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4 de enero



 

Con todo el respeto que parecemos tener por los artí culos perecederos, nos hemos acostumbrado fá cilmente a la matanza. Al fin y al cabo, en cierta manera somos los beneficiarios de esa matanza, y sin embargo nuestra piedad por las ví ctimas es escasa. No es algo provocado por la guerra, sino que está bamos preparados para ello mucho antes de que estallara la guerra, y ahora solo resulta má s evidente. No nos estremecemos al ver todas esas vidas segadas; ni tampoco quienes han muerto habrí an sufrido má s por nosotros si hubié ramos sido las ví ctimas. No me gusta pensar en qué es lo que nos gobierna. No me gusta pensar en ello. No es un trabajo fá cil, y no es seguro. Su revelació n má s amable es que nuestros sentidos e imaginaciones son de alguna manera incompetentes. El antiguo Joseph que, ante la provisionalidad de la vida, se oponí a a toda violencia, afirmaba lamentar que con la mejor voluntad del mundo uno debí a infligir su cuota de magulladuras... ¡ Magulladuras! ¡ Menuda inocencia! Sí, reconocí a que incluso quienes se proponen ser suaves no pueden confiar en que se librará n de dar azotes. Y eso era bastante modesto.

No obstante, como pueblo, nos preocupa mucho el cará cter perecedero; un imperio de neveras. Y a los gatos domé sticos se les traslada por avió n a centenares de kiló metros para salvarlos mediante sueros especiales; y en el campo de Arkansas los vecinos mantienen durante un mes, dí a y noche, una vigilia para salvar la vida de un hombre que ha enfermado a los noventa añ os.

Jeff Forman muere; mi hermano Amos atesora un almacé n de zapatos para el futuro. Amos es amable. Amos no es un caní bal. No soporta la idea de que yo podrí a fracasar, carecer de dinero, rechazar la preocupació n por mi futuro. Jeff, en el fondo del mar, está má s allá de la virtud, el valor, la elegancia, el dinero o el futuro. Digo estas cosas incapaz de ver o pensar con claridad, y lo que siento no es tanto injusticia o inhumanidad como desconcierto.

En cuanto a mí, preferirí a morir en la guerra que consumir sus beneficios. Cuando me llamen iré sin protestar. Y, por supuesto, confí o en sobrevivir. Pero preferirí a ser una ví ctima que un beneficiario. Apoyo la guerra, aunque tal vez sea gratuito decir esto; tenemos la costumbre de convertir estas cosas en cuestiones de moralidad personal y voluntad particular, cuando no lo son en absoluto. El equivalente serí a decir: si Dios realmente existió, sí, Dios existe. Existirí a tanto si lo reconocié ramos como si no. Pero entre su imperialismo y el nuestro, si hubiera posibilidad de elecció n, me quedarí a con el nuestro. Las alternativas, en especial las alternativas deseables, solo crecen en á rboles imaginarios.

Sí, dispararé y segaré vidas; me disparará n y es posible que me arrebaten la vida. Se verterá cierta sangre por razones ciertas a medias, como sucede en todas las guerras. De alguna manera no puedo considerarlo como una injusticia contra mí mismo.

 



  

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