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PUTA 17 страница—Es Mikael. Ha llamado cada diez minutos mбs o menos durante las ъltimas horas. —No quiero hablar con йl. —De acuerdo. Pero їte puedo hacer una pregunta personal? —Sн. —їQuй es lo que Mikael te ha hecho en realidad para que lo odies tanto? Quiero decir que si no fuera por йl, lo mбs probable es que hoy te hubieran encerrado en el psiquiбtrico. —No odio a Mikael. No me ha hecho nada. Es sуlo que ahora mismo no lo quiero ver. Annika Giannini mirу de reojo a su dienta. —No pienso entrometerme en tus relaciones personales, pero te enamoraste de йl, їverdad? Lisbeth mirу por la ventanilla lateral sin contestar. —Por lo que respecta a las relaciones sentimentales, mi hermano es un completo irresponsable. Se pasa la vida follando y no es capaz de ver cuбnto daсo les puede hacer a las mujeres que lo consideran algo mбs que un ligue ocasional. La mirada de Lisbeth se topу con la de Annika. —No quiero hablar de Mikael contigo. —Vale —dijo Annika. Parу el coche junto al bordillo de la acera poco antes de Erstagatan. —їEstб bien aquн? —Sн. Permanecieron un instante en silencio. Luego Annika apagу el motor. —їQuй pasa ahora? —preguntу Lisbeth. —Pues lo que pasa es que a partir de ahora ya no estбs sometida a tutela administrativa. Puedes hacer lo que te dй la gana. Aunque hoy hemos avanzado mucho en el tribunal, la verdad es que todavнa queda bastante papeleo. En la comisiуn de tutelaje se abrirб una investigaciуn para exigir responsabilidades, y tambiйn se hablarб de una compensaciуn y cosas por el estilo. Y la investigaciуn criminal seguirб. —No quiero ninguna compensaciуn. Quiero que me dejen en paz. —Lo entiendo. Pero mucho me temo que da igual lo que tъ pienses. Este proceso va mбs allб de tus intereses personales. Te aconsejo que te busques un abogado que te pueda representar. —їNo quieres seguir siendo mi abogada? Annika se frotу los ojos. Despuйs de las emociones de ese dнa se sentнa completamente vacнa. Querнa irse a casa, ducharse y dejar que su marido le masajeara la espalda. —No lo sй. No confнas en mн. Y yo no confнo en ti. La verdad es que no tengo ganas de involucrarme en un largo proceso donde sуlo me encuentro con frustrantes silencios cuando propongo algo o quiero hablar de alguna cosa. Lisbeth permaneciу callada un largo rato. —Yo... Las relaciones no se me dan muy bien. Pero la verdad es que confнo en ti. Sonу casi como una excusa. —Es posible. Pero no es mi problema que se te den fatal las relaciones. Aunque sн lo serнa si te vuelvo a representar. Silencio. —їQuieres que siga siendo tu abogada? Lisbeth asintiу. Annika suspirу. —Vivo en Fiskargatan 9, al lado de la plaza de Mosebacke. їMe puedes llevar hasta allн? Annika mirу a su dienta por el rabillo del ojo. Al final arrancу el motor. Dejу que Lisbeth la guiara hasta la direcciуn correcta. Parу el coche un poco antes de donde se encontraba el edificio. —De acuerdo —dijo Annika—. Intentйmoslo. Te representarй, pero йstas son mis condiciones: cuando necesite hablar contigo quiero que me cojas el telйfono; cuando necesite saber cуmo quieres que actъe, exijo respuestas claras; si te llamo y te digo que tienes que ver a un policнa o a un fiscal, o que hagas alguna otra cosa relacionada con la investigaciуn, serб porque he considerado que resulta imprescindible. Exijo que te presentes en el lugar y a la hora acordados y que no me vengas con excusas. їPodrбs vivir con eso? —Vale. —Y si empiezas a complicarme la vida, dejarй de ser tu abogada. їLo has entendido? Lisbeth asintiу. —Otra cosa: no quiero verme envuelta en ningъn drama entre tъ y mi hermano. Si tienes problemas con йl, los tendrбs que arreglar tъ sуlita. Pero la verdad es que йl no es tu enemigo. —Ya lo sй. Lo arreglarй. Pero necesito tiempo. —їQuй piensas hacer ahora? —No lo sй. Puedes contactar conmigo por correo electrуnico. Prometo contestar en cuanto pueda, aunque quizб no lo mire todos los dнas... —Tener una abogada no te convierte en ninguna esclava. De momento, nos contentaremos con eso. Anda, sal del cohe: estoy hecha polvo y quiero irme a casa a dormir. Lisbeth abriу la puerta y saliу. Se detuvo cuando estaba a punto de cerrar. Dio la impresiуn de que deseaba decir algo y no encontraba las palabras. Por un momento, Lisbeth se le antojу a Annika casi casi vulnerable. —Estб bien —-dijo Annika—. Vete a casa a descansar. ЎY no te metas en lнos! Lisbeth Salander se quedу en la acera siguiendo con la mirada el coche de Annika Giannini hasta que las luces traseras desaparecieron al doblar la esquina. —Gracias —-acabу diciendo. Capнtulo 29 Sбbado, 16 de julio — Viernes, 7 de octubre
Encontrу su Palm Tungsten T3 sobre la cуmoda de la entrada. Allн estaban las llaves del coche y la bandolera que perdiу cuando Magge Lundin la atacу frente a su mismo portal. Allн habнa tambiйn algunas cartas abiertas y otras sin abrir que alguien habнa traнdo del apartado postal de Hornsgatan. Mikael Blomkvist. Dio una detenida vuelta por la parte amueblada de su piso. Por todas partes encontrу rastros de йl. Habнa dormido en su cama y trabajado en su mesa. Habнa usado su impresora. En la papelera, Lisbeth vio los borradores del texto sobre la Secciуn y unos cuantos apuntes y hojas emborronadas. Ha comprado un litro de leche, pan, queso, un tubo de patйde huevas de pescado y diez paquetes de Billys Pan Pizza y lo ha metido todo en la nevera. En la mesa de la cocina encontrу un pequeсo sobre blanco que llevaba su nombre. Era una nota de йl. El mensaje era breve: su nъmero de telйfono mуvil. Nada mбs. De repente, Lisbeth Salander comprendiу que la pelota estaba en su tejado; йl no pensaba contactar con ella: habнa terminado el reportaje, le habнa devuelto las llaves y no tenнa intenciуn de llamarla. Que lo hiciera ella, si querнa algo. Joder, quй tнo mбs cabezota. Preparу una buena cafetera de cafй y cuatro sбndwiches, se sentу en el vano de la ventana y se puso a mirar hacia Djurgбrden. Encendiу un cigarrillo y se quedу pensativa. A pesar de que ya habнa pasado todo, le dio la sensaciуn de que su vida se encontraba —ahora mбs que nunca— en un callejуn sin salida. Miriam Wu se habнa ido a Francia. Fue culpa mнa, por poco te matan. Habнa temido el momento en el que tendrнa que reencontrarse con Miriam Wu, y habнa decidido que йsa serнa su primera parada en cuanto fuera puesta en libertad. Y coge y se larga a Francia. De repente se sintiу en deuda con un montуn de personas. Holger Palmgren. Dragan Armanskij. Deberнa contactar con ellos y darles las gracias. Paolo Roberto. Y Plague y Trinity. Incluso esos malditos policнas, Bublanski y Modig, objetivamente hablando, se habнan puesto de su parte. No le gustaba estar en deuda con nadie. Se sentнa como la ficha de un juego sobre el que no tenнa ningъn control. Kalle Blomkvist de los Cojones. Y puede que hasta esa Erika Berger de los Cojones, con sus hoyuelos, su elegante ropa y su maldito aplomo. «Se acabу», dijo Annika Giannini cuando salieron de la jefatura de policнa. Sн. El juicio habнa terminado. Para Annika Giannini. Y para Mikael Blomkvist, que habнa publicado su texto y salido en la tele y al que, sin duda, tambiйn le darнan algъn puto premio. Pero para Lisbeth Salander no habнa acabado: tan sуlo era el primer dнa del resto de su vida. A las cuatro de la maсana dejу de pensar. Tirу su atuendo de punky al suelo del dormitorio, fue al cuarto de baсo y se duchу. Se quitу todo el maquillaje que habнa llevado en el tribunal y se vistiу con unos oscuros e informales pantalones de lino, una camiseta de tirantes blanca y una cazadora fina. Hizo una pequeсa maleta con algo de ropa para cambiarse, ropa interior, un par de camisetas mбs, y se puso unos cуmodos zapatos. Cogiу su Palm y pidiу un taxi para la plaza de Mosebacke. Fue hasta Arlanda, adonde llegу poco antes de las seis. Estudiу el panel de salidas y comprу un billete para el primer sitio que se le antojу. Utilizу su propio pasaporte y su verdadero nombre. La dejу atуnita que ni el personal del mostrador de venta de billetes ni el de facturaciуn parecieran reconocerla ni reaccionaran al ver su nombre. Pudo conseguir plaza en el vuelo a Mбlaga, donde aterrizу a mediodнa bajo un calor sofocante. Dubitativa, se quedу un momento en la terminal. Al final consultу un mapa y reflexionу sobre lo que iba a hacer en Espaсa. Lo decidiу pasados un par de minutos. Le daba pereza ponerse a pensar en lнneas de autobъs u otros medios de transporte. Se comprу un par de gafas de sol en una tienda del aeropuerto, se dirigiу a la parada de taxis y se sentу en el asiento trasero del primero que vio libre. —Gibraltar. Pago con tarjeta de crйdito. Fueron por la nueva autopista de la Costa del Sol y tardaron tres horas. El taxi la dejу en el control de pasaportes de la frontera con el territorio inglйs. Luego Lisbeth subiу andando hasta The Rock Hotel, situado en Europa Road, en la misma cuesta que ascendнa hasta el peсуn, de cuatrocientos veinticinco metros de alto, donde preguntу si habнa alguna habitaciуn libre. Les quedaba una doble. Dijo que se quedarнa dos semanas y entregу su tarjeta de crйdito. Se duchу, se envolviу en una toalla de baсo y se sentу en la terraza, donde se puso a contemplar el estrecho de Gibraltar. Vio unos buques de carga y unos veleros. A lo lejos, tras la neblina, pudo divisar Marruecos. Le resultaba tranquilizador. Estuvo asн un rato. Luego se fue a la cama y se durmiу. Al dнa siguiente, Lisbeth Salander se despertу a las cinco y media de la maсana. Se levantу, se duchу y tomу un cafй en el bar de la planta baja. A las siete dejу el hotel, fue a comprar una bolsa de mangos y manzanas, cogiу un taxi hasta The Peak y se acercу hasta donde se hallaban los monos. Era tan temprano que casi no habнa turistas; estaba prбcticamente sola con los animales. Gibraltar le gustaba. Era su tercera visita a esa extraсa roca que tenнa esa ciudad inglesa de absurda densidad de poblaciуn a orillas del mar Mediterrбneo. Gibraltar era un lugar que no se parecнa a ningъn otro. La ciudad habнa permanecido aislada durante dйcadas: una colonia que, inquebrantable, se resistнa a incorporarse a Espaсa. Por supuesto, los espaсoles protestaban contra la ocupaciуn. (Sin embargo, Lisbeth Salander consideraba que los espaсoles deberнan cerrar el pico mientras ocuparan el enclave de Ceuta en territorio marroquн, al otro lado del estrecho.) Gibraltar era un lugar que estaba curiosamente aislado del resto del mundo, una ciudad compuesta por una extraсa roca, algo mбs de dos kilуmetros cuadrados de superficie urbana y un aeropuerto que empezaba y terminaba en el mar. La colonia era tan pequeсa que hubo que aprovechar cada centнmetro cuadrado, de modo que la expansiуn tuvo que hacerse hacia el mar. Incluso para poder entrar en la ciudad, los visitantes tenнan que atravesar la pista de aterrizaje del aeropuerto. Gibraltar le daba al concepto compact living un sentido nuevo. Lisbeth vio a un corpulento mono macho subir a la muralla que se hallaba junto al paseo. Mirу fijamente a Lisbeth. Era un Barbary Ape. Ella sabнa muy bien que no habнa que intentar acariciar a esos animales. —Hola, amigo —dijo—. He vuelto. La primera vez que visitу Gibraltar ni siquiera habнa oнdo hablar de sus monos. Sуlo habнa subido al pico para disfrutar de la vista y se quedу completamente sorprendida cuando, siguiendo a un grupo de turistas, se vio de pronto en medio de una manada de monos que trepaban y se colgaban por doquier a ambos lados del camino. Era una sensaciуn especial caminar a lo largo de un sendero y de repente tener a dos docenas de monos alrededor. Los observу con la mayor de las desconfianzas. No eran peligrosos ni agresivos. Sin embargo, poseнan la suficiente fuerza para causar devastadoras mordeduras si se les provocaba o se sentнan amenazados. Encontrу a uno de los cuidadores, le mostrу su bolsa y le preguntу si podнa darles fruta a los monos. Йste contestу que sн. Sacу un mango y lo puso sobre la muralla, a cierta distancia del macho. —Tu desayuno —dijo ella para, acto seguido, apoyarse contra la muralla y darle un mordisco a una manzana. El macho se la quedу mirando, le enseсу los dientes y, contento, se llevу el mango. A eso de las cuatro de la tarde, cinco dнas despuйs, Lisbeth se cayу de un taburete de la barra del Harry's Bar, situado en una bocacalle de Main Street, a dos manzanas de su hotel. Llevaba borracha desde que dejу la roca de los monos y la mayorнa del tiempo la habнa pasado en el bar de Harry O'Connell, que era el propietario y que hablaba con un forzado acento irlandйs, aunque lo cierto era que no habнa pisado Irlanda en su vida. Йl la habнa estado observando con cara de preocupaciуn. Cuatro dнas antes, una tarde en la que Lisbeth pidiу su primera bebida, Harry O'Connell le pidiу el pasaporte, ya que esa chica le pareciу demasiado joven. Supo que se llamaba Lisbeth y empezу a llamarla Liz. Ella solнa entrar despuйs de la hora de comer, se sentaba en uno de los altos taburetes del fondo y se apoyaba contra la pared. Luego se dedicaba a ingerir una considerable cantidad de cervezas o de whisky. Cuando tomaba cerveza le daba igual la marca o el tipo; aceptaba lo primero que йl le servнa. Pero cuando se decantaba por el whisky siempre elegнa Tullamore Dew, a excepciуn de una sola vez en la que se quedу mirando las botellas que habнa tras la barra y pidiу Lagavullin. Cuando Harry se lo puso, lo oliу, arqueу las cejas y luego se tomу un Trago Muy Pequeсo. Dejу la copa y la mirу fijamente durante un minuto con una cara con la que dio a entender que consideraba su contenido como un enemigo amenazador. Luego apartу la copa y le dijo a Harry que le diera algo que no se utilizara para embrear un barco. Йl volviу a ponerle Tullamore Dew y Lisbeth se consagrу de nuevo a su bebida. Harry constatу que durante los ъltimos cuatro dнas ella sуlita se habнa tragado mбs de una botella. Las cervezas no las habнa contado. Harry estaba mбs que sorprendido de que una chica con un cuerpo tan menudo pudiera meterse tanto entre pecho y espalda, pero suponнa que si ella querнa beber, lo harнa de todas maneras, fuera donde fuese, en su bar o en cualquier otro sitio. Bebнa con tranquilidad, no hablaba con nadie y no montaba broncas. Su ъnico pasatiempo, aparte de consumir alcohol, parecнa ser un ordenador de mano con el que jugaba y que, de vez en cuando, conectaba a un telйfono mуvil. En mбs de una ocasiуn йl intentу entablar una conversaciуn con ella, pero lo ъnico que consiguiу fue un arisco silencio. Parecнa evitar las compaснas. Algunas veces, cuando el bar se llenaba de gente, ella se iba a la terraza, y otras se metнa en un restaurante italiano situado dos puertas mбs abajo y cenaba allн, tras lo cual volvнa al bar de Harry y pedнa mбs Tullamore Dew. Solнa salir sobre las diez de la noche y empezaba a caminar lentamente, haciendo eses en direcciуn norte. Aquel dнa en concreto habнa bebido mбs de la cuenta y mбs deprisa que de costumbre, asн que Harry empezу a echarle un ojo. Hacнa poco mбs de dos horas que estaba allн y ya llevaba siete copas de Tullamore Dew. Fue entonces cuando Harry decidiу no servirle ni una mбs. Sin embargo, antes de que tuviera ocasiуn de poner en prбctica su decisiуn, oyу el estruendo que ella produjo cuando se cayу del taburete. Dejу una copa que estaba lavando, saliу de detrбs de la barra y la levantу. Ella pareciу ofenderse. —Creo que ya has bebido bastante —dijo йl. Ella lo mirу sin poder concentrar la mirada. —Creo que tienes razуn —contestу ella con una voz de una sorprendente nitidez. Se apoyу en la barra con una mano y con la otra se hurgу el bolsillo de la pechera para sacar unos billetes, y luego se dirigiу hacia la salida dando tumbos. Йl la cogiу suavemente por el hombro. —Espera un momento. їQuй te parece si vamos al cuarto de baсo, vomitas esos ъltimos tragos y te quedas un rato en el bar? No quiero dejarte ir en este estado. Lisbeth no protestу cuando йl la condujo al baсo. Se metiу los dedos en la garganta e hizo lo que Harry le habнa propuesto. Cuando ella saliу, йl ya le habнa servido un gran vaso de agua mineral con gas. Se la tomу entera y eructу. Le sirviу otro vaso. —Maсana te sentirбs fatal —dijo Harry. Ella asintiу. —No es asunto mнo, pero si yo fuera tъ, estarнa un par de dнas sin beber. Ella volviу a asentir. Luego regresу al baсo y vomitу. Se quedу en Harry's Bar un par de horas mбs antes de que su mirada se aclarara lo suficiente como para que Harry se atreviera a dejarla marchar. Abandonу el lugar tambaleбndose, bajу hasta el aeropuerto y continuу andando por la playa hasta la marina. Paseу hasta que fueron las ocho y media y la tierra dejу de moverse bajo sus pies. Entonces volviу al hotel. Subiу a su habitaciуn, se lavу los dientes, se echу agua en la cara, se cambiу de ropa y bajу hasta el bar, donde pidiу un cafй y una botella de agua mineral. Permaneciу sentada en silencio y sin hacerse notar, junto a un pilar, mientras estudiaba a la gente del bar. Vio a una pareja de unos treinta aсos enfrascada en una discreta conversaciуn. La mujer llevaba un vestido claro de verano. El hombre la tenнa cogida de la mano por debajo de la mesa. Dos mesas mбs allб habнa una familia negra, йl con unas incipientes canas en las sienes, ella con un hermoso y colorido vestido amarillo, negro y rojo. Tenнan dos hijos que estaban a punto de entrar en la adolescencia. Estudiу a un grupo de hombres de negocios vestidos con camisa blanca y corbata y con las americanas colgadas en el respaldo de sus respectivas sillas. Se encontraban tomando cerveza. Vio a un grupo de pensionistas que, sin duda, eran turistas americanos. Los hombres llevaban gorras de bйisbol, polos y pantalones de sport. Las mujeres llevaban exclusivos vaqueros de marca, tops rojos y gafas de sol con cordones. Vio entrar desde la calle a un hombre con una americana clara de lino, camisa gris y corbata oscura que fue a buscar la llave a la recepciуn antes de dirigirse al bar para pedir una cerveza. Ella se hallaba a tres metros de йl y lo enfocу con la mirada cuando йste cogiу un telйfono mуvil y se puso a hablar en alemбn. —Hola, soy yo... їtodo bien?... Tenemos la prуxima reuniуn maсana por la tarde... no, creo que se va a solucionar. .. me quedarй cinco o seis dнas y luego irй a Madrid... no, no estarй de vuelta hasta finales de la semana que viene... yo tambiйn... te quiero... claro que sн... te llamarй esta semana... un beso. Medнa un metro ochenta y cinco centнmetros y tendrнa unos cincuenta o cincuenta y cinco aсos. Su pelo era rubio, algo canoso, y mбs tirando a largo que a corto. Tenнa un mentуn poco pronunciado y una cintura a la que le sobraban unos cuantos kilos. Aun asн se conservaba bastante bien. Estaba leyendo el Financial Times. Cuando terminу su cerveza se dirigiу al ascensor. Lisbeth Salander se levantу y lo siguiу. Йl pulsу el botуn de la sexta planta. Lisbeth se puso a su lado y apoyу el cogote contra la pared del ascensor. —Estoy borracha —dijo ella. Йl la mirу. —їAh, sн? —Sн. He tenido una semana horrible. Dйjame adivinar: eres uno de esos hombres de negocios de Hannover o de algъn otro sitio del norte de Alemania. Estбs casado. Quieres a tu mujer. Y tienes que quedarte aquн en Gibraltar unos cuantos dнas mбs. Eso es todo lo que he podido sacar de tu llamada telefуnica. Йl la mirу asombrado. —Yo soy de Suecia. Siento la irresistible necesidad de acostarme con alguien. Me importa una mierda que estйs casado y no quiero tu nъmero de telйfono. Йl arqueу las cejas. —Estoy en la habitaciуn 711, una planta mбs arriba que la tuya. Pienso ir a mi habitaciуn, desnudarme, ducharme y meterme bajo las sбbanas. Si quieres acompaсarme, llama a mi puerta dentro de media hora. Si no, me dormirй. —їEs esto algъn tipo de broma? —preguntу cuando se parу el ascensor. —No. Me da pereza salir a algъn bar para ligar. O bajas a mi habitaciуn o paso del tema. Veinticinco minutos mбs tarde llamaron a la habitaciуn de Lisbeth. Ella saliу a abrir envuelta en una toalla de baсo. —Entra —dijo. El entrу y, lleno de suspicacia, recorriу la habitaciуn con la mirada —Estoy sola —dijo ella. —їQuй edad tienes en realidad? Lisbeth estirу la mano, cogiу su pasaporte, que estaba encima de una cуmoda, y se lo dio. —Pareces mбs joven. —Ya lo sй —le respondiу. Luego se quitу la toalla y la tirу a una silla. Se acercу a la cama y retirу la colcha. El se quedу observando fijamente sus tatuajes. Ella lo mirу de reojo por encima del hombro. —Esto no es ninguna trampa. Soy una mujer, estoy soltera y llevo aquн un par de dнas. Hace meses que no me acuesto con nadie. —їY por quй me has elegido a mн? —Porque eras la ъnica persona del bar que no parecнa estar acompaсada. —Estoy casado... —No quiero saber quiйn es, ni tampoco quiйn eres tъ. Y no quiero hablar de sociologнa. Quiero follar. O te desnudas o vuelves a tu habitaciуn. —їAsн, sin mбs? —їPor quй no? Ya eres mayorcito y sabes lo que hay que hacer. El reflexionу medio minuto. Daba la sensaciуn de que se iba a ir. Ella se sentу en el borde de la cama a esperar. El se mordiу el labio inferior. Luego se quitу los pantalones y la camisa y se quedу en calzoncillos, como si no supiera quй hacer. —Todo —dijo Lisbeth Salander—. No pienso follar con alguien que lleve calzoncillos. Y tienes que usar condуn. Yo sй con quiйn he estado, pero no con quiйn has estado tъ. Se quitу los calzoncillos, se acercу a ella y le puso una mano en el hombro. Lisbeth cerrу los ojos cuando йl se agachу y la besу. Sabнa bien. Ella dejу que йl la tumbara sobre la cama. Pesaba. El abogado Jeremy Stuart MacMillan sintiу cуmo se le ponнa el vello de punta en el mismo momento en que abriу la puerta de su bufete de Buchanan House en Queensway Quay, por encima de la marina. Le vino un olor a tabaco y oyу el crujir de una silla. Eran poco menos de las siete de la maсana y lo primero que le pasу por la cabeza fue que habнa sorprendido a un ladrуn. Luego percibiу un aroma de cafй reciйn hecho que provenнa de la cocina. Al cabo de unos segundos entrу dubitativamente por la puerta, atravesу el vestнbulo y le echу un vistazo a su amplio despacho, elegantemente amueblado. Lisbeth Salander estaba sentada en la silla de su escritorio, dбndole la espalda y con los pies apoyados en el alfйizar de la ventana. El ordenador de la mesa estaba encendido y al parecer no habнa tenido problemas para averiguar su contraseсa. Tampoco a la hora de abrir su armario de seguridad: sobre las rodillas tenнa una carpeta con correspondencia y contabilidad sumamente privadas. —Buenos dнas, seсorita Salander —acabу diciendo. —Mmm —contestу ella—. En la cocina tienes cafй reciйn hecho y cruasanes. —Gracias —dijo йl mientras suspiraba resignado. Bien era cierto que habнa comprado el bufete con el dinero de Lisbeth y a peticiуn de ella, pero Stuart no se esperaba que se le presentara allн sin previo aviso. Ademбs, ella habнa encontrado —y, al parecer, leнdo— una revista porno gay que йl escondнa en un cajуn. ЎQuй vergьenza! O tal vez no. Por lo que se referнa a las personas que la irritaban, Lisbeth Salander se le antojaba la persona mбs intransigente que jamбs habнa conocido, pero luego, por otra parte, ni tan siquiera arqueaba las cejas ante las debilidades de la gente. Ella sabнa que, oficialmente, йl era heterosexual, pero que su oscuro secreto consistнa en que le atraнan los hombres y que, desde que se divorciara, hacнa ya quince aсos, se habнa dedicado a hacer realidad sus fantasнas mбs нntimas. ЎQuй raro! Me siento seguro con ella. Ya que se encontraba en Gibraltar, Lisbeth habнa decidido visitar al abogado Jeremy MacMillan, que se ocupaba de su economнa. No se ponнa en contacto con йl desde principios de aсo y querнa saber si, durante su ausencia, йl la habнa estado arruinando. Pero no urgнa, y tampoco era la razуn por la que habнa ido directamente a Gibraltar cuando fue puesta en libertad. Lo habнa hecho porque sentнa una imperiosa necesidad de alejarse de todo, y, en ese sentido, Gibraltar era perfecto. Habнa pasado casi una semana borracha y luego unos cuantos dнas mбs acostбndose con ese hombre de negocios alemбn que acabу presentбndose como Dieter. Dudaba de que йse fuera su verdadero nombre, pero no hizo ni el mбs mнnimo intento por averiguarlo. Йl se pasaba todo el dнa metido en reuniones. Por la noche cenaba con Lisbeth y luego subнan a la habitaciуn de йl o de ella. No era del todo malo en la cama, constatу Lisbeth. Tal vez un poco falto de costumbre y, a ratos, innecesariamente bruto. Lo cierto era que Dieter estaba asombrado de que ella se hubiese ligado asн, sin mбs, a un hombre de negуcios alemбn con sobrepeso que ni siquiera habнa intentado ligar con nadie. En efecto, estaba casado y no solнa ser infiel ni buscar compaснa femenina cuando se encontraba de viaje. Pero cuando el destino le puso en bandeja a una delgada y tatuada chica le resultу imposible resistir la tentaciуn, dijo йl. A Lisbeth no le preocupaba mucho lo que йl dijera. Ella no tenнa mбs intenciуn que la de pasarlo bien en la cama, pero le sorprendiу que йl, de hecho, se esforzara en satisfacerla. Fue en la cuarta noche, la ъltima que pasaron juntos, cuando a йl le dio una crisis de ansiedad y empezу a comerse la cabeza sobre lo que su esposa le dirнa. Lisbeth Salander pensу que deberнa mantener el pico cerrado y no contarle nada a su mujer. Pero no le dijo nada. Йl ya era mayorcito y podнa haber rechazado su invitaciуn. No era problema de ella que йl sintiera remordimientos o decidiera confesбrselo todo a su mujer. Lisbeth yacнa en la cama de espaldas a йl y lo escuchу durante quince minutos hasta que, irritada, levantу la vista hacia el techo, se dio la vuelta y se sentу a horcajadas encima de йl. —їCrees que podrнas dejar tu angustia de lado un momento y volver a satisfacerme? —preguntу. Jeremy MacMillan era una historia muy distinta. El no ejercнa ninguna atracciуn sobre Lisbeth Salander. Era un canalla. Por raro que pudiera parecer, su aspecto fнsico era bastante similar al de Dieter. Tenнa cuarenta y ocho aсos, encanto, algo de sobrepeso y un pelo rizado y rubio peinado hacia atrбs y por el que empezaban a asomar algunas canas. Llevaba unas gafas con una fina montura dorada. Hubo una vez en la que fue un jurista comercial de sуlida formaciуn «Oxbridge» y asentado en Londres. Tenнa un futuro prometedor; era socio de un bufete al que contrataban grandes empresas asн como advenedizos y forrados yuppies que se dedicaban a comprar inmuebles y a diseсar estrategias para evadir impuestos. Habнa pasado los felices aсos ochenta relacionбndose con famosos nuevos ricos. Habнa bebido mucho y esnifado cocaнna en compaснa de personas junto a las que, en realidad, no habrнa querido despertarse al dнa siguiente. Nunca llegу a ser procesado, pero perdiу a su mujer y a sus dos hijos, y fue despedido por haber descuidado los negocios y haberse presentado borracho en un juicio de reconciliaciуn. Sin apenas pensбrselo, en cuanto se le pasу la borrachera huyу avergonzado de Londres. їPor quй eligiу precisamente Gibraltar? No lo sabнa, pero en 1991 se asociу con un abogado local y abriу un modesto bufete en un callejуn que, oficialmente, se ocupaba de una serie de actividades poco glamurosas de reparto de bienes y testamentos. De forma algo menos oficial, MacMillan & Marks se dedicaba a establecer empresas buzуn y a hacer de hombre de paja de diversos y oscuros personajes europeos. El negocio tiraba para delante hasta que Lisbeth Salander eligiу a Jeremy MacMillan para que le administrara los dos mil cuatrocientos millones de dуlares que le habнa robado al derrocado imperio del financiero Hans-Erik Wennerstrцm. Sin duda, MacMillan era un canalla. Pero Lisbeth lo consideraba su canalla, y йl se habнa sorprendido a sн mismo manifestando una intachable honradez para con ella. Al principio lo contratу para una tarea sencilla. Por una modesta suma, йl le creу una serie de empresas buzуn que Lisbeth podrнa utilizar y en las que invirtiу un millуn de dуlares. Contactу con йl por telйfono, de modo que ella no era mбs que una lejana voz para йl. MacMillan nunca le preguntу de dуnde venнa el dinero. Hizo lo que ella le pidiу y le facturу un cinco por ciento del montante. Poco tiempo despuйs, Lisbeth le pasу una cantidad mayor de dinero que йl deberнa usar para fundar una empresa, Wasp Enterprises, que comprу una casa en Estocolmo. De este modo, el contacto con Lisbeth Salander se volviу lucrativo, aunque para йl no se tratara mбs que de calderilla. Dos meses mбs tarde, ella fue a visitarlo por sorpresa a Gibraltar. Lo llamу y le propuso una cena privada en su habitaciуn de The Rock, que tal vez no fuera el hotel mбs grande de La Roca pero sн el de mбs solera. No sabнa a ciencia cierta con quй se iba a encontrar, aunque nunca se hubiera imaginado que su dienta fuera una chica menuda como una muсeca que parecнa reciйn salida de la pubertad. Se creyу vнctima de una especie de extraсa broma.
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