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La reina en el palacio de las corrientes de aire 11 страница



Lisbeth Salander no intercambiaba tantas palabras con un policнa desde que tenнa doce aсos.

—De modo que Zalachenko es... tu padre.

Bueno, al menos eso si lo han averiguado. Sin duda lo han sacado de Kalle Blomkvist de los Cojones.

—Mi deber es informarte de que tu padre ha denunciado que intentaste matarlo. El asunto estб ahora mismo en manos del fiscal, quien deberб decidir si dictar un eventual auto de procesamiento. Lo que sн es cierto, en cambio, es que estбs detenida por graves malos tratos. Le diste con un hacha en la cabeza.

Lisbeth no realizу ningъn comentario. Se hizo un largo silencio. Luego Sonja Modig se inclinу hacia delante y le dijo en voz baja:

—Sуlo quiero decirte que nosotros, los policнas, no le damos mucho crйdito a la historia de Zalachenko. Primero habla seriamente con tu abogada y ya vendremos para hablar contigo.

Erlander asintiу. Los agentes se levantaron.

—Gracias por ayudarnos con Niedermann —dijo Erlander.

Lisbeth estaba sorprendida por el comportamiento educado, casi amable, de la policнa. Pensу en la respuesta de Sonja Modig. «Aquн hay gato encerrado», concluyу.


Capнtulo 7

Lunes, 11 de abril — Martes, 12 de abril

 

El lunes, a las seis menos cuarto de la tarde, Mikael Blomkvist cerrу la tapa de su iBook y se levantу de la mesa de la cocina de su casa de Bellmansgatan. Se puso un abrigo y se fue andando hasta las oficinas de Milton Security en Slussen. Cogiу el ascensor hasta la recepciуn de la tercera planta y enseguida lo dirigieron a una sala de reuniones. Llegу a las seis en punto y fue el ъltimo en personarse.

—Hola, Dragan —dijo al tiempo que le estrechaba la mano—. Gracias por haber aceptado hacer de anfitriуn de esta reuniуn informal.

Mirу a su alrededor. Aparte de ellos dos, el grupo estaba formado por Annika Giannini, Holger Palmgren y Malin Eriksson. Por parte de Milton tambiйn participaba el antiguo inspector de la policнa criminal Sonny Bohman, quien, por encargo de Armanskij, seguнa la investigaciуn sobre Salander desde el primer dнa.

Era la primera vez en mбs de dos aсos que Holger Palmgren salнa. A su mйdico, el doctor A. Sivarnandan, no le habнa hecho mucha gracia dejarle abandonar la residencia de Ersta, pero Palmgren habнa insistido. Acudiу en un coche del servicio municipal de discapacitados. Fue con su asistenta particular, Johanna Karolina Oskarsson, de treinta y nueve aсos, cuyo salario provenнa de un misterioso fondo creado para ofrecerle a Palmgren los mejores cuidados imaginables. Karolina Oskarsson se quedу esperando en una mesa situada fuera de la sala de reuniones. Llevaba un libro. Mikael cerrу la puerta.

—Para los que no la conocйis, Malin Eriksson es la nueva redactora jefe de Millennium. Le he pedido que nos acompaсe en esta reuniуn, ya que lo que vamos a tratar aquн tambiйn afecta a su trabajo.

—Muy bien —dijo Armanskij—. Aquн nos tienes. Somos todo oнdos.

Mikael se puso ante la pizarra y cogiу un rotulador. Paseу la mirada por cada uno de los allн presentes.

—Esta es sin duda una de las cosas mбs surrealistas que me han sucedido en la vida —comentу—. Cuando todo esto haya pasado, voy a fundar una asociaciуn sin бnimo de lucro. La llamarй Los caballeros de la mesa chalada, y su objetivo serб organizar una cena anual en la que hablaremos mal de Lisbeth Salander. Sois todos miembros.

Hizo una pausa.

—La realidad es йsta —dijo mientras empezaba a escribir palabras sueltas en la pizarra de Armanskij. Hablу durante mбs de treinta minutos. Luego estuvieron debatiendo el tema durante casi tres horas.

Una vez concluida formalmente la reuniуn, Evert Gullberg se sentу con Fredrik Clinton. Hablaron en voz baja durante un par de minutos. Acto seguido, Gullberg se levantу y los viejos compaсeros de armas se dieron la mano.

Gullberg regresу en taxi al Freys Hotel, recogiу su ropa, pagу la factura y cogiу uno de los trenes que salнan por la tarde para Gotemburgo. Eligiу primera clase y le dieron un compartimento entero para йl solo. Al pasar el puente de Arsta sacу un bolнgrafo y un bloc de cartas. Reflexionу un momento y luego se puso a escribir. Llenу mбs o menos la mitad de la hoja antes de detenerse y arrancarla.

Los documentos falsificados no eran su especialidad, pero en ese caso concreto la tarea se simplificaba por el simple hecho de que las cartas que estaba a punto de redactar iban a ser firmadas por йl mismo. La dificultad estribaba en que ni una sola palabra serнa cierta.

Cuando pasу Nykцping ya habнa rechazado una buena cantidad de borradores, pero por fin empezaba a hacerse una idea de los tйrminos en los que debнa formular los escritos. Al llegar a Gotemburgo tenнa ya terminadas doce cartas con las que se encontraba satisfecho. Se asegurу de que sus huellas dactilares quedaran marcadas en las hojas.

En la estaciуn central de Gotemburgo consiguiу encontrar una fotocopiadora e hizo unas cuantas copias. Luego comprу sobres y sellos y echу las cartas al buzуn, cuya recogida estaba prevista para las 21.00.

Gullberg cogiу un taxi hasta el City Hotel de Lorensbergsgatan, donde Clinton ya le habнa hecho una reserva. De modo que iba a pasar la noche en el mismo hotel en el que Mikael Blomkvist se habнa alojado un par de dнas antes. Subiу de inmediato a su habitaciуn y se dejу caer en la cama. Se encontraba tremendamente cansado y se dio cuenta de que en todo el dнa sуlo habнa comido dos rebanadas de pan. Sin embargo, no tenнa hambre. Se desnudу, se metiу en la cama y se durmiу casi enseguida.

Lisbeth Salander se despertу sobresaltada al oнr que la puerta se abrнa. Supo al instante que no se trataba de ninguna de las enfermeras de noche. Sus ojos se abrieron en dos finas lнneas y descubrieron en la puerta una silueta con muletas. Zalachenko, quieto, la contemplaba a la luz que se filtraba desde el pasillo.

Sin moverse, Lisbeth desplazу la mirada hasta que consiguiу ver que el reloj digital marcaba las 3.10.

Continuу desplazбndola unos milнmetros mбs y percibiу un vaso de agua cerca del borde de la mesilla. Fijу la vista en йl y calculу la distancia. Lo alcanzarнa sin necesidad de mover el cuerpo.

Le llevarнa una fracciуn de segundo estirar el brazo y, con un resuelto movimiento, romper el vaso contra el borde de la mesilla. Si йl se inclinara sobre ella, Lisbeth tardarнa medio segundo mбs en clavar el filo del cristal en la garganta de Zalachenko. Contemplу otras alternativas pero llegу a la conclusiуn de que йsa era su ъnica arma.

Se relajу y esperу.

Zalachenko permaneciу quieto en la puerta durante dos minutos.

Luego la cerrу con sumo cuidado. Ella oyу el dйbil y raspante sonido de las muletas mientras йl se alejaba sigilosamente de la habitaciуn.

Cinco minutos despuйs, Lisbeth se apoyу en el codo y, alargando la mano, cogiу el vaso y bebiу un largo trago. Se sentу en la cama con las piernas colgando y se quitу los electrodos del brazo y del pecho. Se puso de pie a trancas y barrancas, tambaleбndose. Le llevу un par de minutos recuperar el control de su cuerpo. Se acercу cojeando a la puerta y se apoyу contra la pared para recuperar el aliento. Tenнa un sudor frнo. Acto seguido, una gйlida rabia se apoderу de ella.

Fuc\ you, Zalachenko. Terminemos con esto de una vez por todas.

Necesitaba un arma.

Un instante despuйs percibiу en el pasillo el ruido de unos pasos rбpidos.

Mierda. Los electrodos.

—Pero їquй diablos haces tъ levantada? —preguntу asombrada la enfermera de noche.

—Tengo que... que ir... al baсo —dijo Lisbeth sin aliento.

—Vuelve a la cama inmediatamente.

Cogiу a Lisbeth de la mano y la condujo hasta la cama. Luego le dio una cuсa.

—Cuando quieras ir al baсo, llбmanos. Para eso tienes ese botуn —le dijo la enfermera.

Lisbeth no pronunciу palabra. Se concentrу en intentar producir unas gotas de orina.

Mikael Blomkvist se despertу a las diez y media del martes, se duchу, puso la cafetera y luego se sentу ante su iBook. La noche anterior habнa regresado a casa tras la reuniуn de Milton Security y se habнa quedado trabajando hasta las cinco de la maсana. Por fin tenнa la sensaciуn de que la historia empezaba a tomar forma. La biografнa de Zalachenko seguнa siendo un poco difusa: todo lo que tenнa era lo que habнa conseguido sacarle a Bjцrck, asн como los detalles que pudo aportar Holger Palmgren. El texto sobre Lisbeth Salander estaba ya prбcticamente terminado. Explicaba, paso a paso, cуmo ella habнa sido vнctima de una banda de «guerreros frнos» de la DGP/Seg que la encerraron en una clнnica psiquiбtrica infantil para que no hiciera estallar el secreto de Zalachenko.

Estaba contento con el texto. Tenнa una historia cojonuda por la que la gente echarнa abajo los quioscos y que, ademбs, crearнa una serie de problemas que llegarнan hasta lo mбs alto de la jerarquнa estatal.

Mientras reflexionaba encendiу un cigarrillo.

Habнa dos enormes agujeros que debнa tapar. Uno de ellos no presentaba grandes dificultades: tenнa que centrarse en Peter Teleborian, algo que estaba ansioso por hacer. Cuando hubiera terminado con йl, el prestigioso psiquiatra se convertirнa en uno de los hombres mбs odiados de Suecia. Ese era el primero.

El segundo resultaba bastante mбs complicado.

La conspiraciуn contra Lisbeth Salander —pensу en ellos como El club de Zalachenko— provenнa de la Sдpo. Contaba con un nombre, Gunnar Bjцrck, pero era imposible que Bjцrck fuera el ъnico responsable. Debнa de existir un grupo, un departamento de algъn tipo. Tenнa que haber jefes, responsables y un presupuesto. El problema era que йl ignoraba por completo cуmo identificar a esas personas. No sabнa por dуnde empezar. Sуlo tenнa una vaga idea sobre la organizaciуn de la Sдpo.

El lunes iniciу la investigaciуn mandando a Henry Cortez a unas cuantas librerнas de viejo de Sуdermalm para que comprara cualquier obra que tuviese algo que ver con la policнa sueca de seguridad. A eso de las cuatro de la tarde, Henry Cortez llegу a casa de Mikael con seis tomos y los dejу sobre una mesa. Mikael contemplу la pila de libros.

El espionaje en Suecia de Mikael Rosquist (Tempus, 1988); Jefe de la Sдpo, igУ2-igyo de Per Gunnar Vinge (W&W, 1988); Los poderes secretos de Jan Ottosson y Lars Magnusson (Tiden, 1991); Lucha por el poder de la Sдpo de Erik Magnusson (Corona, 1989); Una misiуn de Cari Lidbom (W&W, 1990), asн como —algo sorprendente— An Agent in Place de Thomas Whiteside (Ballantine, 1966), que trataba del caso Wennerstrцm. El caso Wennerstrцm de los aсos sesenta, no el que йl mismo destapу en el aсo 2000.

Se pasу la mayor parte de la madrugada del lunes al martes leyendo —o, por lo menos, hojeando— los libros que Henry Cortez le habнa traнdo. Cuando terminу, llegу a una serie de conclusiones. Primera: parece ser que la mayorнa de los libros escritos sobre la policнa de seguridad se publicaron a finales de los aсos ochenta. Una bъsqueda en Internet le confirmу que, en la actualidad, no habнa ninguna literatura que versara sobre esa materia.

Segunda: al parecer no existнa ningъn libro que ofreciera una visiуn general e histуrica comprensible de la actividad de la policнa secreta sueca. Tal vez resultara lуgico teniendo en cuenta que muchos casos habнan sido clasificados —y, por lo tanto, eran difнciles de tratar—, pero no parecнa haber ni una sola instituciуn, un solo investigador o un solo medio de comunicaciуn que hubiese examinado a la Sдpo con ojos crнticos.

Tambiйn tomу nota de lo curioso que resultaba que en ninguno de los libros localizados por Henry Cortez figurara una bibliografнa. En su lugar, las notas a pie de pбgina contenнan referencias a artнculos de la prensa vespertina o a entrevistas personales con algъn agente jubilado de la Sдpo.

El libro Los poderes secretos resultaba fascinante, pero se ocupaba, en su mayor parte, de la йpoca de la segunda guerra mundial, asн como de los aсos inmediatamente anteriores. Mikael considerу que las memorias de P. G. Vinge no eran sino un libro propagandнstico escrito en defensa propia por un destituido jefe de la Sдpo que habнa recibido duras crнticas. An Agent in Place contenнa —ya desde el primer capнtulo— tantas cosas raras sobre Suecia que, sin pensбrselo dos veces, tirу el libro a la papelera. Los ъnicos libros con una explнcita ambiciуn de describir el trabajo de la policнa de seguridad eran Lucha por el poder de la Sдpo y El espionaje en Suecia. En ellos figuraba una serie de datos, nombres y organigramas. Le pareciу que el libro de Erik Magnusson merecнa ser leнdo. Aunque no respondнa a ninguna de sus preguntas mбs inmediatas, ofrecнa una buena panorбmica general de la Sдpo y de sus actividades durante las pasadas dйcadas.

Sin embargo, la mayor sorpresa la constituyу Una misiуn de Cari Lidbom, que describнa los problemas con los que tuvo que enfrentarse el ex embajador sueco en Parнs cuando, por encargo del gobierno, investigу a la Sдpo tras la estela dejada por el asesinato de Palme y el caso Ebbe Carlsson. Mikael no habнa leнdo nada de Cari Lidbom con anterioridad y le sorprendiу ese lenguaje irуnico salpicado de observaciones muy agudas. Pero tampoco el libro de Cari Lidbom daba respuesta a sus preguntas, aunque ya empezaba a hacerse una idea de aquello a lo que se estaba enfrentando.

Despuйs de meditar un instante, cogiу el mуvil y llamу a Henry Cortez.

—Hola, Henry. Gracias por el trabajo de campo de ayer.

—Mmm. їQuй quieres? —Un poco mбs de lo mismo.

—Micke, tengo trabajo. Me han nombrado secretario de redacciуn.

—Un paso estupendo en tu carrera profesional. —їQuй quieres?

—A lo largo de los aсos se han realizado unos cuantos estudios oficiales sobre la Sдpo. Cari Lidbom hizo uno. Debe de haber numerosas investigaciones similares.

—Ya.

—Llйvate a casa todo lo que puedas encontrar en el Riksdag: presupuestos, informes de comisiones estatales, actas de interpelaciуn y cosas por el estilo. Y pide las memorias anuales de la Sдpo hasta donde puedas remontarte.

—Sн, bwana.

—Muy bien. Oye, Henry... —їSн?

—... no lo necesito hasta maсana.

Lisbeth Salander se pasу la maсana dбndole vueltas a lo de Zalachenko. Sabнa que se encontraba a dos puertas de ella, que por las noches deambulaba por los pasillos y que a las tres y diez de la madrugada habнa estado frente a su habitaciуn.

Ella lo habнa seguido hasta Gosseberga con la intenciуn de matarlo. Fracasу, y ahora Zalachenko estaba vivo y a menos de diez metros de ella. Estaba metida en la mierda. No sabнa muy bien hasta dуnde, pero suponнa que se verнa obligada a escapar de allн y luego desaparecer discretamente fugбndose al extranjero si no querнa correr el riesgo de que la volviesen a encerrar en algъn manicomio con Peter Teleborian como carcelero.

El problema era, por supuesto, que apenas tenнa fuerzas para incorporarse en la cama. Advertнa mejoras. El dolor de cabeza persistнa, pero, en lugar de ser permanente, se producнa a intervalos mбs o menos regulares. El dolor del hombro acechaba bajo la superficie y se manifestaba sуlo cuando intentaba moverse.

Oyу pasos delante de su puerta y vio a una enfermera abrir y dejar pasar a una mujer que llevaba pantalones negros, blusa blanca y americana oscura. Se trataba de una mujer guapa y delgada, con el pelo corto y oscuro peinado como si fuera un chico. Irradiaba una complaciente autoconfianza. Llevaba un maletнn negro en la mano. Lisbeth descubriу en el acto que tenнa los mismos ojos que Mikael Blomkvist.

—Hola, Lisbeth. Me llamo Annika Giannini —-dijo—. їPuedo entrar?

Lisbeth la observу con ojos inexpresivos. De repente no tuvo ni pizca de ganas de conocer a la hermana de Mikael Blomkvist y se arrepintiу de haber aceptado la propuesta de que ella fuera su abogada.

Annika Giannini entrу, cerrу la puerta tras de sн y se acercу una silla. Permaneciу callada durante unos segundos contemplando a su dienta.

Lisbeth Salander tenнa una pinta lamentable. Su cabeza era un paquete de vendas. Sus ojos, inyectados en sangre, estaban rodeados de unos enormes y morados hematomas.

—Antes de que empecemos a hablar necesito saber si realmente quieres que yo sea tu abogada. Por regla general sуlo llevo casos civiles y represento a vнctimas de violaciones o de malos tratos. No soy una abogada penalista. Sin embargo, he estudiado los detalles de tu caso y me apetece mucho representarte, si tъ me lo permites. Tambiйn debo decirte que Mikael Blomkvist es mi hermano, creo que eso ya lo sabes, y que йl y Dragan Armanskij van a pagar mis honorarios.

Esperу un rato, pero como no obtuvo ninguna reacciуn por parte de su dienta prosiguiу.

—Si me quieres como abogada, trabajarй para ti. O sea, que no trabajo ni para mi hermano ni para Dragan Armanskij. En la parte penal me asistirб tu viejo administrador, Holger Palmgren. Es un tipo duro: todavнa estб convaleciente, pero se ha levantado casi a rastras de su cama para ayudarte.

—їPalmgren? —preguntу Lisbeth Salander.

—Sн.

—їLo has visto?

—Sн. Va a ser mi asesor.

—їCуmo estб?

—Estб cabreadнsimo, pero, por curioso que pueda resultar, no parece preocupado por ti.

Lisbeth Salander mostrу una sonrisa torcida. La primera desde que aterrizу en el hospital de Sahlgrenska.

—Y tъ, їcуmo estбs?

—Estoy hecha un saco de mierda —dijo Lisbeth Salander.

—Bueno... їMe aceptas como defensora? Armanskij y Mikael pagarбn mis honorarios y... —No.

—їNo? їQuй quieres decir?

—Que te pagarй yo. No quiero ni un cйntimo de Armanskij ni de Kalle Blomkvist. Sin embargo, no podrй pagarte hasta que no tenga acceso a Internet.

—Entiendo. Ya solucionaremos ese tema cuando llegue el momento; de todos modos, las autoridades pъblicas correrбn con la mayor parte de los gastos. їQuieres entonces que te represente?

Lisbeth Salander asintiу secamente.

—Bien. Empezarй por transmitirte un mensaje de Mikael. Se expresa de manera crнptica pero insiste en que tъ comprenderбs lo que quiere decir.

—їAh, sн?

—-Dice que me lo ha contado casi todo de ti excepto unas pocas cosas. La primera concierne a las aptitudes que descubriу en Hedestad sobre ti.

Mikael sabe que tengo memoria fotogrбfica... y que soy una hacker. No se lo ha dicho a nadie.

—Vale.

—-La segunda es el DVD. No sй a quй se refiere, pero dice que eres tъ la que debe decidir si contбrmelo o no. їTъ sabes a quй se refiere?

El DVD de la pelнcula que mostraba la violaciуn de Bjurman.

—Sн.

—Bien.

De repente, Annika Giannini dudу.

—A veces mi hermano me irrita un poco. A pesar de haberme contratado, sуlo me cuenta lo que le apetece. їTъ tambiйn piensas ocultarme cosas?

Lisbeth meditу la respuesta.

—No lo sй.

—Vamos a tener que hablar bastante. Sin embargo, ahora no puedo quedarme mucho tiempo porque debo ver a la fiscal Agneta jervas dentro de cuarenta y cinco minutos. Sуlo necesitaba confirmar que realmente me querнas como abogada. Tambiйn tengo que darte una instrucciуn...

—Vale.

—Es la siguiente: si yo no estoy presente no digas ni una sola palabra a la policнa, te pregunten lo que te pregunten. Aunque te provoquen y te acusen de todo tipo de cosas. їMe lo prometes?

—Eso no me costarб nada —respondiу Lisbeth Salander.

Tras el esfuerzo del lunes, Evert Gullberg se encontraba completamente agotado, de modo que no se despertу hasta las nueve de la maсana, casi cuatro horas mбs tarde de lo habitual. Fue al cuarto de baсo, se duchу y se lavу los dientes. Permaneciу un buen rato contemplando su cara en el espejo antes de apagar la luz y empezar a vestirse. Eligiу la ъnica camisa limpia que le quedaba en el maletнn y se puso una corbata con motivos marrones.

Bajу al comedor del hotel y se tomу un cafй solo y una tostada de pan blanco con una loncha de queso y un poco de mermelada de naranja. Se bebiу un gran vaso de agua mineral.

Luego se dirigiу al vestнbulo principal y, desde una cabina, llamу al mуvil de Fredrik Clinton.

—Soy yo. їEstado de la situaciуn?

—Bastante agitado.

—Fredrik, їte ves con fuerzas para esto?

—Sн, me resulta igual que en los viejos tiempos. Aunque es una pena que no estй vivo Hans von Rottinger: sabнa planificar las operaciones mejor que yo.

—Los dos estabais al mismo nivel. Podнais haberos sustituido el uno al otro en cualquier momento. Algo que, de hecho, hicisteis bastante a menudo.

—El tenнa algo, una especial sensibilidad; siempre fue un poco mejor.

—їCуmo vais?

—Sandberg es mбs listo de lo que pensбbamos. Hemos cogido una ayuda externa: Mбrtensson. No es mбs que el chico de los recados, pero puede valer. Hemos pinchado el telйfono de casa de Blomkvist y tambiйn su mуvil. A lo largo del dнa nos encargaremos de los telйfonos de Giannini y de Millennium. Estamos estudiando los planos de los despachos y de los pisos. Entraremos lo antes posible.

—Lo primero que debes hacer es localizar dуnde estбn todas las copias...

-—Ya lo he hecho. Hemos tenido una suerte increнble. A las diez de la maсana, Annika Giannini ha llamado a Blomkvist. Le ha preguntado especнficamente por el nъmero de copias que existen y ha quedado claro que Mikael Blomkvist estб en posesiуn de la ъnica copia. Berger hizo una copia del informe, pero se la enviу a Bublanski.

—Muy bien. No hay tiempo que perder.

—Ya lo sй. Pero tenemos que hacerlo todo seguido. Si no recuperamos todas las copias del informe de Bjцrck al mismo tiempo, fracasaremos.

—Ya lo sй.

-—Es un poco complicado, porque Giannini ha salido para Gotemburgo esta misma maсana. He mandado tras ella a un equipo de colaboradores externos. Acaban de coger un vuelo hacia allн.

—Bien.

A Gullberg no se le ocurriу nada mбs que decir. Permaneciу callado un largo rato.

—Gracias, Fredrik —respondiу finalmente.

—Gracias a ti. Esto es mбs divertido que quedarse sentado esperando en vano un riсon.

Se despidieron. Gullberg pagу la factura del hotel y saliу a la calle. La suerte ya estaba echada. Ahora sуlo faltaba que la coreografнa fuese exacta.

Empezу dando un paseo hasta el Park Avenue Hotel, donde pidiу usar el fax para mandar las cartas que escribiу en el tren el dнa anterior. No querнa utilizar el fax de donde habнa estado alojado. Luego saliу a Avenyn y buscу un taxi. Se detuvo junto a una papelera e hizo trizas las copias que habнa hecho de las cartas.

Annika Giannini conversу con la fiscal Agneta Jervas durante quince minutos. Querнa enterarse de los cargos que йsta tenнa intenciуn de presentar contra Lisbeth Salander, pero no tardу en comprender que Jervas no estaba segura de lo que iba a pasar.

—Ahora mismo me contento con detenerla por graves malos tratos o, en su defecto, por intento de homicidio. Me refiero a los hachazos que Lisbeth Salander le dio a su padre. Supongo que apelarбs al derecho de legнtima defensa.

—Tal vez.

—Pero, sinceramente, Ronald Niedermann, el asesino del policнa, es ahora mismo mi prioridad. —Entiendo.

—Estoy en contacto con el fiscal general. Ahora estбn tratando de ver si todos los cargos que existen contra tu dienta los va a llevar un ъnico fiscal de Estocolmo y si se va a incluir lo que ha ocurrido aquн.

—Doy por descontado que todo se va a trasladar a Estocolmo.

—Bien. En cualquier caso debo interrogar a Lisbeth Salander. їCuбndo podrнa ser?

—Tengo un informe de su mйdico, Anders Jonasson. Dice que Lisbeth Salander no estarб en condiciones de participar en un interrogatorio hasta que no pasen varios dнas. Aparte de sus daсos fнsicos, se encuentra fuertemente drogada a causa de los analgйsicos.

—A mн me han comunicado algo parecido. Tal vez entiendas lo frustrante que eso me resulta. Te repito que, ahora mismo, mi prioridad es Ronald Niedermann. Tu dienta dice que no sabe dуnde se esconde.

—Cosa que se corresponde con la verdad. Ella no conoce a Niedermann. Consiguiу identificarlo y dar con йl. Pero nada mбs.

—De acuerdo —respondiу Agneta jervas.

Evert Gullberg llevaba un ramo de flores en la mano cuando entrу en el ascensor del Sahlgrenska al mismo tiempo que una mujer de pelo corto y americana oscura. Al llegar a la planta, le abriу educadamente la puerta y le permitiу salir en primer lugar y dirigirse a la recepciуn.

—Me llamo Annika Giannini. Soy abogada y vengo a ver de nuevo a mi dienta, Lisbeth Salander.

Evert Gullbeg volviу la cabeza y, asombrado, se quedу mirando a la mujer que habнa subido con йl en el ascensor. Mientras la enfermera comprobaba la identidad de Giannini y consultaba una lista, Gullberg desplazу la mirada y observу el maletнn de la mujer.

—Habitaciуn 12 —dijo la enfermera.

—Gracias. Ya he estado aquн antes, asн que conozco el camino.

Cogiу su maletнn y desapareciу del campo de visiуn de Gullberg.

—їPuedo ayudarle? —preguntу la enfermera.

—Sн, por favor, quisiera entregarle estas flores a Karl Axel Bodin.

—No puede recibir visitas.

—Lo sй, sуlo querнa darle las flores.

—-Nosotras nos encargaremos de eso.

Mбs que nada, Gullberg habнa traнdo el ramo de flores para tener una excusa. Querнa hacerse una idea del aspecto de la planta. Le dio las gracias y se acercу hasta la salida. De camino pasу por delante de la habitaciуn de Zalachenko, la 14, segъn joсas Sandberg.

Esperу fuera en la escalera. A travйs del cristal pudo ver cуmo la enfermera cogнa el ramo de flores y entraba en la habitaciуn de Zalachenko. Cuando ella regresу a su puesto, Gullberg abriу la puerta, se dirigiу a toda prisa a la habitaciуn 14 y entrу.

—Hola, Alexander —saludу.

Zalachenko mirу asombrado a su inesperada visita. —Pensaba que a estas alturas ya estarнas muerto —le contestу.

—Aъn no —dijo Gullberg.

—їQuй quieres? —preguntу Zalachenko.

—їTъ quй crees?

Gullberg acercу la silla a la cama y se sentу. —Verme muerto, quizб.

—Nada me gustarнa mбs. Joder, їcуmo has podido ser tan estъpido? Te dimos una vida completamente nueva y acabas aquн.

Si Zalachenko hubiese podido sonreнr, lo habrнa hecho. En su opiniуn, la policнa sueca de seguridad no estaba compuesta mбs que por un puсado de aficionados. En ese grupo incluнa a Evert Gullberg y Sven Jansson, alias de Gunnar Bjцrck. Por no hablar de ese perfecto idiota que habнa sido el abogado Nils Bjurman.

—Y ahora tenemos que ponerte a salvo de las llamas una vez mбs.

La expresiуn no fue del agrado del viejo Zalachenko, el que un dнa sufriera tan terribles quemaduras.

—No me vengas con moralismos. Sбcame de aquн.

—Eso es lo que te querнa comentar.

Cogiу su maletнn, sacу un cuaderno y lo abriу por una pбgina en blanco. Luego le echу una inquisitiva mirada a Zalachenko.

—Hay una cosa que me produce mucha curiosidad: їrealmente serнas capaz de delatarnos despuйs de todo lo que hemos hecho por ti?

—їTъ quй crees?

—Eso depende de lo loco que estйs. —No me llames loco. Yo soy un superviviente. Hago lo que tengo que hacer para sobrevivir.

Gullberg negу con la cabeza.

—No, Alexander, tъ haces lo que haces porque eres malvado y estбs podrido. їNo querнas conocer la postura de la Secciуn? Pues aquн estoy yo para comunicбrtela: en esta ocasiуn no moveremos ni un solo dedo para ayudarte.

Por primera vez, Zalachenko pareciу inseguro. —No tienes elecciуn —dijo.

—Siempre hay una elecciуn —contestу Gullberg. —Voy a...

—No vas a hacer nada de nada.

Gullberg inspirу profundamente, introdujo la mano en el compartimento exterior de su maletнn marrуn y sacу un Smith & Wesson de 9 milнmetros con la culata chapada en oro. Hacнa ya veinticinco aсos que tenнa el arma: un regalo del servicio de inteligencia inglйs en agradecimiento por una inestimable informaciуn que йl le sacу a Zalachenko y que convirtiу en moneda de cambio en forma del nombre de un estenуgrafo del MI-5 inglйs, quien, haciendo gala de un autйntico espнrituphilbeano, estuvo trabajando para los rusos.

Zalachenko pareciу asombrarse. Luego se riу.

—їY quй vas a hacer con йl? їMatarme? Pasarбs el resto de tus miserables dнas en la cбrcel.

—-No creo —dijo Gullberg.

De repente, a Zalachenko le entrу la duda de si Gullberg se estaba marcando un farol o no.

—Serб un escбndalo de enormes proporciones.

—Tampoco lo creo. Saldrб en los periуdicos. Pero dentro de una semana nadie recordarб ni siquiera el nombre de Zalachenko.

Zalachenko entornу los ojos.

—Maldito hijo de perra —dijo Gullberg con un tono de voz tan frнo que Zalachenko se quedу congelado.

Apretу el gatillo y le introdujo la bala en la mitad de la frente en el mismo instante en que Zalachenko empezу a girar su prуtesis por encima del borde de la cama. Zalachenko saliу impulsado hacia atrбs, contra la almohada. Pataleу espasmуdicamente unas cuantas veces antes de quedarse quieto. Gullberg vio que en la pared, tras el cabecero de la cama, se habнa dibujado una flor de salpicaduras rojas. A consecuencia del disparo le empezaron a zumbar los oнdos, de modo que, automбticamente, se hurgу el conducto auditivo con el dedo нndice que le quedaba libre.



  

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