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EL PRIMER DIOS. EL TERCER DIOS. EL SEGUNDO DIOSEL PRIMER DIOS
Mi espíritu se ha hartado y hastiado De lo que existe. No moveré un dedo Para construir otra vez mundo alguno, Ni para hacer desaparecer mundo alguno de la creación. No existiría, si morir pudiera, Pues los milenios hacen sentir su peso, Sobre mis hombros y El inagotable sonido de los mares Agota la fortuna de mi sueño. ¡Ah! si pudiera desprenderme de mi razón original De ser, me desvanecería, igual que el sol Muere en su crepúsculo. Desearía, si pudiera hacerlo, Desnudar a mi divinidad, De sus propósitos, Y en el cosmos exhalar El soplo de mi mortalidad Y así terminar de vivir para siempre. ¡Ojalá! me desvanezca y huya De la memoria temporal. A estar y existir en el cosmos del Tiempo.
EL TERCER DIOS
¡Oídme, hermanos míos! ¡Oídme hermanos antiguos! En aquél valle un joven entona una canción, Canta los arcanos de su espíritu En el oído de la noche De oro y ébano es su lira De plata y oro su voz.
EL SEGUNDO DIOS
No soy tan poco inteligente como para ansiar No vivir, no ser. No puedo elegir otro que el más escarpado De los senderos, para dejarme llevar Por el camino de las estaciones, Y fortalecer el poder de los años; La simiente sembrar y observar su germinación En el centro de la tierra; Alimentar a las flores con el empuje Con que luego podrá resguardar su existencia, Y después desenterrarla, en el momento de empezar La Tormenta a reír en la selva, Y a extraer a los seres humanos de la tiniebla Enigmática; mas permite que conserven las raíces su Apego a la Tierra; Fomentar y sembrar, en él mismo, la sed de la existencia, Y transformar a la muerte en el copero, Brindarle el amor que tiene su origen en el dolor, Amor que se sublima en la añoranza, Que se multiplica en el Anhelo, Y que se esfuma en el abrazo primero, Para ceñir su noche Con las divinas ensoñaciones de los días Y en ellos verter Las revelaciones de las noches sagradas, Y después lograr que sus noches y días No se metamorfoseen nunca; Para lograr de su inventiva, Un águila vigilante en las cumbres; Y de sus razonamientos Tormentas de océanos; Y después darle una mano lenta Para los juicios y para los deberes morales, Y un pie pesado en sus cavilaciones; Para brindarle felicidad para cantar su melopea Ante nosotros, Y tristeza para obligarlo a acudir a nuestro socorro Y después humillarlo en su orgullo, En el momento que la Tierra, de hambre, Grite pidiendo pan; Para subir su espíritu por sobre el cielo mismo, Para hacerlo saborear nuestro mañana Y permitir que su cuerpo se revuelque en el cieno Y no pueda olvidar, de esa manera, su ayer. En esa forma conviene a nuestra Majestad Gobernar al ser humano Hasta el fin de los Tiempos, Regulando su hálito, Que comienza con el grito de su madre, Y culmina con el llanto De sus hijos.
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