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Capнtulo 30 Jueves, 7 de abrilCapнtulo 30 Jueves, 7 de abril Mikael contemplу el portal de Fiskargatan 9, en Mosebacke. Una de las direcciones mбs exclusivas y discretas de Estocolmo. Introdujo la llave en la cerradura. Encajу a la perfecciуn. El panel informativo de la escalera no fue de ninguna utilidad. Mikael supuso que el edificio estarнa compuesto, en su mayor parte, por pisos pertenecientes a empresas, pero al parecer tambiйn residнan particulares. No le extraсу que el nombre de Lisbeth Salander no figurara en el panel, aunque no acababa de dar crйdito a que aquйl fuera su escondite. Mientras subнa, fue leyendo, piso a piso, las placas de las puertas. Ninguna le decнa nada. Luego llegу a la planta superior y leyу «V. Kulla» en la puerta. Mikael se golpeу la frente con una mano. A continuaciуn sonriу. Villa Villerkulla, la casa de Pippi Calzaslargas. Imaginу que la elecciуn del nombre no iba dirigida a йl; seguro que se trataba de otra de las tнpicas ironнas de Lisbeth. Aunque una cosa era cierta: їdуnde, si no, iba Kalle Blomkvist a buscar a Lisbeth Salander? Puso el dedo en el timbre y esperу un minuto. Despuйs sacу las llaves y abriу la cerradura de seguridad y la inferior. En el mismo instante en que abriу la puerta, la alarma se puso a aullar.
El telйfono mуvil de Lisbeth Salander empezу a sonar en la E20, a la altura de Glanshammar, cerca de Orebro. Redujo la velocidad de inmediato y parу el coche en el arcйn. Sacу la Palm del bolsillo de la cazadora y lo conectу al mуvil. Quince segundos antes, alguien habнa irrumpido en su piso. La alarma no estaba conectada a ninguna empresa de seguridad. Su ъnico objetivo era alertarla de que la puerta habнa sido forzada o abierta de alguna manera. En treinta segundos se activarнa la alarma y el intruso recibirнa la desagradable sorpresa de una bomba de pintura instalada junto a la puerta, dentro de lo que se hacнa pasar por una pequeсa caja elйctrica de derivaciуn. Sonriу expectante e iniciу la cuenta atrбs.
Frustrado, Mikael mirу fijamente la pantalla de la alarma. Por alguna extraсa razуn, ni siquiera se le habнa ocurrido que en el piso pudiera haber un dispositivo de seguridad. Vio cуmo un cronуmetro digital comenzaba la cuenta atrбs. La alarma de Millennium saltaba si, en un plazo de treinta segundos, no se introducнa el cуdigo de cuatro cifras. Despuйs, un par de soldaditos musculosos de una empresa de seguridad hacнan acto de presencia. Su primer impulso hubiera sido cerrar la puerta y abandonar el lugar a toda prisa. Sin embargo, se quedу allн como congelado. Cuatro cifras. Era imposible dar con el cуdigo correcto al azar. Veinticinco, veinticuatro, veintitrйs, veintidуs... «Maldita Pippi Calzas...» Diecinueve, dieciocho... «їQuй cуdigo tendrбs?» Quince, catorce, trece... Sintiу aumentar el pбnico. Diez, nueve, ocho... Luego, levantу la mano y marcу a la desesperada el ъnico nъmero que se le ocurriу, 9277. Las cifras que formaban la palabra «Wasp» en el teclado de un mуvil. Para su gran asombro, la cuenta atrбs se detuvo a seis segundos del final. A continuaciуn la alarma emitiу un ъltimo pitido antes de que la pantalla se pusiera a cero y se iluminara un pilotito verde.
Lisbeth abriу los ojos de par en par. Creyу que se trataba de un error; de hecho, sacudiу la Palm. Aunque era consciente de que se trataba de una reacciуn irracional. La cuenta atrбs se habнa parado seis segundos antes de que se activara la bomba de pintura. Y, despuйs, la pantalla se puso a cero. «Imposible.» Nadie en el mundo conocнa el cуdigo. Ni siquiera habнa una empresa de seguridad conectada a la alarma. «їCуmo?» No se podнa imaginar quй habнa sucedido. їLa policнa? No. їZala? Descartado. Marcу un nъmero de mуvil y esperу a que la cбmara de vigilancia se conectara y empezara a enviarle imбgenes de baja resoluciуn a su telйfono. La cбmara se ocultaba en lo que simulaba ser un detector de incendios instalado en el techo y grababa una imagen por segundo. Retransmitiу la secuencia desde el principio, el momento en el que la puerta se abriу y la alarma se activу. Luego, lentamente, una sonrisa torcida se dibujу en su rostro al descubrir a Mikael Blomkvist haciendo una entrecortada pantomima antes de marcar el cуdigo y apoyarse contra el marco de la puerta con la misma cara que hubiera puesto si acabara de salvarse de un ataque cardнaco. Kalle Blomkvist de los Cojones habнa dado con su casa. Tenнa las llaves que ella perdiу en Lundagatan. Era lo bastante listo como para recordar que Wasp era su seudуnimo en la red. Y si habнa dado con el piso, puede que incluso hubiera sacado la conclusiуn de que estaba a nombre de Wasp Enterprises. Mientras le observaba, йl empezу a moverse espasmуdicamente por el vestнbulo y pronto desapareciу del campo de visiуn del objetivo. «Mierda. їCуmo he podido ser tan previsible? їY por quй dejй...?» Ahora sus secretos estaban a la vista de los ojos escrutadores de Mikael Blomkvist. Tras dos minutos, se dio cuenta de que ya daba igual. Habнa borrado el disco duro. Eso era lo importante. Incluso tal vez supusiera una ventaja que fuera Mikael Blomkvist, y no otra persona, quien encontrara su escondite. Йl ya conocнa mбs secretos suyos que ninguna otra persona. Don Perfecto harнa lo correcto. No la venderнa. Al menos, eso era lo que ella esperaba. Metiу una marcha y, pensativa, continuу su viaje hasta Gotemburgo.
Cuando llegу al trabajo, a las ocho y media, Malin Eriksson se topу con Paolo Roberto en la escalera de la redacciуn de Millennium. Lo reconociу en seguida, se presentу y lo dejу entrar. Йl cojeaba considerablemente. Malin percibiу el aroma a cafй y constatу que Erika Berger ya se encontraba en su oficina. —Hola, Berger. Gracias por recibirme tan pronto —dijo Paolo. Antes de inclinarse y darle un beso en la mejilla, Erika examinу, impresionada, la colecciуn de moratones y chichones de su cara. —Tienes un aspecto lamentable —dijo ella. —No es la primera vez que me rompen la nariz. їDуnde tienes metido a Blomkvist? —Estб por ahн jugando a los detectives y buscando pistas. Como siempre, resulta imposible comunicarse con йl. Exceptuando un peculiar correo que recibн anoche, no sй nada de йl desde ayer por la maсana. Gracias por... En fin, gracias. Le seсalу la cara. Paolo Roberto se riу. —їQuieres cafй? Has dicho que tenнas algo que contarme. Malin, їnos acompaсas? Se sentaron en las cуmodas sillas del despacho de Erika. —Se trata del cabrуn con el que estuve peleando, ese rubio tan enorme. Ya le contй a Mikael que su boxeo no valнa un pimiento. Lo raro era que adoptaba todo el tiempo una posiciуn de defensa con los puсos y se movнa como si fuese un experimentado boxeador. Me dio la impresiуn de que habнa recibido algъn tipo de preparaciуn. —Mikael me lo mencionу por telйfono —dijo Malin. —No podнa quitarme esa imagen de la cabeza, asн que ayer por la tarde, cuando lleguй a casa, me sentй delante del ordenador y empecй a enviar correos electrуnicos a clubes de boxeo de toda Europa. Les expliquй la situaciуn e hice una descripciуn lo mбs detallada posible del tipo. —Vale. —Creo que ha habido suerte. Depositу sobre la mesa una foto enviada por fax y se la enseсу a Erika y Malin. Parecнa estar hecha en un gimnasio, en una sesiуn de entrenamiento de boxeo. Dos boxeadores atendнan las instrucciones de un hombre mayor bastante obeso que llevaba chбndal y un sombrero de cuero de ala estrecha. En torno al cuadrilбtero, habнa media docena de personas escuchando. Al fondo, se veнa un hombre muy grande con una caja de cartуn en los brazos. Tenнa la cabeza rapada, parecнa un Skinhead. Alguien habнa trazado un cнrculo a su alrededor con un rotulador. —Es de hace diecisiete aсos. El chico del fondo se llama Ronald Niedermann. Por aquel entonces, tenнa dieciocho aсos, de modo que ahora tendrб unos treinta y cinco. Encaja con el gigante que secuestrу a Miriam Wu. No me atrevo a asegurar al cien por cien que se trate de йl. La foto es demasiado vieja y la calidad es malнsima. Pero sн puedo decir que se le parece mucho. —їDe dуnde la has sacado? —Me la han enviado desde el club Dynamic de Hamburgo. Pertenece a un veterano entrenador que se llama Hans Mьnster. —їY? —A finales de los ochenta, Ronald Niedermann estuvo un aсo boxeando allн. O, mejor dicho, intentando boxear. La he recibido esta maсana y he llamado a Mьnster antes de venir aquн. Resumiendo, me ha dicho que Ronald Niedermann es de Hamburgo y que, en la dйcada de los ochenta, iba con una banda de cabezas rapadas. Tiene un hermano unos cuantos aсos mayor que йl, un boxeador muy bueno al que le debe el haber entrado en el club. Niedermann tenнa una fuerza apabullante y un fнsico sin igual. Mьnster me ha contado que nunca ha visto a nadie pegar tan duro como йl, ni siquiera entre la йlite. En una ocasiуn, midieron la potencia de sus golpes y Niedermann se saliу de la escala de mediciуn. —Suena como si hubiese podido hacer carrera como boxeador —dijo Erika. Paolo Roberto negу con la cabeza. —Segъn Mьnster era un desastre dentro del cuadrilбtero. Por varias razones. Primero, porque era incapaz de aprender a boxear. Se quedaba parado y se ponнa a repartir golpes sin ton ni son. Resultaba de lo mбs torpe. Hasta ahн, todo cuadra con el tipo de Nykvarn. Pero, lo que era peor, no entendнa su propia fuerza. De vez en cuando conseguнa encajar algъn que otro golpe que ocasionaba tremendos daсos a sus sparrings. Estamos hablando de narices partidas y mandнbulas rotas, siempre de daсos innecesarios. Simplemente, no lo podнan tener allн. —Conocнa la teorнa, pero no sabнa boxear —dijo Malin. —Eso es. Aunque el motivo por el que tuvo que dejarlo fue de carбcter mйdico. —їQuй quieres decir? —Ese tipo parecнa invulnerable. No importaba cuбnto le golpeara, йl sуlo se sacudнa y seguнa peleando. Resulta que padece una enfermedad muy rara, que se llama analgesia congenita. —їAnalgesia... quй? —Congйnita. Lo he buscado. Se trata de un defecto genйtico hereditario que consiste en que la sustancia transmisora de las fibras de los nervios no funciona como deberнa. No siente el dolor. —ЎJesъs! Pero eso es perfecto para un boxeador... Paolo Roberto negу con la cabeza. —Al contrario. Es una enfermedad que puede ser fatal. La mayorнa de los que sufren de analgesia congйnita mueren relativamente jуvenes, entre los veinte y los veinticinco aсos. El dolor es el sistema de alarma que advierte al cuerpo de que algo va mal. Si pones la mano en una plancha metбlica ardiendo, te duele y la quitas de inmediato. Si tienes esa enfermedad, no notas nada hasta que empieza a oler a carne quemada. Malin y Erika se miraron. —їTodo eso lo dices en serio? —preguntу Erika. —Totalmente. Ronald Niedermann no puede sentir nada y va por ahн como si estuviera anestesiado. Ha salido adelante porque cuenta con otra condiciуn genйtica que compensa a la primera, un fнsico extraordinario y una sуlida constituciуn уsea que lo hacen casi invulnerable. Su fuerza bruta estб cerca de ser ъnica. Seguro que las heridas le cicatrizan con mucha facilidad. —Estoy empezando a pensar que vuestra pelea debiу de ser de lo mбs interesante. —Ya lo creo. Pero no la repetirнa en la vida. Lo ъnico que le hizo algъn efecto fue la patada que Miriam Wu le dio en la entrepierna. Cayу de rodillas y se quedу asн unos segundos. Debe de haber algъn tipo de motricidad conectado con un golpe de ese tipo, porque por el dolor no fue. Yo habrнa muerto si me llegan a dar una patada asн. —Entonces їcуmo pudiste vencerle? —Bueno, la gente que sufre de esa enfermedad se hace daсo como cualquier otra persona. Tal vez Niedermann tenga un esqueleto de hormigуn, pero cuando le di con una tabla en la cabeza, se desplomу. Supongo que le provoquй una conmociуn cerebral. Erika mirу a Malin. —Voy a llamar a Mikael ahora mismo —dijo Malin.
Mikael oyу el sonido del mуvil; no obstante, estaba tan aturdido que no lo cogiу hasta el quinto toque. —Soy Malin. Paolo Roberto cree que ha identificado al gigante rubio. —Bien —contestу йl algo ausente. —їDуnde estбs? —Es difнcil de explicar. —Te noto raro. —Perdуname, їquй decнas? Malin le resumiу lo que Paolo acababa de relatar. —De acuerdo —respondiу Mikael—, sigue en ello y fнjate si aparece en algъn registro. Creo que urge. Llбmame al mуvil. Ante el gran asombro de Malin, Mikael colgу sin ni siquiera despedirse. En ese momento, Mikael se hallaba frente a una ventana disfrutando de las maravillosas vistas que se extendнan desde Gamia Stan hasta la lejanнa de Saltsjцn. Estaba aturdido, casi en estado de shock. Habнa recorrido el piso de Lisbeth Salander. Nada mбs entrar, a la derecha, estaba la cocina. Luego, habнa un salуn, un despacho, el dormitorio y, finalmente, un pequeсo cuarto de invitados que no parecнa haber sido utilizado nunca. El colchуn todavнa seguнa con el envoltorio de plбstico. Todos los muebles eran nuevos y estaban impecables, directamente traнdos de Ikea. Йsa no era la cuestiуn. Lo que le habнa impresionado fue que Lisbeth Salander hubiera comprado el antiguo pisito del multimillonario Percy Barnevik, valorado en veinticinco millones de coronas. Tenнa trescientos cincuenta metros cuadrados. Mikael deambulу por los pasillos desiertos, asн como por salones con parquйs con marqueterнas de distintas maderas y paredes cubiertas con papeles diseсados por Tricia Guild de los que encantaban a Erika Berger. En el centro del piso, habнa un salуn luminoso con unas chimeneas que Lisbeth no parecнa haber encendido jamбs. Desde el balcуn se admiraba una vista magnнfica. Habнa tambiйn un lavadero, una sauna, un gimnasio, trasteros y un cuarto de baсo con una baсera de categorнa king size. Incluso contaba con una bodega que, a excepciуn de una botella de oporto sin abrir, Quinta do Noval —«ЎNacional!»— de 1976, estaba vacнa. A Mikael le costу imaginarse a Lisbeth Salander con una copita de oporto en la mano. Una tarjeta indicaba que se trataba de un elegante gesto de cortesнa de la agencia inmobiliaria. La cocina, dotada con todo el equipamiento imaginable, estaba presidida por una sofisticada cocina de gas reluciente, una Corradi Chateau 120 de la que Mikael no habнa oнdo hablar en su vida y en la que Lisbeth, como mucho, habrнa puesto agua a hervir para su tй. En cambio, contemplу con mucho respeto su mбquina de cafй espresso, colocada en un mueble aparte. Era una Jura Impressa X7 con refrigerador de leche incorporado. Tampoco daba la sensaciуn de haberse usado; probablemente, ya estaba allн cuando comprу la casa. Mikael sabнa que una Jura era el Rolls Royce del mundo del espresso, una mбquina profesional para uso domйstico que valнa mбs de setenta mil coronas. La que йl tenнa era de una marca mucho mбs modesta, la adquiriу en John Wall y le costу algo mбs de tres mil quinientas coronas, una de las pocas inversiones extravagantes que se habнa permitido en la vida en el бmbito domйstico. En la nevera habнa un cartуn de leche abierto, queso, mantequilla, un patй de huevas de pescado y un bote medio vacнo de pepinillos en vinagre. Por otro lado, en la despensa, tenнa cuatro frascos empezados de vitaminas, bolsitas de tй, cafй para una cafetera elйctrica normal y corriente que estaba junto al fregadero, dos barras de pan y una bolsa de panecillos tostados. Sobre la mesa habнa una cesta con manzanas. El congelador contenнa un paquete de gratйn de pescado y tres pasteles de beicon. Esa fue toda la comida que Mikael pudo encontrar en la casa. En la bolsa de basura, debajo del fregadero, junto a la sofisticada cocina de gourmet, encontrу numerosas cajas vacнas de Billys Pan Pizza. Todo le resultу desproporcionado. Lisbeth habнa robado miles de millones de coronas y se habнa hecho con un piso en el que cabнa la corte real al completo. Pero, en realidad, sуlo le hacнan falta las tres habitaciones que habнa amueblado. Las otras dieciocho estaban desiertas. Mikael terminу el recorrido en el despacho de Lisbeth. En todo el piso, no habнa ni una sola planta. De las paredes no colgaban ni cuadros ni pуsteres. No habнa alfombras ni manteles. No pudo hallar en todo el piso ni una sola fuente, ni un candelabro o cualquier otra tonterнa o souvenir que le diera al espacio un toque acogedor o que hubiese sido guardado por razones sentimentales. Se le encogiу el corazуn. Le invadiу un acuciante deseo de encontrar a Lisbeth Salander y abrazarla. Pero, probablemente, ella le morderнa si lo intentara. «Maldito Zalachenko.» Luego, se sentу a su escritorio y abriу la carpeta que contenнa la investigaciуn de Bjцrck de 1991. No leyу todo el material, aunque lo ojeу e intentу hacerse una idea general. Encendiу el PowerBook de Lisbeth con pantalla de diecisiete pulgadas, doscientos gibabytes de memoria y mil megabytes de memoria RAM. Estaba vacнo. Lo habнa limpiado. Mal agьero. Revisу los cajones y encontrу una Colt nueve milнmetros 1911 Government single action y un cargador con siete cartuchos. Era la pistola que Lisbeth Salander habнa sustraнdo de la casa del periodista Per-Еke Sandstrцm, aunque Mikael no sabнa nada al respecto. Aъn no habнa llegado a la letra «s» en la lista de los puteros.
Despuйs, encontrу el disco marcado con el nombre de Bjurman. Lo insertу en su iBook y, horrorizado, vio su contenido. Conmocionado e incapaz de articular palabra, contemplу cуmo Lisbeth Salander era maltratada, violada y casi asesinada. Resultaba obvio que la pelнcula se habнa grabado con una cбmara oculta. No la vio entera. Fue saltбndose algunos trozos, a cuбl peor. «Bjurman.» Su administrador la habнa violado y ella habнa documentado el incidente hasta el mбs mнnimo detalle. Una fecha digital mostraba que la pelнcula era de dos aсos antes. Fue antes de conocerla. Mбs piezas del rompecabezas que iban encajando. Bjцrck y Bjurman con Zalachenko en los aсos setenta. Zalachenko, Lisbeth Salander y un cуctel molotov fabricado con un cartуn de leche a principios de los aсos noventa. Mбs tarde, otra vez Bjurman, ahora como su administrador, despuйs de Holger Palmgren. El cнrculo se cerraba. Atacу a su protegida. Pensaba que ella era una chica mentalmente enferma e indefensa, pero Lisbeth Salander sabнa defenderse. Era la misma chica que con doce aсos emprendiу una batalla personal contra un asesino profesional que habнa desertado del GRU y al que dejу discapacitado de por vida. Lisbeth Salander era la mujer que odiaba a los hombres que no amaban a las mujeres. Recordу el momento en el que conociу a Lisbeth en Hedestad. Seguramente no habнan pasado muchos meses desde la violaciуn. No podнa recordar que ella le hubiese insinuado, ni con una sola palabra, que le hubiera sucedido algo asн. En realidad, no le habнa revelado casi nada de su vida. Mikael ni siquiera quiso imaginarse lo que Lisbeth le podrнa haber hecho a Bjurman. Sin embargo, no habнa sido ella quien lo matу. «Por raro que pueda parecer.» Si Lisbeth fuera una asesina, Bjurman llevarнa muerto mбs de dos aсos. Debнa de tenerlo controlado de alguna manera y con alguna finalidad que Mikael no alcanzaba a descifrar. Mikael se dio cuenta de que tenнa el instrumento de ese control ante sus propias narices, la pelнcula. Mientras el disco se hallase en poder de Lisbeth, Bjurman serнa su indefenso esclavo. Y Bjurman se habнa dirigido a alguien que йl pensaba que serнa un aliado, el peor enemigo de Lisbeth. Su padre. El resto fue una cadena de acontecimientos. Mataron a Bjurman y luego a Dag Svensson y Mia Bergman. Pero... їcуmo? їQuй habнa convertido a Dag Svensson en una amenaza? Y, de repente, Mikael comprendiу lo que «tenнa» que haber ocurrido en Enskede.
Acto seguido, Mikael descubriу un papel en el suelo, a los pies de la ventana. Lisbeth habнa impreso una hoja, despuйs la habнa estrujado y tirado. Mikael la recogiу y la alisу. Se trataba de una pбgina de la ediciуn digital de Aftonbladet sobre el secuestro de Miriam Wu. Mikael no sabнa quй papel tenнa Miriam en el drama —si es que habнa desempeсado alguno—, pero era una de las pocas amistades de Lisbeth. Quizб la ъnica. Lisbeth le habнa regalado su antigua casa. Y ahora estaba ingresada en el hospital, gravemente herida. «Niedermann y Zalachenko.» Primero su madre. Luego Miriam Wu. Lisbeth tenнa que estar dominada por el odio. La habнan provocado al lнmite. Ahora Lisbeth estaba de caza.
A la hora del almuerzo, Dragan Armanskij recibiу una llamada de la residencia de Ersta. Era Holger Palmgren. En realidad, hacнa tiempo que la esperaba. El mismo habнa evitado contactar con Palmgren para no tener que comunicarle que Lisbeth Salander era culpable. Ahora por lo menos podнa contarle que habнa dudas razonables sobre su culpabilidad. —їHasta dуnde has llegado? —quiso saber Palmgren, saltбndose cualquier frase de cortesнa inicial. —їCon quй? —preguntу Armanskij. —Con tu investigaciуn sobre Salander. —їY quй te hace creer que estoy llevando a cabo una investigaciуn sobre ella? —No me hagas perder el tiempo. Armanskij suspirу. —Tienes razуn —admitiу. —Quiero que vengas a hacerme una visita —dijo Palmgren. —De acuerdo. Puedo ir este fin de semana. —No me vale. Ha de ser esta noche. Tenemos muchas cosas que tratar.
Mikael preparу cafй y sбndwiches en la cocina de Lisbeth. En algъn lugar de su cerebro albergaba la esperanza de escuchar las llaves de ella en la cerradura. Aunque, en el fondo, sabнa que era en vano. El disco duro vacнo de su PowerBook daba a entender que ya habнa abandonado su escondite para siempre. Habнa encontrado su casa demasiado tarde. A las dos y media de la tarde, Mikael todavнa seguнa sentado a la mesa de trabajo de Lisbeth. Habнa leнdo tres veces el informe de la falsa investigaciуn de Bjцrck. Era un memorando dirigido a un superior anуnimo. La recomendaciуn era sencilla: «Consigue un psiquiatra que estй dispuesto a colaborar y que pueda meter a Salander en una clнnica psiquiбtrica infantil unos cuantos aсos. Al fin y al cabo, la niсa estб trastornada, tal y como se deduce de su comportamiento». Mikael pensaba dedicar mucho interйs a Bjцrck y Teleborian en un futuro no muy lejano. Estaba ansioso por empezar. Su mуvil interrumpiу la cadena de pensamientos. —Hola de nuevo, soy Malin. Creo que tengo algo. —їQuй? —No hay ningъn Ronald Niedermann empadronado en Suecia. No figura en la guнa telefуnica, ni en Hacienda, ni en Trбfico ni en ningъn otro sitio. —Vale. —Pero escucha esto. En 1998, una sociedad anуnima fue inscrita en el registro de la Propiedad Industrial y Comercial. Se llama KAB Import AB y el domicilio social es un apartado de correos de Gotemburgo. Se dedican a importar componentes electrуnicos. El presidente de la junta directiva se llama Karl Axel Bodin, o sea KAB, y naciу en 1941. —No me suena. —A mн tampoco. La cъpula directiva se compone, ademбs, de un auditor que participa en unas veinte sociedades a las que les lleva las cuentas. Parece ser uno de esos tipos que se encargan de la declaraciуn de la renta de empresas pequeсas. Йsta, sin embargo, parece haber sido, desde el principio, una sociedad durmiente. —Vale. —El tercer miembro de la junta directiva es un tal R. Niedermann. Aparece el aсo de nacimiento, pero ningъn otro dato, por lo que deduzco que carece de nъmero de identificaciуn personal sueco. Naciу el 18 de enero de 1970 y figura como representante de la empresa en el mercado alemбn. —Bien, Malin. Muy bien. Aparte del apartado de correos, їtenemos alguna otra direcciуn? —No, aunque he conseguido rastrear a Karl Axel Bodin. Estб empadronado en el oeste de Suecia y su direcciуn es Buzуn 192, Gosseberga. Lo he buscado y, al parecer, es una granja ubicada cerca de Nossebro, al noreste de Gotemburgo. —їQuй sabemos de йl? —Hace dos aсos declarу a Hacienda unos ingresos de doscientas sesenta mil coronas. Segъn el contacto que tenemos en la policнa, no tiene antecedentes penales. Posee licencia de armas para una escopeta de cazar alces y para otra de perdigones. Tiene dos coches, un Ford y un Saab, ambos con unos cuantos aсos ya. No estб en la lista del cobrador del Estado. Es soltero y dice ser agricultor. —Un hombre anуnimo sin problemas con la justicia. Mikael reflexionу unos segundos. Tenнa que tomar una decisiуn. —Otra cosa. Dragan Armanskij, de Milton Security, te ha llamado varias veces. —Vale. Gracias, Malin. Ahora le llamo. —Mikael, їtodo va bien? —No, no del todo. Te llamarй. Sabнa que lo que hacнa estaba mal. Como ciudadano, deberнa coger el telйfono y llamar a Bublanski. Pero si lo hacнa, se verнa obligado o a contarle la verdad sobre Lisbeth Salander o a acabar en un lнo, aprisionado entre medias verdades y cosas que habнan sido calladas. Sin embargo, йse no era el verdadero problema. Lisbeth iba a la caza de Niedermann y Zalachenko. Mikael no sabнa por dуnde andaba, pero si Malin y йl habнan dado con la direcciуn de Gosseberga, Lisbeth Salander tenнa que haberlo hecho tambiйn. Por lo tanto, la probabilidad de que ya se encontrara de camino a Gosseberga era alta. Se trataba del paso lуgico. Si Mikael llamaba a la policнa y le contaba que sabнa dуnde se escondнa Niedermann, tambiйn se verнa forzado a decirle que Lisbeth Salander iba, casi con toda seguridad, hacia allн. La buscaban por tres asesinatos y por el incidente de Stallarholmen. Su aviso provocarнa el envнo del grupo de intervenciуn nacional o de algъn otro comando de caza similar para detenerla. Y, sin duda, Lisbeth Salander opondrнa una violenta resistencia. Mikael sacу papel y bolнgrafo y redactу una lista de cosas que no podнa, o no querнa, revelar a la policнa. Al principio escribiу: «La direcciуn». Lisbeth le habнa dedicado un gran esfuerzo a hacerse con una direcciуn secreta. Allн tenнa su vida y sus secretos. No pensaba venderla. Luego, escribiу «Bjurman» y aсadiу un signo de interrogaciуn. Mirу por el rabillo del ojo el disco que estaba sobre la mesa. Bjurman habнa violado a Lisbeth. Casi la habнa matado y, ademбs, habнa abusado con saсa de su posiciуn de administrador. No cabнa duda, merecнa que le pusiera en evidencia como el cerdo que era. Pero se le presentaba un dilema йtico. Lisbeth no lo habнa denunciado. їRealmente querrнa aparecer en los medios de comunicaciуn a causa de una investigaciуn policial de la cual se filtrarнan a la prensa los detalles mбs нntimos en cuestiуn de horas? Ella nunca se lo perdonarнa. La pelнcula constituirнa una prueba y las fotos que se extraerнan quedarнan de lo mбs bonito en las portadas de los periуdicos vespertinos. Mikael reflexionу un rato y llegу a la conclusiуn de que era asunto de Lisbeth decidir cуmo actuar. Aunque si йl habнa sido capaz de dar con su piso, tambiйn la policнa, tarde o temprano, harнa lo mismo. Colocу el disco en un compartimento de su maletнn. A continuaciуn, escribiу «El informe de Bjцrck». El informe de 1991 habнa sido clasificado como secreto. Arrojaba luz sobre todo lo ocurrido. Nombraba a Zalachenko y explicaba el papel desempeсado por Bjцrck, cosa que, unida a la lista de puteros del ordenador de Dag Svensson, garantizarнa que a Bjцrck le esperaran unas cuantas y tensas horas frente a Bublanski. Gracias a la correspondencia, Peter Teleborian tambiйn acabarнa pringбndose de mierda. La carpeta conducirнa a la policнa hasta Gosseberga, pero йl les llevaba, por lo menos, unas horas de ventaja. Al final, abriу el Word y escribiу, por puntos, todos los datos importantes que habнa averiguado durante las ъltimas veinticuatro horas a travйs de las conversaciones con Bjцrck y con Palmgren, y mediante el material que habнa encontrado en casa de Lisbeth. El trabajo le llevу una hora y pico. Lo grabу en un Cd junto a su propia investigaciуn. Se preguntу si deberнa ponerse en contacto con Dragan Armanskij y, al final, optу por no hacerlo. Ya tenнa suficientes cosas entre manos.
Mikael fue a la redacciуn de Millennium y se encerrу con Erika Berger. —Se llama Zalachenko —dijo Mikael sin ni siquiera saludar—. Es un viejo asesino profesional de los servicios secretos soviйticos. Desertу en 1976 y le dieron permiso de residencia en Suecia y un sueldo de la Sдpo. Despuйs de la caнda de la Uniуn Soviйtica, como tantos otros, se convirtiу en un gбnster a jornada completa y, ahora, anda metido en trafficking, armas y drogas. Erika Berger dejу su bolнgrafo. —Vale. їPor quй no me sorprende que aparezca la KGB en la historia? —No, la KGB, no; el GRU, el servicio de inteligencia militar. —O sea, que esto va en serio. Mikael asintiу. —їInsinъas que es йl quien matу a Dag y Mia? —No йl. Mandу a alguien, a ese Ronald Niedermann al que Malin rastreу. —їPuedes probar todo eso? —Mбs o menos. Algunas cosas son suposiciones. Pero Bjurman fue asesinado porque le pidiу a Zalachenko que se ocupara de Lisbeth. Mikael le explicу lo que habнa visto en la pelнcula que Lisbeth guardaba en el cajуn de su mesa de trabajo. —Zalachenko es su padre. Oficialmente, Bjurman trabajу para la Sдpo a mediados de los aсos setenta y fue uno de los que recibieron a Zalachenko cuando йste desertу. Luego, se hizo abogado, asн como guarro a jornada completa, e hizo favores a un reducido grupo dentro de la Sдpo. Seguro que hay un cнrculo muy нntimo de amiguetes que se ven de vez en cuando en la sauna para dirigir el mundo y guardar el secreto sobre Zalachenko. Yo dirнa que los demбs miembros de la Sдpo nunca han oнdo hablar de йl. Lisbeth era un peligro porque podнa hacer saltar el secreto por los aires. De modo que la encerraron en la clнnica psiquiбtrica infantil. —No puede ser... —Sн —dijo Mikael—, es cierto que se dieron una serie de circunstancias y que Lisbeth tampoco era muy fбcil de tratar, ni entonces ni ahora, pero desde que tenнa doce aсos ha representado una amenaza para la seguridad nacional. Hizo un rбpido resumen de la historia. —Son muchas cosas para asimilar —dijo Erika—. їY Dag y Mia? —Fueron asesinados porque Dag encontrу el vнnculo que unнa a Bjurman con Zalachenko. —їY quй va a pasar ahora? Habrб que contбrselo a la policнa, їno? —Algunas partes, aunque no todo. He descargado toda la informaciуn esencial en este Cd. Es una copia de seguridad, por si acaso. Lisbeth va a la caza de Zalachenko. Voy a intentar encontrarla. Nada de lo que hay en el contenido de este disco puede salir a la luz. —Mikael, esto no me gusta. No podemos ocultar informaciуn en la investigaciуn de un asesinato. —Y no lo vamos a hacer. Pienso llamar a Bublanski. Creo que Lisbeth va camino de Gosseberga. No obstante, la buscan por un triple asesinato y, si avisamos a la policнa, mandarбn a la fuerza de intervenciуn nacional armados hasta los dientes con municiуn de caza. El riesgo de que ella oponga resistencia es bastante elevado. Podrнa pasar cualquier cosa. Se detuvo y sonriу sin ningъn atisbo de alegrнa. —Ante todo debemos mantener alejada a la policнa por el bien de la fuerza de intervenciуn nacional, para que no resulte demasiado diezmada. Primero, he de dar con Lisbeth. Erika Berger parecнa escйptica. —No pienso revelar los secretos de Lisbeth. Que Bublanski los encuentre solito, sin mi ayuda. Necesito que me hagas un favor. Esta carpeta contiene la investigaciуn que Bjцrck llevу a cabo en 1991, asн como correspondencia entre йste y Teleborian. Quiero que hagas una copia y se la mandes por mensajero a Bublanski o a Modig. Yo salgo para Gotemburgo dentro de veinte minutos. —Mikael... —Ya lo sй. Pero en esta batalla pienso estar al lado de Lisbeth hasta el final. Erika Berger apretу los labios y no dijo nada. Luego asintiу con la cabeza. Mikael se acercу a la puerta. —Ten cuidado —dijo Erika cuando ya habнa desaparecido. Pensу que deberнa haberlo acompaсado. Habrнa sido lo mбs decente. Aъn no le habнa contado que tenнa intenciуn de dejar Millennium y que, pasara lo que pasase, todo estaba decidido. Cogiу la carpeta y se acercу a la fotocopiadora.
El apartado de correos se encontraba en una oficina postal ubicada en el seno de un centro comercial. Lisbeth no conocнa Gotemburgo y no sabнa en quй lugar exacto se hallaba. Al final, dio con la oficina y se instalу en un cafй desde cuyo ventanal podrнa controlar el apartado a travйs de la rendija que quedaba entre unos pуsteres que anunciaban el Svensk Kassatjдnst, el nuevo servicio de correos sueco. Irene Nesser lucнa un maquillaje mбs discreto que Lisbeth Salander. Llevaba unos ridнculos collares y leнa un ejemplar de Crimen y castigo que habнa comprado en una librerнa situada unas calles mбs al norte. Se tomу su tiempo y, a intervalos regulares, pasaba de pбgina. Habнa iniciado la vigilancia a la hora del almuerzo; ignoraba con quй frecuencia solнan ir a buscar la correspondencia, si a diario o, tal vez, cada dos semanas, si ya se habrнan ido ese dнa o si todavнa era posible que apareciera alguien. Pero no tenнa ninguna otra pista. Se tomу un caffи latte mientras esperaba. Casi se habнa adormilado con los ojos abiertos cuando, de pronto, vio que abrнan el apartado. Por el rabillo del ojo consultу la hora. Las dos menos cuarto. «Una suerte loca.» Lisbeth se levantу apresuradamente y se acercу al ventanal, desde donde vio cуmo un hombre vestido con una cazadora negra de cuero abandonaba la zona de los apartados. Saliу tras йl. Se trataba de un hombre joven y delgado, de unos veinte aсos. Doblу la esquina, se acercу a un Renault y abriу la puerta. Lisbeth Salander memorizу la matrнcula y fue corriendo a su Corolla, estacionado cien metros mбs abajo en esa misma calle. Lo alcanzу cuando el hombre enfilу por Linnйgatan. Lo siguiу hasta Avenyn para, acto seguido, subir en direcciуn a Nordstan.
Mikael Blomkvist tuvo el tiempo justo de coger el X2000 de las 17.10 h. Comprу el billete en el tren con su tarjeta de crйdito. Aunque era tarde, se sentу en el vagуn restaurante vacнo para comer. Sentнa una insistente inquietud en el estуmago, temнa no llegar a tiempo. Esperaba que Lisbeth Salander lo llamara, aunque sabнa que no lo iba a hacer. En 1991, ella habнa intentado matar a Zalachenko. Ahora, despuйs de todos esos aсos, йl le estaba devolviendo el golpe. Holger Palmgren habнa hecho un anбlisis correcto de ella. Lisbeth Salander tenнa la sуlida convicciуn, basada en sus experiencias, de que no merecнa la pena hablar con las autoridades. Mikael mirу de reojo el maletнn de su ordenador. Se habнa llevado el Colt que hallу en el cajуn del escritorio de Lisbeth. No estaba seguro de por quй lo habнa hecho, pero presintiу que no debнa dejarla en el piso. Admitiу que no era un razonamiento particularmente lуgico. Cuando el tren pasу el puente de Arsta, encendiу el mуvil y llamу a Bublanski. —їQuй quieres? —preguntу Bublanski, irritado. —Acabar —dijo Mikael. —їAcabar quй? —Toda esta mierda. їQuieres saber quiйn matу a Dag, a Mia y a Bjurman? —Si dispones de esa informaciуn, me gustarнa que la compartieras. —El asesino se llama Ronald Niedermann. Es ese gigante rubio con quien se peleу Paolo Roberto. Es un ciudadano alemбn, tiene treinta y cinco aсos y trabaja para un cabrуn llamado Alexander Zalachenko, tambiйn conocido como Zala. Bublanski permaneciу callado durante un buen rato. Luego, suspirу de manera exagerada. Mikael le oyу pasar una hoja y hacer clic con un bolнgrafo. —їY estбs seguro de eso? —Sн. —Vale. їY dуnde se encuentran Niedermann y ese Zalachenko? —Aъn no lo sй. Te aseguro que tan pronto como me entere, te lo contarй. Dentro de un momento, Erika Berger te va a mandar por mensajero el informe de una investigaciуn policial de 1991. En cuanto tenga lista la copia. Allн encontrarбs toda la informaciуn imaginable sobre Zalachenko y Lisbeth Salander. —їQuй quieres decir? —Zalachenko es el padre de Lisbeth. Es un asesino profesional ruso, un desertor de la guerra frнa. —їAsesino profesional ruso? —repitiу Bublanski, escйptico. —Un pequeсo grupo de iniciados de la Sдpo lo ha protegido y ha borrado sus huellas cada vez que ha cometido algъn delito. Mikael oyу cуmo Bublanski cogнa una silla y se sentaba. —Creo que serб mejor que vengas a prestar una declaraciуn formal. —Sorry. No tengo tiempo. —їPerdуn? —Ahora mismo me pillas fuera de Estocolmo. Pero me pondrй en contacto contigo en cuanto haya encontrado a Zalachenko. —Blomkvist, no hace falta que pruebes nada. Yo tambiйn dudo de la culpabilidad de Salander. —Te recuerdo que yo sуlo soy un simple detective aficionado que no tiene ni idea del trabajo policial. Sabнa que era muy infantil; sin embargo, colgу sin despedirse. A continuaciуn, llamу a Annika Giannini. —Hola, hermanita. —Hola, їquй hay? —Bueno, quizб maсana necesite un buen abogado. Annika suspirу. —їQuй has hecho esta vez? —Nada grave todavнa, pero es posible que me detengan por obstaculizar una investigaciуn policial o por algo similar. Aunque no te he llamado por eso; de todos modos, no me podrнas representar. —їPor quй no? —Porque quiero que te encargues de la defensa de Lisbeth Salander, y hacer las dos cosas resulta imposible. Mikael le contу brevemente de quй iba la historia. Annika Giannini guardу un ominoso silencio. —їY puedes aportar documentaciуn para probar todo eso? —preguntу. —Sн. —Tengo que pensбrmelo. Lo que Lisbeth necesita es un abogado penal... —Tъ serбs perfecta. —Mikael... —Oye, hermanita, їno eras tъ la que se cabreу conmigo porque no te pedн ayuda cuando la necesitй? Cuando terminaron de hablar, Mikael se quedу reflexionando un rato. Luego, volviу a coger el mуvil y llamу a Holger Palmgren. No tenнa ningъn motivo en particular para hacerlo; no obstante, considerу que debнa informar al viejo de que estaba siguiendo algunas pistas y de que esperaba que la historia acabara en las prуximas horas. El problema era que Lisbeth Salander tambiйn seguнa sus propias pistas.
Sin desviar la mirada de la granja, Lisbeth Salander estirу un brazo para coger una manzana de la mochila. Estaba tumbada justo en el linde del bosque, con la alfombrilla del Corolla a modo de esterilla improvisada. Se habнa cambiado de ropa. Ahora llevaba unos pantalones verdes de material resistente con bolsillos en la pernera, un grueso jersey y una cazadora corta forrada. Gosseberga se encontraba a unos cuatrocientos metros de la carretera y estaba compuesta por distintas construcciones. El edificio principal se hallaba a ciento veinte metros de Lisbeth. Se trataba de una casa de madera blanca, normal y corriente, de dos plantas. A unos setenta metros de йsta, habнa una caseta junto a un establo. A travйs de una de las abiertas puertas del establo, se divisaba la parte delantera de un coche blanco. Creнa que se trataba de un Volvo, pero habнa una distancia considerable y no estaba segura. A la derecha, entre Lisbeth y la casa principal, habнa un barrizal que se extendнa cerca de doscientos metros hasta una pequeсa laguna. El camino de acceso dividнa en dos el barrizal y se adentraba en una zona boscosa en direcciуn a la carretera. Junto al camino, habнa otro edificio que parecнa ser una vieja granja abandonada cuyas ventanas estaban cubiertas por unas telas claras. Al norte de la casa principal, un pequeсo bosque hacнa las veces de cortina protectora contra los vecinos mбs cercanos, un grupo de casas que se hallaba a casi seiscientos metros de distancia. Por lo tanto, la granja que Lisbeth tenнa ante sus ojos estaba relativamente aislada. Se encontraba cerca del lago Anten, en un ondulado paisaje de suaves lomas, cuyos numerosos campos se alternaban con pequeсas poblaciones y compactas бreas boscosas. El mapa de carreteras no ofrecнa ninguna descripciуn detallada de la zona; a ella le habнa bastado con seguir al Renault negro que saliу de Gotemburgo por la E20 y, luego, girу hacia el oeste en direcciуn a Sollebrunn, en Alingsеs. De pronto, tras algo mбs de cuarenta minutos, el vehнculo se habнa desviado y tomado un camino forestal seсalado con el nombre de Gosseberga. Lisbeth aparcу detrбs de un granero ubicado en un bosquecillo situado a unos cien metros al norte del desvнo, y volviу a pie. Nunca habнa oнdo hablar de Gosseberga. Por lo que alcanzу a entender, el nombre hacнa referencia a la casa y al establo que ahora tenнa ante sus ojos. En el buzуn que se hallaba junto a la carretera y que ella habнa visto al pasar rezaba «192 - K. A. Bodin». El nombre no le decнa nada. Bordeу el edificio y eligiу con cuidado un lugar de observaciуn. Tenнa de espaldas el sol de la tarde. Desde que se instalara en el sitio, a las tres y media, sуlo habнa ocurrido una cosa. A las cuatro, el conductor del Renault saliу de la casa. En la puerta, intercambiу unas palabras con una persona que Lisbeth no llegу a ver. Luego, se fue y no volviу. Por lo demбs, no percibiу ningъn otro movimiento en la granja. Esperу, pacientemente, vigilando el edificio a travйs de unos pequeсos prismбticos Minolta de ocho aumentos.
Irritado, Mikael Blomkvist tamborileу con los dedos en la mesa del vagуn restaurante. El X2000 estaba parado en Katrineholm. Llevaba allн mбs de una hora a causa de alguna misteriosa averнa que, segъn los altavoces, habнa que reparar. La compaснa SJ lamentaba el retraso. Suspirу, frustrado, y se acercу a llenar su taza de cafй. Quince minutos mбs tarde, el tren arrancу dando un tirуn. Mirу el reloj, las ocho. Deberнa haber cogido un aviуn o alquilado un coche. La sensaciуn de que no llegarнa a tiempo iba en aumento.
Alrededor de las seis, alguien encendiу la luz de una habitaciуn de la planta baja y, acto seguido, la del porche. Lisbeth vislumbrу unas siluetas en lo que ella suponнa que era la cocina, a la derecha de la entrada; sin embargo, no consiguiу apreciar ningъn rostro. De repente, se abriу la puerta y saliу Ronald Niedermann, el gigante rubio. Llevaba pantalones oscuros y un ceсido jersey con cuello de cisne que le marcaba los mъsculos. Lisbeth asintiу con la cabeza. Por fin una confirmaciуn de que no se habнa equivocado. Constatу, una vez mбs, que Niedermann era una bestia musculosa. Pero, dijeran lo que dijeron Paolo Roberto y Miriam Wu, estaba hecho de carne y hueso, como cualquier ser humano. Niedermann dio una vuelta a la casa y, despuйs, se dirigiу al establo donde se hallaba el coche y desapareciу unos instantes. Regresу con una pequeсa bolsa de mano y entrу en la casa. Volviу a salir pasados unos minutos. Le acompaсaba un hombre mayor, bajo y flaco que cojeaba y se apoyaba en un bastуn. Estaba demasiado oscuro para percibir sus facciones con nitidez, pero Lisbeth sintiу cуmo un gйlido frнo le recorriу la nuca. «Daaadyyy, I am heeeree... » Los siguiу con la mirada mientras andaban por el extenso camino de acceso. Se detuvieron junto a la caseta, donde Niedermann entrу a buscar un poco de leсa. Luego, regresaron a la casa principal y cerraron la puerta. Una vez hubieron entrado, Lisbeth Salander permaneciу quieta durante varios minutos mбs. A continuaciуn bajу los prismбticos y retrocediу unos diez metros hasta que quedу oculta tras los бrboles. Abriу su mochila, sacу un termo, se sirviу cafй y se metiу en la boca un terrуn de azъcar que empezу a chupar. Se comiу un sбndwich de queso que habнa comprado en una gasolinera, ese mismo dнa, de camino a Gotemburgo. Se sumiу en sus pensamientos. Mбs tarde, extrajo de la mochila la P-83 polaca de Sonny Nieminen. Le sacу el cargador y comprobу que nada bloqueaba la corredera ni el caсуn. Realizу un disparo al aire. El cargador tenнa seis cartuchos de calibre nueve milнmetros. Makarov. Deberнa ser suficiente. Lo volviу a introducir y metiу una bala en la recбmara. Echу el seguro y se metiу el arma en el bolsillo derecho de la cazadora.
Lisbeth empezу la maniobra de aproximaciуn a la casa dando un rodeo por el bosque. Habнa recorrido cerca de ciento cincuenta metros cuando, de repente, se detuvo en seco. En el margen de su ejemplar de Arithmetica, Pierre de Fermat habнa garabateado las palabras: «Tengo una prueba verdaderamente maravillosa para esta afirmaciуn, pero el margen es demasiado estrecho para contenerla». El cuadrado se habнa convertido en un cubo (x3 + y3 = z3) y los matemбticos habнan dedicado siglos a dar respuesta al enigma de Fermat. Para llegar a resolverlo, en la dйcada de los noventa, Andrew Wiles hubo de luchar durante diez aсos con el programa informбtico mбs avanzado del mundo. Y, de pronto, Lisbeth lo comprendiу. La respuesta fue de una sencillez que la desarmу por completo. Un juego de cifras que se alineaban en serie y, de sъbito, se colocaron en su sitio formando una fуrmula que mбs bien debнa verse como un jeroglнfico. Pero Fermat no disponнa de ningъn ordenador y la soluciуn de Andrew Wiles se basaba en unas matemбticas que ni siquiera se habнan inventado cuando el francйs formulу su teorema. Йl nunca pudo realizar esa prueba que Andrew Wiles presentу. Naturalmente, la soluciуn de Fermat era completamente distinta. Se quedу tan perpleja que tuvo que sentarse en un tocуn. Dejу la mirada perdida al frente mientras verificaba la ecuaciуn. «Era eso lo que habнa querido decir. No es de extraсar que los matemбticos se tiraran de los pelos.» Luego soltу una risita. «Un filуsofo habrнa tenido mбs posibilidades de resolver este enigma.» A Lisbeth le habrнa encantado conocer a Fermat. Un chulo cabrуn. Al cabo de un rato se levantу y continuу su avance a travйs del bosque. Al acercarse, el establo quedу entre ella y la casa principal.
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