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Capнtulo 31 Jueves, 7 de abril



Capнtulo 31 Jueves, 7 de abril

Lisbeth Salander entrу en el establo a travйs de la compuerta de un viejo canal de desagьe de excrementos; ya no habнa animales en la granja. Recorriу la estancia con la mirada y lo ъnico que alcanzу a ver fueron tres coches: el Volvo blanco de Auto-Expert, un Ford que ya tenнa unos cuantos aсos y un Saab algo mбs moderno. Al fondo habнa una rastra oxidada y otros aperos que daban fe de que, en su dнa, la granja estuvo en activo.

Permaneciу en la penumbra del establo contemplando la casa principal. Habнa caнdo la noche y todas las luces de la planta baja se hallaban encendidas. No detectу ningъn movimiento, pero le pareciу ver el centelleante resplandor de un televisor. Consultу su reloj. Las siete y media. «Rapport.»

Le extraсaba que Zalachenko hubiera elegido instalarse en una casa tan solitaria. No encajaba con el hombre que ella recordaba. Nunca se habrнa imaginado encontrбrselo en pleno campo en una casita blanca; si acaso, en una anуnima urbanizaciуn apartada de chalйs o en algъn lugar de veraneo del extranjero. Durante su vida, debнa de haberse granjeado mбs enemigos que Lisbeth Salander. Le incomodaba que el sitio pareciera tan desprotegido. Aunque daba por descontado que йl tenнa armas en la casa.

Tras un prolongado momento de duda, saliу del establo a la penumbra crepuscular. Cruzу el patio a toda prisa. Al llegar a la casa, se detuvo y apoyу la espalda contra la fachada. De pronto, percibiу una mъsica dйbil. En silencio, rodeу la casa e intentу mirar de refilуn por las ventanas, pero estaban demasiado altas.

Por instinto, a Lisbeth no le gustу la situaciуn. Habнa pasado la primera mitad de su existencia inmersa en un terror constante por culpa del hombre que ahora se hallaba en esa casa. Durante la otra mitad, desde que fracasara en su intento de matarle, habнa estado esperando a que йl apareciera nuevamente en su vida. Esta vez no pensaba cometer ningъn error. Puede que Zalachenko fuera un viejo invбlido, pero era un asesino bien entrenado que habнa sobrevivido a mбs de una batalla.

Ademбs, debнa tener en cuenta a Ronald Niedermann.

Habrнa preferido sorprender a Zalachenko al aire libre, en algъn sitio del patio donde se encontrara indefenso. No le apetecнa lo mбs mнnimo hablar con йl; le habrнa encantado disponer de un rifle con mira telescуpica. No obstante, no era asн y a йl le costaba andar y apenas salнa. Sуlo lo habнa visto cuando fue hasta el leсero de la caseta y no parecнa muy probable que, de pronto, se le ocurriese dar un paseo vespertino. Por lo tanto, si querнa esperar una ocasiуn mejor, deberнa retirarse y pernoctar en el bosque. No llevaba saco de dormir, y a pesar de que la tarde era cбlida, la noche serнa frнa. Ahora que, por fin, lo tenнa a tiro, no querнa arriesgarse a que se le volviese a escapar. Pensу en Miriam Wu y en su madre.

Lisbeth se mordiу el labio inferior. Tenнa que entrar en la casa, aunque fuese la peor de las alternativas. Tambiйn podrнa llamar a la puerta y disparar a quien abriera para ir, de inmediato, a por el otro cabrуn. Esa opciуn significarнa que йste estarнa en alerta y que tendrнa tiempo de coger un arma. «Anбlisis de consecuencias. їQuй alternativas habнa?»

De repente, distinguiу el perfil de Niedermann cuando йste pasу por delante de una ventana, a tan sуlo unos pocos metros de ella. Estaba mirando por encima del hombro hacia el interior de la estancia mientras hablaba con alguien.

«Los dos estбn en la habitaciуn a la izquierda de la entrada.»

Lisbeth se decidiу. Sacу la pistola del bolsillo de la cazadora, le quitу el seguro y, en silencio, subiу hasta el porche. Sostenнa el arma con la mano izquierda mientras, con la otra, bajaba la manivela de la puerta con suma lentitud. No estaba cerrada con llave. Frunciу el ceсo y dudу. La puerta disponнa de dobles cerraduras de seguridad.

Zalachenko no habrнa dejado la puerta sin echarle el cerrojo. Se le puso la carne de gallina. Algo no cuadraba.

La entrada estaba a oscuras. A la derecha vio una escalera que subнa hasta la planta superior. Tenнa dos puertas de frente y una a la izquierda por cuya rendija superior se filtraba una luz. Se quedу quieta escuchando. Luego oyу una voz y el ruido de una silla arrastrбndose en la habitaciуn de la izquierda.

Dio dos rбpidas zancadas, abriу de un tirуn y dirigiу el arma contra... la habitaciуn estaba vacнa.

Escuchу un crujir de ropa tras de sн y se volviу como un reptil. En el mismo instante en que intentу levantar la pistola para disparar, una de las enormes manos de Niedermann se cerrу como una anilla de hierro alrededor de su cuello mientras que la otra le aprisionу la mano que sostenнa el arma. La cogiу del cuello y la levantу como si fuese una muсeca.

 

 

Pataleу unos segundos con los pies en el aire. Luego se volviу y dirigiу una patada a la entrepierna de Niedermann. Fallу, pero le dio en la parte exterior de la cadera. Fue como pegarle un puntapiй al tronco de un бrbol. Se le nublу la vista cuando йl le apretу el cuello. Sintiу cуmo se le caнa el arma.

«Mierda.»

Luego, Ronald Niedermann la lanzу al interior de la habitaciуn. Aterrizу estruendosamente sobre un sofб y, acto seguido, cayу al suelo. Notу cуmo la sangre se le agolpaba en la cabeza y, tambaleбndose, consiguiу ponerse de pie. Sobre una mesa, vio un cenicero triangular de cristal macizo; lo cogiу al vuelo e intentу darle un revйs con йl. Niedermann la detuvo en pleno movimiento. Se metiу la mano que le quedaba libre en el bolsillo izquierdo, sacу la pistola elйctrica, se volviу y la apretу contra la entrepierna de Niedermann.

Ella tambiйn sintiу cуmo el fuerte latigazo elйctrico atravesaba el brazo con el que Niedermann la tenнa agarrada. Daba por descontado que йl se iba a desplomar de dolor; en cambio, bajу la mirada y contemplу a Lisbeth con una expresiуn de desconcierto. Los ojos de Lisbeth Salander se abrieron de par en par; estaba perpleja. Resultaba obvio que йl habнa experimentado una sensaciуn incуmoda, pero en absoluto dolor. «Este tнo no es normal.»

Niedermann se inclinу, le quitу la pistola elйctrica y la examinу intrigado. Luego, le dio una bofetada con toda la mano. Fue como si la hubiese golpeado con un mazo. Ella se derrumbу sobre el suelo, ante el sofб. Levantу la vista y sus ojos se toparon con los de Niedermann. La observaba lleno de curiosidad, como si se preguntara quй serнa lo prуximo que harнa Lisbeth. Como un gato que se prepara para jugar con su presa.

En ese momento, ella intuyу un movimiento en una puerta del fondo de la estancia. Volviу la cabeza.

Lentamente, йl avanzу hacia la luz.

Se ayudaba de un bastуn; Lisbeth vio la prуtesis que le asomaba por la pernera.

Su mano izquierda era un muсуn atrofiado al que le faltaban un par de dedos.

Alzу la mirada y contemplу su cara. La mitad izquierda era un patchwork de cicatrices dejadas por las quemaduras. No tenнa cejas y su oreja no era mбs que un resto de cartнlago. Estaba calvo. Lo recordaba como un hombre atlйtico y viril, de pelo moreno rizado. Medнa un metro sesenta y cinco y estaba demacrado.

—Hola, papб —dijo Lisbeth con un tono inexpresivo.

Alexander Zalachenko observу a su hija con la misma expresiуn ausente.

 

 

Ronald Niedermann encendiу la luz del techo. Cacheу a Lisbeth y comprobу que no llevaba mбs armas. Despuйs, le puso el seguro a la P-83 Wanad y le extrajo el cargador. Zalachenko pasу ante Lisbeth arrastrando los pies, se sentу en un sillуn y levantу un mando a distancia.

La mirada de Lisbeth se centrу en la pantalla del televisor que quedaba tras йl. Zalachenko pulsу un botуn y, al instante, reconociу en la imagen verdosa la zona situada tras el establo y el trozo del camino que accedнa a la casa. Una cбmara de rayos infrarrojos. Sabнan que venнa.

—Habнa empezado a creer que no te ibas a atrever a salir —dijo Zalachenko—. Te llevamos vigilando desde las cuatro. Has activado casi todas las alarmas de alrededor de la casa.

—Detectores de movimiento —constatу Lisbeth.

—Dos en el camino de acceso y cuatro al otro lado del prado. Instalaste tu punto de observaciуn justo en el sitio donde habнamos puesto la alarma. Las mejores vistas de la granja se tienen desde allн. Por lo general, los que se suelen acercar son alces o ciervos (a veces, alguna persona buscando bayas), pero no es muy frecuente que alguien aparezca moviйndose con sigilo y un arma en la mano.

Guardу silencio durante un momento.

—їRealmente creнas que Zalachenko iba a estar completamente desprotegido en una pequeсa casa en el campo?

 

 

Lisbeth se masajeу el cuello e hizo amago de levantarse.

—Quйdate en el suelo —dijo Zalachenko con severidad.

Nieder mann dejу de examinar el arma y contemplу a Lisbeth tranquilamente. Arqueу una ceja y le mostrу una sonrisa. A ella le vino a la mente el rostro desfigurado de Paolo Roberto que habнa visto por televisiуn y decidiу que serнa mejor idea permanecer en el suelo. Suspirу y apoyу la espalda contra el sofб.

Zalachenko estirу la mano derecha, la que le quedaba sana. Niedermann se sacу un arma de la cinturilla del pantalуn, retrajo la corredera alimentando la recбmara y se la pasу. Lisbeth advirtiу que se trataba de una Sig Sauer, la pistola estбndar de la policнa. Zalachenko asintiу con la cabeza. Sin mediar palabra, Niedermann dio media vuelta de pronto y se puso una cazadora. Saliу de la habitaciуn y Lisbeth oyу cуmo se abriу y cerrу la puerta de la entrada.

—Es sуlo para que no se te ocurra hacer ninguna tonterнa. En el mismo instante en que intentes levantarte, te dispararй a bocajarro.

Lisbeth se relajу. Le darнa tiempo a meterle dos balas, tal vez tres, antes de que ella pudiera alcanzarlo, y lo mбs seguro es que empleara una municiуn que le harнa desangrarse en un par de minutos.

—ЎJoder, quй pinta tienes! —comentу Zalachenko, seсalando el aro de la ceja de Lisbeth—. Pareces una puta.

Lisbeth le clavу la mirada.

—Aunque has sacado mis ojos —dijo йl.

—їTe duele? —le preguntу ella, seсalando la prуtesis con un movimiento de cabeza.

Zalachenko la contemplу un largo rato.

—No. Ya no.

Lisbeth asintiу con la cabeza.

—Tienes muchas ganas de matarme —dijo йl.

Ella no le contestу. De repente, йl se riу.

—Me he acordado mucho de ti durante todos estos aсos. Prбcticamente cada vez que me miraba al espejo.

—Deberнas haber dejado en paz a mi madre.

Zalachenko se riу.

—Tu madre era una puta.

Los ojos de Lisbeth brillaron negros como el azabache.

—No era una puta. Trabajaba de cajera en un supermercado para intentar llegar a fin de mes.

Zalachenko se volviу a reнr.

—Mуntate las pelнculas que quieras. Yo sй que era una puta. Le faltу tiempo para quedarse preсada e intentar que me casara con ella. Como si yo me casara con putas.

Lisbeth no dijo nada. Mirу la punta de la pistola con la esperanza de que йl desviara la atenciуn un instante.

—La bomba incendiaria fue una idea muy astuta. Te odiй. Pero luego no le di mбs importancia. No merecнa la pena malgastar energнas contigo. Si hubieses dejado las cosas como estaban, yo no habrнa movido un dedo.

—Y una mierda. Bjurman te contratу para matarme.

—Eso no tiene nada que ver. Se trataba de un simple acuerdo comercial, йl necesitaba una pelнcula que tъ tenнas y yo llevo un pequeсo negocio.

—Y pensaste que yo te darнa la pelнcula.

—Sн, hija mнa. Estoy convencido de que sн. No tienes ni idea de lo colaboradora que se vuelve la gente cuando Ronald Niedermann le pide algo. Sobre todo, cuando arranca la motosierra y te corta un pie. Ademбs, en mi caso, eso serнa una justa recompensa. Pie por pie.

Lisbeth pensу en Miriam Wu en manos de Ronald Niedermann en aquel almacйn de las afueras de Nykvarn. Zalachenko malinterpretу su gesto.

—No tienes de quй preocuparte. No tenemos planeado descuartizarte.

Se quedу mirбndola.

—їDe verdad te violу Bjurman?

Lisbeth no respondiу.

—Joder, quй mal gusto tenнa ese tipo. He leнdo en el periуdico que eres una asquerosa bollera. No me sorprende. Comprendo que ningъn chico quiera hacer nada contigo.

Lisbeth seguнa sin contestar.

—A lo mejor deberнa pedirle a Niedermann que te diera un repaso. Creo que te vendrнa bien.

Se quedу pensativo.

—Aunque Niedermann no mantiene relaciones sexuales con chicas. No, no es que sea maricуn; es sуlo que no le va el sexo.

—Entonces, tendrбs que darme tъ el repaso —dнjo Lisbeth de manera provocadora.

«Acйrcate. Comete un error.»

—No, en absoluto. Serнa perverso.

Permanecieron callados un instante.

—їQuй estamos esperando? —preguntу Lisbeth.

—Mi compaсero volverб en seguida. Sуlo va a mover tu coche y a encargarse de otra pequeсa gestiуn. їDуnde estб tu hermana?

Lisbeth se encogiу de hombros.

—Contйstame.

—No lo sй y, sinceramente, me importa una mierda.

Zalachenko se volviу a reнr.

—їAmor fraterno? Camilla siempre fue la que tuvo algo en la cabeza mientras que tъ sуlo eras una basura que no valнa para nada.

Lisbeth no replicу.

—Pero tengo que reconocer que me resulta de lo mбs satisfactorio volver a verte de cerca.

—Zalachenko —dijo Lisbeth—, eres tremendamente pesado. їFue Niedermann quiйn matу a Bjurman?

—Por supuesto. Ronald Niedermann es el soldado perfecto. No sуlo obedece уrdenes, sino que tambiйn toma la iniciativa cuando es necesario.

—їDe quй agujero lo has sacado?

Zalachenko contemplу a su hija con una expresiуn extraсa. Abriу la boca como si fuera a decir algo; luego, dudу y permaneciу callado. Mirу hacia la puerta por el rabillo del ojo y, de repente, mostrу una sonrisa.

—їMe estбs diciendo que todavнa no lo has averiguado? —preguntу—. Segъn Bjurman, se supone que eres un hacha investigando.

Despuйs Zalachenko soltу una carcajada.

—Nos conocimos en Espaсa a principios de los aсos noventa, cuando estaba convaleciente tras tu pequeсa bomba incendiaria. Йl tenнa veintidуs aсos y se convirtiу en mis brazos y mis piernas. No estб contratado; somos socios. Llevamos un floreciente negocio.

—Trafficking.

Йl se encogiу de hombros.

—Se podrнa decir que hemos diversificado nuestras lнneas de negocio y que nos dedicamos a numerosos productos y servicios. La idea es mantenernos en un discreto segundo plano y no dejarnos ver nunca. їDe verdad no te has dado cuenta de quiйn es Ronald Niedermann?

Lisbeth permaneciу en silencio. No entendнa a quй se referнa.

—Es tu hermano —dijo Zalachenko.

—No —dijo Lisbeth, conteniendo la respiraciуn.

Zalachenko se volviу a reнr. Pero la pistola seguнa apuntбndola de manera firme y amenazadora.

—Bueno, para ser mбs exactos, tu hermanastro —precisу Zalachenko—. El resultado de una simple distracciуn que tuve en Alemania durante una misiуn que me encargaron en 1970.

—Y has convertido a tu propio hijo en un asesino.

—Quй va. Sуlo le he ayudado a desarrollar su potencial. Йl ya tenнa aptitudes para matar mucho antes de que yo me encargara de su formaciуn. Serб йl quien dirija la empresa familiar despuйs de mн.

—їSabe que somos hermanastros?

—Por supuesto. Aunque si crees que vas a poder apelar a sus sentimientos fraternales, olvнdalo. Yo soy su ъnica familia. Tъ no eres mбs que una interferencia en el horizonte. Te dirй, de paso, que no es tu ъnico hermanastro; tienes, al menos, otros cuatro, y tres hermanastras mбs en diferentes paнses. Uno de ellos es un idiota, pero hay otro que en verdad promete; es el que lleva la sucursal de Tallin. Sin embargo, Ronald es el ъnico de mis hijos que hace honor a los genes de Zalachenko.

—Supongo que mis hermanastras no ocupan ningъn puesto en la empresa familiar.

Zalachenko se quedу perplejo.

—Zalachenko, no eres mбs que uno de esos cabrones que odian a las mujeres. їPor quй matasteis a Bjurman?

—Bjurman era un idiota. Se quedу atуnito al enterarse de que eras mi hija. Era una de las pocas personas de este paнs que conocнa mi pasado. Tengo que reconocer que me empecй a preocupar cuando, de repente, se puso en contacto conmigo, aunque luego todo se resolviу para bien. Йl muriу y tъ cargaste con la culpa.

—Entonces їpor quй le pegasteis un tiro? —insistiу Lisbeth.

—La verdad es que eso no entraba en nuestros planes. Yo me veнa colaborando con йl durante muchos aсos. Siempre viene bien tener una puerta trasera para entrar en la Sдpo. Aunque sea a travйs de un idiota. Pero, no sй cуmo, ese periodista de Enskede encontrу una conexiуn entre nosotros, y llamу a Bjurman justo cuando Ronald se encontraba en su casa. Bjurman fue presa del pбnico y se puso intratable. Ronald tuvo que tomar una decisiуn en el acto. Y actuу como debнa.

 

 

El corazуn de Lisbeth se hundiу como una piedra en el pecho cuando su padre le confirmу lo que ella ya imaginaba. Dag Svensson habнa encontrado una conexiуn. Ella habнa estado hablando con Dag y Mia durante mбs de una hora. Mia le cayу bien en seguida, Dag no tanto; le recordaba demasiado a Mikael Blomkvist. Un salvador del mundo que pensaba que podrнa cambiarlo todo con un libro. No obstante, Lisbeth respetaba sus buenas intenciones.

En conjunto, la visita a casa de Dag y Mia habнa sido una pйrdida de tiempo. No podнan conducirla hasta Zalachenko. Dag Svensson habнa dado con su nombre y habнa empezado a hurgar en su pasado, pero no habнa logrado identificarlo.

Sin embargo, durante la visita cometiу un terrible error. Ella sabнa que tenнa que existir una conexiуn entre Bjurman y Zalachenko. De modo que empezу a hacer preguntas sobre Bjurman para ver si Dag Svensson se habнa topado con su nombre. No era asн, pero йl tenнa un buen olfato: se centrу de inmediato en Bjurman y acosу a Lisbeth con preguntas.

Sin que ella le hubiese proporcionado muchos detalles, йl entendiу que, de alguna manera, estaba implicada en el drama. Tambiйn se percatу de que Bjurman debнa de poseer cierta informaciуn. Acordaron volver a verse para seguir hablando tras el fin de semana. Luego, Lisbeth Salander regresу a casa y se acostу. A la maсana siguiente, cuando se despertу, se enterу por los informativos de que dos personas habнan sido asesinadas en un piso de Enskede.

Lo ъnico ъtil que Lisbeth dio a Dag Svensson durante aquella visita fue el nombre de Nils Bjurman. Lo mбs probable es que Dag Svensson llamara a Bjurman en cuanto ella abandonу el apartamento.

Ella era la conexiуn. Si no hubiese ido a ver a Dag Svensson, йl y Mia seguirнan con vida.

Zalachenko se riу.

—No te puedes imaginar lo perplejos que nos quedamos cuando la policнa empezу a buscarte a ti por los asesinatos.

Lisbeth se mordiу el labio inferior. Zalachenko se quedу observбndola detenidamente.

—їCуmo me has encontrado? —preguntу.

Ella se encogiу de hombros.

—Lisbeth, Ronald estarб de vuelta dentro de poco. Puedo pedirle que te rompa todos los huesos del cuerpo hasta que contestes. Ahуrranos ese esfuerzo.

—El apartado de correos. Le seguн la pista al coche que Niedermann habнa alquilado y esperй a que ese mocoso apareciera y vaciara el apartado.

—Ajб. Quй fбcil. Lo recordarй.

Lisbeth reflexionу un rato. Йl la seguнa apuntando con la pistola.

—їEn serio crees que esta tormenta va a pasar asн como asн? —preguntу Lisbeth—. Has cometido demasiados errores; la policнa darб contigo.

—Ya lo sй —contestу el padre de Lisbeth—. Bjцrck me llamу ayer y me contу que un periodista de Millennium ha metido las narices en la historia y que es sуlo una cuestiуn de tiempo. Tal vez haya que ocuparse de йl.

—Pues tienes para rato —dijo Lisbeth—. Tan sуlo en Millennium estбn Mikael Blomkvist, la redactora jefe Erika Berger, la secretaria de redacciуn y numerosos empleados. Y luego tienes a Dragan Armanskij y a unos cuantos trabajadores de Milton Security. Por no hablar del poli Bublanski y de su gente. їA cuбntos mбs vas a matar para silenciar todo esto? Te cogerбn.

Zalachenko volviу a reнrse.

—So what? No he matado a nadie y no existe la mбs mнnima prueba contra mн. Que identifiquen a quiйn diablos les dй la gana. Crйeme, ya pueden hacer todos los registros que quieran en esta casa que no encontrarбn ni una sola mota de polvo que me pueda vincular con alguna actividad criminal. Fue la Sдpo la que te encerrу en un manicomio, no yo, asн que no creo que se vayan a mover mucho para poner todas las cartas sobre la mesa.

—Niedermann —le recordу Lisbeth.

—Maсana mismo, bien temprano, Ronald se irб de vacaciones al extranjero una larga temporada para observar desde allн el desarrollo de los acontecimientos.

Zalachenko le lanzу una triunfadora mirada.

—Tъ seguirбs siendo la principal sospechosa de los asesinatos, asн que lo mбs conveniente es que desaparezcas sin armar revuelo.

 

 

Pasaron casi cincuenta minutos antes de que Ronald Niedermann regresara. Llevaba puestas unas botas.

Lisbeth Salander mirу de reojo al hombre que, segъn su padre, era su hermanastro. No le encontrу el menor parecido con ella, al contrario, le pareciу diametralmente opuesto. Sin embargo, le dio la sensaciуn de que a Ronald Niedermann le pasaba algo. Su constituciуn fнsica, sus facciones delicadas y esa voz que daba la impresiуn de no haber mudado todavнa se le antojaron a Lisbeth malformaciones congйnitas. No habнa reaccionado a la descarga de la pistola elйctrica y sus manos eran enormes. Nada parecнa del todo normal en Ronald Niedermann.

«Los defectos genйticos abundan en la familia Zalachenko», pensу amargamente.

—їTodo listo? —preguntу Zalachenko.

Niedermann asintiу con la cabeza. Estirу la mano y cogiу su Sig Sauer.

—Os acompaсo —dijo Zalachenko.

Niedermann dudу.

—Hay un buen paseo.

—Os acompaсo. Trбeme la cazadora.

Niedermann se encogiу de hombros e hizo lo que le pedнa. Mientras Zalachenko se abrigaba y pasaba un momento por la habitaciуn contigua, el gigante se entretuvo con el arma. Lisbeth lo observу enroscar un adaptador provisto de un silenciador casero.

—Vбmonos —dijo Zalachenko desde la puerta.

Niedermann se agachу y la levantу de un tirуn. Lisbeth lo mirу a los ojos.

—A ti tambiйn te matarй —sentenciу ella.

—Veo que, por lo menos, no te falta confianza en ti misma —dijo su padre

Niedermann le sonriу con dulzura y, empujбndola hacia la puerta, salieron al patio. La tenнa bien agarrada; sus dedos abarcaban el cuello de Lisbeth sin ningъn problema. La condujo hacia el bosque que quedaba al norte del establo.

Caminaban sin prisa. A intervalos regulares, Niedermann se detenнa para esperar a Zalachenko. Llevaban unas potentes linternas. Cuando se adentraron en el bosque, Niedermann soltу el cuello de Lisbeth. Tenнa la punta de la pistola a un metro de su espalda.

Continuaron mбs de cuatrocientos metros por una senda casi impracticable. Lisbeth tropezу dos veces, pero en ambas Niedermann la puso de pie.

—Gira a la derecha aquн —dijo Niedermann.

Unos diez metros despuйs llegaron a un claro. Lisbeth vio una fosa excavada en el suelo. A la luz de la linterna de Niedermann apareciу una pala hincada en un montуn de tierra. De repente, comprendiу lo que Niedermann iba a hacer. La empujу hacia la fosa, pero ella tropezу y cayу a cuatro patas sobre el montуn. Sus manos quedaron enterradas en la tierra arenosa. Se levantу y le lanzу una inexpresiva mirada. Zalachenko se tomу su tiempo y Niedermann lo esperу tranquilamente. En ningъn momento desviу de Lisbeth la punta de la pistola.

 

 

Zalachenko estaba jadeando. Tardу mбs de un minuto en empezar a hablar.

—Deberнa decir algo, pero me parece que no tengo nada que decirte.

—No te preocupes —contestу Lisbeth—. Yo tampoco tengo gran cosa que decirte.

Ella le mostrу una torcida sonrisa.

—Acabemos con esto de una vez —sentenciу Zalachenko.

—Me alegro de que lo ъltimo que he hecho haya sido asegurarme de que te detengan —le comentу Lisbeth—. Esta misma noche la policнa llamarб a tu puerta.

—Chorradas. Sabнa que intentarнas marcarte ese farol. Has venido aquн para matarme, nada mбs. No has hablado con nadie.

Lisbeth Salander mostrу una torcida sonrisa aъn mбs amplia. De repente, adquiriу un aspecto malvado.

—їPuedo enseсarte algo, papб?

Se metiу la mano en el bolsillo izquierdo de la pernera y sacу un objeto cuadrado. Ronald Niedermann vigilaba cada movimiento.

—Todas las palabras que has pronunciado durante la ъltima hora han salido por una radio de Internet.

Levantу su Palm Tungsten T3.

La frente de Zalachenko se arrugу en ese sitio donde deberнan haber estado sus cejas.

—A ver —dijo mientras extendнa la mano sana.

Lisbeth se lo tirу. Йl lo cogiу al vuelo.

—ЎY una mierda! —dijo Zalachenko—. Esto es una Palm normal y corriente.

 

 

Cuando Ronald Niedermann se inclinу hacia delante para mirar de reojo la Palm, Lisbeth le arrojу un puсado de tierra a los ojos. Lo cegу al instante, pero йl, automбticamente, disparу la pistola. Lisbeth ya se habнa echado dos pasos a un lado, de modo que la bala no atravesу mбs que el aire donde ella habнa estado. Lisbeth cogiу la pala, tomу impulso y, apuntando con el filo, la dirigiу hacia la mano que sostenнa la pistola. Le dio un fuerte golpe en los nudillos y observу cуmo la Sig Sauer trazaba una amplia curva en el aire e iba a parar a unos arbustos, lejos de ellos. Vio la sangre salir a borbotones del profundo corte que le hizo por encima del dedo нndice.

«Deberнa aullar de dolor.»

Niedermann avanzaba a tientas con la mano lesionada extendida mientras que con la otra se frotaba con desesperaciуn los ojos. La ъnica posibilidad que tenнa Lisbeth de ganar la batalla consistнa en causar un daсo masivo e inmediato. Si aquello se convertнa en un cuerpo a cuerpo, ella no tendrнa nada que hacer. Necesitaba cinco segundos de ventaja para poder escapar y alcanzar el bosque. Cogiу impulso levantando la pala por encima de su cabeza y la dejу caer trazando un amplio arco. Intentу girar la empuсadura para darle con el filo, pero su posiciуn no era la adecuada. Impacto de lleno en la cara de Niedermann con la parte ancha de la pala.

Niedermann gruсу cuando el hueso de su nariz se rompiу por segunda vez en muy pocos dнas. Seguнa cegado por la tierra, pero sacу el brazo derecho y consiguiу alejar a Lisbeth de un empujуn. Ella saliу despedida hacia atrбs y tropezу con una raнz. Estuvo en el suelo un segundo que aprovechу para dar un salto, tomar impulso y ponerse de pie inmediatamente. De momento, Niedermann estaba neutralizado.

«Lo conseguirй.»

Avanzу dos pasos hacia la maleza cuando, por el rabillo del ojo —clic— vio a Alexander Zalachenko levantar el brazo.

«El puto viejo tambiйn tiene una pistola.»

El descubrimiento impactу en su cabeza como un latigazo.

Cambiу de direcciуn en el mismo instante en que йl disparу. La bala le dio en la parte exterior de la cadera y le hizo perder el equilibrio.

No le doliу.

La segunda bala le alcanzу la espalda y fue a parar a su omoplato izquierdo. Un agudo y paralizante dolor le recorriу el cuerpo.

Cayу de rodillas. Durante unos segundos, fue incapaz de moverse. Era consciente de que Zalachenko estaba a su espalda, a unos seis metros. Obstinada, se puso de pie con un ъltimo esfuerzo y dio un tambaleante paso hacia la cortina de arbustos protectores.

Zalachenko tuvo tiempo de apuntar.

La tercera bala impactу a dos centнmetros detrбs de la parte superior de su oreja. Le perforу el hueso parietal y ocasionу una telaraсa de fisuras radiales en el crбneo. Continuу su trayectoria hasta acabar descansando en la materia gris a unos cuatro centнmetros por debajo de la corteza cerebral.

Para Lisbeth Salander la descripciуn mйdica habrнa sido puramente acadйmica. En tйrminos prбcticos, la bala le provocу un trauma masivo inmediato. Su ъltima percepciуn fue un shock de color rojo ardiente que se convirtiу en una luz blanca.

Luego oscuridad.

Clic.

Zalachenko intentу pegarle otro tiro, pero las manos le temblaban tanto que fue incapaz de apuntar. «Ha estado a punto de escapar.» Al final, se dio cuenta de que Lisbeth ya estaba muerta. Bajу el arma entre temblores mientras la adrenalina le fluнa por todo el cuerpo. Mirу la pistola. En un principio, habнa pensado dejarla en casa, pero al final decidiу ir a buscarla y se la metiу en el bolsillo de la cazadora. Como si necesitara una mascota. «Ella era un monstruo.» Ellos eran dos hombres y ademбs, era Ronald Niedermann armado con su Sig Sauer. «Y esta maldita puta ha estado a punto de escapar.»

Echу un vistazo al cuerpo de su hija. A la luz de la linterna, parecнa una muсeca de trapo ensangrentada. Le puso el seguro a la pistola, se la guardу en el bolsillo de la cazadora y se acercу a Ronald Niedermann, que estaba fuera de juego, con los ojos llorosos y sangrando por la mano y la nariz. Esta, tras la pelea por el tнtulo con Paolo Roberto, no se le habнa curado todavнa y, ahora, el palazo le habнa provocado nuevos y devastadores destrozos.

—Creo que me han vuelto a romper el hueso de la nariz —dijo.

—Idiota —le contestу Zalachenko—. Ha estado a punto de escaparse.

Niedermann continuaba frotбndose los ojos. No le dolнan pero no cesaban de lagrimear. Estaba casi cegado.

—Levбntate y ponte derecho, joder.

Zalachenko moviу la cabeza con desprecio.

—їQuй diablos harнas sin mн?

Niedermann parpadeу desesperado. Cojeando, Zalachenko se acercу al cuerpo de su hija y la agarrу por el cuello de la cazadora. La alzу y la arrastrу hasta la tumba, que no era mбs que un hoyo cavado en el suelo, demasiado pequeсo para que pudiera caber estirada. Levantу el cuerpo hasta que sus pies se encontraron sobre el hoyo, y la dejу caer como un saco de patatas. Lisbeth aterrizу en posiciуn fetal, con las piernas replegadas bajo sн misma.

—Entiйrrala ya, a ver si podemos volver a casa de una vez —ordenу Zalachenko.

En su estado, a Ronald Niedermann le llevу un rato echarle la tierra. La que no cabнa la esparciу por la zona dando enйrgicas paladas.

Mientras observaba el trabajo de Niedermann, Zalachenko se fumу un cigarro. Seguнa temblando, pero la adrenalina ya le habнa empezado a bajar. Sintiу un repentino alivio, ella ya no estaba. Todavнa recordaba sus ojos cuando le arrojу aquella bomba incendiaria de gasolina hacнa ya muchos aсos.

Eran las nueve de la noche cuando Zalachenko mirу a su alrededor y asintiу con la cabeza. Consiguieron encontrar la Sig Sauer de Niedermann debajo de unos arbustos. Acto seguido, volvieron a la casa. Zalachenko se sentнa extraсamente satisfecho. Dedicу un rato a curarle la mano a Niedermann. El corte de la pala era profundo y tuvo que sacar aguja e hilo para coser la herida, un arte que aprendiу con quince aсos en la escuela militar de Novosibirsk. Por lo menos no hacнa falta ninguna anestesia. Sin embargo, tal vez la herida fuera tan grave que Niedermann se viera obligado a acudir a un hospital. Le entablillу el dedo y le puso una venda.

Cuando hubo terminado, abriу una cerveza mientras Niedermann no hacнa mбs que enjuagarse sin parar los ojos en el cuarto de baсo.



  

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