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Reparto de bienes

 

Viernes, 2 de diciembre — Domingo, 18 de diciembre

 

Annika Giannini habнa quedado con Lisbeth Salander en el bar de Sodra Teatern a eso de las nueve de la noche. Lisbeth estaba a punto de terminar la segunda pinta de cerveza.

—Siento llegar tarde —dijo Annika, mirando su reloj—. He estado algo liada con un cliente.

—Tranquila —dijo Lisbeth.

—їQuй estбs celebrando?

—Nada. Sуlo que me apetece emborracharme.

Annika la mirу escйptica mientras se sentaba.

—їY eso te apetece muy a menudo?

—Cogн una cogorza de muerte cuando me pusieron en libertad, pero no soy propensa al alcohol si es lo que te preocupa. Es sуlo que se me ha ocurrido que por primera vez en mi vida soy oficialmente mayor de edad y que tengo derecho a emborracharme aquн en Suecia.

Annika pidiу un Campari.

—Vale —contestу—. їQuieres beber sola o en compaснa?

—Prefiero sola. Pero si no hablas mucho, puedes sentarte conmigo. Supongo que no tienes ganas de acompaсarme a casa y acostarte conmigo...

—їPerdуn? —preguntу Annika Giannini.

—No, ya sabнa yo que no. Tъ eres una de esas heterosexuales empedernidas.

De repente aquello pareciу entretener a Annika Giannini.

—Es la primera vez que uno de mis clientes me propone relaciones sexuales. —їTe interesa?

—Sorry. Ni lo mбs mнnimo. Pero gracias por la oferta.

—їQuй era lo que querнa, seсora letrada?

—Dos cosas. La primera es que, o empiezas en lo sucesivo a cogerme el telйfono cuando te llame, o renuncio aquн y ahora mismo a ser tu abogada. Ya hablamos de eso cuando te soltaron.

Lisbeth Salander mirу a Annika Giannini.

—Llevo una semana intentando localizarte. Te he llamado, te he escrito y te he mandado varios correos.

—He estado de viaje.

—Ha sido imposible contactar contigo durante la mayor parte del otoсo. Esto no funciona. Yo he aceptado ser tu representante en todo lo que tiene que ver con tus relaciones con el Estado. Eso significa que hay que ocuparse de algunas formalidades y entregar cierta documentaciуn. Hay papeles que firmar. Preguntas que contestar. Necesito poder contactar contigo, y no me apetece lo mбs mнnimo quedarme sentada como una idiota sin saber dуnde te has metido.

—Ya lo sй. He estado en el extranjero durante dos semanas. Regresй ayer y te llamй en cuanto me enterй de que me estabas buscando.

—Pero eso no me vale. Tienes que comunicarme dуnde estбs y contactar conmigo al menos una vez por semana hasta que todas los temas de la indemnizaciуn y demбs estйn resueltos.

—Me importa una mierda la indemnizaciуn. Quiero que el Estado me deje en paz.

—Por mucho que tъ lo desees, el Estado no te va a dejar en paz. Tu absoluciуn en el tribunal de primera instancia tiene una larga cadena de consecuencias. No sуlo se trata de ti. A Peter Teleborian lo van a procesar por lo que te hizo. Eso significa que tienes que testificar. El fiscal Ekstrцm estб siendo objeto de una investigaciуn sobre prevaricaciуn y es posible que sea acusado y procesado si resulta que desatendiу conscientemente el ejercicio de sus deberes por encargo de la Secciуn.

Lisbeth arqueу las cejas. Por un segundo se mostrу algo interesada.

—No creo que lleguen a procesarlo. Fue engaсado y en realidad no tiene nada que ver con la Secciуn. Pero la semana pasada, sin ir mбs lejos, un fiscal iniciу la instrucciуn de un sumario contra la comisiуn de tutelaje. Se han puesto varias denuncias ante el Defensor del Pueblo y una ante el Procurador General de Justicia.

—Yo no he denunciado a nadie.

—No. Pero resulta evidente que se han cometido graves faltas en el ejercicio de su cargo y todo eso hay que investigarlo. Tъ no eres la ъnica persona que la comisiуn tiene bajo su responsabilidad.

Lisbeth se encogiу de hombros.

—No es asunto mнo. Pero prometo mantener el contacto contigo mejor que antes. Estas dos ъltimas semanas han sido una excepciуn. He estado trabajando.

Annika Giannini mirу con suspicacia a su dienta.

—їEn quй trabajas?

—Asesoramiento.

—Vale —dijo—. La segunda cosa es que el reparto de bienes ya estб hecho. —їQuй reparto?

—El de tu padre. El abogado del Estado se puso en contacto conmigo porque nadie parece saber cуmo contactar contigo. Tъ y tu hermana sois las ъnicas herederas.

Lisbeth Salander contemplу a Annika sin inmutarse. Luego buscу la mirada de la camarera y le seсalу la pinta vacнa.

—No quiero ninguna herencia de mi padre. Haz lo que quieras con ella.

—Error. Eres la que puede hacer lo que quiera con la herencia. Mi trabajo consiste en asegurarme de que tengas la posibilidad de hacerlo.

—No quiero ni un cйntimo de ese cerdo.

—Vale. Dбselo a Greenpeace o algo asн.

—Me importan una mierda las ballenas.

De pronto, la voz de Annika se volviу seria.

—Lisbeth, si quieres ser mayor de edad, ya va siendo hora de que empieces a comportarte como tal. Me importa una mierda lo que hagas con tu dinero. Firma aquн como que lo has recibido y luego te dejarй en paz para que te emborraches tъ sуlita.

Por debajo del flequillo, Lisbeth mirу de reojo a Annika y luego bajу la mirada. Annika supuso que se trataba de una especie de gesto disculpatorio que tal vez se correspondiera con un «perdуn» en el limitado registro gestual de Lisbeth.

—De acuerdo. їCuбnto es?

—No estб mal. Tu padre tenнa mбs de trescientas mil coronas invertidas en bonos. La propiedad de Gosseberga darб en torno a un millуn y medio si se vende; incluye algo de bosque. Ademбs, tu padre poseнa otros tres inmuebles.

—їInmuebles?

—Sн. Parecнa que habнa invertido bastante dinero. Tampoco es que sean edificios de un extraordinario valor. En Uddevalla tiene un bloque de seis apartamentos cuyos alquileres le proporcionaban algunos ingresos. Sin embargo, se encuentra en malas condiciones porque йl pasaba de hacerle reformas. El edificio ha sido incluso objeto de discusiуn de la comisiуn municipal de la vivienda. No te vas a hacer rica, pero te reportarб un dinero cuando lo pongas a la venta. Era tambiйn propietario de una casa de campo en Smбland que se ha valorado en mбs de doscientas cincuenta mil coronas. —Aja.

—Tambiйn hay una fбbrica en ruinas en las afueras de Norrtбlje.

—їPor quй cono se habнa hecho con toda esa mierda?

—No tengo ni idea. Haciendo un cбlculo aproximado, la herencia, una vez que se venda todo, se paguen los impuestos correspondientes, etcйtera, etcйtera, podrнa reportar unos cuatro millones y pico limpios, pero...

—їQuй?

—La herencia debe dividirse a partes iguales entre tъ y tu hermana. El problema es que nadie parece saber dуnde se encuentra tu hermana.

Lisbeth observу a Annika Giannini con un inexpresivo silencio.

—Bueno...

—Bueno їquй?

—їDуnde estб tu hermana?

—Ni idea. Hace diez aсos que no la veo.

—Tiene protegidos sus datos personales, pero he conseguido averiguar que estб registrada como no residente en el paнs.

—їAh, sн? —dijo Lisbeth con un comedido interйs. Annika suspirу resignada.

—Asн que lo que yo propongo es que liquidemos todos los bienes y depositemos la mitad del dinero en un fondo bancario hasta que se pueda localizar a tu hermana. Si me das tu consentimiento, puedo empezar con los trбmites.

Lisbeth se encogiу de hombros.

—No quiero tener nada que ver con su dinero.

—Lo entiendo. Pero el reparto de bienes tiene que realizarse. Es parte de tu responsabilidad como mayor de edad.

—Pues vende toda esa mierda. Mete la mitad en el banco y dona el resto a lo que te dй la gana.

Annika Giannini arqueу una ceja. Sabнa que, de hecho, Lisbeth Salander tenнa dinero, pero no imaginaba que su dienta fuera tan rica como para permitirse rechazar una herencia que ascendнa a casi un millуn de coronas o tal vez algo mбs. Ignoraba asimismo de dуnde procedнa el dinero de Lisbeth y de cuбnto se trataba. Sin embargo, lo que le interesaba ahora era resolver el procedimiento burocrбtico.

—Por favor, Lisbeth... їPuedes leer el documento del reparto de bienes y darme tu visto bueno para que arregle esto de una vez por todas?

Lisbeth refunfuсу un momento, pero al final se rindiу y metiу la carpeta en su bolsa. Prometiу leerlo y darle instrucciones a Annika para que actuara en consecuencia. Luego se consagrу a su cerveza. Annika Giannini la acompaсу durante una hora tomando bбsicamente agua mineral.

No fue hasta que Annika Giannini la llamу y le recordу el asunto, pasados unos cuantos dнas, cuando Lisbeth Salander sacу y alisу los arrugados documentos. Se sentу a la mesa de la cocina de su casa de Mosebacke y leyу la documentaciуn.

El inventario comprendнa numerosas pбginas y contenнa datos sobre todo tipo de cosas: la vajilla que habнa en los armarios de la cocina de Gosseberga, la ropa y lo que valнan las cбmaras y otras pertenencias. Alexander Zalachenko no habнa dejado gran cosa de valor y, por otra parte, desde el punto de vista sentimental, ninguno de los objetos significaba lo mбs mнnimo para Lisbeth Salander. Se lo pensу un instante y luego decidiу continuar con la misma idea que habнa tenido cuando vio a Annika en el bar: vender toda aquella mierda y quemar el diсero. O algo por el estilo. Estaba absolutamente convencida de que no querнa ni un cйntimo de su padre, pero tambiйn sospechaba que los verdaderos bienes de Zalachenko se hallaban escondidos en algъn sitio en el que ningъn albacea habнa buscado.

Luego abriу la carpeta que contenнa las escrituras de propiedad de la fбbrica de Norrtбlje.

Se trataba de una construcciуn para uso industrial —en las cercanнas de Skederid, entre Norrtбlje y Rimbo— compuesta por tres edificios que sumaban un total de veinte mil metros cuadrados.

El albacea habнa hecho una apresurada visita al lugar y dejу constancia de que se trataba de una antigua fбbrica de ladrillos que llevaba muchos aсos abandonada —prбcticamente desde que se cerrara, allб por los sesenta— y que habнa sido usada para almacenar maderas en los setenta. Constatу que los locales se encontraban en un «estado sumamente malo» y que no eran susceptibles de poder ser reformados para que se iniciara allн algъn tipo de actividad. El mal estado se referнa, entre otras cosas, a que «el edificio norte» habнa sido devastado por un incendio y se habнa derrumbado. Sin embargo, se habнan hecho algunas reparaciones en «el edificio principal».

Lo que hizo sobresaltar a Lisbeth Salander fue la historia. Alexander Zalachenko adquiriу el local por cuatro cuartos el 12 de marzo de 1984, pero la persona que firmу los documentos de la compra fue Agneta Sofнa Salander.

Aquello, por lo tanto, habнa pertenecido a su madre. Pero en 1987 dejу de ser su propietaria: Zalachenko se lo comprу por dos mil coronas. Despuйs la fбbrica parecнa haber permanecido inactiva durante mбs de quince aсos. Los documentos del reparto de bienes daban fe de que el 17 de septiembre de 2003 la empresa KAB contratу a la constructora NorrBygg AB para que realizara una serie de reformas que, entre otras cosas, consistнan en reparar el techo y el suelo, asн como en efectuar algunas mejoras en el suministro de agua y luz. La obra durу unos dos meses, hasta el ъltimo dнa de noviembre de 2004. NorrBygg enviу una factura que ya habнa sido pagada.

De todos los bienes de la herencia de su padre eso era lo ъnico que la desconcertaba. Lisbeth Salander frunciу el ceсo: la propiedad de esas naves industriales resultaba comprensible si su padre hubiese querido dar a entender que su legнtima empresa, KAB, se dedicaba a algъn tipo de actividad y poseнa ciertos bienes. Tambiйn resultaba comprensible que hubiera utilizado a la madre de Lisbeth como testaferro o fachada y que luego se hubiera quedado йl sуlito con el contrato.

Pero їpor quй diablos pagу casi cuatrocientas cuarenta mil coronas en el aсo 2003 para renovar una fбbrica en ruinas que, segъn el albacea, en el aсo 2005 aъn no se usaba para ninguna actividad?

Lisbeth Salander estaba desconcertada, pero no demasiado interesada. Cerrу la carpeta y llamу a Annika Giannini.

—He leнdo el inventario. Sigo pensando lo mismo. Vende toda esa mierda y haz lo que quieras con el dinero. No quiero nada suyo.

—De acuerdo. Entonces me asegurarй de que la mitad de la suma se meta en el banco para tu hermana. Luego te darй algunas propuestas de entidades a las que podrнas donarles el dinero.

—Vale —dijo Lisbeth para, acto seguido, colgar sin mбs palabras.

Se sentу en el vano de la ventana, encendiу un cigarrillo y se puso a contemplar la bahнa de Saltsjуn.

Lisbeth pasу la semana siguiente ayudando a Dragan Armanskij en un asunto urgente. Se trataba de rastrear e identificar a un individuo que sospechaban que habнa sido contratado para raptar a un niсo a raнz de la disputa surgida sobre su custodia tras el divorcio de sus padres, una mujer sueca y un ciudadano libanes. La aportaciуn de Lisbeth Salander se limitaba a comprobar el correo electrуnico de la persona que, supuestamente, habнa hecho el encargo. Este se interrumpiу cuando las dos partes llegaron a un acuerdo legal y se reconciliaron.

El 18 de diciembre era el ъltimo domingo antes de Navidad. Lisbeth se despertу a las seis y media de la maсana y constatу que tenнa que comprarle un regalo a Holger Palmgren. Pensу un instante si deberнa comprбrselo a alguien mбs; tal vez a Annika Giannini. Se levantу sin ninguna prisa, se duchу y desayunу a base de cafй y tostadas con queso y mermelada de naranja.

No habнa planeado hacer nada en particular ese dнa, asн que se pasу un rato recogiendo papeles y periуdicos de la mesa. Luego su mirada fue a parar a la carpeta que tenнa el inventario del reparto de bienes. La abriу y leyу la pбgina en la que estaba la escritura de propiedad de la nave industrial de Norrtбlje. Al final suspirу. De acuerdo. Necesito saber quй diablos estaba tramando.

Se puso ropa de abrigo y unas botas. Eran las ocho y media de la maсana cuando saliу con su Honda burdeos del garaje de Fiskargatan 9. Hacнa un frнo polar aunque habнa amanecido un dнa bonito y soleado con un cielo azul claro. Cogiу Slussen y Klarabergsleden y, poco a poco, fue subiendo hasta llegar a la E18 y poner rumbo a Norrtбlje. No tenнa prisa. Eran cerca de las diez de la maсana cuando parу en una gasolinera OK, situada a unos cuantos kilуmetros fuera de Skederid, para preguntar por dуnde se iba a la vieja fбbrica de ladrillos. En el mismo momento en que aparcу se dio cuenta de que no serнa necesario preguntarlo.

Se encontraba en una pequeсa elevaciуn de terreno desde la que se veнa perfectamente un valle al otro lado de la carretera. A la izquierda del camino de Norrtбlje advirtiу un almacйn de pintura y algo que parecнa una empresa de materiales de construcciуn, asн como un lugar para aparcar bulldozers. A la derecha, justo en el lнmite de la zona industrial, a mбs de cuatrocientos metros de la carretera principal, se elevaba un lъgubre edificio de ladrillo que tenнa una chimenea caнda. La fбbrica daba la sensaciуn de ser el ъltimo reducto de la zona industrial y quedaba algo aislada, al otro lado de un camino y de un estrecho riachuelo. Contemplу pensativa el edificio y se preguntу quй serнa lo que la habнa impulsado a dedicar ese dнa a acercarse hasta el municipio de Norrtбlje.

Volviу la cabeza y mirу de reojo la gasolinera OK, donde un camiуn que tenнa una placa de TIR acababa de parar. Se percatу entonces de que se encontraba en la ruta principal del puerto de ferris de Kappelskбr, por donde pasaba gran parte del trбfico de mercancнas que existнa entre Suecia y los paнses bбlticos.

Arrancу el coche, volviу a salir a la carretera y se desviу hasta la abandonada fбbrica de ladrillos. Aparcу en medio del solar y se bajу del coche. Hacнa frнo y se puso una gorra negra y unos guantes de cuero tambiйn negros.

El edificio principal constaba de dos plantas. La planta baja tenнa todas las ventanas tapadas con madera contrachapada. En la planta superior advirtiу una gran cantidad de ventanas rotas. La fбbrica era bastante mбs grande de lo que se habнa imaginado. Parecнa estar tremendamente deteriorada. No pudo apreciar ni rastro de reformas. No vio un alma viviente, pero advirtiу que alguien habнa tirado un condуn usado en medio del aparcamiento y que una parte de la fachada habнa sido el blanco de los ataques de varios artistas del grafiti.

їPor quй cono habнa sido Zalachenko propietario de este edificio?

Dio una vuelta alrededor de la fбbrica y en la parte de atrбs encontrу un edificio que estaba en ruinas. Constatу que todas las puertas del edificio principal se hallaban cerradas con cadenas y candados. Al final, frustrada, examinу una puerta que habнa en la fachada lateral. En todas las demбs puertas, los candados estaban fijados con sуlidos pernos de hierro y sistemas antipalanca. Pero el candado de la puerta de la fachada lateral parecнa mбs dйbil y, de hecho, sуlo estaba clavado con unos gruesos clavos. Bah, quй cono; al fin y al cabo esto es mнo. Mirу a su alrededor y, entre un montуn de escombros, hallу un delgado tubo de hierro que utilizу como palanca para romper la sujeciуn del candado.

Fue a parar al hueco de una escalera que daba a la estancia de esa planta baja. Las ventanas tapadas hacнan que todo estuviera sumido en la mбs absoluta oscuridad, a excepciуn de unos finos rayos de luz que se filtraban por los bordes de la madera contrachapada. Se quedу quieta unos minutos hasta que sus ojos se acostumbraron a la oscuridad y pudieron divisar un inmenso mar de basura, palйs abandonados, maderas y maquinaria vieja en una nave que tendrнa unos cuarenta y cinco metros de largo y quizб unos veinte de ancho y que estaba soportada por unos macizos pilares. Los viejos hornos de la fбbrica parecнan haber sido desmontados y sacados de allн. Sus bases se habнan convertido en piscinas llenas de agua; en el suelo tambiйn se apreciaban grandes charcos de agua y mucho moho. El aire estaba enrarecido y podrido en todo aquel escombrero. Lisbeth arrugу la nariz.

Dio media vuelta y subiу las escaleras. La planta superior se hallaba seca y estaba compuesta por dos grandes salas contiguas, de algo mбs de veinte por veinte metros de largo y al menos ocho de alto. Inaccesibles, cerca del techo, habнa unas ventanas. No ofrecнan ninguna vista, pero contribuнan a difundir una bonita luz en la planta. Al igual que la de abajo, йsta se encontraba llena de trastos. Pasу por delante de docenas de cajas de almacenaje de un metro de alto que habнa amontonadas, unas encima de otras. Intentу mover una. Resultу imposible. Leyу las palabras «Machine parts 0-A77». Justo debajo se leнa lo mismo, pero en ruso. Descubriу un montacargas abierto en medio de una de las paredes longitudinales de la primera sala.

Se trataba de una especie de almacйn de viejas mбquinas que no podrнan reportar grandes beneficios mientras se quedaran allн oxidбndose.

Pasу por la puerta a la sala interior y se dio cuenta de que se encontraba en el sitio donde se habнan hecho las obras de reforma. Aquello tambiйn estaba atestado de trastos, cajas de almacenaje y viejos muebles de oficina dispuestos en una especie de laberнntico orden. Habнan dejado libre una parte del suelo e instalado nuevas tablas de madera. Lisbeth se percatу de que, sin lugar a dudas, las obras habнan sido interrumpidas apresuradamente: ъtiles como una sierra elйctrica circular, otra de banco, una pistola de clavos, una palanqueta, una pica de hierro y varias cajas de herramientas permanecнan allн todavнa. Frunciу el ceсo: aunque el trabajo se hubiese interrumpido, la empresa deberнa haberse llevado sus cosas. Pero tambiйn esa pregunta tuvo su respuesta cuando, al levantar un destornillador, constatу que el texto del mango estaba escrito en ruso. Zalachenko habнa importado las herramientas y quizб tambiйn la mano de obra.

Se acercу a la sierra circular y accionу el interruptor. Se encendiу una lucecita verde. Habнa electricidad. Dejу el interruptor en su posiciуn inicial.

Al fondo del todo habнa tres puertas que daban a unos espacios mбs pequeсos, quizб las viejas oficinas. Bajу la manivela de la puerta que quedaba mбs al norte. Cerrada con llave. Mirу a su alrededor y volviу hasta donde se encontraban las herramientas para buscar una palanqueta. Le llevу un rato forzar la puerta.

La habitaciуn estaba completamente oscura y olнa a cerrado. Buscу a tientas un interruptor, lo encontrу y, al activarlo, una desnuda bombilla se encendiу en el techo. Lisbeth mirу asombrada a su alrededor.

Allн habнa tres camas con mugrientos colchones y otros tres colchones puestos directamente sobre el suelo. Tiradas a diestro y siniestro, se veнan algunas sбbanas sucias. A la derecha, un hornillo y unas cuantas cacerolas junto a un grifo oxidado. En un rincуn descubriу un cubo y un rollo de papel higiйnico.

Alguien habнa vivido allн. Varias personas.

De repente advirtiу que la puerta no tenнa ningъn tirador por dentro. Sintiу que un gйlido escalofrнo le recorrнa la espina dorsal.

Al fondo de la estancia habнa un armario grande. Se acercу, abriу la puerta y se encontrу con dos maletas puestas una encima de otra. Sacу la que estaba arriba. Contenнa ropa. Hurgу en ella y cogiу una falda cuya etiqueta estaba en ruso. Encontrу un bolso y vaciу su contenido en el suelo. Entre el maquillaje y otros objetos hallу un pasaporte que pertenecнa a una mujer morena de unos veinte aсos. Tambiйn en ruso. Pudo descifrar el nombre: Valentina.

Lisbeth Salander saliу lentamente de la habitaciуn. Experimentу una sensaciуn de dйjб vu: dos aсos y medio antes, habнa realizado una inspecciуn similar del lugar del crimen en un sуtano de Hedeby. Ropa de mujer. Una cбrcel. Se detuvo y se quedу reflexionando un buen rato. Le preocupaba que se hubieran dejado el pasaporte y la ropa. Allн habнa algo raro.

Luego volviу hasta donde estaba la caja de herramientas y hurgу en ella hasta que dio con una potente linterna. Se asegurу de que tuviera pilas, bajу a la planta baja y entrу en aquella gran sala. El agua de los charcos le calу las botas.

Cuanto mбs se adentraba, el olor a putrefacciуn se hacнa cada vez mбs repugnante. La peste parecнa ser peor en el centro de la estancia. Se quedу junto a una de las bases de los viejos hornos de ladrillo, que estaba llena de agua casi hasta arriba. Iluminу con la linterna la negra superficie acuбtica pero no pudo distinguir nada: casi toda ella se hallaba cubierta por un conjunto de algas que formaban una viscosidad verde. Mirу a su alrededor y encontrу un hierro de tres metros de largo. Lo introdujo en la piscina y removiу el agua. La profundidad sуlo era, mбs o menos, de medio metro. Chocу casi enseguida con algo. Hizo palanca unos cuantos segundos hasta que un cuerpo asomу a la superficie: primero la cara, una desfigurada mбscara que rezumaba muerte y podredumbre. Lisbeth respirу por la boca y, al contemplar el rostro a la luz de la linterna, constatу que pertenecнa a una mujer, quizб a la chica del pasaporte que encontrу allн arriba. No poseнa ningъn conocimiento sobre la velocidad de descomposiciуn del agua frнa, pero aquel cuerpo parecнa llevar bastante tiempo en la piscina.

De repente, vio que algo se movнa en la superficie: una especie de larvas.

Dejу que el cuerpo se hundiera y continuу removiendo a ciegas con el hierro. En el borde de la piscina dio con algo que parecнa ser otro cuerpo. Lo dejу estar, sacу el hierro del agua y, tras tirarlo al suelo, se quedу pensativa allн mismo.

Lisbeth Salander volviу a la planta de arriba. Usу la palanqueta y, de las tres puertas, forzу la de en medio. La habitaciуn estaba vacнa y no parecнa haber sido utilizada.

Se acercу, entonces, hasta la ъltima e hizo ademбn de querer forzarla, pero antes de que pudiera hacerlo la puerta se entreabriу. No estaba cerrada con llave. Abriу un poco mбs con la palanqueta y recorriу la estancia con la mirada.

Tenнa unos treinta metros cuadrados y ventanas a una altura normal desde las que se veнa la explanada delantera, asн como la gasolinera OK, al otro lado de la carretera. Habнa una cama, una mesa y un fregadero con algunos platos. Luego vio una bolsa abierta en el suelo. Y unos cuantos billetes. Desconcertada, avanzу dos pasos antes de darse cuenta de que habнa calefacciуn en la habitaciуn. Su mirada se fijу en un radiador situado en medio de la estancia. Vio una cafetera elйctrica; el piloto estaba encendido.

Allн vivнa alguien. No estaba sola en la vieja fбbrica de ladrillos.

Se dio media vuelta bruscamente, echу a correr a toda velocidad, cruzу la sala interior y la exterior pasando por la puerta que habнa entre ambas y se dirigiу hacia la salida. Frenу en seco a cinco pasos de la escalera cuando descubriу que la puerta de la salida habнa sido cerrada con un candado. Estaba encerrada. Se dio la vuelta lentamente y mirу a su alrededor. No consiguiу ver a nadie.

—Hola, hermanita —dijo una nнtida voz desde un lateral.

Volviу la cabeza y vio materializarse la enorme figura de Ronald Niedermann junto a unas cajas con maquinaria.

Llevaba una bayoneta en la mano.

—Esperaba poder verte de nuevo —dijo Niedermann, sonriente—. Es que la ъltima vez fue todo tan rбpido...

Lisbeth mirу a su alrededor.

—Es inъtil —dijo Niedermann—. Estamos tъ y yo solos y, aparte de esa puerta, no hay otra salida.

Lisbeth contemplу a su hermanastro.

—їQuй tal la mano? —le preguntу ella.

Niedermann seguнa sonriendo. Levantу la mano derecha y se la enseсу: no tenнa dedo meсique.

—Se infectу. Tuve que cortбrmelo.

Ronald Niedermann sufrнa de analgesia congйnita y no podнa sentir dolor. En Gosseberga, Lisbeth le habнa hecho un corte en la mano con una pala, justo unos segundos antes de que Zalachenko le disparara en la cabeza.

—Deberнa haberte dado en la cabeza —dijo Lisbeth Salander con una voz neutra—. їQuй cono haces aquн? Creн que te habнas largado al extranjero.

Йl seguнa sonriйndole.

Si Ronald Niedermann hubiese intentado contestar a la pregunta de Lisbeth Salander sobre quй hacнa en la vieja y deteriorada fбbrica de ladrillos es muy probable que no hubiera sabido quй decir. Ni siquiera йl mismo se lo explicaba.

Habнa dejado Gosseberga tras de sн con una sensaciуn de liberaciуn. Contaba con que Zalachenko estuviera muerto para asн heredar йl la empresa. Sabнa que era un excelente organizador.

Tras cambiar de coche en Alingsеs, metiу en el maletero a la aterrorizada auxiliar dental Anita Kaspersson y se dirigiу hacia Borеs. No tenнa ningъn plan; iba improvisando sobre la marcha. No habнa reflexionado sobre el destino de Anita Kaspersson. Le daba igual si vivнa o morнa, y suponнa que tendrнa que deshacerse de esa comprometedora testigo. Ya en las afueras de Borеs, se dio cuenta de pronto de que podrнa serle ъtil. Se dirigiу hacia el sur y, pasado Seglora, encontrу una apartada zona forestal. La atу en un granero que habнa allн y la abandonу. Contaba con que ella se soltara al cabo de unas cuantas horas y que, de este modo, las pesquisas de la policнa se encaminaran hacia el sur. Y si por el contrario no se pudiera desatar y morнa allн de hambre o frнo no era su problema.

En realidad, regresу a Borеs y se dirigiу al este, hacia Estocolmo. Fue directamente hasta Svavelsjц MC, pero se cuidу muy mucho de entrar en el edificio que constituнa la sede del club. Le irritaba que Magge Lundin estuviera encerrado. En su lugar, se acercу hasta la casa del Sergeant at Arms del club, Hans-Ake Waltari. Le pidiу ayuda y un escondite, algo que Waltari resolviу mandбndole a casa de Viktor Gцransson, el cajero y jefe financiero. Sin embargo, sуlo permaneciу allн unas pocas horas.

En teorнa, Ronald Niedermann no tenнa grandes problemas econуmicos. Era cierto que en Gosseberga habнa dejado casi doscientas mil coronas, pero podнa acceder a unas sumas considerablemente mayores que habнa depositado en fondos del extranjero. Su ъnico problema era que no tenнa casi nada en metбlico. Gцransson se encargaba del dinero de Svavelsjц MC y Niedermann fue consciente de que se le presentaba una oportunidad de oro. Habнa sido un juego de niсos convencer a Gцransson para que lo condujera hasta la caja fuerte del establo y embolsarse asн unas ochocientas mil coronas en efectivo.

Niedermann creнa recordar que tambiйn habнa una mujer en la casa, pero no estaba seguro de lo que habнa hecho con ella.

Gцransson tambiйn le proporcionу un vehнculo que aъn no estaba en busca y captura por la policнa. Se dirigiу hacia el norte. Se le ocurriу coger alguno de los ferris de la compaснa naviera Tallink que salнan de Kappelskбr.

Al llegar a Kappelskбr estacionу en el aparcamiento. Se quedу allн treinta minutos estudiando el entorno: estaba abarrotado de policнas.

Arrancу el motor y siguiу su camino sin ningъn plan en mente. Necesitaba un escondite donde poder mantenerse oculto durante algъn tiempo. Cuando pasу Norrtбlje se acordу de la vieja fбbrica de ladrillos. Hacнa mбs de un aсo que ni siquiera le venнa a la cabeza, desde que hicieron la reforma. Eran los hermanos Harry y Atho Ranta los que usaban aquello como almacйn de paso para la mercancнa procedente de o con destino a los paнses bбlticos; pero los hermanos Ranta llevaban varias semanas en el extranjero, desde que el periodista Dag Svensson de Millennium empezara a meter sus narices en el negocio de las putas. La fбbrica estaba vacнa.

Escondiу el Saab de Gцransson en un cobertizo situado detrбs de la fбbrica y entrу. Tuvo que forzar una puerta de la planta baja. Luego, una de las primeras cosas que hizo fue preparar una salida de emergencia dejando sueltas un par de tablas de la fachada lateral de la planta baja. Despuйs sustituyу el candado roto. Se instalу en la acogedora habitaciуn de la planta superior.

Pasу una tarde entera antes de empezar a oнr ruidos en las paredes. En un primer momento, pensу que se trataba de los fantasmas de siempre. Se quedу escuchando mбs de una hora con la mбxima atenciуn hasta que, de pronto, se levantу y se acercу hasta la sala grande para escuchar desde allн. Al principio no oyу nada, pero esperу pacientemente hasta que percibiу un chirrido.

Hallу la llave junto al fregadero.

Pocas veces Ronald Niedermann se habнa sorprendido tanto como cuando abriу la puerta y encontrу a las dos putas rusas. Las vio muy demacradas; por lo que pudo entender, llevaban varias semanas sin comer nada, desde que se les acabara el ъltimo paquete de arroz. Habнan sobrevivido a base de agua y tй.

Una de las putas estaba tan agotada que no tenнa fuerzas ni para levantarse de la cama. La otra se encontraba en mejor forma. Tan sуlo hablaba ruso, pero йl tenнa los suficientes conocimientos del idioma como para comprender que ella les dio las gracias a Dios y a йl por haberlas salvado. Se puso de rodillas y le abrazу las piernas. Niedermann, asombrado, la apartу, saliу de allн y le echу el cerrojo a la puerta.

No sabнa quй hacer con las putas. Con las conservas que encontrу en la cocina preparу una sopa y se la sirviу mientras reflexionaba. Le dio la impresiуn de que la mujer mбs extenuada recuperу algo de fuerzas. Se pasу la noche interrogбndolas. Le llevу bastante rato entender que las dos mujeres no eran putas sino unas estudiantes que habнan pagado a los hermanos Ranta para poder llegar a Suecia. Les habнan prometido permiso de residencia y de trabajo. Llegaron a Kappelskбr en febrero y las condujeron de inmediato a la fбbrica, donde las encerraron.

Niedermann se cabreу. Los malditos hermanos Ranta se habнan buscado un dinerillo extra a espaldas de Zalachenko. Luego, simplemente, se olvidaron de las mujeres —o quizб las abandonaran a su suerte— cuando se vieron obligados a dejar el paнs a toda prisa.

La cuestiуn era quй iba a hacer йl con ellas. No tenнa por quй causarles ningъn daсo. Pero no podнa soltarlas porque entonces lo mбs probable serнa que condujeran a la policнa hasta la vieja fбbrica. Asн de sencillo. Tampoco podнa mandarlas a Rusia, pues eso implicaba ir con ellas hasta Kappelskбr. Le pareciу demasiado arriesgado. La morena, cuyo nombre era Valentina, le habнa ofrecido sexo a cambio de que las ayudara. A йl no le interesaba lo mбs mнnimo el sexo con aquellas chicas, pero la oferta la convirtiу automбticamente en puta. Todas las mujeres eran unas putas. Asн de sencillo.

Al cabo de tres dнas se cansу de sus constantes sъplicas, de que no pararan de darle la matraca y de sus insistentes golpes en la pared. No vio otra salida. Sуlo querнa que lo dejaran en paz. Asн que abriу la puerta por ъltima vez y resolviу el problema. Pidiу disculpas a Valentina antes de ponerle las manos encima y, con un solo movimiento, le retorciу el cuello entre la segunda y la tercera vйrtebra. Luego se acercу a la chica rubia de la cama cuyo nombre desconocнa. Ella permaneciу quieta y no opuso resistencia. Llevу los cuerpos a la planta baja y los escondiу en una piscina llena de agua. Por fin podнa sentir una especie de paz.

No era su intenciуn quedarse en la vieja fбbrica; sуlo querнa esperar a que lo peor de la persecuciуn policial hubiera pasado. Se afeitу el pelo y se dejу un centнmetro de barba. Su aspecto cambiу. Encontrу un mono que habнa pertenecido a alguno de los obreros de NorrBygg y que era casi de su talla. Se lo puso y se calу una gorra con publicidad de Beckers Fбrg que alguien habнa olvidado allн. Se metiу un metro en un bolsillo de la pernera y subiу hasta la gasolinera OK que quedaba al otro lado de la carretera para hacer la compra; desde que cogiera el botнn de Svavelsjц MC tenнa dinero de sobra. Como ya era de noche, dio la impresiуn de ser un obrero normal y corriente que se paraba allн de camino a casa. Nadie pareciу prestarle atenciуn. Adquiriу la costumbre de ir a comprar una o dos veces por semana, de modo que a los pocos dнas ya lo conocнan y lo saludaban amablemente.

Ya desde el principio le dedicу un tiempo considerable a defenderse de los otros habitantes del edificio. Estaban en las paredes y salнan por las noches. Les oнa dar vueltas por la sala.

Se atrincherу en su habitaciуn. Al cabo de unos cuantos dнas ya no pudo mбs: se armу con una bayoneta que encontrу en un cajуn de la cocina y saliу a enfrentarse con los monstruos. Eso tenнa que acabar.

De repente se dio cuenta de que se retiraban. Por primera vez en su vida tenнa poder de decisiуn sobre la presencia de esos seres. Huнan cuando йl se acercaba. Pudo ver cуmo sus colas y sus deformados cuerpos se metнan por detrбs de las cajas y de los armarios. Gritу tras ellos. Huyeron.

Asombrado, volviу a su acogedora habitaciуn y permaneciу despierto toda la noche en espera de que volviesen. Realizaron un nuevo ataque al amanecer y se enfrentу a ellos una vez mбs. Huyeron.

Oscilaba entre el pбnico y la euforia.

A lo largo de toda su existencia, esos nocturnos seres lo habнan estado persiguiendo. Por primera vez en su vida sentнa que dominaba la situaciуn. No hacнa nada. Comнa. Dormнa. Reflexionaba. Estaba tranquilo.

Los dнas se convirtieron en semanas y llegу el verano. Por la radio y los periуdicos se enterу de que la caza de Ronald Niedermann se habнa ido abandonando poco a poco. Se interesу por la informaciуn relativa al asesinato de Alexander Zalachenko. Quйputada. Un tarado mental pone fin a la vida de Zalachenko. En julio, el juicio de Lisbeth Salander acaparу de nuevo su atenciуn. Se quedу perplejo cuando la absolvieron de todos los cargos. No le pareciу bien: ella estaba en libertad mientras que йl tenнa que esconderse.

Se comprу la revista Millennium en la gasolinera OK y leyу el nъmero temбtico dedicado a Lisbeth Salander, Alexander Zalachenko y Ronald Niedermann. Un periodista llamado Mikael Blomkvist habнa retratado a Ronald Niedermann como un asesino patolуgicamente enfermo y un psicуpata. Niedermann frunciу el ceсo.

Cuando se quiso dar cuenta ya era otoсo y йl seguнa sin moverse de allн. Como empezaba a hacer mбs frнo se comprу un radiador elйctrico en la gasolinera. No podнa explicar por quй no dejaba la vieja fбbrica.

En alguna que otra ocasiуn, unos jуvenes se habнan acercado con el coche y llegaron a aparcar en la explanada delantera, pero ninguno de ellos alterу su apacible existencia ni entrу en el edificio. En septiembre, un vehнculo aparcу justo delante de la fбbrica y un hombre con una cazadora azul intentу abrir las puertas y anduvo husmeando por los alrededores. Niedermann lo observaba desde la ventana de la segunda planta. De vez en cuando, el hombre tomaba apuntes en un cuaderno. Se quedу rondando por allн unos veinte minutos antes de volver a subir al coche y abandonar la zona. Niedermann respirу aliviado. Ignoraba por completo quiйn era aquel hombre y quй lo habrнa traнdo por allн, pero le dio la impresiуn de que habнa venido a realizar algъn tipo de inspecciуn del edificio. No se le ocurriу pensar que la muerte de Zalachenko hubiera dado lugar a que se inventariaran sus bienes para repartirlos.

Pensу mucho en Lisbeth Salander. No esperaba volver a verla nunca mбs, pero le fascinaba y le daba miedo. A Ronald Niedermann no le daban miedo las personas vivas. Sin embargo, su hermana —o hermanastra— le habнa causado una curiosa impresiуn. Nadie lo habнa vencido nunca como lo hizo ella. Y habнa vuelto a pesar de haberla enterrado. Habнa vuelto para perseguirlo. Soсу con ella todas las noches. Se despertу empapado en un sudor frнo y fue consciente de que ella habнa sustituido a sus habituales fantasmas.

En octubre se decidiу: no dejarнa Suecia hasta encontrar a su hermana y eliminarla. Carecнa de plan, pero su vida tenнa de nuevo sentido. No sabнa dуnde estaba ni cуmo dar con ella. Se quedу sentado en la habitaciуn de la segunda planta mirando fijamente por la ventana, dнa tras dнa y semana tras semana.

Hasta que de pronto el Honda Burdeos aparcу delante del edificio y, para su inmenso asombro, vio a Lisbeth Salander bajar del coche. Dios es misericordioso, pensу. Lisbeth Salander harнa compaснa a esas dos mujeres —cuyos nombres ya no recordaba— que se encontraban en la piscina de la planta baja. Su espera habнa terminado y por fin iba a poder continuar con su vida.

Lisbeth Salander evaluу la situaciуn y pensу que distaba mucho de tenerla controlada. Su cerebro trabajaba a toda mбquina. Clic, clic, clic. Seguнa llevando la palanqueta en la mano, pero tenнa claro que resultaba un arma muy frбgil para un hombre que era incapaz de sentir dolor. Se hallaba encerrada en un edificio de unos mil metros cuadrados junto con un robot asesino salido del infierno.

Cuando de repente Niedermann se moviу, ella le tirу la palanqueta. El la esquivу con toda tranquilidad. Lisbeth Salander saliу disparada: puso el pie en un palй, se encaramу a una caja de embalaje y, trepando como una araсa, subiу dos cajas mбs. Se detuvo en lo alto y mirу a Niedermann, que habнa quedado a unos cuatro metros por debajo de ella. Йl se habнa detenido y aguardaba.

—Bбjate —le dijo con toda tranquilidad—. No puedes escapar. El final es inevitable.

Ella se preguntу si йl tendrнa algъn arma de fuego. Eso serнa un problema.

Йl se agachу, levantу una silla y se la tirу. Ella la esquivу.

De sъbito, Niedermann pareciу irritado. Puso el pie en el palй y empezу a subir trepando tras ella. Lisbeth esperу a que йl estuviese casi arriba para coger impulso —dando dos rбpidas zancadas— y saltar por encima del pasillo central. Aterrizу sobre una caja, unos cuantos metros mбs allб. Se bajу de un salto y buscу la palanqueta.

En realidad, Niedermann no era nada torpe. Pero sabнa que no se podнa arriesgar a saltar de las cajas y tal vez fracturarse un pie. No le quedaba mбs remedio que bajar con mucho cuidado. No le quedaba mбs remedio que moverse lenta y metуdicamente. Habнa dedicado toda una vida a aprender a controlar su cuerpo. Casi habнa llegado al suelo cuando oyу unos pasos a sus espaldas y tuvo el tiempo justo de girar el cuerpo para poder parar el golpe de la palanqueta con el hombro. Se le cayу la bayoneta.

Lisbeth soltу la palanqueta en el mismo instante en el que le asestу el golpe. No le dio tiempo a recoger la bayoneta, pero sн a pegarle un puntapiй para alejarla de Niedermann. Esquivу el revйs de la enorme mano de Niedermann y se batiу en retirada encaramбndose a las cajas que habнa al otro lado del pasillo central. Por el rabillo del ojo vio cуmo Niedermann se estiraba para cogerla. Subiу los pies a la velocidad del rayo. Las cajas estaban colocadas en dos filas y apiladas de tres en tres, las que daban al pasillo central, y de dos en dos las que daban al otro lado. Lisbeth pegу un salto y bajу hasta la fila de las que estaban distribuidas en dos niveles, apoyу la espalda en una caja y ejerciу toda la fuerza que sus piernas le permitieron. Aquello debнa de pesar por lo menos doscientos kilos. Sintiу cуmo se movнa y se volcaba sobre el pasillo central.

Niedermann vio cуmo la caja se le venнa encima y tuvo el tiempo justo para echarse a un lado. Una de las esquinas le golpeу el pecho, pero se zafу sin lesionarse. Se detuvo. Opone realmente resistencia. Trepу tras ella. Acababa de asomar la cabeza por el tercer nivel cuando ella le pegу una patada. La bota impactу en toda la frente. El gruсу y, ayudбndose con los brazos, se encaramу sobre la superficie de la caja. Lisbeth Salander huyу dando un salto y regresу a las cajas del otro lado del pasillo central. Acto seguido, se bajу dando otro salto y desapareciу del campo de visiуn de Niedermann. Йl oyу sus pasos y la divisу cuando ella cruzу la puerta que daba a la sala interior.

Lisbeth Salander echу una escrutadora mirada a su alrededor. Clic. Sabнa que no tenнa nada que hacer con йl. Mientras consiguiera evitar las enormes manos de Niedermann y mantenerse alejada de йl podrнa sobrevivir, pero en cuanto cometiera un error —algo que ocurrirнa tarde o temprano— estarнa muerta. Tenнa que evitarle: a йl sуlo le harнa falta ponerle la mano encima una sola vez para terminar la batalla. Necesitaba un arma.

Una pistola. Una ametralladora. Un proyectil HEAT. Una mina antipersona.

El arma que fuera, joder. Pero allн no habнa armas. Mirу a su alrededor. No habнa nada.

Sуlo herramientas. Clic. Depositу la mirada en la sierra, pero no iba a ser muy fбcil que digamos hacer que йl se tumbara sobre el banco. Clic. Vio una pica de hierro que podrнa funcionar como jabalina, pero le resultaba demasiado pesada para manejarla de modo eficaz. Clic. Echу un vistazo a travйs de la puerta y vio que Niedermann se habнa bajado de las cajas, que quedaban a unos quince metros de distancia. Se dirigнa de nuevo hacia ella. Lisbeth empezу a alejarse. Quizб tendrнa unos cinco segundos antes de que Niedermann llegara. Les echу un ъltimo vistazo a las herramientas.

Un arma... o un escondite. De repente se detuvo.

Niedermann no se dio ninguna prisa. Sabнa que no habнa ninguna salida y que tarde o temprano conseguirнa atrapar a su hermana. Pero estaba claro que era peligrosa; no en vano era hija de Zalachenko. Y йl no querнa lesionarse. Asн que era mejor dejar que ella agotara sus fuerzas corriendo de un lado para otro.

Se detuvo en el umbral de la puerta que daba a la sala interior y paseу la mirada por todos aquellos trastos: herramientas, tablas de madera a medio colocar en el suelo y muebles. Ni rastro de ella.

—Sй que estбs aquн dentro. Te voy a encontrar.

Ronald Niedermann permaneciу quieto escuchando.

Lo ъnico que oyу fue su propia respiraciуn. Ella seguнa escondida. El sonriу. Ella lo estaba desafiando. Su visita se habнa convertido de pronto en un juego entre hermanos.

Luego oyу un imprudente crujido que procedнa de algъn lugar central de la vieja sala. Volviу la cabeza pero en un principio no pudo determinar de dуnde provenнa aquel ruido. Luego volviу a sonreнr: en medio del suelo, algo alejado del resto de los trastos, habнa un banco de trabajo de madera, de cinco metros de largo, que tenнa una fila de cajones en la parte superior y unos armarios con puertas corredizas por debajo.

Se acercу al mueble por uno de los lados y le echу un vistazo por detrбs para asegurarse de que ella no lo intentaba engaсar. Ni rastro.

Se ha escondido en uno de los armarios. Quй estъpida.

De un tirуn, abriу la primera puerta de la parte izquierda del armario.

Oyу en el acto que alguien se movнa dentro. El ruido procedнa de la parte central. Pegу dos rбpidas zancadas y, dando un tirуn, abriу la puerta con cara de triunfo.

ЎVacнo!

Luego oyу una serie de agudos impactos que sonaron como los tiros de una pistola. El sonido fue tan repentino que al principio le costу advertir su procedencia. Volviу la cabeza. Luego sintiу una extraсa presiуn en el pie izquierdo. No percibiу ningъn dolor. Bajу la mirada hasta el suelo justo a tiempo para ver cуmo la mano de Lisbeth llevaba la pistola de clavos al pie derecho.

ЎEstaba debajo del armario!

Se quedу como paralizado durante los segundos que ella tardу en poner la boca de la pistola encima de su bota y dispararle otros cinco clavos de siete pulgadas en el pie.

El intentу moverse.

Le llevу otros preciosos segundos darse cuenta de que sus pies estaban clavados a las tablas de madera del nuevo suelo. La mano de Lisbeth Salander regresу al pie izquiйrelo. Sonу como si un arma automбtica disparara tiros sueltos en rбpida sucesiуn. Le dio tiempo a clavarle otros cuatro clavos de siete pulgadas antes de que a йl se le ocurriera actuar.

Quiso agacharse para agarrar la mano de Lisbeth Salander, pero perdiу el equilibrio en el acto. Consiguiу recuperarlo apoyбndose contra el armario mientras una y otra vez oнa los disparos de la pistola de clavos, taclam, taclam, taclam. Ahora la tenнa de nuevo en el pie derecho. Vio cуmo le clavaba los clavos en oblicuo, atravesбndole el talуn.

De repente, Ronald Niedermann aullу de pura rabia. Volviу a intentar coger la mano de Lisbeth Salander.

Desde debajo del armario, Lisbeth Salander vio subir la pernera del pantalуn en seсal de que йl se estaba agachando. Soltу la pistola de clavos. Ronald Niedermann vio cуmo la mano desaparecнa por debajo del armario con la velocidad de un reptil sin que йl pudiera alcanzarla.

Quiso hacerse con la pistola pero, en el mismo momento en que la tocу con la punta del dedo, Lisbeth Salander la metiу bajo el armario tirando del cable.

El espacio que habнa entre el suelo y el armario era de poco mбs de veinte centнmetros. Niedermann volcу el mueble con todas sus fuerzas. Lisbeth Salander alzу la vista mirбndolo con unos enormes ojos y con cara de ofendida. Girу la pistola y disparу desde una distancia de medio metro. El clavo le dio a Ronald en medio de la tibia.

A continuaciуn, soltу la pistola y, rбpida como un rayo, se alejу de йl rodando y se puso de pie fuera de su alcance. Luego retrocediу dos metros y se detuvo.

Ronald Niedermann intentу moverse, pero volviу a perder el equilibrio y se tambaleу de un lado para otro agitando los brazos en el aire. Recuperу el equilibrio y, lleno de rabia, se agachу.

Esta vez logrу hacerse con la pistola de clavos. La levantу y apuntу con ella a Lisbeth Salander. Apretу el gatillo.

No pasу nada. Desconcertado, se quedу contemplando la pistola. Luego volviу a dirigir la mirada hacia Lisbeth Salander, quien, sin la menor expresiуn en el rostro, sostenнa la clavija en la mano. Preso de un ataque de rabia, йl le lanzу la pistola. Ella lo esquivу rauda como un rayo.

Acto seguido, Lisbeth enchufу la clavija y se acercу la pistola tirando del cable.

Los ojos de Ronald Niedermann se toparon con la inexpresiva mirada de Lisbeth Salander. Le invadiу un repentino estupor: acababa de comprender que ella lo habнa vencido. Es sobrenatural. Por puro instinto, intentу soltar el pie del suelo. Es un monstruo. Consiguiу reunir fuerzas para elevar el pie unos milнmetros antes de que las cabezas de los clavos le impidieran levantarlo mбs. Los clavos le habнan penetrado los pies en distintos бngulos, de forma que, para poder liberarse, tendrнa literalmente que destrozarse los pies. Ni siquiera con sus fuerzas casi sobrehumanas pudo liberarse. Se tambaleу unos cuantos segundos de un lado para otro como si estuviese a punto de desmayarse. No se soltу. Vio cуmo, poco a poco, un charco de sangre se iba formando bajo sus pies.

Lisbeth Salander se sentу frente a Niedermann en una silla que no tenнa respaldo y permaneciу atenta en todo momento a que йl no diera seсales de ser capaz de arrancar sus pies del suelo. Como no podнa sentir dolor, era tan sуlo una cuestiуn de tiempo que йl arrancara sus pies pasбndolos a travйs de las cabezas de los clavos. Sin mover un solo mъsculo, ella estuvo contemplando su lucha durante diez minutos. Los ojos de Lisbeth no mostraron en ningъn instante expresiуn alguna.

Luego se levantу, lo rodeу y le puso la pistola en la espina dorsal, un poco por debajo de la nuca.

Lisbeth Salander reflexionу profundamente. El hombre que ahora tenнa ante sн no sуlo habнa importado mujeres; tambiйn las habнa drogado, maltratado y vendido a diestro y siniestro. Incluyendo a aquel policнa de Gosseberga y a un miembro de Svavelsjц MC, habнa asesinado como mнnimo a ocho personas. No tenнa ni idea de cuбntas vidas mбs pesarнan sobre la conciencia de su medio hermano, pero por su culpa a ella la acusaron de tres de los asesinatos que йl cometiу y la persiguieron por toda Suecia como a un perro rabioso.

Lisbeth tenнa el dedo puesto en el gatillo.

Йl matу a Dag Svensson y a Mia Bergman.

Y, con la ayuda de Zalachenko, tambiйn la matу a ella. Y a ella fue a la que enterrу en Gosseberga. Y ahora habнa vuelto para matarla otra vez.

Era para cabrearse.

No veнa ninguna razуn para dejarlo con vida. Йl la odiaba con una pasiуn que ella no entendнa. їQuй pasarнa si se lo entregara a la policнa? їUn juicio? їCadena perpetua? їCuбndo empezarнan a darle permisos? їCuбndo se fugarнa? Y ahora que su padre por fin se habнa ido, їdurante cuбntos aсos tendrнa que vigilar sus espaldas en espera de que un dнa su hermanastro volviese a aparecer? Sintiу el peso de la pistola de clavos. Podнa terminar con aquello de una vez por todas.

Anбlisis de consecuencias.

Se mordiу el labio inferior.

Lisbeth Salander no temнa ni a las personas ni a las cosas. Se dio cuenta de que carecнa de la imaginaciуn que serнa necesaria para eso: una prueba como cualquier otra de que algo no andaba bien en su cerebro.

Ronald Niedermann la odiaba y ella le correspondнa con un odio igual de irreconciliable. Йl habнa pasado a engrosar la lista de hombres que, como Magge Lundin, Martin Vanger, Alexander Zalachenko y una docena mбs de hijos de puta, no tenнan en absoluto ninguna excusa para ocupar el mundo de los vivos. Si ella pudiera llevбrselos a todos a una isla desierta y dispararles un arma nuclear, se quedarнa mбs que satisfecha.

Pero їcometer un asesinato? їMerecнa la pena? їQuй pasarнa con ella si lo matara? їQuй oportunidades tenнa de evitar que la descubrieran? їQuй estaba dispuesta a sacrificar por darse el gusto de apretar el gatillo de la pistola de clavos una ъltima vez?

Podrнa alegar defensa propia y el derecho de legнtima defensa. .. No, serнa difнcil con los pies de Niedermann clavados en el suelo.

De pronto, acudiу a su mente Harriet Vanger, que tambiйn habнa sido torturada por su padre y su hermano. Se acordу de las duras palabras que ella misma le dijo a Mikael Blomkvist y con las que condenaba a Harriet Vanger: era culpa de Harriet que su hermano, Martin Vanger, continuara matando aсo tras aсo.

—їQuйharнas tъ? —le habнa preguntado Mikael.

—Matar a ese hijo de puta —habнa contestado Lisbeth con una convicciуn que le saliу desde lo mбs profundo de su frнa alma.

Y ahora ella se hallaba exactamente en la misma situaciуn en la que se habнa encontrado Harriet Vanger. їA cuбntas mujeres mбs matarнa Ronald Niedermann si lo dejaba huir? Ella ya era mayor de edad y responsable de sus actos. їCuбntos aсos de su vida querнa sacrificar? їCuбntos aсos habrнa querido sacrificar Harriet Vanger?

Luego la pistola de clavos le resultу demasiado pesada como para poder sostenerla en alto contra su espalda, incluso utilizando las dos manos.

Bajarla fue como volver a la realidad: descubriу que Ronald Niedermann murmuraba de forma inconexa. Hablaba en alemбn. Y decнa algo de un diablo que habнa venido a buscarlo.

De pronto, Lisbeth fue consciente de que sus palabras no iban dirigidas a ella. Era como si viera a alguien al fondo de la sala. Volviу la cabeza y siguiу la mirada de Niedermann. Allн no habнa nadie. Sintiу que los pelos se le ponнan de punta.

Se dio la vuelta, fue a buscar la pica de hierro y entrу en la sala exterior para coger su bandolera. Al agacharse descubriу la bayoneta en el suelo. Como todavнa llevaba puestos los guantes, cogiу el arma.

Vacilу un instante y la colocу de modo bien visible en el pasillo central. Valiйndose de la pica de hierro se empleу durante tres minutos en intentar forzar el candado que cerraba la puerta de salida.

Lisbeth Salander permaneciу quieta en su coche reflexionando un largo rato. Al final abriу su mуvil. Le llevу dos minutos localizar el nъmero de telйfono de la sede de Svavelsjц MC.

—їSн? —oyу decir al otro lado de la lнnea.

—Nieminen —dijo ella.

—Un momento.

Esperу tres minutos a que Sonny Nieminen, acting president de Svavelsjц MC, contestara. —їQuiйn es?

—Eso a ti no te importa —contestу Lisbeth con un tono de voz tan bajo que йl apenas pudo distinguir las palabras. Ni siquiera fue capaz de determinar si se trataba de un hombre o de una mujer.

—Bueno. їY quй quieres?

—Sй que andas buscando informaciуn sobre Ronald Niedermann. —їAh, sн?

—Dйjate de historias. їQuieres saber dуnde estб o no? —Soy todo oнdos.

Lisbeth le hizo una descripciуn de la ruta que habнa que seguir para llegar hasta la vieja fбbrica de ladrillos situada en las afueras de Norrtбlje. Le dijo que Niedermann permanecerнa allн lo suficiente como para que a йl le diera tiempo a llegar si se apresuraba.

Colgу, arrancу el coche y subiу hasta la gasolinera OK, al otro lado de la carretera. Aparcу mirando a la fбbrica.

Tuvo que esperar mбs de dos horas. Era poco menos de la una y media de la tarde cuando advirtiу la presencia de una furgoneta que pasaba lentamente por la carretera que quedaba por debajo de donde ella se encontraba. Se detuvo en el arcйn, aguardу cinco minutos, dio la vuelta y enfilу el desvнo que conducнa a la vieja fбbrica. Empezaba a hacerse de noche.

Abriу la guantera, sacу unos prismбticos Minolta 2x8 y vio aparcar a la furgoneta. Identificу a Sonny Nieminen y Hans-Ake Waltari acompaсados de otras tres personas que no conocнa. Prospects. Tienen que reconstruir el club.

Cuando Sonny Nieminen y sus cуmplices descubrieron que habнa una puerta abierta en la fachada lateral, ella volviу a coger su mуvil. Escribiу un mensaje y lo enviу a la central de la policнa de Norrtбlje:

EL ASESINO DE POLICНAS R. NIEDERMANN SE ENCUENTRA EN LA VJA FБBRICA DE LADRILLOS CERCA DE LA GASOLINERA OK AFUERAS DE SKEDERID. ESTБ A PUNTO DE SER ASESINADO POR S. NIEMINEN & MMBROS DE SVAVELSJЦ MC. MUJER MUERTA EN PISCINA DE PLNTA BJA.

No pudo ver ningъn movimiento en la fбbrica. Cronometrу el tiempo.

Mientras esperaba, sacу la tarjeta SIM del mуvil y la destruyу cortбndola por la mitad con unas tijeras para las uсas. Bajу la ventanilla y tirу los trozos al suelo. Luego sacу de la cartera una tarjeta SIM nueva y la introdujo en el telйfono. Utilizaba tarjetas prepago de Comviq que resultaban casi imposibles de rastrear. Llamу a Comviq y recargу quinientas coronas.

Pasaron once minutos antes de que apareciera un furgуn —con las luces azules de la sirena puestas pero sin hacer ruido— que avanzaba hacia la fбbrica procedente de Norrtбlje. El vehнculo aparcу junto al camino de acceso. Un par de minutos mбs tarde se le unieron dos coches patrulla. Los agentes hablaron un rato entre ellos y luego avanzaron hacia la fбbrica todos juntos y aparcaron junto a la furgoneta de Nieminen. Lisbeth alzу los prismбticos. Vio cуmo uno de ellos cogнa una radio para comunicar la matrнcula de la furgoneta a la central. Los policнas miraron a su alrededor, pero aguardaron. Dos minutos mбs tarde, Lisbeth vio cуmo otro furgуn se aproximaba a toda velocidad.

De repente se dio cuenta de que, por fin, todo habнa pasado.

Aquella historia que empezу cuando ella naciу acababa de terminar allн, en la vieja fбbrica de ladrillos. Era libre.

Cuando los policнas sacaron las armas de refuerzo del furgуn, se pusieron los chalecos antibalas y empezaron a distribuirse por las inmediaciones de la fбbrica, Lisbeth Salander entrу en la gasolinera y comprу un coffee togo y un sandwich envasado. Se los tomу de pie en una pequeсa mesa de la zona de cafeterнa.

Cuando volviу al coche ya era noche cerrada. Justo cuando abriу la puerta oyу dos lejanos impactos de algo que ella supuso que eran armas de fuego portбtiles y que procedнan del otro lado de la carretera. Vio varias siluetas negras que no resultaron ser sino policнas pegados a la pared cerca de la entrada de la fachada lateral. Oyу la sirena de otro furgуn que se acercaba por la carretera que venнa de Uppsala. Algunos coches se habнan parado en el arcйn, justo por debajo de donde se encontraba Lisbeth observando el espectбculo.

Arrancу el Honda Burdeos, bajу hasta la E18 y regresу a Estocolmo.

Eran las siete cuando Lisbeth Salander, para su inmensa irritaciуn, oyу cуmo tocaban el timbre de la puerta. Estaba metida en la baсera con el agua todavнa humeante. Lo cierto era que sуlo existнa una persona que pudiera tener una razуn para llamar a su puerta.

Al principio habнa pensado ignorar el timbre, pero la tercera vez que sonу, suspirу y se envolviу en una toalla. Se mordiу el labio inferior y fue mojando el suelo hasta llegar a la entrada.

—Hola —dijo Mikael Blomkvist en cuanto ella abriу.

Lisbeth no contestу.

—їHas oнdo las noticias?

Ella negу con la cabeza.

—Pensй que quizб te gustarнa saber que Ronald Niedermann ha muerto. Ha sido asesinado esta tarde en Norrtбlje por unos cuantos miembros de Svavelsjц MC.

-—їDe verdad? —dijo Lisbeth Salander con un contenido tono de voz.

—He hablado con el oficial de guardia de Norrtбlje. Al parecer ha sido una especie de ajuste de cuentas interno. Por lo visto, lo han torturado y luego lo han destripado con una bayoneta. En el lugar han encontrado ademбs una bolsa con varios cientos de miles de coronas.

—їAh, sн?

—Detuvieron a la banda de Svavelsjц allн mismo. Encima opusieron resistencia. Aquello acabу en tiroteo y la policнa tuvo que llamar a la fuerza nacional de intervenciуn de Estocolmo. Svavelsjц se rindiу a eso de las seis de esta tarde.

—Aja.

—Tu viejo amigo Sonny Nieminen de Stallarholmen ha acabado mordiendo el polvo. Flipу por completo e intentу escapar pegando tiros a diestro y siniestro.

Mikael Blomkvist permaneciу callado unos segundos. Los dos se miraron de reojo a travйs de la rendija de la puerta.

—їMolesto?

Ella se encogiу de hombros. —Estaba en la baсera. —Ya lo veo. їQuieres compaснa? Ella le lanzу una dura mirada.

—No me referнa a acompaсarte en la baсera. Traigo bagels —dijo, levantando una bolsa—. Ademбs he comprado cafй para preparar un espresso. Si tienes una Jura Impressa X7 en la cocina, por lo menos debes aprender a usarla.

Ella arqueу una ceja. No sabнa si deberнa estar decepcionada o aliviada.

—їSуlo compaснa? —preguntу.

—Sуlo compaснa —le confirmу йl—. Soy un buen amigo que le hace una visita a una buena amiga. Bueno, si es que soy bienvenido.

Ella dudу unos segundos. Llevaba dos aсos manteniйndose a la mayor distancia posible de Mikael Blomkvist. Aun asн, le dio la sensaciуn de que —bien a travйs de la red o bien en la vida real— йl siempre acababa pegбndose a su vida igual que se pega un chicle a la suela de un zapato. En la red todo le parecнa bien. Allн йl no era mбs que electrones y letras. En la vida real, delante de su puerta, seguнa siendo ese maldito hombre tan jodidamente atractivo. Y que conocнa sus secretos de la misma manera que ella conocнa los de йl.

Lo contemplу y constatу que ya no albergaba ningъn sentimiento hacia йl. O al menos no ese tipo de sentimientos.

Lo cierto era que durante el aсo que acababa de pasar йl habнa sido un amigo.

Confiaba en йl. Quizб. Le irritaba que una de las pocas personas en las que confiaba fuera un hombre al que evitaba ver constantemente.

Al final se decidiу. Era ridнculo hacer como si йl no existiera. Ya no le dolнa verlo.

Abriу la puerta y lo dejу entrar de nuevo en su vida.



  

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