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MILLENNIUM 3 1 страница



 

Stieg Larsson

 

 


 

Traducciуn de Martin Lexell y Juan Josй Ortega Romбn

Ediciones Destino Colecciуn Ancora y Delfнn Volumen 1156

Tнtulo original:

Luftslottet som sprangdes. Millennium 3

© 2007, Stieg Larsson

Obra publicada originalmente en Suecia por Norstedts Traducciуn publicada con el acuerdo de Norstedts Agency

© Ediciones Destino, S.A., 2009 Diagonal, 662-664. 08034 Barcelona www.edestino.es

© de la traducciуn del sueco, Martin Lexell y Juan Josй Ortega Romбn, 2009

© de la ilustraciуn de cubierta: Gino Rubert, 2009

Primera ediciуn: junio de 2009 isbn:978-84-233-4161-0 Depуsito legal: M. 23.460-2009 Impreso por Rotapapel, S.L. Impreso en Espaсa-Printed in Spain

No se permite la reproducciуn total o parcial de este libro, ni su incorporaciуn a un sistema informбtico, ni su transmisiуn en cualquier forma o por cualquier medio, sea йste electrуnico, mecбnico, por fotocopia, por grabaciуn u otros mйtodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.


Primera parteIncidente en un pasillo

Del 8 al 12 de abril

 

Se estima que fueron seiscientas las mujeres que combatieron en la guerra civil norteamericana. Se alistaron disfrazadas de hombres. Ahн Hollywood, por lo que a ellas respecta, ha ignorado todo un episodio de historia cultural. їEs acaso un argumento demasiado complicado desde un punto de vista ideolуgico? A los libros de historia siempre les ha resultado difнcil hablar de las mujeres que no respetan la frontera que existe entre los sexos. Y en ningъn otro momento esa frontera es tan nнtida como cuando se trata de la guerra y del empleo de las armas.

No obstante, desde la Antigьedad hasta la йpoca moderna, la historia ofrece una gran cantidad de casos de mujeres guerreras, esto es, amazonas. Los ejemplos mбs conocidos ocupan un lugar en los libros de historia porque esas mujeres aparecen como «reinas», es decir, representantes de la clase reinante. Y es que, por desagradable que pueda parecer, el orden sucesorio coloca de vez en cuando a una mujer en el trono. Como la guerra no se deja conmover por el sexo de nadie y tiene lugar aunque se dй la circunstancia de que un paнs estй gobernado por una mujer, a los libros de historia no les queda mбs remedio que hablar de toda una serie de reinas guerreras que, en consecuencia, se ven obligadas a aparecer como si fueran Churchill, Stalin o Roosevelt. Tanto Semнramis de Nнnive, que fundу el Imperio asirio, como Boudica, que encabezу una de las mбs sangrientas revueltas britбnicas realizadas contra el Imperio romano, son buena muestra de ello. A esta ъltima, dicho sea de paso, se le erigiу una estatua junto al puente del Tбmesis, frente al Big Ben. Salъdala amablemente si algъn dнa pasas por allн por casualidad.

Sin embargo, los libros de historia se muestran por lo general muy reservados con respecto a las mujeres guerreras que aparecen bajo la forma de soldados normales y corrientes, esas que se entrenaban en el manejo de las armas, formaban parte de los regimientos y participaban en igualdad de condiciones con los hombres en las batallas que se libraban contra los ejйrcitos enemigos. Pero lo cierto es que siempre han existido: apenas ha habido una sola guerra que no haya contado con participaciуn femenina.


Capнtulo I

Viernes, 8 de abril

 

Poco antes de la una y media de la madrugada, la enfermera Hanna Nicander despertу al doctor Anders Jonasson.

—їQuй pasa? —preguntу йste, confuso.

—Estб entrando un helicуptero. Dos pacientes. Un hombre mayor y una mujer joven. Ella tiene heridas de bala.

—Vale —dijo Anders Jonasson, cansado.

A pesar de que sуlo habнa echado una cabezadita de mбs o menos media hora, se sentнa medio mareado, como si lo hubiesen despertado de un profundo sueсo. Le tocaba guardia en el hospital de Sahlgrenska de Gotemburgo y estaba siendo una noche miserable, extenuante como pocas. Desde que empezara su turno, a las seis de la tarde, habнan ingresado a cuatro personas debido a una colisiуn frontal de coche ocurrida en las afueras de Lindуme. Una de ellas se encontraba en estado crнtico y otra habнa fallecido poco despuйs de llegar. Tambiйn atendiу a una camarera que habнa sufrido quemaduras en las piernas a causa de un accidente de cocina ocurrido en un restaurante de Avenyn, y le salvу la vida a un niсo de cuatro aсos que llegу al hospital con parada respiratoria tras haberse tragado la rueda de un coche de juguete. Ademбs de todo eso, pudo curar a una joven que se habнa caнdo en una zanja con la bici. Al departamentу de obras pъblicas del municipio no se le habнa ocurrido nada mejor que abrir la zanja precisamente en la salida de un carril bici, y, ademбs, alguien habнa tirado dentro las vallas de advertencia. Le tuvo que dar catorce puntos en la cara y la chica iba a necesitar dos dientes nuevos. Jonasson tambiйn cosiу el trozo de un pulgar que un entusiasta y aficionado carpintero se habнa arrancado con el cepillo.

Sobre las once, el nъmero de pacientes de urgencias ya habнa disminuido. Dio una vuelta para controlar el estado de los que acababan de entrar y luego se retirу a una habitaciуn para intentar relajarse un rato. Tenнa guardia hasta las seis de la maсana, pero aunque no entrara ninguna urgencia йl no solнa dormir. Esa noche, sin embargo, los ojos se le cerraban solos.

La enfermera Hanna Nicander le llevу una taza de tй. Aъn no habнa recibido detalles sobre las personas que estaban a punto de ingresar.

Anders Jonasson mirу de reojo por la ventana y vio que relampagueaba intensamente sobre el mar. El helicуptero llegу justo a tiempo. De repente, se puso a llover a cбntaros. La tormenta acababa de estallar sobre Gotemburgo.

Mientras se hallaba frente a la ventana oyу el ruido del motor y vio cуmo el helicуptero, azotado por las rбfagas de la tormenta, se tambaleaba al descender hacia el helipuerto. Se quedу sin aliento cuando, por un instante, el piloto pareciу tener dificultades para controlar el aparato. Luego desapareciу de su campo de visiуn y oyу cуmo el motor aminoraba sus revoluciones. Tomу un sorbo de tй y dejу la taza.

Anders Jonasson saliу hasta la entrada de urgencias al encuentro de las camillas. Su compaсera de guardia, Katarina Holm, se ocupу del primer paciente que ingresу, un hombre mayor con graves lesiones en la cara. A Jonasson le tocу ocuparse de la segunda paciente, una mujer con heridas de bala. Hizo una rбpida inspecciуn ocular y constatу que parecнa tratarse de una adolescente, en estado muy crнtico y cubierta de tierra y de sangre. Levantу la manta con la que el equipo de emergencia de Protecciуn Civil habнa envuelto el cuerpo y vio que alguien habнa tapado los impactos de bala de la cadera y el hombro con tiras de una ancha cinta adhesiva plateada, una iniciativa que le pareciу insуlitamente ingeniosa. La cinta mantenнa las bacterias fuera y la sangre dentro. Una bala le habнa alcanzado la cadera y atravesado los tejidos musculares. Jonasson levantу el hombro de la chica y localizу el agujero de entrada de la espalda. No habнa orificio de salida, lo que significaba que la municiуn permanecнa en algъn lugar del hombro. Albergaba la esperanza de que no hubiera penetrado en el pulmуn y, como no le vio sangre en la cavidad bucal, llegу a la conclusiуn de que probablemente no fuera йse el caso.

—Radiografнa —le dijo a la enfermera que lo asistнa. No hacнan falta mбs explicaciones.

Acabу cortando la venda con la que el equipo de emergencia le habнa vendado la cabeza. Se quedу helado cuando, con las yemas de los dedos, palpу el agujero de entrada y se dio cuenta de que le habнan disparado en la cabeza. Allн tampoco habнa orificio de salida.

Anders Jonasson se detuvo un par de segundos y contemplу a la chica. De pronto se sintiу desmoralizado. A menudo solнa decir que el cometido de su profesiуn era el mismo que el que tenнa un portero de fъtbol. A diario llegaban a su lugar de trabajo personas con diferentes estados de salud pero con un ъnico objetivo: recibir asistencia. Se trataba de seсoras de setenta y cuatro aсos que se habнan desplomado en medio del centro comercial de Nordstan a causa de un paro cardнaco, chavales de catorce aсos con el pulmуn izquierdo perforado por un destornillador, o chicas de diecisйis que habнan tomado йxtasis y bailado sin parar dieciocho horas seguidas para luego caerse en redondo con la cara azul. Eran vнctimas de accidentes de trabajo y de malos tratos. Eran niсos atacados por perros de pelea en Vasaplatsen y unos cuantos manitas que sуlo iban a serrar unas tablas con una Black & Decker y que, por accidente, se habнan cortado hasta el tuйtano.

Anders Jonasson era el portero que estaba entre el paciente y Fonus, la empresa funeraria. Su trabajo consistнa en decidir las medidas que habнa que tomar; si optaba por la errуnea, puede que el paciente muriera o se despertara con una minusvalнa para el resto de su vida. La mayorнa de las veces tomaba la decisiуn correcta, algo que se debнa a que gran parte de los que hasta allн acudнan presentaba un problema especнfico que resultaba obvio: una puсalada en el pulmуn o las contusiones sufridas en un accidente de coche eran daсos concretos y controlables. Que el paciente sobreviviera dependнa de la naturaleza de la lesiуn y de su saber hacer.

Pero habнa dos tipos de daсos que Anders Jonasson detestaba: uno eran las quemaduras graves, que, independientemente de las medidas que йl tomara, casi siempre condenaban al paciente a un sufrimiento de por vida. El otro eran las lesiones en la cabeza.

La chica que ahora tenнa ante sн podrнa vivir con una bala en la cadera y otra en el hombro. Pero una bala alojada en algъn rincуn de su cerebro constituнa un problema de una categorнa muy distinta. De repente oyу que Hanna, la enfermera, decнa algo.

—їPerdуn?

—Es ella.

—їQuй quieres decir?

—Lisbeth Salander. La chica a la que llevan semanas buscando por el triple asesinato de Estocolmo.

Anders Jonasson mirу la cara de la paciente. Hanna tenнa toda la razуn: se trataba de la chica cuya foto habнan visto йl y el resto de los suecos en las portadas de todos los periуdicos desde las fiestas de Pascua. Y ahora esa misma asesina se hallaba allн, en persona, con un tiro en la cabeza, cosa que, sin duda, podrнa ser interpretada como algъn tipo de justicia poйtica.

Pero eso no era asunto suyo. Su trabajo consistнa en salvar la vida de su paciente, con independencia de que se tratara de una triple asesina o de un premio Nobel. O incluso de las dos cosas.

Luego estallу ese efectivo caos que caracteriza a los servicios de urgencias de un hospital. El personal del turno de Jonasson se puso manos a la obra con gran pericia. Cortaron el resto de la ropa de Lisbeth Salander. Una enfermera informу de la presiуn arterial —100/70— mientras Jonasson ponнa el estetoscopio en el pecho de la paciente y escuchaba los latidos del corazуn, que parecнan relativamente regulares, y una respiraciуn que no llegaba a ser regular del todo.

El doctor Jonasson no dudу ni un segundo en calificar de crнtico el estado de Lisbeth Salander. Las lesiones del hombro y de la cadera podнan pasar, de momento, con un par de compresas o, incluso, con esas tiras de cinta que alguna alma inspirada le habнa aplicado. Lo importante era la cabeza. El doctor Jonasson ordenу que le hicieran un TAC con aquel escбner en el que el hospital habнa invertido el dinero del contribuyente.

Anders Jonasson era rubio, tenнa los ojos azules y habнa nacido en Umeб. Llevaba veinte aсos trabajando en el Ostra y en el Sahlgrenska, alternando su trabajo de mйdico de urgencias con el de investigador y patуlogo. Tenнa una peculiaridad que desconcertaba a sus colegas y que hacнa que el personal se sintiera orgulloso de trabajar con йl: estaba empeсado en que ningъn pacнente se muriera en su turno y, de hecho, de alguna milagrosa manera, habнa conseguido mantener el marcador a cero. Cierto que algunos de sus pacientes habнan fallecido, pero eso habнa ocurrido durante el tratamiento posterior o debido a razones completamente ajenas a su trabajo.

Ademбs, Jonasson presentaba a veces una visiуn de la medicina poco ortodoxa. Opinaba que, con frecuencia, los mйdicos tendнan a sacar conclusiones que carecнan de fundamento y que, por esa razуn, o se rendнan demasiado pronto o dedicaban demasiado tiempo a intentar averiguar con exactitud lo que le pasaba al paciente para poder prescribir el tratamiento correcto. Ciertamente, este ъltimo era el procedimiento que indicaba el manual de instrucciones; el ъnico problema era que el paciente podнa morir mientras los mйdicos seguнan reflexionando. En el peor de los supuestos, un mйdico llegarнa a la conclusiуn de que el caso que tenнa entre manos era un caso perdido e interrumpirнa el tratamiento.

Sin embargo, a Anders Jonasson nunca le habнa llegado un paciente con una bala en la cabeza. Lo mбs probable es que hiciera falta un neurocirujano. Se sentнa inseguro pero, de pronto, se dio cuenta de que quizб fuese mбs afortunado de lo que merecнa. Antes de lavarse y ponerse la ropa para entrar en el quirуfano le dijo a Hanna Nicander:

—Hay un catedrбtico americano llamado Frank Ellis que trabaja en el Karolinska de Estocolmo, pero que ahora se encuentra en Gotemburgo. Es un afamado neurуlogo, ademбs de un buen amigo mнo. Se aloja en el hotel Radisson de Avenyn. їPodrнas averiguar su nъmero de telйfono?

Mientras Anders Jonasson esperaba las radiografнas, Hanna Nicander volviу con el nъmero del hotel Radisson. Anders Jonasson echу un vistazo al reloj —la 1.42— y cogiу el telйfono. El conserje del hotel se mostrу sumamente reacio a pasar ninguna llamada a esas horas de la noche y el doctor Jonasson tuvo que pronunciar unas palabras bastante duras y explнcitas sobre la situaciуn de emergencia en la que se encontraba antes de conseguir contactar con йl.

—Buenas noches, Frank —saludу cuando por fin su amigo cogiу el telйfono—. Soy Anders. Me dijeron que estabas en Gotemburgo. їTe apetece subir a Sahlgrenska para asistirme en una operaciуn de cerebro?

—Are you bullshitting me? —oyу decir a una voz incrйdula al otro lado de la lнnea.

A pesar de que Frank Ellis llevaba muchos aсos en Suecia y de que hablaba sueco con fluidez —aunque con acento americano—, su idioma principal seguнa siendo el inglйs. Anders Jonasson se dirigнa a йl en sueco y Ellis le contestaba en su lengua materna.

—Frank, siento haberme perdido tu conferencia, pero he pensado que a lo mejor podrнas darme clases particulares. Ha entrado una mujer joven con un tiro en la cabeza. Orificio de entrada un poco por encima de la oreja izquierda. No te llamarнa si no fuera porque necesito una second opinion. Y no se me ocurre nadie mejor a quien preguntar.

—їHablas en serio? —preguntу Frank Ellis. —Es una chica de unos veinticinco aсos. —їY le han pegado un tiro en la cabeza? —Orificio de entrada, ninguno de salida. —Pero їestб viva?

—Pulso dйbil pero regular, respiraciуn menos regular, la presiуn arterial es 100/70. Aparte de eso tiene una bala en el hombro y un disparo en la cadera, dos problemas que puedo controlar.

—Su pronуstico parece esperanzador —dijo el profesor Ellis.

—їEsperanzador?

—Si una persona tiene un impacto de bala en la cabeza y sigue viva, hay que considerar la situaciуn como esperanzadora.

—їMe puedes asistir?

—Debo reconocer que he pasado la noche en compaснa de unos buenos amigos. Me he acostado a la una e imagino que tengo una impresionante tasa de alcohol en la sangre...

—Serй yo quien tome las decisiones y realice las intervenciones. Pero necesito que alguien me asista y me diga si hago algo mal. Y, sinceramente, si se trata de evaluar daсos cerebrales, incluso un profesor Ellis borracho me darб, sin duda, mil vueltas.

—De acuerdo. Irй. Pero me debes un favor.

—Hay un taxi esperбndote en la puerta del hotel.

El profesor Frank Ellis se subiу las gafas hasta la frente y se rascу la nuca. Concentrу la mirada en la pantalla del ordenador que mostraba cada recoveco del cerebro de Lisbeth Salander. Ellis tenнa cincuenta y tres aсos, un pelo negro azabache con alguna que otra cana y una oscura sombra de barba; parecнa uno de esos personajes secundarios de Urgencias. A juzgar por su fнsico, pasaba bastantes horas a la semana en el gimnasio.

Frank Ellis se encontraba a gusto en Suecia. Llegу como joven investigador de un programa de intercambio a finales de los setenta y se quedу durante dos aсos. Luego volviу en numerosas ocasiones hasta que el Karolinska le ofreciу una cбtedra. A esas alturas ya era un nombre internacionalmente respetado.

Anders Jonasson conocнa a Frank Ellis desde hacнa catorce aсos. Se vieron por primera vez en un seminario de Estocolmo y descubrieron que ambos eran entusiastas pescadores con mosca, de modo que Anders lo invitу a Noruega para ir a pescar. Mantuvieron el contacto a lo largo de los aсos y llegaron a hacer juntos mбs viajes para dedicarse a su aficiуn. Sin embargo, nunca habнan trabajado en equipo.

—El cerebro es un misterio —comentу el profesor Ellis—. Llevo veinte aсos dedicбndome a la investigaciуn cerebral. La verdad es que mбs.

—Ya lo sй. Perdуname por haberte despertado, pero...

—Bah. —Frank Ellis moviу la mano para restarle importancia—. Esto te costarб una botella de Cragganmore la prуxima vez que vayamos a pescar.

—De acuerdo. Me va a salir barato.

—Hace unos aсos, cuando trabajaba en Boston, tuve una paciente sobre cuyo caso escribн en el New England Journal of Medicine. Era una chica de la misma edad que йsta. Iba camino de la universidad cuando alguien le disparу con una ballesta. La flecha entrу justo por donde termina la ceja, le atravesу la cabeza y le saliу por la nuca.

—їY sobreviviу? —preguntу Jonasson asombrado.

—Llegу a urgencias con una pinta horrible. Le cortamos la flecha y la metimos en el escбner. La flecha le atravesaba el cerebro de parte a parte. Segъn todos los pronуsticos, deberнa haber muerto o, como mнnimo, haber sufrido un traumatismo tan grave que la dejara en coma.

—їY cuбl era su estado?

—-Permaneciу consciente en todo momento. Y no sуlo eso; como es lуgico, tenнa un miedo horrible, pero no habнa perdido ninguna de sus facultades mentales. Su ъnico problema consistнa en que una flecha le atravesaba la cabeza.

—їY quй hiciste?

—Bueno, pues cogн unas pinzas, le extraje la flecha y le puse unas tiritas en las heridas. Mбs o menos. —їY sobreviviу?

—Permaneciу en estado crнtico durante mucho tiempo antes de darle el alta, claro, pero, honestamente, podrнamos haberla mandado a casa el mismo dнa en el que entrу. Jamбs he tenido un paciente tan sano.

Anders Jonasson se preguntу si el profesor Ellis no le estarнa tomando el pelo.

—Y sin embargo, en otra ocasiуn, hace ya algunos aсos —prosiguiу Ellis— asistн en Estocolmo a un paciente de cuarenta y dos aсos que se dio un ligero golpe en la cabeza contra el marco de una ventana. Se mareу y se sintiу tan mal que tuvieron que llevarlo a urgencias en ambulancia. Se hallaba inconsciente cuando me lo trajeron. Tenнa un pequeсo chichуn y una hemorragia apenas perceptible. Pero no se despertу nunca y falleciу en la UVI nueve dнas despuйs. Sigo sin saber por quй muriу. En el acta de la autopsia pusimos «hemorragia cerebral producida por un accidente», pero ninguno de nosotros quedу satisfecho con ese anбlisis. La hemorragia era tan pequeсa y estaba localizada de tal manera que no deberнa haber afectado a nada. Aun asн, con el tiempo, el hнgado, los rнсones, el corazуn y los pulmones dejaron de funcionar. Cuanto mбs viejo me hago, mбs lo veo todo como una especie de ruleta. Si quieres que te diga la verdad, creo que nunca averiguaremos cуmo funciona exactamente el cerebro. їQuй piensas hacer?

Golpeу la imagen de la pantalla con un bolнgrafo.

—Esperaba que me lo dijeras tъ.

—Me gustarнa oнr tu diagnуstico.

—Bueno, para empezar parece una bala de pequeсo calibre. Le ha perforado la sien y le ha entrado unos cuatro centнmetros en el cerebro. Descansa sobre el ventrнculo lateral, justo donde se le ha producido la hemorragia.

—їMedidas?

—Utilizando tu terminologнa, coger unas pinzas y extraer la bala por el mismo camino por el que ha entrado.

—Excelente idea. Pero yo que tъ usarнa las pinzas mбs finas que tuviera.

—їAsн de sencillo?

—En un caso como йste, їquй otra cosa podrнamos hacer? Es posible que dejando la bala donde estб la paciente viva hasta los cien aсos, pero eso tambiйn serнa tentar a la suerte: podrнa desarrollar epilepsia, migraсas y rollos de ese tipo. Lo que no queremos hacer es taladrarle la cabeza dentro de un aсo para operarla cuando la herida se haya curado. La bala estб algo alejada de las arterias principales. En este caso te recomendarнa que se la sacaras, pero...

—Pero їquй?

—La bala no me preocupa. Eso es lo fascinante de los daсos cerebrales: que haya sobrevivido cuando entrу la bala significa que tambiйn sobrevivirб cuando se la saquemos. El problema es mбs bien йste —dijo, seсalando la pantalla—: alrededor del orificio de entrada tienes un montуn de fragmentos уseos. Puedo ver por lo menos una docena de unos cuantos milнmetros de largo. Algunos se han hundido en el tejido cerebral. Ahн estб lo que la matarб si no actъas con cuidado.

—Esa parte del cerebro es la que se asocia al habla y a la capacidad numйrica...

Ellis se encogiу de hombros.

—Bah, chorradas. No tengo ni la menor idea de para quй sirven estas cйlulas grises de aquн. Haz lo que puedas. Eres tъ el que opera. Yo estarй detrбs mirando. їPuedo ponerme alguna bata y lavarme en algъn sitio?

Mikael Blomkvist mirу el reloj y constatу que eran poco mбs de las tres de la maсana. Se encontraba esposado. Cerrу los ojos un momento. Estaba muerto de cansancio, pero la adrenalina lo mantenнa despierto. Abriу los ojos y, cabreado, contemplу al comisario Thomas Paulsson, que le devolviу la mirada en estado (\&shoc\. Se hallaban sentados junto a la mesa de la cocina de una granja situada en algъn lugar cercano a Nossebro llamado Gosseberga, del que Mikael habнa oнdo hablar por primera vez en su vida apenas doce horas antes.

La catбstrofe ya era un hecho.

—ЎIdiota! —le espetу Mikael.

—Bueno, escucha...

—ЎIdiota! —repitiу Mikael—. ЎJoder, ya te dije que el tнo era un peligro viviente, que habнa que manejarlo como si fuese una granada con el seguro quitado! Ha asesinado como mнnimo a tres personas; es como un carro de combate y no necesita mбs que sus manos para matar. Y tъ vas y mandas a dos maderos de pueblo para arrestarlo, como si se tratara de uno de esos borrachuzos de sбbado por la noche.

Mikael volviу a cerrar los ojos. Se preguntу quй mбs iba a irse a la mierda esa noche.

Habнa encontrado a Lisbeth Salander poco despuйs de medianoche, herida de gravedad. Avisу a la policнa y logrу convencer a los servicios de emergencia de Protecciуn Civil para que enviaran un helicуptero y trasladaran a Lisbeth al hospital de Sahlgrenska. Describiу con todo detalle sus lesiones y el agujero de bala de la cabeza, y alguna persona inteligente y sensata se dio cuenta de la gravedad del asunto y comprendiу que Lisbeth necesitaba asistencia de inmediato.

Aun asн, el helicуptero tardу media hora en llegar. Mikael saliу y sacу dos coches del establo, que tambiйn hacнa las veces de garaje, y, encendiendo los faros, iluminу el campo que habнa delante de la casa y que sirviу de pista de aterrizaje.

El personal del helicуptero y dos enfermeros acompaсantes actuaron con gran pericia y profesionalidad. Uno de los enfermeros le administrу los primeros auxilios a Lisbeth Salander mientras el otro se ocupaba de Alexander Zalachenko, tambiйn conocido como Karl Axel Bodin. Zalachenko era el padre de Lisbeth Salander y su peor enemigo. Habнa intentado matarla pero fracasу. Mikael lo encontrу gravemente herido en el leсero de esa apartada granja, con un hachazo con muy mala pinta en la cara y contusiones en la pierna.

Mientras Mikael esperaba la llegada del helicуptero hizo lo que pudo por Lisbeth. Buscу una sбbana limpia en un armario, la cortу y se la puso como venda. Constatу que la sangre se habнa coagulado y habнa formado un tapуn en el orificio de entrada de la cabeza, asн que no sabнa muy bien si atreverse a colocarle una venda allн. Al final, sin ejercer mucha presiуn, le atу la sбbana alrededor de la cabeza, mбs que nada para que la herida no estuviera tan expuesta a las bacterias y la suciedad. En cambio, contuvo la hemorragia de los agujeros de bala de la cadera y del hombro de la manera mбs sencilla: en un armario habнa encontrado un rollo de cinta adhesiva plateada y simplemente cubriу las heridas con ella. Le humedeciу la cara con una toalla mojada e intentу limpiarle las zonas mбs sucias.

No se acercу al leсero para socorrer a Zalachenko. Sin inmutarse un бpice reconociу que, para ser sincero, Zalachenko le importaba un comino.

Mientras esperaba a los servicios de emergencia de Protecciуn Civil, llamу tambiйn a Erika Berger y le explicу la situaciуn.

—їEstбs bien? —preguntу Erika.

—Yo sн —contestу Mikael—. Pero Lisbeth estб herida.

—Pobre chica —dijo Erika Berger—. Me he pasado la noche leyendo el informe que Bjorck redactу para la Sдpo. їQuй vas a hacer?

—Ahora no tengo fuerzas para pensar en eso —respondiу Mikael.

Sentado en el suelo junto al banco de la cocina, hablaba con Erika mientras le echaba un ojo a Lisbeth Salander. Le habнa quitado los zapatos y los pantalones para vendar la herida de la cadera y, de repente, por casualidad, puso la mano encima de la prenda que habнa tirado al suelo. Sintiу un objeto en el bolsillo de la pernera y sacу un Palm Tungsten T3.

Frunciу el ceсo y, pensativo, contemplу el ordenador de mano. Al oнr el ruido del helicуptero se lo introdujo en el bolsillo interior de su cazadora. Luego, mientras todavнa se encontraba solo, se inclinу hacia delante y examinу todos los bolsillos de Lisbeth Salander. Encontrу otro juego de llaves del piso de Mosebacke y un pasaporte a nombre de Irene Nesser. Se apresurу a meter los objetos en un compartimento del maletнn de su ordenador.

El primer coche patrulla de la policнa de Trollhбttan, con los agentes Fredrik Torstensson y Gunnar Andersson a bordo, llegу pocos minutos despuйs de que aterrizara el helicуptero. Fueron seguidos por el comisario Thomas Paulsson, que asumiу de inmediato el mando. Mikael se acercу y empezу a explicar lo ocurrido. Paulsson se le antojу un engreнdo sargento chusquero y un completo zoquete. De hecho, fue nada mбs llegar Paulsson cuando las cosas empezaron a torcerse.

Paulsson parecнa no comprender nada de lo que le contaba Mikael. Dio muestras de un extraсo nerviosismo y el ъnico hecho que asimilу fue que la maltrecha chica que se hallaba tumbada en el suelo frente al banco de la cocina era la triple y buscada asesina Lisbeth Salander, algo que constituнa una interesantнsima captura. Paulsson le preguntу tres veces al extremadamente ocupado enfermero de Protecciуn Civil si podнa arrestar a la chica in situ. Hasta que el enfermero agotу su paciencia, se levantу y le gritу que se mantuviera alejado.

Luego Paulsson se centrу en el malherido Alexander Zalachenko, que estaba en el leсero. Mikael oyу a Paulsson comentar por radio que, al parecer, Lisbeth Salander habнa intentado matar a otra persona mбs.

A esas alturas, Mikael estaba ya tan cabreado con Paulsson —quien, como se podнa ver, no habнa escuchado ni una palabra de lo que йl le habнa intentado decir— que alzу la voz y lo instу a llamar, en ese mismo instante, al inspector Jan Bublanski a Estocolmo. Sacу su mуvil y se ofreciу a marcarle el nъmero. Paulsson no mostrу ni el menor interйs.

Luego Mikael cometiу dos errores.

Absolutamente resuelto, explicу que el verdadero triple asesino era un hombre llamado Ronald Niedermann, que tenнa una constituciуn fнsica similar a la de un robot anticarros, que sufrнa de analgesia congйnita y que, en ese momento, se encontraba atado, hecho un fardo, en una cuneta de la carretera de Nossebro. Mikael describiу el lugar en el que podrнan hallar a Niedermann y les recomendу que enviaran a un pelotуn de infanterнa con armas de refuerzo. Paulsson preguntу cуmo habнa ido Niedermann a parar a la cuneta y Mikael reconociу, con toda sinceridad, que fue йl quien, apuntбndolo con un arma, consiguiу llevarlo hasta allн.

—їUn arma? —preguntу el comisario Paulsson.

A esas alturas, Mikael ya deberнa haberse dado cuenta de que Paulsson era tonto de remate. Deberнa haber cogido el mуvil y llamado a Bublanski para pedirle que interviniese y disipara aquella niebla en la que parecнa estar envuelto Paulsson. En lugar de eso, Mikael cometiу el error nъmero dos intentando entregarle el arma que llevaba en el bolsillo de la cazadora: la Colt 1911 Government que ese mismo dнa habнa encontrado en el piso de Lisbeth Salander y que le sirviу para dominar a Ronald Niedermann.

Fue eso, sin embargo, lo que llevу a Paulsson a arrestar en el acto a Mikael Blomkvist por tenencia ilнcita de armas. Luego, Paulsson ordenу a los policнas Torstensson y Andersson que se dirigieran a ese lugar de la carretera de Nossebro que Mikael les habнa indicado para que averiguaran si era verdad la historia de que, en una cuneta, se encontraba una persona inmovilizada y atada al poste de una seсal de trбfico que advertнa de la presencia de alces. Si asн fuera, los policнas deberнan esposar a la persona en cuestiуn y traerla hasta la granja de Gosseberga.



  

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