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(Negras: Reina f6)Eloy se sintió cansado y abatido, en primer lugar por las pocas e incó modas horas que habí a logrado dormir durante la noche, y en segundo lugar por el fracaso de sus pesquisas. Raú l podí a estar en cualquier parte. En una fiesta privada, o bailando en una nave recié n estrenada o en cualquiera de los muchos after hours ilegales que proliferaban para los que querí an bailar setenta y dos horas seguidas. Era como buscar una aguja en un pajar. Entró en una cafeterí a. Necesitaba un café para no desfallecer, ví ctima de los nervios o del cansancio, aunque sabí a que si se detení a un segundo, y pensaba en Luciana, serí a peor. Bastante duro era llevar esa imagen en su mente. Pero má s duro serí a llevarla durante el resto de su vida. La imagen de la persona que má s querí a en estado de coma, convertida en una muerta viviente. Precisamente é l, que querí a ser mé dico. Qué extrañ a paradoja del destino. – Un café, por favor. – ¡ Marchando! El camarero empezó a manipular la cafetera. Un cliente, a su lado, en la barra, le dirigió una mirada ocasional. Se sentí a muy raro. Tení a percepciones y nociones de la realidad muy distintas, nuevas. Le costaba creer que el mundo siguiera como si nada. Podí a entender que Loreto, por ejemplo, estuviese enferma. Pero lo de Luciana no. Eso no. La confusió n y el aturdimiento se acentuaron. Hasta que el café aterrizó delante de sus manos. Sin embargo, no fue por é l. La reacció n se la produjo el cliente de la barra, cuando de pronto levantó la voz y llamó la atenció n del camarero diciendo: – Paco, ponme otra. Eloy tuvo el flash. Ana y Paco. Ellos tambié n estaban allí. Verdaderamente, no eran má s que dos zumbados que ya lo habí an probado todo en la vida, pese a su corta edad, yendo siempre a contracorriente. Pero lo importante es que sabí a dó nde viví an, y eran amigos de Raú l. Eran su ú ltima oportunidad.
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