este maldito caso parecнa normal. Sonja Modig hizo la primera pregunta relevante. їCуmo habнa entrado en escena Paolo Roberto? —Soy amigo de Lisbeth Salander. Bublanski y Modig se miraron escйpticos. —їY de quй la conoces? —Salander solнa hacer de sparring para mis entrenamientos. Bublanski clavу la vista en la pared que habнa detrбs de Paolo Roberto. A Sonja Modig se le escapу una repentina risita tonta fuera de lugar. Como era patente, nada en este caso parecнa ser normal, ni sencillo, ni exento de complicaciones. Unos instantes despuйs, ya habнa tomado nota de todos los datos relevantes. —Quiero destacar una serie de cuestiones —dijo Mikael Blomkvist tajantemente. Lo miraron. —Primera: la descripciуn del hombre que conducнa la furgoneta encaja con la que yo di de la persona que atacу a Lisbeth Salander en Lundagatan. Un tipo rubio y grande con coleta y tripa cervecera, їvale? Bublanski asintiу con la cabeza. —Segunda: el objetivo del secuestro era forzar a Miriam Wu a revelar dуnde se oculta Lisbeth Salander. Es decir, que esos dos rubios andan detrбs de Lisbeth Salander desde, por lo menos, una semana antes de los asesinatos, їestamos de acuerdo? Modig asintiу. —Tercera: si hay mбs actores en este drama, entonces Lisbeth Salander no es esa «loca solitaria» de la que hablan la policнa y los medios. Ni Bublanski ni Modig dijeron nada. —Serнa difнcil de defender que el tipo de la coleta forma parte de una banda de lesbianas satбnicas. Modig sonriу. —Cuarta y ъltima: sospecho que esta historia tiene algo que ver con una persona llamada Zala. Dag Svensson se centrу en йl las dos ъltimas semanas de su vida. Toda la informaciуn relevante estб en su ordenador. Logrу vincularle al asesinato de una prostituta llamada Irina Petrova. La autopsia revela que la chica fue objeto de malos tratos intensos. Tan graves que al menos tres de las lesiones resultaban, ya de por sн, mortales. El informe de la autopsia es poco claro respecto al objeto que se utilizу para matarla, pero los efectos se parecen mucho a los de las palizas de las que han sido vнctimas Miriam Wu y Paolo. El objeto no identificado podrнan ser las manos de un gigante rubio. —їY Bjurman? —preguntу Bublanski—. Que alguien tuviera razones para silenciar a Dag Svensson, vale, pero їquiйn tenнa motivos para asesinar al administrador de Lisbeth Salander? —No lo sй. Todavнa no han encajado todas las piezas del puzle; aun asн debe de existir una conexiуn entre Bjurman y Zala. Es lo mбs lуgico. їPor quй no valoramos otras perspectivas? Si Lisbeth Salander no es la asesina, significa que otra persona ha cometido los crнmenes. Y creo que estбn relacionadas con el comercio sexual. Salander preferirнa morir antes que verse implicada en una cosa asн. Ya os he dicho que es una maldita moralista. —En tal caso, їcuбl serнa su papel en todo esto? —No lo sй. їTestigo? їAntagonista? Tal vez se presentara en Enskede para advertir a Dag y a Mia de que sus vidas corrнan peligro. No os olvidйis de que es una investigadora excepcional.
Bublanski puso en marcha la maquinaria. Llamу a la policнa de Sцdertдlje, les facilitу la descripciуn de la ruta que Paolo Roberto le habнa dado y les pidiу que localizaran un almacйn abandonado al sureste del lago Yngern. Luego telefoneу al inspector Jerker Holmberg —vivнa en Flemingsberg y era a quien mбs cerca le pillaba Sцdertдlje— y le pidiу que se uniera, a la velocidad del rayo, a la policнa de la zona para ayudarles con la investigaciуn forense. Jerker Holmberg le contactу de nuevo una hora despuйs. Acababa de llegar al lugar. La policнa de Sцdertдlje habнa localizado sin dificultades el almacйn en cuestiуn. El edificio, al igual que otros dos colindantes, era pasto de las llamas, y los bomberos estaban en plena faena, terminando de extinguir el fuego. Los dos bidones de gasolina que hallaron cerca descartaban cualquier duda de que estaban ante un incendio provocado. Bublanski sintiу una frustraciуn rayana en la rabia. їQuй diablos estaba pasando? їQuiйn era ese gigante rubio? їQuiйn era realmente Lisbeth Salander? їY por quй parecнa imposible dar con ella? La situaciуn no mejorу en absoluto cuando el fiscal Richard Ekstrцm apareciу en escena en la reuniуn de las nueve. Bublanski dio cuenta de lo ocurrido durante la noche y propuso que se recondujera la investigaciуn, ya que habнan tenido lugar una serie de misteriosos acontecimientos que restaban solidez a la hipуtesis de trabajo en la que el equipo se habнa basado hasta ese momento. El relato de Paolo Roberto reforzу la credibilidad de la historia de Mikael Blomkvist sobre la agresiуn de Lisbeth Salander en Lundagatan. Por consiguiente, la suposiciуn de que los asesinatos eran el resultado de un acto de locura de una enferma mental perdнa fuerza. Eso no significaba que las sospechas imputadas a Lisbeth Salander pudieran eliminarse —antes habнa que dar una explicaciуn razonable a la presencia de sus huellas dactilares en el arma homicida—, pero les obligaba a considerar seriamente la posibilidad de un autor alternativo. En ese caso, sуlo existнa una hipуtesis factible. Los crнmenes estaban relacionados con las inminentes denuncias vinculadas con el comercio sexual que Dag Svensson pretendнa realizar. Bublanski definiу las tres prioridades mбs apremiantes. La tarea primordial del dнa consistнa en identificar a los secuestradores de Miriam Wu; el rubio corpulento y su cуmplice, el de la coleta. Este primero tenнa un aspecto tan particular que deberнa ser bastante sencillo dar con йl. Curt Svensson recordу, sereno, que Lisbeth Salander tambiйn presentaba un aspecto fнsico bastante caracterнstico y que la policнa, despuйs de casi tres semanas de pesquisas, seguнa ignorando su paradero. La segunda tarea consistнa en que desde la direcciуn del equipo de investigaciуn se debнa designar un grupo que centrara su actividad en la llamada «lista de puteros» que se hallaba en el ordenador de Dag Svensson. Lo cual conllevaba un problema de naturaleza logнstica. Si bien era cierto que el grupo investigador tenнa a su disposiciуn el ordenador de Dag Svensson de la redacciуn de Millennium, asн como los archivos comprimidos que contenнan la copia de seguridad del portбtil desaparecido, tambiйn se habнa de tener en cuenta que en esos discos se hallaba el material de una investigaciуn de aсos, literalmente miles de pбginas que tardarнan mucho tiempo en catalogar y leer. El grupo necesitaba refuerzos. Bublanski nombrу en el acto a Sonja Modig para dirigir los trabajos. El tercer cometido consistнa en centrarse en una persona desconocida llamada Zala. En ese aspecto, debнan recurrir a la ayuda del grupo especial de investigaciуn del crimen organizado, que, segъn les confirmaron, ya se habнa topado con ese nombre en repetidas ocasiones. Puso a Hans Faste al frente de esa lнnea de trabajo. Por ъltimo, Curt Svensson coordinarнa la continuaciуn de las pesquisas sobre el paradero de Lisbeth Salander. La presentaciуn de Bublanski durу seis minutos, pero desencadenу una disputa de una hora. Hans Faste no atendнa a razones; se opuso abiertamente a la forma en que Bublanski dirigнa la investigaciуn y no hizo ni el menor amago de ocultar su postura. Bublanski se sorprendiу; Faste nunca le habнa caнdo particularmente bien pero, aun asн, le consideraba un policнa competente. Hans Faste opinaba que, al margen de la reciente informaciуn suplementaria, debнan centrarse en Lisbeth Salander. Sostenнa que la cadena de indicios que seсalaba a Salander tenнa tanto peso que a esas alturas hasta resultaba absurdo empezar a considerar la posibilidad de que existieran otros culpables. —Todo eso no son mбs que chorradas. Tenemos un caso patolуgico con tendencia a la violencia que no ha hecho mбs que confirmar su locura a lo largo de su vida. їCrees de veras que todos los informes del psiquiбtrico y de los mйdicos forenses son una broma? Salander estб vinculada al lugar del crimen. Tenemos indicios de que hace de puta y pruebas de que posee una gran suma de dinero, no declarada, en su cuenta bancaria. —Soy consciente de todo eso. —Pertenece a una especie de secta sexual lйsbica. Y me juego el cuello a que esa bollera de Cilla Norйn sabe mбs de lo que pretende hacernos creer. Bublanski elevу la voz. —Faste, para ya con eso. Estбs completamente obsesionado con la perspectiva homosexual del caso. No es nada profesional por tu parte. Se arrepintiу de lo que le acababa de decir ante todo el grupo. Deberнa haberlo hablado en privado con йl. El fiscal Ekstrцm acallу las voces indignadas. Parecнa indeciso respecto a quй lнnea de investigaciуn seguir. Al final, dejу que imperara la propuesta de Bublanski; hacer caso omiso a su propuesta serнa sinуnimo de apartarlo de la direcciуn del equipo. —Se harб lo que dice Bublanski. Bublanski mirу de reojo a Sonny Bohman y a Niklas Eriksson, de Milton Security. —Tengo entendido que sуlo os quedan tres dнas, asн que debemos aprovechar al mбximo la situaciуn. Bohman, їpuedes ayudar a Curt Svensson a buscar a Lisbeth Salander? Eriksson, tъ sigues con Modig. Tras reflexionar un instante, Ekstrцm levantу la mano cuando todos estaban a punto de abandonar la sala. —Una cosa. Mбxima discreciуn con lo de Paolo Roberto, їeh? La prensa se pondrнa histйrica si apareciera otra cara famosa. Asн que, de puertas para fuera, ni una sola palabra.
Sonja Modig se acercу a Bublanski despuйs de la reuniуn. —He perdido los nervios con Faste. No ha sido muy oportuno ni correcto por mi parte —dijo Bublanski. —Tranquilo, quй me vas a contar a mн —sonriу ella y continuу—: Empecй con el ordenador de Svensson el lunes pasado. —Ya lo sй. їHasta dуnde has llegado? —Tenнa una docena de versiones del manuscrito y muchнsimo material de la investigaciуn; cuesta mucho discernir lo importante de lo accesorio. Sуlo abrir y ojear todos los documentos nos llevarб dнas. —їNiklas Eriksson? Sonja Modig dudу. Luego se dio media vuelta y cerrу la puerta del despacho de Bublanski. —Sinceramente, no quiero hablar mal de йl, pero no es de gran ayuda. Bublanski frunciу el ceсo. —Suйltalo. —No sй, no es un policнa de verdad como lo fue Bohman en su dнa. Dice muchas tonterнas, tiene mбs o menos la misma actitud que Hans Faste con Miriam Wu y no le interesa en absoluto la tarea. No sй quй le pasa, pero parece tener un problema con Lisbeth Salander. —їPor quй lo dices? —Me da la sensaciуn de que estб amargado, de que algo le corroe por dentro. —Lo siento. Bohman estб bien, aunque sigue sin gustarme que haya gente de fuera en el equipo. Sonja Modig asintiу con la cabeza. —Bueno, їy quй vamos a hacer? —Tendrбs que aguantarle lo que queda de semana. Armanskij nos ha dicho que, si no hay resultados, se retirarбn. Ponte a investigar y hazte a la idea de que te toca hacer todo el trabajo a ti solita.
Las indagaciones de Sonja Modig cesaron cuarenta y cinco minutos mбs tarde. La apartaron del equipo. De repente, el fiscal Ekstrцm la convocу a una reuniуn en su despacho, donde ya estaba Bublanski. Los dos hombres estaban rojos de rabia. El periodista freelance, Tony Scala, acababa de publicar la primicia de que Paolo Roberto habнa rescatado a la bollera BDSM Miriam Wu de un secuestrador. El texto contenнa varios detalles que sуlo se conocнan en el бmbito de la investigaciуn. Estaba formulado de tal manera que daba a entender que la policнa se estaba planteando la posibilidad de dictar auto de procesamiento contra Paolo Roberto por malos tratos graves. Ekstrцm ya habнa recibido varias llamadas de periodistas pidiendo informaciуn sobre el papel del boxeador en los sucesos. Se dejу dominar por la emociуn y los nervios cuando acusу a Sonja Modig de filtrar la historia. Modig declinу de inmediato toda responsabilidad, pero resultу estйril. Ekstrцm querнa que abandonara la investigaciуn. Bublanski estaba furioso y cerrу filas con Modig. —Sonja dice que no ha filtrado nada. Para mн, eso es mбs que suficiente. Es una locura echar a una investigadora con experiencia que ya conoce el caso. Ekstrцm replicу haciendo patente una abierta desconfianza hacia Modig. Enfurruсado y en silencio, acabу por sentarse a su mesa. Su decisiуn era inamovible. —Modig, no puedo demostrar que filtres informaciуn, pero no tengo ninguna confianza en ti. Quedas excluida del equipo de este caso desde este mismo instante. Cуgete el resto de la semana libre. El lunes te encomendarй otras tareas. Modig no tenнa elecciуn. Asintiу con la cabeza y se dirigiу hacia la puerta. Bublanski la detuvo. —Sonja, y que conste en acta, no creo en absoluto en esta acusaciуn y cuentas con mi total confianza. Pero no soy yo el que toma las decisiones. Pбsate por mi despacho antes de irte. Ella asintiу con la cabeza. Ekstrцm parecнa furioso. El color del rostro de Bublanski habнa adquirido un tono preocupante.
Sonja Modig volviу a su despacho, donde, antes de la interrupciуn, ella y Niklas Eriksson se encontraban trabajando con el ordenador de Dag Svensson. La dominaba la ira, estaba al borde de las lбgrimas. Eriksson la mirу de reojo y notу que algo iba mal, pero no dijo nada. Ella lo ignorу. Se sentу a su mesa y se quedу mirando fijamente al vacнo. Un tenso silencio se instalу en la habitaciуn. Al final, Eriksson se disculpу y anunciу que iba al baсo. Le preguntу a Modig si querнa que le trajera cafй. Ella negу con la cabeza. Cuando Eriksson saliу, Sonja se levantу y se puso la chaqueta. Cogiу su bolso y se dirigiу al despacho de Bublanski. Йl le seсalу la silla de visitas. —Sonja, no me voy a rendir en este asunto a menos que me echen a mн tambiйn. Me parece inaceptable y pienso defenderlo hasta sus ъltimas consecuencias. De momento permanecerбs en la investigaciуn, bajo mis уrdenes. їComprendido? Ella asintiу con la cabeza. —No te vas a marchar a casa ni te vas a tomar el resto de la semana libre, como ha dicho Ekstrцm. Te ordeno que vayas a la redacciуn de Millennium para hablar de nuevo con Mikael Blomkvist. Despuйs, le pides sin rodeos que te ayude con el disco duro de Dag Svensson. En Millennium tienen una copia. Nos podemos ahorrar un tiempo precioso si contamos con alguien que ya conozca el material y pueda ir eliminando las cosas superfluas. Sonja Modig respiraba un poco mejor. —No le he dicho nada a Niklas Eriksson. —Yo me ocupo de йl. Se unirб al grupo de Curt Svensson. їHas visto a Hans Faste? —No. Saliу nada mбs acabar la reuniуn. Bublanski suspirу.
Mikael Blomkvist volviу del Sцdersjukhuset a eso de las ocho de la maсana. Tenнa mucho sueсo atrasado y, esa misma tarde, debнa estar fresco para reunirse con Gunnar Bjцrck en Smеdalaro. Se desnudу, puso el despertador a las diez y media y disfrutу de mбs de dos horas de sueсo reparador. Se duchу, se afeitу y eligiу una camisa limpia. Acababa de pasar Gullmarsplan, cuando Sonja Modig lo llamу al mуvil para hablar con йl. Mikael le comentу que tenнa prisa y que no podнan encontrarse. Ella le explicу el motivo de su llamada y йl la remitiу a Erika Berger. Sonja Modig fue a la redacciуn de Millennium. Examinу a Erika Berger y constatу que le caнa bien esa mujer segura de sн misma, algo dominante, con hoyuelos y un corto flequillo rubio. Parecнa una versiуn algo mбs mayor de Laura Palmer de «Twin Peaks». Se preguntу, aunque estaba fuera de lugar, si Berger tambiйn serнa lesbiana ya que, segъn Faste, todas las mujeres de la investigaciуn parecнan tener esas preferencias sexuales, pero recordу que en alguna parte habнa leнdo que estaba casada con el artista Greger Backman. Erika escuchу sus peticiones en relaciуn al contenido del disco duro de Dag Svensson y puso cara de preocupaciуn. —Hay un problema —dijo Erika Berger. —Tъ dirбs —contestу Sonja Modig. —No se trata de que no queramos que se resuelvan los asesinatos o nos neguemos a prestar ayuda a la policнa. Os hemos entregado todo el material del ordenador de Dag Svensson. Es una cuestiуn йtica. Los medios de comunicaciуn y los policнas no funcionan muy bien juntos. —Eso ya me ha quedado mбs claro esta maсana, te lo aseguro —sonriу Sonja Modig. —їPor quй lo dices? —Por nada. Sуlo era una reflexiуn personal. —Ah, bueno. Para salvaguardar la credibilidad, los medios de comunicaciуn tienen que mantener una distancia manifiesta con las autoridades. Los periodistas que aparecen cada dos por tres en comisarнa y colaboran en las investigaciones oficiales acaban siendo los chicos de los recados de la policнa. —Sн, he conocido a unos cuantos —dijo Modig—. Pero, segъn tengo entendido, tambiйn se da lo contrario: hay policнas que se convierten en los chicos de los recados de cierto sector de la prensa. Erika Berger se riу. —Tienes razуn. Por desgracia, tengo que reconocer que en Millennium no podemos permitirnos ese tipo de periodismo a golpe de talonario. Asн de sencillo. Y en esta ocasiуn no se trata de que tъ quieras interrogar a alguno de los colaboradores de Millennium, algo a lo que nos prestamos sin rechistar, sino que estбs haciendo una peticiуn formal para que nosotros colaboremos de forma activa con la investigaciуn policial poniendo a vuestra disposiciуn nuestro material periodнstico. Sonja Modig asintiу con la cabeza. —Hay que tener en cuenta dos cosas. En primer lugar, estamos hablando del asesinato de uno de nuestros colaboradores. Desde ese punto de vista, por supuesto que ayudaremos en todo lo que estй en nuestra mano, faltarнa mбs. Pero el segundo aspecto es que hay cosas que no podemos compartir con la policнa. Me refiero a nuestras fuentes. —Puedo ser flexible, me comprometo a protegerlas. No tengo ningъn interйs en ellas. —No se trata de si tus intenciones son sinceras o no, ni de nuestra confianza en ti, sino de que nosotros jamбs revelamos una fuente, independientemente de las circunstancias. —De acuerdo. —A eso hay que aсadirle que nosotros estamos llevando nuestra propia investigaciуn, la cual debe ser considerada como un trabajo periodнstico. Proporcionaremos informaciуn de los resultados a la policнa cuando tengamos algo listo para publicar, pero no antes. Erika Berger arrugу la frente y reflexionу un instante. Al final moviу la cabeza, como dбndose la razуn. —Bueno, tambiйn tengo que seguir siendo capaz de mirarme al espejo por las maсanas. Vamos a hacerlo de la siguiente manera. Puedes trabajar con nuestra colaboradora Malin Eriksson. Ella conoce a la perfecciуn el material, serб la responsable de establecer el lнmite. Su misiуn serб guiarte por el libro de Dag Svensson, del que ya tenйis una copia. El objetivo es elaborar una lista de presuntos culpables.
Cuando cogiу el tren de cercanнas en Sцdra Station para ir a Sцdertдlje, Irene Nesser no sabнa nada de lo sucedido la noche anterior. Vestнa un tres cuartos de cuero negro, pantalones oscuros y un recatado jersey de punto rojo. Llevaba unas gafas colocadas a modo de diadema en la cabeza. Al llegar a Sцdertдlje, caminу hasta la parada para coger el autobъs que iba a Strдngnдs. Al subir pidiу un billete para Stallarholmen. Poco despuйs de las once, se bajу al sur de Stallarholmen. Estaba en una parada desde donde no habнa ningъn edificio a la vista. Visualizу el mapa en su cabeza. El lago Mдlaren quedaba unos cuantos kilуmetros al noreste. El campo estaba lleno de las tнpicas casas de vacaciones y unos cuantos chalйs habitados todo el aсo. La vivienda del abogado Bjurman estaba situada en una zona de casas de recreo a casi tres kilуmetros de la parada. Tomу un trago de agua de una botella de plбstico y echу a andar. Llegу unos cuarenta y cinco minutos despuйs. Primero dio un paseo por el lugar examinando el vecindario. La casa de la derecha estaba a mбs de ciento cincuenta metros y no habнa nadie. A la izquierda, habнa un barranco. Dejу atrбs dos casas de campo antes de llegar a una pequeсa urbanizaciуn donde advirtiу seсales de vida; una ventana abierta y una radio encendida. Pero se encontraba a unos trescientos metros de la casa de Bjurman, de modo que podrнa trabajar relativamente tranquila. Se habнa llevado las llaves que encontrу en el piso de Bjurman. No tuvo problemas para abrir la puerta. La primera medida que tomу consistiу en dejar abiertos los postigos de una ventana de la parte trasera de la casa, lo que le ofrecнa una salida alternativa en caso de que surgiera algъn percance en el porche. El problema potencial que visualizaba era que a algъn policнa se le ocurriera darse una vuelta por allн. La casa de campo de Bjurman era una construcciуn antigua, compuesta por un cuarto de estar relativamente grande, un dormitorio y una pequeсa cocina con agua corriente. Una rudimentaria letrina, sin instalaciуn de agua ni luz situada al fondo del jardнn, hacнa las veces de cuarto de baсo. Dedicу veinte minutos a registrar armarios, roperos y cуmodas. No encontrу ni un solo papel que pudiera tener algo que ver con Lisbeth Salander o con Zala. Por ъltimo, saliу al jardнn y examinу el retrete y una leсera. Allн no habнa nada de valor ni ninguna documentaciуn. El viaje habнa sido en vano. Se sentу en el porche, bebiу mбs agua y se comiу una manzana. Cuando fue a cerrar los postigos de la ventana, se detuvo en el vestнbulo y reparу en una escalera de aluminio de un metro de alto. Volviу a entrar en el cuarto de estar y examinу el techo revestido de madera. La trampilla que daba al desvбn, situada entre dos vigas, resultaba casi imperceptible. Cogiу la escalera y la abriу. Encontrу cinco carpetas de tamaсo A4.
El gigante rubio estaba preocupado. Todo se habнa ido al garete y las desgracias se sucedнan sin cesar. Sandstrцm habнa contactado con los hermanos Ranta. Estaba aterrorizado y les informу de que Dag Svensson preparaba un reportaje denunciбndoles no sуlo a ellos, sino tambiйn a йl y sus asuntos con las putas. Hasta ahн las cosas no representaban ningъn problema relevante. Que los medios de comunicaciуn pusieran en evidencia a Sandstrцm no era asunto suyo y los Ranta podнan desaparecer durante un tiempo. De hecho, los hermanos habнan cruzado el Bбltico a bordo del Baltic Star y ahora estaban de vacaciones. No parecнa probable que el escбndalo acabara en los tribunales, pero en caso de que ocurriera lo peor, no serнa la primera vez que pasaban por el trullo. Gajes del oficio. Pero Lisbeth Salander habнa conseguido escapar de Magge Lundin. Ya de por sн, resultaba incomprensible; comparada con йl, Salander era como una muсeca diminuta. Ademбs, su ъnica misiуn consistнa en meter a Salander en un coche y trasladarla al almacйn situado al sur de Nykvarn. Luego, Sandstrцm habнa recibido otra visita y, en aquella ocasiуn, Dag Svensson le preguntу por Zala. Eso hizo que las cosas adquirieran un cariz diferente. Entre el pбnico de Bjurman y las pesquisas de Dag Svensson, se habнa creado una situaciуn potencialmente peligrosa. Un gбnster aficionado es aquel que no estб preparado para asumir las consecuencias. Bjurman pertenecнa a esa categorнa. El gigante rubio le habнa desaconsejado a Zala que contactara con el abogado, pero a йste le resultaba irresistible el nombre de Lisbeth Salander. Odiaba a Salander. Era algo totalmente irracional. Reaccionу como si alguien hubiera apretado un botуn. Fue pura casualidad que el gigante rubio estuviera en casa de Bjurman la noche que llamу Dag Svensson, el mismo maldito periodista que ya le habнa creado problemas a Sandstrцm y a los hermanos Ranta. A raнz del intento fallido de secuestrar a Lisbeth Salander, el gigante habнa pasado a ver a Bjurman para tranquilizarlo o amenazarlo, segъn la necesidad. La llamada de Svensson desatу un pбnico violento en Bjurman; se empezу a comportar como un idiota y no atendнa a razones. De repente, querнa abandonar. Para acabar de colmar el vaso, Bjurman habнa ido a por su pistola de vaquero y le amenazу. Estupefacto, el gigante rubio se quedу mirбndole y luego le quitу el revуlver. Llevaba guantes, asн que, por lo que respectaba a las huellas dactilares, no habнa de quй preocuparse. En realidad, tras haber visto que Bjurman habнa perdido los papeles, no le quedaba alternativa. Bjurman sabнa de la existencia de Zala. Y eso era un lastre. No podнa explicar por quй habнa obligado a Bjurman a quitarse la ropa. Simplemente lo detestaba y quiso dejбrselo claro. Estuvo a punto de perder la concentraciуn cuando vio el tatuaje de su estуmago: «SOY UN SБDICO CERDO, UN HIJO DE PUTA Y UN VIOLADOR». Hubo un momento en el que Bjurman casi le dio pena. Era un completo idiota. Pero йl trabajaba en un negocio en el que ese tipo de sentimientos no tenнan cabida, ni se permitнa que se interpusieran en la actividad operativa. De modo que lo condujo al dormitorio, le obligу a arrodillarse y disparу usando un cojнn como silenciador. Dedicу cinco minutos a registrar el piso de Bjurman en busca de cualquier vнnculo con Zala. Lo ъnico que encontrу fue el nъmero de su propio mуvil. Por precauciуn, se llevу el telйfono de Bjurman. El siguiente problema se llamaba Dag Svensson. Cuando hallaran muerto a Bjurman, Svensson se pondrнa en contacto con la policнa y le contarнa que habнan matado al abogado unos pocos minutos despuйs de que йl lo llamara para preguntarle por Zala. No requerнa mucha imaginaciуn darse cuenta de que si eso sucedнa, Zala serнa objeto de numerosas y amplias especulaciones. El gigante rubio se consideraba a sн mismo listo, pero le tenнa un enorme respeto a la inteligencia estratйgica, mбs bien terrorнfica, de Zala. Llevaban mбs de doce aсos trabajando juntos. Habнa sido una dйcada fructнfera. El gigante rubio miraba a Zala con veneraciуn, como a un mentor. Podнa pasar horas y horas escuchбndole hablar de la condiciуn humana y sus debilidades, de cуmo se podнa sacar beneficio de ello. Pero, de repente, sus negocios estaban en la cuerda floja. Las cosas habнan empezado a ir mal. Desde la casa de Bjurman fue directamente a Enskede y aparcу el Volvo blanco a dos manzanas. Por suerte para йl, el portal no estaba cerrado. Subiу y llamу a una puerta en la que se leнa Svensson-Bergman. No le dio tiempo a registrar el apartamento ni a llevarse ningъn papel. Hizo dos disparos; en la casa tambiйn habнa una mujer. Despuйs, cogiу el ordenador portбtil de Dag Svensson, que estaba sobre la mesa del salуn, girу sobre sus talones y dejу el domicilio. Al salir a la calle, se metiу en el coche y abandonу Enskede. El ъnico error que cometiу fue que al sostener en equilibrio el ordenador cuando intentу sacar las llaves del coche mientras estaba bajando, el arma se le cayу por las escaleras. Se detuvo una dйcima de segundo, pero el revуlver habнa ido a parar a la escalera que conducнa al sуtano. Perderнa demasiado tiempo si iba a buscarlo. Era consciente de que tenнa un aspecto fнsico fбcil de recordar; lo que apremiaba era desaparecer del lugar antes de que nadie lo viera. Hasta que quedaron claras las implicaciones, la pйrdida del revуlver le costу mбs de una reprimenda por parte de Zala. Cuando la policнa iniciу la persecuciуn de Lisbeth Salander, no salнan de su asombro. La pйrdida del arma se habнa convertido en una casualidad increнblemente afortunada. Aunque, por desgracia, a su vez creу un problema nuevo. Salander era el ъnico eslabуn dйbil que quedaba. Conocнa a Bjurman y tambiйn a Zala. Era capaz de sumar dos mбs dos. Cuando Zala y йl hablaron del asunto estuvieron de acuerdo. Tenнan que encontrar a Salander y enterrarla en algъn sitio. Serнa perfecto que nunca la hallaran; al cabo de un tiempo, la investigaciуn de los asesinatos serнa archivada y empezarнa a acumular polvo. Habнan pensado en Miriam Wu para que los condujera hasta Salander. Y, de repente, las cosas se torcieron otra vez. «Paolo Roberto.» De entre todas las personas. Surgido de la nada. Y, segъn los periуdicos, encima era amigo de Lisbeth Salander. El gigante rubio estaba anonadado. Despuйs de lo de Nykvarn se habнa dirigido a Svavelsjц, a casa de Magge Lundin, situada a tan sуlo unos cuantos cientos de metros del cuartel general de Sva-velsjц MC. No era el mejor escondite, pero no contaba con muchas alternativas y debнa encontrar un sitio en el que permanecer oculto hasta que los hematomas de la cara empezaran a desaparecer y pudiera abandonar discretamente la provincia de Estocolmo. Se palpу la rota nariz y se pasу la mano por el chichуn que tenнa en la nuca. La hinchazуn habнa empezado a remitir. Habнa hecho bien en regresar y pegarle fuego a todo; no habнa que dejar ningъn rastro. De pronto, se quedу frнo como un tйmpano. Bjurman. Lo habнa visto en una sola ocasiуn, durante escasos minutos, en la casa de campo que йste tenнa a las afueras de Stallarholmen. Fue a principios de febrero, cuando Zala aceptу el encargo de ocuparse de Salander. Bjurman habнa estado hojeando una carpeta de Salander. їCуmo diablos se le habнa podido pasar? Esa carpeta lo podнa conducir hasta Zala. Bajу a la cocina y le ordenу a Magge Lundin que fuera urgentemente a Stallarholmen a provocar un nuevo incendio.
El inspector Bublanski dedicу la hora de la comida a intentar poner orden en esa investigaciуn que, a sus ojos, se le estaba yendo de las manos. Pasу un buen rato con Curt Svensson y Sonny Bohman coordinando la caza de Lisbeth Salander. Habнan llegado nuevos datos desde Gotemburgo y Norrkцping, entre otros sitios. Descartaron las de Gotemburgo casi en el acto, pero la informaciуn de Norrkцping prometнa. Se comunicу a los colegas de la zona y organizaron una discreta vigilancia en una direcciуn donde habнa sido vista una chica con un aspecto similar al de Salander. Intentу mantener una conversaciуn diplomбtica con Hans Faste, pero йste ni estaba en jefatura ni atendнa el mуvil. Tras la accidentada reuniуn matutina, Faste se habнa marchado echando chispas. Luego, en un intento de resolver el asunto de Sonja Modig, Bublanski se enfrentу al instructor del sumario Richard Ekstrцm. Dedicу un buen rato a exponer argumentos objetivos por los que consideraba que la decisiуn de desvincularla de la investigaciуn era descabellada. Ekstrцm se negу a escucharlo, y Bublanski optу por dejar pasar el fin de semana antes de plantear nuevamente ese estъpido asunto. La relaciуn entre el director de la investigaciуn y el instructor del sumario empezaba a ser insostenible. Pasadas las tres de la tarde, saliу al pasillo y vio a Niklas Eriksson abandonando el despacho de Sonja Modig, donde habнa seguido trabajando en el contenido del disco duro de Dag Svensson. Una absurda actividad ya que ningъn policнa de verdad estaba a su lado para ayudarle y supervisar lo que pudiera pasar por alto. Decidiу transferir a Niklas Eriksson al grupo de Curt Svensson lo que restaba de semana. Sin embargo, antes de que le diera tiempo a decir nada, Eriksson desapareciу pasillo abajo, en direcciуn al cuarto de baсo. Bublanski se frotу la nuca y se acercу hasta el despacho de Modig, donde esperу a que Eriksson regresara. A travйs de la puerta abierta contemplу la silla vacнa de Sonja Modig. Luego, la mirada del inspector recayу en el mуvil de Niklas Eriksson, que habнa olvidado en la estanterнa de detrбs de su silla. Bublanski dudу un segundo y echу un vistazo fugaz a la puerta del baсo, aъn cerrada. Acto seguido, presa de un impulso, entrу en el despacho, se metiу el mуvil de Eriksson en el bolsillo y, sin perder un instante, se dirigiу a su despacho. Cerrу la puerta y comprobу la lista de llamadas realizadas. A las 9.57, cinco minutos despuйs de la polйmica reuniуn, Niklas Eriksson habнa llamado a un nъmero que empezaba por 070. Bublanski levantу el auricular del telйfono fijo de su mesa y lo marcу. Al otro lado, respondiу el periodista Tony Scala. Colgу y se quedу mirando fijamente el mуvil de Eriksson. A continuaciуn, se levantу enfurecido. Apenas habнa dado dos pasos hacia la puerta, cuando sonу el telйfono de su mesa. Retrocediу y contestу la llamada con un grito. —Soy Jerker. Sigo en el almacйn. —Vale. —El fuego ya estб apagado. Llevamos dos horas examinando los alrededores. La policнa de Sцdertдlje ha traнdo un perro rastreador para olfatear la zona, por si habнa algъn cadбver entre los escombros. —Negativo. Pero hace un rato, paramos unos minutos para que el perro descansara el olfato. Su adiestrador dice que es necesario, porque en los incendios siempre hay olores muy intensos. —Al grano. —Fue a dar un paseo y soltу al perro en un sitio apartado. El chucho detectу un cadбver en el bosque, a unos setenta y cinco metros del almacйn. Hemos cavado el lugar y, hace diez minutos, hemos sacado una pierna humana con el zapato todavнa puesto. Parece que pertenece a un hombre. Los restos no estaban enterrados a mucha profundidad. —Joder, Jerker, tienes que... —Ya he asumido el mando y he interrumpido la excavaciуn. Quiero traer a los forenses y a especialistas de verdad antes de continuar. —Buen trabajo, Jerker. —Eso no es todo. Hace cinco minutos, el perro ha marcado otro lugar, a unos ochenta metros del primero.
Lisbeth Salander preparу cafй en la cocina de Bjurman, se comiу otra manzana y pasу dos horas leyendo, pбgina a pбgina, la documentaciуn que el abogado poseнa sobre ella. Estaba impresionada. Bjurman le habнa dedicado un esfuerzo ingente a la tarea; habнa sistematizado toda la informaciуn como si se tratara de un apasionante hobby. Habнa hallado material sobre su persona del que ni la propia Lisbeth tenнa constancia. Con sentimientos encontrados, leyу el diario de Holger Palmgren. Eran dos cuadernos negros. Habнa empezado a llevar un diario sobre Lisbeth cuando ella tenнa quince aсos y se escapу de su segunda familia de acogida, una pareja mayor de Sigtuna. Йl era sociуlogo y ella escritora de libros infantiles. Permaneciу con ellos doce dнas. A Lisbeth le dio la impresiуn de que se compadecнan de ella y se sentнan inmensamente orgullosos de poder contribuir a la sociedad. Parecнa que, a cambio, esperaban de ella una profunda gratitud. El colmo fue cuando su madre de acogida —mбs que temporal— se dio un exceso de importancia explayбndose ante una vecina sobre lo esencial que era que alguien se ocupara de los jуvenes con problemas. Cada vez que su madre de acogida la exhibнa ante sus amigas, Lisbeth querнa gritar: «ЎNo soy un puto proyecto social!». El duodйcimo dнa, robу cien coronas del bote para los gastos de la compra y cogiу el autobъs hasta Upplands-Vдsby. Desde allн, tomу un tren de cercanнas que la llevу hasta la estaciуn central. La policнa la encontrу seis semanas mбs tarde viviendo con un seсor de sesenta y siete aсos en Haninge. Ese tнo fue bastante legal. Le ofreciу alojamiento y comida. Ella no habнa tenido que hacer gran cosa a cambio: йl sуlo querнa mirarla desnuda. Nunca la tocу. Ella sabнa que, por definiciуn, debнa ser considerado pedуfilo, pero nunca se sintiу amenazada. Lo veнa como una persona introvertida y socialmente discapacitada. A posteriori, incluso llegу a experimentar una extraсa sensaciуn de parentesco al pensar en йl. Los dos vivнan completamente al margen de la sociedad. Al final, un vecino reparу en ella y avisу a la policнa. Un asistente social invirtiу grandes esfuerzos para convencerla de que denunciara al hombre por abusos sexuales. Ella se negу obstinadamente a reconocer que algo inadecuado hubiese tenido lugar y, en cualquier caso, ella tenнa quince aсos, la edad legal. Fuck you. Luego, Holger Palmgren intervino y la sacу de allн con acuse de recibo. Palmgren habнa empezado a escribir un diario sobre ella con algo que parecнa un frustrado intento de aclarar sus propias dudas. La primera entrada databa de diciembre de 1993. A medida que pasa el tiempo, me parece que L. es la criatura mбs ingobernable con la que he lidiado jamбs. Me pregunto si hago bien oponiйndome a que vuelvan a ingresarla en Sankt Stefan. Ha huido de dos familias de acogida en tres meses. Con esas fugas corre un riesgo de acabar mal. Pronto deberй decidir si renunciar al cometido y exigir que sea atendida por expertos de verdad. No sй lo que estб bien ni lo que estб mal. Hoy he hablado seriamente con ella. Lisbeth se acordaba de cada palabra pronunciada durante esa conversaciуn. Fue el dнa anterior a Nochebuena. Holger Palmgren se la llevу a su casa y la alojу en el cuarto de invitados. Habнa preparado espaguetis a la boloсesa. Despuйs de la cena, la sentу en el sofб del salуn, frente a йl. Ella se preguntу sin mucho interйs si Palmgren tambiйn la querrнa ver desnuda. En cambio, hablу con ella como si se dirigiera a un adulto. Fue un monуlogo de dos horas; ella apenas intervino. Le explicу la realidad de la vida, que en su caso consistнa en elegir entre volver a Sankt Stefan o vivir con una familia de acogida. Le prometiу que iba a intentar encontrarle una familia medianamente aceptable, y le exigiу que se conformara con su elecciуn. Lisbeth pasarнa la Navidad con йl para que tuviera tiempo de reflexionar sobre su futuro. La elecciуn era suya, pero йl querнa una clara respuesta y un compromiso por su parte, el dнa despuйs de Navidad, como muy tarde. Tendrнa que prometer que, si surgнan problemas, se dirigirнa a йl en vez de escapar. Luego la enviу a la cama y, al parecer, se sentу a redactar las primeras lнneas de su diario personal sobre Lisbeth Salander. La amenaza, la alternativa de ser llevada a Sankt Stefan despuйs de Navidad, la asustу mбs de lo que Floiger Palmgren podнa sospechar. Pasу las fiestas angustiada, vigilando con desconfianza cada movimiento de Palmgren. El dнa despuйs de Navidad seguнa sin haberla tocado y tampoco dio seсales de querer mirarla a hurtadillas. Todo lo contrario, se irritу in extremis cuando ella lo provocу paseбndose desnuda del cuarto de invitados al baсo. Йl cerrу la puerta dando un fuerte portazo. Finalmente, ella accediу y se comprometiу a cumplir sus exigencias. Y habнa mantenido su palabra. Bueno, mбs o menos. En su diario, Palmgren dejaba constancia de cada reuniуn que tenнa con ella. Unas veces con tres lнneas y otras llenando varias pбginas enteras con sus reflexiones. Al leer algunos pasajes, Lisbeth se quedу estupefacta. Palmgren era mбs perspicaz de lo que Lisbeth se imaginaba. En ocasiones, habнa anotado los pormenores de las tretas con las que ella intentaba engaсarle y cуmo йl anticipaba sus intenciones. A continuaciуn, abriу el informe de la investigaciуn policial de 1991. De repente, las piezas del puzle encajaron. Fue como si la tierra empezara a moverse bajo sus pies. Leyу el informe del mйdico forense, redactado por un tal Jesper H. Lцderman, donde un cierto doctor Peter Teleborian constituнa una de las referencias mбs importantes. Aсos mбs tarde, Lцderman serнa el as que el fiscal se sacу de la manga cuando intentу ingresar a Lisbeth en una instituciуn al cumplir los dieciocho aсos. Luego encontrу un sobre con la correspondencia de Peter Teleborian y Gunnar Bjцrck. Las cartas databan del aсo 1991, poco despuйs de que ocurriera Todo Lo Malo. En ellas no se decнa nada de forma explнcita, pero, de pronto, una trampilla se abriу bajo los pies de Lisbeth Salader. Le llevу unos minutos entender las implicaciones. Gunnar Bjцrck se referнa a lo que, sin duda, debiу de ser una conversaciуn. Estaba formulado de forma impecable, pero lo que Bjцrck venнa a decir era que lo mejor para todos serнa que Lisbeth Salander pasara el resto de su vida encerrada en un manicomio. Es de suma importancia que la criatura se distancie de su situaciуn actual. No estoy capacitado para evaluar su estado psнquico ni sus necesidades de tratamiento, no obstante, cuanto mбs tiempo se le pueda ofrecer asistencia institucional, menos riesgo habrб de que, involuntariamente, cree problemas en el caso que nos ocupa. «El caso que nos ocupa.» Lisbeth Salander saboreу un instante la expresiуn. Peter Teleborian era el responsable del tratamiento al que fue sometida en Sankt Stefan. No habнa sido una casualidad. Por el tono personal de la correspondencia, se dio cuenta de que se trataba de cartas destinadas a no ver nunca la luz. Peter Teleborian habнa conocido a Gunnar Bjцrck. Mientras reflexionaba, Lisbeth Salander se mordiу el labio inferior. Nunca habнa investigado el pasado de Teleborian, pero sabнa que йl empezу su carrera en medicina forense y que la Sдpo a veces tambiйn tenнa necesidad de consultar a mйdicos o psiquiatras forenses en sus casos. De repente, comprendiу que si se pusiera a indagar, encontrarнa un vнnculo. En algъn momento del inicio de su carrera profesional, su camino se habнa cruzado con el de Bjцrck. Cuando йste necesitу a alguien que pudiera enterrar en vida a Lisbeth Salander, se dirigiу a Teleborian. Fue asн como ocurriу. Lo que antes parecнa puro azar adquiriу de repente una dimensiуn diferente. Permaneciу quieta largo rato mirando al vacнo. No hay inocentes; sуlo distintos grados de responsabilidad. Y alguien era responsable de Lisbeth Salander. Definitivamente, se verнa obligada a realizar una visita a Smadalarц. Suponнa que nadie mбs en el corrupto aparato estatal de justicia querrнa tratar el tema con ella, de modo que, a falta de alguien mejor, tendrнa que conformarse con mantener una conversaciуn con Gunnar Bjцrck. Estaba ansiosa por hablar con йl. No hacнa falta que se llevara todas las carpetas consigo. Ya las habнa leнdo y quedarнan grabadas en su memoria para siempre. Cogiу los dos cuadernos de Holger Palmgren, el informe de la investigaciуn policial de 1991, el del examen psiquiбtrico forense de 1996, cuando fue declarada incapacitada, y la correspondencia de Peter Teleborian y Gunnar Bjцrck. Con eso, la mochila ya estaba llena. Cerrу la puerta. Aъn no habнa echado la llave, cuando oyу el ruido de unas motos acercбndose. Mirу a su alrededor. Ya era tarde para intentar esconderse. Sabнa que no tenнa la mбs mнnima oportunidad de escapar corriendo de dos moteros montados en sendas Harley-Davidson. Bajу del porche en actitud defensiva y fue a su encuentro hasta la mitad del patio.
Bublanski recorriу el pasillo hecho una furia y comprobу que Eriksson no habнa vuelto todavнa al despacho de Sonja Modig. El cuarto de baсo estaba vacнo. Continuу su recorrido y, de repente, lo descubriу en el despacho de Curt Svensson y Sonny Bohman, con un vaso de plбstico de la mбquina de cafй en la mano. Bublanski se dio media vuelta en la misma puerta, sin ser visto, y subiу la escalera que conducнa al despacho del fiscal Ekstrцm. Sin llamar, abriу la puerta de un tirуn e interrumpiу una conversaciуn telefуnica. —Ven —le espetу. —їQuй? —dijo Ekstrцm. —Cuelga y ven. El rostro de Bublanski no dejaba margen a no obedecer. En esa situaciуn, resultaba fбcil imaginar por quй los compaсeros le habнan apodado agente Burbuja. Su cara parecнa un globo de color rojo. Bajaron al despacho de Curt Svensson para unirse a la distendida reuniуn que estaba teniendo lugar allн en torno a un cafй. Bublanski se acercу a Eriksson, lo agarrу del pelo y lo girу hacia Ekstrцm. —ЎAy! їQuй coсo haces? їEstбs loco? —ЎBublanski! —gritу Ekstrцm horrorizado. Ekstrцm parecнa asustado. Curt Svensson y Sonny Bohman se quedaron boquiabiertos. —їEs tuyo? —preguntу Bublanski, levantando un Sony Ericsson. —ЎSuйltame! —їEs йste tu mуvil? —Sн, joder. Que me sueltes. —Ni hablar. Quedas detenido. —їQuй? —Estбs detenido por violar el secreto profesional y por haber obstaculizado una investigaciуn policial. O quizб quieras darnos una explicaciуn lуgica de por quй esta maсana, a las 09.57, segъn la lista de llamadas realizadas, telefoneaste a un periodista llamado Tony Scala inmediatamente despuйs de la reuniуn y poco antes de que йste publicara una informaciуn que acabбbamos de decidir que se mantuviera en secreto.
Magge Lundin no daba crйdito a lo que veнan sus ojos. Lisbeth Salander estaba en el patio de la casa de campo de Bjurman. Habнa estudiado el mapa y el gigante rubio le habнa hecho una detallada descripciуn de la ruta. Antes de ir a Stallarholmen para provocar un incendio, tal y como le habнan ordenado, se pasу por el club —esa imprenta abandonada de las afueras de Svavelsjц— y se llevу a Sonny Nieminen consigo. Hacнa buen tiempo, perfecto para sacar las motos por primera vez desde el invierno. Se enfundaron sus prendas de cuero y recorrieron sin prisa el trayecto que hay entre Svavelsjц y Stallarholmen. Y allн estaba Lisbeth Salander esperбndolos. Una bonificaciуn que dejarнa mudo al rubio cabrуn. Cada uno se le acercу por un lado y se detuvo a unos dos metros de distancia. Cuando apagaron los motores, se hizo el silencio en el bosque. Magge Lundin no sabнa muy bien quй decir. Al final, recuperу el habla. —ЎMira tъ por dуnde! Llevamos dнas buscбndote, їsabes, Salander? De repente sonriу. Lisbeth Salander contemplу a Lundin con los ojos carentes de expresiуn. Notу que la herida de la mandнbula —donde ella le habнa dado con el llavero— todavнa le estaba cicatrizando. La tenнa en carne viva. Levantу la vista y contemplу las copas de los бrboles que se hallaban por encima de su cabeza. Luego volviу a bajar la mirada. Tenнa los ojos de un inquietante negro azabache. —He tenido una semana asquerosa y estoy de un humor de perros. їY sabes quй es lo peor? Cada vez que me doy la vuelta me encuentro con algъn puto saco de mierda y grasa que se me pone chulo. Ahora pienso largarme de aquн. Quнtate de en medio. Magge Lundin se quedу boquiabierto. Al principio, pensу que no la habнa oнdo bien. Luego, involuntariamente, se echу a reнr. La situaciуn era para partirse de la risa. Una tнa raquнtica, que cabнa en el bolsillo de su chupa, les plantaba cara a dos tнos hechos y derechos cuyos chalecos daban fe de su pertenencia a Svavelsjц MC. Lo que significaba que eran los mбs malos de todos los malos y, ademбs, pronto serнan miembros de pleno derecho de los Angeles del Infierno. Podнan desmontarla y meterla en una caja de galletas. Y allн estaba ella, toda chula. Pero, aunque la tнa estuviese loca de atar —cosa que, sin duda, era el caso, segъn los periуdicos y lo que acababan de ver en ese patio—, sus chalecos deberнan infundirle respeto. Algo que ella no mostrу en absoluto Eso no se podнa tolerar, por muy tronchante que le resultara la situaciуn. Mirу de reojo a Sonny Nieminen. —Creo que la bollera necesita una buena polla —dijo para, acto seguido, bajarse de la moto. Con cautela dio dos pasos hacia Lisbeth Salander y la observу desde arriba. Ella ni se inmutу. Magge Lundin negу con la cabeza y suspirу tristemente. Luego, soltу un revйs con la misma potencia que Mikael Blomkvist tuvo ocasiуn de comprobar en el altercado de Lundagatan Golpeу al aire. En el mismo instante en el que la mano iba a impactar en su cara, ella dio un ъnico paso hacia atrбs y permaneciу quieta justo fuera del alcance de Lundin. Sonny Nieminen estaba apoyado sobre el manillar de su Harley mientras miraba entretenido a su compaсero. Lundin enrojeciу y avanzу rбpidamente hacia ella Lisbeth volviу a retroceder. Lundin aumentу la velocidad. De repente, Lisbeth se parу en seco y le vaciу la mitad del bote de gas lacrimуgeno en la cara. Sus ojos ardieron como el fuego. Lisbeth disparу la punta de una bota con toda su fuerza y, al llegar a la entrepierna, se transformу en energнa cinйtica, con una presiуn de aproximadamente ciento veinte kilopondios por centнmetro cuadrado. Magge Lundin, sin respiraciуn, cayу de rodillas y fue a parar a una altura mucho mбs cуmoda para Lisbeth Salander. Ella tomу impulso y le dio otra patada en la cara, como si hubiese efectuado un saque de esquina en un partido de fъtbol. Antes de que Magge Lundin se desplomarб en redondo como un saco de patatas, se oyу un horrible crujido. A Sonny Nieminen le llevу unos segundos darse cuenta de que acababa de pasar algo absurdo delante de sus ojos. No atinу al querer ponerle el pie a su Harley Davidson y tuvo que bajar la vista. Luego, optу por jugar sobre seguro y empezу a buscar la pistola que llevaba en un bolsillo interior de la chupa. Cuando se disponнa a abrir la cremallera, percibiу un movimiento por el rabillo del ojo. Al alzar la mirada, vio cуmo Lisbeth Salander se abalanzaba sobre йl como la bala de un caсуn. Ella saltу con los pies juntos y le dio con todas sus ganas en la cadera, lo que no resultaba suficiente para hacerle daсo, pero sн para volcarlos a йl y a su Harley. Йl consiguiу, por los pelos, que no quedara atrapada la pierna bajo la moto. Retrocediу tambaleбndose unos cuantos pasos antes de recuperar el equilibrio. Cuando ella volviу a entrar en su campo de visiуn, Sonny se percatу de que el brazo de Lisbeth se moviу y de que una piedra del tamaсo de un puсo surcaba el aire. La esquivу instintivamente, aunque pasу a muy pocos centнmetros de su cabeza. Por fin consiguiу sacar la pistola e intentу quitarle el seguro; sin embargo, cuando levantу la vista por tercera vez, Lisbeth Salander ya estaba junto a йl. Vio el mal en sus ojos y, por primera vez, sintiу, estupefacto, miedo. —Buenas noches —dijo Lisbeth Salander. Apretу la pistola elйctrica contra la entrepierna de Nieminen y le descargу setenta y cinco mil voltios, manteniendo el contacto de los electrodos con su cuerpo durante al menos veinte segundos. Sonny Nieminen se convirtiу en un apбtico vegetal. Lisbeth percibiу un ruido detrбs, se dio la vuelta y observу a Magge Lundin. Acababa de conseguir, con mucho esfuerzo, ponerse de rodillas y estaba a punto de levantarse. Lisbeth lo mirу con las cejas arqueadas; Lundin iba a tientas a travйs de la ardiente niebla del gas lacrimуgeno. —ЎTe voy a matar! —gritу de repente. Farfullaba y caminaba a ciegas intentando encontrar a Lisbeth Salander. Ella ladeу la cabeza y se quedу contemplбndole pensativa. Luego, volviу a vociferar. —ЎMaldita puta! Lisbeth Salander se agachу, recogiу la pistola de Sonny Nieminen y comprobу que se trataba de una P-83 Wanad polaca. Abriу el cargador y comprobу si el calibre de la municiуn era, como cabнa esperar, 9 milнmetros. Makarov. Acto seguido, alimentу el caсуn con una bala. Luego, pasу por encima de Sonny Nieminen y se acercу a Magge Lundin. Apuntу sosteniendo el arma con ambas manos y le disparу en el pie. Aullу al recibir el impacto y volviу a desplomarse. Lisbeth contemplу a Magge Lundin y se preguntу si deberнa tomarse la molestia de interrogarle sobre la identidad del gigante rubio con el que le habнa visto en Blombergs Kafй y que, segъn el periodista Per-Еke Sandstrцm, habнa matado, junto con Magge Lundin, a una persona en un almacйn. «Mmm. Quizб deberнa haberlo hecho antes de disparar.» Por una parte, Magge Lundin no parecнa estar en disposiciуn de mantener una conversaciуn inteligible; por otra, era posible que alguien hubiera oнdo el tiro. De modo que debнa abandonar la zona cuanto antes. Siempre podrнa localizar a Magge Lundin y hacerle esas preguntas en otra ocasiуn. Le puso el seguro al arma, se la metiу en el bolsillo de la cazadora y recogiу la mochila. No habнa recorrido ni diez metros de camino cuando se detuvo y se dio media vuelta. Regresу lentamente estudiando la moto de Magge Lundin. —ЎUna Harley-Davidson! —exclamу—. ЎQuй guay!
|
|||
|