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Capítulo 12



 

Tení a leucemia; lo habí a sabido desde el verano pasado.

En cuanto me lo dijo, la sangre se agolpó en mi cabeza y un montó n de imá genes y de ideas inundaron mi mente. Era como si en ese momento breve, el tiempo hubiera parado repentinamente y comprendí a todo lo que habí a ocurrido entre nosotros. Comprendí por qué habí a querido que yo hiciera la obra: comprendí por qué, despué s de que habí amos llevado a cabo esa noche el estreno, Hegbert le habí a susurrado con lá grimas en sus ojos, llamá ndola su á ngel; comprendí por qué parecí a tan cansada constantemente y por qué me pedí a que la acompañ ara a casa. Todo se puso completamente claro.

Por qué querí a que la Navidad en el orfanato fuera tan especial…

Por qué no pensaba ir a la universidad…

Por qué me habí a dado su Biblia…

Todo tuvo perfecto sentido, y al mismo tiempo, nada parecí a tener sentido en absoluto. Jamie Sullivan tení a leucemia…

Jaime, la dulce Jamie, se estaba muriendo…

Mi Jamie…

" No, no", le susurré, " tiene que haber un error…".

Pero no lo habí a, y cuando me lo dijo otra vez, mi mundo se puso en blanco. Mi cabeza empezó a dar vueltas, y me le agarré fuerte para evitar perder el balance. En la calle vi a un hombre y una mujer, caminando hacia nosotros, con sus cabezas dobladas y sus manos sobre sus sombreros para evitar que se volaran. Un perro trotaba en el camino y paró para oler algunos arbustos. Un vecino de por ahí se estaba parando en una escalera de mano, acomodando sus luces de Navidad. Lugares normales de la vida diaria, cosas que nunca habrí a notado antes, repentinamente me hací an sentir enfadado. Cerré mis ojos, queriendo hacer desaparecer el problema.

" Lo siento tanto, Landon", decí a una y otra vez. Fui yo el que debí a haberlo estado diciendo. Sé eso ahora, pero mi confusió n me abstuvo de decir algo.

En el fondo, sabí a que no desaparecerí a. La sujeté otra vez, no sabiendo qué má s hacer, lá grimas llenando mis ojos, tratando y fallando en ser el apoyo que ella necesitaba.

Lloramos juntos en la calle por mucho tiempo, só lo un poco faltaba de camino de su casa. Lloramos un poco má s cuando Hegbert abrió la puerta y vio nuestras caras, sabiendo inmediatamente que el secreto habí a sido revelado. Lloramos cuando se lo dijimos a mi madre má s tarde ese dí a, y mi madre nos sujetó junto a ella y sollozó tan fuerte que tanto la criada como la cocinera querí an llamar al doctor porque pensaron que algo le habí a pasado a mi padre. El domingo Hegbert hizo el anuncio a sus feligreses, su cara era una má scara de angustia y miedo, y tuvo que ser ayudado a regresar a su asiento antes de que hubiera terminado siquiera.

Cada uno en la congregació n miró fijamente la incredulidad silenciosa en las palabras que ellos acababan de oí r, como si estuvieran esperando el fin de alguna broma horrible que ninguno de ellos podí a creer haber escuchado. Entonces de repente, el gemir comenzó.

Nos sentamos con Hegbert el dí a que me lo dijo, y Jamie respondió a mis preguntas pacientemente. No supo cuá nto tiempo habí a perdido, me dijo. No, no habí a nada que los doctores podí an hacer. Era una forma infrecuente de la enfermedad, habí an dicho, una que no respondí a ya al tratamiento que era disponible en aquel entonces. Sí, cuando el añ o escolar habí a empezado, se habí a sentido bien. Fue hasta las ú ltimas semanas que habí a empezado a sentir sus efectos.

" Así es como avanza", dijo. " Primero te sientes bien, y luego, cuando tu cuerpo ya no puede pelear má s, ya no lo haces".

Sofocando mis lá grimas, no podí a dejar de pensar en la obra dramá tica.

" Pero todos esos ensayos… Esos dí as largos… Tal vez no tengas…".

" No", dijo, tomando mi mano y callá ndome. " Hacer la obra era la cosa que me mantuvo sana durante tanto tiempo".

Despué s, me dijo que siete meses habí an pasado desde que habí a sido diagnosticada. Los doctores le habí an dado un añ o, tal vez menos.

Esos dí as podrí an haber sido diferentes. Esos dí as podí an haberla tratado.

Estos dí as Jamie vivirí a probablemente. Pero eso estaba ocurriendo hace cuarenta añ os, y supe lo qué eso significaba.

Solamente un milagro podí a salvarla.

" ¿ Por qué no me lo dijiste? ".

É sa era una pregunta que no le habí a hecho, la ú nica en la que habí a estado pensando. No habí a dormido esa noche, y mis ojos todaví a estaban hinchados. Me habí a ido del shock a la negació n de ahí a la tristeza luego a la có lera y de vuelta otra vez, toda la noche, deseaba que no fuera cierto y rogaba que todo eso hubiera sido alguna pesadilla terrible.

Está bamos en su sala al dí a siguiente, el dí a que Hegbert habí a hecho el anuncio a los feligreses. Era el 10 de enero de 1959.

Jamie no parecí a tan deprimida como pensaba que lo estarí a. Pero recordé, que ya habí a estado viviendo con eso por siete meses. Ella y Hegbert habí a sido los ú nicos en saberlo, y ninguno de los dos habí a confiado en mí. Estaba lastimado por eso y asustado al mismo tiempo.

" Habí a tomado una decisió n", me explicó, " que serí a mejor si no se lo dijera a nadie, y pedí a mi padre que hiciera lo mismo. Viste có mo estaban las personas despué s del anuncio de hoy. Nadie me miraba a los ojos siquiera. Si tu tuvieras solamente algunos meses de vida, ¿ eso es lo que hubieras querido? ".

Sabí a que tení a razó n, pero no lo hizo má s fá cil. Estaba, por primera vez en mi vida, total y completamente perdido.

Nunca antes habí a tenido a alguien que fuera a morir tan cerca de mí, por lo menos no alguien a quien podí a recordar. Mi abuela se habí a muerto cuando tení a tres añ os, y no recuerdo una sola cosa sobre ella o lo que habí a pasado despué s o incluso los siguientes añ os despué s de que pasó. Habí a escuchado historias, por supuesto, tanto de mi padre como de mi abuelo, pero para mí eso es exactamente lo que eran, solo historias. Era como escuchar historias o como leer un perió dico sobre alguna mujer a quien nunca conocí realmente. Aunque mi padre me llevarí a con é l cuando puso flores sobre su tumba, nunca tuve cualquier sentimiento relacionado con ella. Me compadecí a solamente de las personas a quienes habí a dejado.

Nadie en mi familia o mi cí rculo de amigos alguna vez habí a tenido que enfrentar algo así. Jamie tení a diecisiete, una niñ a al borde de convertirse en mujer, moribunda y todaví a tan viva al mismo tiempo. Estaba asustado, má s asustado de lo que alguna vez habí a estado, no solamente por ella, sino tambié n por mí. Viví con el miedo de hacer cualquier cosa incorrecta, de hacer algo que la ofenderí a. ¿ Enfadarme alguna vez en su presencia estarí a bien?

¿ Hablar del futuro estarí a bien? Mi miedo me hizo hablarle con dificultad, aunque ella era paciente conmigo.

Mi miedo, sin embargo, me hizo darme cuenta de otra cosa, algo que hizo todo peor. Me di cuenta de que la habí a conocido cuando ni siquiera habí a estado sana. Habí a empezado a pasar el tiempo con ella solamente algunos meses antes, y habí a estado enamorado de ella durante solamente dieciocho dí as. Esos dieciocho dí as parecí an mi vida entera, pero ahora, cuando la miraba, todo lo que podí a hacer era preguntarme cuá ntos dí as má s serí an.

El lunes no se vio por la escuela, y de algú n modo sabí a que ya nunca recorrerí a los pasillos otra vez. Nunca la verí a leer la Biblia saliendo a solas en el almuerzo, nunca verí a su sué ter marró n moverse a travé s de la multitud cuando se abrí a paso a su siguiente clase. Habí a terminado con la escuela para siempre; nunca recibirí a su diploma.

No podí a concentrarme en algo mientras me sentaba en la clase ese primer dí a, escuchando como profesor tras profesor nos decí an lo que ya habí amos escuchado la mayorí a de nosotros.

Las respuestas eran similares a é sas en la iglesia el domingo. Las chicas gritaban, los chicos agachaban sus cabezas, las personas contaban historias sobre ella como si ya estuviera muerta. ¿ Qué podemos hacer? Se preguntaban en voz alta, y las personas me buscaban como queriendo encontrar las respuestas en mí.

" No sé ", era todo lo que podí a decir.

Dejé la escuela temprano y fui a ver a Jamie, saltando mis clases despué s del almuerzo.

Cuando toqué la puerta, Jamie respondió de la manera que siempre lo hizo, alegremente y sin, parecí a, una preocupació n en el mundo entero.

" Hola, Landon", dijo, " é sta es una sorpresa".

En cuanto me besó, yo le besé de nuevo, aunque eso me hizo querer llorar.

" Mi padre no está en casa ahora, pero si quieres sentarte en el pó rtico, podemos hacerlo".

" ¿ Có mo puedes hacer esto? " Pregunté repentinamente. " ¿ Có mo puedes fingir que nada está mal contigo? ".

" No estoy fingiendo que nada está mal, Landon. Dé jame sacar mi abrigo y nos sentaremos afuera y hablaremos, ¿ sí? ".

Me sonrí o, esperando una respuesta, y asentí con la cabeza definitivamente, mis labios se abrumaban juntos. Extendió la mano y acarició mi brazo.

" Volveré en seguida", dijo.

Caminé a la silla y me senté, Jamie apareció un momento despué s. Llevaba un abrigo pesado, guantes, y un sombrero para mantenerla caliente. El norte habí a pasado, y el dí a no estaba tan frí o como habí a estado el fin de semana. Todaví a, sin embargo, era demasiado para ella.

" No fuiste a la escuela hoy", dije.

Ella miro al suelo y asintió con la cabeza. " Lo sé ".

" ¿ Alguna vez vas a volver? " Aunque ya sabí a la respuesta, tení a que escucharlo de ella.

" No", dijo muy bajito, " no lo haré ".

" ¿ Por qué? ¿ Está s ya tan enferma? " Empecé a lagrimear, y extendió su mano y tomó la mí a.

" No. Hoy me siento muy bien, en realidad. Só lo que quiero estar en casa por la mañ ana, antes de que mi padre tenga que ir a la oficina. Quiero pasar tanto tiempo con é l como pueda".

Antes de que me muera, quiso decir pero no lo hizo. Me sentí a con ná useas y no podí a responder.

" Cuando los doctores nos dijeron, " continuó, " primero, dijeron que debí a tratar de llevar una vida tan normal como me fuera posible por tanto tiempo como yo pudiera. Dijeron que me ayudarí a a mantener mi fuerza".

" No hay nada normal en eso", dije muy amargamente.

" Lo sé ".

" ¿ No está s asustada? ".

De algú n modo esperaba que ella a dijera que no, que dijera algo sabio de la misma manera que lo harí a un adulto – o explicarme que no podemos atrevernos a comprender el plan del Señ or.

Apartó la mirada. " Sí ", dijo definitivamente, " estoy asustada constantemente".

" ¿ Entonces por qué no actú as como tal? ".

" Lo hago. Só lo que lo hago en privado".

" ¿ Porque no confí as en mí? ".

" No", dijo, " porque sé que está s asustado tambié n".

Empecé a rezar por un milagro.

Ocurren constantemente supuestamente, y leí a acerca de ellos en los perió dicos.

Las personas que recuperaban el uso de sus miembros despué s de que nunca caminarí an otra vez, o de algú n modo sobreviviendo a un accidente terrible cuando toda esperanza estaba perdida. De vez en cuando la carpa de algú n pastor viajero serí a puesta en las afueras de Beaufort, y las personas irí an allí para mirar cuando otras personas eran curadas. Habí a ido a un par, y sin embargo. Supuse que la mayor parte de la curació n no era nada má s que un espectá culo de magia superficial, debido a que nunca reconocí a a las personas que fueron curadas, ocasionalmente habí a cosas que incluso yo no podí a explicar. Un hombre viejo llamado Sweeney, que era panadero aquí en el pueblo, habí a estado en la Primera Guerra Mundial con una unidad de artillerí a detrá s de las trincheras, y meses de bombardear los enemigos lo habí an dejado sordo de una oreja. Era un hecho – no podí a escuchar una sola cosa realmente, y habí a habido veces cuando é ramos niñ os que habí amos sido capaces de robar un rollo de canela estando é l allí. Pero el pastor empezó a rezar febrilmente y colocó su mano sobre la cabeza de Sweeney. Sweeney gritó fuerte, haciendo a las personas saltar prá cticamente afuera de sus asientos. Tení a una expresió n aterrorizada sobre su cara, como si el tipo lo hubiera tocado con algo caliente, pero luego agitó su cabeza y miró, pronunciando las palabras de " Puedo escuchar otra vez". Incluso é l no podí a creerlo. " El Señ or", el pastor habí an dicho cuando Sweeney regresaba a su asiento, " puede hacer lo que sea. El Señ or escucha nuestras oraciones".

Así que esa noche abrí la Biblia que Jamie me habí a dado en la Navidad y empecé a leer. Ahora, yo habí a oí do todo sobre la Biblia en la catequesis y en la iglesia, pero francamente, só lo recordaba los rasgos sobresalientes – el Señ or envió las siete pestes así que los israelitas pudieron dejar Egipto, cuando Joná s fue tragado por una ballena, Jesú s cruzando el agua o el pasaje de Lá zaro con los muertos. Habí a otros má s, tambié n. Sabí a que prá cticamente cada capí tulo de la Biblia tiene al Señ or haciendo algo espectacular, pero no habí a aprendido todo. Como cristianos dependimos de las enseñ anzas del Nuevo Testamento en exceso, y no sabí a las primeras cosas sobre libros como los de Josué o Ruth o Joel. La primera noche leí por entero el Gé nesis, la segunda noche leí el É xodo. Leví ticos despué s, seguido por los Nú meros y luego Deuteronomio. La trama se poní a un poco lenta en ciertas partes, especialmente cuando todas las leyes estaban siendo explicadas, por supuesto no podí a dejarlo ahí. Fue una compulsió n que no comprendí a completamente.

Era tarde una noche, y estaba cansado cuando llegué a los salmos por fin, pero de algú n modo sabí a que eso era lo que estaba buscando. Todos han escuchado el Salmo Veintitré s, que empieza, " El Señ or es mi pastor", pero querí a leer los otros, ya que ninguno de ellos, como se suponí a, era má s importante que los demá s. Despué s de una hora encontré una secció n subrayada que asumí que Jamie habí a marcado porque le significaba algo.

Esto es el lo que decí a:

¡ Lloro por ti, mi Señ or, mi apoyo! No seas sordo ante mí, ya que si está s callado, bajaré al hoyo como el resto. Escucha mi voz levantada cuando te pido ayuda, como levanto mis manos, mi Señ or, hacia tu santuario.

Cerré la Biblia con lá grimas en mis ojos, sin terminar el salmo. De algú n modo sabí a que lo habí a subrayado para mí.

" No sé qué hacer", dije anonadadamente, mirando fijamente la luz dé bil de mi lá mpara de dormitorio. Mi mamá y yo está bamos sentados sobre mi cama. Se estaba acercando el final de enero, el mes má s difí cil de mi vida, y sabí a que en febrero las cosas solamente se pondrí an peores.

" Sé que esto es duro para ti", murmuró, " pero no hay nada que tú puedas hacer".

" No me refiero a que Jamie esté enferma – sé que no hay nada que pueda hacer sobre eso. Me refiero a Jamie y yo".

Mi madre me miró compasivamente. Estaba preocupada por Jamie, pero estaba tambié n preocupada por mí. Continué.

" Es difí cil para mí hablarle. Todo lo que puedo hacer cuando la miro es pensar en el dí a en no podré hacerlo. Así que paso todo mi tiempo en la escuela pensando en ella, deseando que pudiera verla ahí mismo, pero cuando llego a su casa, no sé qué decir".

" No sé si hay algo que puedas decir para hacerla sentir mejor".

" ¿ Entonces qué debo hacer? ".

Me miró tristemente y puso su brazo alrededor de mi hombro.

" La quieres realmente, ¿ no es así? ", dijo.

" Con todo mi corazó n".

Parecí a tan triste como nunca la habí a visto. " ¿ Qué es lo que tu corazó n te está diciendo que hagas? ".

" No sé ".

" Puede que sí ", dijo suavemente, " pero debes intentar fuerte para escuchar".

El dí a siguiente estuve mejor con Jamie, sin embargo no mucho. Antes de llegar, me habí a dicho a mí mismo que no dirí a nada que la hiciera sentir mal – probarí a hablarle como lo hací a antes – y fue exactamente có mo lo hice. Me senté sobre su sofá y le conté sobre algunos de mis amigos y lo que estaban haciendo; le conté sobre el é xito del equipo del bá squetbol. Le dije que todaví a no habí a tenido noticias de UNC, pero que era probable que las hubiera dentro de las siguientes semanas. Le dije que estaba esperando con ansia la ceremonia de entrega de diplomas. Le hablé como si fuera a estar de regreso en la escuela la semana siguiente, y sabí a que parecí a nervioso a la vez. Jamie sonrí o y asentí a con la cabeza las veces apropiadas, haciendo preguntas de vez en cuando. Pero pienso sabí amos que cuando terminara de hablar de eso serí a la ú ltima vez que lo harí a así. No sentí a que fuera correcto hacerlo.

Mi corazó n me decí a la misma cosa exactamente. Recurrí a la Biblia otra vez, con la esperanza de que me servirí a de guí a.

" ¿ Có mo te sientes? " Le pregunté un par de dí as despué s.

Ya Jamie habí a perdido má s peso. Su piel empezaba a tomar un matiz ligeramente grisá ceo, y los huesos en sus manos estaban empezando a verse a travé s de su piel.

Otra vez vi moretones. Está bamos dentro de su casa en la sala; el frí o era demasiado para ella.

A pesar de todo, se veí a hermosa.

" Estoy bien", dijo, sonriendo valientemente. " Los doctores me han dado un poco de medicina para el dolor, y parece ayudarme un poco".

Habí a estado visitá ndola todos los dí as. El tiempo parecí a estar disminuyendo su velocidad y apresurá ndose a la misma vez.

" ¿ Puedo hacer algo por ti? ".

" No, gracias, estoy bien".

Miré la habitació n, y luego de nuevo a ella.

" He estado leyendo la Biblia ", le dije.

" ¿ Lo haz hecho? " Su cara se iluminó, recordá ndome al á ngel a quien habí a visto en la obra dramá tica. No podí a creer que solamente seis semanas habí an pasado.

" Querí a que lo supieras".

" Me alegra que me lo digas".

" Leí el libro de Job anoche", dije, " donde Dios clavó a Job esporá dicamente para evaluar su fe".

Sonrí o y extendió la mano para acariciar mi brazo, su mano blanda sobre mi piel. Se sentí a bonito. " Debe leer otra cosa. Eso no es sobre Dios en uno de sus mejores momentos".

" ¿ Por qué le habrí a hecho eso? ".

" No sé ", dijo.

" ¿ Alguna vez te has sentido como Job? ".

Sonrí o, con un centelleo pequeñ o en sus ojos. " A veces".

" ¿ Pero tú no has perdido tu fe? ".

" No". Sabí a que no la habí a perdido, pero pienso que estaba perdiendo la mí a.

" ¿ Es porque piensas que podrí as ponerte mejor? ".

" No", dijo, " es porque es lo ú nico que me queda".

Despué s de eso, empezamos a leer la Biblia juntos. Parecí a que era lo mejor para hacer de algú n modo, pero mi corazó n me estaba diciendo que todaví a podrí a haber algo má s. Por la noche estuve acostado despierto, preguntá ndome sobre eso.

Leer la Biblia nos dio algo para concentrarnos, y de repente todo empezó a ponerse mejor entre nosotros, tal vez porque no estaba tan preocupado por hacer algo para ofenderla. ¿ Qué podí a estar mejor que leer la Biblia? Sin embargo no sabí a tanto como ella sobre eso, pienso que apreciaba el gesto, y ocasionalmente cuando leí amos, ella poní a su mano sobre mi rodilla y só lo escuchaba mi voz en la habitació n.

Sin embargo habí a otras veces en que estaba sentado al lado de ella en el sofá, mirando la Biblia y mirando a Jamie de reojo al mismo tiempo, y encontrá bamos un pasaje o un salmo, tal vez incluso un proverbio, y le preguntaba qué pensaba sobre eso. Tení a una respuesta siempre, y yo asentirí a con la cabeza, pensando en eso.

A veces ella me preguntaba qué pensaba yo, y hací a todo lo posible, tambié n, aunque habí a momentos cuando estaba fanfarroneando y era seguro que ella lo sabí a. " ¿ Eso es el lo que realmente significa para ti? " Preguntarí a, y frotarí a mi barbilla y pensaba en ello antes de tratar otra vez. A veces, sin embargo, era su culpa cuando no podí a concentrarme, con esa mano sobre mi rodilla y todo.

Un viernes por la noche la lleve cenar a mi casa. Mi mamá se reunió con nosotros para la comida principal, dejó la mesa entonces e iba a su recá mara con el propó sito de que pudié ramos estar solos.

Era bonito estar allí, sentado con Jamie, y sabí a que ella se sentí a de la misma manera. No habí a estado fuera de su casa mucho tiempo, y eso era un buen cambio para ella.

Desde que me habí a dicho sobre su enfermedad, Jamie habí a dejado de llevar su pelo agarrado con la dona, y todaví a era tan impactante como lo fue la primera vez que la habí a visto así. Ella miraba el armario de la vajilla – mamá tení a uno de esos armarios con luces dentro – cuando extendí la mano al otro lado de la mesa y tomé la suya.

" Gracias por venir esta noche", dije.

Ella puso su atenció n de nuevo en mí. " Gracias por invitarme".

Pausé. " ¿ Có mo sigue tu padre? ".

Jamie suspiró. " No demasiado bien. Me preocupa mucho".

" É l te ama demasiado, tú lo sabes".

" Lo sé ".

" Yo tambié n", dije, y cuando lo hice, apartó la mirada. Escucharme decir eso parecí a asustarla otra vez. " ¿ Tú seguirá s yendo a mi casa? " Preguntó. " Incluso despué s, tú sabes, cuando…".

Apreté su mano, no fuerte, pero lo suficiente para dejarla saber que sentí a lo que dije.

" Si tú quieres que yo vaya, estaré ahí ".

" No tenemos que leer la Biblia má s, si no quieres hacerlo".

" Sí ", dije silenciosamente, " creo que debemos".

Sonrí o. " Eres un buen amigo, Landon. No sé qué harí a sin ti". Apretó mi mano, devolviendo el favor. Sentada enfrente de mí, lucí a radiante.

" Te amo, Jamie", dije otra vez, pero esta vez no estaba asustada. En vez de eso nuestros ojos se encontraron al otro lado de la mesa, y miré cuando los suyos empezaron a brillar. Suspiró y apartó la mirada, pasando su mano por su pelo, me miró otra vez. Besé su mano, y sonreí en respuesta.

" Te amo yo tambié n", murmuró al fin.

Eran las palabras que habí a estado rezando por escuchar.

No sé si Jamie dijo a Hegbert sobre sus sentimientos hacia mí, pero lo dudaba de algú n modo porque su rutina no habí a cambiado en absoluto. Era su há bito dejar la casa siempre que yo iba despué s de la escuela, y eso continuó. Tocarí a en la puerta y escuchaba cuando Hegbert le explicaba a Jamie que partirí a y estarí a allí en un par de horas. " Está bien, papá ", siempre la escuchaba decir, entonces esperarí a que Hegbert abriera la puerta. En cuanto é l me dejaba entrar, abrirí a el ropero del pasillo y jalaba su abrigo y su sombrero, abotonando el abrigo todo el camino antes de dejar la casa en silencio. Su abrigo era a la moda antigua, negro y largo, de la misma forma que una gabardina sin cierres, la clase que estaba a la moda un siglo antes de aquellos tiempos. Rara vez me habló directamente, incluso despué s de que se enteró de que Jamie y yo habí amos empezado a leer la Biblia juntos.

Aunque todaví a no le gustaba que yo estuviera en la casa si é l no estaba ahí, permití a que yo entrara de todas maneras. Sabí a que parte de la razó n tení a que ver con el hecho de que no querí a que Jamie se congelara sentada sobre el pó rtico, y la ú nica otra alternativa era esperar en la casa mientras estaba ahí. Pero pienso que Hegbert necesitaba un poco de tiempo a solas tambié n, y é sa era la razó n legí tima por el cambio. No me habló sobre las reglas de la casa – pero podí a ver ese deseo en sus ojos la primera vez que habí a dicho que podí a quedarme. Me permitió quedarme en la sala, eso era todo.

Jamie todaví a estaba bien, aunque el invierno era muy crudo. Una racha frí a llegó inesperadamente durante los ú ltimos dí as de enero y duró nueve dí as, seguida por tres dí as consecutivos de lluvia torrencial. Jamie no tení a interé s en dejar la casa con tal clima, Aunque despué s de que Hegbert se habí a ido, ella y yo podí amos respirar el aire a mar fresco sobre el pó rtico durante só lo un par de minutos.

Siempre que hicimos eso, me preocupaba por ella.

Mientras leí mos la Biblia, las personas tocarí an la puerta al menos tres veces todos los dí as. Las personas pasaban de visita, a veces con comida, otras solo para saludar. Inclusive Eric y Margaret fueron, y aunque a Jamie no le estaba permitido dejarlos entrar, lo hizo de todos modos, y nos sentamos en la sala y hablamos de ellos un poco, y ambos eran incapaces de mantener su mirada fija.

Estaban tan nerviosos, y les tomó un par de minutos encontrar un punto fijo. Eric habí a ido para disculparse, é l lo dijo, y dijo que no podí a imaginar por qué de entre toda la gente le habí a pasado a ella. Tambié n tení a algo para ella, y puso un sobre en la mesa, su mano temblaba. Su voz se ahogaba cuando habló, las palabras resonaban con una emoció n que nunca le habí a escuchado a é l expresar.

" Tú tienes el corazó n má s grande que alguna vez he conocido", dijo con un agrietamiento de voz a Jaime", y aunque lo tengo por seguro y no siempre fui simpá tico contigo, querí a dejarte saber có mo me siento. Nunca he sentido nada como esto en toda mi vida". Pausó e intentó mirarla de reojo. " Eres la mejor persona a quien probablemente alguna vez conoceré ".

Cuando é l lo dijo intentó retener sus lá grimas, Margaret querí a dar las suyas y se sentó a llorar sobre el sofá, sin poder hablar. Cuando Eric habí a terminado, Jamie pasó un trapo por las lá grimas de sus mejillas, se puso de pie despacio, y sonrí o, abriendo sus brazos en lo que podí a solamente ser llamado un ademá n de perdó n. Eric fue hacia ella voluntariamente, empezando a llorar abiertamente cuando acarició su pelo, murmurá ndole suavemente. Ellos se sujetaron por mucho tiempo cuando Eric sollozó hasta que estaba demasiado exhausto para llorar má s.

Entonces fue el turno de Margaret, y ella y Jamie hicieron la misma cosa exactamente.

Cuando Eric y Margaret estaban listos para partir, tomaron sus chaquetas y miraron a Jamie una vez má s, como si quisieran recordarla para siempre. No tení a duda que querí an pensar en ella cuando aú n se veí a bien. En mi mente era hermosa, y sé que se sintieron la misma manera que yo.

" Mantente firme", dijo Eric muy a su manera al salir por la puerta. " Estaré rezando por ustedes, y por todos los demá s". Entonces miró hacia mí, extendió la mano, y me acarició el hombro. " Tú tambié n", dijo, con los ojos rojos. Cuando los observé partir, sabí a que nunca habí a estado má s orgulloso de ellos.

Despué s, cuando abrimos el sobre, supimos qué habí a hecho Eric. Sin decirnos, habí a recolectado má s de $400 dó lares para el orfanato.

Yo esperaba el milagro.

Pero aú n no llegaba.

A principios de febrero las pastillas que Jamie estaba tomando fueron incrementadas para ayudarla a compensar el dolor agudizado que sentí a. Las dosis má s altas la poní an mareada, y dos veces cayó cuando iba caminando al bañ o, una vez se golpeó su cabeza contra el lavabo. Despué s insistió en que los doctores le cortaran su medicina, y con la renuencia lo hicieron. Aunque podí a caminar normalmente, el dolor que sentí a se intensificó, y a veces incluso con solo levantar su brazo hací a una mueca.

La leucemia es una enfermedad de la sangre, una que corre en todo el cuerpo de una persona. Literalmente no habí a ningú n escape de ella mientras su corazó n siguiera latiendo.

Pero la enfermedad le quitaba fuerza al resto de su cuerpo, agobiaba sus mú sculos, haciendo incluso las cosas má s simples bastante difí ciles. En la primera semana de febrero perdió algunos kilos má s, y pronto caminar era ya má s difí cil para ella, a menos que fuera solamente por una distancia corta. Eso era, por supuesto, si pudiera aguantar el dolor, que en esos tiempos a veces ya no podí a. Volvió a las pastillas otra vez, aceptando el mareo en lugar del dolor.

Todaví a leí amos la Biblia.

Siempre que visitaba a Jamie, la encontrarí a sobre el sofá con la Biblia ya abierta, y sabí a que eventualmente su padre tendrí a que llevarla allí si quisié ramos continuar leyendo. Aunque ella nunca me dijo algo sobre eso, ambos supimos que significaba mucho.

El tiempo estaba corriendo, y mi corazó n todaví a me decí a que habí a algo má s que podí a hacer.

El 14 de febrero, Dí a del Amor, Jamie escogió un pasaje de los corintios que le gustaba mucho. Me dijo que si alguna vez hubiera tenido la oportunidad, serí a el pasaje que habrí a querido leer en su boda. Esto es lo que decí a:

El amor es siempre paciente y amable. Nunca es celoso. El amor nunca es jactancioso o presumido. Nunca es descorté s o egoí sta. No es ofensivo y no es resentido. El amor no toma placer de los pecados de las otras personas, pero se deleita de la verdad. Está siempre listo para perdonar, para confiar, para creer, para esperar, y para soportar lo que tenga que venir.

Jamie era la esencia misma y verdadera de esa descripció n.

Tres dí as despué s, cuando la temperatura se calentó ligeramente, le mostré algo estupendo, algo que dudaba que alguna vez hubiera visto antes, algo que sabí a que querrí a ver.

El Este de Carolina del Norte es una hermosa y especial parte del paí s, bendecido con el clima templado y, en su mayor parte geografí a estupenda. En ningú n lugar esto es má s evidente que en Bogue Banks, una isla justo en la costa, cerca del lugar en que crecimos. De unos 16 kiló metros de ancho y casi un kiló metro má s de largo, esa isla es una bendició n de la naturaleza, correr de este a oeste, abrazando el litoral a un kiló metro de la mitad cerca de la costa. Aquellos que viven allí pueden presenciar amaneceres espectaculares y puestas de sol increí bles todos los dí as del añ o, ambos ocurriendo sobre la extensió n del poderoso Océ ano Atlá ntico.

Jamie iba abrigada en exceso, estaba parada al lado de mí al borde del muelle de barcos de vapor como esa tarde sureñ a perfecta que era. Señ alé con el dedo en la distancia y le dije que esperara. Podí a ver nuestras respiraciones, dos de las suyas por cada una de las mí as.

Tuve que sostener a Jamie cuando estuvimos allí – parecí a má s ligera que las hojas de un á rbol que habí an caí do en otoñ o – pero yo sabí a que merecí a ver eso.

Al tiempo, la luna y sus crá teres comenzaron a reflejarse en el mar, lanzando un prisma de luz al otro lado del agua oscurecié ndola despacio, compartié ndose a sí misma en miles de lugares diferentes al mismo tiempo, cada uno má s hermoso que el ú ltimo. Exactamente en ese mismo momento, el sol estaba entrando al horizonte en direcció n opuesta, tornando el cielo de rojo, de naranja y amarillo, como si el cielo má s arriba hubiera abierto sus puertas y dejado toda su belleza librarse de sus confines sagrados. El océ ano cambió de oro a plata tal como cambiaron los colores que se reflejaron en é l, las aguas se ondulaban y brillaban con la luz cambiando, una visió n gloriosa, casi de la misma forma que el origen del tiempo. El sol continuó bajando, lanzando un brillo tan lejano hasta donde los ojos podí an ver, antes de partir definitivamente, despacio, desapareciendo debajo de las olas. La luna continuó acomodá ndose lento hacia arriba, mostrando miles de diferentes tonalidades, cada una má s clara que la ú ltima, antes de dejar ver las estrellas definitivamente.

Jamie miró todo eso en silencio, con mi brazo alrededor de ella, su respiració n poco profunda y dé bil. Cuando el cielo se estaba convirtiendo en negro y el primer montó n de luces empezaron a salir en el cielo del sur, la llevé en mis brazos. Besé sus mejillas y luego, por fin, sus labios suavemente.

" Eso", dije, " es exactamente lo que siento por ti".

Una semana despué s los viajes al hospital por parte de Jamie se hicieron má s constantes, aunque insistí a en que no querí a quedarse allí toda la noche. " Quiero morirme en casa", era todo lo que decí a. Debido a que los doctores no podí an hacer algo por ella, no tení an elecció n excepto aceptar sus deseos.

Por lo menos por el momento.

" He estado pensando en los ú ltimos meses", le dije.

Nos está bamos sentando en la sala, sujetando nuestras manos cuando leí amos la Biblia. Su cara se estaba poniendo má s fina, su pelo empezaba a perder su brillo. Todaví a sus ojos, esos ojos azul cielo, eran tan encantadores como siempre.

No pienso que alguna vez hubiera visto a alguien así de hermosa.

" He estado pensando en ellos tambié n", dijo.

" Recuerdas, el primer dí a en la clase de la señ orita Garber que fui a hacer la obra, ¿ no? ¿ Cuando me miraste y sonreí ste? ".

Asintió con la cabeza. " Sí ".

" Y cuando te invité al baile de bienvenida, y me hiciste prometer que no me enamorarí a, pero tú sabí as que iba a hacerlo, ¿ no? ".

Tení a una chispa traviesa en su ojo. " Sí ".

" ¿ Có mo lo sabí as? ".

Se encogió de hombros sin responder, y nos sentamos juntos por algunos momentos, mirando la lluvia cuando caí an contra las ventanas.

" ¿ Cuando te dije que rezaba por ti", me dijo finalmente, " de qué pensabas que estaba hablando? ".

La evolució n de su enfermedad continuó, apresurá ndose cuando marzo se acercó. Estaba tomando má s medicina para el dolor, y se sentí a demasiado enferma de su estó mago como para guardar mucha comida. Se estaba poniendo dé bil, y se daba cuenta de que tendrí a que ir al hospital para quedarse ahí, a pesar de sus deseos. Fueron mis padres los que cambiaron todo eso.

Mi padre habí a conducido a casa desde Washington, partiendo apresuradamente aunque el congreso todaví a estaba en sesió n. Aparentemente mi madre lo habí a llamado y le habí a dicho que si no volví a a casa inmediatamente, podrí a quedarse en Washington para siempre.

Cuando mi madre le dijo lo que estaba ocurriendo, mi padre le dijo que Hegbert nunca aceptarí a su ayuda, que las heridas eran demasiado hondas, que era demasiado tarde para hacer algo.

" Esto no es sobre tu familia, o sobre el Ministro Sullivan, o algo que ocurrió en el pasado", le dijo, negá ndose a aceptar su respuesta. " Esto es sobre nuestro hijo, que se ha enamorado de una pequeñ a niñ a que necesita nuestra ayuda. Y tienes que encontrar una manera de ayudarla".

No sé qué le dijo mi padre a Hegbert o qué promesas tuvo que hacer o cuá nto al final serí a el costo de todo eso. Todo lo que sé es que Jamie estaba rodeada por un equipo costoso muy pronto, le fue proporcionada toda la medicina que necesitaba, y era cuidada por dos enfermeras de tiempo completo mientras un mé dico le hací a revisió n varias veces al dí a.

Jamie podrí a quedarse en casa.

Esa noche lloré sobre el hombro de mi padre por primera vez en mi vida.

" ¿ Te arrepientes de algo? " Le pregunté a ella. Estaba en su cama bajo las sá banas, un tubo en su brazo que le daba el tratamiento que necesitaba. Su cara era pá lida, su cuerpo deslucido. No podí a siquiera caminar, y cuando lo hací a, tení a que ser ayudada por otra persona.

" Todos tenemos algo de que arrepentirnos, Landon", dijo, " pero he llevado una vida estupenda".

" ¿ Có mo puedes decir eso? " Lloré, sin poder esconder mi angustia. " ¿ Con todo lo que te está pasando? "

Apretó mi mano, muy dé bilmente, y me sonrió tiernamente.

" Esto", reconoció cuando miró alrededor, " podrí a ser lo mejor".

A pesar de mis lá grimas me reí, me sentí a culpable por hacer eso. Se suponí a que debí a estar apoyá ndola, no lo contrario. Jamie continuó.

" Pero aparte de eso, he sido feliz, Landon. Realmente. He tenido un padre especial que me enseñ ó sobre Dios. Puedo mirar atrá s y saber que no podí a haber tratado de ayudar a las otras personas má s de lo que lo hice". Detuvo y observó mis ojos.

" Me he enamorado y tengo a alguien que me corresponde". Besé su mano cuando dijo eso, entonces la sujetó contra mi mejilla.

" No es justo", dije.

No respondió.

" ¿ Todaví a está s asustada? " Pregunté.

" Sí ".

" Estoy asustado tambié n", dije.

" Lo sé. Y lo siento".

" ¿ Qué puedo hacer? " Pregunté desesperadamente. " No sé qué má s puedo hacer".

" ¿ Leerí as para mí? ".

Asentí con la cabeza, aunque no supe si podrí a lograr sobrevivir a travé s de la pró xima pá gina sin reventar. ¡ Por favor, Señ or, dime qué hacer!

" ¿ Mamá? " Dije má s tarde esa noche.

" ¿ Sí? "

Nos está bamos sentando sobre el sofá de su recá mara, el fuego ardiendo ante nosotros. Má s temprano ese dí a en que Jamie se habí a quedado dormida mientras le leí, y sabiendo que necesitaba descanso, me fui de su habitació n. Pero antes de que lo hiciera, la besé suavemente sobre la mejilla. Era algo inofensivo, pero Hegbert habí a entrado cuando habí a lo hecho, y habí a visto las emociones tan opuestas en sus ojos. Me miró, sabiendo que querí a a su hija pero tambié n sabiendo que habí a violado una de las reglas de su casa, una de la que no habí a sido avisado. Si ella hubiera estado bien, sé que nunca me habrí a admitido de nuevo en su casa. Pero así pasó, y me dirigí a la puerta.

No podí a criticarlo, no en realidad. Descubrí que pasar el tiempo con Jamie me libró de sentirme lastimado por su comportamiento. Si Jamie me habí a enseñ ado algo sobre eso en los ú ltimos pocos meses, me habí a enseñ ado que las acciones – no los pensamientos o las intenciones – eran la manera de juzgar a otros, y sabí a que Hegbert me dejarí a entrar al dí a siguiente. Estaba pensando en todo eso cuando me senté al lado de mi madre sobre el sofá.

" ¿ Piensas que tenemos un propó sito en la vida? " Pregunté.

Era la primera vez que le habí a hecho ese tipo de pregunta, pero esos eran tiempos inusuales.

" No estoy segura de comprender lo que me está s preguntando", dijo, frunciendo el ceñ o.

" Me refiero a ¿ có mo sabes qué es lo que se supone que debes de hacer? ".

" ¿ Está s preguntá ndome sobre pasar el tiempo con Jamie? ".

Asentí con la cabeza, aunque todaví a estaba perplejo. " Má s bien. Sé que estoy haciendo lo correcta, solo que… hay algo que está faltando. Paso el tiempo con ella y hablamos y leemos la Biblia, pero…".

Pausé, y mi madre terminó mi idea por mí.

" ¿ Piensas que debes hacer má s que eso? ".

Asentí con la cabeza.

" No sé que otra cosa haya que puedas hacer, cariñ o", dijo suavemente.

" Entonces, ¿ por qué me siento de la manera en que lo hago? ".

Se movió un poco má s cerca en el sofá, y miramos las llamas juntos.

" Pienso que es porque está s asustado y sientes que debes ayudar, y aunque lo está s tratando de hacer, las cosas continú an ponié ndose má s y má s duras para ustedes dos. Y cuanto má s tratas de ayudar, las cosas parecen ponerse má s complicadas".

" ¿ Hay alguna manera de parar ese sentimiento? " Puso su brazo alrededor de mí y me acercó a ella. " No", dijo con voz muy baja, " no la hay".

El dí a siguiente Jamie no podí a salir de cama. Porque estaba demasiado dé bil para caminar incluso con ayuda de alguien, leí mos la Biblia en su habitació n. Se quedó dormida en unos minutos.

Otra semana pasó y Jamie empeoraba poco a poco, su cuerpo se debilitaba. Postrada en cama, parecí a má s pequeñ a, casi de la misma forma que si fuera una niñ a pequeñ a otra vez.

" Jamie", supliqué, " ¿ qué puedo hacer por ti? ".

Jamie, mi dulce Jamie, estaba durmiendo por horas, incluso cuando le hablé. No se movió al sonido de mi voz; sus respiraciones eran rá pidas y dé biles.

Me senté al lado de la cama y la miré por mucho tiempo, pensando cuá nto la querí a. Sujeté su mano cerca de mi corazó n, sintiendo sus dedos. Parte de mí querí a llorar en ese instante, pero en vez coloqué su mano abajo y me giré para mirar hacia la ventana.

¿ Por qué?, me preguntaba, ¿ por qué mi mundo se habí a desmoronado tan repentinamente? ¿ Por qué le habí a pasado todo eso a alguien como ella? Me preguntaba si habí a una lecció n má s grande en lo que estaba ocurriendo. ¿ Era todo, como Jaime solí a decir, simplemente era parte de el plan del Señ or?

¿ El Señ or querí a que yo me enamorara de ella? ¿ O eso era algo de mi propia voluntad? Mientras má s tiempo dormí a Jamie, má s sentí a su presencia al lado de mí, pero aú n así las respuestas a esas preguntas no estaban má s claras que antes.

Afuera, la ú ltima lluvia matutina habí a pasado. Habí a sido un dí a triste, pero ahora la luz del sol de la tarde un poco atrasada estaba atravesando las nubes. En el aire fresco de primavera vi las primeras señ ales de la naturaleza volver a la vida. Los á rboles fuera estaban echando brotes, las hojas esperando só lo el momento correcto para desenrollarse y abrirse a otra temporada de verano.

Sobre la mesa de noche que estaba junto a su cama vi una serie de artí culos que Jamie mantení a muy cerca de su corazó n. Habí a fotografí as de su padre, sujetando a Jamie como una niñ a pequeñ a y parada fuera de la escuela en su primer dí a en el kinder; habí a una pila de tarjetas que niñ os del orfanato le habí an enviado. Suspirando, recordá ndolos abrí la tarjeta en la cima de la pila.

Escrita con crayó n, decí a simplemente:

Por favor recupé rate pronto. Te extrañ o.

Estaba firmada por Lydia, la niñ a que se habí a quedado dormida en el regazo de Jamie en la Nochebuena. La segunda tarjeta expresaba los mismos sentimientos, pero lo que captó mi atenció n realmente era la pintura que el niñ o, Roger, habí a dibujado. Habí a dibujado un ave, volando encima de un arco iris.

Quedá ndome sin habla, cerré la tarjeta. No podí a soportar seguir mirando má s, y cuando dejé la pila como estaba antes, vi un recorte de perió dico, cerca de su vaso de agua. Observé el artí culo y vi que era sobre la obra dramá tica, publicado en el perió dico del domingo un dí a despué s de que habí amos terminado. En la fotografí a encima del texto, vi la ú nica fotografí a que alguna vez habí a sido tomada de nosotros dos.

Parecí a que era de hace mucho. Acerqué el recorte a mi cara. Cuando miré fijamente, recordé la manera en que me sentí a cuando la habí a visto esa noche. La miraba con ojos de miope muy atentamente, busqué en ella cualquier señ al de que sabí a lo qué ocurrirí a. Sabí a que ella estaba al tanto, pero su expresió n esa noche no la traicionó para nada. En vez, vi solamente una felicidad radiante. Entonces suspiré y puse el recorte donde estaba.

La Biblia todaví a estaba abierta donde habí a acabado, y aunque Jamie estaba durmiendo, sentí la necesidad de leer má s. Al final encontré otro pasaje. Esto es lo que decí a:

No te ordeno, pero quiero probar la sinceridad de tu amor compará ndolo a la seriedad de los otros.

Las palabras me hicieron quedarme sin habla otra vez, y justo cunado estaba a punto de llorar, el significado de eso de repente se hizo claro.

Dios finalmente me habí a contestado, y yo de pronto sabí a lo que tení a que hacer.

No podí a haber llegado a la iglesia má s rá pido, incluso si hubiera tenido un automó vil. Tomé cada atajo que pude, corriendo por los jardines traseros de las personas, saltando cercas, y en unos casos a travé s del garaje de alguien y por donde fuera. Todo lo que habí a aprendido sobre el pueblo vení a ahora, y aunque nunca fui un buen atleta, ese dí a era imparable, propulsado por lo que tení a que hacer.

No importaba có mo me verí a cuando llegara porque sabí a que a Hegbert no le preocuparí a, de todas formas. Cuando entré en la iglesia al fin, disminuí la velocidad a una caminata, tratando de recuperar la respiració n cuando me abrí paso a la parte posterior, hacia su oficina.

Hegbert miró hacia arriba cuando me vio, y supo por qué estaba ahí. No me invitó a entrar, só lo apartó la mirada, de regreso hacia la ventana otra vez. En casa habí a estado luchando con su enfermedad limpiando la casa casi obsesivamente. Allí, sin embargo, los papeles estaban esparcidos por todos lados del escritorio, y los libros desparramados sobre la habitació n como si nadie hubiera ordenado por semanas. Sabí a que é se era el lugar en el que pensaba en Jamie; era donde Hegbert iba para llorar.

" ¿ Ministro? " Dije con mi poco aliento.

No respondió, pero entré de todos modos.

" Me gustarí a estar solo", gruñ ó.

Se veí a viejo y abatido, tan harto como los israelitas descritos en los salmos de David. Su cara estaba desdibujada, y su pelo habí a crecido má s ralo desde diciembre. Aú n má s que yo, quizá s, tení a que mantener su espí ritu alrededor de Jamie, y la tensió n de hacer eso lo estaba desgastando.

Fui hasta su escritorio, y me echó un vistazo antes de mirar de nuevo a la ventana.

" Por favor", me dijo. Su tono se oí a derrotado, como si no tuviera la fuerza de enfrentarme siquiera.

" Me gustarí a hablarle", dije firmemente. " No preguntarí a a menos que fuera muy importante".

Hegbert suspiró, y me senté en la silla en la que me habí a sentado antes, cuando le habí a preguntado si dejarí a ir a mi casa a Jamie para la cena de añ o nuevo.

Escuchó cuando le dije lo que tení a en mente.

Cuando terminé, Hegbert me miró. No sé qué estaba pensando, pero lo bueno fue, que no dijo No. En vez pasó un trapo por sus ojos con sus dedos y se volvió hacia la ventana.

Incluso é l estaba demasiado sorprendido como para hablar, pienso.

Otra vez corrí, otra vez no me cansé, mi propó sito me daba la fuerza que necesitaba para llegar. Cuando llegué a la casa de Jamie, fui a toda prisa a la puerta sin tocar, y la enfermera que habí a estado en su dormitorio salió para ver qué habí a causado el alboroto. Antes de que pudiera hablar, lo hice yo.

" ¿ Está despierta? " Pregunté, eufó rico y aterrorizado al mismo tiempo.

" Sí ", la enfermera dijo cautelosamente. " Cuando se despertó, se preguntaba dó nde estabas".

Me disculpé por mi escandalosa aparició n y le agradecí, pregunté si no le molestarí a dejarnos solos. Luego entré en la habitació n de Jamie, cerrando la puerta parcialmente detrá s de mí. Estaba pá lida, tan pá lida, pero su sonrisa me dejó saber que todaví a estaba peleando.

" Hola, Landon", dijo, con su voz bastante dé bil, " gracias por volver".

Jalé una silla y me senté al lado de ella, llevando su mano con la mí a. Verla acostada allí hizo que sintiera como si algo apretara mi estó mago, hacié ndome querer llorar.

" Estaba aquí antes, pero te quedaste dormida", dije.

" Lo sé … Lo siento. Só lo que no aguantaba má s".

" Está bien, en serio".

Levantó su mano ligeramente de la cama, y la besé, me apoyé hacia adelante y besé su mejilla tambié n. " ¿ Tú me amas? " Le pregunté.

Sonrí o. " Sí ".

" ¿ Quieres que yo sea feliz? " Cuando le pregunté eso, sentí mi corazó n empezar a latir muy, muy rá pido.

" Por supuesto que lo quiero".

" ¿ Harí as algo por mí, entonces? "

Apartó la mirada, la tristeza cruzó su rostro. " No sé si pueda má s", dijo.

" Pero si pudieras, ¿ Lo harí as? " No puedo describir la intensidad de mis sentimientos en ese momento.

Amor, có lera, tristeza, esperanza, y miedo, girando juntos, agudizados por el nerviosismo que sentí. Jamie me miró con curiosidad, y mis respiraciones se hicieron muy lentas. Repentinamente sabí a que nunca me habí a sentido tan fuerte como en ese momento. Cuando regrese la mirada a ella, esa comprensió n tan simple me hizo pedir por milloné sima vez que todos los problemas terminaran. Si hubiera sido posible, habrí a cambiado mi vida por la suya. Querí a decirle mi idea, pero el sonido de su voz hizo callar las emociones repentinamente dentro de mí.

" Sí ", dijo definitivamente, su voz era dé bil aunque de algú n modo todaví a llena de la esperanza. " Lo harí a".

Definitivamente consiguiendo control de mí mismo, la besé otra vez, llevé mi mano a su rostro, pasando mis dedos suavemente sobre su mejilla. Me maravillé de la suavidad de su piel, la amabilidad que vi en sus ojos. Incluso en ese momento eran perfectos.

Mi garganta empezó a apretarse otra vez, pero como dije, supe qué tení a que hacer. Debido a que tuve que aceptar que no estaba dentro de mis posibilidades el poder curarla, lo que querí a hacer era darle algo que ella habí a querido siempre. Fue lo que mi corazó n me habí a estado diciendo que hiciera todo ese tiempo.

Jamie, comprendí entonces, ya me habí a dado la respuesta que yo habí a estado buscando, una que mi corazó n aú n necesitaba descubrir. Me habí a dicho la respuesta cuando nos habí amos sentado fuera de la oficina del Sr. Jenkins, la noche en que le habí amos preguntado sobre hacer la obra en el orfanato.

Sonreí sin hacer un solo ruido, y devolvió mi cariñ o con una caricia leve en mi mano, como si confiara en mí y en lo que estaba a punto hacer. Apoyado, me incliné má s cerca y tomé una respiració n honda. Cuando exhalé, é stas eran las palabras que circularon con mi respiració n.

" ¿ Te casarí as conmigo? ".

 



  

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