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Muertes y comienzos



 

El semiogro tomó el transbordador para abandonar la isla de Schallsea poco despué s del entierro de Jaspe. Pensaba regresar a su casa, a visitar las tumbas de su esposa e hija, y a buscar a un lobo de pelaje rojo; estaba seguro de que no habí a muerto, y é l y los otros sabí an ahora que no era en absoluto un lobo.

Todaví a quedaban dragones que combatir, y Groller dejó muy claro a Palin que regresarí a al cabo de unos pocos meses. Necesitaba algo de tiempo para sí mismo, primero. Dedicó un gesto de despedida al marinero, cruzando los brazos frente al pecho y meneando la cabeza. Rig repitió el gesto, con los ojos inundados de lá grimas.

 

Palin y Usha regresaron a la Torre de Wayreth tras pasar varias horas reunidos con Goldmoon. Tení an cabos sueltos que atar, entre ellos determinar el alcance del dañ o provocado por el traidor Hechicero Oscuro. Habí a que hacer planes, y debí an decidir có mo continuar la lucha contra los dragones.

 

Ampolla eligió quedarse con la sacerdotisa como su alumna má s nueva. La kender habí a convencido a Veylona para que no se fuera, al menos por algú n tiempo. Ampolla pensaba seguir los pasos de Jaspe, y ya lucí a un Medalló n de la Fe colgado al cuello, uno parecido al que llevaba Goldmoon; ademá s, la kender se mostraba curiosamente seria y silenciosa, actitud que vení a mostrando desde el entierro de Jaspe.

–Haré que te sientas orgulloso –musitó, mientras arrojaba un puñ ado de tierra a la sepultura del enano–. Y siempre te recordaré.

 

Ulin y Alba no regresaron a Schallsea. Partieron desde Khur, sin revelar a nadie su destino ni insinuar cuá ndo pensaban volver. El joven Majere no habí a hecho menció n de su esposa e hijos a Usha, só lo de la magia que controlarí a en el futuro.

Sin embargo, en realidad era a casa con su familia adonde Ulin se dirigí a con su dorado compañ ero. Allí estudiarí an juntos. El joven se regocijaba interiormente pensando en có mo reaccionarí an sus hijos y esposa ante Alba.

 

Gilthanas se encontraba junto a la forma elfa de Silvara. Con los brazos entrelazados, se contemplaban mutuamente.

–¡ Hay tanto que hacer! –dijo Silvara–. Todaví a hay señ ores supremos, aunque Khellendros se haya ido. Los que sobrevivieron han comprendido ahora que los hombres no se dejará n dominar sin hacer nada. Lucharemos contra ellos.

Gilthanas se estremeció al recordar el frí o de Ergoth del Sur, sabiendo que volverí a a sentir aquel frí o, pues era allí adonde habí an decidido encaminar sus pasos ahora. Iban a reunir a los habitantes de la zona, a organizar a todos los caballeros solá mnicos y a dirigir sus esfuerzos hacia la expulsió n del Blanco del antiguo hogar de los kalanestis.

E iban a iniciar una vida juntos allí: elfo y dragó n. Gilthanas juró que no iba a permitir que Silvara se le volviera a escapar.

 

Rig y Fiona tambié n se abrazaban. Al contrario que Silvara, Fiona no regresaba a Ergoth del Sur. No habí a conseguido convencer a Rig para que se uniera a la orden; ni tampoco habí a conseguido é l convencerla para que la abandonara. Así pues, la mujer habí a decidido llegar a un arreglo, aceptando tomarse un permiso durante un tiempo.

El marinero apartó un rizo rebelde del rostro de la joven y la besó. Ella no era Shaon. No querí a usarla como sustituto de su primer amor; pero tení a que admitir que amaba a Fiona con la misma intensidad.

–Cá sate conmigo –le pidió Rig, con sencillez.

–Lo pensaré –respondió ella, y sus ojos verdes brillaron traviesos.

–No lo pienses demasiado –replicó é l–. Hay dragones contra los que luchar.

–¿ Y lucharí amos mejor contra ellos si estuvié ramos casados?

–Yo sé que sí lo harí a –repuso é l con una mueca.

–En ese caso acepto, Rig Mer‑ Krel.

La apretó contra sí con fuerza, como si temiera que ella pudiera huir de su lado y arruinar aquel momento de felicidad.

 

Dhamon estaba de pie en la playa de la isla de Schallsea, observando alejarse el transbordador en el que iba Groller mientras agitaba la mano a modo de despedida. Feril se colocó a su lado sin hacer ruido.

–Te amo –dijo la elfa. É l se volvió para mirarla, y ella se deslizó entre sus brazos y enterró el rostro en su cuello.

Dhamon cerró los ojos y la abrazó durante varios minutos, aspirando su dulce perfume.

–Pero no puedo quedarme –añ adió la kalanesti, apartá ndose ligeramente–. Me voy a casa. Viajaré con Silvara y Gilthanas.

–Podrí a ir contigo –repuso é l–. Goldmoon me ha perdonado, y yo...

–Necesito estar sola un tiempo –dijo ella, negando con la cabeza–. Necesito volver a encontrarme.

É l tragó saliva con fuerza, la miró a los ojos y sintió una opresió n en el pecho.

–Feril, yo...

Ella posó un dedo sobre los labios del caballero.

–No digas nada, Dhamon, por favor. Serí a muy fá cil para ti convencerme de que me quede contigo. Y eso no es lo que yo necesito en estos momentos.

–Te echaré de menos, Ferilleeagh.

–Volveré a tu lado –prometió ella–. Cuando esté preparada. Todaví a quedan dragones que combatir, y no pienso dejar que sigas con ello tú solo. Cuida de Rig y de Fiona. Palin ha prometido no quitaros los ojos de encima a vosotros tres, y enviarme a donde sea que esté is cuando las circunstancias lo requieran...

–... cuando esté s preparada –terminó é l.

Permanecieron uno junto al otro con la vista puesta en las relucientes aguas de Nuevo Mar.

 

A miles de kiló metros de allí, en direcció n nordeste, se extendí an las aguas de un mar distinto: el Mar Sangriento de Istar, que lamí a las costas del reino de Malystryx.

Un rizo se formó sobre la cristalina superficie, luego otro y otro. Aparecieron algunas burbujas, pequeñ as y escasas al principio, que aumentaron en nú mero y tamañ o, como si el mar fuera un cazo hirviendo.

Una testa de dragó n salió a la superficie, roja y furiosa; los ojos centelleaban tenebrosos. Enseguida hizo su aparició n una garra, una que sostení a una lanza. El arma estaba roja de sangre. La hembra se la habí a arrancado del pecho.

–Es la guerra –siseó Malystryx. La zarpa chisporroteaba, y una columna de vapor se elevaba de la quemadura producida por la lanza–. Y esto no es má s que el principio.

 



  

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