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(Negras: Rey e5). (Blancas: Rey e3). (Negras: Rey d6)



(Negras: Rey e5)

Fue el primero en llegar, pero no se ocupó del caí do, ni de la mancha de sangre que iba formá ndose bajo su cabeza. Se abalanzó sobre el agujero de la alcantarilla, como si quisiera meterse por é l.

El ruido del agua corriendo por abajo le golpeó los sentidos como si fuera un puñ etazo en la conciencia.

– No… ‑ volvió a decir envolviendo su expresió n en un gemido de desaliento.

Má ximo se arrodilló al lado del camello.

Santi llegaba ya, lo mismo que los dos hombres por el otro lado. Cinta aú n estaba lejos.

– Está … muerto ‑ dijo Má ximo.

Eloy se incorporó, pero só lo para quedar sentado en el bordillo.

Desde allí miró el cadá ver con su odio final. No tení a que registrarle para saber que ya no llevaba ninguna pastilla encima.

 

 

 

(Blancas: Rey e3)

Mis peones acosan. El fin está cerca. Jaque.

Una jugada má s y…

Jaque mate.

Quiero vivir.

 

 

 

(Negras: Rey d6)

Vicente Espinó s y Lorenzo Roca llegaron junto al cuerpo de Poli Garcí a jadeando, má s el primero que el segundo. Fue este ú ltimo el que se inclinó sobre el cadá ver para ponerle los dedos í ndice y medio de su mano derecha en el cuello.

– Muerto ‑ dijo rotundo.

El inspector miró directamente a los tres muchachos. Cinta se acercaba ya má s despacio, muy lentamente, con los ojos muy abiertos ante la escena.

Tambié n Má ximo miró al policí a.

– Nosotros… ‑ intentó decir.

– Ya no importa ‑ le detuvo Espinó s‑. Tranquilos.

Lorenzo Roca registraba al camello. De uno de los bolsillos de la chaqueta sacó un montó n de dinero. Del otro un simple papel, el ticket de una consumició n cualquiera en un bar cualquiera.

– No lleva pastillas, jefe ‑ dijo Roca‑. Está limpio.

– Las arrojó a la alcantarilla ‑ dijo Eloy en un hilo de voz‑. Fue lo ú ltimo que hizo antes de morir.

La sangre, buscando cauces en el suelo por los que fluir, tambié n se dirigí a ya con espesa paciencia hacia la misma alcantarilla.

Cinta llegó al lado de Santi. Se le colgó del brazo tan agotada como asustada.

Vicente Espinó s cogió el dinero que llevaba encima el Mosca. Lorenzo Roca se quedó con el pequeñ o ticket blanco en la mano.

– Bar Restaurante La Perla ‑ leyó en voz alta.

Su superior le miró inquisitivamente.

– ¿ De cuá ndo es ese ticket? ‑ preguntó.

– Lleva fecha de hoy.

Espinó s arqueó las cejas.

– Hace tiempo que sabemos que es la tapadera de Alex Castro y su gente, pero nunca le hemos pillado nada ‑ comentó ‑. Hasta hoy.

– ¿ Cree que habrá suerte? ‑ preguntó Roca.

El inspector de policí a asintió con la cabeza un par de veces, pensativo. Empezó a sonreí r.

– Sí, creo que sí ‑ dijo.

Las «lunas» eran nuevas, tení an que estar en alguna parte. Tal vez…

Se arremolinaba gente en torno a ellos. Incluso se escuchó una sirena policial.

– Llama al departamento, Roca ‑ se puso en marcha Vicente Espinó s‑. Vamos a por Castro.

– Sí, jefe.

– Y vosotros iros a casa, ¿ de acuerdo? ‑ les ordenó a ellos.

Eloy, Má ximo, Cinta y Santi le obedecieron.

– Señ or… ‑ trató de hablar Eloy.

– Sé lo que buscabais y por qué, chicos. No os preocupé is. Ahora marchaos.

 

 

 



  

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