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CAPÍTULO VEINTITRÉS



 

SURGEN DIFICULTADES

 

 

Tras un momento de alta tensió n como el que acabo de registrar, es natural que venga la reacció n. Aquella noche me retiré a descansar bajo una impresió n de triunfo; pero, al despertarme, comprendí que estaba muy lejos de haber salido del bosque. Es cierto que no podí a ver defecto alguno en la coartada que tan repentinamente habí a concebido. No tení a má s que aferrarme a ella; no acertaba a ver có mo de este modo podí a establecerse la culpabilidad de Bella.

Pero sentí la necesidad de andar con pies de plomo. Poirot no se echarí a a dormir ante su derrota. De un modo u otro volverí a la tortilla contra mí, y lo harí a en la forma y el momento en que yo menos lo esperase.

Nos reunimos a la mañ ana siguiente, a la hora del desayuno, como si nada hubiese ocurrido. El buen humor de Poirot era imperturbable; no obstante, creí descubrir en sus maneras una sombra de reserva que era nueva. Despué s del desayuno anuncié mi intenció n de salir a dar un paseo. En los ojos de Poirot apareció un brillo de malicia.

—Si lo que busca es informació n, no necesita molestarse. Yo puedo comunicarle todo lo que desea saber. Las hermanas Dulcibella han rescindido su contrato y salido de Coventry para un destino desconocido.

—¿ Es realmente así, Poirot?

—Puede creerme, Hastings. He hecho indagaciones esta mañ ana a primera hora. Despué s de todo, ¿ qué otra cosa esperaba usted?

Muy cierto: no podí a esperarse otra cosa, dadas las circunstancias. Cenicienta habí a aprovechado la pequeñ a ventaja que yo habí a podido asegurarle y, ciertamente, no habrí a perdido un momento para ponerse fuera del alcance del perseguidor. Esto era lo que yo me habí a propuesto y proyectado. Sin embargo, me daba cuenta de que me hallaba envuelto en una red de nuevas dificultades.

No tení a absolutamente ningú n medio de comunicarme con la muchacha, y era de vital importancia que ella conociese la lí nea de defensa que se me habí a ocurrido y que yo estaba dispuesto a llevar adelante. Desde luego, era posible que intentase darme noticias suyas de un modo u otro, pero esto me parecí a muy improbable. Ella sabí a bien el riesgo que correrí a de que su mensaje fuese interceptado por Poirot, ponié ndole de nuevo sobre la pista. Era claro que el ú nico camino que le quedaba era desaparecer enteramente por algú n tiempo.

Pero, entre tanto, ¿ qué estaba haciendo Poirot? Le estudié con atenció n. Mostraba su expresió n má s inocente y miraba a lo lejos con aire pensativo. Parecí a demasiado plá cido e indolente, para mi tranquilidad. Segú n mi experiencia de su cará cter, cuando menos peligroso parecí a, má s peligroso resultaba ser. Su quietud me alarmó. Observando la turbació n de mis ojos, sonrió beatí ficamente.

—¿ Está usted perplejo, Hastings? ¿ Está preguntá ndose por qué no me lanzo a la persecució n?

—Bien...; algo por el estilo.

—Eso es lo que harí a usted si estuviese en mi lugar. Lo comprendo. Pero yo no soy de esos que gozan corriendo por un paí s de arriba abajo para buscar una aguja en un pajar, como dicen ustedes los ingleses. No. Deje que Bella Duveen se vaya. Yo sabré encontrarla cuando llegue el momento. Hasta entonces, me contento con esperar.

Le miré dudando. ¿ Se habí a propuesto lanzarme por una pista falsa? Tení a yo la sensació n irritante de que, aun ahora, é l era el amo de la situació n. La impresió n de mi superioridad iba desvanecié ndose gradualmente. Yo me habí a manejado para que la muchacha pudiese huir y trazado un brillante plan para salvarla de las consecuencias de su arrebato..., pero no podí a sentirme tranquilo. La perfecta calma de Poirot me alarmaba.

—Supongo, Poirot —dije, algo avergonzado—, que no debo preguntarle cuá les son sus planes. He perdido el derecho de hacerlo.

—Nada de eso. No son secretos. Volvemos a Francia sin demora.

—¿ Volvemos?

—Precisamente..., volvemos. Usted sabe muy bien que no puede consentir en perder de vista a papá Poirot, ¿ verdad? ¿ No es así, amigo mí o? Pero no hay ninguna dificultad en que se quede en Inglaterra, si así lo desea...

Moví la cabeza. Habí a dado en el clavo. Yo no consentirí a en perderle de vista. Aunque no podí a esperar su confianza despué s de lo que habí a ocurrido, podí a aú n observar sus acciones. El ú nico peligro para Bella estaba en é l. A Giraud y a la Policí a francesa les era indiferente su existencia. A toda costa, tení a que mantenerme cerca de Poirot.

Poirot me observó con atenció n mientras cruzaban por mi mente todas estas reflexiones e hizo una señ a afirmativa de satisfacció n.

—Tengo razó n, ¿ verdad? Y como es usted muy capaz de intentar seguirme bajo algú n absurdo disfraz, tal como una barba postiza (que, desde luego, todo el mundo advertirí a), encuentro mucho má s preferible que viajemos juntos. Me molestarí a de veras que alguien se riese a costa de usted.

—Muy bien, entonces. Pero, para ser sincero, debo advertirle...

—Lo sé... Sé todo esto. ¡ Es usted mi enemigo! Sea, pues, mi enemigo. Eso no me inquieta poco ni mucho.

—Siendo el juego sincero y a cartas vistas, poco me importa.

—¡ Tiene usted en su mayor grado la pasió n inglesa por el «juego limpio»! Ahora que está n satisfechos sus escrú pulos, pongá monos en camino. No hay tiempo que perder. Nuestra estancia en Inglaterra ha sido corta, pero suficiente. Yo sé... lo que querí a saber.

Su tono era ligero, pero leí una amenaza velada en sus palabras.

—No obstante... —empecé a decir, y me detuve.

—No obstante..., ¡ como usted lo dice! Sin duda está satisfecho ya con el papel que desempeñ a. Yo, por mi parte, me preocupo por Jack Renauld.

¡ Jack Renauld! Esas palabras me sobresaltaron. Habí a olvidado por completo aquel aspecto del caso. Jack Renauld, encarcelado y con la sombra de la guillotina encima. Vi entonces, bajo un aspecto má s siniestro, el papel que estaba desempeñ ando. Yo podí a salvar a Bella..., sí, pero, al hacerlo, corrí a el riesgo de enviar a la muerte a un hombre inocente.

Con horror, aparté de mí aquel pensamiento. Esto era imposible. Serí a absuelto. ¡ Serí a absuelto ciertamente! Pero volvió aquel frí o temor. ¿ Y si no le absolviesen? ¿ Qué pasarí a entonces? ¿ Podí a yo tener esto sobre mi conciencia? ¿ Acabarí a aquello en una alternativa? ¿ En una decisió n entre Bella o Jack Renauld? Los impulsos de mi corazó n eran de salvar a la muchacha que amaba, a cualquier precio, contra mí mismo. Pero si el precio habí a de pagarlo otro, el problema quedaba alterado.

¿ Y qué dirí a la propia muchacha? Recordaba que no habí a pasado por mis labios palabra alguna sobre la detenció n de Jack Renauld. Hasta aquel momento, ella ignoraba por completo que su anterior enamorado estaba en la cá rcel bajo la acusació n de un crimen horrible que no habí a cometido. ¿ Qué harí a cuando lo supiera? ¿ Permitirí a que fuese salvada su vida a costa de la vida de el? Ciertamente no cometerí a ninguna violencia. Jack Renauld podí a ser absuelto y probablemente lo serí a sin intervenció n alguna por su parte. Si era así, muy bien. Pero ¿ y si no era así? Aqué l era el terrible, el incontestable problema. Imaginé que ella no correrí a el riesgo de verse condenada a la ú ltima pena. En su caso eran muy diferentes las circunstancias del crimen. Ella podrí a alegar los celos v una extremada provocació n, y su juventud y belleza harí an mucho en su favor. El hecho de que, por un error trá gico, la ví ctima hubiera sido Renauld y no su hijo, no alterarí a el motivo del crimen. Pero, en todo caso, por muy benigna que fuese, la sentencia del tribunal significarí a un largo perí odo de encarcelamiento.

No; Bella debí a ser protegida. Y al mismo tiempo Jack debí a ser salvado. Có mo podrí a hacerse esto, yo no lo veí a con claridad. Pero puse mi confianza en Poirot. El sí lo sabí a. Pasara lo que pasara, é l se arreglarí a para salvar a un inocente. Encontrarí a algú n pretexto distinto del verdadero. Esto podrí a ser difí cil, pero, de un modo u otro, é l se arreglarí a para conseguirlo. Y con Bella libre de toda sospecha y Jack Renauld absuelto, todo acabarí a satisfactoriamente.

Así me lo repetí a yo a mí mismo, pero, en el fondo de mi corazó n, continuaba la frí a sensació n de temor.


 



  

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