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MILLENNIUM 3 13 страница



En el mejor de los casos, Zalachenko no era mбs que un testigo y, en el peor, un criminal implicado en una cadena de asesinatos. Erlander habнa tenido ocasiуn de someterlo a dos breves interrogatorios y en ninguno de ellos creyу, ni por un segundo, en la autoproclamaciуn de inocencia de Zalachenko.

Y el asesino de Zalachenko habнa manifestado su interйs por Lisbeth Salander o, al menos, por su abogada. Habнa intentado entrar en su habitaciуn.

Y luego intentу suicidarse pegбndose un tiro en la cabeza. Segъn los mйdicos, su estado era tan malo que lo mбs probable era que lo hubiese conseguido, aunque su cuerpo aъn no se habнa dado cuenta de que ya era hora de apagarse. Habнa razones para suponer que Evert Gullberg jamбs comparecerнa ante un juez.

A Marcus Erlander no le gustaba la situaciуn. Nada de nada. Pero no tenнa pruebas de que el disparo de Gullberg fuera una cosa distinta de lo que daba la impresiуn de ser. En cualquier caso decidiу jugar sobre seguro. Mirу a Annika Giannini.

—He decidido trasladar a Lisbeth Salander a otra habitaciуn. Hay una en el pequeсo pasillo que queda a la derecha de la recepciуn que, desde el punto de vista de la seguridad, es mucho mejor que йsta. Se ve desde la recepciуn y desde la habitaciуn de las enfermeras. Tendrб prohibidas todas las visitas salvo la tuya. Nadie podrб entrar sin permiso, excepto si se trata de mйdicos o enfermeras conocidos del hospital. Y yo me asegurarй de que estй vigilada las veinticuatro horas del dнa.

—їCrees que se encuentra en peligro?

—No hay nada que asн me lo indique. Pero en este caso no quiero correr riesgos.

Lisbeth Salander escuchaba atentamente la conversaciуn que mantenнa su abogada con su adversario policial. Le impresionу que Annika Giannini contestara de manera tan exacta, tan lъcida y con tanta profusiуn de detalies. Pero mбs impresionada aъn la habнa dejado lo frнa que la abogada habнa mantenido la cabeza en esa situaciуn de estrйs que acababan de vivir.

En otro orden de cosas, padecнa un descomunal dolor de cabeza desde que Annika la sacara de un tirуn de la cama y se la llevase al cuarto de baсo. Instintivamente deseaba tener la menor relaciуn posible con el personal. No le gustaba verse obligada a pedir ayuda o mostrar signos de debilidad. Pero el dolor de cabeza resultaba tan implacable que le costaba pensar con lucidez. Alargу la mano y llamу a una enfermera.

Annika Giannini habнa planificado la visita a Gotemburgo como el prуlogo de un trabajo de larga duraciуn. Habнa previsto conocer a Lisbeth Salander, enterarse de su verdadero estado y hacer un primer borrador de la estrategia que ella y Mikael Blomkvist habнan ideado para el futuro proceso judicial. En un principio pensу en regresar a Estocolmo esa misma tarde, pero los dramбticos acontecimientos de Sahlgrenska le impidieron mantener una conversaciуn con Lisbeth Salander. El estado de su dienta era bastante peor de lo que Annika habнa pensado cuando los mйdicos lo calificaron de estable. Tambiйn tenнa un intenso dolor de cabeza y una fiebre muy alta, lo que indujo a una mйdica llamada Helena Endrin a prescribirle un fuerte analgйsico, antibiуticos y descanso. De modo que, en cuanto su dienta fue trasladada a una nueva habitaciуn y un agente de policнa se apostу delante de la puerta, echaron de allн a la abogada.

Annika murmurу algo y mirу el reloj, que marcaba las cuatro y media. Dudу. Podнa volver a Estocolmo para, con toda probabilidad, tener que regresar a la maсana siguiente. O podнa pasar la noche en Gotemburgo y arriesgarse a que su dienta se encontrara demasiado enferma y no se hallara en condiciones de aguantar otra visita al dнa siguiente. No habнa reservado ninguna habitaciуn; a pesar de todo, ella era una abogada de bajo presupuesto que representaba a mujeres sin grandes recursos econуmicos, asн que solнa evitar cargar sus honorarios con caras facturas de hotel. Primero llamу a casa y luego a Lillian Josefsson, colega y miembro de la Red de mujeres y antigua compaсera de facultad. Llevaban dos aсos sin verse y charlaron un rato antes de que Annika le comentara el verdadero motivo de su llamada.

—Estoy en Gotemburgo —dijo Annika—. Habнa pensado volver a casa esta misma noche, pero han pasado unas cuantas cosas que me obligan a quedarme un dнa mбs. їPuedo aprovecharme de ti y pedirte que me acojas esta noche?

—ЎQuй bien! Sн, por favor, aprovйchate. Hace un siglo que no nos vemos.

—їTe supone mucha molestia?

—No, claro que no. Me he mudado. Ahora vivo en una bocacalle de Linnйgatan. Tengo un cuarto de invitados. Ademбs, podrнamos salir a tomar algo por ahн y reнrnos un poco.

—Si es que me quedan fuerzas —dijo Annika—. їA quй hora te va bien?

Quedaron en que Annika se pasarнa por su casa sobre las seis.

Annika cogiу el autobъs hasta Linnйgatan y pasу la siguiente hora en un restaurante griego. Estaba hambrienta, asн que pidiу una brocheta con ensalada. Se quedу meditando un largo rato sobre los acontecimientos de la jornada. A pesar de que el nivel de adrenalina ya le habнa bajado, se encontraba algo nerviosa, pero estaba satisfecha consigo misma: en los momentos de peligro habнa actuado sin dudar, con eficacia y manteniendo la calma. Habнa tomado las mejores decisiones sin ni siquiera ser consciente de ello. Resultaba reconfortante saber eso de sн misma.

Un momento despuйs, sacу su agenda Filofax del maletнn y la abriу por la parte de las notas. Leyу concentrada. Tenнa serias dudas sobre lo que le habнa explicado su hermano; en su momento le pareciу todo muy lуgico, pero en realidad el plan presentaba no pocas fisuras. Aunque ella no pensaba echarse atrбs.

A las seis pagу y se fue caminando hasta la vivienda de Lillian Josefsson, en Olivedalsgatan. Marcу el cуdigo de la puerta de entrada que su amiga le habнa dado. Entrу en el portal y al empezar a buscar el ascensor alguien la atacу. Apareciу como un relбmpago en medio de un cielo claro. Nada le hizo presagiar lo que le iba a pasar cuando fue directa y brutalmente lanzada contra la pared de ladrillo en la que acabу estampбndose la frente. Sintiу un fulminante dolor.

A continuaciуn oyу alejarse unos apresurados pasos y, acto seguido, cуmo se abrнa y se cerraba la puerta de la entrada. Se puso de pie, se palpу la frente y se descubriу sangre en la palma de la mano. їQuйcono... ? Desconcertada, mirу a su alrededor y luego saliу a la calle. Apenas si pudo percibir la espalda de una persona que doblaba la esquina de Sveaplan. Se quedу perpleja, completamente parada en medio de la calle durante mбs de un minuto.

Despuйs se dio cuenta de que su maletнn no estaba y de que se lo acababan de robar. Su mente tardу unos cuantos segundos en caer en la cuenta de lo que aquello significaba. No. La carpeta de Zalachenko. Recibiу un shocf{ que se apoderу de su cuerpo desde el estуmago y dio unos dubitativos pasos tras el fugitivo ladrуn. Se detuvo casi al instante. No merecнa la pena; йl ya estarнa muy lejos.

Se sentу lentamente en el bordillo de la acera.

Luego se puso en pie de un salto y comenzу a hurgarse el bolsillo de la americana. La agenda. Gracias a Dios. Antes de salir del restaurante la habнa metido allн en vez de hacerlo en el maletнn. Contenнa, punto por punto, la estrategia que iba a seguir en el caso Lisbeth Salander.

Volviу corriendo al portal y marcу el cуdigo de nuevo. Entrу, subiу corriendo por las escaleras hasta el cuarto piso y aporreу la puerta de Lillian Josefsson.

Eran ya casi las seis y media cuando Annika se sintiу lo bastante repuesta del susto como para llamar a Mikael Blomkvist. Tenнa un ojo morado y un corte en la ceja que no cesaba de sangrar. Lillian Josefsson se lo habнa limpiado con alcohol y le habнa puesto una tirita. No, Annika no querнa ir a un hospital. Sн, le gustarнa mucho tomar una taza de tй. Fue entonces cuando volviу a pensar de manera racional. Lo primero que hizo fue telefonear a su hermano.

Mikael Blomkvist todavнa se hallaba en la redacciуn de Millennium, junto a Henry Cortez y Malin Eriksson, recabando informaciуn sobre el asesino de Zalachenko. Con creciente estupefacciуn, escuchу lo que le acababa de ocurrir a Annika.

—їEstбs bien? —preguntу.

—Un ojo morado. Estarй bien cuando haya conseguido tranquilizarme. —їUn puto robo?

—Se llevaron mi maletнn con la carpeta de Zalachenko que me diste. Me he quedado sin ella.

—No te preocupes, te harй otra copia.

Se callу repentinamente y al instante sintiу que se le ponнa el vello de punta. Primero Zalachenko. Ahora Annika.

—Annika... luego te llamo.

Cerrу el iBook, lo introdujo en su bandolera y sin mediar palabra abandonу a toda pastilla la redacciуn. Fue corriendo hasta Bellmansgatan y subiу por las escaleras.

La puerta estaba cerrada con llave.

Nada mбs entrar en el piso, se percatу de que la carpeta azul que habнa dejado sobre la mesa de la cocina ya no se encontraba allн. No se molestу en intentar buscarla: sabнa perfectamente dуnde estaba cuando saliу de casa. Se dejу caer lentamente en una silla junto a la mesa de la cocina mientras los pensamientos no paraban de darle vueltas en la cabeza.

Alguien habнa entrado en su casa. Alguien estaba borrando las huellas de Zalachenko.

Tanto la suya como la copia de Annika habнan desaparecido.

Bublanski todavнa tenнa el informe.

їO no?

Mikael se levantу y se acercу al telйfono, pero al poner la mano en el auricular se detuvo. Alguien habнa estado en su casa. De repente, se quedу mirando el aparato con la mayor de las sospechas y, tras buscar en el bolsillo de la americana, sacу su mуvil. Se quedу parado con йl en la mano.

їLes resultarнa fбcil pincharlo?

Lo dejу junto al telйfono fijo y mirу a su alrededor. «Son profesionales.» їLes supondrнa mucho esfuerzo meter micrуfonos ocultos en una casa?

Volviу a sentarse en la mesa de la cocina. Mirу la bandolera de su iBook.

їTendrнan mucha dificultad en acceder a su correo electrуnico? Lisbeth Salander lo hacнa en cinco minutos.

Meditу un largo rato antes de volver al telйfono y llamar a su hermana a Gotemburgo. Tuvo mucho cuidado en emplear las palabras exactas.

—Hola... їCуmo estбs?

—Estoy bien, Micke.

—Cuйntame lo que pasу desde que llegaste al Sahlgrenska hasta que te robaron.

Tardу diez minutos en dar cumplida cuenta de su jornada. Mikael no comentу las implicaciones de lo que ella le contaba, pero fue insertando preguntas hasta que se quedу satisfecho. Mientras representaba el papel de hermano preocupado, su cerebro estaba en marcha en una dimensiуn completamente distinta reconstruyendo los puntos de referencia.

A las cuatro y media de la tarde Annika decidiу quedarse en Gotemburgo y llamу por el mуvil a una amiga que le dio una direcciуn y el cуdigo del portal. A las seis en punto el atracador ya la estaba esperando en la escalera.

El mуvil de su hermana estaba pinchado. Era la ъnica explicaciуn posible.

Lo cual, por consiguiente, significaba que йl tambiйn estaba siendo escuchado.

Suponer cualquier otra cosa habrнa sido estъpido.

—Pero se han llevado la carpeta de Zalachenko —repitiу Annika.

Mikael dudу un momento. Quien hubiera robado la carpeta ya sabнa que la habнan robado. Resultaba natural contбrselo a Annika Giannini por telйfono.

—Y tambiйn la mнa -—dijo.

—їQuй?

Le explicу que fue corriendo a casa y que, al entrar, la carpeta azul ya habнa desaparecido de la mesa de la cocina.

—Bueno... —dijo Mikael con voz sombrнa—. Es una verdadera catбstrofe. La carpeta de Zalachenko ya no estб. Era la parte de mбs peso de las pruebas.

—Micke... Lo siento.

—Yo tambiйn —dijo Mikael—. ЎMierda! Pero no es culpa tuya. Deberнa haber hecho pъblica la carpeta el mismo dнa en que la encontrй.

—їY quй vamos a hacer ahora?

—No lo sй. Es lo peor que nos podнa pasar. Esto da al traste con nuestro plan. Ahora ya no tenemos la mбs mнnima prueba ni contra Bjцrck ni contra Teleborian.

Hablaron durante dos minutos mбs antes de que Mikael terminara la conversaciуn.

—Quiero que maсana mismo regreses a Estocolmo —dijo.

—Sorry. Tengo que ver a Salander.

—Ve a verla por la maсana. Vente por la tarde. Tenemos que sentarnos y reflexionar sobre lo que vamos a hacer.

Nada mбs colgar, Mikael se quedу inmуvil sentado en el sofб y mirando al vacнo. Luego, una creciente sonrisa se fue dibujando en su rostro. Quien hubiera escuchado esa conversaciуn sabнa ahora que Millennium habнa perdido el informe de Gunnar Bjцrck de 1991 y la correspondencia mantenida entre Bjцrck y el loquero Peter Teleborian. Sabнa que Mikael y Annika estaban desesperados.

Si algo habнa aprendido Mikael al estudiar la noche anterior la historia de la policнa de seguridad, era que la desinformaciуn constituнa la base de todo espionaje. Y йl acababa de difundir una desinformaciуn que, a largo plazo, podrнa llegar a ser de incalculable valor.

Abriу el maletнn de su portбtil y sacу la copia que le habнa hecho a Dragan Armanskij pero que todavнa no habнa tenido tiempo de entregarle. Era el ъnico ejemplar que quedaba. No pensaba deshacerse de йl. Todo lo contrario: tenнa la intenciуn de hacer cinco copias de inmediato y distribuirlas adecuadamente para ponerlas a salvo.

Luego consultу su reloj y llamу a la redacciуn de Millennium. Malin Eriksson estaba todavнa allн, aunque a punto de cerrar.

—їPor quй te fuiste con tanta prisa?

—їPodrнas quedarte un ratito mбs, por favor? Ahora mismo voy para allб; hay un tema que quiero tratar contigo antes de que te vayas.

Llevaba unas cuantas semanas sin poner una lavadora. Todas sus camisas estaban en la cesta de la ropa sucia. Cogiу su maquinilla de afeitar y Lucha por el poder de la Sдpo, asн como el ъnico ejemplar que quedaba del informe de Bjцrck. Caminу hasta Dressman, donde comprу cuatro camisas, dos pantalones y diez calzoncillos que se llevу a la redacciуn. Se dio una ducha rбpida mientras Malin Eriksson esperaba y se preguntaba de quй iba todo aquello.

—Alguien ha entrado en mi casa y ha robado el informe de Zalachenko. Han atacado a Annika en Gotemburgo y le han robado su ejemplar. Tengo pruebas de que su telйfono estб pinchado, lo que tal vez quiera decir que el mнo, posiblemente el tuyo y quizб todos los telйfonos de Millennium estйn tambiйn pinchados. Y sospecho que si alguien se ha tomado la molestia de entrar en mi casa, serнa muy estъpido por su parte no aprovechar la ocasiуn y colocarme unos cuantos micrуfonos.

—Vaya —dijo Malin Eriksson con una tenue voz. Mirу de reojo su mуvil, que estaba en la mesa que tenнa ante ella.

—Tъ sigue trabajando como de costumbre. Utiliza el mуvil pero no reveles nada importante. Maсana pondremos al corriente a Henry Cortez.

—Vale. Se fue hace una hora. Dejу una pila de informes de comisiones estatales sobre tu mesa. Bueno, їy tъ quй haces aquн?...

—Pienso quedarme a dormir en Millennium esta noche. Si hoy han matado a Zalachenko, robado los informes y pinchado el telйfono de mi casa, el riesgo de que no hayan hecho mбs que ponerse en marcha y de que, simplemente, todavнa no hayan tenido tiempo de entrar en la redacciуn es bastante grande. Aquн ha habido gente todo el dнa. No quiero que la redacciуn se quede vacнa durante la noche.

—Crees que el asesinato de Zalachenko... Pero el asesino era un viejo caso psiquiбtrico de setenta y ocho aсos.

—No creo ni por un segundo en una casualidad asн. Alguien estб borrando las huellas de Zalachenko. Me importa una mierda quiйn fuera ese viejo y la cantidad de cartas locas que les haya podido escribir a los ministros. Era una especie de asesino a sueldo. Llegу allн con el objetivo de matar a Zalachenko... y tal vez a Lisbeth Salander.

—Pero se suicidу; o, al menos, lo intentу. їQuй sicario hace algo asн?

Mikael reflexionу un instante. Su mirada se cruzу con la de la redactora jefe.

—Una persona que tiene setenta y ocho aсos y que quizб no tenga nada que perder. Estб implicado en todo esto y cuando terminemos de investigar vamos a poder demostrarlo.

Malin Eriksson contemplу con atenciуn la cara de Mikael. Nunca lo habнa visto tan frнamente firme y decidido. De repente, un escalofrнo le recorriу el cuerpo. Mikael vio su reacciуn.

—Otra cosa: ahora ya no estamos metidos en una simple pelea con una pandilla de delincuentes, sino con una autoridad estatal. Esto va a ser duro.

Malin asintiу con la cabeza.

—Jamбs me habrнa imaginado que esto pudiera llegar tan lejos. Malin: si quieres abandonar, no tienes mбs que decнrmelo.

Ella dudу un momento. Se preguntу quй habrнa contestado Erika Berger. Luego negу con la cabeza con cierto aire de desafнo.


Segunda parte

Hacker Republic

Del ial 22 de mayo

 

Una ley irlandesa del aсo 697 prohibe que las mujeres sean militares, lo que da a entender que, antes de ese aсo, las mujeresfueron militares. Los pueblos que en distintos momentos de la historia han tenido mujeres soldado son, entre otros, los бrabes, los bereberes, los kurdos, los rajputas, los chinos, los filipinos, los maorнes, los papuas, los aborнgenes australianos y los micronesios, asн como los indios americanos.

Hay una rica flora de leyendas sobre las temibles guerreras de la Grecia antigua: historias que hablan de mujeres que, desde su mбs tierna infancia, fueron entrenadas en el arte de la guerra y el manejo de las armas, asн como adiestradas para soportar toda clase de sufrimientos fнsicos. Vivнan separadas de los hombres y se fueron a la guerra con sus propios regimientos. Los relatos contienen a menudo pasajes en los que se insinъa que vencieron a los hombres en el campo de batalla. Las amazonas son mencionadas en la literatura griega en obras como la litada de Homero, escrita mбs de setecientos aсos antes de Cristo.

Tambiйn fueron los griegos los que acuсaron el tйrmino amazona. La palabra significa literalmente «sin pecho» porque, con el objetivo de que a las mujeres les resultara mбs fбcil tensar el arco, les quitaban el pecho derecho. Aunque parece ser que dos de los mйdicos griegos mбs importantes de la historia, Hipуcrates y Galeno, estaban de acuerdo en que ese tipo de operaciуn aumentaba la capacidad de usar armas, resulta dudoso que, en efecto, se les practicara. La palabra encierra una duda lingьнstica implнcita, pues no queda del todo claro que el prefijo «a» de «amazona» signifique en realidad «sin»; incluso se ha llegado a sugerir que su verdadero significado sea el opuesto: que una amazona fuera una mujer con pechos particularmente grandes. Tampoco existe en ningъn museo ni un solo ejemplo de imagen, amuleto o estatua que represente a una mujer sin el pecho derecho, cosa que, en el caso de que la leyenda sobre la extirpaciуn del pecho hubiese sido cierta, deberнa haber sido un motivo mбs que frecuente de representaciуn artнstica.


Capнtulo 8

Domingo, 1 de mayo — Lunes, 2 de mayo

 

Erika Berger inspirу profundamente antes de abrir la puerta del ascensor y entrar en la redacciуn del Svenska Morgуn-Posten. Eran las diez y cuarto de la maсana. Iba impecable: unos pantalones negros, un jersey rojo y una americana oscura. Habнa amanecido un primer dнa de mayo esplйndido y, al atravesar la ciudad, advirtiу que los integrantes del movimiento obrero ya se estaban reuniendo, lo que la llevу a pensar que ya hacнa mбs de veinte aсos que ella no participaba en ninguna manifestaciуn.

Permaneciу un momento ante las puertas del ascensor, completamente sola y fuera de la vista de todo el mundo. El primer dнa en su nuevo trabajo. Desde su puesto, junto a la entrada, se divisaba una gran parte de la redacciуn, con el mostrador de noticias en el centro. Alzу un poco la mirada y vio las puertas de cristal del despacho del redactor jefe que, durante los prуximos aсos, serнa su lugar de trabajo.

No estaba del todo convencida de ser la persona mбs adecuada para dirigir esa amorfa organizaciуn que el Svenska Morgуn-Posten constituнa. Cambiar de Millennium —que tan sуlo contaba con cinco empleados— a un periуdico compuesto por ochenta periodistas y otras noventa personas mбs entre administrativos, personal tйcnico, maquetadores, fotуgrafos, vendedores de anuncios, distribuciуn y todo lo que se necesita para editar un periуdico, suponнa dar un paso de gigante. A eso habнa que aсadirle una editorial, una productora y una sociedad de gestiуn. En total, unas doscientas treinta personas.

Se preguntу por un breve instante si todo aquello no serнa un enorme error.

Luego la mayor de las dos recepcionistas, al percatarse de quiйn era la reciйn llegada a la redacciуn, saliу de detrбs del mostrador y le estrechу la mano.

—Seсora Berger. Bienvenida al SMP.

—Llбmame Erika. Hola.

—Beatrice. Bienvenida. Te acompaсarй al despacho del redactor jefe Morander... Bueno, del antiguo redactor jefe, quiero decir.

—Muy amable, pero ya lo estoy viendo en esa jaula de cristal —dijo Erika, sonriendo—. Creo que encontrarй el camino. De todos modos, muchas gracias por tu amabilidad.

Al cruzar la redacciуn a paso ligero advirtiу que el murmullo de la redacciуn se reducнa un poco. De repente sintiу que todas las miradas se concentraban en ella. Se detuvo ante el mostrador central de noticias y saludу con un movimiento de cabeza.

—Luego tendremos ocasiуn de saludarnos como es debido —dijo para continuar caminando y llamar al marco de la puerta de cristal.

El redactor jefe Hбkan Morander, que pronto dejarнa su cargo, tenнa cincuenta y nueve aсos, doce de los cuales los habнa pasado en ese cubo de cristal de la redacciуn del SMP. Al igual que Erika Berger, venнa de otro periуdico y, en su dнa, fue contratado a dedo; de modo que ya habнa dado ese mismo primer paseo que ella acababa de dar. Al alzar la vista la contemplу algo desconcertado, consultу su reloj y se levantу.

—Hola, Erika —saludу—. Creнa que empezabas el lunes.

—No podнa aguantar ni un dнa mбs en casa. Asн que aquн estoy.

Morander le estrechу la mano.

—Bienvenida. ЎQuй bien que alguien me releve, joder!

—їCуmo estбs? —preguntу Erika.

Se encogiу de hombros en el mismo momento en que Beatrice, la recepcionista, entraba con cafй y leche.

—Es como si ya funcionara a medio gas. La verdad es que prefiero no hablar de eso. Uno va por la vida sintiйndose joven e inmortal y luego, de repente, te dicen que te queda muy poco tiempo. Y si hay una cosa que tengo clara, es que no pienso malgastar lo que me quede en esta jaula de cristal.

Se frotу inconscientemente el pecho. Tenнa problemas cardiovasculares: la razуn de su repentina dimisiуn y de que Erika empezara varios meses antes de lo que en un principio se habнa previsto.

Erika se dio la vuelta y abarcу toda la redacciуn con la mirada. Estaba medio vacнa. Vio a un reportero y a un fotуgrafo de camino al ascensor dispuestos a cubrir —supuso ella— la manifestaciуn del uno de mayo.

—Si molesto o si estбs ocupado, dнmelo y me voy.

—Lo ъnico que tengo que hacer hoy es redactar un editorial de cuatro mil quinientos caracteres sobre las manifestaciones del uno de mayo. He escrito ya tantos que podrнa hacerlo hasta durmiendo. Si los socialistas quieren ir a la guerra con Dinamarca, yo tengo que explicar por quй se equivocan. Y si los socialistas quieren evitar la guerra con Dinamarca, yo tengo que explicar por quй se equivocan.

—їCon Dinamarca? —preguntу Erika.

—Bueno, es que una parte del mensaje del uno de mayo debe tratar sobre el conflicto de la integraciуn. Y ni que decir tiene que, digan lo que digan, los socialistas estбn muy equivocados.

De pronto, soltу una carcajada.

—Suena cнnico —dijo ella. —Bienvenida al SMP.

Erika no tenнa ninguna opiniуn formada de antemano sobre el redactor jefe Hбkan Morander. Para ella era un anуnimo y poderoso hombre que pertenecнa a la йlite de los redactores jefe. Cuando leнa sus editoriales, le resultaba aburrido, conservador y todo un experto a la hora de quejarse de los impuestos, el tнpico liberal apasionado defensor de la libertad de expresiуn, pero nunca habнa tenido ocasiуn de conocerlo en persona ni de hablar con йl.

—Habнame del trabajo —dijo ella.

—Yo me irй el ъltimo dнa de junio. Trabajaremos al alimуn durante dos meses. Descubrirбs cosas positivas y cosas negativas. Yo soy un cнnico, de manera que por regla general suelo ver tan sуlo lo negativo.

Se levantу y se puso a su lado, junto al cristal.

—Descubrirбs que ahн fuera te espera toda una serie de adversarios: jefes del turno de dнa y veteranos editores de textos que han creado sus propios y pequeсos imperios y que son dueсos de clubes de los que no puedes ser miembro. Intentarбn tantear cuбl es tu lнmite y colocar sus propios titulares y sus propios enfoques; vas a tener que actuar con mucha mano dura para hacerles frente.

Erika asintiу.

—Luego estбn los jefes del turno de noche, Billinger y Karlsson... son un capнtulo aparte. Se odian y, gracias a Dios, no hacen el mismo turno, pero se comportan como si fueran tanto los redactores jefe como los mбximos responsables del periуdico. Y tienes a Anders Holm, que es jefe de Noticias y con el que tendrбs bastante relaciуn. Seguro que os pelearйis unas cuantas veces. En realidad es йl quien hace el SMP todos los dнas. Contarбs con algunos reporteros que van de divos y otros que, para serte sincero, deberнan jubilarse.

—їNo hay ningъn colaborador bueno?

De repente Morander se riу.

—Pues sн. Pero ya decidirбs tъ misma con quiйn quieres llevarte bien. Ahн fuera hay unos cuantos reporteros que son muy pero que muy buenos.

—їY la direcciуn?

—El presidente de la junta directiva es Magnus Borgsjу. Fue йl quien te reclutу. Es una persona encantadora, a caballo entre la vieja escuela y un aire renovador, pero, sobre todo, es quien manda. Hay otros miembros de la junta, algunos de ellos pertenecientes a la familia propietaria, que, mбs que otra cosa, parece que sуlo estбn pasando el rato, y unos cuantos mбs que son miembros de varias juntas directivas y revolotean de un lado para otro y de reuniуn en reuniуn.

—Parece que no estбs muy contento con la junta.

—Es que hay una clara divisiуn: tъ publicas el periуdico, ellos se encargan de la economнa. No deben entrometerse en el contenido del periуdico, pero siempre surgen situaciones comprometidas. Para serte sincero, Erika, esto te resultarб muy duro.

—їPor quй?

—Desde los gloriosos dнas de los aсos sesenta, la tirada se ha visto reducida en casi ciento cincuenta mil ejemplares y el SMP empieza a acercarse a ese punto en el que no resulta rentable. Hemos reestructurado la empresa y hecho un recorte de mбs de ciento ochenta puestos de trabajo desde 1980. Hemos pasado al formato tabloide: algo que deberнamos haber hecho hace ya veinte aсos. El SMP sigue perteneciendo a los grandes periуdicos, pero no falta mucho para que empiecen a considerarnos un periуdico de segunda. Si es que no lo somos ya.

—Entonces, їpor quй me han contratado? —preguntу Erika.

—Porque la edad media de los que leen el SMP es de mбs de cincuenta aсos y la incorporaciуn de nuevos lectores de veinte aсos es prбcticamente nula. El SMP tiene que renovarse. Y la idea de la junta era la de fichar a la redactora jefe mбs insospechada que se pudiera imaginar. —їA una mujer?

—No sуlo a una mujer, sino a la mujer que acabу con el imperio Wennerstrцm, considerada la reina del periodismo de investigaciуn y con fama de ser mбs dura que ninguna otra. Resultaba irresistible. Si tъ no eres capaz de darle un nuevo aire al periуdico, nadie podrб hacerlo. El SMP no ha contratado tanto a Erika Berger como a su reputaciуn.

Eran poco mбs de las dos de la tarde cuando Mikael Blomkvist dejу el cafй Copacabana, situado junto al Kvartersbion de Hornstull. Se puso las gafas de sol y, al torcer por Bergsunds Strand para dirigirse al metro, descubriу casi inmediatamente un Volvo gris aparcado en la esquina. Pasу ante йl sin aminorar el paso y constatу que se trataba de la misma matrнcula y que el coche estaba vacнo.

Era la sйptima vez que lo veнa en los ъltimos cuatro dнas. No sabrнa decir si hacнa mucho tiempo que el vehнculo andaba rondando por allн, pues el hecho de que hubiese advertido su presencia habнa sido fruto de la mбs pura casualidad. La primera vez que reparу en йl fue el miйrcoles por la maсana, cuando, de camino a la redacciуn de Millennium, lo vio aparcado cerca de su domicilio de Bellmansgatan. Se fijу por casualidad en la matrнcula, que empezaba con las letras KAB, y reaccionу porque йse era el nombre de la empresa de Alexander Zalachenko: Karl Axel Bodin. Probablemente no habrнa reflexionado mбs sobre el tema si no hubiera sido porque, tan sуlo unas cuantas horas despuйs, vio ese mismo coche cuando comiу con Henry Cortez y Malin Eriksson en Medborgarplatsen. En esa ocasiуn el Volvo se hallaba aparcado en una calle perpendicular a la redacciуn de Millennium.

Se preguntу si no se estarнa convirtiendo en un paranoico, pero poco despuйs visitу a Holger Palmgren en la residencia de Ersta y el Volvo gris estaba en el aparcamiento reservado para las visitas. Demasiada casualidad. Mikael Blomkvist empezу a mantener la vigilancia a su alrededor. No se sorprendiу cuando, a la maсana siguiente, lo volviу a descubrir.



  

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