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Segunda parte 9 страница



Erika Berger levantу automбticamente la mirada y buscу al jefe de Noticias Anders Holm. No estaba en su sitio y no lo veнa por la redacciуn. Volviу a mirar quiйn lo mandaba y luego levantу el auricular y llamу a Peter Fleming, jefe tйcnico del SMP.

-—Hola. їA quiйn pertenece la direcciуn centralred® smpost.se?

—A nadie. Esa direcciуn no es del SMP.

—Pues acabo de recibir un correo con ese remite.

—Es falso. їTiene un virus?

—No. O al menos el programa antivirus no se ha activado.

—Vale. La direcciуn no existe. Pero es muy fбcil falsificar una direcciуn para que parezca autйntica. En la red hay pбginas web mediante las cuales puedes enviar ese tipo de correos.

—їEs posible rastrearlo?

—Resulta prбcticamente imposible, aunque la persona en cuestiуn sea tan tonta como para haberlo mandado desde su ordenador personal de casa. Como mucho se podrнa rastrear el nъmero IP hasta un servidor, pero si ha usado una cuenta de Hotmail, por ejemplo, no hay nada que hacer.

Erika le dio las gracias por la informaciуn. Reflexionу unos instantes. No era precisamente la primera vez que recibнa un correo amenazador o el mensaje de un chalado. El correo se referнa, como era obvio, a su nuevo trabajo como redactora jefe del SMP. Se preguntу si procederнa de algъn loco que hubiera leнdo algo sobre ella relacionado con la muerte de Morander o si el remitente se encontraba en el edificio.

Monica Figuerola reflexionу largo y tendido sobre lo que iba a hacer con lo de Evert Gullberg. Una de las ventajas que conllevaba trabajar en el Departamento de protecciуn constitucional era que le otorgaba amplios poderes para consultar prбcticamente cualquier investigaciуn policial de Suecia que pudiera estar relacionada con algъn delito racista o polнtico. Constatу que Alexander Zalachenko era inmigrante y que analizar la violencia dirigida contra personas nacidas en el extranjero, para comprobar si se trataba de delitos motivados por racismo o no, formaba parte de su cometido. Por lo tanto, tenнa legнtimo derecho a acceder a la investigaciуn sobre el asesinato de Zalachenko para determinar si Evert Gullberg estaba vinculado a una organizaciуn racista o si habнa expresado ideas racistas en relaciуn con el homicidio. Pidiу el informe de la investigaciуn y lo estudiу meticulosamente. Allн encontrу las cartas que en su dнa fueron enviadas al ministro de Justicia y se percatу de que, aparte de una serie de ataques personales de carбcter denigrante y obsesivo, tambiйn figuraban los tйrminos «follamoros» y «traidor de la patria».

Luego dieron las cinco. Monica Figuerola guardу todo el material en la caja fuerte de su despacho, quitу la taza de cafй de la mesa, apagу el ordenador y fichу al salir. Con paso decidido y rбpido, fue andando hasta un gimnasio de Sankt Eriksplan y dedicу la siguiente hora a hacer pesas en plan tranquilo.

Cuando hubo acabado, volviу caminando a su apartamento en Pontonjбrgatan, se duchу y se tomу una cena tardнa pero sana. Pensу por un instante en llamar a Daniel Mogren, que vivнa tres manzanas mбs abajo en la misma calle. Daniel era carpintero y culturista y durante tres aсos habнa sido, de vez en cuando, su compaсero de entrenamiento. Durante los ъltimos meses tambiйn se habнan enrollado en varias ocasiones.

Era cierto que el sexo resultaba casi tan satisfactorio como un duro entrenamiento en el gimnasio, pero a los treinta y tantos, o mбs bien cuarenta menos algo, Monica Figuerola habнa empezado a pensar si no deberнa, a pesar de todo, empezar a interesarse por un hombre y una situaciуn vital mбs permanentes. Tal vez incluso niсos. Aunque no con Daniel Mogren.

Tras un momento de reflexiуn llegу a la conclusiуn de que en realidad no tenнa ganas de ver a nadie. En su lugar se fue a la cama con un libro sobre la historia de la Antigьedad. Se durmiу poco antes de medianoche.


Capнtulo 13

Martes, 17 de mayo

 

Monica Figuerola se despertу a las seis y diez de la maсana del martes, saliу a correr una larga vuelta por Norr Malarstrand, se duchу y fichу la entrada en la jefatura de policнa a las ocho y diez. Dedicу la primera hora de la maсana a redactar un informe sobre las conclusiones a las que habнa llegado el dнa anterior.

A las nueve llegу Torsten Edklinth. Monica le dio veinte minutos para que despachara el posible correo de la maсana y luego se acercу a su despacho y llamу a la puerta. Esperу diez minutos mientras su jefe leнa el informe que ella acababa de redactar. Leyу las cuatro hojas, de principio a fin, dos veces. Al final alzу la vista y la mirу.

—El jefe administrativo —dijo pensativo. Ella asintiу.

—El tiene que haber dado su visto bueno a la comisiуn de servicios de Mбrtensson. Por lo tanto, ha de saber que Mбrtensson no estб en contraespionaje, donde, segъn el Departamento de protecciуn personal, se supone que debe encontrarse.

Torsten Edklinth se quitу las gafas, sacу un paсuelo de papel y las limpiу con toda meticulosidad. Reflexionу. Habнa visto en incontables ocasiones al jefe administrativo Albert Shenke en reuniones y jornadas organizadas por la casa, pero no podнa afirmar que lo conociera demasiado. Se trataba de una persona de estatura mбs bien baja, de pelo fino y rubio tirando a pelirrojo y con una cintura que, con el paso de los aсos, habнa dado bastante de sн. Sabнa que Shenke tenнa unos cincuenta y cinco aсos y que llevaba prestando sus servicios en la DGP/Seg desde hacнa, como poco, veinticinco; tal vez mбs. Durante la ъltima dйcada habнa ocupado el puesto de jefe administrativo, y antes trabajу como jefe administrativo adjunto y en otros cargos dentro de la administraciуn. Lo consideraba una persona callada que era capaz de actuar con mano dura si hacнa falta. Edklinth no tenнa ni idea de a quй se dedicaba Shenke en su tiempo libre, pero recordaba haberlo visto en alguna ocasiуn en el garaje de la jefatura de policнa vestido de sport y con unos palos de golf en el hombro. Asimismo, una vez, hacнa ya aсos y por pura casualidad, se topу con йl en la уpera.

—Hay una cosa que me ha llamado la atenciуn —dijo ella.

—їQuй?

—Evert Gullberg. Hizo el servicio militar en los aсos cuarenta, se convirtiу en asesor fiscal y luego desapareciу entre la niebla en los cincuenta.

-їSн?

—Cuando el otro dнa tratamos ese tema, hablamos de йl como si fuese un asesino contratado.

—Sй que suena rebuscado, pero...

—Lo que mбs me ha llamado la atenciуn ha sido que he encontrado tan poco sobre su pasado que me da la sensaciуn de que mбs bien parece algo fabricado. Durante los aсos cincuenta y sesenta, tanto IB como la Seg montaron empresas fuera de casa.

Torsten Edklinth hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

—Me estaba preguntando cuбndo te plantearнas esa posibilidad.

—Necesitarнa una autorizaciуn para acceder a los expedientes personales de los aсos cincuenta —dijo Monica Figuerola.

—No —respondiу Torsten Edklinth, negando con la cabeza—. No podemos entrar en el archivo sin permiso del jefe administrativo y no queremos llamar la atenciуn hasta que tengamos las espaldas bien cubiertas.

—їY cуmo piensas que debemos proceder?

—Mбrtensson —dijo Edklinth—. Averigua quй estб haciendo.

Lisbeth Salander estaba examinando la ventana de ventilaciуn de su habitaciуn, cerrada con llave, cuando oyу que se abrнa la puerta y entraba Anders Jonasson. Eran mбs de las diez de la noche del martes. El mйdico frustraba asн sus planes para huir del hospital.

Ella ya habнa medido los centнmetros que la ventana podнa abrirse, constatado que su cabeza podrнa pasar y que probablemente no tendrнa mayores problemas en introducir el resto del cuerpo. Habнa tres pisos hasta el suelo, pero, con la ayuda de unas sбbanas y el cable alargador de tres metros de largo que estaba enchufado a una lбmpara, ese problema quedarнa resuelto.

Habнa planificado mentalmente su huida paso a paso. El problema era la ropa. Tenнa unas bragas, el camisуn del hospital y un par de sandalias de goma que le habнan dejado. Contaba con doscientas coronas que Annika Giannini le habнa prestado para que pudiera pedir golosinas del quiosco del hospital. Serнa suficiente para hacerse con unos vaqueros baratos y una camiseta en la tienda del Ejйrcito de Salvaciуn, siempre y cuando pudiera dar con ella en Gotemburgo. El resto del dinero tenнa que alcanzar, como fuera, para llamar por telйfono a Plague. Luego ya verнa. Habнa previsto aterrizar en Gibraltar un par de dнas despuйs de escaparse y hacerse luego con una nueva identidad en alguna parte del mundo.

Anders Jonasson saludу con un movimiento de cabeza y se sentу en la silla destinada a las visitas. Ella se sentу en el borde de la cama.

—Hola, Lisbeth. Perdona que no te haya visitado durante los ъltimos dнas, pero he estado muy liado en urgencias y ademбs me han hecho mentor de un par de mйdicos jуvenes.

Ella asintiу. No se esperaba que el doctor Anders Jonasson le hiciera visitas particulares.

El sacу el historial de Lisbeth y estudiу con atenciуn la evoluciуn de la curva de la temperatura y la medicaciуn. Observу que tenнa una temperatura estable, de entre 37 y 37.2 grados, y que durante la ъltima semana no le habнan dado ninguna pastilla para el dolor de cabeza.

—Tu mйdica es la doctora Endrin, їno? їTe llevas bien con ella?

—Sн... Bien —dijo Lisbeth sin mayor entusiasmo.

—їMe dejas que te eche un vistazo?

Ella asintiу. Jonasson sacу una pequeсa linterna del bolsillo, se inclinу hacia delante e iluminу los ojos de Lisbeth para estudiar las contracciones y dilataciones de sus pupilas. Le pidiу que abriera la boca y le examinу la garganta. Luego, con mucho cuidado, le puso las manos alrededor del cuello y le moviу la cabeza de un lado a otro un par de veces.

—їTienes molestias en el cuello? —preguntу.

Ella negу con un gesto.

—їY quй tal el dolor de cabeza?

—Me viene de vez en cuando, pero se me pasa.

—El proceso de cicatrizaciуn sigue su curso. El dolor de cabeza te irб desapareciendo poco a poco.

Ella continuaba teniendo el pelo tan corto que no tuvo mбs que apartar un poco para palpar la cicatriz que se hallaba por encima de su oreja. Se estaba curando sin problemas, pero todavнa le quedaba una pequeсa costra.

—Has vuelto a rascarte la herida. Ni se te ocurra hacerlo de nuevo, їvale?

Ella dijo que sн con la cabeza. El cogiу su codo izquierdo y le alzу el brazo.

—їPuedes levantarlo tъ sola?

Lisbeth lo levantу.

—їTienes algъn dolor o alguna molestia en el hombro?

Ella negу con la cabeza. —їTe tira? —Un poco.

—Creo que debes entrenar los mъsculos del hombro un poquito mбs.

—No es fбcil cuando una estб encerrada. El sonriу.

—Eso no serб para siempre. їEstбs haciendo los ejercicios que te manda el fisioterapeuta? Ella volviу a asentir.

Sacу el estetoscopio y lo apretу un rato contra su muсeca para calentarlo. Luego se sentу en el borde de la cama, le desabrochу el camisуn, le auscultу el corazуn y le tomу el pulso. Le pidiу que se inclinara hacia delante y le colocу el estetoscopio en la espalda para auscultarle los pulmones.

—Tose.

Ella tosiу.

—Vale. Ya puedes abrocharte el camisуn. Desde un punto de vista mйdico estбs mбs o menos recuperada.

Ella asintiу. Esperaba que con eso йl se levantara y le prometiera que volverнa al cabo de unos dнas, pero se quedу sentado en la silla. Permaneciу en silencio un largo rato dando la impresiуn de estar pensando en algo. Lisbeth esperу pacientemente.

—їSabes por quй me hice mйdico? —preguntу de repente.

Ella negу con la cabeza.

—Vengo de una familia obrera. Siempre quise ser mйdico. Bueno, la verdad es que de joven pensaba ha­cerme psiquiatra. Era terriblemente intelectual.

Lisbeth lo mirу con una repentina atenciуn en cuanto mencionу la palabra «psiquiatra».

—Pero no estaba muy seguro de ser capaz de hacer una carrera asн. De modo que cuando salн del bachillerato me formй como soldador y trabajй de eso durante unos aсos.

Moviу la cabeza afirmativamente como para mostrar­le a Lisbeth que no le estaba mintiendo.

—Me pareciу buena idea tener algo a lo que recurrir si fracasaba en la carrera de Medicina. Y ser soldador tam­poco es tan diferente a ser mйdico. Se trata de reparar y unir piezas sueltas. Y ahora trabajo aquн en el Sahlgrenska y reparo a gente como tъ.

Ella frunciу el ceсo y se preguntу, llena de suspicacia, si no le estarнa tomando el pelo. Pero parecнa completa­mente serio.

—Lisbeth... me pregunto...

Permaneciу callado durante tanto tiempo que ella es­tuvo a punto de preguntarle lo que querнa. Pero se contuvo y esperу.

—Me pregunto si te enfadarнas conmigo si te hiciera una pregunta нntima y personal. Me gustarнa hacйrtela como persona. O sea, no como mйdico. No voy a apuntar tu respuesta y no voy a tratar el tema con nadie. Y no hace falta que me respondas si no quieres.

—їCuбl?

—Es una pregunta indiscreta y personal. Ella se topу con su mirada.

—Desde que te encerraron en el Sankt Stefan de Uppsala cuando tenнas doce aсos, te has negado a contestar cuando algъn psiquiatra ha intentado hablar contigo. їPor quй?

Los ojos de Lisbeth Salander se oscurecieron leve­mente. Contemplу a Anders Jonasson con una mirada desprovista de toda expresiуn. Permaneciу callada du­rante dos minutos.

—їPor quй quieres saberlo?

—Si te soy sincero, no lo sй a ciencia cierta. Creo que estoy intentando comprender algo.

La boca de Lisbeth Salander se frunciу ligeramente.

—No hablo con los loqueros porque nunca escuchan lo que les digo.

Anders Jonasson asintiу y, de buenas a primeras, se riу.

—Muy bien. Dime... їquй piensas de Peter Tele-borian ?

Anders Jonasson le soltу el nombre de manera tan inesperada que Lisbeth casi se sobresaltу. Sus ojos se es­trecharon considerablemente.

—Joder, esto quй es, їel juego de las veinte pregun­tas? їQuй andas buscando?

De repente su voz sonу como a papel de lija. Anders Jonasson se echу hacia delante y se aproximу tanto a ella que casi invadiу su territorio personal.

—Porque un... їcuбl es la palabra que has usado?... loquero llamado Peter Teleborian, no del todo descono­cido dentro del gremio, me ha presionado dos veces du­rante los ъltimos dнas para que le permita examinarte.

Lisbeth sintiу de golpe un frнo gйlido recorriйndole la espina dorsal.

—El tribunal de primera instancia va a designarlo para que te haga una evaluaciуn psiquiбtrica legal. -їY?

—No me cae nada bien ese Peter Teleborian. Le he negado el acceso. La ъltima vez se presentу en esta planta sin avisar e intentу engaсar a una enfermera para que le dejara pasar a tu habitaciуn.

Lisbeth apretу la boca.

—Su comportamiento resultaba un poco extraсo y su insistencia algo excesiva para ser normal. Por eso quiero conocer tu opiniуn sobre йl.

Esta vez le tocу a Anders Jonasson esperar paciente­mente la respuesta de Lisbeth Salander.

—Teleborian es un hijo de puta —acabу contestando ella.

—їEs algo personal entre vosotros? —Sн, se podrнa decir eso; sн.

—Tambiйn he mantenido una conversaciуn con un representante de las autoridades que, por decirlo de al­guna manera, desea que permita a Teleborian que te vea.

-їY?

—Le preguntй quй competencia mйdica tenнa como para evaluar tu estado y le pedн que se fuera al cuerno. Pero con palabras mбs diplomбticas, claro.

—Muy bien.

—Una ъltima pregunta: їpor quй me cuentas esto a mн?

—Bueno, porque me has preguntado.

—Ya, pero mira... soy mйdico y he estudiado psiquia­trнa. Asн que no entiendo por quй hablas conmigo. їDebo interpretarlo como una muestra de confianza?

Ella no contestу.

—Vale, lo interpretarй como un sн. Quiero que sepas que eres mi paciente. Eso significa que trabajo para ti y para nadie mбs.

Ella le observу, escйptica. El se quedу un rato mirбn­dola en silencio. Luego hablу en un tono mбs distendido.

—Desde un punto de vista estrictamente mйdico es­tбs casi recuperada. Necesitarбs un par de semanas mбs de rehabilitaciуn. Pero, por desgracia, estбs muy sana.

—їPor desgracia?

—Sн —le contestу, mostrбndole una alegre sonrisa—. Mбs de la cuenta.

—їQuй quieres decir?

—Lo que quiero decir es que ya no tengo razones le­gнtimas para mantenerte aquн aislada y que el fiscal pronto te trasladarб a Estocolmo y te aplicarб prisiуn preventiva hasta que se celebre el juicio, dentro de seis se­manas. No me sorprenderнa que la semana que viene lle­gara ya la peticiуn. Y eso significa que Peter Teleborian tendrб ocasiуn de examinarte.

Ella se quedу completamente quieta en la cama. An-ders Jonasson parecнa distraнdo y se inclinу hacia delante para colocarle bien la almohada. Hablу como si pensara en voz alta.

—No tienes ni dolor de cabeza ni la mбs mнnima fie­bre, asн que lo mбs probable es que la doctora Endrin te dй el alta.

De pronto se levantу.

—Gracias por hablar conmigo. Volverй a visitarte an­tes de que te vayas.

Ya habнa llegado a la puerta cuando ella abriу la boca y lo llamу:

—Doctor Jonasson.

Se volviу hacia ella.

—Gracias.

El asintiу antes de salir y cerrar la puerta con llave.

Lisbeth Salander permaneciу un buen rato con los ojos puestos en la puerta cerrada. Al final se echу hacia atrбs y fijу la mirada en el techo.

Fue entonces cuando descubriу que tenнa algo duro bajo la almohada. La levantу y descubriу, para su gran asombro, una pequeсa bolsa de tela que, sin lugar a du­das, no estaba antes allн. La abriу y se quedу atуnita al descubrir un ordenador de mano Palm Tungsten T3 y un cargador. Luego lo estudiу mбs detenidamente y apreciу una pequeсa raya en el borde superior. El corazуn le dio un vuelco. Es mi Palm. Pero cуmo... Perpleja, desplazу de nuevo la mirada hasta la puerta. Anders Jonasson era una caja de sorpresas. De repente, sintiу una gran excitaciуn. Encendiу el ordenador de inmediato y descubriу que estaba protegido por una contraseсa.

Frustrada, clavу la mirada en la pantalla, que centelleaba exigente y con impaciencia. Y cуmo diablos se supone que voy a... Luego mirу en la bolsa de tela y descubriу un papelito doblado en el fondo. Lo sacу sacudiendo la bolsa, lo abriу y leyу una lнnea escrita en una letra pulcra.

Tu eres la hacker. ЎAverigualo! Kalle B.

Lisbeth se riу por primera vez en varias semanas: Blomkvist le estaba pagando con la misma moneda. Reflexionу unos segundos. Luego cogiу el boli digital y escribiу la combinaciуn 9277, que se correspondнa en el teclado con las letras de WASP. Ese era el cуdigo que a Kalle Blomkvist de los Cojones no le quedу mбs remedio que deducir cuando entrу en su piso de Fiskargatan, en Mosebacke, e hizo saltar la alarma antirrobo.

No funcionу.

Lo intentу con 52553, que equivalнa a las letras de KALLE.

Tampoco funcionу. Como ese Kalle Blomkvist de los Cojones querнa, sin duda, que ella usara el ordenador, lo mбs probable es que hubiera elegido alguna contraseсa sencilla. Habнa firmado como Kalle, nombre que йl odiaba. Ella reflexionу un instante e hizo sus cabalas: tenнa que ser algo para pincharla. Luego marcу 63663, que componнan la palabra PIPPI.

El ordenador se puso en marcha sin el menor problema.

Le saliу un smiley en la pantalla con un bocadillo:

їHas visto? їA que no era tan difнcil? Te sugiero que hagas clic en «documentos guardados».

Enseguida encontrу el documento «Hola Sally» al principio de la lista. Ella lo abriу y lo leyу:

En primer lugar: esto es algo entre tъ y yo. Tu abogada, o sea, mi hermana Annika, no sabe que tienes acceso a este ordenador. Y asн debe seguir siendo.

Ignoro hasta quй punto estбs enterada de lo que estб sucediendo fuera de tu habitaciуn, pero, por raro que pueda resultar, hay (a pesar de tu carбcter) unas cuantas personas tontas de remate y llenas de lealtad que estбn trabajando para ti. Cuando todo esto haya pasado voy a fundar una asociaciуn, sin бnimo de lucro, a la que bautizarй como «Los Caballeros de la Mesa Chalada». Su ъnico objetivo serб organizar una cena anual durante la cual nos dedicaremos a hablar mal de ti. (No, no estбs invitada.)

Bueno, al grano. Annika anda en plena preparaciуn del juicio. Un problema en cuanto a ese tema es, por supuesto, que ella trabaja para ti e insiste en esas malditas chorradas de la integridad. Asн que ni siquiera a mн me cuenta nada de lo que hablбis, lo cual me supone un cierto handicap. Por suerte, acepta recibir informaciуn.

Tъ y yo tenemos que coordinarnos.

No uses mi correo electrуnico.

Puede que me haya vuelto paranoico, pero sospecho —y tengo mis buenas razones— que no soy la ъnica persona que lo estб leyendo. Si me quieres mandar algo, entra en el foro de Yahoo [La_ Mesa_Chalada]. Usuario: Pippi, y contraseсa: p9i2p7p7i. Mikael.

Lisbeth leyу dos veces la carta de Mikael y mirу desconcertada el ordenador de mano. Tras un perнodo de total celibato informбtico, acusaba una inmensa abstinencia cibernйtica. Se preguntу con quй dedo del pie habrнa estado pensando Kalle Blomkvist de los Cojones para meterle a escondidas un ordenador y no tener en cuenta que necesitaba su mуvil para poder conectarse a la red.

Se quedу pensando hasta que, de pronto, percibiу unos pasos en el pasillo. Apagу enseguida el ordenador y lo guardу debajo de la almohada. Cuando oyу la llave introducirse en la cerradura de la puerta se dio cuenta de que la bolsa de tela y el cargador continuaban sobre la mesilla. Alargу la mano y, de un tirуn, metiу la bolsa y el cargador debajo del edredуn y se subiу el lнo de cables hasta la entrepierna. Permaneciу sin moverse mirando al techo cuando la enfermera de noche entrу, la saludу amablemente y le preguntу cуmo se encontraba y si necesitaba algo.

Lisbeth le contestу que estaba bien y que querнa un paquete de cigarrillos. Su peticiуn fue rechazada de modo amable pero firme. Le dio un paquete de chicles de nicotina. Cuando la enfermera saliу por la puerta, Lisbeth divisу al vigilante jurado de Securitas apostado en una silla en el pasillo. Lisbeth esperу a que los pasos se hubieran alejado para volver a sacar el ordenador.

Lo encendiу e intentу conectarse a la red.

Casi sufre un shocl{ cuando, de repente, el ordenador de mano indicу que habнa encontrado una conexiуn y se conectу automбticamente. ЎConectada a la red! ЎImposible!

Saltу de la cama con tanta rapidez que un dolor le recorriу la cadera lesionada. Asombrada, escudriсу la habitaciуn. їCуmo? Muy despacio, dio una vuelta examinando cada бngulo y cada rincуn... No, allн no habнa ningъn mуvil. Aun asн, estaba conectada a la red. Luego se dibujу una torcida sonrisa en su cara. Era una conexiуn inalбmbrica realizada a travйs de un mуvil por medio de un Bluetooth que tenнa un alcance de diez a doce metros. Dirigiу la mirada hacia la rejilla situada cerca del techo.

Kalle Blomkvist de los Cojones le habнa puesto un telйfono allн mismo. Era la ъnica explicaciуn.

Pero їpor quй no le pasу tambiйn a escondidas el telйfono. .. ? Ah, claro. La baterнa.

El Palm sуlo hacнa falta cargarlo mбs o menos cada tres dнas. Un mуvil enchufado y por el que iba a navegar mucho por la red quemarнa la baterнa rбpidamente. Blomkvist, o mбs bien alguien al que habrнa contratado y que estaba allн fuera, debнa de estar cambiбndola con cierta frecuencia.

En cambio, naturalmente, le habнa pasado el cargador del Palm. Resultaba imprescindible. Pero era mбs fбcil esconder un objeto que dos. Puede que, a pesar de todo, no sea tan tonto.

Lisbeth empezу por buscar un sitio donde guardar el ordenador. Tenнa que encontrar un escondite. Habнa enchufes al lado de la puerta y en el panel de la pared de detrбs de la cama; de ahн salнa la corriente de la lбmpara de la mesilla y del reloj digital. Y entonces descubriу el hueco dejado por una radio que alguien habнa sacado de allн. Sonriу. Cabнan perfectamente tanto el cargador como el ordenador. Podrнa utilizar el enchufe de la mesilla de noche para cargar el ordenador durante el dнa.

Lisbeth Salander se sentнa feliz. El corazуn le palpitу con intensidad cuando, por primera vez en dos meses, encendiу su ordenador de mano y se metiу en Internet.

Navegar en un Palm con una pantalla pequeснsima y un boli digital no era lo mismo que navegar en un PowerBook con una pantalla de diecisiete pulgadas. Pero estoy conectada. Desde su cama de Sahlgrenska podнa llegar a todo el mundo.

Empezу entrando en una pбgina web personal que hacнa publicidad de fotografнas de bastante poco interйs realizadas por un desconocido y no muy competente fotуgrafo aficionado llamado Gilн Bates, de Jobsville, Pensilvania. En una ocasiуn, a Lisbeth se le ocurriу comprobarlo y constatу que la localidad de Jobsville no existнa. A pesar de eso, Bates habнa hecho mбs de doscientas fotografнas de la poblaciуn que habнa colgado en su pбgina en una galerнa de imбgenes en formato thumbnails. Bajу hasta la nъmero 167 e hizo clic en ella para ampliarla. La foto representaba la iglesia de Jobsville. Llevу el puntero hasta la punta de la aguja de la torre e hizo nuevamente clic. Apareciу al instante una ventana que le pidiу el nombre del usuario y la contraseсa. Sacу el boli digital y escribiу la palabra Remarcable en la casilla del usuario y A (8g)Cx#magnolia como contraseсa.

Le saliу una ventana con el texto [ERROR — You have the wrongpassword] y un botуn con [OK — Try again]. Lisbeth sabнa que si hacнa clic encima de [OK — Try again] y probaba con una nueva contraseсa, le volverнa a saltar, aсo tras aсo, la misma ventanilla hasta la eternidad, con independencia de cuбntas veces lo intentara. Asн que, en su lugar, hizo clic sobre la letra O de la palabra ERROR.

La pantalla se volviу negra. Luego se abriу una puerta animada y se asomу alguien parecido a Lara Croft. Surgiу un bocadillo con el texto [WHO GOES THERE?]

Hizo clic en йl y escribiу la palabra WASP. Recibiу casi en el acto la respuesta [PROVE IT-OR ELSE... ] mientras la Lara Croft animada le quitaba el seguro a una pistola. Lisbeth sabнa que no se trataba de una amenaza ficticia. Si escribнa mal la contraseсa tres veces seguidas, la pбgina se apagarнa y el nombre de WASP se borrarнa de la lista de miembros. Escribiу con mucho cuidado la contraseсa Monfyey Business.

La pantalla volviу a cambiar de forma una vez mбs y apareciу un fondo azul con el texto:

Welcome to Hacker Republic, citizen Wasp. It is 56 days since your last visit. There are 10 citizens online. Do you want to (a) Browse the Forum (b) Send a Message (c) Search the Archive (d) Tal\ (e) Getlaid?

Hizo clic sobre la casilla (d) [Talf(] y luego fue al [Who's online?] del menъ, donde le saliу una lista de los nombres Andy, Bambi, Dakota, Jabba, BuckRogers, Mandrake, Pred, Slip, Sisterjen, SixOfOne y Trinity.

—Hi gang—escribiу Wasp.

—Wasp. That really U? —escribiу SixOfOne de inmediato—. Loof^ who's home.

—їDуnde has estado metida? —preguntу Trinity.

—Plague nos dijo que te habнas metido en un lнo —escribiу Dakota.

Aunque Lisbeth no estaba segura, sospechaba que Dakota era una mujer. Los demбs ciudadanos online, incluido el que se hacнa llamar Sisterjen, eran chicos. La ъltima vez que se conectу, Hacfyer Republic contaba con un total de sesenta y dos ciudadanos, cuatro de los cuales eran chicas.

—Hola, Trinity —escribiу Lisbeth—. Hola a todos.

—їPor quй saludas sуlo a Trin? їEstбis tramando algo, o te pasa algo con nosotros? —escribiу Dakota.

—Estamos saliendo —escribiу Trinity—. Wasp sуlo se relaciona con gente inteligente.

Enseguida le llovieron abuse de cinco sitios.

De los sesenta y dos ciudadanos, Wasp sуlo habнa visto frente a frente a dos personas. Plague, que, por una vez, no estaba conectado, era uno. El otro era Trinity. Era inglйs y vivнa en Londres. Estuvo con йl unas cuantas horas cuando, dos aсos antes, les ayudу a ella y a Mikael Blomkvist a dar con Harriet Vanger pinchando un telйfono privado del elegante barrio de Saint Albans. Lisbeth moviу torpemente el boli digital deseando haber tenido un teclado.

—їSigues ahн? —preguntу Mandrake. Ella escribнa letra a letra. —Sorry. Sуlo tengo un Palm. Va lento. —їQuй le ha pasado a tu ordenador? —preguntу Pred.

—No le ha pasado nada. Es a mн a quien le estбn pasando cosas.

—Cuйntaselo a tu hermano mayor —escribiу Slip. —El Estado me tiene encerrada. —їQuй? їPor quй? —apareciу rбpidamente de tres chateadores.

Lisbeth resumiу su situaciуn en cinco lнneas, las cuales fueron recibidas con lo que parecнa ser un murmullo de preocupaciуn.

—їY cуmo estбs? —preguntу Trinity.

—Tengo un agujero en la cabeza.

—Pues no te noto nada raro, yo te veo igual —constatу Bambi.

—Wasp siempre ha tenido aire en el coco —dijo Sister Jen; comentario que fue seguido por una serie de invectivas peyorativas que hacнan referencia a las dotes intelectuales de Wasp. Lisbeth sonriу. La conversaciуn se retomу con la intervenciуn de Dakota.



  

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