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MILLENNIUM 3 12 страница



Luego se levantу, se acercу a Zalachenko y, poniйndole la punta de la pistola en la sien, apretу el gatillo otras dos veces. Querнa asegurarse de que el viejo cabrуn estaba realmente muerto.

Lisbeth Salander se incorporу de golpe en cuanto sonу el primer disparo. Sintiу cуmo un intenso dolor le penetraba en el hombro. Al oнr los dos siguientes, intentу sacar las piernas de la cama.

Cuando se produjeron los tiros, Annika Giannini sуlo llevaba un par de minutos hablando con Lisbeth. Al principio se quedу paralizada intentando hacerse una idea de la procedencia del primer y agudo estallido. La reacciуn de Lisbeth Salander le hizo comprender que algo estaba pasando.

—ЎNo te muevas! —gritу Annika Giannini para, acto seguido y por puro instinto, poner su mano contra el pecho de su dienta y tumbarla con tanta fuerza que Lisbeth se quedу sin aliento.

Luego Annika atravesу a toda prisa la habitaciуn y se asomу al pasillo: dos enfermeras se acercaban corriendo a una habitaciуn que estaba dos puertas mбs abajo. La primera de las enfermeras se parу en seco en el umbral. Annika la oyу gritar «ЎNo, no lo hagas!» y luego la vio retroceder un paso y chocar con la otra enfermera.

—ЎVa armado! ЎCorre!

Annika se quedу mirбndolas mientras йstas abrнan una puerta y buscaban refugio en la habitaciуn contigua a la de Lisbeth Salander.

A continuaciуn, vio salir al pasillo al hombre delgado y canoso de la americana de pata de gallo. Llevaba una pistola en la mano. Annika lo identificу como el seсor con el que habнa subido en el ascensor hacнa tan sуlo unos pocos minutos.

Sus miradas se cruzaron. Йl parecнa desconcertado. La apuntу con el arma y dio un paso hacia delante. Ella escondiу la cabeza, cerrу la puerta de un portazo y mirу desesperadamente a su alrededor. Justo a su lado tenнa una alta mesita auxiliar; la cogiу, la acercу a la puerta con un solo movimiento y asegurу con ella la manivela.

Advirtiу unos movimientos, volviу la cabeza y vio que Lisbeth Salander estaba de nuevo a punto de salir de la cama. Cruzу la habitaciуn dando unos pasos rбpidos, puso los brazos alrededor de su dienta y la levantу. De un tirуn le arrancу los electrodos y la goma del suero, la llevу en brazos hasta el cuarto de baсo y la sentу en la taza del vбter. Dio media vuelta y cerrу la puerta. Luego se sacу el mуvil del bolsillo y llamу al 112.

Evert Gullberg se acercу a la habitaciуn de Lisbeth Salander e intentу bajar la manivela. Se hallaba bloqueada con algo. No pudo moverla ni un milнmetro.

Indeciso, permaneciу un instante ante la puerta. Sabнa que Annika Giannini se encontraba dentro y se preguntу si llevarнa en su bolso una copia del informe de Bjцrck. No podнa entrar en la habitaciуn y no contaba con la suficiente energнa para forzar la puerta.

Y, ademбs, eso no formaba parte del plan: de Giannini se iba a encargar Clinton. El trabajo de Gullberg era sуlo Zalachenko.

Gullberg recorriу el pasillo con la mirada y se percatу de que en torno a una veintena de personas —entre enfermeras, pacientes y visitas— habнan asomado sus cabezas y lo estaban observando. Levantу la pistola y le pegу un tiro a un cuadro que colgaba de la pared que habнa al final del pasillo. Su pъblico desapareciу como por arte de magia.

Le echу un ъltimo vistazo a la puerta cerrada y, con paso decidido, regresу a la habitaciуn de Zalachenko y cerrу la puerta. Se sentу en una silla y se puso a contemplar al desertor ruso que, durante tantos aсos, habнa estado tan нntimamente ligado a su propia vida.

Se quedу quieto durante casi diez minutos antes de percibir unos movimientos en el pasillo y darse cuenta de que habнa llegado la policнa. No pensу en nada en particular.

Luego levantу la pistola una ъltima vez, se la llevу a la sien y apretу el gatillo.

El desarrollo de los acontecimientos dejу patente el riesgo que conllevaba suicidarse en el hospital de Sahlgrenska. Evert Gullberg fue trasladado de urgencia hasta la unidad de traumatologнa, donde el doctor Anders Jonasson lo atendiу y tomу de inmediato una serie de medidas con el fin de mantener sus constantes vitales.

Era la segunda vez en menos de una semana que Jonasson realizaba una operaciуn urgente en la que extraнa del tejido cerebral una bala revestida. Tras cinco horas de intervenciуn, el estado de Gullberg era crнtico. Pero continuaba vivo.

Sin embargo, las lesiones de Evert Gullberg eran considerablemente mбs serias que las que tenнa a Lisbeth Salander; se debatiу unos cuantos dнas entre la vida y la muerte.

Mikael Blomkvist se encontraba en el Kaffebar de Hornsgatan cuando oyу por la radio la noticia de que el hombre de sesenta y seis aсos sospechoso de intentar asesinar a Lisbeth Salander habнa sido abatido a tiros en el hospital Sahlgrenska de Gotemburgo, aunque su nombre no habнa sido aъn facilitado a los medios de comunicaciуn. Dejу la taza de cafй, cogiу el maletнn de su ordenador y saliу a toda prisa hacia la redacciуn de Gуtgatan. Cruzу Mariatorget y acababa de enfilar Sankt Paulsgatan cuando sonу su mуvil. Contestу sin aminorar el paso.

—-Blomkvist.

—Hola, soy Malin.

—Me acabo de enterar por la radio. їSabemos quiйn ha apretado el gatillo?

—Todavнa no. Henry Cortez estб en ello.

—Estoy en camino. Llegarй en cinco minutos.

Justo en la puerta, Mikael se topу con Henry Cortez, que se disponнa a salir.

—Ekstrцm ha convocado una rueda de prensa para las tres de la tarde —dijo Henry—. Voy para allб.

—їQuй sabemos? —gritу Mikael tras йl.

—Malin —contestу Henry antes de desaparecer.

Mikael entrу en el despacho de Erika Berger... mejor dicho, de Malin Eriksson. Ella estaba hablando por telйfono mientras, frenйticamente, apuntaba algo en un postit amarillo. Le hizo un gesto a Mikael para que esperara. Mikael se dirigiу a la cocina y sirviу dos cafйs con leche en sendos mugs que tenнan los logotipos de los jуvenes democristianos y de los jуvenes socialistas. Al regresar al despacho de Malin, йsta acababa de colgar. Mikael le dio el mug de los jуvenes socialistas.

—Bueno —dijo Malin—, han matado a Zalachenko a la una y cuarto.

Mirу a Mikael.

—Acabo de hablar con una enfermera de Sahlgrenska. Dice que el asesino es un hombre mayor, de unos setenta aсos, que, unos minutos antes del asesinato, habнa acudido al hospital para dejarle un ramo de flores a Zalachenko. Le pegу varios tiros en la cabeza y luego tratу de suicidarse. Zalachenko estб muerto. El asesino sigue vivo y lo estбn operando ahora mismo.

Mikael respirу aliviado. Desde que escuchara la noticia en el Kaffebar habнa tenido el corazуn encogido: una sensaciуn de pбnico ante la posibilidad de que hubiese sido Lisbeth Salander la que empuсу el arma, se habнa apoderado de йl. Algo que, a decir verdad, habrнa complicado sus planes.

—їSabemos el nombre de la persona que disparу? —preguntу.

Malin negу con la cabeza justo cuando el telйfono volvнa a sonar. Cogiу la llamada y, por la conversaciуn, Mikael dedujo que se trataba de un freelance de Gotemburgo que Malin habнa mandado al Sahlgrenska. Se despidiу de ella con un gesto de mano y se dirigiу a su despacho.

Tuvo la sensaciуn de que era la primera vez en muchas semanas que pisaba su lugar de trabajo. Sobre la mesa habнa un montуn de correo que, resuelto, echу a un lado. Llamу a su hermana.

—Giannini.

—Hola. Soy Mikael. їTe has enterado de lo que ha pasado en Sahlgrenska?

—їA mн me lo preguntas? —їDуnde estбs?

—En el Sahlgrenska. Ese cabrуn me apuntу con la pistola.

Mikael se quedу mudo durante varios segundos hasta que asimilу lo que su hermana acababa de decirle. —їQuй? їEstabas allн? ЎJoder!... —Sн. Ha sido el peor momento de mi vida. —їEstбs herida?

—No. Pero intentу entrar en la habitaciуn de Lisbeth. Atranquй la puerta y me encerrй con ella en el cuarto de baсo.

De repente, Mikael sintiу que el mundo se tambaleaba bajo sus pies. Su hermana habнa estado a punto de...

—їCуmo se encuentra Lisbeth? —preguntу.

—Sana y salva. Bueno, lo que quiero decir es que hoy, por lo menos, no ha sufrido ningъn daсo.

Mikael respirу algo mбs aliviado.

—Annika, їsabes algo del asesino?

—Nada de nada. Era un hombre mayor, pulcramente vestido. Me pareciу algo aturdido. No lo habнa visto jamбs, pero subн con йl en el ascensor unos minutos antes del asesinato.

—їY es verdad que Zalachenko estб muerto?

—Sн. Oн tres disparos y, por lo que he podido pillar por aquн, los tres fueron derechos a la cabeza. Esto ha sido un autйntico caos... miles de policнas evacuando la planta donde habнa ingresadas personas gravemente heridas y enfermas que no podнan ser desalojadas. Cuando llegу la policнa, alguien quiso interrogar a Salander antes de darse cuenta del estado en el que en realidad se encuentra. Tuve que levantarles la voz.

El inspector Marcus Erlander vio a Annika Giannini a travйs del vano de la puerta de la habitaciуn de Lisbeth Salander. La abogada tenнa el mуvil pegado a la oreja, de modo que esperу a que terminara de hablar.

Dos horas despuйs del asesinato todavнa reinaba en el pasillo un caos mбs o menos organizado. La habitaciуn de Zalachenko estaba precintada. Inmediatamente despuйs de que se produjeran los disparos, los mйdicos intentaron administrarle los primeros auxilios, pero desistieron casi en el acto. Zalachenko ya no necesitaba ningъn tipo de asistencia. Le llevaron los restos mortales al forense. El examen del lugar del crimen ya estaba en marcha.

Sonу el mуvil de Erlander. Era Fredrik Malmberg, de la brigada de investigaciуn.

—Hemos identificado al asesino —dijo Malmberg—. Se llama Evert Gullberg y tiene setenta y ocho aсos.

Setenta y ocho aсos. Un asesino ya entradito en aсos.

—їY quiйn diablos es Evert Gullberg?

—Un jubilado. Residente en Laholm. Figura como jurista comercial. Me han llamado de la DGP/Seg y me han comunicado que acaban de abrirle una investigaciуn.

—їCuбndo y por quй?

—El cuбndo no lo sй. El porquй se debe a que ha tenido la mala costumbre de enviar absurdas y amenazadoras cartas a una serie de personas pъblicas.

—Como por ejemplo...

—El ministro de Justicia.

Marcus Erlander suspirу. Un loco. Un fanбtico obsesionado con la justicia.

—Esta misma maсana unos cuantos periуdicos han llamado a la Sдpo para comunicar que han recibido cartas de Gullberg. El Ministerio de Justicia tambiйn telefoneу despuйs de que ese Gullberg amenazara explнcitamente con matar a Karl Axel Bodin.

—Quiero copias de esas cartas.

—їDe la Sдpo?

—Sн, joder. Sъbete a Estocolmo y bъscalas tъ mismo si hace falta. Las quiero ver en mi mesa en cuanto vuelva a la comisarнa. Y eso sucederб dentro de una o dos horas.

Meditу un segundo y luego aсadiу una pregunta. —їTe ha llamado la Sдpo? —Sн, ya te lo he dicho.

—Quiero decir, їfueron ellos los que te llamaron a ti, y no al revйs? -—Sн. Eso es.

—Vale —dijo Marcus Erlander antes de colgar.

Se preguntу quй diablos les pasaba a los de la Sдpo: de repente se les habнa ocurrido contactar, por propia iniciativa, con la policнa abierta. Por lo general resultaba casi imposible sacarles nada.

Wadensjуу abriу bruscamente la puerta de la habitaciуn que Fredrik Clinton usaba para descansar en la Secciуn. Clinton se incorporу con sumo cuidado.

—їQuй cono estб pasando? —gritу Wadensjуу—. Gullberg ha matado a Zalachenko y luego se ha pegado un tiro en la cabeza.

—Ya lo sй —dijo Clinton.

—їQue ya lo sabes? —exclamу Wadensjуу.

Wadensjуу estaba rojo como un tomate, como si su intenciуn fuera tener un derrame cerebral de un momento a otro.

—Pero їes que no te das cuenta de que se ha pegado un tiro en la cabeza? ЎHa intentado suicidarse! їEs que se ha vuelto completamente loco o quй?

—Pero entonces, їsigue vivo?

—Por ahora sн, pero tiene graves daсos cerebrales.

Clinton suspirу.

—ЎQuй pena! —dijo con tristeza en la voz.

—їЎPena!? —exclamу Wadensjуу-—. Pero si es un enfermo mental... їNo entiendes que... ?

Clinton no le dejу terminar la frase.

—Gullberg tenнa cбncer de estуmago, de intestino grueso y de vejiga. Llevaba ya varios meses moribundo; como mucho le quedaban un par de meses.

—їCбncer?

—Hace ya seis meses que andaba con esa pistola, firmemente decidido a usarla en cuanto el dolor fuese inaguantable y antes de convertirse en un humillado vegetal de hospital. De este modo se le ha presentado la oportunielad de realizar una ъltima aportaciуn a la Secciуn. Se ha ido por la puerta grande.

Wadensjуу se quedу prбcticamente sin habla.

—Tъ sabнas que pensaba matar a Zalachenko...

—Claro que sн. Su misiуn era asegurarse de que Zalachenko nunca tuviese ocasiуn de hablar. Y, como bien sabes, resulta imposible razonar con йl o amenazarlo.

—Pero їno te das cuenta del escбndalo en el que se puede convertir todo esto? їEstбs tan perturbado como Gullberg?

Clinton se levantу con no poca dificultad. Lo mirу directamente a los ojos y le dio una pila de copias de fax.

—Se trataba de una decisiуn operativa. Lloro la muerte de mi amigo, aunque lo mбs probable es que dentro de muy poco tiempo yo le siga los pasos. Pero un escбndalo. .. Un ex jurista comercial ha escrito cartas paranoicas, y con evidentes muestras de trastorno, a numerosos periуdicos, a la policнa y al Ministerio de Justicia. Aquн tienes una: Gullberg acusa a Zalachenko de todo, desde el asesinato de Palme hasta el intento de envenenar a la poblaciуn sueca con cloro. El carбcter de las cartas es manifiestamente enfermizo; algunas partes han sido redactadas con una letra ilegible, con mayъsculas, con frases subrayadas y abundantes signos de exclamaciуn. Me gusta su manera de escribir en el margen.

Wadensjуу leyу las cartas con creciente asombro. Se tocу la frente. Clinton Ўo observaba.

—Pase lo que pase, la muerte de Zalachenko no tendrб nada que ver con la Secciуn. Es un jubilado trastornado y demente el que le ha disparado.

Hizo una pausa.

—Y ahora lo importante es cerrar filas. Don't roc\ the boat.

Le clavу la mirada a Wadensjуу. Habнa acero en los ojos del enfermo.

—Lo que tienes que entender es que la Secciуn es la punta de lanza de la defensa nacional sueca. Somos la ъltima lнnea de defensa. Nuestro trabajo es velar por la seguridad de la naciуn. Todo lo demбs carece de importancia.

Wadensjуу se quedу mirando fijamente a Clinton con ojos escйpticos.

—Somos los que no existimos. Somos aquellos a los que nadie les da las gracias. Somos los que tenemos que tomar las decisiones que nadie mбs es capaz de tomar... en especial los polнticos.

Al pronunciar esta ъltima palabra pudo apreciarse en su voz un tono de desprecio.

—Haz lo que te digo y es muy posible que la Secciуn sobreviva. Pero para que eso ocurra hay que actuar con determinaciуn y mano dura.

Wadensjуу sintiу crecer el pбnico en su interior.

Henry Cortez apuntу con frenesн todo lo que se decнa desde el estrado de la rueda de prensa de la jefatura de policнa de Kungsholmen. Fue el fiscal Richard Ekstrцm quien comenzу a hablar. Explicу que esa misma maсana se habнa decidido que la investigaciуn concerniente al asesinato del policнa cometido en Gosseberga, por el cual se buscaba a un tal Ronald Niedermann, fuera llevada por un fiscal de la jurisdicciуn de Gotemburgo, pero que el resto de la investigaciуn —por lo que a Niedermann respectaba— fuera gestionado por el propio Ekstrцm. Niedermann, por tanto, era sospechoso de los asesinatos de Dag Svensson y Mia Bergman. Nada se decнa sobre el abogado Bjurman. A Ekstrцm, ademбs, le correspondнa instruir el caso y dictar auto de procesamiento contra Lisbeth Salander por toda una serie de delitos.

Les explicу que habнa decidido convocarlos a raнz de lo sucedido en Gotemburgo ese mismo dнa, esto es: que el padre de Lisbeth Salander, Karl Axel Bodin, habнa sido asesinado. La razуn principal de esa rueda de prensa no era otra que la de desmentir ciertas informaciones aparecidas en los medios de comunicaciуn a propуsito de las cuales ya habнa recibido numerosas llamadas.

—Basбndome en la informaciуn que obra ahora mismo en mi poder, me atrevo a afirmar que la hija de Karl Axel Bodin, quien, como ustedes ya saben, estб detenida por intento de homicidio de su propio padre, no tiene nada que ver con los acontecimientos acaecidos esta misma maсana.

—їQuiйn es el asesino? —gritу un reportero del DagensEkp.

—El hombre que pegу los fatнdicos tiros contra Karl Axel Bodin y que, acto seguido, intentу quitarse la vida, ya ha sido identificado. Se trata de un jubilado de setenta y ocho aсos que, durante un largo perнodo de tiempo, ha sido tratado de una enfermedad mortal, asн como de los problemas psнquicos que de ella se han derivado.

—їTiene algъn vнnculo con Lisbeth Salander?

—No. Esa hipуtesis la podemos descartar categуricamente. No se han visto nunca y no se conocen. Ese anciano es un trбgico personaje que ha actuado por su cuenta y riesgo, y siguiendo su propia y a todas luces paranoica concepciуn de la realidad. No hace mucho, la policнa de seguridad le abriу una investigaciуn a raнz de una buena cantidad de cartas que escribiу a conocidos polнticos y a numerosos medios de comunicaciуn en las cuales daba muestras de su perturbaciуn. Esta misma maсana, sin ir mбs lejos, unas cuantas redacciones de periуdicos y algunas autoridades han recibido cartas en las que amenazaba de muerte a Karl Axel Bodin.

—їY por quй la policнa no ha protegido a Bodin?

—Las cartas que hablaban de esa amenaza fueron enviadas ayer por la tarde, de manera que han llegado prбcticamente en el mismo momento en el que se cometнa el asesinato. No ha existido ningъn posible margen de actuaciуn.

—їY cуmo se llama ese hombre? —No queremos hacer pъblico ese dato hasta que su familia no haya sido informada. —їSe sabe algo de su pasado?

—Segъn he podido saber esta misma maсana, ha trabajado como jurista comercial y auditor financiero. Hace quince aсos que estб jubilado. La investigaciуn sigue abierta pero, como ustedes comprenderбn por las cartas que ha enviado, se trata de una tragedia que tal vez podrнa haberse evitado si la sociedad hubiese estado mбs alerta.

—їHa amenazado a otras personas?

—Segъn la informaciуn de la que dispongo, sн, pero desconozco los detalles.

—їQuй supone todo esto para el caso de Lisbeth Salander?

—De momento nada. Contamos con la declaraciуn que Karl Axel Bodin les hizo a los policнas que lo interrogaron y tenemos numerosas pruebas forenses contra ella.

—їY quй hay de cierto en que Bodin intentara matar a su hija?

—Estб siendo objeto de una investigaciуn, pero es verdad que existen fundadas sospechas para creer que haya sido asн. De la situaciуn actual podemos deducir que se trata de una serie de profundos conflictos en el seno de una familia trбgicamente resquebrajada.

Henry Cortez parecнa pensativo. Se rascу la oreja. Advirtiу que sus colegas lo apuntaban todo con una actitud tan febril como la suya.

Gunnar Bjцrck sintiу un pбnico mбs bien manнaco cuando supo de los disparos producidos en el hospital de Sahlgrenska. Tenнa unos terribles dolores de espalda.

Al principio se quedу indeciso durante mбs de una hora. Luego cogiу el telйfono e intentу hablar con su antiguo protector Evert Gullberg, de Laholm. Nadie respondiу.

Escuchу las noticias y asн se enterу de lo dicho en la rueda de prensa de la policнa. Zalachenko habнa sido asesinado por un fanбtico de la justicia de setenta y ocho aсos.

«ЎDios mнo! Setenta y ocho aсos.»

Intentу nuevamente, sin ningъn йxito, ponerse en contacto con Evert Gullberg.

El pбnico y la angustia acabaron apoderбndose de йl. No era capaz de quedarse en esa casa de Smеdalarц que le habнan dejado. Se sentнa acorralado y expuesto. Necesitaba tiempo para pensar. Preparу una bolsa con ropa, medicamentos para el dolor y ъtiles de aseo. No querнa usar su telйfono, asн que, cojeando, se acercу hasta la cabina que habнa junto a la tienda de ultramarinos y llamу a Landsort para reservar una habitaciуn en la vieja torre del prбctico, que habнa sido convertida en hotel. Landsort estaba en el fin del mundo; nadie lo buscarнa allн. Reservу dos semanas.

Consultу su reloj; si querнa coger el ъltimo ferri, ya podнa darse prisa. Asн que volviу a casa a toda la velocidad que su dolorida espalda le permitiу. Fue derecho a la cocina y se asegurу de que Ўa cafetera elйctrica estaba apagada. Luego se dirigiу a la entrada para coger la bolsa. Al pasar por delante del salуn echу un vistazo casual a su interior y se detuvo asombrado.

Al principio no entendiу lo que estaba viendo.

De algъn misterioso modo, la lбmpara del techo habнa sido quitada y colocada sobre la mesa que habнa junto al sofб. Del gancho del techo pendнa, en su lugar, una cuerda situada justo encima de un taburete que solнa estar en la cocina.

Bjцrck se quedу mirando la soga sin comprender nada en absoluto.

Luego oyу un movimiento a sus espaldas y sintiу cуmo le fraqueaban las piernas.

Se dio lentamente la vuelta.

Eran dos hombres de unos treinta y cinco aсos. Advirtiу que tenнan un aspecto mediterrбneo. No le dio tiempo a reaccionar; lo cogieron por las axilas y lo arrastraron hacia atrбs hasta el taburete. Al intentar oponer resistencia, el dolor le atravesу la espalda como un cuchillo. Ya estaba prбcticamente paralizado cuando advirtiу que lo levantaban y lo subнan al taburete.

A Joсas Sandberg lo acompaсaba un hombre de cuarenta y nueve aсos apodado Falъn, que en su juventud habнa sido un ladrуn profesional y que luego se reciclу y se hizo cerrajero. En 1986, la Secciуn —en concreto, Hans von Rottinger— lo contratу para realizar una operaciуn que consistнa en forzar las puertas de la casa del lнder de una organizaciуn anarquista. Luego fue contratado esporбdicamente hasta mediados de los aсos noventa, cuando ese tipo de operaciones empezу a ser cada vez menos frecuente. Fue Fredrik Clinton quien, a primera hora de la maсana, reavivу esa relaciуn contratando a Falъn para una misiуn. Este se llevarнa diez mil coronas, libres de impuestos, por un trabajo de apenas diez minutos. A cambio, se comprometiу a no robar nada del piso que era objeto de la operaciуn; la Secciуn, a pesar de todo, no se dedicaba a actividades delictivas.

Falъn no sabнa exactamente a quiйn representaba Clinton, pero suponнa que tenнa algo que ver con lo militar. Habнa leнdo a Jan Guillou. No hizo preguntas. Sin embargo, despuйs de tantos aсos de silencio por parte del arrendatario de sus servicios, se sentнa bien pudiendo volver a la acciуn.

Su trabajo consistirнa en abrir una puerta. Era experto en forzar puertas, pero, aunque llevaba una pistola de cerrajerнa, le costу cinco minutos forzar las cerraduras de la puerta del apartamento de Mikael Blomkvist. Luego Falun esperу en la escalera mientras Joсas Sandberg atravesaba el umbral.

—Estoy dentro —dijo Sandberg a travйs de su manos libres.

—Bien —contestу Fredrik Clinton—. Estate tranquilo y ten cuidado. Descrнbeme lo que ves.

—Me encuentro en el vestнbulo. A la derecha hay un armario y un estante para sombreros, y a la izquierda un cuarto de baсo. El resto del piso estб conformado por un solo espacio de unos cincuenta metros cuadrados. Hay una pequeсa cocina americana a la derecha.

—їAlguna mesa de trabajo o...? —Parece ser que trabaja en la mesa de la cocina o en el sofб... Espera. Clinton aguardу.

—Sн. Hay una carpeta en la mesa de la cocina con el informe de Bjцrck. Parece el original.

—Bien. їHay alguna otra cosa interesante en la mesa?

—Libros. Las memorias de P. G. Vinge. Lucha por el poder de la Sдpo, de Erik Magnusson. Una media docena de libros sobre ese mismo tema.

—їAlgъn ordenador?

—No.

—їAlgъn armario de seguridad? —No... no veo ninguno.

—Vale. Tуmate tu tiempo. Repasa metro a metro el apartamento. Mбrtensson me acaba de informar de que Blomkvist continъa en la redacciуn. Llevas guantes, їno?

—Por supuesto.

Marcus Erlander pudo conversar un rato con Annika Giannini cuando ninguno de los dos estaba ocupado hablando por el mуvil. Entrу en la habitaciуn de Lisbeth Salander, le dio la mano y se presentу. Luego saludу a Lisbeth y le preguntу cуmo se sentнa. Lisbeth Salander no dijo nada. Marcus se dirigiу a Annika Giannini.

—Si me lo permites, me gustarнa hacerte unas preguntas.

—Vale.

—їPuedes contarme lo que pasу?

Annika Giannini describiу lo que habнa vivido y cуmo habнa actuado hasta que se atrincherу en el baсo con Lisbeth. Erlander pareciу pensativo. Mirу de reojo a Lisbeth Salander y luego nuevamente a su abogada.

—Entonces, їcrees que se acercу a esta habitaciуn?

—Lo oн intentando bajar la manivela.

—їEstбs segura de eso? Es fбcil imaginarse cosas cuando uno estб asustado o alterado.

—Lo oн. Y йl me vio. Me apuntу con el arma.

—їCrees que intentу dispararte a ti tambiйn?

—No lo sй. Metн la cabeza para dentro y bloqueй la puerta.

—Muy bien hecho. Y mucho mejor que te llevaras a tu dienta al cuarto de baсo. Esta puerta es tan fina que, si hubiese disparado, lo mбs seguro es que las balas la hubiesen agujereado sin ningъn problema. Lo que intento comprender es si iba a por ti por ser quien eres o si sуlo reaccionу asн porque tъ lo miraste. Tъ eras la persona que estaba mбs cerca de йl en el pasillo.

—Cierto.

—-ї'Te dio la sensaciуn de que te conocнa o de que, tal vez, te reconociу? —No, no creo.

—їEs posible que te reconociera de la prensa? Has aparecido en relaciуn con varios casos conocidos. —Tal vez. Pero no sabrнa decнrtelo. —їY era la primera vez que lo veнas? —Bueno, subimos juntos en el ascensor. —No lo sabнa. їHablasteis?

—No. Lo mirarнa medio segundo como mucho. Llevaba un ramo de flores en una mano y un maletнn en la otra.

—їOs cruzasteis las miradas? —No. El miraba al frente. —їEntrу antes o despuйs que tъ? Annika hizo memoria.

—Creo que entramos mбs o menos a la vez. —їParecнa desconcertado o... ? —No. Estaba allн quieto con sus flores. —їY luego quй pasу?

—Salн del ascensor. El saliу al mismo tiempo y yo entrй a ver a mi dienta.

—їViniste directamente hacia aquн?

—Sн... No. Bueno, me acerquй a la recepciуn y me identifiquй, porque el fiscal ha prohibido que mi dienta reciba visitas.

—їY dуnde se hallaba el hombre en ese momento? Annika Giannini dudу.

—No estoy del todo segura. Supongo que me siguiу. Sн, espera... Saliу del ascensor justo antes que yo, pero luego se detuvo y me sostuvo la puerta. No puedo jurarlo, pero creo que tambiйn se dirigiу a la recepciуn. Lo que pasa es que yo caminaba mбs rбpidamente que йl.

«Un jubilado asesino muy educado», pensу Erlander.

—Sн, йl tambiйn estuvo en la recepciуn —reconociу Erlander—. Hablу con la enfermera y le dejу el ramo de flores. їEso no lo viste?

—No. No recuerdo nada de eso.

Marcus Erlander reflexionу un instante, pero no se le ocurriу ninguna pregunta mбs. Una sensaciуn de frustraciуn le reconcomнa por dentro. No era la primera vez: ya la conocнa y habнa aprendido a interpretarla como una llamada de su instinto.

El asesino habнa sido identificado como Evert Gullberg, de setenta y ocho aсos, ex auditor financiero y tal vez asesor empresarial y jurista fiscal. Un seсor de avanzada edad. Un hombre sobre el que hacнa poco tiempo que la Sдpo habнa iniciado una investigaciуn porque era un loco que escribнa cartas amenazadoras a gente famosa.

Su experiencia policial le habнa demostrado que existнa una gran cantidad de locos, personas patolуgicamente obsesionadas que perseguнan a los famosos y que buscaban amor instalбndose en cualquier pinar situado ante el chalet de la estrella de turno. Y cuando ese amor no era correspondido, podнa convertirse de inmediato en un implacable odio. Habнa sta/fers que venнan desde Alemania o Italia para cortejar a una cantante de veintiъn aсos de un conocido grupo de pop y que luego se enfadaban porque ella no querнa iniciar una relaciуn con ellos. Habнa fanбticos de la justicia que se comнan el coco con injusticias reales o ficticias y que podнan actuar de una forma bastante amenazadora. Habнa autйnticos psicуpatas y obsesionados seguidores de teorнas conspirativas que tenнan la capacidad de ver mensajes ocultos que pasaban desapercibidos para el resto de los mortales.

Tampoco faltaban ejemplos de cуmo alguno de estos chalados podнa pasar de la fantasнa a la acciуn. їAcaso el asesinato de Anna Lindh no fue cometido por el impulso sufrido por una persona asн? Tal vez sн. O tal vez no.

Pero al inspector Marcus Erlander no le gustaba en absoluto la idea de que un enfermo mental, ex jurista fiscal o lo que cono fuera, hubiera podido colarse en el hospital de Sahlgrenska con un ramo de flores en una mano y una pistola en la otra para ejecutar a una persona que, de momento, estaba siendo objeto de una amplia investigaciуn policial: la suya. Un hombre que en los registros oficiales figuraba como Karl Axel Bodin pero que, segъn Mikael Blomkvist, se llamaba Zalachenko y era un maldito agente ruso desertor, ademбs de un asesino.



  

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