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(Negras: a5). (Blancas: f7)



(Negras: a5)

Cinta y Santi se apoyaban en la pared, cerca de la puerta. Hací a rato que habí an dejado de mirar en direcció n al interior de la discoteca. Su atenció n se centraba má s en quienes entraban o salí an, incluso en su aspecto, si llevaban algo en las manos, como si esperasen ver una pastilla recié n comprada. No habí a ni rastro de Má ximo ni de Eloy.

– Ese tí o no viene ‑ dijo é l.

– O ya se ha ido ‑ arguyó ella.

Cinta giró la cabeza hacia el otro lado.

Y se encontró con el tumulto.

Tan pró ximo a ella que ya lo tení a encima.

Un hombre corriendo hacia la puerta, vagamente familiar, aunque la noche pasada apenas si le habí a lanzado una ojeada. Y detrá s, a unos metros que eran como una enorme distancia, Eloy primero, y Má ximo despué s.

Reaccionó demasiado tarde, barrida por el viento de la sorpresa.

– ¡ Santi!

Cuando su novio se movió, ya no pudo impedir que el camello lo atropellara, empujá ndole sin miramientos. Cayó hacia atrá s, y, al intentar sujetarse, arrastró a la desguarnecida Cinta con é l.

– ¡ Se escapa! ¡ Se escapa! ‑ chilló la muchacha.

El camello salí a por la puerta cuando ellos todaví a estaban en el suelo y los otros dos a demasiada distancia como para impedirlo.

 

 

 

(Blancas: f7)

Poli Garcí a seguí a sin saber a ciencia cierta por qué corrí a.

Pero corrí a.

Con toda su alma.

Ellos eran dos, y aunque fuesen dos niñ atos, tal vez ni siquiera con media torta, en su caso lo mejor era no preguntar. Aquella chica en coma lo habí a cambiado todo. Eso y la policí a buscá ndole.

Tendrí a gracia que fuera por otra cosa.

Y que aquellos dos imbé ciles…

Só lo que no creí a en casualidades, y mucho menos en tantas. ¿ Por qué tendrí a que perseguirle un chico al que la noche pasada habí a vendido siete pastillas? Si la que estaba en coma era una de aquellas dos niñ as…

El miedo puso nuevas alas a sus pies.

Hasta dejó de pensar, aunque su mente era un caos de ideas en ebullició n, cuando, de pronto, chocó contra alguien que se le puso por delante, cerca de la puerta. Otro idiota. Tuvo que derribarle. Era el ú ltimo obstá culo para ganar la libertad, la calle. Allí desaparecerí a en un abrir y cerrar de ojos.

Salió al exterior, por fin, y la bocanada de aire fresco y puro le hizo sentir mejor, pró ximo a conseguirlo. Ya no tení a ninguna frontera. Dependí a de sí mismo y de sus piernas.

Poli echó a correr en lí nea recta, hacia el aparcamiento.

 

 

 



  

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