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(Negras: Caballo a6)



Má ximo salió de su habitació n tras haberse duchado y cambiado de ropa. La ducha le habí a despejado y serenado las ideas. Se sentí a mejor, má s fresco, pero no querí a seguir en casa. En su habitació n todo eran fantasmas azuzá ndole, y fuera de ella estaban sus padres, sobre todo su padre.

– Vaya, ¿ ya vuelves a irte?

¿ Lo espiaban? ¿ Tení an ojos en la nuca? Creí a que estaban viendo la tele, y habí a tratado de no hacer ningú n ruido al salir.

– Voy a dar una vuelta ‑ dijo‑, pero volveré temprano.

– ¿ A qué llamas tú temprano?

Apareció su madre. Salí a de la cocina. Era una mujer de la vieja escuela. Se pasaba el dí a en la cocina.

– Temprano ‑ repitió é l‑. Esta noche no voy a salir.

– ¡ Oh, qué bien, gracias! ‑ se burló el padre.

– ¿ Pero vendrá s a cenar? ‑ preguntó su madre.

– No lo sé ‑ trató de no perder la paciencia‑. Puede que sí y puede que no, pero no voy a salir. Lo mismo llego a las diez que a las doce.

– O las dos o las tres. Eso tambié n es temprano para vosotros.

Volvió el agobio, só lo que no tení a fuerzas para discutir. Má s aun, cuando se enteraran de lo de Luciana, y probablemente se enterarí an aunque ellos no conocí an a los padres de sus amigos, tendrí an un buen disgusto. Serí a un palo.

– Voy a ver a Loreto ‑ mintió.

– ¿ La bulí mica? ‑ se interesó su madre.

– Sí.

Un dí a, un par de semanas antes, se lo dijo a su madre, por hablar de algo. Ella se puso inmediatamente en plan de madre sufridora, identificá ndose con el dolor de la madre de Loreto. Algo muy propio.

– Está is todos locos ‑ rezongó su padre dá ndole la espalda para volver a la sala, junto al televisor.

Iba a decirle que no má s que é l yendo cada domingo al fú tbol y gritando como un poseso a un tipo vestido de negro y a veintidó s mendas en pantaló n corto que se mataban por una bola mientras ganaban una pasta por ello. Pero no lo hizo. No valí a la pena.

Su madre le acompañ ó a la puerta.

– Dale recuerdos a esa chica, y aní mala para que coma.

No se molestó en volverle a explicar que bulimia y anorexia eran cosas distintas. Bajó la escalera sintié ndose libre y al llegar a la calle supo que seguí a sin saber qué hacer ni adó nde ir.

Entonces pensó en Cinta.

Sus padres estaban siempre fuera el fin de semana. Tení an otra casa. Ella estarí a allí, tal vez durmiendo, pero al menos era un lugar seguro y tranquilo.

Y no se lo pensó dos veces.

 

 

 



  

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