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(Negras: Rey d5). (Blancas: Torre d7 +). (Negras: Rey c6). (Blancas: Torre a7)(Negras: Rey d5) Má ximo veí a correr al camello delante de é l, pero tambié n le oí a. Su voz, la pasada noche. – Toma, chico: con esto, Disneylandia. – Prefiero algo un poco má s emocionante. – Lo que tú quieras, hombre. Todo está en tu mente. Disfruta. – ¿ Por dos mil pelas? – La llave del Paraí so no siempre tiene por qué costar demasiado. La llave del Paraí so. Cuando Eloy hubiera conseguido aquella pastilla, ¡ con qué gusto le romperí a el alma a aquel hijo de mala madre! Si lo cogí an. El camello daba la impresió n de volar por entre los coches.
(Blancas: Torre d7 +) A Santi le dolí a el brazo, contusionado por la caí da, pero trataba de no perder la estela de la persecució n. Habí a sido un idiota. Dejarse sorprender de aquella forma… Miró hacia atrá s. Cinta era la ú ltima, pero no podí a esperarla. – ¡ Corre! ¡ Corre! ‑ le dijo ella. Corrió. Estaban solos en el mundo. Muy solos.
(Negras: Rey c6) Cinta sabí a que no tení a la menor posibilidad. Nunca habí a sido buena en eso de moverse rá pido. Pero confiaba en ellos, en los tres, sobre todo en la rabia de Eloy. A los veinte metros se habrí a rendido, de no ser por Luciana. Era por ella. La ú ltima oportunidad. Por ella y para liberarse a sí mismos.
(Blancas: Torre a7) Mariano Zapata colgó el telé fono y se quedó unos segundos en suspenso. Pensó en aquella pobre chica. ¿ Habrí a preferido que le dijeran que estaba bien, que habí a salido del coma? ¿ Corazó n de oro? Bien, ya no importaba. Tení a su gran exclusiva, y su portada. Si las cosas eran así, así es como eran. Y punto. – ¡ Adelante! ‑ ordenó ‑. ¡ Todo sigue igual! Despué s concluyó su trabajo echá ndose para atrá s en su silla, con los brazos debajo de la nuca, y cerró los ojos mucho má s tranquilo.
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