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(Negras: Rey d6)



La sirena ya hací a unos minutos que habí a enmudecido. El automó vil rodaba ahora a velocidad moderada, porque el Popes se hallaba a la vista. Lorenzo Roca se preocupaba má s de buscar un lugar donde aparcar que de otra cosa.

– Esto está lleno ‑ rezongó.

– Pues me gustarí a aparcar cerca de la entrada, para poder vigilar la puerta sin tener que bajar del coche ‑ repuso Vicente Espinó s.

– Ya.

Só lo le faltó agregar: «¿ y qué má s? ».

Rodeó una parada de autobú s en la que ya hací an cola un puñ ado de chicos y chicas, muy vistosos. Les echaron una ojeada distraí da y el inspector volvió a pensar en su padre, en lo que le decí a cuando é l iba de hippy, o lo pretendí a, con el cabello largo y las ropas psicodé licas. Fue un pensamiento fugaz.

– Claro, ahí no vamos a poder entrar ‑ manifestó Roca mirando la discoteca‑. Cantarí amos como una almeja.

– Ya sabes que el noventa por ciento del trabajo policial consiste en perder el tiempo, pero el diez por ciento restante depende casi siempre del noventa por ciento primero.

– Todos esos coches no pueden ser de los que está n ahí dentro, ¿ verdad?

– No, porque son menores, pero las motocicletas sí ‑ le señ aló un pequeñ o bosque lleno de vehí culos de dos ruedas.

– Bueno, ¿ qué hago?

– Roca, ¿ quiere que piense yo en todo?

– Para algo es el jefe, ¿ no?

A veces le hací a sonreí r, aunque no tuviera ganas, como en ese momento.

– ¿ Y si llamamos por radio a la grú a para que se lleve uno de estos coches? ‑ propuso Lorenzo Roca.

 

 

 



  

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