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La reina en el palacio de las corrientes de aire 6 страница



En cambio, Viktor Gцransson sуlo llevaba puestos unos calzoncillos. Habнa sido salvajemente destrozado a golpes y tenнa moratones y sangre por todo el cuerpo. Le habнan roto los brazos, que apuntaban en todas direcciones como torcidas ramas de abedul. Habнa sido vнctima de un prolongado maltrato que, por definiciуn, debнa ser considerado una tortura. Por lo que Nieminen fue capaz de apreciar, muriу de un fuerte golpe asestado en la garganta: tenнa la laringe profundamente metida para dentro.

Sonny Nieminen se levantу, subiу la escalera del sуtano y saliу al exterior. Waltari lo siguiу. Nieminen atravesу el patio y entrу en el establo, que quedaba a unos cincuenta metros de distancia. Levantу el travesano y abriу la puerta.

Encontrу un Renault azul oscuro del aсo 1991.

—їQuй coche tenнa Gцransson? —preguntу Nieminen.

—Un Saab.

Nieminen asintiу. Sacу unas llaves del bolsillo de la cazadora y abriу una puerta situada al fondo del establo. Le bastу con echar un rбpido vistazo a su alrededor para comprender que habнa llegado tarde: el pesado armario donde se guardaban las armas se encontraba abierto de par en par.

Nieminen hizo una mueca.

—Mбs de ochocientas mil coronas —dijo.

—їQuй? —preguntу Waltari.

—Que Svavelsjц MC guardaba mбs de ochocientas mil coronas en este armario. Nuestro dinero.

Tan sуlo tres personas conocнan dуnde guardaba Svavelsjц MC el dinero a la espera de invertirlo y blanquearlo: Viktor Gцransson, Magge Lundin y Sonny Nieminen. Niedermann estaba huyendo de la policнa. Necesitaba dinero. Y sabнa que Gцransson era el encargado del dinero.

Nieminen cerrу la puerta y saliу muy despacio del establo. Se sumiу en profundas cavilaciones intentando hacerse una idea general de la catбstrofe. Una parte de los recursos de Svavelsjц MC se habнa invertido en bonos a los que йl mismo podrнa tener acceso, y otra podнa reconstituirse con la ayuda de Magge Lundin. Pero una gran cantidad del dinero invertido sуlo existнa en la cabeza de Gцransson, a no ser que le hubiese dado indicaciones precisas a Magge Lundin. Algo que Nieminen dudaba, pues a Magge Lundin nunca se le habнa dado bien la economнa. Nieminen estimу que, con la muerte de Gцransson, Svavelsjц MC habrнa perdido grosso modo cerca del sesenta por ciento de sus recursos. Un golpe devastador. Lo que sobre todo necesitaban era dinero para los gastos corrientes.

—їQuй hacemos ahora? —preguntу Waltari. —Ahora avisaremos a la policнa de lo que ha ocurrido aquн.

—їAvisar a la policнa?

—Sн, joder. Mis huellas dactilares estбn en esa casa. Quiero que encuentren cuanto antes a Gцransson y a su puta para que los forenses puedan determinar que murieron mientras yo estaba en el calabozo.

—Entiendo.

—Bien. Busca a Benny K. Necesito hablar con йl. Si es que sigue con vida... Y luego vamos a buscar a Ronald Niedermann. Quiero que cada uno de los contactos que tenemos en los clubes de toda Escandinavia mantenga los ojos bien abiertos. Quiero la cabeza de ese cabrуn en una bandeja. Lo mбs probable es que estй usando el Saab de Gцransson. Averigua el nъmero de la matrнcula.

 

 

Cuando Lisbeth Salander se despertу eran las dos de la tarde del sбbado y un mйdico la estaba toqueteando.

—Buenos dнas —dijo—. Me llamo Benny Svantesson y soy mйdico. їTe duele?

—Sн —contestу Lisbeth Salander.

—Dentro de un rato te daremos un analgйsico. Pero primero quiero examinarte.

Se sentу en la cama y empezу a presionar, palpar y manosear su maltrecho cuerpo. Antes de que terminara, Lisbeth ya se habнa irritado sobremanera, pero se encontraba demasiado agotada como para iniciar su estancia en el Sahlgrenska con una discusiуn, de modo que decidiу que era mejor callarse.

—їCуmo estoy? —preguntу ella.

—Saldrбs de йsta —dijo el mйdico mientras tomaba unas notas antes de ponerse de pie.

Un comentario que resultaba poco clarificador.

En cuanto el mйdico se fue, se presentу una enfermera y ayudу a Lisbeth con una cuсa. Luego la dejaron dormir de nuevo.

 

 

Alexander Zalachenko, alias Karl Axel Bodin, tomу un almuerzo compuesto tan sуlo por alimentos lнquidos. Incluso los pequeсos movimientos de sus mъsculos faciales le causaban enormes dolores en la mandнbula y en los malares, asн que masticar ni siquiera se le pasу por la cabeza. Durante la operaciуn de la noche anterior le habнan colocado dos tornillos de titanio en el hueso de la mandнbula.

Sin embargo, el dolor no le parecнa tan fuerte como para no poder aguantarlo. Zalachenko estaba acostumbrado al dolor. Nada era comparable al que sufriу durante semanas y meses, quince aсos antes, tras haber ardido como una antorcha en aquel coche de Lundagatan. La atenciуn mйdica que recibiу con posterioridad se le antojу un inigualable e interminable maratуn de tormentos.

Los mйdicos concluyeron que, con toda probabilidad, se hallaba fuera de peligro, pero que, considerando su edad y la gravedad de sus heridas, lo mejor serнa que permaneciera en la UVI un par de dнas.

El sбbado recibiу cuatro visitas.

El inspector Erlander se presentу alrededor de las diez. Esta vez Erlander habнa dejado en casa a la siesa de Sonja Modig y, en su lugar, lo acompaсaba el inspector Jerker Holmberg, bastante mбs simpбtico. Hicieron mбs o menos las mismas preguntas sobre Ronald Niedermann que la noche anterior. Ya tenнa su historia preparada y no cometiу ningъn error. Cuando empezaron a bombardearlo con preguntas sobre su posible implicaciуn en el trafficking y en otras actividades delictivas, volviу a negar que tuviera algъn conocimiento de ello: йl no era mбs que un minusvбlido que cobraba una pensiуn por enfermedad y no sabнa de quй le estaban hablando. Le echу toda la culpa a Ronald Niedermann y se ofreciу a colaborar en lo que fuera preciso para localizar a ese asesino de policнas que se habнa dado a la fuga.

Por desgracia, en la prбctica no habнa gran cosa que йl pudiera hacer. No tenнa ni idea de los cнrculos en los que Niedermann se movнa ni tampoco a quiйn le podrнa pedir cobijo.

Sobre las once recibiу la breve visita de un representante de la fiscalнa que le comunicу formalmente que era sospechoso de haber participado en graves malos tratos o, en su defecto, del intento de asesinato de Lisbeth Salander. Zalachenko contestу explicando con mucha pacienioo cia que йl no era mбs que una vнctima y que, en realidad, era Lisbeth Salander la que habнa intentado matarlo a йl. El Ministerio Fiscal le ofreciу asistencia jurнdica poniendo a su disposiciуn un abogado defensor pъblico. Zalachenko dijo que se lo pensarнa.

Algo que no tenнa ninguna intenciуn de hacer. Ya contaba con un abogado; la primera gestiуn de esa maсana habнa sido llamarlo para pedirle que viniera cuanto antes. Por lo tanto, la tercera visita fue la de Martin Thomasson. Entrу con paso tranquilo y aire despreocupado, se pasу la mano por su abundante pelo rubio, se ajustу las gafas y le tendiу la mano a su cliente. Estaba algo rellenito y resultaba sumamente encantador. Era cierto que se sospechaba de йl que habнa trabajado para la mafia yugoslava —algo que todavнa seguнa siendo objeto de investigaciуn—, pero tambiйn tenнa fama de ganar todos los juicios.

Cinco aсos antes, un conocido con el que habнa hecho negocios le recomendу a Thomasson cuando a Zalachenko le surgiу la necesidad de reestructurar ciertos fondos vinculados a una pequeсa empresa financiera que poseнa en Lichtenstein. No se trataba de desorbitadas sumas, pero Thomasson llevу el asunto con mucha maсa y Zalachenko se ahorrу los impuestos. Luego, Zalachenko contratу al abogado en un par de ocasiones mбs. Thomasson sabнa perfectamente que el dinero provenнa de actividades delictivas, algo que no parecнa preocuparle lo mбs mнnimo. Al final, Zalachenko decidiу que toda su actividad se reestructurara en una nueva empresa cuyos propietarios serнan йl mismo y Niedermann. Acudiу a Thomasson y le propuso formar parte -—en la sombra— como tercer socio y encargarse de la parte financiera. Thomasson lo aceptу sin mбs.

—Bueno, seсor Bodin, esto no tiene muy buen aspecto.

—He sido objeto de graves malos tratos y de un intento de asesinato —dijo Zalachenko.

—Ya lo veo... Una tal Lisbeth Salander, si no estoy mal informado.

Zalachenko bajу la voz.

—Como ya sabrбs, Niedermann, nuestro socio, se ha metido en un lнo.

—Eso tengo entendido.

—La policнa sospecha que yo estoy implicado en el asunto...

—Algo que no es verdad, por supuesto. Tъ eres una vнctima y es importante que nos aseguremos enseguida de que йsa sea la imagen que se difunda en los medios de comunicaciуn. La seсorita Salander no tiene, como ya sabemos, muy buena prensa... Yo me ocupo de eso.

—Gracias.

—Pero, ya que estamos, dйjame que te diga que no soy un abogado penal. Vas a necesitar la ayuda de un especialista. Te buscarй un abogado de confianza.

La cuarta visita del dнa llegу a las once de la noche del sбbado y consiguiу pasar el control de las enfermeras mostrando su identificaciуn e indicando que se trataba de un asunto urgente. Lo condujeron hasta la habitaciуn de Zalachenko. El paciente seguнa despierto y sumido en sus pensamientos.

—Mi nombre es Jonas Sandberg—dijo, extendiendo una mano que Zalachenko ignorу.

Era un hombre de unos treinta y cinco aсos. Tenнa el pelo de color arena y vestнa ropa de sport: vaqueros, camisa a cuadros y una cazadora de cuero. Zalachenko lo contemplу en silencio durante quince segundos.

—Ya me empezaba a preguntar cuбndo aparecerнa alguno de vosotros.

—-Trabajo en la policнa de seguridad de la Direcciуn General de la Policнa —dijo Joсas Sandberg, mostrбndole su placa: DGP/Seg.

—No creo —contestу Zalachenko. —їPerdуn?

—Puede que seas un empleado de la Sдpo, pero dudo mucho que trabajes para ellos.

Joсas Sandberg permaneciу callado un momento y mirу a su alrededor. Acercу la silla a la cama.

—He venido a estas horas de la noche para no llamar la atenciуn. Hemos estado hablando sobre cуmo le podrнamos ayudar, y de alguna manera debemos tener claros los pasos que vamos a dar. Estoy aquн simplemente para escuchar la versiуn que usted tiene de los hechos e intentar comprender sus intenciones para empezar a diseсar una estrategia conjunta.

—їY cуmo te imaginas tъ esa estrategia?

Joсas Sandberg contemplу pensativo al hombre de la cama. Al final hizo un resignado gesto de manos.

—Seсor Zalachenko... me temo que hay un proceso en marcha cuyos daсos resultan difнciles de calcular. Hemos hablado de la situaciуn. La tumba de Gosseberga y el hecho de que Salander acabara con tres tiros resulta difнcil de explicar. Pero no lo demos todo por perdido. El conflicto entre usted y su hija podrнa explicar su miedo hacia ella y la razуn que lo llevу a tomar unas medidas tan drбsticas. Pero mucho me temo que va a tener que pasar algъn tiempo en la cбrcel.

De repente, Zalachenko se sintiу de muy buen humor; hasta se habrнa echado a reнr si no hubiese resultado imposible teniendo en cuenta el estado en el que se encontraba. Todo se quedу en un ligero temblor de labios; cualquier otra cosa le causaba un dolor demasiado intenso.

—їAsн que йsa es nuestra estrategia conjunta?

—Seсor Zalachenko: usted conoce a la perfecciуn lo que significa el concepto «control de daсos colaterales». Es necesario que lleguemos a un acuerdo conjunto. Vamos a hacer todo lo que estй en nuestra mano para proporcionarle asistencia jurнdica y lo que precise, pero necesitamos su colaboraciуn y ciertas garantнas.

—Yo te darй una garantнa. Os vais a asegurar de que todo esto desaparezca —dijo, haciendo un gesto con la mano-—. Niedermann es el chivo expiatorio, y os garantizo que nunca lo encontrarбn.

—Hay pruebas tйcnicas que...

—A la mierda con las pruebas tйcnicas. Se trata de ver cуmo se lleva a cabo la investigaciуn y cуmo se presentan los hechos. Mi garantнa es la siguiente: si no hacйis desaparecer todo esto, convocarй a los medios de comunicaciуn a una rueda de prensa. Me acuerdo de los nombres, las fechas y los acontecimientos. No creo que haga falta que te recuerde quiйn soy.

—No lo entiende...

—Lo entiendo a la perfecciуn. Tъ eres el chico de los recados, їno? Pues comunнcale a tu jefe lo que te acabo de decir. El lo entenderб. Dile que tengo copias de... de todo. Os puedo hundir.

—Hay que intentar llegar a un acuerdo.

—No hay mбs que hablar. Lбrgate de aquн inmediatamente. Y diles que la prуxima vez manden a un adulto.

Zalachenko volviу la cabeza hasta que perdiу el contacto visual con su visita. Joсas Sandberg lo contemplу un instante. Luego se encogiу de hombros y se levantу. Casi habнa llegado a la puerta cuando volviу a oнr la voz de Zalachenko.

—Otra cosa.

Sandberg se dio la vuelta.

—Salander.

—їQuй pasa con ella?

—Debe desaparecer.

—їQuй quiere usted decir?

Por un segundo, Sandberg pareciу tan preocupado que a Zalachenko no le quedу mбs remedio que sonreнr a pesar de que un fuerte dolor le recorriу la mandнbula.

—Ya sй que unas nenazas como vosotros sois demasiado blandengues para matarla y que tampoco disponйis de recursos para llevar a cabo una operaciуn asн. їQuiйn lo iba a hacer?... їTъ? Pero tiene que desaparecer. Su testimonio ha de ser invalidado. Debe ingresar en alguna instituciуn de por vida.

Lisbeth Salander percibiу unos pasos en el pasillo. Era la primera vez que los oнa y no sabнa que pertenecнan a Joсas Sandberg.

No obstante, su puerta llevaba toda la noche abierta porque las enfermeras venнan a verla aproximadamente cada diez minutos. Lo habнa oнdo llegar y explicarle a una enfermera que tenнa que ver a Karl Axel Bodin para tratar un asunto urgente. Lo oyу identificarse, pero йl no pronunciу ninguna palabra que diera pista alguna sobre su nombre o su identidad.

La enfermera le pidiу que esperara mientras entraba y miraba si el seсor Karl Axel Bodin se encontraba despierto. Lisbeth Salander sacу la conclusiуn de que la identificaciуn debнa de haber sido convincente.

Constatу que la enfermera se fue hacia la izquierda del pasillo, que necesitу dar diecisiete pasos para llegar a su destino y que, a continuaciуn, al visitante le fueron necesarios catorce para recorrer el mismo trayecto. Le saliу una media de quince pasos y medio. Estimу una longitud de unos sesenta centнmetros por cada paso, que, multiplicados por quince y medio, dieron como resultado que Zalachenko se encontraba en una habitaciуn situada a novecientos treinta centнmetros a la izquierda del pasillo. Vale, digamos que algo mбs de diez metros. Calculу que la anchura de su cuarto era de unos cinco metros, lo cual significaba que Zalachenko se hallaba a dos habitaciones de ella.

Segъn las cifras verdes del reloj digital de la mesilla, la visita durу casi nueve minutos.

Zalachenko permaneciу despierto mucho tiempo despuйs de que Joсas Sandberg lo dejara. Suponнa que йse no era su verdadero nombre, ya que, segъn su propia experiencia, los espнas aficionados suecos tenнan una especial fijaciуn por emplear nombres falsos, aunque eso no fuese en absoluto necesario. En cualquier caso, Joсas (o como diablos se llamara) constituнa el primer indicio de que la Secciуn habнa advertido su situaciуn; considerando toda la atenciуn mediбtica recibida, resultaba difнcil no hacerlo. Sin embargo, la visita tambiйn confirmaba que la situaciуn les producнa cierta inquietud. Un sentimiento que, sin duda, hacнan muy bien en tener.

Sopesу los pros y los contras, hizo una lista de posibilidades y rechazу varias propuestas. Era plenamente consciente de que todo se habнa ido al garete. En un mundo ideal, йl ahora estarнa en su casa de Gosseberga, Ronald Niedermann a salvo en el extranjero y Lisbeth Salander sepultada bajo tierra. Aunque comprendнa lo ocurrido, no le entraba en la cabeza que ella hubiera conseguido salir de la tumba, llegar a la casa y destrozarle la vida con dos hachazos. Estaba dotada de unos recursos increнbles.

En cambio, entendнa muy bien lo que habнa sucedido con Ronald Niedermann y que echara a correr temiendo por su vida en vez de acabar para siempre con Salander. Sabнa que en la cabeza de Niedermann habнa algo que no funcionaba del todo bien; veнa cosas: fantasmas. No era la primera vez que йl habнa tenido que intervenir porque Niedermann habнa actuado de modo completamente irracional y se habнa quedado acurrucado preso del terror.

Eso le preocupaba. Como Niedermann no habнa sido detenido todavнa, Zalachenko estaba convencido de que su hijo habнa procedido de una forma racional durante los dнas que siguieron a su huida de Gosseberga. Lo mбs seguro es que se hubiera ido a Tallin, donde podrнa hallar protecciуn entre los contactos del imperio criminal de Zalachenko. Le preocupaba, sin embargo, no ser capaz de prever el momento en el que Niedermann se quedarнa paralizado. Si ocurriese durante la huida, cometerнa errores, y si cometiera errores, lo cogerнan. No se entregarнa por las buenas: opondrнa resistencia, y eso significaba que morirнan varios agentes de policнa y que, sin lugar a dudas, Niedermann tambiйn fallecerнa.

Esa idea preocupaba a Zalachenko. No querнa que Niedermann muriera; era su hijo. Pero, por otra parte, y por muy lamentable que eso resultara, no deberнan cogerlo vivo. Niedermann nunca habнa sido arrestado y Zalachenko no podнa adivinar cуmo reaccionarнa su hijo al verse sometido a un interrogatorio. Sospechaba que, por desgracia, no sabrнa permanecer callado. Por consiguiente, lo mejor serнa que la policнa lo matara. Llorarнa su pйrdida, aunque la alternativa era todavнa peor: Zalachenko pasarнa el resto de su vida entre rejas.

Pero ya habнan pasado cuarenta y ocho horas desde que Niedermann emprendiera la huida y aъn no lo habнan cogido. Eso era buena seсal; querнa decir que Niedermann funcionaba a pleno rendimiento, y un Niedermann funcionando a pleno rendimiento resultaba invencible.

Habнa otra cosa que, a largo plazo, tambiйn le preocupaba. Se preguntaba cуmo se las iba a arreglar solo, sin un padre a su lado que guiara sus pasos. Con el transcurso de los aсos, habнa notado que si dejaba de darle instrucciones o si le soltaba las riendas para que tomara sus propias decisiones, tendнa a caer en una apбtica y pasiva existencia marcada por la indecisiуn.

Zalachenko constatу —una vez mбs— que era una verdadera pena que su hijo tuviera esa peculiaridad. Ronald Niedermann era, sin duda, un hombre inteligente y dotado de unas cualidades fнsicas que lo convertнan en una persona formidable y temible a la vez. Ademбs, como organizador resultaba excelente y con una gran sangre frнa. Su problema residнa en que carecнa por completo de instinto de liderazgo: necesitaba que alguien le dijera constantemente lo que tenнa que hacer.

Pero todo eso, por el momento, quedaba fuera del control de Zalachenko. Ahora se trataba de йl mismo: su situaciуn era precaria, quizб mбs precaria que nunca.

La visita del abogado Thomasson no le pareciу particularmente reconfortante: Thomasson era y seguнa siendo un abogado de empresa, pero, por muy eficaz que resultara en ese aspecto, poca ayuda podнa ofrecerle en su situaciуn actual.

Luego habнa venido a visitarlo Joсas Sandberg. Sandberg constituнa una cuerda de salvaciуn considerablemente mбs fuerte. Pero esa cuerda tambiйn podrнa convertirse en una soga. Debнa jugar bien sus cartas y asumir el control de la situaciуn. El control lo era todo.

Y en ъltimo lugar estaba la confianza en sus propios recursos. De momento necesitaba cuidados mйdicos. Pero dentro de unos dнas, una semana quizб, ya se habrнa recuperado. Si las cosas llegaran a sus ъltimas consecuencias, era muy probable que la ъnica persona en la que pudiese confiar fuera йl mismo. Eso significaba que debнa desaparecer ante las mismas narices de los policнas que ahora pululaban a su alrededor. Iba a necesitar un escondite, un pasaporte y dinero en efectivo. Todo eso se lo podrнa suministrar Thomasson. Pero primero tenнa que recuperarse lo suficiente y reunir las fuerzas necesarias para huir.

A la una, la enfermera del turno de noche vino a echarle un ojo. Se hizo el dormido. Cuando ella cerrу la puerta, йl, con mucho esfuerzo, se incorporу en la cama y moviу las piernas hasta que quedaron colgando. Permaneciу quieto durante un largo instante mientras comprobaba su sentido del equilibrio. Luego, con mucho cuidado, apoyу el pie izquierdo en el suelo. Afortunadamente, el hachazo le habнa dado en su ya maltrecha pierna derecha. Alargу la mano para coger la prуtesis que se encontraba en un armario que habнa junto a la cama y se la sujetу al muсуn. Acto seguido se levantу. Se apoyу en su ilesa pierna izquierda e intentу poner la derecha en el suelo. Cuando desplazу el peso del cuerpo, un intenso dolor le recorriу la extremidad.

Apretу los dientes y dio un paso. Le hacнan falta sus muletas, pero estaba convencido de que el hospital se las ofrecerнa en breve. Se apoyу en la pared y, cojeando, avanzу hasta la entrada. Le llevу varios minutos: a cada paso que daba tenнa que pararse para vencer el dolor.

Apoyбndose en una pierna, abriу un poco la puerta y dirigiу la mirada hacia el pasillo. Al no ver a nadie se asomу. Oyу unas dйbiles voces a la izquierda y volviу la cabeza. La habitaciуn donde se hallaban las enfermeras estaba a unos veinte metros, al otro lado del pasillo.

Volviу la cabeza a la derecha y vio una salida al final del pasillo.

Ese mismo dнa, un poco antes, habнa preguntado sobre el estado de Lisbeth Salander. A pesar de todo, йl era su padre. Al parecer, las enfermeras tenнan instrucciones de no hablar de los pacientes. Una de ellas le contestу, en un tono neutro, que su estado era estable. Pero al decнrselo desplazу la mirada, inconsciente y fugazmente, hacia la izquierda del pasillo.

En alguna de las habitaciones que quedaban entre la suya y la de las enfermeras se encontraba Lisbeth Salander.

Cerrу la puerta con cuidado, volviу cojeando a la cama y se quitу la prуtesis. Cuando por fin consiguiу meterse bajo las sбbanas estaba empapado en sudor.

 

 

El inspector Jerker Holmberg regresу a Estocolmo el domingo a mediodнa. Se sentнa cansado, tenнa hambre y estaba muy quemado. Cogiу el metro hasta Rеdhuset, enfilу Bergsgatan y, nada mбs entrar en la jefatura de policнa, se dirigiу al despacho del inspector Jan Bublanski. Sonja Modig y Curt Svensson ya habнan llegado. Bublanski habнa convocado la reuniуn precisamente en domingo porque sabнa que ese dнa el instructor del sumario, Richard Ekstrцm, estaba ocupado en otro sitio.

—Gracias por venir —dijo Bublanski-—. Creo que ya va siendo hora de que hablemos con tranquilidad e intentemos aclarar todo este follуn. Jerker, їalguna novedad?

—Nada que no haya dicho ya por telйfono. Zalachenko no da su brazo a torcer ni un milнmetro: se declara inocente y dice que no nos puede ayudar en nada. Sуlo que...

—їQuй?

—Tenнas razуn, Sonja: es una de las personas mбs desagradables que he conocido en mi vida. Suena ridнculo decirlo. Los policнas no deberнamos razonar en estos tйrminos, pero hay algo que da miedo bajo su frнa y calculadora fachada.

—De acuerdo —dijo Bublanski tras aclararse la voz—. їQuй sabemos? їSonja?

Ella esbozу una frнa sonrisa.

—Los detectives aficionados nos han ganado este asalto. No he podido encontrar a Zalachenko en ningъn registro oficial; lo que sн figura es que un tal Karl Axel Bodin naciу en Uddevalla en 1942. Sus padres eran Marianne y Georg Bodin. Existieron realmente, pero fallecieron en un accidente en 1946. Karl Axel Bodin se criу en casa de un tнo suyo que vivнa en Noruega. O sea, que no hay datos sobre йl hasta que regresу a Suecia, en los aсos setenta. Parece imposible verificar que se trate de un agente que desertу del GRU, tal y como afirma Mikael Blomkvist, pero me inclino a creer que tiene razуn. no

—-їY eso quй significa?

—Resulta obvio que alguien le proporcionу una falsa identidad. Y eso tiene que haberse hecho con el beneplбcito de las autoridades.

—O sea, de la Sдpo.

—Eso es lo que sostiene Blomkvist. Pero ignoro cуmo se hizo. De ser asн, tanto su certificado de nacimiento como toda una serie de documentos habrнan sido falsificados e introducidos en los registros suecos oficiales. No me atrevo a pronunciarme sobre la legalidad de tales actividades; supongo que todo depende de la persona que tomara la decisiуn. Pero, para que resulte legal, la decisiуn debe haberse tomado prбcticamente a nivel gubernamental.

Un cierto silencio invadiу el despacho de Bublanski mientras los cuatro inspectores reflexionaban sobre las implicaciones.

—De acuerdo —dijo Bublanski—. No somos mбs que cuatro maderos tontos. Si el gobierno estб implicado, no serй yo quien llame a sus miembros para tomarles declaraciуn.

—Mmm —murmurу Curt Svensson—. Eso podrнa desencadenar una crisis constitucional. En Estados Unidos los miembros del gobierno pueden ser llamados para prestar declaraciуn en un tribunal cualquiera. En Suecia debe realizarse a travйs de la comisiуn de asuntos constitucionales del Parlamento.

—Lo que sн podrнamos hacer, no obstante, es preguntarle al jefe —sugiriу Jerker Holmberg.

—їPreguntarle al jefe? —se sorprendiу Bublanski.

—Thorbjцrn Fдlldin. Era el primer ministro.

—Ah, muy bien. Asн que subimos a verlo hasta donde quiera que viva y le preguntamos si йl le falsificу los documentos de identidad a un espнa ruso que desertу. Pues mira, no.

—Fдlldin reside en As, en el municipio de Hбrnуsand. Yo nacн allн, a unos pocos kilуmetros de donde йl vive. Mi padre es del Partido de Centro y lo conoce bien. Yo le he visto varias veces, tanto de niсo como de adulto. Es una persona muy campechana.

Perplejos, los tres inspectores miraron a Jerker Holmberg.

—їTu conoces a Fдlldin? —preguntу Bublanski escйptico.

Holmberg asintiу. Bublanski frunciу los labios.

—Sinceramente... —dijo Holmberg—, podrнamos resolver unos cuantos problemas si consiguiйramos que el anterior primer ministro nos explicara de quй va todo esto. Yo puedo ir a hablar con йl. Si no dice nada, no dice nada. Pero si habla, a lo mejor nos ahorramos bastante tiempo.

Bublanski sopesу la propuesta. Luego negу con la cabeza. Por el rabillo del ojo vio que tanto Sonja Modig como Curt Svensson asentнan pensativos.

—Holmberg... Agradezco tu oferta, pero creo que, de momento, esa idea tiene que esperar. Volvamos al caso. Sonja...

—Segъn Blomkvist, Zalachenko llegу aquн en 1976. Y esa informaciуn, en mi opiniуn, solamente ha podido sacarla de una sola persona.

—Gunnar Bjцrck —precisу Curt Svensson.

—їQuй nos ha contado Bjцrck? —preguntу Jerker Holmberg.

—No mucho. Se acoge al secreto profesional y dice que no puede tratar nada con nosotros sin el permiso de sus superiores.

—їY quiйnes son sus superiores?

—Se niega a revelarlo.

—їY quй va a pasar con йl?

—Yo lo detuve por violar la ley de comercio sexual; Dag Svensson nos proporcionу una magnнfica documentaciуn. Ekstrцm se indignу bastante, pero como yo ya habнa puesto una denuncia formal, no puede archivar el caso asн como asн sin correr el riesgo de meterse en lнos —dijo Curt Svensson.

—Bueno, їy quй le puede caer por violar la ley de comercio sexual? їUna multa?

—Probablemente. Pero ya lo tenemos introducido en el sistema y podemos volver a convocarlo para un interrogatorio.

—Sн, pero os recuerdo que nos estamos metiendo en el territorio de la Sдpo. Eso podrнa crear una cierta agitaciуn.

—Lo que pasa es que nada de lo que en estos momentos estб sucediendo podrнa haber pasado si la Sдpo no hubiera estado implicada de una u otra manera. Es posible que Zalachenko fuera realmente un espнa ruso que desertу y al que le dieron asilo polнtico. Tambiйn es posible que trabajara para la Sдpo como agente o como fuente, no sй muy bien cуmo llamarlo, y que existiese una buena razуn para darle una falsa identidad y un anonimato. Pero hay tres problemas. Primero, la investigaciуn que se hizo en 1991 y que condujo al encierro de Lisbeth Salander es ilegal. Segundo, la actividad de Zalachenko desde entonces no tiene absolutamente nada que ver con la seguridad del Estado. Zalachenko es un gбnster normal y corriente que seguro que ha participado en varios asesinatos y en unos cuantos delitos. Y tercero, no hay ninguna duda sobre el hecho de que se disparara y enterrara a Lisbeth Salander en los dominios de su granja de Gosseberga.

—Por cierto, me gustarнa mucho leer el famoso informe de la investigaciуn —dijo Jerker Holmberg.

A Bublanski le cambiу la cara.

—Ekstrцm se lo llevу el viernes, y cuando le pedн que me lo devolviera me dijo que iba a hacer una copia, algo que, sin embargo, no hizo. En su lugar me llamу y me comentу que habнa hablado con el fiscal general y que existнa un problema: segъn el fiscal general, el sello de confidencial implica que el informe no pueda ser copiado ni difundido. El fiscal ha reclamado todas las copias hasta que el asunto se haya investigado a fondo. Sonja le ha tenido que mandar la suya por mensajero.

—їAsн que ya no tenemos el informe?

—No.

—Ўjoder! —exclamу Holmberg—. Esto no me gusta nada.

—No —intervino Bublanski—. Pero sobre todo quiere decir que alguien estб actuando en nuestra contra y que, ademбs, lo estб haciendo de forma muy rбpida y eficaz; fue el informe lo que por fin nos puso en el buen camino.



  

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