Хелпикс

Главная

Контакты

Случайная статья





28 de diciembre. 29 de diciembre. 31 de diciembre. 2 de enero de 1943



28 de diciembre

 

¿ Qué dirí a Goethe del paisaje desde esta ventana, la calle invernal y mal iluminada, con sus placeres recurrentes, sus frutos y flores?

 

29 de diciembre

 

Dormido hasta la una. Salido a dar una vuelta a las cuatro, he durado diez minutos y entonces me he retirado.

 

31 de diciembre

 

Me he afeitado en honor a la festividad, pero no vamos a salir. Iva tiene que dedicarse a coser.

 

2 de enero de 1943

 

El señ or Vanaker celebró el nacimiento del nuevo añ o con grandes cantidades de whisky, con toses, con lanzamientos de botellas al patio, con frecuentes y ruidosas excursiones al lavabo, y finalizó su juerga con un incendio. Hacia las diez de la noche oí sus gruñ idos, má s fuertes que de ordinario, y repetidos golpes en el pasillo, y al asomarme a la puerta le vi arrastrando los pies en medio del humo y palpando la pared. Iva corrió a llamar al capitá n Briggs, mientras yo abrí a la puerta de Vanaker. El silló n estaba ardiendo. É l entró corriendo con una taza de agua y la vertió sobre las llamas. Llevaba una chaqueta de pijama sin mangas, y tení a los brazos desnudos sucios de huellas dactilares tiznadas. Su cara grande, carnosa y un tanto có ncava, con la alta frente festoneada de rizos grises de tal manera que parecí a llevar una gorra, estaba enrojecida y mostraba una expresió n angustiada. No decí a nada. Corrió en busca de otra taza de agua.

Por entonces otros hué spedes estaban en el pasillo, pues el humo se habí a diseminado por toda la casa: la señ ora Bartlett, la enfermera auxiliar de edad mediana que ocupaba la gran habitació n al fondo; la señ ora Fessman, la guapa refugiada austrí aca, y el señ or Ringholm, que comparte el segundo piso con el capitá n y la señ ora Briggs.

—Dí gale que saque ese silló n —me dijo la señ ora Bartlett.

—Está tratando de apagar el fuego —repliqué.

Unos golpes rá pidos, como de palmadas, procedí an de la habitació n de Vanaker.

—Con las manos.

—Será mejor que lo saque. Esta casa es de madera. Es peligroso. —La señ ora Bartlett se acercó a mí a travé s del humo, una alta figura enfundada en un quimono. Llevaba un pañ uelo atado alrededor de la cabeza y del cuello le pendí a la mascarilla negra que se poní a para dormir—. Alguien deberí a decirle que lo haga. Sá quelo, señ or.

Pero el humo era excesivo para ella y se retiró a la escalera. Tambié n yo tosí a y me restregaba los ojos. Volví a nuestra habitació n para recuperarme. Abrí la ventana y dejé que el aire frí o me despejara la cabeza. En el pasillo alguien aporreaba una puerta. Iva se asomó.

—Se ha encerrado en el cuarto —me informó —. Debe de temer al capitá n.

Me reuní con ella en el pasillo.

—Maldita sea —dijo el capitá n, tan divertido como irritado—. ¿ Para qué nos ha hecho correr? ¿ Có mo voy a apagar el fuego? —Redobló el ritmo de sus golpes en la puerta—. Abra, señ or Vanaker. Vamos, abra de una vez.

—Es increí ble que no pierda usted los estribos, señ or —le dijo la señ ora Bartlett.

—¡ Señ or Vanaker!

—Estoy bien —replicó Vanaker desde el otro lado de la puerta.

—Está avergonzado, eso es lo que le ocurre —nos explicó la señ ora Bartlett.

—Bien, quiero que me deje entrar —dijo el capitá n—. He de ver si ha extinguido el fuego.

Giró la llave en la cerradura y Vanaker, con los ojos llorosos, apareció en el umbral. El capitá n pasó por su lado v penetró en la estancia llena de humo. El señ or Ringholm se llevó una mano a la cabeza y se quejó de que aquello no era nada bueno para su resaca.

—Tenemos suerte de no habernos convertido en cenizas —dijo la señ ora Bartlett.

Y entonces apareció de nuevo el capitá n, tosiendo tambié n y empujando el silló n. Entre é l y el señ or Ringholm lo llevaron abajo. La alfombra ardí a en varios lugares. Recogí un gran puñ ado de la nieve acumulada en el alfé izar de la ventana, y, secundado por la señ ora Briggs, pisoteamos las llamitas chisporroteantes y mojamos los lugares quemados. Vanaker habí a huido al bañ o, donde le oí mos lavarse.

Poco despué s escuchamos la explicació n de Vanaker.

—Ha sido un cigarrillo, capitá n, ¿ comprende? Lo puse en el plato, pero se cayó...

—Tiene que ser cuidadoso, hombre —le dijo el capitá n—. Hay que tener cuidado con los cigarrillos. Son peligrosos, los cigarrillos son muy peligrosos.

—De acuerdo, capitá n.

Tal ha sido nuestra ú nica diversió n el dí a de Añ o Nuevo, y un sustituto muy humilde de las celebraciones de la fiesta. Nos dio la sensació n de que nos habí an hecho a un lado para dejar que el dí a entero pasara de largo. Por la mañ ana los niñ os corrí an por la calle y hací an sonar cornetas; por la tarde se paseaban familias vestidas con sus ropas de domingo. A primera hora el capitá n y su mujer se marcharon en su coche, y acababan de regresar cuando se declaró el fuego.

Pero lo que acarrea una vida así es el trastorno de los dí as, el arrasamiento de las ocasiones. No puedo responder por Iva, pero en mi caso es sin duda cierto que los dí as han dejado de diferenciarse. Hubo dí as dedicados a hornear, dí as de la colada, dí as que iniciaban acontecimientos y dí as que los finalizaban. Pero ahora no se distinguen, son todos iguales y resulta difí cil diferenciar un martes de un sá bado. Cuando descuido examinar con detenimiento el perió dico, no sé en qué dí a estamos. Si supongo que es viernes y entonces me entero de que en realidad es jueves, haber ganado veinticuatro horas no me causa gran placer.

Es posible que ese sea el ú nico motivo por el que he causado agitació n. No estoy seguro. Las circunstancias en el Arrow y en casa de Amos fueron lo bastante provocadoras, pero, de haberlo querido, podrí a haber evitado las escenas. Es posible que esté harto de identificar un dí a como «el dí a en el que pedí una segunda taza de café » o «el dí a en que la camarera se negó a retirar la tostada quemada», y por ello quiero darle un contenido má s destacado, al margen de las consecuencias. Tal vez deseoso de las consecuencias. Los problemas, lo mismo que el dolor fí sico, nos hacen ser agudamente conscientes de que estamos vivos, y cuando en la vida que llevamos hay poco que nos atraiga y nos estimule, lo buscamos y atesoramos, y preferimos el bochorno al dolor o la indiferencia.

 



  

© helpiks.su При использовании или копировании материалов прямая ссылка на сайт обязательна.