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(Negras: Rey d7). (Blancas: Torre h7 +)(Negras: Rey d7) Norma cerró la puerta del bañ o y se apoyó en el lavabo. El espejo le devolvió su imagen, a mitad de camino de ninguna parte. Al menos así es como se sentí a. Demasiado joven para ser mujer, demasiado mujer para ser joven. Todas las sensaciones volvieron a ella. En bloque, sepultá ndola bajo su peso. Cuando se dejó caer sobre la taza del inodoro, para sentarse, al flaquear sus piernas, comenzó a llorar en silencio, con la cabeza echada hacia atrá s y apoyada en la pared, con los ojos cerrados. – ¿ Por qué? ‑ gimió ‑. ¿ Por qué? Fue lo ú nico que pudo decir, una y otra vez, mientras pensaba en su hermana.
(Blancas: Torre h7 +) Eloy entró en la zona de lavabos del Popes. Primero vio un pasillo que conducí a a una especie de distribuidor. En é l, la puerta de la derecha mostraba el acceso para los chicos y la de la izquierda para las chicas. No habí a nadie en el distribuidor, así que se metió en el lavabo masculino. Salvo un par de meones no encontró nada, pero se aseguró. Abrió todas las puertas de los inodoros; cinco en total. Salió fuera y entonces, por la puerta frontal, la de las chicas, vio aparecer a dos morenitas muy pintadas, cló nicas, piernas desnudas, ombligo desnudo, brazos desnudos. – ¡ Dos mil quinientas! ¡ Có mo se pasa!, ¿ no? – Tí a, será n buenas. – Ya, pero… Las vio alejarse por el pasillo. Y volvió a mirar hacia la puerta del lavabo femenino. Zona prohibida, a no ser que… Esperó unos segundos, só lo para sentirse má s tranquilo. Luego empujó la puerta unos centí metros, dispuesto a hacerse el despistado o el borracho si aparecí a alguna chica. Dentro no vio a nadie, por extrañ o que le pareciera. Siempre habí a creí do que los lavabos femeninos estaban llenos a rebosar, con una abigarrada fila de cuerpos delante de los espejos. Ademá s, ellas iban de dos en dos, algo que tampoco habí a entendido jamá s. Tal vez, pensó, todo aquello fuese un mito alimentado por el cine y la tele. El caso es que, por la hora o por lo que fuese, no habí a nadie a la vista. Salvo en uno de los retí culos privados para hacer necesidades mayores. Primero fueron sus voces, quedas. Despué s su realidad. – Vamos, decí dete. – ¡ Es todo lo que tengo, y he de volver a casa! – Pues yo me largo ya. Me buscas mañ ana. – ¡ Jo! Eloy cerró la puerta del lavabo sin entrar. Oyó voces a su espalda, por el pasillo. Se apoyó en la pared fingiendo descansar despué s de la movida y esperó. Aparecieron dos chicos y una chica. Cada cual se metió en su lugar. Ni siquiera sabí a si aquel camello era el que buscaba, y, por lo tanto, si lo que vendí a era lo que necesitaba. Se sintió nervioso. Si se iba a buscar a los otros, el camello podrí a escapá rsele. Si se quedaba, tal vez tardara en irse o en cambiarse de lugar. El tiempo empezó a transcurrir muy despacio. La clienta del camello salió al cabo de un minuto. Tení a alrededor de quince añ os, era sexy y atrevida. La nueva chica que habí a entrado salió a los tres minutos, aú n retocá ndose el pelo. Los dos chicos aparecieron casi inmediatamente. Y entonces, de pronto, la puerta del lavabo femenino se abrió y por ella asomó un hombre, treinta añ os, nariz aguileñ a. Sus ojos se encontraron con los de Eloy. Apenas un segundo. El aparecido salió del lavabo y echó a andar por el pasillo, en direcció n a la discoteca.
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