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BIBLIOGRAFÍA 18 страница



Los filósofos partieron juntos una última vez. De nuevo sin hogar, el viaje debió de ser durísimo. Lo que les pasó después no está claro. Quedan algunos hechos dispersos. Ciertamente, parece que los filósofos volvieron al Imperio romano, pero no a Atenas. Es seguro que no abandonaron la filosofía. Nos han llegado retazos de sus escritos; un epigrama que casi sin duda es de Damascio, un tratado de otro filósofo titulado Soluciones a los asuntos que Cosroes, rey de los persas, estaba considerando.[679] Se los había exiliado, proscrito y empobrecido, pero no habían renunciado a la filosofía.

Y después, lentamente, con un susurro más que con un grito, los filósofos desaparecen. Sus escritos se extinguen. Los hombres, esparcidos por todo el imperio, mueren.

La filosofía a la que habían dedicado su vida también empieza a morir. Algunos aspectos de la filosofía antigua perviven, protegidos por algunos filósofos cristianos, pero nada es lo mismo. Las obras que deben mostrarse de acuerdo con una doctrina previamente ordenada por la Iglesia son teología, no filosofía. La filosofía libre había desaparecido. La gran destrucción de textos clásicos se fue acelerando. Los escritos de los griegos «han perecido y han sido eliminados»; eso fue lo que Juan Crisóstomo había dicho. En ese momento, no estaba del todo en lo cierto; pero el tiempo haría que su fanfarronada se fuera acercando a la verdad. Sin la defensa de los filósofos o las instituciones de carácter pagano y aborrecidos por muchos de los monjes que los copiaban, estos textos empiezan a desaparecer. Los monasterios comienzan a borrar las obras de Aristóteles, Cicerón, Séneca y Arquímedes. Las ideas «heréticas» —y brillantes— se convierten en polvo. Se raspan las páginas de Plinio. Se escribe encima de las líneas de Cicerón y de Séneca. Se vela a Arquímedes. Todas y cada una de las obras de Demócrito y su «herético» atomismo desaparecen.

Siglos más tarde, un viajero árabe visitaría una ciudad en el extremo de Europa y reflexionaría sobre lo que había sucedido en el Imperio romano. «Durante los primeros días del imperio de Rum —escribió, refiriéndose al Imperio romano y bizantino—, las ciencias se honraban y gozaban de respeto universal. A partir de unos fundamentos ya sólidos y grandiosos, se alcanzaron cimas más altas cada día, hasta que la religión cristiana hizo su aparición entre los rum; esto supuso un golpe fatal al edificio del aprendizaje; sus rastros desaparecieron y sus caminos se borraron.»[680]

Se produjo otra pérdida definitiva. Esta pérdida es aún menos recordada que las demás, pero a su modo, es casi tan importante. La memoria de que existió una oposición al cristianismo desapareció. La idea de que los filósofos pudieron haber luchado con vehemencia, con todo lo que tenían, contra el cristianismo fue, y aún es, ignorada. El recuerdo de que muchos se alarmaron por la expansión de esta religión violentamente intolerante desaparece del paisaje. La idea de que muchos no estaban entusiasmados sino disgustados por la visión de sus templos en llamas y demolidos se dejó —y se deja— de lado. La idea de que los intelectuales estaban consternados —y asustados— por la visión de los libros ardiendo en piras ha caído en el olvido.

El cristianismo contó a las generaciones posteriores que su victoria sobre el viejo mundo fue celebrada por todos, y las siguientes generaciones lo creyeron.

Las páginas de la historia se sumen en el silencio. Pero las piedras de Atenas ofrecen una pequeña coda a la historia de los siete filósofos. Está claro, según las pruebas arqueológicas, que la gran mansión en las laderas de la acrópolis se confiscó poco después de que los filósofos se marcharan. Está claro también que se entregó a un nuevo propietario cristiano. Quienquiera que fuera ese cristiano, no tenía un particular interés por el arte antiguo que había en la casa. La hermosa piscina se convirtió en un baptisterio. Las estatuas de arriba, evidentemente, se consideraron intolerables; las imágenes finamente torneadas de Zeus, Apolo y Pan se hicieron pedazos. Lo que queda ahora de las caras de los dioses son los restos de la mutilación; feos e incongruentes muñones sobre los cuerpos aún delicados. Las estatuas se arrojaron al pozo. El mosaico del suelo del comedor no corrió mejor suerte. El gran panel central, que había contenido una escena pagana, se retiró toscamente. El vulgar dibujo de una cruz, de mucha menor calidad, se colocó en su lugar.

La hermosa estatua de Atenea, la diosa de la sabiduría, sufrió tanto como lo había hecho la Atenea de Palmira. No solo se decapitó, sino que, como humillación final, se colocó bocabajo en un rincón del patio y se utilizó como escalón. En los años siguientes, su espalda se iría desgastando; la diosa de la sabiduría fue aplastada por generaciones de pies cristianos.[681]

El «triunfo» del cristianismo era completo.

Arco del Triunfo, antigua Palmira, siglo I-II d.C.

La antigua Palmira, un oasis situado en las arenas del desierto sirio, tomó su nombre de las palmeras plumosas que crecían a su alrededor. Su riqueza y su toque de glamour procedían en buena medida de las transparentes sedas con las que allí se comerciaba.

Estatua colosal de Atenea (Atenea-Alat, como era conocida en Palmira), siglo II d.C.

En el siglo IV esta estatua fue decapitada por los cristianos porque la consideraron un ídolo. Le arrancaron los brazos también. Esta foto muestra la estatua después de que los arqueólogos la reconstruyeran. En 2016 se hicieron públicas unas fotos que mostraban que la estatua, una vez más, había sido decapitada y mutilada, esta vez por Estado Islámico.

Triunfo de la religión cristiana, Tommaso Laureti, c.1585.

Un dios ha sido derribado de su pedestal y sustituido por la cruz triunfante de Cristo, y ahora yace roto en el suelo. A menudo, las bases de las estatuas grecorromanas destruidas se utilizaban, una vez retiradas estas, para sostener cruces cristianas.

«Las tentaciones de san Antonio», del Retablo de Isenheim, Matthias Grünewald, c. 1512-1516.

Se decía que los demonios podían aparecerse a los humanos en cualquier forma: como pensamientos malignos, como animales salvajes, como cadáveres o incluso como intrusivos burócratas. Según su biógrafo, a san Antonio le atacaron leones, lobos, serpientes, leopardos y osos, todos ellos de carácter demoníaco.

«Belial y los demonios», perteneciente al Proceso de Belial de J. de Therano, Antonius Ruttel de Parmenchingen, 1450.

De acuerdo con los primeros textos cristianos, la humanidad estaba bajo el perpetuo ataque de Satanás y sus temibles soldados, los demonios. Su objetivo era arrastrarnos a todos a la condenación.

Estela funeraria de Licinia Amias, Roma, principios del siglo III d.C.

Una de las primeras inscripciones cristianas. Sobre los símbolos del pez cristiano hay una dedicatoria a los DM, los Dis Manibus, los dioses romanos del submundo.

«Alegoría de los pecados capitales», Vincent de Beauvais, Speculum historiale, París, 1463.

Evagrio Póntico, un brillante monje que huyó al desierto egipcio, categorizó todos los pensamientos malignos en ocho categorías: el precedente de los siete pecados capitales. Los demonios, se decía, utilizaban los pensamientos malignos para incitar a la humanidad a pecar.

Busto de Epicuro, 341-270 a.C.

El filósofo griego Epicuro sostenía que el mundo y todo lo que había en él no lo había creado Dios sino la colisión y la combinación de átomos. Los epicúreos esperaban que esta idea liberara a la gente del miedo irracional a los poderes divinos. A san Agustín le disgustó la teoría por esa misma razón y celebró el hecho de que, en su época, esa filosofía se hubiera eliminado con éxito.

Busto de Lucrecio, 96?-55 a.C.

En su gran poema filosófico Sobre la naturaleza de las cosas, el poeta romano Lucrecio transformó las ideas de Epicuro en poesía, con éxito, según Virgilio. «Dichoso quien puede saber la razón de las cosas —escribió el poeta—, y todos los miedos y el destino implacable arroja bajo sus pies, y el estruendo de Aqueronte avaricioso.»

El emperador Constantino y el Concilio de Nicea, y la quema de los libros arrianos, manuscrito italiano, siglo IX d.C. En el siglo IV, el emperador Constantino anunció que las obras de Porfirio, un formidable crítico del cristianismo (o «ese enemigo de la piedad», como lo llamó Constantino), habían sido destruidas. Ni un solo libro de Porfirio ha llegado hasta la era moderna.

Fresco de La resurrección de Lázaro, catacumbas de la Via Latina, Roma, siglo IV d.C. En las primeras imágenes de Cristo, a veces este era retratado con una varita mágica en la mano. Los escépticos paganos decían que lo que los cristianos veían como milagros no era diferente de lo que ofrecían los charlatanes en los mercados egipcios, quienes «por unos pocos óbolos» realizaban trucos semejantes.

Triunfo de la fe. Mártires cristianos en la época de Nerón, 65 d.C., Eugene Romain Thirion (1839-1910).

Los historiadores creen ahora que el número real de cristianos asesinados en las persecuciones debió de ser de centenares, no de miles.

Cabeza colosal del Emperador Constantino I el Grande, Roma, siglo IV a.C.

De acuerdo con su biógrafo, Constantino se convirtió después de ver una cruz llameante en el cielo, aunque en otro periodo de su vida se dijo que a Constantino se le había aparecido el dios Apolo.

El emperador Teodosio I en el Concilio de Constantinopla, manuscrito en latín, Turquía, siglo IX.

Bajo el mandato del temible emperador Teodosio I, se emitieron numerosas y temibles leyes contra los paganos.

Templo de Artemisa en Éfeso, grabado, escuela inglesa, siglo XIX.

El templo de Artemisa (Diana en el mundo latino) en Éfeso fue una de las siete maravillas del mundo antiguo. Según los apócrifos Hechos de Juan, su final definitivo se produjo cuando el apóstol Juan entró en el templo y empezó a rezar. En ese momento, el altar se hizo pedazos y «la mitad del templo cayó de modo que el sacerdote resultó muerto por el golpe de la caída del [techo]».

Hestia, Dione y Afrodita y (debajo) un grupo de figuras que quedan en pie de la parte izquierda del frontón oriental del Partenón, Atenas.

Las figuras del gran frontón oriental casi sin duda fueron mutiladas por cristianos que creían que eran demoníacas. Faltan las figuras centrales del grupo: es probable que fueran arrancadas y después convertidas en escombros para construir una iglesia cristiana.

Busto de basanita verde de Germánico César, romano, Egipto.

La nariz de Germánico ha sido mutilada y se ha grabado una cruz en su frente, quizá en un intento de «bautizarlo» y, así, neutralizar a cualquier posible demonio que hubiera en su interior.

Santa Apolonia destruye un ídolo pagano, Giovanni d’Alemagna, c. 1442-1445.

La santa asciende con tranquilidad hacia el ídolo, martillo en mano. Las hagiografías halagaban con frecuencia la habilidad con que los santos hacían añicos los templos antiguos y las estatuas con siglos de historia.

Estatua de culto de Augusto divinizado, Éfeso, Turquía.

Augusto, tenido por divino por los romanos politeístas, sería considerado demoníaco por los cristianos. También él fue desfigurado y se le grabó una tosca cruz en la frente.

Teófilo de Alejandría en el Serapeo, papiro Golenischev.

En la ilustración de este manuscrito, el obispo Teófilo se alza, triunfante, sobre el que había sido ampliamente considerado el templo más hermoso del mundo, el de Serapis. Teófilo lo arrasó en el 392 d.C.

Capilla bizantina en un anfiteatro romano, Durrës, Albania.

Las leyes alentaban a los cristianos a usar los restos de los viejos templos para construir y reparar calzadas y puentes; las piedras bien cortadas no solo eran útiles, suponían además un insulto añadido a los viejos dioses. En todas partes, los cristianos utilizaron los restos de las infraestructuras romanas para construir iglesias.

Hipatia, Charles William Mitchell, 1885.

La gran matemática y filósofa Hipatia, inverosímilmente desnuda. Hipatia fue famosa por su castidad y vestía una austera túnica de filósofa. Cuando uno de sus pupilos se enamoró de ella, Hipatia le mostró su compresa para desalentarlo.

El Palimpsesto de Arquímedes, c. siglo X-XIII.

Copia del siglo X de una obra de Arquímedes titulada El método de los teoremas mecánicos. En ella, Arquímedes había aplicado ingeniosamente las leyes mecánicas, como la ley de la palanca, para encontrar el volumen y el área de formas geométricas. Dos mil años antes de Newton, se había acercado de manera asombrosa al cálculo derivado. A pesar de ello, en el siglo XIII esta obra se raspó para escribir sobre ella un libro de oraciones.

Debate teológico entre cristianos católicos y nestorianos, en acre, 1290 d.C.

En el 388 d.C. se dictaminó que discutir, o siquiera hablar, sobre asuntos religiosos en público era una «audacia maldita». Nestorio y sus enseñanzas fueron declarados heréticos.

Sátiro y Ménade, detalle de un mural (en fresco) de Pompeya, siglo I a.C.

Los observadores posteriores se escandalizaron por la libertad con la que los artistas romanos precristianos habían representado el sexo. «Los frescos lascivos y las esculturas lujuriosas —escribió un estadounidense en el siglo XIX—, como esas, que serían confiscadas por la policía en cualquier país moderno, llenaban los pasillos de los ciudadanos y los nobles romanos más virtuosos.»

Príapo, de la casa de los Vettii, c. 50-79 d.C.

El mundo moderno se escandalizó —o eso hizo ver— por la indecencia de muchas de las obras de arte que se descubrieron en Pompeya. Para mucha gente, el entierro de la ciudad en cenizas fue el merecido castigo para una gente impía.

Infierno, Escuela Portuguesa, siglo XVI.

Los primeros textos cristianos describían con detalles precisos los castigos que esperaban a los pecadores en el infierno. Según el Apocalipsis de Pedro, los blasfemos serían colgados de la lengua, los adúlteros por los testículos y las mujeres «que se adornaban para el adulterio» serían suspendidas del pelo sobre un cenagal hirviendo.

Pintura de Juan Crisóstomo, Iglesia Panagia Tis Asinou, Chipre.

El carismático Juan Crisóstomo, de lengua vehemente.

Mujeres romanas juegan con una pelota en uno de los llamados mosaicos de los bikinis en la villa romana del Casale, siglo IV d.C. La costumbre de bañarse continuó durante la era cristiana, pero los cristianos más extremistas miraban con suspicacia las casas de baños, que consideraban lugares inmorales y guaridas de los demonios. Las estatuas de Afrodita y de otros dioses, que muchas veces se erigían en ellos, fueron con frecuencia mutiladas y profanadas por los creyentes.

Simeón el Estilita sentado en su columna, siglo V o VI d.C.

Los creyentes superaban grandes pruebas por el amor de Dios. San Simeón pasó más de tres décadas sentado en una columna, hasta que sus pies y su vientre estallaron por la presión de estar permanentemente en la misma posición.

San Shenute, pintura al seco, iglesia del Monasterio Rojo, Egipto, c. siglo VII d.C.

Se decía que la cara de san Shenute estaba demacrada y que tenía los ojos hundidos a causa del ayuno constante. Shenute pegaba a quienes tenía a su cuidado, acosaba a quienes sospechaba que eran paganos y declaró que «no existe el delito para quienes verdaderamente tienen a Jesús».

Emperador Justiniano I, mosaico, San Vitale, Rávena, Italia, c. 547 d.C.

El emperador Justiniano estaba resuelto a «cerrar todos los caminos que llevan al error». Por ello, prohibió a los paganos dar clases, ordenó la ejecución de cualquiera que fuera sorprendido haciendo sacrificios a estatuas y obligó a cerrar la Academia de Atenas.


 BIBLIOGRAFÍA

LISTA DE ABREVIATURAS

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AGT: Juan Crisóstomo, Against the Games and Theatres

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AP: Apophthegmata Patrum, The Sayings of the Desert Fathers: the Alphabetical Collection

C. Just.: Codex Justinianus

C. Th.: Codex Theodosianus

CC: Orígenes, Contra Celsum

EH: Sozomeno, The Ecclesiastical History

HC: Eusebio, The History of the Church from Christ to Constantine

LC: Eusebio, Life of Constantine

OAP: Galeno, On Anatomical Procedures

ONT: Lucrecio, On the Nature of Things

PH: Damascio, Philosophical History

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